ADVERTENCIA DE CONTENIDO: Este capítulo aborda temas sensibles que podrían resultar perturbadores para algunos lectores. Recomiendo discreción y cuidado al leer. Si el tema te afecta personalmente, considera saltarte esa parte o leerla cuando te sientas preparado.


14 "El arte del sigilo"

Another Love – Tom Odell

Ubicación: Bosque del Ocaso, afueras de Asgard.

Espacio: Sagrada Línea Temporal.

Tiempo: Hace centenares de años. Siglo XVI según el calendario terrestre.

Mientras esperaban el resultado del trabajo de la peculiar ladrona, la pareja emprendió su viaje a las afueras de Asgard, más concretamente, al bosque donde se encontraban los campamentos mercenarios. Sigyn había recorrido aquellas tierras numerosas veces, rumbo a pruebas de ganado, ferias y mercados de artesanía en las inmediaciones de la ciudad, conocidas todas ellas por la superioridad de las reses y de los bienes en venta.

El bosque era un lugar vibrante y lleno de vida, con una atmósfera idílica y pacífica que contrastaba con otras zonas más peligrosas de Asgard. Era conocido por sus frondosos árboles de hojas verdes que cubrían gran parte del cielo, proporcionando sombra y aire fresco a los caminantes, solo que, en esta época del año, el paisaje se veía más bien rojo. Las praderas de hierba alta y las colinas suaves daban al paisaje un carácter pastoral. Los ríos y arroyos de agua clara serpenteaban a través de los campos, alimentando la abundante vegetación de humedad. Los robles y los arces formaban la columna vertebral del bosque, y los arbustos y helechos bordeaban los senderos. La fauna era igualmente diversa. Los animales que habitaban la naturaleza incluían ciervos, jabalíes y lobos, que deambulaban libremente por las áreas más profundas a pesar de la abundante presencia de cazadores en Elwynn.

En algún momento pasada la primera hora de su expedición, el camino se había vuelto más abrupto y sombrío, con alguna que otra roca irregular y el constante eco de martillos lejanos. Atrás habían dejado la posada "El Paladín Ebrio" que marcaba la frontera entre Elwynn y el Bosque del Ocaso, una zona desprovista de lo idílico y, según muchos, maldita por los titanes antiguos. Aquella morada era el centro neurálgico de aventureros y guerreros por igual, un sitio de alegría, alcohol, celebración, intercambios, apuestas y duelos amistosos. Pero, pasados escasos kilómetros de "El Paladín Ebrio", solo reinaba la niebla. La atmósfera se volvía cada vez más opresiva a medida que se acercaban al campamento de Alamuerte, un laberinto de tiendas y cabañas improvisadas entre unas villas de madera carcomida por las termitas, muchas de ellas derruidas o a punto de venirse abajo. Los mercenarios, duros y despiadados, cuchicheaban entre ellos al verlos acercarse a la entrada del campamento como si aquella tierra les perteneciera. En cierto modo, así era para Loki. Toda tierra del reino le pertenecía por sangre, ¿no?

―¿Tienes un plan? ―le susurró Sigyn disimuladamente mientras ajustaba la capa sobre sus hombros.

―Siempre tengo un plan ―sonrió Loki, intentando rebajar la tensión del momento―. Solo que a veces lo invento sobre la marcha.

―Es decir, no tienes ningún plan ―replicó ella, arqueando una ceja. Un pequeño rictus en los labios, que debió haber sido sonrisa, delató el nerviosismo que tanto pretendía ocultar.

―Confía en mí ―respondió Loki, guiñándole un ojo. Pero aquel gesto no sirvió para que Sigyn se tranquilizara. Al contrario, podía sentir las miradas de los bandidos taladrarla como si ya estuvieran saboreando su captura… y quién sabe qué más―. Conozco a estos tipos ―continuó el dios―. Los mercenarios como Alamuerte son temibles, pero extremadamente necios. Usaremos eso a nuestro favor.

Al llegar al borde del campamento, fueron interceptados por una docena de delincuentes, todos armados hasta los dientes. El líder del grupo los miró con desdén, como si ya estuviera decidiendo si valía la pena deshacerse de ellos ipso facto o esperar a disfrutar del sufrimiento que Alamuerte tendría preparado para ellos. Era un tal Borgo, un hombre corpulento de piel bronceada cuyas cicatrices le cubrían el rostro como un mapa de guerra. Tenía el cabello negro y los ojos marrones, pequeños y despiadados, que relucían con la promesa de violencia.

—¿Qué queréis? —gruñó, escupiendo al suelo en un gesto de desprecio.

—Pues reunirnos con Alamuerte, ¿qué si no? —dijo Loki con una seguridad que rozaba la insolencia—. Tenemos algo que discutir.

Borgo frunció el ceño, estudiándolos un momento antes de hacer una señal a los demás para que los escoltaran a la tienda principal. El camino hasta allí fue un desfile de horrores: montones de armas ensangrentadas, extremidades humanas desperdigadas por ahí, y el hedor de la carne animal más vieja que se pudría lentamente en algún rincón oscuro. Sigyn trataba de mantener la compostura, como siempre, solo que esta vez la ligera tensión en sus hombros era más evidente que otras. Avanzaron por el campamento, pasando entre tiendas destartaladas y fogatas que chisporroteaban bajo la lluvia. La presencia del peligro era palpable en cada rincón, en cada mirada que les lanzaban.

Finalmente, llegaron donde Alamuerte, lo que era así como un santuario de brutalidad decorado con animales disecados y más objetos pintorescos. La estructura era más imponente que las demás, con pieles de bestias colgando de las paredes y recuerdos de guerra. El mercenario jefe estaba sentado en una silla forrada de pelo de oso, una enorme espada apoyada casualmente a su lado. Era un hombre de estatura media, con un cuerpo atlético que mostraba músculo en su justa medida, más fruto del entrenamiento constante que de la fuerza bruta. Su cabello rubio estaba rapado a los lados, lo que dejaba expuesto el cráneo cubierto de detallados tatuajes rúnicos. Su barba rubia era larga y espesa, también trenzada y adornada con cuentas y aros de metal dorado. El indudable sentido de la moda no lograba suavizar la fiereza en sus ojos, tan rojos como el burdeos. Tampoco imponía por su tamaño, precisamente, sino por la peligrosa precisión en cada uno de sus movimientos y el aura de autoridad que emanaba.

—Loki, el niño rico que miente más que habla —saludó Alamuerte con una sonrisa reflejo de su sorpresa—. ¿Qué haces aquí? Sabes que no soy fanático de las bromas.

—No estoy aquí para hacer ninguna —replicó el dios, inclinando ligeramente la cabeza en una reverencia apenas perceptible—. He oído que tienes un amuleto de protección de Muspelheim. Vengo a negociar por él.

Alamuerte estalló en carcajadas, un sonido que hizo que varios de sus hombres reaccionaran de la misma forma, imitando a su líder: el tal Borgo y cinco hombres más, a los que luego se referiría como Ulf, Viggo, Knut, Sigurd y Ragnar. Además de estos, había varias docenas de lacayos más esperándolos afuera.

—¿Negociar? —se burló el cabecilla de los maleantes—. Ni tú ni yo negociamos, principito. Tú engañas, yo obtengo lo que quiero de una manera u otra. A ver, sorpréndeme, ¿qué podrías ofrecerme que valga más que la vida de un dios?

A pesar de la amenaza, Loki esbozó una sonrisa altanera, apenas la sutil curvatura de sus comisuras.

—Pues he oído que estás planeando una incursión a Alfheim, así que vengo con una advertencia: los elfos están mucho mejor preparados de lo que crees. Si sigues adelante, sufrirás grandes pérdidas.

Alamuerte entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose mientras evaluaba la veracidad de las palabras de Loki. Entretanto, Sigyn no pudo evitar mostrarse estupefacta por la estrategia de su prometido. ¿A qué precio se harían con el amuleto muspeliano? ¿Cuántas vidas de elfos inocentes valía un artefacto como ese?

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Alamuerte con voz grave, removiéndose incómodo en su asiento.

—Como príncipe de Asgard, mis fuentes son tan confiables como secretas. No te fíes de mi reputación, sino del poder y de la influencia de mi rango. Estoy dispuesto a compartir más detalles, a cambio de un pequeño tesoro que tienes en tus manos, ya sabes cuál.

El silencio se alargó en la tienda mientras Alamuerte consideraba la oferta. Sus hombres más leales se inquietaban a su alrededor, como bestias hambrientas esperando que su líder bramara una orden, la que fuera, a cambio de una jugosa pata de venado. A pesar de su talante confiado, Sigyn estaba lejos de verse o sentirse tranquila. Podía notar miradas infinitamente más amenazadoras que las que había percibido anteriormente en el gremio de ladrones. Antes, aquellas miradas la habían desnudado en el sentido más íntimo y figurado de la acción. Habían sido curiosas e indiscretas, pero nada más. Ahora, los bandidos no solo la desnudaban, sino que la engullían con los ojos. De haber tenido carta blanca, la habrían devorado de otra forma más carnal, más cruda, más animal, más explícita, más agresiva... de forma en absoluto agradable para ella. Instintivamente, apretó los puños, y su temperatura corporal empezó a elevarse fruto de la magia que no tardaría en brotar de ella.

Alamuerte asintió con una mueca.

—Muy bien, pero si descubro que me has mentido, te perseguiré hasta el fin de los tiempos, Loki. No habrá lugar en este reino donde puedas esconderte de mi ira. Tu magia será extraordinaria, pero mi voluntad es inquebrantable. El invierno traerá más que frío. Traerá mi ejército, y con él, tu fin —amenazó el infame mercenario jefe, ante lo cual Loki solo inclinó la cabeza, como si estuviera aceptando una promesa de amistad en lugar de una amenaza de muerte. La segunda amenaza en lo poco que llevaban de conversación, si no estaba equivocado.

—Una promesa encantadora —dijo con su habitual sarcasmo—. El amuleto, por favor.

Alamuerte hizo una señal a un tal Ulf, que ya portaba el amuleto en una preciosa caja de terciopelo aguamarina. El hombre era bajo, pero tenía los brazos como los troncos de un árbol y el pecho amplio, descubierto, sudoroso y peludo como un can. Su barba espesa y descuidada cubría casi todo su rostro. Tenía los ojos grises, que brillaban con una astucia peligrosa. Pero, antes de que pudiera completar la transacción, el resto de babosos comenzó a rodear furtivamente a Sigyn. Cuatro hombres además de Borgo, cada cual más pintoresco que el anterior. El primero, un tal Viggo, era delgado y nervudo, con la piel pálida como la ceniza. Su cabello rubio estaba cortado al ras, apenas visible bajo un casco de hierro que parecía demasiado grande para su cabeza. Tenía ojos azules, inyectados en sangre fruto de la fatiga, la falta del sueño o la constante sensación de alerta. O puede que por todas esas cosas se veían así de aterradores. El segundo, Knut, era un hombre alto de cara angulosa y ojos color avellana, el más joven de todos. Su cabello cobrizo y rizado era apenas una maraña en su cabeza y hacía juego con su barba pueril y desaliñada. El tercero, Ragnar, tenía un hálito muy desagradable, pero preciosos ojos azules, aunque indudablemente sombríos, pues siempre observaban a su alrededor con desconfianza y malas intenciones. El cuarto, Sigurd, tenía el cabello negro y alborotado, una barba corta recién arreglada que ocultaba su rostro lleno de espinillas, puntos negros y verrugas. Sus ojos verdes eran oscuros, y se hundían en un rostro ancho y severo.

—Un amuleto que quedaría estupendo colgado del cuello de esta delicia… —soltó el portador de la reliquia, Ulf, extendiendo una mano hacia Sigyn, solo para que Loki se la alejara de un manotazo.

—Ni se te ocurra —escupió el dios, señalándolo con la daga de forma inquisitiva. Los ojos aguamarina del dios, a menudo tan aterciopelados, ahora destelleaban con una amenaza velada.

Borgo rio mientras sacaba su sable, lo hacía girar en su mano, y acortaba la poca distancia que le quedaba con "el principito", mas no dijo nada. Sigyn, quien sabiamente había optado por quedarse callada, tragó saliva al confirmar la cercanía de sus depredadores. De pronto, la agarraban de las muñecas, riéndose entre dientes al comprobar que dejaba caer dos hoces perfectamente afiladas, ahora inservibles. Entre todos le dieron la vuelta y trataron de subyugarla contra una mesa cercana, ejerciendo paulatina presión sobre su sien, pero también sobre su trasero. Ahí, pudo notar la repugnante dureza de todos ellos. Los hombres luchaban por restregarse contra ella mientras la asgardiana apenas podía recuperar la claridad o respirar ante el mortífero bochorno y tremendo pánico de lo que podría avecinarse.

—Ella no forma parte del trato, Alamuerte —bramó Loki, girándose en dirección al mercenario líder. Por las nornas, ¿cómo había sido tan iluso? Los mercenarios no lo temían, eso estaba claro. Probablemente se debiera a que Loki, en aquel entonces, no era más que un sinvergüenza que siempre se salía con la suya, pero que no infundía un miedo real en los demás, a diferencia de su faceta más egoísta, sádica y conquistadora, una parte de él que necesitaba rescatar con desesperada urgencia antes de que aquello se pusiera feo de verdad—. Detén a tus hombres, o te juro que el eco de tus gritos resonará por generaciones. Los dioses mismos temerán mi nombre al conocer tu castigo por esta depravación. Cada gota de sangre derramada aquí será un recordatorio de la necedad de los tuyos al desafiarme. La muerte será un alivio comparado con lo que te espera, imbécil engreído.

Alamuerte lo miró con ojos entrecerrados, pero quiso deleitarse alargando y observando un rato más aquella escena. Borgo trasladó la espada al pecho de Loki, cansado de tanta charla.

—Hagamos una cosa —dijo este con un brillo cruel en los ojos—. Tú corres mientras yo te apuñalo por la espalda. Estás acostumbrado a eso, ¿no, tramposo? A portar la daga ejecutora desde la cobardía de las sombras. No te preocupes, te daré algo de ventaja y contaré hasta diez. Me gusta una buena persecución.

En ese instante, algunos de los que aguardaban fuera intervinieron para rodearlo en un círculo de espadas desenvainadas. De este modo, no podría interponerse entre las ambiciones pervertidas del grupo con su querida. Ver a Sigyn así de sometida fue como si sus pulmones fueran a implosionar. Devastado, Loki jadeó mientras la observaba durante unos instantes, con los ojos vidriosos y repletos de una ira bulliciosa. Los mercenarios que se habían abalanzado sobre ella como buitres sobre un cadáver aún palpitante le sonreían de forma burlona, como queriendo transmitir promesas sórdidas y un deseo insaciable de humillarlo, humillándola a ella ante sus ojos. Respecto a Sigyn, la presión contra su sien se había intensificado, la bruma del miedo había empezado a ceñirse sobre su mente, borrando la línea entre la realidad y la pesadilla. Pero, en su interior, algo dentro de ella se negaba a sucumbir. Alamuerte, disfrutando del espectáculo, levantó una mano para detener la tensión creciente, pero solo para hacer su declaración final.

—Como ves, tus palabras ya no son suficientes, Loki —dijo el mercenario jefe con rotunda frialdad—. La información es insuficiente a veces. Si atiendes a las peticiones de mis hombres y nos ofreces esa otra joya que traes como intercambio justo, podrás marcharte con el amuleto, sano y salvo —propuso el mercenario jefe con fingida inocencia, como si aquel trato fuera un caramelito imposible de rechazar. Loki quiso dar un paso adelante cuando uno de los gañanes deslizó su mano por las caderas de Sigyn y la perdió entre sus piernas, pero Alamuerte detuvo al príncipe con una sonrisa oscura—. Tranquilo, Loki. Solo está evaluando… el valor de tu fortuna.

Sigyn, que odiaba ser la damisela en apuros, cerró los ojos con fuerza y una llamarada de fuego inusualmente feroz surgió de sus dedos, obligando al hombre a alejar la mano de ella con un grito ahogado. Como no se había quemado, rio entre dientes, actitud pueril que el resto imitó al unísono, como ovejas descerebradas.

―¡Eh, eh, eh! ¡Cuidado con esa magia! ―exclamó el mercenario más socarrón, Ragnar, cuyo aliento rezumaba a alcohol barato. Su tono era provocador y denotaba una arrogancia casi increíble, como si viviera exento de todo miedo. Pero acabaría temiéndolos, se dijo Loki. Todos ellos acabarían temiendo su furia.

―¿Me podrías conjurar un lecho caliente, bonita? ―se burló el tal Ulf, que se relamía los labios mientras adquiría una mejor postura tras ella y se disponía a desabrocharle el corsé de la armadura, y pronto la cremallera trasera de sus pantalones. Él ya se estaba desabrochando los suyos. Loki se sintió impotente ante la devastadora imagen de lo que iba a ser un grupo de hombres forzando al amor de su vida, penetrándola a turnos hasta despojarla de todo signo vital. Con el corazón en un puño, desvió la mirada al mercenario jefe, Alamuerte, que tenía los ojos abiertos como platos de la emoción y la mano oportunamente colocada en la entrepierna.

―Lo siento, ternerita asada, pero soy un hombre lobo. Es difícil no verte como un aperitivo ―murmuró Ulf de forma asquerosamente húmeda contra el preciado oído de Sigyn.

Justo cuando la desesperación amenazaba con aplastarla, la magia que había contenido estalló de golpe. Una ráfaga de calor recorrió su piel, incinerando las manos de aquellos que la tocaban, provocando que soltaran gritos desgarradores mientras sus palmas se despellejaban al instante. El poder fluyó a través de ella con una intensidad que la hizo jadear, como si toda la impotencia de aquellos instantes hubiera encontrado por fin una vía de escape.

Los mercenarios retrocedieron, más por sorpresa que por dolor, pero eso fue suficiente. Sigyn se reincorporó rápidamente. La llamarada que brotó de sus dedos esta vez no era un simple destello de fuego, sino un muro que se levantó ante ella, una barrera ardiente que establecía cierta distancia de sus agresores al tiempo que iluminaba su rostro con un resplandor, celestial y letal a partes iguales.

Los demás lacayos dudaron solo un instante antes de que Loki aprovechara el caos para desatar su propia magia. Una ráfaga de energía arcana verde salió disparada de sus manos, derribando a todos los hombres que habían estado apuntándole con el filo de sus sables.

—¡Detenedlos! —gritó Alamuerte, observando a sus dos rehenes huir mientras se levantaba de su trono, espada en mano. Lo que siguió fue un torbellino de guerra, fuego y magia.

Sigyn lanzó llamaradas que convirtieron el campamento en un infierno de chispas y humo y se aprovechó de las lanzas y mandobles que se encontraba por el camino para empalar a sus enemigos. Su rostro lucía como si alguien la hubiera salpicado con una brocha embadurnada en sangre. Entretanto, Loki usaba su magia para confundir, desorientar y eliminar a los adversarios que se acercaban demasiado a cualquiera de los dos.

Distintos bandidos blasfemaban y bramaban amenazas constantes. Ambos lograron deshacerse de una cantidad considerable de ellos, pero resultaron ser demasiados. Alamuerte, viendo cómo sus hombres caían, soltó un rugido de ira y se lanzó contra Loki. Los dos se enzarzaron en un combate breve pero brutal, el acero de uno chocando con las dagas y los hechizos del otro. Pero, mientras estaba distraído, uno de los mercenarios de antes, el más astuto y el más rencoroso, logró golpear a Sigyn con la culata de su espada en la mandíbula.

Ella cayó al suelo, aturdida, y en un abrir y cerrar de ojos, fue inmovilizada. Ocasión que los malhechores no aprovecharon para volver a manosearla, pero sí para ponerle unos grilletes que inhibieron sus poderes. Loki, al ver a Sigyn capturada, perdió el equilibrio por un instante, lo suficiente para que Alamuerte le diera un golpe que lo hizo tambalearse. Los seguidores del mercenario jefe no tardaron en abalanzarse sobre él, derribándolo al suelo a base de incesantes patadas y golpes. Aunque Loki estuviera acostumbrado a las palizas, pues de adolescente había recibido bastantes, aquella resultó la más dolorosa y humillante que recordaba. Después del enfrentamiento con Hulk en Nueva York, claro.

—Ya basta —ordenó Alamuerte, levantando una mano para que detuvieran la paliza—. Llevadlo fuera del campamento. Y ella… —se volvió hacia Sigyn, que empezaba a recobrar el sentido—. Tú, bonita, no tengo nada en contra de la magia destructiva, pero casi quemas mi campamento. Ahora, seré yo quien te haga sentir el verdadero fuego del hogar. Venga, chicos, metedla en la jaula. Me divertiré con ella personalmente más tarde.

Loki fue sacado a rastras del campamento, con maleantes que aprovechaban cualquier oportunidad para seguir golpeándolo sin piedad hasta dejarlo tendido en el polvo, ensangrentado y ultrajado. A cada vez más metros de distancia, Sigyn era arrojada dentro de una jaula de hierro oxidado, con restos de sangre vieja y vísceras que se adherían a las barras.

—Te dije que no me gustan las bromas, Loki. Deberías haberme tomado en serio —alcanzó a escuchar. Tumbado en el suelo y cubierto de lodo y sangre, el dios observó a Sigyn encerrada en aquella pequeña prisión para animales. Sus ojos, antes llenos de confianza, ahora reflejaban la furia contenida de un dios herido.

El crepúsculo cayó sobre Villa Oscura mientras los mercenarios regresaban a sus puestos, creyendo haber vencido. Pero Loki, incluso en su estado, no había terminado. Se tomaría unas horas para recomponerse junto a algún arroyo del Bosque del Ocaso, las justas antes de que los pervertidos patanes decidieran desahogarse con su prometida. No podría postergar su venganza demasiado, o ella pagaría cara su arrogancia y credulidad inicial, cuando había pensado que podía timar a Alamuerte con información falsa y la misma facilidad de siempre.

Sabía que la fuerza bruta no le serviría, pero el sigilo era su especialidad. Ulfric o Canto Fúnebre le había enseñado bien. Cuando la noche se cerró, se levantó con dificultad, su mente ya maquinando el mejor recorrido dentro del recinto de los mercenarios. ¿Para qué? Para liberar a Sigyn, por supuesto, pero también para eliminarlos sin que apenas se dieran cuenta. Esperó a que la oscuridad se espesara, y con la gracilidad de una pantera, se deslizó de vuelta al campamento. Conocía el tipo de hombres que habitaban allí: bestias brutales y confiadas, más hábiles con el filo que con la mente. Usaría eso a su favor.

Se acercó a una de las tiendas, donde uno de los mercenarios dormía a pierna suelta y emitía un sonido taladrante. Sin titubear, Loki lo silenció para siempre, estrenando la hoja oculta que Sigyn le había regalado, el juguetito perfecto para matar y hacerlo grotesca a la par que silenciosamente. Le había perforado lo bajo de su garganta y atravesado la totalidad del cráneo con precisión mortal e impecable.

No se molestó en esconder el cuerpo de nadie antes de continuar. De hecho, se trataba de una estrategia que serviría como distracción. Sin permitir que ninguno diera la voz de alarma, captaría la curiosidad necesaria de algún que otro maleante inexperto y, entonces, lo apuñalaría por la espalda. Uno a uno, Loki estoqueó repetidamente a sus víctimas, les rebanó el pescuezo de lado a lado, y, nuevamente, les atravesó la cabeza en todas las direcciones posibles. Todos cayeron en silencio, víctimas de su propia confianza.

Finalmente, llegó a la jaula donde Sigyn estaba prisionera. Se encontraba hecha un ovillo y tenía las ojeras marcadas. No había querido descuidarse en ningún momento y caer dormida ante semejante panda de violadores. La mandíbula le dolía. La tenía enrojecida, así que la reconfortaba con suaves caricias mientras se permitía cerrar los ojos apenas unos segundos. Entonces, oyó el sutil movimiento de las zarzas y, aunque tranquilamente podría haberse tratado de la brisa, el terror de una agresión grupal hizo que se reincorporara y retrocediese a la parte trasera de la jaula.

Los ojos de Loki y Sigyn se encontraron entonces, y en ese breve instante, ella respiró del alivio. Tragó saliva, o lo intentó, pero el nudo en su garganta no se lo permitía. Loki estaba embadurnado en sangre, tanto vieja como fresca, de sus enemigos y la suya propia. Tenía el labio abierto y el puente de la nariz magullado, entre muchos otros cardenales por todo el cuerpo.

Instintivamente, el dios bajó la mirada, pensando en que, a pesar de que fuera un hombre nuevo, no había dudado (ni volvería a dudar) en volver a matar por la integridad de Sigyn. Además, tampoco es como si le hubiera quedado otra opción a ninguno de ellos, solo que ella no se permitiría pensar en ello. Nunca había matado a un ser sintiente, por lo que justificó sus actos con ese afán por la supervivencia. Con todo, en frío, todas esas muertes volverían para atormentarla.

—Lo siento —susurró Loki, aferrándose a los barrotes de la jaula y acercándose todo lo posible, como desesperado por estrecharla entre sus brazos. No tardaría en abrazarla, se dijo, determinado—. Fui arrogante, pensando que podíamos con todo, que yo podía con todo. Te he puesto en peligro y no hay perdón para eso.

Pero Sigyn volvió a hacerse la dura, de lo contrario, perdería la cabeza ante el recuerdo, que le producía sofocones insoportables del asco.

—No vuelvas a mencionar esto nunca más. Al menos, no ahora.

Loki apretó los labios, asintiendo lentamente mientras el peso de la culpa lo asfixiaba. No tenía derecho a su perdón, no después de esto que había ocurrido. Las palabras se desmoronaban en su garganta.

—Sigyn, yo…

—He dicho que no —interrumpió ella con severidad y costándole horrores controlar el tono de su voz. Loki dio un paso atrás, la frustración y el dolor se reflejaban en su rostro sucio. Sabía que cada disculpa sería un recordatorio de su fracaso, de su incapacidad para protegerla, más aún, sin recurrir a la violencia. Precisamente con relación a eso, había algo más que necesitaba hacer, algo que sabía que Sigyn no aprobaría pero que era imprescindible para ambos.

—Solo queda Alamuerte, y debes hacerlo tú —dijo, con la voz temblorosa por la tensión. Sigyn se volvió hacia él, su expresión endureciéndose. Había una diferencia crucial en ella ahora: más allá de su enfado, sentía la desesperación de no seguir matando.

—No —declaró con firmeza, plantándose frente a él de manera contundente. Aquella determinación hizo que Loki detuviese su tarea; había estado forzando la cerradura de la jaula con las pocas ganzúas que tenía a su disposición. Un trabajo complejo, dado el mecanismo que tenía en frente—. No voy a hacerlo. No quiero más sangre en mis manos.

Loki la miró, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y desesperación. Sabía que Sigyn era fuerte, que había soportado más de lo que cualquier ser debía, pero estaba convencido que la paz que ella buscaba solo llegaría cuando Alamuerte fuera derrotado, cuando el último de sus enemigos estuviera bajo tierra.

—Sigyn, por favor —imploró, acercándose a ella—. Esto es necesario. Si no lo hacemos ahora, nunca tendremos descanso. Él...

—¿ Tendremos? ¿Qué descanso necesitas tú exactamente, Loki? No, basta ya —exclamó, su voz quebrándose ligeramente—. No quiero ser parte de esto. Solo quiero volver a casa.

Loki sintió que su mundo se tambaleaba. Qué estúpido estaba siendo. ¿Cómo podía haberle pedido eso que atentaba con lo que ella era? ¿Cómo podía haberle exigido que cargara con el peso de más muertes después del infierno que había pasado? Era lógico que solo quisiera desaparecer. Sigyn, por su parte, sintió cómo las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero las siguió conteniendo como una jabata. No podía verse arrastrada a un lugar del que no pudiera regresar.

—Si quieres matarlo, hazlo tú. Pero no esperes que te siga en esto —susurró finalmente, con una frialdad que no reconocía en su propia voz.

—Está bien —cedió Loki, encantado de complacer y cerrar el capítulo de una vez por todas—. Haré esto solo. Es hora de que Alamuerte descubra qué tan necio es enfrentarse a un dios.

Sigyn no respondió, simplemente se dio la vuelta, incapaz de mirarlo más mientras Loki forzaba la cerradura. Pero no tardó en pensárselo dos veces. En realidad, no había nada que pensar. Tampoco quería que Loki acabara rindiéndose a su parte más siniestra. Puede que aquella vez, alcanzara un punto de no retorno. Justo cuando Loki se dio la media vuelta, ella se lanzó en su dirección, gateando en el poco espacio de la jaula.

—¿Debo recordarte del efecto mariposa, Loki? ¿Me harás caso así? ¿Te das cuenta de que tu conducta temeraria está ramificando la Sagrada Línea Temporal?

Loki se detuvo, su respiración agitada mientras procesaba las palabras de Sigyn. Ella tenía razón, lo sabía, pero la rabia y el terror lo consumían. Después de todo lo sucedido, Alamuerte se había convertido en una amenaza que no podía ignorar. ¿Cómo podía dejarlo ir, sabiendo que su supervivencia podría significar la muerte de su versión más joven e inexperta? Entonces no habría futuro para Loki y Sigyn que valiese.

—Sigyn... —empezó, con la voz tensa—. Si lo dejamos vivir, volverá. Más fuerte, más preparado. Pondrá en peligro a nuestros yo del pasado, que son mucho más torpes y vulnerables. Ya sabes lo que eso significa. Nunca nos convertiremos en… nosotros.

Ella se reincorporó, suspirando en una mezcla de cansancio físico y emocional.

—Loki, por favor —suplicó, su voz suavizándose un poco—. Has hecho lo suficiente. Lo has hecho todo. Has luchado mucho por abandonar el sendero de la muerte y de la destrucción. Regresemos a Asgard. Con el amuleto robado, recuperaremos la tempad y volveremos la casa. Además, Alamuerte no tiene por qué ser nuestro fin. Tú siempre has estado metido en problemas. Podrás salir ileso de uno más. A pesar de su mote, Alamuerte no es Surtr, ni traerá consigo el Ragnarök.

Loki apretó los dientes, su corazón latiendo furiosamente en su pecho. La lógica y el amor de Sigyn luchaban contra su instinto de proteger y hacer justicia a su manera. Lo del multiverso… En fin, lo ético habría sido no entrometerse, pero tampoco era como si cualquier alteración fuera a suponer la devastación de nada. Ya no. Además, la desesperación en la voz de Sigyn... le recordó que su mayor responsabilidad en aquellos instantes no era el Yggdrasil, sino ella.

—Sigyn... —Loki exhaló, su resistencia comenzando a desmoronarse—. Me arrepentiré de dejarlo vivir, pero tampoco quiero perderte por una estupidez.

—No me perderías por algo así —prometió, tomándole de la mano—. Pero vámonos.

Loki miró hacia la tienda donde Alamuerte yacía dormido. Una parte de él aún quería terminarlo, asegurarse de que nunca pudiera volver a hacerles daño, increparle un "¡Te lo dije! ¡Te dije que no podías desafiar a un dios!", pero debía mantener su humanidad intacta. Por ella.

—Está bien —murmuró finalmente, de forma molesta y resignada—. No lo mataré.

Sigyn lo observó con un alivio palpable, aunque su rostro seguía reflejando el cansancio de todo lo que habían vivido. Comenzaron a caminar en silencio, dejando atrás el campamento mercenario en la villa maldita del Bosque del Ocaso. El camino de regreso a Asgard, a través del Bosque de Elwynn, los reanimó un poco por lo bello, vívido y alegre del entorno. Además, suponía un escape a lo conocido y a la seguridad que tanto había anhelado Sigyn durante las últimas horas.

—Dime —comentó ella de forma casual, rompiendo la quietud que los envolvía―. Lo de los elfos era una mentira, ¿verdad?

Loki la miró con una sonrisa fugaz asomando en sus labios.

—Pues claro que sí. No arriesgaría nuestra alianza con Alfheim por un amuleto cualquiera, por valioso que fuera. Dime tú, ¿cómo estás? —preguntó con su voz rasgada y aterciopelada, aquella que la envolvía siempre como una caricia. Loki le llevó la mano a la mandíbula y comprobó también, muy a su pesar, que ya no podía ver el entrañable lunar sobre su ceja izquierda, pues tenía un tajo que la atravesaba.

Sigyn lo miró de reojo, incapaz de formular una oración congruente. Había habido un momento en el que había pensado que, en lo más profundo de su ser, Loki había disfrutado del conflicto y la confrontación, que la había echado de menos. No quiso decírselo.

―Te diré cómo me siento yo después de mi desahogo de antes. Siento que, a esta faceta tan retorcida que he sacado a relucir hoy, tu silencio le habría encolerizado. En otros tiempos, esa parte de mí habría querido, como mínimo, abofetearte hasta sacarte un alarido, aunque fuera. Al igual que esos mercenarios, incluso puede que te habría forzado a hacer otras cosas que no querías. Pero, o al menos así lo creía antes, ese es tu papel y único servicio como mi pareja, ¿no? Me debes tu honestidad, tu servicio y tus caderas. A estas alturas ya te habría tomado como mi esposa, fuera tu voluntad o no.

La confesión tan cruda de Loki hizo que Sigyn se abrazara a sí misma casi instintivamente. Ciertamente acongojada, dio un paso a un lado para establecer algo de distancia.

―¿Forzarme? ¿En serio, Loki? ¿Tan capaz de eso fuiste tú también una vez? ¿Así pretendes persuadirme para que hable? ¿O es que quieres desahogarte, espantarme? ―interpeló ella. Por su parte, Loki suspiró profundamente por la nariz. Su postura, de pronto se veía rígida, tensa y contenida.

―Por supuesto, mi yo de ahora nunca te haría daño, pero ¿cambiaría tu percepción de mí si dijera que sí a todas tus preguntas? ¿Te habrías fijado en mí si acabase de invadir Nueva York? Confiesa ―exigió con poca delicadeza o amabilidad en su tono de voz. Recordar aquellos tiempos, al fin y al cabo, suponía adentrarse en terrenos pantanosos de su mente.

―Dices que el Loki de entonces era muy diferente al que tengo en frente ahora, ¿correcto? ―quiso confirmar, como si aquello fuera lo único que importase. Aunque había tardado unos instantes en contestar, lo había hecho con bastante astucia. Rehuyendo la pregunta con otra, chica lista.

―Correcto, el Loki de entonces era un asesino. Y disfrutaba con ello. Hoy no ha sido diferente.

Sigyn, nuevamente, había dado un paso instintivo hacia su derecha. ¿Lo vería ahora como nada más que un homicida? Las circunstancias de la noche lo habían requerido, así que había actuado como uno. Simple y llanamente. Con esto en mente, Loki rodeó la muñeca con su férrea y grande mano. No lo hizo con fuerza, aunque sí con firmeza. Quería impedir que siguiera alejándose de él.

―¿Has matado alguna vez, Sigyn? Estoy hablando de arrebatarle la vida a otro ser con la más absoluta crueldad, como he hecho con el séquito de Alamuerte. Como iba a hacerlo con él. La crueldad, precisamente, es un arma poderosa. Permite controlar, dominar, imponer la voluntad de uno sobre los demás ―reflexionó el dios, advirtiendo un pequeño temblor aflorando del delicado cuerpo de su querida. Con todo, Sigyn se mostraba recta, íntegra, imperturbable―. Pero tienes razón en eso de que también lleva a la perdición. Cuando se cruza esa línea, uno se convierte en un monstruo.

Al fin, Sigyn logró esbozar una sonrisa indulgente, apenas un pequeño espasmo de sus comisuras. Sus ojos comenzaron a volverse un tanto vidriosos. Es que ¿iba a llorar? ¿Por temor a él?, se sorprendió Loki, aflojando un poco su agarre y echándose un poco para atrás. No, alguien así no había matado a otra persona en su vida, no por motivos de crueldad. Por eso se había negado tan rotundamente a ponerle fin al bastardo mercenario jefe.

―No puedes vivir con eso que hiciste, ¿eh? ―nuevamente, la asgardiana respondió con otra de sus preguntas. Era una muy buena, una que nadie antes le había hecho, ni tan siquiera él mismo. ¿Se refería a Nueva York?

No sé, ¿podía? Su variante, el Loki del que Sigyn se había enamorado, sí que se había sentido un ser inmundo, por ejemplo, por haber provocado el desafortunado asesinato de su madre. Pero ¿qué había de él? Con todo el caos aconteciéndose en la AVT, ni siquiera se había parado a pensar en ello. Sí que había hecho un trabajo interno encomiable en convertirse en mejor hombre, pero nunca había mostrado un ápice de remordimiento a sus amigos, más allá de sus intentos por evitar que Sylvie pecara de lo mismo. Aniquilar era fácil. Él ya se había comprometido a tomar el camino difícil. Pero, como la propia palabra indicaba… Demonios, era casi misión imposible mantenerse cuerdo a veces.

―¿Vivir? Vivir es la palabra clave. La crueldad te arranca la humanidad, te convierte en un recipiente sin alma, y así es como debes continuar tu vida. Por otro lado, la vida por sí sola te empuja al abismo, aunque seas el ser más cándido e inocente. Entonces, solo queda la oscuridad. ¿Qué es más censurable? ¿La crueldad o la supervivencia? ¿Acaso importa si el resultado siempre es el mismo?

―La crueldad es la elección consciente de infligir dolor. No hay justificación para eso, Loki ―razonó Sigyn, instándole a detenerse unos instantes. En el Bosque de Elwynn, los caminantes de la noche como ellos los pasaban de largo, siguiendo un camino adoquinado e iluminado por sin fin de antorchas. Aunque vacilante, Sigyn le apretó la mano, lo cual le sonsacó un bufido sardónico.

―Puede que no la haya ―continuó meditando, correspondiendo el gesto de Sigyn de manera mucho más afectuosa―. Pero la vida no siempre es justa. A veces, la crueldad es la única moneda de cambio. Ya sabemos lo que harías si te sintieras acorralada, ansiosa por sobrevivir. Pero ¿qué harías si estuvieras desesperada por salvarme la vida, como me ha pasado a mí?

―No importa las circunstancias. No podemos permitirnos perder nuestra humanidad. La crueldad nos destruye a todos. Además, siento decirlo así, Loki, pero tú no intentabas sobrevivir, ni tan siquiera salvarme. Aparte de todo eso, intentabas demostrar algo.

―Tal vez tengas razón. Es que, en este mundo tan oscuro, la línea entre víctima y verdugo a veces se desdibuja ―concordó Loki, volviendo a esbozar su sonrisa más suave―. No has respondido a mi pregunta. ¿Y si siguiera siendo el mismo chalado irascible de antes? ¿Seguirías amándome?

De nuevo, el semblante de Sigyn fue de una cierta perplejidad.

Ya eres un seductor irascible ―bromeó, saliendo de aquella muy astutamente. No sabía por qué se había puesto tan nerviosa de repente, si ya le había confesado que lo amaba. Demonios, había perdido años de salud mental por este hombre. ¿Lo amaría él a ella? Había matado por ella, así que sí, ¿verdad?

―Cierto, sigo siendo un canalla que se refugia en el sarcasmo para seguir adelante. Pero ¿y si me hubieras conocido así, malvado, cínico, inestable, narcisista? ¿Despiadado, intransigente, impulsivo, tempestuoso?

―No lo sé ―balbuceó Sigyn, poniéndose en situación. Honestamente, no lo sabía. Había conocido a Loki en un punto muy diferente de su vida. Tanto a este Loki, como al otro. ¿Qué habría pasado si lo hubiera conocido durante la invasión de Nueva York? ¿Importaba, acaso?

―¿No lo sabes? ―Loki volvió a bufar de forma incrédula, en ningún momento despegando sus ojos azules de los de ella―. Yo no dudé en arrebatar la vida a miles de criaturas inocentes. Sin escrúpulos, además. Muchas de esas víctimas, daños colaterales, serían niños, bebés, madres embarazadas como tú misma lo fuiste en su momento. ¿En serio me dices que "no sabes" si seguirías aquí conmigo?

Sigyn tuvo que bajar la mirada, pues ya no se atrevía a mirar a Loki a la cara. Lentamente, reanudó el trayecto de vuelta a la ciudad. ¿Qué habría pasado si lo hubiera conocido durante la invasión de Nueva York?, se repitió a sí misma. Pues que lo hubiera rechazado, sí. Eso habría pasado. Con todo, el hombre al que ella había conocido, aquel que tenía frente a él, a pesar de todavía cínico, narcisista e impulsivo, estaba lejos de seguir siendo malvado o despiadado.

―Hoy te he visto coquetear con esa versión de ti mismo, y me he asegurado de recordarte quién eres en realidad. Si hay una próxima vez, volveré a adelantarme al desastre y a sacarte de esa percepción absurda de ti mismo ―respondió ella, muy lentamente, más como una amenaza que como una simple promesa―. Eres un hombre bueno. La vida te empujó al abismo una vez, pero ya no estás solo. Y yo tampoco. Además, tienes que enseñarme a bailar, ¿recuerdas?

Los intentos de Sigyn por levantarle el ánimo surgieron un cierto efecto. Loki se dejó abrazar y, con la menuda diosa hundida en su pecho, cerró los ojos como si pudiera profundizar aún más aquel gesto y quedarse así para siempre.

Regresaron al hogar de Brisaveloz, quien los recibió con una sonrisa satisfecha que no logró opacar los celos que sentía por Sigyn. Había un deseo latente en la ladrona, una fantasía de que, algún día, Loki sería un hombre libre, despojado de la lealtad que le unía a Sigyn, y que entonces podría atraerlo hacia sí. Pero incluso en su fantasía tan disparatada, aquello jamás llegaría a acaecerse.

—Así que habéis vuelto, con mi preciado amuleto—comentó Brisaveloz, extendiendo una mano temblorosa hacia ellos—. No esperaba que fuerais tan rápidos, ni que acabarais tan… magullados —acabó diciendo al cabo de un rato, en clara referencia al penoso aspecto de ambos—. Deberíais madrugar para visitar al boticario. En fin, aquí tenéis vuestro dispositivo, a punto y en marcha como prometí.

Dicho esto, Brisaveloz entregó la tempad a Loki con un gesto teatral, como si fuera una joya celestial, mil veces más valiosa que el amuleto que habían conseguido para ella.

—No lo he probado —advirtió la ingeniera—. Pero lo he encendido, lo cual es un buen comienzo. Haga lo que haga, aseguraos de no abusar de su poder, podría no durar mucho tiempo.

El amuleto, el dichoso amuleto muspeliano, que tanto les había costado conseguir. Loki recordó con amargura el enfrentamiento con Alamuerte, que había salido ileso del desastre, como si una fortuna visceral lo protegiera. Hasta en eso tenía suerte, el muy pérfido, pensó Loki, mientras tomaba la tempad de las manos de Brisaveloz. Activó el dispositivo, y cuando sintió el suave zumbido de energía fluir a través de él, una oleada de alivio recorrió su cuerpo. Por fin, algo que funcionaba como debía.

—Lo lograste, Brisaveloz. Estoy sinceramente impresionado —exclamó Loki, permitiéndose un raro momento de alegría compartida. Acunó el rostro de Brisaveloz entre sus manos, acercándose lo suficiente como para que sus labios rozaran la mejilla de la hechicera sin llegar a besarla—. Si supieras el infierno por el que hemos pasado, ¡casi pareces un ángel ante mis ojos!

Brisaveloz sonrió, su corazón saltando por la cercanía, aunque supiera bien que aquella ternura no era más que una cortesía pasajera. Aun así, el momento había valido la pena. Sigyn, observando la escena con absoluta diversión, inclinó la cabeza en un gesto de respeto. Tampoco es que pudiera haberle estrechado la mano, pues seguía presa de aquellos grilletes. Les urgía encontrar un momento de paz para que Loki forzara también esa cerradura, aún más compleja que la anterior.

—Lo eres, Brisaveloz. Tu ayuda ha sido invaluable. Gracias —dijo Sigyn, con una sinceridad que desarmó a la ladrona experta en tecnología.

Brisaveloz parpadeó, sorprendida por el agradecimiento de quien consideraba su rival.

—Gracias a ti, supongo —respondió extrañada, menos segura que antes. Mientras Loki y Sigyn se preparaban para partir, ella los observó con una mirada que mezclaba envidia y admiración—. ¡Y buena suerte! —añadió, esta vez de forma más amigable, aunque no pudo evitar agregar una última esperanza—: Loki, si alguna vez vuelves a estar soltero, búscame.

Loki se detuvo, volviendo la cabeza para mirarla con una sonrisa pícara en los labios. Por primera vez, la ingenuidad y la desvergüenza de Brisaveloz no le molestó.

—Lo tendré en mente, Brisaveloz —respondió con un guiño, antes de desvanecerse calle arriba con su prometida. La ladrona suspiró, abrazando la soledad del hogar mientras pensaba que, aunque Loki nunca fuera suyo, al menos, en aquel preciso instante, había tocado algo de su cuerpo. ¡Algo es algo!


A pesar de la inmediatez de su destino, Loki y Sigyn habían tenido que detenerse en una discreta plazoleta, abundante en manzanos de Iðunn, para forzar la cerradura de las esposas que aún la retenían. Entre la fatiga, lo complejo de la tarea y su belleza, Loki apenas había logrado mantenerse enfocado. Sus dedos habían temblado ligeramente mientras manipulaba la ganzúa. Sigyn, herida y con la túnica de la armadura desgarrada, lo había estado observando con una convicción imperturbable, a pesar del dolor físico y emocional de haber sobrevivido a un intento de violación. Igual de agotado y rasguñado, Loki no había desistido en intentar liberarla. Durante todo el proceso, había sentido su mirada sobre él, lo que había provocado que la ganzúa se rompiera, y que Loki volviese a disculparse por no haber sido el héroe que ella merecía. Él siempre había sido, más bien, el villano de todas las historias, incluso cuando no pretendía serlo. No sabía cómo podía merecerse a alguien como ella.

Pero, para Sigyn, él nunca había sido un simple héroe o villano. A sus ojos, era un ser lleno de matices que había cometido errores y que, a su manera, intentaba seguir adelante. Nunca lo vería como alguien indigno de su amor. Sigyn había hecho alarde de unas pupilas dilatadas, una mirada hipnótica, y unos párpados pesados. En ese momento de vulnerabilidad, Loki le había confesado su amor en voz baja, llegando a temer que no lo hubiera escuchado. Pero sí lo había hecho, y sus palabras le habían provocado una sutil sonrisa. Aunque Loki no era un héroe convencional, era todo lo que necesitaba. Alguien tenía que creer en él, y ella lo hacía.

Con un último giro preciso de la ganzúa, la cerradura había cedido con un suave clic. Aliviada, Sigyn se había llevado las manos a las muñecas en un gesto instintivo. Los brazaletes habían dejado marcas en su piel, señales rojas y dolorosas que ella había calmado suavemente con los dedos, tratando de aliviar el escozor. Sin previo aviso, la diosa lo había envuelto en un abrazo ceñido, y Loki la había sostenido con una fuerza que significaba pura sobreprotección. De esta manera, la tensión de antes se había disipado ya completamente.

Después de haber escogido las mejores manzanas para ella, la pareja había calmado su hambre y sus cuerpos malheridos antes de emprender la marcha nuevamente. Y ahí estaban ahora, a punto de llegar. Avanzaban en silencio por senderos menos transitados, cada paso cuidadosamente calculado para evitar ser detectados por los pocos viandantes que se topaban. La atmósfera estaba impregnada de nostalgia, con cada rincón trasladándole a Sigyn imágenes de su juventud, de cuando la inocencia aún coloreaba su mundo.

—Espera, antes de que sigamos, hay algo que necesito que entiendas. Quise decírtelo en el momento que pisamos Asgard —Loki se giró hacia ella, su voz nuevamente un tanto trémula. Ahora que se habían adentrado en el ducado de Tyr, la necesidad de retomar aquella advertencia se había vuelto inevitable—. Verás a tu padre, pero desde lejos. No conviene que interactuemos con él, ni directa ni indirectamente. Como bien me has recordado, ya hemos intervenido demasiado, y seguir rizando el rizo me preocupa. La Sagrada Línea Temporal, la nuestra, debe seguir su curso sin verse alterada… aún más. Recuerda que tu padre podría reconocerte y cuestionarse el futuro transcurso de las cosas —explicó, subrayando cada palabra con una gravedad inusual.

Ella asintió, aunque la idea de no poder acercarse a Tyr era un dolor que no podía expresarse fácilmente.

—Podremos observar, pero nada más —Loki hizo una pausa, buscando sus ojos—. Sé que no es lo que esperabas, pero míralo por el lado bueno: ¿cuántos pueden decir que han tenido una cita a través del tiempo?

—Una cita inolvidable, sí señor —bromeó ella, retomando el sarcasmo de siempre—. Me ha tratado de mancillar una panda de mercenarios de cuestionable higiene. He acabado presa en una jaula para lobos mugrienta y sucia de vísceras, y todo porque la batería de tu tempad reventó y una ladrona nos empujó a esa aventura a cambio de ofrecernos su "desinteresada" ayuda.

—Nada de eso era mi intención, te lo aseguro —prometió él, con una expresión que no podía desprenderse de ese sentimiento de culpa tan horripilante—. La próxima vez, seré más cuidadoso. Pero... al menos, ahora tenemos una historia increíble que contar, ¿no?

—Claro —respondió ella, intensificando la mordacidad de su respuesta—. La historia de cómo casi me matan sodomizada en la Asgard del siglo XVI, un gran relato para la cena de Navidad.

Él se encogió de hombros, caminando con las manos en los bolsillos. De todas formas, le alegraba saber que Sigyn podía burlarse de todo eso. A veces, reírse de las desgracias era la única forma de mantenerse cuerdo. Cuando volvieran a casa, estaría dispuesto a ofrecerle una velada más tranquila, con menos secuestros, más comida, más abrazos, más caricias, y más sexo consentido. Siempre estaría dispuesto a todo eso, sobre todo a aquello último. Haría todo lo posible para que su próxima aventura fuera un poco menos… desastrosa.

Continuaron avanzando hasta dar con un entorno ya demasiado familiar para ella. El jardín salvaje donde solía refugiarse en su juventud emergió ante ellos, un rincón escondido tras la villa que había sido su hogar y que tenía vistas a los nogales y almendros del ducado. Había sido su refugio durante prácticamente toda su vida. En medio de aquel paraíso rural, una versión más joven de ella misma, con los ojos hinchados y enrojecidos por las lágrimas. Y su padre, Tyr, arrodillado a su altura. La escena era conmovedora, reflejo de un tiempo que había dejado cicatrices agridulces de recordar.

La pareja se sentó bajo la copa de un árbol y observó desde una distancia prudente.

Recordaba ese día con una claridad abrumadora. Theoric, su primer amor, había roto con ella tras haber tomado la rotunda decisión de que su futuro como guardia real era más importante que su relación adolescente. Una traición devastadora para una joven tierna, inocente e inexperta que había creído, con toda la fuerza de su ser, que Theoric era y sería el único capaz de aceptarla y amarla tal como era.

No había rastro de la dureza que caracterizaba al Dios de la Guerra. En lugar de eso, era pura ternura paternal. Con una mano firme pero suave, levantó el mentón de la joven Sigyn, obligándola a mirarlo cara a cara.

—Sigyn —comenzó, su voz rasgada pero tierna, lo cual contrastaba con su despiadada y legendaria reputación—. Los corazones rotos son una parte dolorosa de la vida, pero no son el fin. Theoric ha decidido seguir su camino solo, y, aunque es respetable, eso es su pérdida, no la tuya. Sé que sientes como si el mundo se estuviera desmoronando a tu alrededor. Sé que duele, que te sientes perdida. Pero quiero que entiendas algo muy importante…

La joven Sigyn sollozó, como si una bestia le estuviera desgarrando las entrañas. El jardín, testigo de innumerables conversaciones y confesiones de padre e hija, volvió a sumergirse en el silencio, roto solo por los llantos de la muchacha. Aunque era raro y extrañamente emotivo para ella ver a su padre, el gran Tyr, mostrando tal vulnerabilidad, lo cierto es que la imagen solo intensificaba su tristeza.

—¿Qué, padre? Si Theoric me ha dejado, él, que era perfecto para mí… ¿Cómo podría alguien más quererme y no abandonarme como lo ha hecho él? Encontrar a alguien capaz de verme como me ves tú es como dar con una aguja en un pajar.

Tyr acarició la mejilla de su hija con su mano callosa y fuerte. La dureza del destino, aquel que le había arrebatado a su esposa, no había eliminado su capacidad de amar profundamente.

—La vida te pondrá pruebas duras en el camino, y esta es solo una de ellas. Por supuesto que alguien más te querrá. Es más, será una persona capaz de prender el mundo en llamas con tal de asegurar tu bienestar. Será capaz de verte y quererte mejor de lo que Theoric lo ha hecho jamás, porque no ha sido perfecto, querida, ni mucho menos —Tyr hizo una pausa y sonrió con una suavidad que rara vez mostraba, reservada solo para esos momentos en los que necesitaba ser no dios, sino padre—. Escucha, mi niña. Las personas te decepcionarán, incluso aquellas a las que ames. Pero cada una de esas experiencias te hará más fuerte. Y no estarás sola en ese viaje. Siempre estaré ahí para ti. Me muero por conocer a ese alguien capaz de ver en ti lo que yo siempre veo, lo que Theoric ha decidido dejar atrás: una mujer valiente, con un corazón que vale más que la cosa más valiosa que puedas imaginar, como una cueva llena de oros, perlas y reliquias, como un trono o una corona.

Mientras la escena continuaba desarrollándose ante sus ojos, Loki se permitió un momento de reflexión. Sus sentimientos por Sigyn trascendían cualquier ambición terrenal. En esa claridad, encontró un tipo de paz que ninguna otra cosa le podría ofrecer jamás. En su mente, Loki recordó el peso del trono que tanto había ansiado, el constante anhelo de poder y reconocimiento. Y, mientras contemplaba la escena, se dio cuenta de eso tan fundamental que no había visto durante su juventud. Los tronos, las coronas, esos símbolos de poder y dominación… siempre los había visto como los premios definitivos que definirían su valor. Pero ahora, al observar a Sigyn, tanto a una versión como a la otra, se daba cuenta de que no había trono en el multiverso que pudiera igualar aquello.

—¿Y si nunca encuentro a esa persona, papá? —preguntó la versión más tierna de Sigyn, con una voz llena de incertidumbre—. ¿Y si estoy condenada a ser nada más que la hija de Tyr? Ni siquiera eso parece haber sido suficiente para Theoric.

Precisamente por eso se había fijado en Theoric en primer lugar, recordó Sigyn. Él había sido el primero en ver más allá de la sombra de su padre, por mucha admiración que sintiera por el Dios de la Guerra.

—Eres mucho más que la hija de Tyr. Vamos, ¡eres lo mejor de mí y mejor de lo que yo soy! —Tyr tomó las manos de Sigyn entre las suyas, apretándolas suavemente como queriendo contagiarle el buen humor—. Quien solo te vea como mi hija no merece tu tiempo ni tu amor, ¿me oyes? Aunque suponga una opción segura para ti. El hombre que te merezca, aquel que sea tan digno como el príncipe heredero lo es de Mjölnir, te verá por lo que eres: un ser independiente, lleno de una luz que brilla con una intensidad que pocos pueden entender.

La versión pasada de Sigyn bajó la mirada. El peso de sus emociones era casi demasiado para soportarlo. Pero su padre la sostenía, y eso la reconfortaba.

—Tengo miedo de acabar sola —confesó en un susurro, un miedo que, incluso hoy, Loki compartía y conocía demasiado bien. Aquella confesión, de hecho, le tocó la fibra sensible—. Me había sentido así durante mucho tiempo. Pero, entonces, conocí a Theoric. ¿Y ahora qué?

Tyr la atrajo hacia sí en un abrazo, envolviéndola en la seguridad de su enorme cuerpo. Era un gesto raro en él, al menos a ojos de los demás, pero con su hija, siempre encontraba la manera de ser vulnerable.

—Eso que sientes es natural, cariño —murmuró contra su cabello trenzado—. Pero no permitas que defina tu camino. El valor no consiste en no sentir miedo, sino en encontrar la fuerza para seguir adelante a pesar de él. Aunque ahora te sientas sola, aunque el día de mañana realmente lo estés, hay una fuerza en tu interior que aún no has descubierto por completo, pero sé que está ahí. Yo lo sé, y algún día, lo sabrás tú también.

La joven Sigyn se aferró a su padre y le agradeció el consuelo de sus palabras. Entonces, Tyr se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos y, con una sonrisa que intentaba infundirle confianza, concluyó la conversación de la siguiente manera:

—No me cabe duda de que encontrarás a un buen hombre. Hasta entonces, vive tu vida, sé quien eres, y observa que vales más de lo que cualquier palabra puede expresar.

Desde su escondite, la Sigyn adulta bajó la cabeza y se quedó absorta en sus pensamientos, observándose fijamente las uñas sucias arañar la base de su otra mano, casi como si quisiera distraerse de aquel tumulto emocional. Loki le había visto contener las lágrimas demasiadas veces, pero nunca llorar realmente. Resultaba inquietante, pues no se permitía seguir sintiendo ningún tipo de pena, lo cual tampoco era sano para sí misma. A pesar de esto, Loki, siempre tan perceptivo, notó la conmoción de su amada y la apretó contra sí con más fuerza, dejando que el silencio hablara por él en ese momento. Finalmente, lo rompió con un susurro, tan suave como el canto de la brisa que mecía las hojas.

—Este es el hombre que te crio, Sigyn —dijo, su tono lleno de una calidez inusual, un murmullo que solo ella podía oír—. Un hombre que veía en ti cualidades maravillosas. No necesitas su aprobación, pero si la buscas, aquí la tienes. Él siempre creyó en ti, tal como yo lo hago.

Sigyn asintió. Había mirado a través del espacio-tiempo y visto a su padre por última vez, en un momento que para ella antaño había sido crucial. A pesar de la distancia y los años que los separaban, había sentido su amor y protección. Aquello que Loki había hecho por ella era lo más bonito que había hecho nadie por nadie jamás.

—Gracias, Loki —murmuró—. No sabes cuánto necesitaba ver esto.

Loki besó su cabello con una ternura que contrastaba con su habitual estilo sarcástico. Resultaba que sí era tierno, al fin y al cabo, tal y como le había dicho ella en alguna ocasión. En momentos así, cuando se enganchaba a su brazo, era cuando Loki se daba cuenta de ello.

—Él siempre estuvo orgulloso de ti. Y si eso no es suficiente para que te sientas mejor, debes saber que yo también estoy orgulloso de ti. Aunque, claro… —añadió con una sonrisa ladina—. Mi opinión siempre ha sido impecable, opine lo que opine.

Sigyn no pudo evitar sonreír, aunque trataba de mantenerse seria. A veces, prefería regocijarse en la melancolía en lugar de que la animaran.

—No me hagas reír —replicó, intentando sonar lo más seria posible—. Estoy tratando de mantener la compostura. Además, todavía estoy algo enfadada contigo por tu temeridad.

Loki, buscando asegurar esa sonrisa, arqueó una ceja en gesto burlón.

—¿Compostura? No sé de qué me hablas. Pero sé que, en el fondo, te gusta cuando convierto los momentos oscuros en algo más llevadero —murmuró, inclinándose hacia ella como si le revelase el mayor secreto del universo. La tenía sentada en la hierba, entre sus piernas, con la espalda apoyada contra él, y se dejaba abrazar por detrás como una muñeca.

—A veces me pregunto cómo es que siempre sabes exactamente qué decir.

—Una mente tan brillante como la mía ayuda —sonrió Loki, esa sonrisa golfa que siempre usaba cuando decía algo ingenioso.

Sigyn rio entre dientes, esta vez con menos reservas, y Loki se permitió un momento de celebración. Pero ella, sin perder el tono burlón, lo llamó "arrogante y narcisista" y se preguntó si debía añadir "insoportable" a su lista de talentos.

—¡Insoportable! —exclamó Loki, fingiendo incredulidad. Se levantó casi trastabillando para llegar deprisa a lado de ella, que emprendía el viaje cuesta abajo de vuelta a la ciudad—. Solo cuando me lo propongo, querida.

Loki se mostró complacido con la reacción de Sigyn. De haber seguido vistiendo su traje, se habría acomodado la corbata. En lugar de eso, se alborotó ligeramente el pelo, harto de llevarlo oculto bajo la capucha de su nueva armadura. Sabía que Sigyn usaba el desdén amistoso cuando no estaba baja de ánimos. Eso era bueno y siempre divertido. Le gustaba la chispa que veía en sus ojos, la forma en que ella nunca se amedrentaba ante sus provocaciones.

—Alguien tiene que bajarte un poco el ego de vez en cuando. No quisieras perderte en tus propios encantos, ¿verdad? Sería un desastre si terminases enamorado de ti mismo.

El dios mantuvo su sonrisa exterior, pero el comentario de Sigyn lo golpeó con la fuerza de un recuerdo que preferiría dejar enterrado ahora mismo. Sylvie era alguien que había comprendido su soledad, su dolor, sus anhelos, y con quien había sentido algo que jamás imaginó posible. Una conexión tan profunda que rozaba lo absurdo: enamorarse de una versión de sí mismo. Esa relación era complicada, y prefería no compartir esas complejidades con Sigyn. Por algo tampoco mencionaba a Freya en su presencia, por ejemplo. No valía la pena contarle sobre sus antiguos amores, ni mencionar sus intenciones de retomar el trono del multiverso.

—Ya lo estoy, querida. ¿Cómo podría no estarlo? Pero no te preocupes, en medio de toda mi magnificencia, siempre reservo un rincón de mi corazón para ti lo bastante grande.

Mientras decía esto, Loki no pudo evitar pensar en la ironía. Estaba bromeando sobre algo que antes habría considerado absurdo, pero que ahora llevaba un peso inesperado. La mención de enamorarse de sí mismo era más complicada de lo que Sigyn imaginaba. Sin embargo, ella parecía ajena a sus pensamientos más profundos. La diosa rio suavemente, sacudiendo la cabeza con esa mezcla de afecto y exasperación que Loki encontraba encantadora.

—Eres imposible.

Loki se relajó un poco, permitiendo que la calidez del momento lo envolviera. Sylvie, su pasado con ella, pertenecía a otro tiempo y lugar. Estaba en otro tiempo y lugar. Y él, con Sigyn, la mujer que había decidido quedarse a su lado a pesar de sus imperfecciones. Aunque el recuerdo de Sylvie permanecía en algún lugar de su mente, su corazón ya no le pertenecía, no de la misma manera que antaño.

Pensó en cómo él y Sigyn perfectos el uno para el otro: ella lo mantenía humilde (o tan humilde como fuera posible), mientras él se aseguraba de que nunca se aburriera. De pronto, volvió a pensar en el Yggdrasil, dominio que le había sido arrebatado por Sylvie. Ella le había permitido tomar un camino diferente, uno que lo había llevado hasta este momento. Sylvie había sacrificado mucho para darle esta oportunidad, y él siempre se sentía entre la gratitud y la culpa al pensar en ello. Sabía que tarde o temprano tendría que liberarla, lo que probablemente pondría fin a la vida que estaba construyendo en la Tierra.

Loki miró a Sigyn con admiración, tan leal y perfecta era ella para él. ¿Cómo podría abandonarla? Pero ¿cómo podría seguir viviendo, sabiendo que Sylvie estaba atrapada? Este dilema lo consumía, y por un momento, sintió desesperación. ¿Cómo reaccionaría Sigyn cuando supiera la verdad? ¿Lo entendería o lo vería como una traición? Mientras estos pensamientos lo asaltaban, intentó dejarlos a un lado. No era el momento. Nunca lo era. Y cada vez que lo pensaba, no llegaba a una conclusión diferente.


Nota de la autora: Fin de la aventura en Asgard, breve paréntesis que ha servido para satisfacer mi obsesión por este mundo tan maravilloso y del que tan poco hemos visto en el universo cinematográfico de Marvel. Y, próximamente, salto temporal considerable al final de este capítulo, pues quiero que la historia abarque lo que es más o menos un verano escolar, tiempo de cortesía que les ha dado Zeus a los asgardianos para la guerra que se les viene encima.

Habréis notado que mi narrativa descriptiva ha retomado su tono reflexivo de siempre, y es que, me parecía que las circunstancias lo requerían. Loki vuelve a pensar en Sylvie. Es un pensamiento que lo acecha tanto como su anhelo por construir una vida con Sigyn. Sin ánimo de sonar repetitiva, mi intención de rescatar este miedo del personaje yace en que, en fin, no podemos olvidarnos de ella. Las preocupaciones, al fin y al cabo, no son algo que se piensan una única vez. A menudo, nos metemos en un incesante bucle de angustia que se alarga en el tiempo hasta que el conflicto se ve resuelto, y así tiene que ser para Loki también.

Aunque todavía falta para que este se enfrente a Sylvie, no queda tanto para que Loki se enfrente a la verdad. ¿Cómo creéis que reaccionará Sigyn cuando se entere? ¿Se sentirá traicionada, como se sintió su yo del pasado por el abandono de Theoric? Recordad que la pareja está prometida, ¿podría esa promesa quebrarse? Y, por último, ¿recordáis eso otro que ella le oculta a él? ¿Qué hay de eso?

Creo que ya lo mencioné, pero esta subtrama ha estado enormemente inspirada en dos de mis videojuegos favoritos, Skyrim y World of Warcraft, respectivamente.

Esta semana, un único capítulo. ¡Lo siento! Necesito repasar lo que llevo adelantado antes de publicarlo. Pero, no os preocupéis. Nos leeremos pronto de nuevo, seguro.