Latido
3
Quiero dormir contigo.
¿Qué?
Quiero que duermas conmigo.
¿Ah?
A mi lado. Conmigo.
Giró hacia el otro lado, sin saber de dónde provenía esa voz.
Tenía los ojos como sellados con pegamento y la boca muy amarga, seca. Frotaba lengua contra el paladar y sabía asqueroso. Ah, y también le quemaba la garganta y el pecho de una manera que...
¿En dónde estaba?
Moviendo brazos, piernas y hasta la cabeza, reconoció el blando futón en el que dormía siempre. Llegó a casa: no sabía cómo lo hizo ni dónde estaba antes, pero lo había logrado.
Abriendo los ojos mediante débiles pestañeos pudo ganando nitidez de su alrededor; de inmediato reconoció el piso de madera de su cuarto y las patas de los muebles. Entraba algo de luz de los faroles de la calle y también la que nacía de la mismísima luna.
Tenía los brazos extendidos: con las muñecas degustaba lo frío que estaba el piso y le parecía estar más cerca de la puerta que de costumbre. También notó los montones de pelo de perro que adornaban el piso. Qué flojera daba pasar la aspiradora debajo de cada mueble, ojalá Yoshida no se fijase.
Yo-shi-da.
Como un resorte, saltó en su lugar para sentarse en un solo movimiento, en menos de un segundo.
Sin poder respirar, volteó rápido la cabeza para analizar, ansioso, la mitad de la habitación detrás suyo.
Al lado de su habitual futón, ni muy lejos ni muy cerca, yacía extendido otro, desde el cual sobresalía una cabellera negra que contrastaba con las blancas sábanas. Y, por primera vez, no se trataba de la trenza de Nayuta.
Apretando el abdomen firmemente, una catarata de recuerdos inundó su mente. Su trasero enfriándose en el asiento de metal, las botellas acumulándose en la mesa y ese brazo que lo sostuvo por todo el camino, sin descanso. Después, su episodio de vómito hacia el cause del río.
Carajo, sentía la cara caliente de sólo recordarlo.
Y ese quejido... Insufrible, tembloroso... "Por favor, duerme conmigo"...
¿Qué mierda era?
Oh.
No era sino él mismo.
Ahora se acordaba, cuando Yoshida le quitó su camiseta y lo metió en la regadera para lavarlo, lo único en que podía pensar era en ese gran cuerpo mirándolo desde arriba.
Las lágrimas se le acumulaban en los ojos y le quemaban. Eran calientes, ardían. Ardían casi tanto como su piel, que se incineraba al no ser tocada por el otro. ¿Por qué estaba tan lejos? ¿Por qué no se agachaba para abrazarlo, mejor?
Las fibras de sus músculos parecían soltarse, cortarse como viejos elásticos, por la prohibición que se imponía Denji: no podía a lanzarse a él, no podía tocarlo, enredarse en sus piernas que era lo que tenía más cerca, o ya sucumbiendo al erotismo, colgarse de su nuca y sus hombros.
No, no podía hacerlo. El otro estaba muy distante e igual de serio que siempre. Le ordenó subir los brazos, le quitó la camiseta y apenas lo miró antes de empezar a rociarlo con el agua tibia por el torso. Denji se fijaba en sus ojos, siguiendo su recorrido: apenas y se estaba fijando en su desnudez. Sólo estaba haciéndole el favor de limpiarlo y ya, el muy puto, el muy imbécil.
¿Por qué no lo miraba con la misma hambre que sentía él? Si nunca se habían visto sin ropa y habían mil escenarios para imaginar. ¿Acaso no se sentía igual de horrible por dentro al tenerlo ahí, semidesnudo, sin atreverse a cumplir sus verdaderos deseos?
Ah, claro, él era el único loco fuera de lugar.
Estaba harto de que fuera así.
Harto, harto, harto.
Exhausto.
Qué cruel era la vida: en esa misma ducha había perdido completamente la cordura pensando en él... y ahora, no recibía nada de su parte, ni una pizca de complicidad, o siquiera, reciprocidad.
Y no le salió nunca la voz. Se le había olvidado cómo hablar, lo cual era terrible porque... cómo quería pedirle un sólo favor, un banal capricho de borracho...
O quizá, un regalo de cumpleaños: que durmiera con él.
Nunca supo si pudo pronunciar su deseo o no, todo apuntaba a que no. Y ya no se acordaba de nada más.
Seguía sentado sobre sus sábanas. Sus ojos prendados al joven durmiente: su pecho subía y bajaba. Subía y bajaba. A diferencia suya, no roncaba.
Prácticamente hablando, sí se lo había cumplido. Había dormido junto a él, a un poco más de un metro pero bueno...
Con el dorso de la mano se limpió la saliva seca y olorosa de su boca en la camiseta que traía puesta.
Como siempre, no era suficiente. Necesitaba más.
No había mucha avaricia tras sus deseos; anhelaba cosas más bien simples. Deseaba sentir el calor humano que irradiaban los cuerpos de los demás. Toda su vida había sido más bien ajeno a toda esa experiencia. Y veía a las parejas pasear de la mano, darse besos en las pausas de los semáforos o al encontrarse en las estaciones de autobús. Algo de eso quería él también.
La textura de otra piel aparte de la suya.
El calor de otra boca sobre la suya.
Compartir el mismo espacio de otra persona.
Sentir otra respiración humedecerle la piel.
Sentir que no repelía a la gente. Sentir que no daba asco y que no era un fenómeno.
Se miraba las manos y las encontraba tintadas por el color azulado de la madrugada. Ceniciento, opaco. Toda la habitación se teñía con la misma tonalidad invernal; parecía haberse congelado el tiempo.
Ahí, cuando no había ningún ruido en la casa y hasta los relojes guardaban silencio, donde el viento marchaba despacio pero enfriándole el cuerpo de todas formas, una nostalgia se montaba sobre sus hombros. Como un pobre animal desorientado, perdía su brújula interna y se veía varado. Era lo mismo que le pasaba todas las noches y no lo dejaba dormir.
Entonces se convertía de nuevo en ese infante raquítico con la ropa sucia y procedía a esconder la cabeza entre sus brazos. Se le encorvaba la espalda. Su cara desaparecía.
Tenía miedo. El paso del tiempo, la soledad, el silencio de ultratumba. ¿Era de día o de noche? ¿Por qué parecía vivir dentro de un glaciar congelado y ser el único allí? Si gritaba, nadie lo ayudaría. Nadie lo vendría a buscar, a abrazar, a cuidar. A él nadie lo crio ni lo acompañó cuando fue un niño.
Y quería más. Sabía que ese miedo era porque quería escapar de allí. Quería más.
Quería que Yoshida curara sus fiebres con paños húmedos, que lo viese con ternura mientras dormía la siesta, que le sostuviera el paraguas cuando la lluvia se convirtiese en temporal.
Pero algo le decía que a Yoshida no le gustaban los niños enfermizos, sucios y que vivían en un callejón.
¿Por qué? Él no tenía pulgas, y si se le subía alguna, sabía matarlas. Y era obediente y no rechistaba ante ninguna orden dada.
¿Por qué todavía no podía tenerlo?
Quería tenerlo.
Su cabeza se elevó débilmente para comprobar cómo las paredes seguían bañadas con el barniz de la luna y su triste madrugada. Sus dedos estaban tan fríos que se pegaban los unos a los otros como si eso sirviera de algo. En sus pies tenía una mezcla de sudor frío y calcetines que se le hacía desagradable.
Comenzó a gatear. Nunca supo si de niño gateó o sólo se levantó algún día y caminó. Quizá nadie lo quiso tanto como para recordar ese dato. De todas formas, se arrastró por el suelo congelado hasta llegar a Yoshida.
Sus rodillas quedaron a unos pocos centímetros del futón. Se hincó y no traspasó ese límite. Yoshida dormía de espalda y desde esa altura podía notar que su expresión al dormir no variaba mucho. Se veía serio, sólo eso. Quizá esperaba encontrar una cara más adorable, pacífica o alguna mierda así de cursi, pero nada. Los labios se le convertían en una línea y sus ojos estaban cubiertos por el inmóvil telón de sus párpados blancos.
Se quedó a su lado, quieto. Concentrado en cómo su silueta se movía por su respirar. Tenía ambos brazos pegados a los costados del cuerpo y cubiertos por las mantas. Estaba tapado hasta arriba, por lo que sólo unos pocos centímetros de su cuello quedaban a la vista.
Algo le decía a Denji que, al ir creciendo, sus huesos nunca se rellenaron del todo. Les faltó comida, amor. Sobre todo comida, porque sus dientes nunca adquirieron una forma normal, tampoco se desarrollaron bien. Y su pelo no era más que un arbusto rubio castaño, quebradizo y sin brillo, desaliñado como un nido de pájaros. Oh, y ni hablar de su verdadero corazón, ese que nació estando defectuoso y le regurgitaba la sangre por la boca y la nariz.
En cambio Yoshida, que dormitaba bajo sus atentos ojos, era la definición de perfección. Era fuerte e inteligente. Fue buen estudiante y hasta lo ascendieron de categoría como cazador. Le pagaban bien. O sea, que a él sí lo querían. Lo querían para formar parte de sus empresas y lo querían las mujeres como novio. De seguro querían su voz profunda, su palabrería intelectual, su disciplina.
Denji no tenía nada de eso. Sólo era un gusano que se llenaba la boca para no morir de hambre.
Se inclinó sobre él.
Y lo observaba allí, tendido, ajeno, intocable, imperturbable. Era un perfecto recipiente de la más blanca y fina loza que contenía todo lo que Denji alguna vez quiso para su patética vida... y no podía tener.
Él sí estaba vivo, sí tenía corazón. Podía escuchar cómo todos los órganos dentro de él tenían vida. Adivinaba cómo la sangre le circulaba con prisa por los brazos y las piernas, y le llegaba al pecho, donde chocaba y burbujeaba con fuerza antes de salir expulsada otra vez. Un humano normal. Un humano que funcionaba bien.
Denji se inclinó aún más sobre él, embelesado. Su sombra lo fue cubriendo, hambrienta, devorando cada migaja de aquella figura.
Así que así se veía un ser vivo. Alguien normal.
¿Acaso también la gente lo prefería por su cara bonita?
Sin pensarlo en lo absoluto, apoyó dos de sus entumecidos dedos en aquella mejilla derecha. Su congelado esqueleto se hundía deliciosamente en esa carne tierna, tibia, flexible, que no escatimaba en compartirle su calor inmediatamente.
Alzó las cejas, sorprendido; la sensación era tan seductora que no quería apartarse. Apretó la mandíbula firmemente, cuidando de no emitir ningún sonido que pudiese despertarlo y arrebatarle aquel descubrimiento. La piel bajo sus dígitos se hundía como el postre más delicioso y blando que pudiese imaginar.
Y Hirofumi inhaló, exhaló, sin hacer ruido. Inhaló y exhaló. No se le movió ni un pelo, tal como si no hubiese pasado nada.
Denji tragó saliva y miró sus dedos, temblorosos y pálidos, luego de alejarlos de aquel rostro. ¿Cómo no logró despertarse con eso? ¿Acaso no los había sentido?
Yoshida lo estaba ignorando completamente. Y si tan invisible era para él y si tan poco le importaba su presencia... significa que podía seguir contemplándolo, ¿no?
Su boca, tan redonda y exquisitamente contorneada, ejercía algún tipo de hechizo en él. No podía dejar de mirarla. Y era un movimiento estúpido, probablemente irrespetuoso y hasta reprochable, que requería pensarlo dos veces para no traerle problemas...
Se dejó llevar y se acercó peligrosamente, quedando sólo a centímetros de sus labios.
Porque de todas formas él no pensaba nunca antes de actuar.
Los acechó primero, como un felino hambriento a su presa, con sus ojos. Recorrió cada comisura y pliegue con su vista, con la emoción de un infante ante un regalo envuelto. Luego, acercó su nariz, la cual se humedeció con el vapor de aquella otra nariz que exhalaba aire sin detenerse. Lo obligó a cerrar los ojos, para concentrarse esa humedad que era tan nueva para él. Lo sofocaba, le impedía respirar bien, como si se mezclara el aire de ambos en un torbellino... y eso le gustaba, mezclarse, fusionarse con él.
Por último, apoyó ambas manos al lado del futón, y casi lo rozó con su boca. Quedó justo por encima, lo suficientemente lejos para no tocarlo, pero siendo capaz saborearlo, olerlo. Apostaba que besarlo sería tan sublime, tan espectacular, que podría hacerlo sentir tan bien. Y su olor era difícil de describir, pero sabía que era él. Su saliva, su aire, su exhalación tenían un aroma. Un aroma a hombre, algo mentolado, algo salado. Podía reconocer que era él.
Y el objeto de su admiración, permaneció igual: inmóvil. Intocable. Inalcanzable. Se dio cuenta cuando abrió los ojos. Y ahí estaba él, deleitándose con algo tan básico como oler a otra persona. Ese exquisito aroma que había descubierto fue desapareciendo de sus sentidos, al darse cuenta de que se estaba dejando llevar por lo que era, nuevamente, otro de sus sueños locos. Y él sabía muy bien que sus sueños nunca se cumplían.
Se mordió los labios, con más fuerza de la que planeaba.
¿Hace cuánto tiempo no había tocado a otra persona?
¿Hace cuánto tiempo que no recibía el calor de otro ser humano?
¿Alguna vez lo recibió, siquiera?
Empezó a temblar de pies a cabeza, como una gelatina. Una gelatina que odiaba cómo le empezaban a escocer los ojos y se le hundían las cejas, porque sabía que estaba por ponerse a llorar.
Exhalando su último aliento de cordura sobre ese rostro inconsciente, se impulsó con sus brazos y se puso de pie. Cruzó la habitación, con la cara apretada y el pecho retumbando con cada paso que daba. Se le iba a romper el pecho, sí, se le iban a salir una por una las costillas.
Se tambalea al caminar porque el pecho le quema y se queda sin aire. O el aire que le entra también lo quema. Cuando abre sus ojos sólo ve la perilla de la puerta y luego las paredes de la sala, porque claro, nadie iba a estar despierto a esa hora. Luego alcanza a ver la mesa del corredor para no chocar con ella. Sus párpados aún cerrados son atravesados por la luz proveniente del balcón, más brillante, más cegadora.
Como una débil y ciega polilla, Denji llega con las alas heridas para desplomarse sobre el tapete de la puerta corrediza. Cuando abre los ojos otra vez, consigue deslizar la puerta, ver algo de la ropa que él mismo había colgado antes de avanzar y, con el último esfuerzo de sus piernas, avanza hasta dejarse caer sobre una silla.
Por supuesto que el viento que lo recibió estaba gélido y jugaba a lamer sus lágrimas y sus hombros, pero ni lo sintió. ¿Y cómo sentirlo? Si no estaba prácticamente vivo.
Él debió morir en ese basurero hecho pedazos y todo hubiera sido mejor.
La oscuridad que le entregan sus párpados no es suficiente luego de un rato, por lo que se rinde y decide permanecer con los ojos abiertos. Y vio la luna, la noche con sus ropajes oscuros, los departamentos de enfrente más hostiles que nunca y hasta el propio desorden de su balcón.
A ratos, el dolor que le electrocuta el pecho y la humedad que siente en las mejillas le recuerda que está llorando. Simplemente no puede evitarlo ni detenerlo, ya ni le hace falta decirse a sí mismo cosas horribles para que todo su cuerpo se derrumbe. Él ya está roto. Es una carta hecha pedazos y el viento, que sopla de vez en cuando, desordena aún más sus pedacitos. Es una copa que silba cuando el viento acaricia sus grietas; y lo peor, parecía que no podía dejar de romperse.
Un ruido.
Un ruido hizo que su diafragma devolviese de una patada todo el aire que intentaba respirar. Su postura se volvió rígida, sus sollozos enmudecieron.
Una seguidilla de pasos de acercaron a él con rapidez. En un instante supo que no tenía a dónde escapar, que sería mejor no intentarlo y que disimular tampoco serviría.
Ah, y también supo que no se trataba de los pequeños pies de Nayuta.
Lo siguiente que escuchó fue la puerta deslizándose, dos pasos más, y la misma siendo cerrada.
No quería voltear. No quería que lo viese así, porque el otro era tan bonito y sería un castigo que viera su propia cara, toda devastada.
Suspiró. Se sorbió los mocos e insistió en mirar hacia el frente, aún cuando sabía que Yoshida se había sentado en la silla junto a él, a menos de un metro.
La boca del estómago le ardió. Con vergüenza, con arrepentimiento: si su estúpido antojo de sentir su piel lo habían despertado y él sólo le había seguido la corriente, haciéndose el dormido, sería demasiado vergonzoso hasta para un individuo sin una mínima pizca de dignidad, como él.
Era un problema muy grande para su diminuto cerebro. Podía hacer como que nunca pasó; fingiría que no estaba así de desesperado y no le daría explicaciones a nadie.
Quizá Yoshida también quería observar la luna aquella madrugada, ¿no? Podía ser eso, sí. Ambos tenían una postura similar, miraban tercamente los edificios de enfrente y no habían intercambiado palabras en un buen tiempo.
Sólo él podía saber cómo estaba de desesperado. Y, diablos, sí que estaba desesperado: todo el día soñaba despierto con abrazos y con tener sexo y con alguien con quien caminar de la mano y alguien que lo cargara en sus brazos cuando su corazón no diera más de la pena.
¿Qué lo había marcado para nacer en un basurero, en completa soledad? ¿Qué maldición tenía para ver fallecer a todos los que alguna vez amó? ¿Cómo podía repeler el amor de esa manera?: como si su piel fuese impermeable a las caricias y sus oídos se hubiesen ensordecido al nunca escuchar un consuelo.
Sentía el frío extenderse por sus huesos y hacer que se cuerpo se hundiera, se escondiera. Quería desaparecer, ¿qué importaba? Nadie iba a extrañarlo.
Nadie.
—Estoy tan... solo —murmuró, en un hilo de voz. Notó que estaba tiritando cuando sus dientes chocaron entre sí sonoramente.
Yoshida por fin se atrevió a girar en su dirección, y se rascó la nuca luego de analizar el desastre de persona que tenía en frente suyo.
El cuerpo dolía cuando llegaba a casa y sólo lo recibían los muebles y las mascotas. Después de repetirse tanto el mismo escenario, simplemente se perdía el hábito de sonreír y las mejillas fallecían dolorosamente. Los ojos también perdían brillo y su voz perdía volumen. ¿Quién lo escucharía de todos modos?
Lo único que le faltaba era desaparecer físicamente. Un día, se miraría al espejo y no se vería más.
Mierda, eso lo había asustado.
Se abrazó a sí mismo, sintiendo las manos congeladas arañar sus bíceps, buscando convencerse de su propia existencia. ¡No podía desaparecer! ¡Él no quería morir aún! Si no se recordaba a sí mismo, nadie lo haría.
Nadie.
—Tan... solo. —Quería gritarlo, pero no hallaba energía.
¡Nadie!
—Bueno... Ahora me tienes aquí, contigo.
Se sobresaltó un poco, pero no quiso ocultarlo. Ni siquiera recordaba que el otro estuviese ahí. Le echó un fugaz vistazo: con una mano cubría su cuello, se inclinaba un poco hacia él y sus ojos se removían incómodos por el lugar.
¿Se habría dado cuenta de que Denji lo contempló tan de cerca estando dormido? ¿Le había molestado? Después de todo, Yoshida lo había observado en su estado puro más de una vez, lo que significaba haber presenciado los más desatinados actos de su parte. Desde comer con las manos, trabajar como silla humana, hasta ahora, emborrachándose y lanzándose al piso a llorar como un maniático. ¿Por qué era que nunca le cuestionaba nada ni le pedía explicaciones? ¿Tenía algún cargamento infinito de paciencia y comprensión, o era que le ocultaba algo? ¿Quizá un profundo desinterés hacia él? Siempre mantenía su compostura y su seriedad, no importaba lo que viese. No reaccionaba.
Y quería verlo reaccionar. Quería sacarlo de su estúpido papel lleno de profesionalismo y verlo demostrar algo de su verdadera personalidad.
¿Qué pensaba él de Denji? Pero con completa honestidad, esa era la respuesta que quería. ¿Encontraría deseables algunas partes de su cuerpo? ¿Le daban risa sus bromas? ¿Le gustaba realmente conversar con él y oírlo decir todas esas palabrotas?
¿Quería que fuesen las únicas dos personas vivas en el mundo, para poseer completamente su tiempo y compañía? ¿Acaso lo deseaba con el mismo antojo de un drogadicto cuando lo despojan de su vicio? ¿Acaso le dedicaba pensamientos raros, de esos que no te atreves a decir en voz alta? Porque Denji sí lo hacía.
Y era difícil adivinar lo que pensaba Yoshida. Hablaba poco y demostraba aún menos.
En el fondo, Denji tenía mucho miedo de la posibilidad de que... todo fuese por dinero. Eso de acompañarlo y vigilarlo tan de cerca. ¿Quizá le seguían pagando? O quizá le pagaron hasta que terminaron el instituto y ahora lo acompañaba de vez en cuando por costumbre, pero no había nada más. No había cariño o simpatía o... no gustaba de él ni un poco.
No, eso sería horroroso. No quería volver a pensar en eso jamás.
Se dio cuenta de que nunca había querido a nadie más de esa manera; era un capricho que fue creciendo con los años y estaba a punto de estallar.
¿Yoshida lo quería?
¿Era posible?
Dos opciones: era Yoshida... o nadie, esa palabra que tanto lo asustaba.
—¿Te digo algo? —Denji ni siquiera le dio tiempo de responder, sólo se volteó hasta que pudo mirarlo fijamente a los ojos—. Soy patético, realmente patético. Nunca tuve novia, no he dado un beso en años. Nunca he caminado de la mano con nadie. Peor aún, nunca he bailado siquiera con una mujer.
Era su manera de decirle que le era fiel. Que aguardaba sólo por sus pesadas manos de hombre, su tosca percepción de los sentimientos y su cara sin mucha emoción.
Aún así, decir eso en voz alta dolía tanto como tragar ácido. La vergüenza le corroía la garganta por dentro.
Ambos pestañearon, sin soltar el contacto visual.
¿Yoshida podría querer a un perdedor como él?
El de cabellos negros se rascó el cuello y se aclaró la garganta.
—Yo podría bailar contigo. —Hirofumi extendió sus labios en una sonrisa tímida, o más bien, torpe.
El rubio no pudo evitar torcer la boca, con molestia: de seguro pensaba que seguía ebrio y por eso le seguía el juego.
—Nah, olvídalo.
—Vamos, es fácil.
Rodó los ojos y permaneció sentado, mientras Yoshida se levantaba de la silla y avanzaba hasta la mitad del balcón, lentamente. Se ubicó en el centro, con los brazos colgando con flojera. Estaba con la misma ropa de antes, sólo se había sacado los zapatos.
Esto era exactamente lo que el rubio se estaba cuestionando. ¿Por qué siempre le seguía el juego? Ambos sabían que era una idea de todo menos normal. Nadie se levantaba a bailar así como si nada en medio de la noche, sin música, sin nada. ¿Por qué Yoshida pretendía que sí era algo común? ¿Para hacerlo sentir mejor, acaso?
Era en momentos como estos, donde dudaba tanto de él, que se hartaba de su misterio y se enfadaba. No podía entenderlo. No podía entender cómo no le daba vergüenza pararse ahí y esperarle. No sabía si era estúpido o inteligente o un consuelo o una burla.
Entonces, Yoshida extendió su mano hacia él, con los dedos abiertos. Sus ojos, a la distancia, no lo soltaban.
"No jodas".
Denji se congeló, y genuinamente, se puso nervioso.
El muy cabrón iba en serio.
Ahí estaba de pie, el viento nocturno le agitaba el cabello, dejando entrever un par de ojos que no lo dejaban en paz. Lo llamaban. Lo esperaban.
Odiaba cómo se sentía de nervioso y estúpido y vulnerable bajo su escrutinio. Odiaba cómo se le calentaba la cara y se le movían las tripas y cómo le saltaba el corazón, como si estuviera cayendo por un barranco. Odiaba esa necesidad que tenía de complacerlo y agradarle. Y, por tanto, odiaba cómo se había levantado de la silla sin siquiera darse cuenta.
Aguantándose como nunca las ganas de maldecir, y aunque le diera vergüenza lo que hizo hace un rato en la habitación y sus propias palabras de hace un minuto, se obligó a ir hacia él.
Quizá ese retumbar tan fuerte que sentía en el tórax era el fantasma de Pochita llamándole la atención, rogándole que fuese hacia él. Y le hizo caso, a regañadientes. Se limpió la cara con su camiseta y caminó tapándose con ella hasta que chocó con el otro cuerpo.
—Sólo pones tu mano aquí, y yo aquí... —Yoshida tomó su mano derecha y la subió hasta su propio hombro, mientras procedía a envolver su cintura con su brazo—. Eso, ahora... Bueno, esto.
Denji miró fijamente la camiseta del más alto. Sintió a Yoshida buscar su mano restante para envolverla con la suya, más grande y más caliente.
Se sintió borracho, extasiado, satisfecho inmediatamente con el calor que le entregaba ese débil y extraño apretón entre sus manos. Aún así, no podía mirarlo a los ojos.
—Ahora puedes bailar —habló Yoshida, su voz ronca estaba a nada de convertirse en un susurro.
El rubio también se moría de la vergüenza, podía entenderlo. Parecían una pareja de estatuas ancladas al piso.
Denji tercamente aferraba su vista al hombro que tenía frente a sí. ¿Qué tenía que hacer ahora? Podía imaginarse un lento y moribundo tango sonando de fondo, pero es que nunca había oído un tango. Ni un vals. ¿Qué otra música se bailaba?
Esto rallaba en lo humillante. ¿Por qué no podía dejar de ocurrírsele ideas tan idiotas?
Antes de morderse más fuerte la lengua y mandar todo a la mierda, Yoshida comenzó a mecerse suavemente hacia los lados, con la fuerza suficiente para mover a Denji también.
Eso era nuevo.
Denji se sorprendió tanto, que dejó de respirar. Puso toda su atención en sentir cómo su cuerpo se sacudía, de lado a lado, torpemente, sin gracia.
No estaban tan pegados, la verdad. Faltaba poco para que sus pechos se tocaran, pero no lo hacían. Sus manos aún se sostenían la una a la otra y los dedos del rubio caían por aquel hombro.
Era tan pero tan raro. En plena madrugada, en medio del silencio de la noche, se sostenían para "bailar". Ya podía considerarse un baile, porque se habían desplazado un poco, hacia adelante y hacia los lados, ya que si Yoshida daba un paso, él reaccionaba a dar otro, por pequeño que fuese. Sus pies, cubiertos por los calcetines, jugaban a perseguirse.
No había ningún sonido en la escena, no había música. Ojalá su cerebro pudiese ambientarle con alguna suave melodía, pero no podía.
No podía disfrutarlo del todo porque creía que Yoshida, muy probablemente, se prestaba para sus jugarretas pensando que seguía borracho.
O quizá, porque sentía lástima por él.
Le echó un fugaz vistazo. No sonreía pero tampoco se veía enojado, ni extrañado, ni ruborizado. Aún así, ahí seguía Yoshida dirigiendo el baile, con la cabeza erguida y mirando hacia adelante.
Consideraba patético que el encargado de vigilarlo fuese la única persona que se había quedado con él todos estos años. La única.
El único.
Era lo único que le quedaba.
Ah.
Lo sentía, como parásitos removiéndose bajo su piel: las ganas de llorar. Iban a reventar nuevamente. Le quemaba detrás de los ojos y tarde o temprano se rebalsaría el llanto sin pedirle permiso.
Subió su cabeza, alzando el mentón por primera vez en mucho tiempo.
Y entonces vio aquellos orbes, aquellos ojos oscuros, profundos como el azabache, como un café muy cargado y muy amargo. ¿Estaban vacíos? ¿O le estaban ocultando algo?
¿Y si Yoshida no es tan perfecto como se lo imaginó? ¿No tenía todos sus sueños cumplidos y la vida resuelta?
¿Y si en realidad no sabía nada sobre él? ¿Y si nunca se esmeró por conocerlo realmente? ¿Y si lo único que hizo fue imaginarse a alguien de ojos bonitos que nunca fueron tan bonitos?
¿Y si Yoshida nunca lo conoció a él tampoco? ¿Y si Denji no existía para él?
Quería preguntarle qué veía. Si de verdad existían en la misma realidad, si podía oírlo, sentirlo. Pero se aguantó.
¿Y si no es su salvador? ¿Su respuesta a todo? ¿Su vida entera? ¿Su motivo para seguir vivo? ¿Para seguir existiendo?
¡No! ¡Eso sería terrible! ¡Horrible!
Yoshida detuvo sus movimientos y, para desgracia del rubio, bajó la cabeza y comenzó a mirarlo a los ojos. Había una cabeza de distancia entre ellos, pero aún así, nunca habían estado tan cerca el uno del otro.
Aquellos ojos eran tan grandes y se encargaban de informarle que tenía su completa atención, que no existía otra cosa a donde mirar en aquel momento además de él.
Nunca lo había visto así. Y claro que observarlo dormido, como un depravado, no contaba.
No sabía que un rostro podía tener tantos detalles, tantas marcas, texturas diferentes que admirar. No sabía que él también tenía una pequeña sombra que le contorneaba los párpados inferiores. Que el cabello se le acomodaba en mechones toscos y desordenados. Que la luna parecía haberse antojado de nadar en el ébano de sus ojos y reflejaba su redondez en ese profundo mar negro.
Él también deseaba zambullirse ahí. Reflejarse en sus ojos. Ver su desgraciado rostro enmarcado allí.
El más alto pestañeaba tan lento y no hacía nada más que observarlo. No hablaba, no se movía, nada. ¿Acaso le gustaba mirarlo bajo la luz de la luna? ¿Era eso? ¿Sólo existía para que Denji siguiera con vida? ¿O existía en verdad?
Si acaso Yoshida no era la razón por la que seguía vivo...
¡¿Entonces por qué seguía ahí... mirándolo de esa forma!?
Su castillo de arena estaba a un soplido de derrumbarse por completo, pero con él dentro. La avalancha le aplastaría todos los huesos. Se destrozaría su mundo entero si no hallaba las respuestas en ese preciso segundo.
—¿Quién eres? —inquirió su voz, tan rasposa como temerosa.
Las cejas de Yoshida se juntaron en el medio de su frente.
—¿Qué somos tú y yo? ¿Qué somos?
La mandíbula de Yoshida cayó lentamente.
¿Qué? ¿Acaso no sabía hablar? ¿Por qué no le respondía?
Denji soltó su mano del agarre para aferrarse a su otro hombro, quizá llegando a rasguñar su ropa sin darse cuenta.
La cara del más alto se deformó como nunca. Se arrugaba su frente y se tensaba su boca. ¿Y por qué? ¿Por la lágrima que ya resbalaba por la mejilla del rubio? Si tanto se preocupaba por él, le haría un bien en responderle, pero no lo hacía. ¿Qué pasaba por su mente?
¿¡Y por qué lo seguía mirando así!?
—Yoshida, respóndeme. ¡Habla! —ladró, entre dientes.
El bastardo no hacía nada. Seguía ahí con la boca abierta y haciéndole los mismos ojitos. Denji sentía su sangre hervir al pasar por sus brazos, los cuales empezaron a temblar, arrugando consigo la ropa del otro, y por sus piernas, la cuales comenzaban a flaquear.
No podía soportar más aquella tortura.
Bajo esos grandes ojos, negros como el abismo, se sintió diminuto, se sintió inferior.
Bajo aquellos labios carnosos se sintió famélico. Raquítico.
Bajo esa tersa piel, que reflejaba las farolas de la calle, se sintió asqueroso. Indigno.
¿Qué sentía Yoshida al mirarlo tanto? ¿Lástima, vergüenza ajena? ¿Se perturbaba con su explosividad? ¿Lo tomaría por un loco si le contaba lo que había empezado a sentir?
El fantasma de Pochita latía feroz en su pecho; las palpitaciones resonaban hasta en sus oídos. Su sangre seguía estando viva y todo para obsequiarle una oportunidad más: esa fue su señal. En ese segundo se decidiría si debía seguir viviendo o... era su fin.
Era un asunto de vida o muerte.
Lo hizo sintiéndose sordo y ciego, porque sólo podía escuchar el retumbar en su cabeza y decidió cerrar los ojos. Deslizó sus manos hacia arriba, llegando a probar la piel de aquel cuello con sus huellas digitales por un efímero segundo, y cuando alcanzó su nuca, la atrajo hacia abajo y él se paró en la punta de sus pies.
Y le estampó un beso.
Abriendo un poco la boca, aprisionó ambos de sus labios y permaneció así, temeroso de hacer cualquier otro movimiento, deteniendo hasta su respiración. Atraía aquella boca hacia la suya con una succión muy leve. Como ladeó un poco la cabeza, su nariz se deleitó al hundirse contra aquella piel, y adivinaba, emocionado, que su lunar tan característico se estaba pegando contra algún lugar de su mejilla.
Ahora, sus latidos contaron el tiempo, sirviendo de fiel reloj.
Tres segundos. Cuatro segundos.
Mierda.
Su derrota le hizo temblar aún más las piernas y apretar los párpados.
¡Mierda!
Cinco segundos.
Seis.
El beso sonó cuando Denji se alejó rápidamente, apoyando todo la planta de los pies en el piso. No quiso abrir los ojos, no quiso ni imaginarse la expresión que había hecho el otro: Yoshida no había correspondido el beso. Es más, no había hecho nada.
Cayó de rodillas al suelo y comenzó a golpear el piso con los puños, cuatro, cinco veces, justo al lado de los pies del otro joven. Gruñó como un animal envenenado, antes de que se le cerrara la garganta.
Yoshida no había correspondido el beso y él cayó como un muñeco de trapo al que le habían arrebatado el alma.
Yoshida no había correspondido el beso y a él muy pronto le arrebatarían la vida misma.
Todo daba vueltas dentro de su cabeza.
¡Imposible!
¡Estaba solo en esto y nadie iba a salvarlo!
¡Moriría solo!
¡Moriría ahí mismo!
¿¡Por qué nadie lo ayudaba?!
¡No quería morir!
Dio una gran bocanada de aire y lo guardó todo en su pecho. Quería proferir el grito más grande jamás oído antes: sería su última palabra antes de morir.
Sentía que su corazón se había deshecho y simplemente se derretían todas sus capas; que un veneno mortal se había diseminado por todo su cuerpo, volviendo sus movimientos lentos y descoordinados; que el cerebro se le quedaría sin oxígeno y poco a poco se iría marchitando.
En su cabeza se oía un repertorio de gritos desgarrados; como violines desafinados con sus cuerdas a punto de cortarse.
No había podido recordar toda su vida en un segundo, como pasaba en las películas, ni dejar su testamento a nadie. Fallecería ahí, en su balcón, completamente solo y con el corazón apuñalado.
Estaba tan convencido de haber muerto, de que ya se le subían los gusanos encima y que su cuerpo comenzaría a enfriarse lentamente, que se desconectó completamente de sus sentidos. Le costó percatarse de que una fuerza externa le movió el esqueleto para que dejara de aplastar su cara contra el piso. También tardó en darse cuenta de que esa fuerza externa tenía nombre y era una persona.
Poco a poco, pudo asimilar que "eso" que apareció sosteniendo su rostro con fuerza, obligándolo a ver hacia arriba, eran dos manos. Y sus pulmones se abrieron dejando pasar un aire que lo quemaba y lo congelaba a la vez. Aún sentía las extremidades paralizadas e inertes. Pudo abrir un ojo débilmente, justo alcanzando a ver cómo Yoshida se acercaba a él, con los ojos cerrados y agachado de alguna forma para quedar a su altura.
Y esta vez, él inició el beso.
Estaba siendo besado.
Las grietas de sus labios y la piel de su cara se empapaban con el inconfundible calor del aliento de otra persona.
Era cálido y agradable y parecía devolverle la vida misma.
Estaba siendo besado, y cuando se corrió la voz, su corazón bombeó con prisa, saltando con ímpetu, remeciendo todo a su alrededor.
Denji abrió ambos ojos, muy confundido. Se veía muy feo desde aquel ángulo, pero pudo comprobar que era Yoshida. Y ese sabor salado y mentolado que quedó sobre su boca también se lo confirmó.
Lo único que hacía Hirofumi era repetir el antiguo movimiento del rubio, absorber el centro de su boca. Tres veces. La humedad y la succión sonaban demasiado fuerte, ruborizando hasta las orejas de Denji. Después sólo eran empujones, unos blandos y tibios labios chocando contra los suyos. Era una suave marea, cuyas olas rompían en los roqueríos de su boca; toda tensa, salada y despellejada. Terminó relajando su boca antes de que acabara, pero no hizo nada más.
El más alto se alejó, hasta retiró sus manos, y se quedó viéndolo fijamente, aún con la frente muy arrugada y las cejas temblando.
O sea, que no había muerto. O sea, que estaba vivo y que aún no escapaba de este mundo y...
—¿Por qué hiciste eso? —sollozó Denji.
Yoshida se aclaró la garganta.
—¿¡Por qué me besaste!? —repitió.
—Porque tú lo hiciste primero.
De estar tirado en el piso, pasó a estar en cuatro patas. Se forzó a respirar.
Costaba pensar con el cerebro así, como remecido por un terremoto. Y el cosquilleo remanente en sus labios le recordaba que había ocurrido en verdad. ¿Cómo y por qué? No estaba entendiendo nada.
—¿Fue porque querías? ¡Responde! ¿Querías hacerlo?
—Sí, Denji. Si tú quieres, yo también quiero. —Se agachó de hombros.
Arrugó la nariz, le enseñó los dientes: cómo lo hacía enojar este imbécil. Esa no era la respuesta que buscaba.
—¿Entonces qué somos? Nadie se besa así porque sí. ¿Qué somos? —hablaba entrecortado.
—Es complicado, Denji, pero...
—¡¿QUÉ somos!? —Su grito lo hizo saltar y cortar el contacto visual.
No sabía si esto era bueno. No sabía si era una broma o si le aseguraba un futuro feliz o si sería seguro confiarle su corazón. El sudor le bañaba la frente, la nuca, los hombros, la camiseta se le pegaba a la piel.
—Con certeza, no lo sé. Nunca lo he tenido claro. Aunque, creo, podemos ser cualquier cosa.
Analizó su cuerpo y su cara con ojo crítico, a ver si se le escapaba algo que delatase que estaba mintiendo. Tenía la misma expresión de siempre, hablaba no muy rápido y adornaba todo con palabras bonitas en vez de ir al grano.
—¿Qué?
—Sí, podemos ser lo que tú quieras.
—Espera, espera, ¿por qué estás haciendo esto? ¿Sigue siendo tu trabajo? —Denji dejó su cabeza colgar hacia abajo, ya no quería verlo ni saber la verdad, si es que no era la que él quería, claro—. ¡Responde!
Le dolía la cabeza de tanto pensar. Él siempre había sido un poco tonto, así que no quería confiar cien por ciento en sí mismo; Pochita tenía mucha fuerza, pero lo daba por muerto; y Yoshida era el más inteligente de aquel escenario, podría manipularlo si quisiera, y le había estimado tanto que podría arruinarle la vida en un abrir y cerrar de ojos.
Bueno, aún tenía a Nayuta bajo la manga, ella no estaba enterada de nada. Si Yoshida se atrevía a dañarlo, la chica tomaría venganza con sus propias manos. Eso era seguro.
Se hincó, con el cuerpo sumergido en una mezcla de dolor y cansancio; filas de hormigas le recorrían los brazos. Sentado sobre su trasero, obtuvo una mejor vista de Yoshida, quien se sentaba al estilo indio, mientras sostenía uno de sus codos y el otro brazo simplemente le colgaba inmóvil. Pestañeaba lento, mirando el piso. Su expresión: la misma de siempre, salvo por el ceño, un poco fruncido. Había bajado la guardia.
Y Denji recibió una puntada caliente, de arrepentimiento puro, en el pecho, sólo por haber pensado lo anterior: él no quería hacerle daño a Yoshida.
No quería que le pasara nada malo y, es más, quería que fuese el único que corriese una suerte distinta a todas las otras personas que amó.
No quería verlo sufrir, pero tampoco quería que nadie se lo quitara.
Cuando volvieron a mirarse, por tímido que aparentase ser el más alto, la boca abierta de Denji y su temple más calmado, le invitaron a hablar.
—Yo creo que sigo estando contigo porque me acostumbré a cuidarte. —Tragó saliva.
—¿Sólo por eso? —Alzó una ceja.
Le respondió asintiendo con la cabeza.
—¿Es en serio? –No pudo ocultar el veneno de su voz.
—Búrlate si quieres, pero eres la única persona que ha estado tanto tiempo en mi vida.
Era esa mirada oscura y sin sentimientos, contra el rubio descerebrado que quizá tenía demasiados sentimientos.
—¿Y ya? ¿No hay nada más? ¿No vas a decirme nada más?
—¿Por qué? ¿Debería decir algo más? No entiendo.
Esa duda genuina se sintió como una patada en la cara, que le juntó las cejas y le cerró los ojos: él era su todo, las ganas ardientes de seguir viviendo, de seguir soñando, se las dedicaba a él.
Así que, él era el único que lo deseaba de esa forma, con locura, con desesperación. Era un delirio unilateral. Él estaba desquiciado por tenerle... pero no era correspondido.
Y no se lo esperaba, pero el otro siguió hablando.
–Contigo me siento más normal, por así decirlo. Tengo alguien con hablar, con quién estar después del trabajo. No acostumbro realmente a estar con más personas. —Sus palabras parecían un murmullo; su pronunciación temblando por el retraimiento—. Y esas cosas como beber, nunca las había hecho con nadie. Eso de escaparme de la secundaria, tampoco. A pesar de que yo propuse las ideas y todo, lo hice porque es lo que creo que es normal. Es lo que veo que hacen los demás.
Eran razones estúpidas, sí. Banales. Sólo le estaba diciendo que lo sacaba del hoyo de la soledad y ya.
Pero, en el fondo, las razones de Denji eran bastante similares. Él había dejado que la soledad lo volviese loco, arisco, maniático: un soñador asustado de cumplir sus sueños.
—Y hoy fue la primera vez que bailé con alguien, al igual que tú.
Denji subió una ceja, perplejo, y su cuello llegó a crujir cuando subió rápidamente la cabeza para verle.
Cuando lo vio reírse tímidamente, pero con algo de felicidad dentro de sus ojos, quiso llorar de nuevo, pero de la ternura. La confesión de Yoshida era tan triste como patética, pero ver su cara deformarse con la vergüenza e intentar ocultarlo de alguna manera, le provocaba una agresividad muy peculiar; como si quisiera morderle las mejillas o apretarle fuerte las manos. O darle un beso brusco.
Denji sacudió la cabeza, abochornado.
Quizá debía de dejar de pedirle tanto y aceptarlo así, con sus expresiones en blanco y sus palabras siempre tan formales y enredadas. Siempre tan pulcro y correcto.
Suspiró, sus hombros caían sintiéndose algo más livianos. Sí, no tenía que enojarse tanto, después de todo... le seguía respondiendo como para no meter más la pata.
Y hasta lo había besado.
Denji posó su mano sobre sus labios.
Aún estaban cubiertos por la saliva del otro.
Sus labios eran esponjosos, podía hundirlos tal y como lo había hecho Yoshida. Y mientras más los recorría con sus dedos, más los reconocía como propios. Aun estando despellejados, secos, salados, y algo dolorosos si hacía mucha presión, eran suyos. Era su boca. Y había sido besada.
Le habían dado un beso.
Y él también había besado.
Entonces su boca también existía. Él existía. Existía para otra persona también.
Y con eso tuvo suficiente: se desplomó, sintiendo su cuerpo hacerse muy ligero y su cabeza muy pesada. Por segunda vez, el pecho de Yoshida salió a recibirlo, y esta vez, uno de sus brazos lo rodeó por las costillas, rozando su cintura.
¿Así que esto era lo único que tenía e iba a tener? ¿Un hombre igual de confundido de él, que no sabe qué hacer con sus sentimientos? ¿Que ni siquiera tenía el coraje para besarlo con pasión?
Él guardaba mucha pasión dentro suyo, fantasias y necesidades carnales acumuladas desde hace tantos años y mucha curiosidad por ese cuerpo ajeno. Pero tal vez, no le haría mal esperar un poco, conocerlo más a profundidad, darle las gracias por inspirarlo a seguir con su triste y truncada vida.
Darle las gracias por haberle resucitado el corazón, por hacerle latir el pecho.
—Yoshida, tú a mí... Tú haces que me sienta menos solo.
El pecho se le incineraba, pero no quería seguir llorando. Vulnerable a cualquier ataque, reposaba como un ciervo herido que sólo era sostenido por el pecho y el brazo de Yoshida.
Hablar era como sacarse el vendaje y dejar que la herida tomara aire.
—Yo también dejo de sentirme solo cuando estoy contigo, Denji.
Era mucha avaricia querer ver su rostro al decir aquello, tal vez se emocionaría hasta el llanto. Así que, con los ojos cerrados, se imaginó su misma cara de seria de siempre: tendría que aprender a quererla.
Pasó tanto tiempo ahí, oculto en la fortaleza de aquel pecho, que su respiración se calmó. Dentro de su cabeza ya nadie gritaba ni se rompía la voz. Sus pulmones ya no sangraban.
Había una novedad: sentía su propio corazón, latiendo despacito.
—Tú... ¿Quizá quieres ir adentro? —Como había pegado la oreja contra su pecho, la voz ronca de Yoshida vibró contra él.
—Quédate. —Lo miró hacia arriba, encontrando sus ojos—. Por favor.
Por siempre. Para siempre.
En aquellos ojos seguía reflejándose la luna, redonda, blanca, enorme, y le gustaban tanto.
Sí, le encantaban.
Quizá, tenía que intentarlo con él. Darle una oportunidad.
Quizá, para esto seguía teniendo corazón
Quizá era la última vez que su corazón iba a latir: y tenía que aprovecharlo.
FIN
Ojalá algún día me canse de escribir sobre Denji traumadito y sólo escriba de él siendo feliz. De verdad espero que pase, porque quería que esta historia fuera amarga, confusa y dolorosa porque así se viene sintiendo el manga para mí. UGH!, sólo quería deshacerme de esta idea y plasmarla rápido para escribir otras cosas, peeero me demoré harto, empecé en marzo de este año, para ser exactos pero bueno, ya está. Además, se me había olvidado subir el final aquí en FFN JAJAJ, así que recomiendo seguirme en AO3 ya que suelo interactuar más, dejar más notas de autora, incluir las canciones que usé de inspiración, etc.
Muuuchas gracias por leer y aprecio cualquier comentario acerca de la historia! Hasta pronto!
