Es por la mañana temprano, pero Regina no escuchó a Cora caminar por la planta alta de la casa. Lleva media hora mirando sus pies, sentada en uno de los lados de la cama, ya que ha dormido donde se siente bien y no necesariamente en un lado predilecto desde que había regresado al cuarto más lujoso de la casa. Aún tiene dificultades para moverse, a veces parece que tiene un botón que debe activarse cuando se levanta de algún sitio, porque carga con una tonelada en sus piernas y los dedos de los pies parecen garfios que no se abren si no se tiene mucha paciencia. Eso irrita a Regina de una forma que ni ella misma podría explicar. Pero no es por eso por lo que lleva despierta hace tanto tiempo, necesita algo en lo que pensar, algo que no sean sus recuerdos, pero es en vano, no consigue no pensar que puede haber vivido peleas homéricas con su marido antes de haberse ido a la cama con él algunas veces. Las peleas de parejas, en algunas ocasiones, tienen eso de bueno, las reconciliaciones. ¿Pero hasta dónde las reconciliaciones resolvían sus problemas psicológicos causados por el alcohol?
En realidad, Regina sabía que buena parte de sus desavenencias estaban relacionadas a la alta tasa de alcohol en su sangre. Le preguntó sobre ello al terapeuta durante la consulta y el hombre tras la mesa le respondió que hasta el vicio podría ser un capricho de una persona muy egocéntrica. Según las evidencias, las únicas dos personas que no eran víctimas de Regina eran sus hijos. Eso calmó a Regina mientras tomaba valor para levantarse de la cama de una vez. Si los hijos no habían sufrido con su carácter, entonces no tenía por qué preocuparse tanto. Desde que había hablado con Sidney, lo estaba llevando todo sin tantas preocupaciones, fue lo que le dijo a Emma, y a ella misma. No se estaba preocupando. ¿Quién eran las personas para juzgarla ahora? Todo había pasado. Las personas habían olvidado, hasta ella, por obra del destino había perdido los recuerdos de lo que había hecho. ¿Para qué preocuparse cuando nadie más se acordaba? ¿Para qué lamentar si ya no era más la misma persona?
Regina finalmente se levanta, va hasta el vestidor y se cambia de ropa, pero no para ponerse nada serio como la mayoría de las prendas que tiene en el armario. Coge su mejor camisa de seda, la mejor falda oscura y los zapatos de tacón, aunque aún le duelen los pies si pasa mucho tiempo con ellos. Está bien vestida y satisfecha cuando se sienta delante del tocador para el ritual del maquillaje: el labial es el mismo de siempre, rojo vino. Ahora solo falta el perfume y escoge White Diamonds entre todos los Eau de Parfum.
Baja un rato después, lenta y orgullosa de no tener que agarrarse, miedosa, en el pasamanos de la escalera. Solo ella y su bastón acompañando el ritmo. Era extraño sentirse así sin tener a Emma cerca, porque en algún momento creyó que no estaría segura sin Emma con ella en aquella inmensidad de casa. Pasó a depender mucho de ella para sentirse bien, pero el choque de realidad había sucedido cuando conversaron sobre vivir juntas y Regina entendió que no era el momento. A pesar de amarse mucho, no era la hora de compartir el mismo techo como si estuvieran casadas. Parecía que Emma quería proteger la mente recién nacida de la nueva Regina y al recordar la conversación, Mills se rio sola, y aunque en el momento quedó desilusionada, entendía, ahora entendía cómo Emma ya lo sabía todo, cosa que hacía que se enamorara más de la enfermera. Hay una madurez en Emma que Regina nunca había observado en nadie, al menos en nadie que pudiera recordar hasta el momento. Había conocido a la persona adecuada, en el momento adecuado de su vida y haberse enamorado perdidamente de ella apenas fue un detalle hermoso que suplió las pérdidas.
Regina está casi a final de las escaleras cuando Cora y Leo aparecen de dentro de los cuartos, aún en pijama.
‒ Señora, se ha levantado temprano hoy‒ dijo el chófer, caminando para ayudarla en lo último de las escaleras
‒ Perdí el sueño, pero durante la noche dormí bien. ¿Cómo están ustedes? ‒ le da la mano al hombre y finalmente llega al suelo. Mira las caras asombradas de ambos e imagina que han pasado la noche juntos en los aposentos de Cora, pues donde Leopold duerme queda al otro lado de la casa, literalmente.
‒ ¡Estamos bien! Gracias por preguntar‒ Cora habla sonriente y se acerca a abrir las cortinas de la sala. Ya esta bien claro, sin embargo, sin señal del sol. Va a ser un día nublado por lo que se veía ‒ ¿Qué preparo para desayunar, Regina?
‒ Creo que hoy voy a querer un sándwich mixto y un batido de frutas que solo tú sabes hacer, Cora
El ama de llaves sonrió de lado en la sala y regresa tomando la dirección de la cocina.
‒ ¿Desayuna con nosotros, Leo?‒ pregunta Regina
‒ Sí, señora. Solo voy a cambiarme de ropa, vuelvo rápido. Con permiso‒ dice él acompañando a Cora
‒ Por supuesto‒ Regina los observa y espera donde está
De allí tiene visión de la sala, del pasillo que va a los cuartos de invitados, la cocina, la puerta del baño que hay en la plata baja, la puerta del comedor y el bar en una esquina estratégica. Desde que Cora quitó todas las bebidas a su petición, el bar parece un sitio abandonado de la mansión. ¿Cuántas veces vio a Daniel y Robin conversando en aquella misma esquina? ¿Cuántas veces debió haber discutido con el marido cuando estaban exaltados? Regina mira hacia el bar y se queda congelada algunos segundos, como si estuviese a punto de asistir a una escena de una película. Daniel está allí, de espaldas, parado en una pose de fracaso, cansado y sin fuerzas. Él está apoyado sobre el mueble y agarra un vaso de whisky en la mano derecha. De repente, Regina escucha su voz lamentándose de algo que ella no logra identificar. Pero puede entender que no se trata de una visión de un fantasma. Es un recuerdo. Un momento que se estaba rehaciendo delante de ella.
‒ Por favor, querida, piensa en los niños…No se lo merecen…Tienes que parar, Regina ‒ balbuceaba Daniel
‒ Juro que voy a parar, Dani. Perdóname. Este es el último sorbo‒ escucha a la Regina del pasado, saliendo de donde estaba para acariciar la espalda del marido.
Ella toma el vaso de su mano y se lo termina de un trago. Parece que la bebida le quema mientras desciende por la garganta. Aquella Regina pasa su mano por el cuello, araña la fina piel con las uñas y grita por un dolor invisible. Daniel la mira, aún cabizbajo y desanimado.
‒ Sin ayuda, no vas a parar‒ él se gira hacia ella, la agarra por los brazos. No es rudo, pero tampoco delicado ‒ Basta. Para, por favor
‒ ¡La culpa de que todo esto pase es toda tuya, Daniel! ‒ grita ella en su cara, alterada
‒ Lo sé y no niego que sea mía, por eso mismo quiero arreglarlo. Todos ya se han dado cuenta, Regina. Todo el mundo sabe que bebes y no poco. Ya no lo soporto más, aunque te ame mucho.
Ella se suelta de él, siente ganas de llorar y se pone un brazo sobre la cabeza, el vaso en lo alto mientras se aparta del cuerpo de él.
‒ Dame un tiempo…Quizás ni necesite tratamiento. Dame un tiempo para lidiar conmigo misma.
‒ Ya te he dado mucho tiempo. Para, por favor, deja de beber.
Ella lo mira de lejos, desde donde se había parado y suspira.
‒ Ya ni sé por qué comencé a acompañarte en la bebida. Me siento destruida por dentro. Es bueno tener una manera cercana para aliviarme. ¡Solo es entrar y servirme, listo! Todo vuelve a estar bien de nuevo.
‒ Yo también pensaba así, Regina. Fue como todo comenzó…Yo te serví la primera copa, exactamente como estamos ahora. Tenías muchas obligaciones a tus espaldas, tus padres te dejaron todo para que tú te encargaras y estabas sobrecargada. Pensé que te sentaría bien aquella copa. Pero quisiste más, quisiste copas todos los días y yo perdí tu control.
Regina cierra los ojos, los aprieta y también aprieta el vaso en su mano hasta que este se quiebra y hace un ruido horrible; vuelve a verse como la Regina actual, en el mismo sitio, sin pedazos de cristal hiriendo su mano. Cora está parada, mirándola desde la entrada de la sala, había ido a avisar que la mesa estaba puesta.
El ama de llaves se acerca, le toca el hombro, el rostro y hace que la mire.
‒ ¿Estás bien?
‒ Acabo de tener un recuerdo. Daniel me dice cómo comencé a beber‒ Regina se dobla ‒ Mucha presión a mis espaldas, Cora…Fui cobarde. Todo el tiempo fui una cobarde.
‒ ¿Y ahora que lo recuerdas marcará alguna diferencia? ‒ el ama de llaves tiene cuidado en preguntar
‒ No. Pero sé por qué. Ya entendí mis motivos. En realidad, me siento muy bien, porque ya no soy una cobarde.
Cora sonríe como una madre y la lleva a la mesa para el desayuno.
Las urgencias del Amber City Hospital reciben treinta personas por noche. Es poco para la cantidad de habitantes de la ciudad, aún así, es un desafío para los médicos que hacían la residencia. Cerca de las nueve, Emma cuidaba de una herida en una pierna de un muchacho que se había caído de la bicicleta en el parque. Calmaba al chico contándole cómo ella también se había herido, al igual que él, cuando era pequeña. Algo muy parecido, en el mismo sitio incluso, ella estaba aprendiendo a ir rápido, aunque su padre le había advertido muchas veces que no corriera mucho por el carril bici. Si no hubiera sido por aquella piedra en el camino, ella jamás habría derrapado y perdido el freno. Fue la primera vez que Emma tuvo que ir al hospital a que la curaran y estaba orgullosa de no haber llorado cuando una borde enfermera le puso una inyección para el dolor. Un suceso que adora contar a los pacientes que necesitan anestesia. Se reía de la historia, pero pensaba estar un día en el lugar de la enfermera, repitiendo las curas en otra persona u otro niño. El día había llegado.
Le sonríe al muchacho, termina de atar la venda y verifica que no esté demasiado apretada.
‒ Bien, muchachito, puedes irte. Pero cuidado la próxima vez, nada de correr en bicicleta.
El chico sonríe como quien agradece, pero es su madre quien habla.
‒ Muchas gracias, enfermera. Creo que, si fuera otra persona, mi hijo no se habría quedado tan tranquilo‒ la mujer coge al niño en brazos
‒ Solo hago mi trabajo. Es que algunas personas de aquí son mejores en otras tareas. Espero que mejore pronto‒ Emma acaricia la cabeza del muchacho y acompaña a los dos al pasillo.
Hay dos personas más siendo atendidas en las camas; una señora con la presión alta y un hombre que se había caído de la moto. Ninguno de los amigos de Emma estaba trabajando en aquel horario, y el turno acababa en dos horas. Se da cuando que cada día se le hace más pesado trabajar sin el buen humor de Killian o la paciencia de Ruby. Había aprendido mucho con los dos mientras compartía los tunos de urgencias, y ser sorprendida por los dos por los más variados motivos animaba mucho sus perspectivas de vez en cuando. Emma recuerda que, al comienzo, odiaba ser mandada como refuerzo a urgencia, pero con el pasar del tiempo se acostumbró gracias a los compañeros.
Para aprovechar el tiempo que le quedaba para marcharse, Emma sale para buscar vendas, jeringas y esparadrapos que faltaban en los armarios de cada cama y aquella noche en particular estaban siendo de extrema necesidad. Trae todo y un poco más, por el pasillo principal en un carrito que tiene una rueda rota. Hace suficiente ruido para que toda la sala de espera estire el cuello para descubrir de dónde viene el ruido, incluidas las recepcionistas. Pero nada supera lo que viene tiempo después. Mientras Emma coloca las existencias en los armarios del fondo de la sala, el equipo de ambulancias pasa como un tornado por la puerta de urgencias llevando a alguien en una silla de ruedas. Emma, al principio, continúa lo que está haciendo, intentando no parecer curiosa.
‒ Tenemos una fractura ósea simple, Doctor. La zona ha sido inmovilizada rápidamente‒ dice alguien
‒ ¿Siente alguna otra incomodidad en alguna otra zona, señora? ‒ el médico cuyo nombre siempre olvidaba Emma pregunta y por lo que podía ver palpa el lugar lesionado de la paciente, pues ella suelta un grito histérico
‒ ¡AAAAAYYYY!
‒ Ok, fractura de clavícula. ¿Qué ha sucedido aquí? ‒ vuelve a preguntar el hombre
‒ Choque de coches, señor. Se saltaron el semáforo y el coche de esta señora fue alcanzado por el lado del conductor‒ respondió el chico de la ambulancia
‒ Está bien, chicos. Gracias, déjenla en nuestras manos ahora
Emma escucha pasos y termina cuando mira para atrás. El médico hace algunas preguntas a la paciente que ya estaba en la cama. Ella tenía la sensación de conocer aquella voz y aquel acento gracioso. No podía ser en quién estaba pensando, pero aquellos cabellos largos escondidos tras el doctor. Sí, era ella. Su amiga o examiga Zelena. Ya podía suponerse que tenía que ser la gafe de Zelena quien se rompiera un hueso. Pero ¿por qué diablos tenía que sufrir el accidente justo hoy, en su horario en urgencias? Maldita sea la pelirroja roba novias. Emma nota que se le sube a la garganta la comida de la tarde, pero se aguanta para no marearse y caer al suelo. Sería una mala broma del destino acabar acostada en la cama de al lado. Solo faltaba que apareciera Isabelle corriendo para ver si todo estaba bien con su novia, eso sí sería demasiado para una misma noche y todo lo que Emma quería era evitar volver a verlas juntas.
El hombre le pide que espere un poco después de medicarla para el dolor y se retira. Pareciera que Zelena y Emma fueron tiradas a la arena para que lucharan juntas. No hay nadie aparte de ellas después de que el médico saliera y Swan lo ve muy extraño. Zelena está casi llorando cuando se da cuenta de la enfermera parada frente a la cama. No puede ser que no hubiera más enfermeras además de Emma en aquel hospital, precisamente en aquel instante. La situación es tan embarazosa que la pelirroja olvida que está inmovilizada e intenta taparse la boca que había abierto sin que ella se lo pidiera.
‒ ¡Aaay! ‒ se queja al intentar mover uno de los brazos
‒ ¡Hey, estate quieta! No puedes moverte mucho o te va a doler‒ dice Emma por instinto, a fin de cuentas, era más enfermera que examiga.
‒ ¡Ahhh, mierda! ¿Por qué tenía que olvidarme de cambiar la póliza de mi plan de salud? ‒ suelta la pelirroja
‒ Precisamente eso evitaría mucha incomodidad‒ Emma asiente
‒ Mira, Emma, no pensé en ese momento que iba a ser traída para acá. Para ser sincera ni sabía que iban a chocar contra mi coche. ¡El hijo de puta se saltó la señal! ‒ habla alto y Emma tiene que reprenderla
‒ Habla más bajo, estás en un hospital‒ Emma sigue asombrada de que no haya nadie más aparte de ellas allí ‒ De la manera en que sé que conduces, ¿no habrás sido tú la que te has saltado la señal?
‒ ¿Ahn? Estás de broma, ¿no? ‒ Zelena se mueve de nuevo y vuelve a sentir el dolor ‒ ¡Aay!
‒ Por lo nerviosa que estás parece que no. Siento haberlo insinuado‒ Emma hace una señal de rendición y en seguida se cruza de brazos
Intercambian miradas, no se burlan, pero están buscando incesantemente formas de pincharse. Cero a cero. Emma se había disculpado por lo anterior.
‒ Tengo que avisar a Belle. Me estaba esperando para cenar. Si no lo hago pronto, me va a estar llamando hasta que pueda atenderla.
Emma suspira, piensa si puede hacer algo por ella, y por lo que parece, va a tener que hacerlo. Mira a Zelena, está impaciente. Todo está bajo control, el médico va a regresar pronto, pero aún no lo había hecho y el móvil de Zelena comienza a sonar como si ella hubiera dicho las palabras mágicas. Emma odió a la examiga por eso, casi se le echa encima y le rompe otro hueso solo para descargar la rabia. La pelirroja mira el bolso dejado a sus pies, no podía moverse para cogerlo.
‒ Ah, no, no voy a contestar a tu móvil, Zelena‒ Emma rechina
Ella mira a la enfermera, está casi llorando.
‒ Sé que me odias, que a tus ojos hice algo muy malo, pero, por favor, ayúdame. Te estaré debiendo una‒ implora
‒ ¡Ah, mierda!‒ susurra Emma para sí misma. El teléfono no deja de sonar en el bolso de Zelena ‒ ¿Y si te lo aguanto mientras hablas con ella?
‒ ¡Vale! Pero hazlo rápido‒ pide la mujer, incómoda
Emma abre el bolso, coge el móvil y mira el nombre y la foto de Belle en la pantalla. Por un segundo piensa en tirarlo contra la pared, pero sería mucho descontrol. El móvil no paraba, Belle estaba insistiendo y el toque que Zelena tenía puesto para diferenciar las llamadas de la novia era casi insoportable. Así que Emma pensó rápido, ¿de qué iba a servir demostrar que odiaba tanto a la exnovia si ahora en su vida tenía motivos para pasar página? ¿No era más fácil encarar los hechos que crear una incomodidad aún mayor? Quizás aquel odio fuera algo de su mente. Ahora ella tenía a Regina, no necesitaba demostrar nada a nadie, mucho menos a aquellas dos insignificantes. Pues era eso lo que eran, dos insignificantes.
Sorprendiéndose a sí misma, apretó la tecla verde y atendió la llamada
‒ ¿Sí, Isabelle? Es de Urgencias del ACH. Zelena está aquí, ha sufrido un accidente de coche, pero solo ha sido una fractura de clavícula. Estará bien.
Al otro lado de la línea, Belle parece en shock como para decir nada. Dice un breve "Hola" y en seguida un "¡Joder!" Ella sabe que es Emma quien está hablando y a pesar de la situación embarazosa, no es peor que saber que su novia se había herido en un accidente.
‒ Voy para allá‒ consigue decir y cuelga
Emma se aparta el móvil de la oreja, lo mete otra vez en el bolso y observa a Zelena.
‒ Dice que viene para acá
La pelirroja no sabe qué decir. Está tan asombrada como Belle. No esperaba tal actitud de Emma, nunca. En los últimos tiempos había sido difícil pedir su perdón y no lo merecía, pero podría ser un buen momento para conversar. Solo que quizás Emma no había actuado con la intención de escuchar un pedido de disculpas, actuó por ella misma, para sentirse mejor. Zelena entendía que ya no valía ninguna disculpa por lo que le había hecho a la amiga, jamás podría disculparse. Se rinde, pasa algunos segundos callada, sintiendo el efecto del medicamento. Está menos agitada, ya no quiere llorar, solo quiere que le hagan algo en el brazo y que le den el alta pronto para resolver los problemas burocráticos del coche. La policía llegaría para tomarle declaración de lo que había sucedido en el cruce de Zelda's con Macroniman. Maldito cruce. Incluso recuerda que estaba escuchando a Sting en la radio del coche cuando el desgraciado se saltó la señal y chocó contra ella, dándole de lleno en su lado, pero había tenido suerte, solo había sido un hueso roto.
Los accidentes de coche estaban siendo moneda corriente en el Amber City, o siempre lo habían sido y Emma no se había dado cuenta. Veía noticias como esas todos los días en los telediarios desde que Regina había sido ingresada. De aquella época para acá, muchos pacientes habían sido ingresados en el ACH a causa de accidentes de coche y Zelena había acabado de entrar en la estadística. Felizmente, nada más grave había sucedido con la pelirroja, y por un momento Emma se puso en su lugar, pues le gustaría ver a su novia preocupada como Belle aparentemente quedó. Si fuera Regina, también se las apañaría para correr al hospital solo para tener noticias, eso seguro, y eso le daba cierto consuelo. Emma entonces pensó, ¿y si estuviera en el lugar de Zelena? A pesar de los pesares, sabía que Belle no era mala persona, que en algún momento de la relación se habían querido y que, probablemente, hubiera hecho lo mismo por ella. Ese pensamiento hizo sonreír a la rubia, y Zelena lo notó.
‒ Estás pensando en qué haría Belle si estuvieras tú en mi lugar, ¿no?
‒ ¿Cómo sabes qué pensé en eso?
‒ Intuición
‒ Sí, lo pensé. Ciertamente haría lo mismo y vendría inmediatamente a buscarme. Belle no es mala persona, solo es complicada y testaruda
‒ Sí, estoy de acuerdo contigo. Tiene muchos defectos, pero es buena‒ Zelena parpadea lentamente, efecto del medicamento, le está entrando sueño ‒ Me contó que estuvo aquí para reclamarte. Lo que hizo lo vi mal.
‒ ¡Vaya! ¿De verdad? Sorprendente
‒ Desde que te vio con Regina Mills se sintió incómoda. Escogió quedarse conmigo, así que no tiene sentido buscarte como si aún fueras de ella.
‒ Nadie es de nadie, Zelena. Estamos prestados en las relaciones, estas son importantes, pero no son lo esencial en la vida de nadie.
‒ También lo pienso y es más o menos lo que le intenté decir a ella. Aquel día discutimos, nos fuimos a dormir cada una en una esquina del aparamento y después entendió que estaba equivocada. Si realmente te gusta alguien, rezas por su felicidad. Me arrepiento de haber hecho lo que te hice, con la relación de vosotras solo para beneficiarme, pero me cansé de intentar convencerte.
‒ Y yo me cansé de sentirme herida por lo que me hicieron. Pasó. Estoy en otra y amo a la persona que ahora está conmigo. Tú y Belle os queréis y todo bien con eso. Dejé que muchas cosas provenientes del rencor me quebrantaran, así que ahora solo quiero pasar página‒ Emma mira la hora en el reloj de muñeca, decide marcharse cuando una de las otras enfermeras regresa ‒ Espero que el hueso se cure
Se gira para marcharse, pero Zelena no había acabado
‒ Emma, gracias por haber atendido la llamada y hablado con Belle por mí
Swan la mira una última vez y sonríe débilmente
‒ No fue nada
Emma sale con prisa de urgencias, caminando a paso apurado por los pasillos. Pasa por el médico y por algunos colegas que la saludan. Está intentando esconder, incluso de ella misma, que quiere llorar. Escucha el ruido de los zuecos en el suelo, es un sonido neutro, un crujir que solo ella escucha. Camina hasta el vestuario y coge su mochila de dentro de la taquilla, el móvil lo tenía allí dentro, necesitaba llamar a Regina, escuchar su voz y decirle que la ama. Teclea como una loca, pero consigue localizar a Regina en la lista de llamadas. Un toque, dos y la voz seductora de la señora Mills atiende al otro lado de la línea.
‒ ¡Hola, mi amor! ¿Ya has acabado el turno de hoy?
‒ No, falta poco…Re, dime una cosa, ¿responde rápido, ok?
‒ Claro. ¿Qué pasa?
‒ Si yo tuviera un accidente, algo tonto, pero aún así un accidente, ¿qué harías cuando recibieras la noticia?
‒ Iría corriendo a ver cómo estás. Bueno, corriendo no, porque no puedo correr‒ Regina ríe al otro lado de la línea ‒ Pero buscaría una manera de verte lo más rápido posible. ¿Por qué? ¿Has tenido un accidente? ¿Es eso?
‒ No, nada de eso. Solo quería saber lo que harías. Yo…Sabía que me dirías eso.
