Latido


Ante las amenazas de Seguridad Pública, Denji nunca más se transformó. Ante las amenazas de Nayuta, Denji nunca más se acercó a una mujer. Así fue como todos se olvidaron de él y de Chainsaw man.
Ahora, un Denji completamente aislado de la sociedad se siente patético al sentir "cosas" por la única persona que, por algún motivo desconocido, se quedó en su vida.


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La puerta se deslizó automáticamente cuando una de sus zapatillas se acercó al sucio tapete de la entrada. Cuando ingresó, caminando lento, una campanilla anunció su llegada, pero no había nadie en el mostrador como para recibirlo.

El cielo afuera estaba nublado y allí adentro era lo mismo. Quizá nunca habían limpiado las lámparas o quizá el tubo de luz era el más barato del mercado. Fuese como fuese, el minimarket siempre lucía sombrío. Para colmo, la música lenta sólo sonaba desde el lado izquierdo de la tienda; el otro parlante se había roto el año pasado y aún no lo reemplazaban.

Como Denji frecuentaba el lugar y se había memorizado sus pasillos, sus pies se movían como por sí solos y él avanzaba sin cuestionárselo en absoluto.

Fideos instantáneos, jugo, una docena de huevos y una paleta de helado para Nayuta.

Sin querer, se golpeó en el hombro con algo y volteó a ver en aquella dirección. Era un exhibidor de lentes de sol, de esos que pueden girarse para alcanzar los distintos diseños. Por error, alcanzó a mirar su reflejo en el espejo rectangular y ahí fue cuando retomó su marcha, con más prisa que antes; el color violeta que le contorneaba los ojos y el nauseabundo tono de su rostro eran suficientes para ahuyentarlo.

Cuando se encontró con un abandonado carrito de compras en el pasillo de los detergentes, decidió llevarlo consigo a pesar de que sus compras fueran pocas.

Comenzó a recolectar lo que necesitaba y ponerlo en el carrito. Luego de comprar sólo le tocaba ir a casa, lo que significaba como diez minutos caminando lento o incluso menos. Hoy era su día libre, así que podría hacer cualquier otra cosa. Quizá terminar de ordenar el armario que siempre le había dado demasiada pereza o quitar algo de pelo de perro de las alfombras. Aún faltaba tiempo para que Nayuta llegara de la escuela y él le preparase comida.

¿Y luego qué? ¿Qué más podía hacer?

Seguiría su rutina de todas las noches: intentar dormir sin conseguirlo. Girar de un lado a otro entre las sábanas. Luego levantarse a mear al baño y regresar al futón para anclar la vista al techo. Podría acariciar a uno de los perros un rato, hasta aburrirse, pero eso tampoco le ayudaba a conciliar el sueño. Era en medio de la marea de sus pensamientos, de aquella nube gris que se le subía a los hombros y le adormecía el cuerpo con un dolor más bien sordo, indescifrable, que se quedaría dormido; como si se hubiera aburrido de sufrir tanto.

Mierda.

El recordar cómo habían sido sus últimas noches le hizo soltar un suspiro. Le molestaba saber que muy probablemente se repetiría la historia hoy también. Le drenaba cualquier gota de energía que pudiese tener su cuerpo.

Cuando dejó los paquetes de fideos en el carrito se fijó en los dibujos del empaque, en el color verde lima y en el dibujo del pollito saliendo de su huevo. ¿Quién diría que alguna vez el empaque fue de color naranja y el pollito era reemplazado por una gran, grotesca e intimidante cabeza con una motosierra que sobresalía?

Ya ni siquiera esbozaba sonrisas de resignación. Su rostro carecía de emoción alguna. Su cuerpo estaba completamente adormecido.

Quizás había sido el tiempo, o el hecho de que ya no le quedaban más opciones, ni lágrimas, ni ganas de gritar o de desquitarse. No supo cómo se le pasó, pero ya se había acostumbrado. Tenía bien anestesiada esa parte de sí que adoraba ser Chainsaw man. Si no fuera por la mercancía que remataban con descuento en las tiendas o por las noticias falsas de la tele, no se acordaría realmente. Siempre había tenido mala memoria, después de todo.

Todo lo que sube, tiene que bajar.

Todo termina alguna vez.

Nada es eterno.

Terminó exitosamente la escuela, lo que le ayudaba a conseguir empleos. Ahora leía bastante bien y podía estudiar adicionalmente en caso de ser necesario para algún puesto. Tenía dos trabajos y podía escoger un día libre a la semana aparte del domingo.

Ganaba dinero. Con el dinero comía. Al comer, no le dolían las tripas. No le dolía vivir.

En cambio, Nayuta era otra historia. Era increíblemente inteligente y disciplinada con sus estudios. Era la mejor de la clase. También era muy ágil en los deportes, era la presidenta de la clase y su casillero, según le había contado a Denji, se le llenaba cada dos por tres de regalos y cartas de admiradores secretos. Su personalidad prepotente y el contraste entre su cabello oscuro y sus ojos de torbellino causaban furor en todo su instituto.

De seguro tendría un futuro brillante también: podría estudiar la carrera que desease y, si el ingreso era muy exigente y competitivo, lo lograría de alguna manera. Se saldría con la suya, adivinaba Denji, porque así era ella.

Estaba orgulloso de su pequeña hermana que avanzaba con pasos agigantados hacia la adultez y en una vida que le entregaba oportunidades en bandeja de plata.

¿Y él?

Se detuvo en seco debajo de la lámpara del techo que parpadeó, amenazando con apagarse.

¿Y qué había hecho él? ¿Cuál era su mayor logro?

Probablemente el adaptar a su hermana a la sociedad y hacerla sucumbir a su instinto natural de controlar, matar y sembrar caos.

¿Y nada más? ¿La vida no tenía ninguna sorpresa para él? ¿Algún regalo? ¿Nada? ¿Sólo le quedaba vivir a la sombra de Nayuta?

Bueno, tenía a sus perros, su gato, su apartamento, su hermana y sus turnos de trabajo. Se llevaba bien con un compañero de la tienda y Yoshida lo visitaba de vez en cuando.

Más allá de eso, nada.

Una vez recibió una postal de Kishibe, pero no sabe si está perdida en el desorden de la casa o la desechó por error. De cualquier forma, le sorprendió que aquel vejestorio siguiese vivo.

Sin contar eso, no había nada ni nadie más en su vida.

Y como una coincidencia de mal gusto, algo capturó su atención, a su derecha. Se giró para descubrir el origen de aquellas leves risotadas y susurros. Las puertas del congelador estaban abiertas por completo en lo que una pareja discutía sobre qué sabor de helado comprarían.

El joven amenazaba a la chica con arrancar un trozo hielo y pasárselo por las piernas. La discusión y los empujones duraron poco, culminando el espectáculo en un abrazo y en unos arrullos cariñosos en cosa de segundos.

Él la abrazaba por la cintura. Ella era como una cabeza más baja y eso que estaba parada de puntillas. No podían apartar sus ojos el uno del otro. Hasta pestañeaban lento y toda esa mierda cursi, al igual que en las caricaturas.

Denji no podía descifrar qué se estaban diciendo por el bajo volumen en el que hablaban y volteó con prisa antes de verlos besarse por fin.

De todas formas escuchó el beso resonando detrás suyo.

Un escalofrío caliente y ácido le recorrió los hombros y los brazos. Apretó la mandíbula y comenzó a empujar el carrito, avanzando lo más rápido que sus piernas le permitían.

La furia y el desagrado eran finos hilos que bordaban las arrugas de su rostro.

Era la única heladera de la tienda y la estaban ocupando.

Qué pena: Nayuta no tendría helado hoy.

Fue al mostrador a pagar las cosas y abandonó la tienda abrazando las bolsas contra su pecho. Caminó rápido, la vista fija al frente. Su mente era azotada por una tormenta de pensamientos varios que intentaban distraerlo de lo que acababa de presenciar.


Ya en su departamento, se cambió los zapatos, recibió los saludos entusiasmados de los perros y guardó las compras.

Por la ventana de la cocina se adentraba una luz tan débil que apenas y alumbraba; era el sol en su peor momento. No había tantos platos sucios como para lavarlos en ese preciso momento y el piso se veía... sí, más o menos limpio.

Se devolvió a la sala de estar y notó que los perros se olvidaban de él para irse a comer o acurrucarse unos con otros.

¿Qué más podía hacer en un día así de aburrido? A esta hora en la televisión sólo pasaban programas de cocina o las noticias, y no era fanático de ninguna de las dos opciones. No tenía hambre ni nada que hacer fuera de casa, tampoco tenía con quién hablar.

Suspiró antes de rascarse la cabeza, y entonces decidió que podía darse una ducha. Ya no tenía una tinaja como en el otro apartamento, pero el sentirse limpio mataría el aburrimiento, seguramente.

Arrastró los pies hasta el baño, donde se deshizo de su ropa y otra vez evitó su reflejo. ¿De qué servía mirar esa terrible cara de nuevo? No era como si pudiese cambiarla; fue directamente a clavar su mirada en las baldosas grises de la ducha.

Giró la llave y el agua caliente impactó contra su pecho desnudo, ablandando su carne y reconfortando al cordón que emergía de su esternón, el cual no había tocado hace demasiado tiempo.

Cerró los ojos y se acomodó de tal forma de que la pequeña cascada de agua abarcase todo su cuerpo, la cual comenzaba a penetrar de a poco en su cabello y salpicaba con prisa sobre sus hombros.

Con una mano esparcía un poco de champú en su cabeza de manera más bien salvaje, descuidada, y con la otra se llenaba el cuerpo con las burbujas del jabón. El jabón no tenía perfume y el champú olía a una menta demasiada sintética como para gustarle, pero prefería eso antes que oler a sudor o a perro. El agua ya empezaba a enrojecerle la piel por la elevada temperatura, pero no le daba mucha importancia.

Podría tararear alguna canción pero no estaba lo suficientemente alegre para ello. Además, las gotas que impactaban con explosividad contra la baldosa del piso y el plástico de la puerta corrediza engendraban un sonido rítmico, fuerte e imposible de ignorar, lo que creaba alrededor suyo una fortaleza impenetrable: una burbuja de privacidad, su único arranque de la realidad, donde por fin se quedaba solo. Nadie podía verlo. Nadie podía oírlo. Nadie podía saber qué pensaba ahí dentro.

Dio un paso atrás para ya no ser alcanzado por el agua, tomó más jabón y continuó deslizando sus manos por su cuerpo. Pasó ambas manos por su pecho y luego retrocedió hacia sus hombros, notando cómo el trabajo pesado que solía realizar y la fuerza de sus anteriores peleas, le habían trabajado los músculos. Quizá no era mucho, pero todo lo que lo hiciera ver más hombre, más adulto, le causaba un gran orgullo. Era genial, pero se deprimía pensando en todo lo que tenía para ofrecerle a cualquier mujer que lo quisiera, y sin embargo, no existía ninguna.

Más allá de sus bizarros encuentros con la desesperación de ciertas mujeres mayores o sus calculados intentos para manipularlo, su cuerpo seguía en su mayoría puro e inexplorado por nadie más que él.

Cuando llegó a su cuello, envolvió ambas manos alrededor de éste para limpiarse. Le hubiese encantado sentir el beso de alguna mujer ahí. O, en su defecto, él mismo devorar a besos el cuello de alguna chica. No sabía cómo se hacía, pero podía aprender. Lo intentaría. Obviamente no lo mascaría con sus dientes y también cuidaría de no dejar algún rastro de saliva o nada muy asqueroso.

...La verdad era que no sabía porqué se preocupaba tanto de pensar en los detalles si estaba lejos de volver aquellos sueños una realidad. No tenía a nadie a quien besar, ni en el cuello ni en la boca. Desde la secundaria que no conocía a ninguna mujer y sabía muy bien que lo tenía prohibido por su endemoniada hermana, como si fuera poco su sufrimiento.

Luego de cumplir la mayoría de edad, irónicamente se acabaron sus encuentros con el sexo opuesto. No había dado un beso en años y, siendo sincero y avergonzándose hasta la médula, debía admitir que nunca llegó más allá de uno.

Era tan patético.

Apretó los dientes sin darse cuenta.

Aún existía dentro suyo esa ciega fe de que algún día se encontraría con alguna mujer que se prendara al instante de él, para comenzar un automático noviazgo; delirio que tanto caracterizó su adolescencia. Inevitablemente, éste fue perdiendo intensidad, y la esperanza se lavaba con cada día que pasaba. A veces también se cuestionaba si acaso era posible: dependía mucho de su estado de ánimo si se sentía digno o no de enamorar a una mujer. En ese instante, tocando sus músculos, creía que sólo le faltaba juntar algo más de dinero y desaparecer esas horribles ojeras de su cara. Ah, y convencer a Nayuta de que lo dejara tener pareja por una vez en su triste vida. Algunos días, no se atrevía ni a mirar a las mujeres más que un par de segundos, y nunca directamente a los ojos.

Después, jabonó sus brazos: cuando los flectaba, sus músculos saltaban a la vista desde su aparente delgadez y hasta se le marcaban las venas.

Tenía un lindo color de pelo y su rostro no estaba tan destrozado por los años, o eso intentaba creer. Además, tenía una estatura promedio. Esas cosas le interesaban a las mujeres, ¿no?

Oh.

Alguien que realmente tenía un porte que lograba interesar a cualquier mujer era sin duda Yoshida. Su estatura tan fuera de lo común hacía que sobresaliera de cualquier multitud. Ese bastardo había nacido con un don para hacer babear a las féminas. Y no sólo era eso, el cabroncito tenía una cara digna de muñeco de estantería. Pestañas tupidas, labios pulposos y una piel aún más clara que la suya. Era como un figurín de porcelana.

Quizá él era la versión para mujeres de sus revistas para adultos, sí, algo así.

Y por algún motivo, Yoshida acostumbraba a rechazar cualquier instancia amorosa con las mujeres. Hasta el día de hoy, ocupado y turnándose entre el trabajo del servicio privado y el público, Hirofumi seguía sin pareja.

¿Cómo ese tonto las ignoraba así como así? Es el mismo Dios quien le da pan a quien no tiene hambre.

¿Acaso le gustaba hacerse de rogar... o era que no sentía nada por ellas? ¿Era como esos raritos que ni siquiera tienen la virilidad para masturbarse? Esperaría cualquier cosa de ese sujeto.

Aunque le quemasen las entrañas de envidia, había que admitir que tenía un misterio muy encantador. Tenía a todas a sus pies. Era imposible superarlo. ¿Y cómo estaba tan seguro de eso? Era fácil: Denji nunca había vuelto a divisar con sus ojos a alguien tan hermoso como él.

Nunca.

Y era una locura, era inaudito, que Denji pensara eso de un hombre.

¡Pero era cierto! Esos labios que tenía, brotaban de su cara como una jugosa fruta cayendo de un árbol. Simplemente saltaban hacia afuera como pidiendo a gritos que alguien los mordiera, o en eso se había fijado la última vez que los vio.

Como si fuera poco, el muy maldito se veía increíble en el uniforme de trabajo. Ese arnés negro que le atravesaba los pectorales, que era el soporte de tela para su espada, llamaba demasiado la atención. Era demasiada coquetería convocar a que lo miraran al pecho: descubrió aquello una vez que estaba de pie, enfrente suyo, comparándose y compitiendo inútilmente contra su estatura... y una vez se le deslizaron los ojos hacia allá abajo, Yoshida no le reprochó nada y Denji lo volvió a hacer un par de veces.

En cuanto el vapor lo envolvió, pareció recostarlo en un suave y humeante colchón, en una nube infernal o algo así; caliente, sofocante.

Recordó que nadie lo vería nunca y que tampoco podrían descifrar sus pensamientos mientras estuviese ahí.

¡Ni siquiera Nayuta podría leerle la mente a tanta distancia!

Nadie lo sabría.

Entonces, como nadie lo sabría, se permitió reconocer por fin ese calor que se le estaba arremolinando en el bajo vientre. No se lo esperaba, la verdad, y tampoco sabía porqué se había puesto así. Impactaba su piel desde adentro con su tibieza, como queriendo hundirle el abdomen hacia adentro, queriendo hacerlo sentir bien.

Miró a su alrededor, abrió y cerró la puerta corrediza, confirmando que estaba solo. Hace mucho tiempo que no se sentía con ánimos de tocarse de esa forma y quiso aprovecharlo.

Tragó saliva.

Nadie lo vería. Nadie lo escucharía.

Una vez decidido, no hubo vuelta atrás: recolectó algo de saliva, cerró los ojos y se puso manos a la obra, literalmente.

Estaba tan ansioso por sentir algo bueno en aquel día que se permitiría ser tosco, o mejor dicho, un completo bruto, al tocarse.

Ni siquiera estaba del todo listo, pero éste era el suceso especial de la semana, una novedad a su rutina grisácea.

¿En qué pensaría? ¿En las revistas que no tocaba hace tantos meses? ¿En el último beso que dio y que ya no recordaba ni una pizca?

Pensaba en las mujeres y sus formas redondas que rebotaban con facilidad, sus tersas pieles y en la intensidad de los perfumes femeninos que, quizá, eran demasiado inalcanzables para él.

Por otro lado, los hombres eran más rectos, más duros, ásperos, y descuidados si se incluía a sí mismo en la caracterización. Debían tener cuerpos grandes para poder proteger al resto. Para intimidar a los malos, cuidar de los buenos. ¡Cómo le gustaría aparentar más músculo para atraer a alguien! Ser algo así como Yoshida. Él era grande y sabía imponerse.

Pensó también en la diferencia entre ambos. Nunca lo había abrazado, pero sabía que su rostro probablemente aterrizaría sobre su cuello blanco como la leche y adivinaba que el otro podría poner una fuerza bastante reconfortante si lo enredaba entre sus brazos. Entonces sentiría su olor a hombre, ese perfume demasiado caro que se rociaba en la nuca y que olía a café con almendras y que podía hacerle agua la boca a cualquier mujer.

Él era más escuálido, se veía enfermizo y roto como lo había estado toda su vida. Yoshida en cambio se veía fuerte, caro e impecable. Sus manos se veían hábiles y largas; las de Denji sólo servían para la fuerza bruta que ya ni siquiera podía usar. Y Yoshida se veía apetecible y lujoso mientras que él se veía como una rata de alcantarilla.

Abrió un ojo.

Se dio cuenta de que realmente lo que estaba haciendo con sus manos y su miembro no era más que lastimarse. Le había empezado a doler a pesar de que necesitaba hacerlo como nunca antes. ¿Qué tan difícil podía ser masturbarse? ¿Acaso era así de estúpido?

Continúo con su cometido.

Mucha fuerza, demasiada velocidad, pero lo aguantaría: necesitaba esto.

¿Qué pasaba con él? Siempre lo hacía de esta forma y funcionaba. Esto era lo único bueno que había tenido en toda su vida y, ahora, por alguna razón, no podía hacerlo.

¡Era un puto inútil!

Intentó pensar en un tremendo par de pechos, tan grandes que pareciera que iban a reventar, a saltar de la débil ropa para que él los tocara con sus manos y hundiera su babeante hocico en ellos.

Quiso (intentó) tentarse con todas las imágenes explícitas y sugerentes que su cabeza le mostraba, e incluso reemplazaba en milésimas de segundo cuando no cumplían su objetivo, pero no parecía darle resultado. Besos sucios, con saliva y sudor salpicando por todos lados y abrazos con la respiración agitada y agarrones de toda la piel que estuviese desnuda.

Empezó a mover su mano más rápido. De arriba a abajo, arriba, abajo.

Quería sentirse bien. Ya mismo.

En ese preciso instante.

En ese maldito segundo.

Necesitaba sentirse bien.

Necesitaba la electricidad de un buen orgasmo haciéndole temblar las piernas.

Lo hizo con más fuerza.

Tensó sus párpados, su mandíbula. Voluntariamente, infló su pecho.

Era urgente.

¡De verdad lo necesitaba!

¡Algo de su gusto! ¡Rápido!

Pensó en cómo quería sentirse hombre. Ese era uno de los temas principales en sus fantasías. Cómo quería estar con alguien que lo volviera un hombre de verdad. Cómo quería abrir la carne y adentrarse en alguien. Cómo quería ser salvaje e indomable y recibir lo mismo de vuelta.

Quería jadeos, quería tirones, quería fuerza bruta y un placer abrumador que le fundiera la mente.

Fuerza, con mucha fuerza.

Eso le gustaba a él.

Pensó en la fuerza con la que Yoshida podría empujarlo contra alguna pared y él reaccionaría a morderlo descaradamente para disolver su fachada de perfección. Sí, ese hijo de puta dejaría de verse tan inalcanzable y recordaría que era un simple mortal más en comparación suya.

Denji podía embarrarlo para que perdiera su pulcritud.

Cambiaría los roles: quería que lo venerara, que le dedicara las más impuras plegarias. Lo quería de rodillas adorándolo, convirtiéndose al fanatismo por su cuerpo. Calaría profundo en su cabeza y lo haría cambiarse de bando para idolatrar a los demonios: Denji era uno, después de todo.

Sí, lo adoraría a él y a su cuerpo y tendría que obedecerlo en todo.

Por un fuerte espasmo, su cabeza colgó hacia atrás. Sus ojos se cerraban con más fuerza aún.

¿Qué se creía con esa prepotencia que tenía? ¿Sólo por tener una cara bonita se creía mejor que Denji? ¡Ja, no podía esperar a ponerlo en su lugar! ¡A tenerlo rebajado! ¡Suplicándole! ¡Rogándole!

¡Le enseñaría porqué le temían hasta en el infierno!

¡Se metería en sus adentros y lo marcaría con su maldición, imposible de borrar! A ver si eso le gustaba...

¡Más!

Le arrebataría un beso y lo mordería y se tragaría la saliva o la sangre que derramasen, porque después de todo era un hombre al igual que él y podría soportar algo así de bruto.

¡Más! ¡Quería más!

Yoshida podría soportar arañazos y apretones, golpes y palmadas en ese cuerpo que presumía ser más fuerte que el suyo. ¿Por qué no venía y competían? Por su puesto que él le podía ganar a...

El cuerpo de otro hombre.

Un hombre.

Hombre.

Dejó de respirar y de moverse.

Los primeros segundos, hubo silencio. Después, fue reemplazado por el canto de las gotitas de agua caliente de la regadera, que había estado abierta todo el tiempo.

Lo intentó unos segundos, pero no. No pudo explicarse de dónde había nacido todo ese extenso delirio, o, más importante, porqué siguió moviendo su mano tras aparecerse aquellas escenas, sonidos, deseos en su mente.

¿Realmente necesitaba esto? Le había quedado doliendo.

El pecho le subía y bajaba, acelerado como un loco.

Cuando abrió los ojos, divisó todo su alrededor nublado por el vapor. Se habían empañado todas las superficies y comenzaban a deslizarse gotas por las paredes. Sus pulmones apenas podían expandirse y le llegaba muy poco aire a su nariz.

Claro, el vapor le había afectado un poquito la cabeza. Era eso.

Rápidamente abrió la ventana tras él en su máxima amplitud y cerró la llave.

Se quedó contemplando las baldosas a sus pies mientras su rincón de privacidad le era arrebatado. Se molestó un poco por la corriente de aire frío que insistía en tocarle la espalda.

No quería pensar en profundidad sobre lo ocurrido. Si comenzaba, sabía que a la noche se revolcaría de un lado a otro porque el cerebro le pesaría mucho, se le llenaría de pensamientos cíclicos y ponerle un freno sería difícil... No, definitivamente no necesitaba eso hoy.

Sería mejor ignorarlo, después de todo no había pasado nada.

Seguía solo. Los brazos le colgaban a los costados del cuerpo, inmóviles. Respiraba por la boca, cada vez más lento.

El agua lo abandonaba en pequeñas gotitas, cayendo desde las puntas de sus dedos, hasta estrellarse en las baldosas.

El teléfono de la sala comenzó a sonar, cortando el silencio del departamento con el filo de una daga. Incluso se sobresaltó un poco por la sorpresa.

Casi era como si lo hubieran pillado con las manos en la masa.

Deslizó la puerta y luego de enrollarse la toalla a la cintura y ponerse las sandalias, caminó en dirección a la sala, dejando un rastro húmedo por el piso que secaría más tarde.

La sala seguía vacía y sólo los perros dormían la siesta por los sillones y cojines. Nyako no se veía por ningún lado.

Levantó el teléfono del soporte.

—¿Hola?

Una de sus cejas se alzó con duda genuina.

No recibía llamadas de nadie, a decir verdad. Nunca sucedía.

—Hola, Denji. Terminé por hoy en el trabajo y voy en camino a verte.

La voz grave de Yoshida vibrando contra su oreja le hizo tragar saliva, nervioso.

Por suerte, recordó que nadie podría acceder a sus anteriores pensamientos... o acciones.

Sería su secreto.

Podía guardar un secreto: Yoshida se lo había enseñado muy bien, en más de un sentido.

Se aclaró la garganta antes de responderle.


Nota de Autora: Yo sé que en esta plataforma el fandom está re muerto, pero no me importa, yo seguiré publicando! (más que nada por la costumbre lol)