Tanto la historia como los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo me divierto adaptándola.

Muchas gracias por sus comentarios: OnlyRobpatti y a todoas las lectoras silenciosas.

Cap 10

—¿Puedo hacerte una pregunta personal?

Alice asiente mientras ultima los detalles de un ramo de flores que nos han encargado para un envío a domicilio. Faltan tres días para la inauguración oficial y cada vez tenemos más trabajo.

—¿De qué se trata? —me pregunta, volviéndose hacia mí.

Se apoya en el mostrador y empieza a morderse una uña.

—No hace falta que respondas si no quieres.

—Bueno, como no me hagas la pregunta, está claro que no te voy a responder.

Razón no le falta.

—¿Jasper y tú hacéis donaciones a organizaciones benéficas?

Ella me dirige una mirada confundida.

—Sí, ¿por qué?

Me encojo de hombros.

—Por curiosidad. No pretendía juzgaros ni nada de eso. Es que últimamente estoy dándole vueltas a la idea de fundar una.

—¿En qué tipo de organización habías pensado? —me pregunta—. Ahora que podemos permitírnoslo, donamos a unas cuantas, pero mi favorita es una con la que empezamos a colaborar el año pasado. Construyen escuelas en otros países. Solo el año pasado pusimos los fondos para la construcción de tres escuelas.

«Sabía que me caía bien por algún motivo.»

—Yo no tengo tanto dinero, evidentemente, pero me gustaría hacer algo. Lo que pasa es que aún no he decidido qué.

—¿Qué tal si nos centramos en la inauguración primero y luego nos ponemos a pensar en la filantropía? Un sueño detrás de otro, Bella.

Alice sale de detrás del mostrador y se dirige a la papelera. La observo mientras saca la bolsa de basura llena y la ata. No puedo evitar preguntarme por qué —ella, que tiene gente que se lo hace todo— decidió que quería trabajar en un sitio donde tendría que sacar la basura y ensuciarse las manos.

—¿Por qué trabajas aquí? —le pregunto.

Ella me mira, sonriendo.

—Porque me caes bien —dice, pero el brillo se le borra de los ojos antes de darse la vuelta y salir a tirar la basura.

Por eso, cuando vuelve, insisto.

—Alice, ¿por qué trabajas aquí?

Ella deja lo que estaba haciendo e inspira hondo, lentamente, como si se estuviera planteando ser sincera conmigo. Retrocede hasta llegar al mostrador y se apoya en él, con los tobillos cruzados.

—Porque no logro quedarme embarazada —responde, mirándose los pies—. Llevamos dos años intentándolo y nada funciona. Estaba cansada de quedarme en casa, llorando, y decidí buscar algo para mantenerme ocupada. —Se incorpora y se sacude las manos en los vaqueros—. Y tú, Isabella Swan, me mantienes muy ocupada. —Se da la vuelta para seguir arreglando el ramo de flores. Lleva retocándolo una media hora. Coge una tarjeta y la coloca entre las flores antes de volverse hacia mí y entregarme el jarrón—. Por cierto, esto es para ti.

Es obvio que Alice quiere cambiar de tema, así que le quito el jarrón de las manos.

—¿Qué quieres decir?

Poniendo los ojos en blanco, ella señala hacia mi despacho.

—Lo pone en la tarjeta; ve a leerla.

Por su reacción deduzco que son de Jacob.

Con una sonrisa en la cara, corro a mi despacho, me siento, abro el sobre y leo la tarjeta.

Bella:

Tengo un tremendo síndrome de abstinencia.

Jacob.

Sin dejar de sonreír, vuelvo a guardar la tarjeta en el sobre. Cojo el móvil y me hago una foto, sacando la lengua, con el ramo en las manos. Se la envío a Jacob acompañada por este mensaje:

Yo: Te lo advertí.

Él me responde al momento. Observo ansiosa la pantalla mientras los puntitos me indican que está escribiendo.

Jacob: Necesito mi dosis. Saldré de aquí dentro de una media hora. ¿Puedo invitarte a cenar?

Yo: No puedo. Mi madre quiere que la lleve a probar un restaurante nuevo. Se ha vuelto una foodie, está pesadísima.

Jacob: Me gusta la comida; es justo lo que como. ¿Adónde la vas a llevar?

Yo: A un sitio llamado Bib's, en Marketson.

Jacob: ¿Hay sitio para uno más?

Me quedo mirando el mensaje sin acabar de creérmelo. ¿Quiere conocer a mi madre? Si ni siquiera estamos saliendo. A ver..., que yo no tengo ningún problema con que la conozca; sé que a ella le encantará, pero es que hemos pasado de no querer saber nada de relaciones a un periodo de prueba y de ahí a querer conocer a los padres en un plazo de cinco días.

¡Madre mía! ¡No exageraba diciendo que soy como una droga!

Yo: Vale. Quedamos allí dentro de media hora.

Salgo de mi despacho con el móvil en alto y se lo muestro a Alice.

—Quiere conocer a mi madre.

—¿Quién?

—Jacob.

—¿Mi hermano? —pregunta, con la misma expresión de asombro que debo de tener yo.

Asiento.

—Tu hermano.

Mi madre. Ella me arrebata el móvil para leer los mensajes.

—Puf.

Es todo muy raro. Le quito el teléfono de las manos.

—Gracias por el voto de confianza.

Ella se excusa, riendo.

—Ya sabes lo que quiero decir. Es que estamos hablando de Jacob. Y mi hermano nunca, en toda su vida, ha conocido a los padres de una chica.

Las palabras de Alice me hacen sonreír, aunque luego me pregunto si él querrá conocer a mi madre solo por complacerme. Tal vez está haciendo cosas que no quiere hacer porque sabe que yo quiero que tengamos una relación real y completa. Y entonces mi sonrisa se hace aún más grande, porque al fin y al cabo una relación se basa en esto, ¿no? En sacrificarse por la persona que te gusta para verla feliz.

—Creo que a tu hermano le gusto de verdad —bromeo.

Me vuelvo hacia Alice, esperando verla reír, pero su mirada es muy solemne. Asiente con la cabeza.

—Sí, eso me temo. —Coge el bolso de debajo del mostrador y añade—: Pues me voy. Ya me contarás qué tal va, ¿vale?

Pasa por mi lado y me la quedo mirando mientras sale. Luego me quedo un rato quieta, observando la puerta. Me preocupa un poco que no le haga ilusión que salga con Jacob. Me pregunto si la causa serán sus sentimientos hacia mí o sus sentimientos hacia Jacob.

Veinte minutos más tarde, cuelgo el cartel de CERRADO.

«Qué poco falta para la inauguración.»

Cierro la puerta con llave y me dirijo al coche, pero me detengo en seco cuando veo que hay alguien apoyado en él. Tardo unos instantes en reconocerlo, porque está de espaldas a mí, hablando por teléfono.

«Pensaba que habíamos quedado en el restaurante, pero bueno.» Aprieto el botón y el coche se abre con un pitido. Al oírlo, Jacob se vuelve hacia mí, sonriendo.

—Sí, estoy de acuerdo —le dice a su interlocutor. Me pasa un brazo por los hombros y me atrae hacia él para darme un beso en la coronilla—. Lo hablamos mañana; ahora tengo que ocuparme de algo muy importante.

Cuelga y se guarda el móvil en el bolsillo antes de besarme. No es un beso de «hola-qué-tal». Es un beso de «he-estado-pensando-en-ti-sinparar». Me abraza y me da la vuelta hasta que quedo con la espalda apoyada en el coche, donde sigue besándome hasta que me empieza a dar vueltas la cabeza. Cuando se aparta de mí, me dirige una mirada de admiración.

—¿Sabes qué parte de ti me vuelve más loco? —Alza dos dedos hacia mi boca y resigue mi sonrisa—. Esta. Tus labios. Me encanta que sean tan rojos como tu pelo aunque no lleves pintalabios.

Sonriendo, le beso los dedos.

—Pues tendré que vigilarte cuando te presente a mi madre, porque todo el mundo dice que tenemos la misma boca.

Él detiene la caricia y deja de sonreír.

—Bella, como que no. Riendo, abro la portezuela.

—¿Vamos en dos coches?

Él acaba de abrirme la puerta y responde:

—He cogido un Uber para venir aquí; vamos juntos.

Mi madre ya está sentada a la mesa cuando llegamos, pero no nos ve porque se encuentra de espaldas a la entrada. Quedo impresionada por el restaurante desde el primer momento. La vista se me va a los colores neutros pero cálidos que decoran las paredes y al árbol casi de tamaño natural que ocupa el centro. Parece brotar directamente del suelo del restaurante, como si el resto hubiera sido construido alrededor de él.

Jacob me sigue de cerca, con la mano apoyada en la parte baja de mi espalda. Cuando llegamos a la mesa, me quito la chaqueta.

—Hola, mamá.

Ella aparta la vista del teléfono para saludarme.

—Oh, hola, cariño. —Deja el móvil en el bolso y señala a su alrededor —. Me encanta. ¿Te has fijado en la iluminación? Las lámparas podrían haber brotado de tu huerto. —En ese momento se fija en Jacob, que espera pacientemente a mi lado mientras yo me siento en el banco corrido. Sonriendo, mi madre le dice—: Dos aguas de momento, por favor.

Yo miro a Jacob y luego a mi madre.

—Mamá, viene conmigo; no es el camarero.

Ella le dirige una mirada confusa, pero él sonríe y le ofrece la mano.

—Una equivocación muy normal, señora. Soy Jacob Black.

Ella le estrecha la mano, alternando la mirada entre los dos, hasta que él le suelta la mano y se sienta a mi lado. Mi madre parece un poco nerviosa cuando se presenta al fin.

—Renne Swan. Encantada de conocerte. —Me mira, alzando una ceja —. ¿Un amigo tuyo, Isabella?

No me puedo creer que no me haya preparado mejor para este momento. ¿Cómo demonios lo presento? ¿Mi prueba temporal? No puedo llamarlo novio, pero llamarlo amigo se queda corto. Y mi candidato a novio suena fatal. Al darse cuenta de mis dudas, Jacob me apoya una mano en la rodilla y me da un apretón de ánimos.

—Mi hermana trabaja para Bella—dice—. ¿La conoce? ¿Conoce a Alice? Mi madre se echa hacia delante.

—¡Oh! ¡Sí, claro! Os parecéis mucho ahora que me fijo. Son los ojos, creo. Y la boca.

Jacob asiente.

—Los dos nos parecemos a nuestra madre.

Mi madre me sonríe.

—La gente siempre dice que Isabella se parece a mí.

—Sí —replica él—. Tienen la boca idéntica. Es asombroso. —Jacob me vuelve a apretar la rodilla por debajo de la mesa mientras yo intento aguantarme la risa—. Señoras, si me disculpan, tengo que ir un momento al servicio de caballeros. —Se inclina hacia mí y me da un beso en la sien antes de levantarse—. Si viene el camarero, tomaré agua.

Mi madre sigue a Jacob con la vista mientras se aleja y luego se vuelve lentamente hacia mí. Me señala y señala el asiento vacío de Jacob.

—¿Cómo es que no me habías hablado de él?

A mí se me escapa una sonrisa.

—Las cosas son un poco... En realidad, no es lo que... —No tengo ni idea de cómo explicarle la situación a mi madre—. Él... trabaja mucho, y por eso nos vemos muy poco. Poquísimo. De hecho, esta es la primera vez que vamos a cenar juntos.

Mi madre alza una ceja.

—¿En serio? —Vuelve a echarse hacia atrás—. Pues nadie lo diría viendo cómo actúa. Te trata como... Quiero decir que se le ve muy cómodo a tu lado... y muy cariñoso. No es el comportamiento habitual de alguien a quien acabas de conocer.

—No nos acabamos de conocer —admito—. Ya hace casi un año desde que nos vimos por primera vez. Hemos pasado tiempo juntos, pero nunca habíamos salido en plan cita. Es que trabaja mucho.

—¿Dónde trabaja?

—En el Hospital General de Massachusetts.

Mi madre se echa hacia delante con los ojos tan abiertos que parece que se le vayan a salir de las órbitas.

—¡Isabella! —sisea—. ¿Es médico?

Yo asiento, aguantándome la risa.

—Neurocirujano.

—¿Señoras? ¿Puedo traerles algo de beber? —nos pregunta un camarero.

—Sí —respondo—. Tomaremos tres...

Cierro la boca y me quedo observando al camarero mientras él me mira a mí. Tengo un nudo en la garganta; no soy capaz de hablar.

—¿Isabella? —Mi madre señala al camarero—. Está esperando a que pidas las bebidas.

—Yo..., em... —titubeo, sacudiendo la cabeza.

—Tres aguas —pide mi madre finalmente, interrumpiendo mi torpe balbuceo, y el camarero sale de su propio trance el tiempo suficiente para garabatear algo en su libreta.

—Tres aguas —repite—. Muy bien.

Se da la vuelta y se aleja, pero como lo he estado observando, veo que se vuelve hacia mí antes de empujar las puertas de la cocina. Mi madre se echa hacia delante y me pregunta:

—Pero ¿qué diantres te pasa?

Señalo por encima del hombro.

—El camarero —respondo, sacudiendo la cabeza—. Era igual que...

Estoy a punto de decir «Edward Cullen» cuando Jacob vuelve y se sienta a mi lado. Paseando la mirada entre mi madre y yo, pregunta:

—¿Qué me he perdido?

Trago saliva con dificultad, sacudiendo la cabeza. No, no puede ser Edward. Pero esos ojos... y esa boca. Sé que hace muchos años que no lo veo, pero nunca me olvidaré de su cara. Tiene que ser él. Sé que era él... Y él también me ha reconocido, porque en cuanto nuestras miradas se han cruzado, me ha mirado como si hubiera visto un fantasma.

—Bella... —me llama Jacob, apretándome la mano—. ¿Estás bien?

Yo asiento con la cabeza y me obligo a sonreír. Luego me aclaro la garganta y le digo:

—Sí, estábamos hablando de ti. —Mirando a mi madre, añado—: Jacob participó en una operación de dieciocho horas esta semana.

Mi madre se echa hacia delante, interesada, y Jacob se pone a hablarle de la operación. Llegan las aguas, pero nos las trae un camarero distinto. Nos pregunta si hemos mirado la carta y nos informa de las especialidades del chef. Los tres pedimos y hago un esfuerzo constante por mantener la atención en la conversación, pero no lo consigo; me paso el rato buscando a Edward con la mirada.

Necesito calmarme un poco; por eso le digo a Jacob:

—Tengo que ir al lavabo.

Él se levanta para dejarme salir. De camino al servicio, voy examinando las caras de todos los camareros, pero nada. Empujo la puerta del pasillo que lleva a los lavabos. Al quedarme a solas, me apoyo en la pared y echo el cuerpo hacia delante, soltando el aire. Decido tomarme un minuto para recobrar la compostura antes de volver.

Me llevo las manos a la frente y cierro los ojos. Llevo nueve años preguntándome qué habrá sido de él. Nueve años.

—¿ISabella?

Alzo la cara y contengo el aliento.

Él está al final del pasillo, como un fantasma recién llegado del pasado. Bajo la vista hacia sus pies para asegurarme de que no está suspendido en el aire. No lo está. Es real y se encuentra justo enfrente de mí. Yo sigo con la espalda pegada a la pared, sin saber qué decir.

—¿Edward?

En cuanto pronuncio su nombre, él suelta el aire, aliviado, y se acerca a mí dando tres grandes zancadas. Yo hago lo mismo. Nos encontramos a medio camino y nos abrazamos.

—Joder —dice, estrechándome con fuerza.

Yo asiento contra su pecho.

—Exacto. Joder.

Me apoya las manos en los hombros y da un paso atrás para mirarme a la cara.

—No has cambiado nada.

Yo me llevo la mano a la boca, todavía en shock, mientras lo observo de arriba abajo. La cara es la misma, pero ya no es el adolescente larguirucho y escuálido que recuerdo.

—No puedo decir lo mismo de ti.

Él se mira y se echa a reír.

—Sí, es lo que tiene pasar ocho años en el ejército.

Ambos seguimos en shock, y permanecemos en silencio, sacudiendo las cabezas, sin dar crédito a lo que acaba de pasar. Él se echa a reír primero y luego me río yo. Al fin me suelta los hombros y se cruza de brazos.

—¿Qué te trae a Boston? —pregunta, y su voz suena tan despreocupada que doy las gracias.

Tal vez se haya olvidado de la conversación que mantuvimos sobre Boston hace tantos años, lo que me evitaría una situación embarazosa.

—Vivo aquí —respondo, forzándome a sonar tan despreocupada como él —. Tengo una floristería en Park Plaza.

Él me dirige una sonrisa cómplice, como si mi logro no lo sorprendiera en absoluto. Miro hacia la puerta, porque sé que debo volver. Él se da cuenta y da otro paso atrás. Me sostiene la mirada y el silencio se agudiza entre los dos, cobrando un peso especial.

Tenemos mucho que contarnos, pero ninguno de los dos sabe ni por dónde empezar. Su mirada se apaga cuando dice:

—Supongo que deberías volver con tus acompañantes. Te buscaré algún día. Has dicho Park Plaza, ¿verdad?

Asiento con la cabeza. Él hace lo mismo. La puerta se abre y aparece una mujer acompañada de un niño pequeño. Cruza entre ambos, lo que hacer aumentar la distancia entre los dos. Yo doy un paso hacia la puerta, pero él permanece clavado en el sitio. Antes de irme, me vuelvo hacia él y sonrío.

—Me ha gustado mucho verte, Edward.

Él me devuelve la sonrisa, pero no se le ilumina la mirada.

—Sí, lo mismo digo, Isabella.

Durante el resto de la cena, permanezco casi en silencio.

No sé si Jacobo ni mi madre se dan cuenta, porque ella no se corta ni un pelo y no para de preguntarle cosas a Jacob. Él se lo toma bien y se muestra encantador con mi madre en todo momento.

El encuentro inesperado con Edward me ha alterado el estado de ánimo, pero, al final de la cena, Jacob ha conseguido que vuelva a estar relajada y contenta. Mi madre se limpia la boca con la servilleta y me señala.

—Es mi nuevo restaurante favorito. Increíble.

Jacob asiente.

—Estoy de acuerdo. Tengo que traer a Alice; le encanta probar restaurantes nuevos.

La comida estaba deliciosa, pero lo último que necesito es tener a ninguno de estos dos rondando por aquí.

—No ha estado mal —digo.

Jacob nos invita a las dos, por supuesto, y luego insiste en acompañar a mi madre hasta su coche. La mirada orgullosa que me dirige ella me dice que me llamará luego para hablar sobre él.

Cuando se marcha, Jacome acompaña a mi coche.

—He pedido un Uber para que no tengas que llevarme a casa. Tenemos aproximadamente... —Consulta el móvil—. Nos queda un minuto y medio para meternos mano.

Me echo a reír. Me rodea con sus brazos y me besa, primero en el cuello, luego en la mejilla.

—Me auto invitaría a tu casa, pero tengo una operación mañana a primera hora y estoy seguro de que el paciente agradecerá que no me pase buena parte de la noche dentro de ti.

Le devuelvo el beso, decepcionada, pero aliviada también.

—Se acerca la gran inauguración. Supongo que yo también debería dormir.

—¿Cuándo tendrás un día libre? —me pregunta. —Nunca. Y ¿tú?

—Nunca.

Sacudo la cabeza.

—Estamos condenados al fracaso. Los dos somos demasiado ambiciosos profesionalmente.

—Gracias a eso la fase de la luna de miel nos durará hasta que tengamos ochenta años —me dice, y luego añade—: Iré a la inauguración el viernes y luego los cuatro saldremos por ahí a celebrarlo. —Cuando un coche se detiene a nuestro lado, enreda la mano en mi pelo y me da un beso de despedida—. Tu madre es maravillosa, por cierto. Gracias por dejarme venir a cenar con vosotras.

Retrocede lentamente y se mete en el coche. Me lo quedo mirando mientras sale del aparcamiento y se aleja.

«Este hombre me da muy buenas vibraciones.»

Sonriendo, me doy media vuelta, pero me llevo una mano al pecho cuando lo veo. Edward está esperándome detrás de mi coche.

—Perdona, no quería asustarte.

Suelto el aire.

—Pues me temo que lo has hecho.

Me apoyo en el coche y Edward permanece donde está, aproximadamente a un metro de distancia. Mirando hacia la calle, me pregunta.

—¿Quién es el afortunado?

—Es... —Me falla la voz.

Es todo tan raro... Tengo un nudo en el pecho y el estómago me da volteretas, pero no sé si es por haber besado a Jacob o por la presencia de Edward.

— Se llama Jacob. Nos conocimos hará cosa de un año.

Al instante me arrepiento de haber dicho eso. Parece que llevemos un año juntos y ni siquiera estamos saliendo oficialmente.

—Y ¿tú qué? ¿Estás casado? ¿Tienes novia?.

No sé si se lo estoy preguntando por educación o porque realmente siento curiosidad.

—De hecho, sí. Se llama Cassie. Llevamos casi un año juntos.

Acidez. Creo que tengo acidez. ¿Un año? Con la mano en el pecho, asiento.

—Eso está bien. Se te ve feliz.

«¿Se le ve feliz?» No tengo ni idea.

—Sí, bueno. Me alegro mucho de haberte visto, Isabela. —Empieza a darse la vuelta para marcharse, pero se gira bruscamente y me mira, con las manos en los bolsillos traseros de los pantalones—. Aunque la verdad... es que me gustaría que nos hubiéramos encontrado hace un año.

Hago una mueca y trato de no dejar que sus palabras me calen hondo. Esta vez acaba de darse la vuelta y entra en el restaurante. Con las manos temblorosas, aprieto el botón y abro el coche. Me siento, cierro la puerta y agarro el volante.

No sé por qué me cae un lagrimón por la mejilla. Un enorme y patético lagrimón que no pinta nada aquí. Me lo seco bruscamente y aprieto el botón de encendido. No esperaba que me doliera tanto verlo. Pero es bueno que haya sucedido.

Sé que no ha sido casualidad. Mi corazón necesitaba ponerle el cierre a esta relación para poder avanzar y entregarme entera a Jacob. No podría haberlo hecho sin esta conversación. Así que es bueno. Me alegro de que haya ocurrido.

Sí, estoy llorando. Pero sé que se me pasará. Es simplemente la manera en que los humanos curamos una vieja herida preparándonos para que nazca una nueva capa de piel. No hay más.

—-

Ahora si que nos encontramos con Ed, que piensan ustedes?

Nos estamos leyendo.