KAWAAKARI

"El río que resplandece en la oscuridad"

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Parte II

Capítulo XV

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—Parece que está perdiendo el miedo, señorita Higurashi.

Para Kagome aquella afirmación era una falacia. No había perdido el miedo, al contrario, éste se enredaba entre sus emociones sin permitirle decidir sobre qué hacer.

—Lamento decirle que eso no es cierto —se animó a confesar en medio de un suspiro contenido—, y es por eso que creo debemos seguir el recorrido —dicho aquello dio un paso atrás, notando la sujeción que InuYasha aún mantenía sobre sus hombros.

—Si es lo que quiere —la voz de él resultó amable y, aun así, oscura. Kagome tuvo la sensación de que ocultaba algo, quizá una emoción.

El pecho le dolía por lo inquieto que estaba su corazón. Se llevó una mano a la unión del hitoe en un acto involuntario que parecía querer dar calma a las emociones que se arremolinaban en ella sin encontrar un lugar.

Comenzaron a caminar, siguiendo el mismo sendero de piedra por el que venían. Hubo un corto instante en el que ninguno de los dos dijo nada, hasta que ese silencio fue roto por Kagome.

—Y dígame, señor Taisho ¿Qué interés tiene para con este Templo?

InuYasha descubrió, por la vibración de la voz, que ella intentaba mostrarse mucho más tranquila de lo que estaba.

—Ninguno, en realidad —le confesó, y pudo ver el brillo de la sorpresa jugueteando en el color castaño de los ojos de Kagome.

—Creo que no lo comprendo —ella manifestó lo que para él tenía una respuesta evidente.

—Por favor, no permita que la cortesía insulte a su inteligencia.

InuYasha dijo aquello con más naturalidad de la que esperaba de sí mismo. Se sorprendió, porque comenzaba a considerar la inteligencia de esta mujer humana como algo real y atractivo.

Notó que ella desviaba la mirada durante un instante en un gesto hecho para aclarar un pensamiento en su mente. A continuación volvió a mirarlo.

—No me atrevería a pensar que está aquí por mí —pudo notar que Kagome se había puesto una mano en el estómago mientras hablaba en un acto que parecía custodiar algo que sentía.

—Si no se atreve a pensar en esa razón ¿Cuál cree que es? —había un particular disfrute para InuYasha en esta conversación.

Kagome no se animó a responder de inmediato. Notaba el corazón inquieto, al punto de conseguir que le temblaran las manos. Sostuvo la unión de la capa que el señor Taisho le había proporcionado, intentando convencerse de que era el frio el causante del temblor.

—Curiosidad, quizás —Kagome buscó un modo, poco elegante, de desviar el tema.

—¿Por el lugar? —la pregunta que él formuló le resultó ligeramente irónica. No obstante, la ironía fue descartada por un cierto disgusto— Ahora parece querer insultar mi voluntad.

Kagome se detuvo en cuánto lo escuchó, se giró para mirar la expresión que el hombre le mostraba y pudo percibir el modo en que su energía la tocaba. Era fuerte, casi podría decir que magnética, y ligeramente menos fría que cuando se conocieron.

—Señor Taisho —dijo, sin razonar demasiado sus palabras y por esa misma causa se quedó en silencio.

—Señorita Higurashi —él repitió el mismo modo de llamar la atención para mostrar que esperaba sus palabras.

Kagome intentó no perderse en el entusiasmo que le producía la atención que InuYasha le estaba dando. Probablemente estaba aquí por ella, después de todo le había dicho que tendría noticias suyas, aunque no llegó a imaginar que estas serían a través de una visita.

—Permítame que le enseñe esa pagoda y el pozo de los huesos que alberga —cambió radicalmente de tema, lo necesitaba. No estaba preparada para aceptar que deseaba su compañía y que más allá de la inquietud que le producía el tenerlo cerca, estaba encantada de poder verlo nuevamente.

El señor Taisho la observó un instante sin decir nada. Luego de aquello alzó la barbilla apenas lo suficiente para que el color dorado de sus ojos se iluminara ante el resplandor de la nieve. A continuación, habló.

—Le permitiré que me cuente la historia de cada árbol que se taló para construir ese pozo y a continuación usted me permitirá a mí que le explique la razón de mi visita.

Kagome notó que un punto de frio le recorría la espalda, del mismo modo que haría un trozo de hielo por debajo del hitoe. Las palabras de InuYasha eran la simple petición de un acuerdo y aun así a ella le sonaban como si se tratara de una sentencia. Sin embargo no podía negarse, tanto por cortesía como por deseo. Creía saber el porqué de su aparición en el templo, no obstante, necesitaba que saliera de él como una confesión.

—Acepto —dijo, finalmente, y entonces vio que él alzaba la comisura de su boca sólo de un lado en una sonrisa que consideró enigmática.

Decidido aquello, ella comenzó a hablar en tanto se acercaban a la pagoda.

—Esta pagoda fue construida a petición de uno de mis antepasados, en la segunda generación familiar que cuidó de este templo. La madera que se utilizó procede del bosque que nos rodea y fue consagrada antes de ser usada, para que de ese modo contase con la energía adecuada para custodiar el pozo —Kagome dijo todo aquello con un tono solemne.

—Y ¿Qué hay en el pozo que deba ser custodiado? —InuYasha interrumpió la alocución. No necesitaba la respuesta realmente, él conocía todas estas historias. Sin embargo, quería escucharlo de ella.

—El pozo fue usado para dejar en él los restos de las criaturas sobrenaturales que habitan este mundo —explicó.

—¿Habitan? —InuYasha cuestionó— Pensé que sería usted de aquellas personas que piensan que esas son historias infundadas. Mera fantasía.

Ella lo miró con decisión y certeza.

—Habitan, señor Taisho —todo su lenguaje corporal hablaba de esa creencia—, que algo no sea evidente no significa que no existan.

InuYasha se quedó sorprendido tanto por la vehemencia de las palabras, como por el contenido de éstas. Contrario a lo obvio de ir conociendo a alguien, proceso en el que los secretos y los velos caen, para él Kagome Higurashi se estaba convirtiendo en un enigma.

—Me sorprende su convicción —confesó, aunque jamás contaría la razón real de su sorpresa—. Habla como si usted misma hubiese visto aquello.

Kagome se mantuvo en silencio, sin dejar de mirarlo. Por un momento InuYasha llegó a pensar que ella sabía de él más de lo que decía. Incluso, durante ese instante de silencio, repasó en su mente el estado del hechizo que llevaba tatuado en el pecho. Tenía claro que si ella lo descubría tendría que terminar con su vida.

—Me resulta extraño decir esto —Kagome retomó la conversación—. No he visto ningún youkai, y supongo que lo agradezco —la vio bajar la mirada.

InuYasha fue quien mantuvo el silencio ahora. Evaluaba las palabras que acababa de oír, y lo pertinente que era presionar un poco más.

—¿Qué haría si viese uno? ¿Huiría? —notó que su voz se hacía más oscura a medida que la conversación avanzaba por un camino que no llegó a prever.

Ambos volvieron a enmudecer, él ante la expectativa de una respuesta y ella queriendo expresar una emoción que difícilmente alguien comprendería.

—Como parte de este templo debería buscar un modo de detenerlo —comenzó a decir. InuYasha tensionó la mandíbula en un gesto que mostraba su contención—, es lo esperable. Sin embargo, me gustaría observar a una criatura así, quisiera saber si es realmente peligrosa o no.

Ante esas palabras InuYasha notó el asombro crecer dentro de él. Hasta ahora los humanos le habían parecido criaturas insulsas, con muy poco para dar. No obstante, esta mujer estaba frente a él planteándole una idea que resquebrajaba la estructura segura que había creado.

—Veo que realmente ha perdido el miedo —intentó ahondar en las palabras de ella.

La vio desviar la mirada un instante, aquel era un gesto que comenzaba a reconocer como algo que Kagome hacía cuando buscaba aclarar una idea.

—Se equivoca —ella uso un tono suave, aunque concreto—. Pensar en un encuentro como ese me produce un miedo intenso.

InuYasha se imaginó rodeando con su mano el cuello de ella y la expresión de temor que le mostraría. Notó que se le erizaba la piel ante la idea. Descubrió que a pesar de sentirse satisfecho con el miedo que causaba en sus víctimas, de Kagome quería más.

—Creo que ya le he confiado demasiados de mis pensamientos y usted no me ha contado nada de quién es el señor InuYasha Taisho.

La escuchó formular aquella inquietud y se sintió impulsado a mostrarle el ser real que era. No obstante el largo tiempo que pasó en la mazmorra del Agatsu le enseñó a controlar su temperamento.

—Le responderé todo lo que quiera saber de mí, si acepta acompañarme a una pequeña recepción en mi residencia.

Kagome escuchó la solemnidad con que le decía aquello y por un momento le pareció imposible una negativa.

—¿Una recepción? —repitió, a modo de pregunta, para así tener algo más de tiempo y procesar lo que parecía la invitación seria y las implicancias que ésta tenía.

—Sí, en mi residencia —él repitió, y Kagome notó que el corazón le latía más rápido que la primera vez que lo había dicho.

Desvió la mirada e intentó centrar sus ideas. El paseo con el señor Taisho había cambiado totalmente su razón inicial. Atrás había quedado el recorrido por el templo y la información sobre cada una de sus edificaciones.

—Obviamente lo hablaré con su familia —él pareció querer calmarla, aunque Kagome sospechaba que el señor Taisho no tenía problema con la formalidad, ni con lo que otros pensaran sobre su desdén hacia ésta.

—No sé si ojisan esté de acuerdo con que vaya a un evento en casa de alguien que recién conocemos —objetó.

—Usted y yo nos conocemos previamente —la sonrisa astuta que él le mostró fue el aliciente necesario para la sonrisa cómplice que Kagome comenzó a gestar sin poder evitarlo. Se cubrió la boca con un extremo de la capa que el señor Taisho le había facilitado.

—Le agradecería que eso no lo mencionara —le pidió, dejando escapar algo de la sonrisa que aún la acompañaba.

—Si no lo menciono ¿Tendré alguna posibilidad de obtener su aprobación? —Kagome notó que él no dudaba, ni aun cuando hacía preguntas de tal implicancia. Llegó a cuestionar si el señor Taisho tenía claridad sobre lo que estaba pidiendo.

—Necesito hacerle una pregunta, y perdone de antemano mi cautela —ella quiso sonar tranquila.

—Adelante —la voz del señor Taisho le resultaba segura, podría decir que era el tono que usaría alguien que ha recorrido el mismo camino muchas veces. Eso la llevó a cuestionar el tipo de pregunta que quería hacer. Era coherente indagar si sus acciones tenían alguna motivación romántica, la sola idea la inquietaba y azuzaba su curiosidad. No obstante, creía que el hombre que tenía frente a ella se movía por una linde mucho más escarpada que eso— ¿Aún no decide su pregunta? —insistió él, dejando entrever una sonrisa que pareció incitar la creatividad en Kagome.

—No, no es eso —Kagome volvió a dudar—. Perdone mi timidez, no estoy habituada a tocar estos temas. De hecho, no son temas que realmente se nos permita tocar a las mujeres.

—Señorita Higurashi —lo vio adelantar medio paso hacia ella—, si continua dando rodeos, pensaré que su duda tiene relación con el romance.

Kagome lo miró directamente a los ojos, por un momento se preguntó qué tan transparente era su pensamiento para él.

—La tiene —aceptó, como si no tuviese más salida.

Lo vio sonreír abiertamente para, a continuación, acercarse a ella un poco más. Kagome percibió claramente la fuerza de la energía que emanaba el hombre y aunque su parte más primitiva le pedía retroceder y alejarse, su consciencia emocional la hizo permanecer. Esperó, quieta en el lugar a que él se le acercase tanto como para susurrarle al oído.

—Si no lo ha notado, es que nuevamente insulta a su propia inteligencia.

Kagome contuvo con mucho esfuerzo el temblor que se le desperdigó por todo el cuerpo. No tuvo tiempo suficiente para recomponerse, cuando él volvió a hablar. Esta vez lo hizo a una distancia suficiente como para que ella siguiese su mirada.

—¿Cuántos santuarios debo financiar para que su ojisan y okāsan se sientan favorablemente dispuestos a permitirle aceptar mi invitación?

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Las marcas amoratadas aparecieron en sus mejillas de niño y se vio a sí mismo como el demonio que era. Ese mismo demonio le daba fuerza y lo atrapaba en una nebulosa de inconsciencia que InuYasha odiaba. Aquello le había sucedido cuando aún era demasiado pequeño como para sostener una transformación y ésta duró el tiempo necesario para defenderse y acabar con aquel que quiso su vida como un trofeo. Recordaba haber destazado a unos cuántos youkais de rango medio, del tipo que nadie echaría de menos. No obstante, cuando aquello volvía a su memoria la sangre se enardecía nuevamente. Se sentía vulnerable y solitario, igual que en aquel momento.

Bebió un sorbo largo del alcohol que Myoga le había puesto en una copa un momento antes. Observó la llama que se sostenía sobre un leño que aún estaba demasiado frío como para mantener el fuego en la chimenea y, aun así, aquel elemento se esforzaba por sobrevivir. InuYasha no pudo evitar pensar que aquello era una alegoría improvisada de lo que había sido su vida hasta este momento.

Entonces… se permitió pensar en Kagome. Su sólo recuerdo le aportaba cierto sosiego, y eso lo incomodaba. Había escuchado hablar a otros sobre emociones que él no había experimentado nunca y pensar en ellas lo inquietaba, más aún cuando lo hacía a continuación de las remembranzas sobre Kagome Higurashi.

Volvió a beber de la copa de uno de los tantos licores occidentales que se movían entre las altas esferas de la sociedad. Parecía que para algunos nada de lo tradicional tenía valor. Miró la copa vacía en su mano, apenas le había producido algún cosquilleo poco después de beber. Entonces recordó las flores que crecían en medio de la montaña en la primavera cuyo aroma lo transportaba a escenarios más amables. Pronto sería primavera e iría a esos campos a recoger semillas.

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Kagome se había distraído observando el techo de su habitación. Las maderas que soportaban el tejado destacaban por encima de la oscuridad que la rodeaba, iluminadas por la tenue y danzante luz de la lámpara de aceite que mantenía a su lado. El movimiento le resultaba grato, a pesar de no prestarle real atención. Quizás se debía a que sus pensamientos estaban en otro lugar y momento.

La tarde con InuYasha Taisho había transcurrido de forma extraña e inquietante. Aún podía sentir la tensión que se le instaló en el cuerpo cuando él la invitó a su residencia, sumada a la inquietud que le produjo el tener que esperar a que él hablase con su abuelo sobre el tema. Kagome habría deseado tener un modo de escuchar aquella conversación, sin embargo le fue imposible por la distancia que debió tomar al seguir a su madre hasta otra de las estancias de la casa.

¿Sabes sobre qué necesita hablar el señor Taisho con ojisan? —la pregunta que planteó su madre encontró respuesta poco tiempo después, cuando el visitante se había marchado. Ambos cabezas de familia comenzaron a hablar en tono suave y demasiado despacio para que Kagome los escuchase desde fuera. No obstante, la tensión de aquella conversación se hacía evidente para ella por el tono en que sucedía. Ninguno de los dos le dijo nada al terminar de hablar y la cena se efectuó de forma ceremonial y comedida.

A esta hora, en que la noche se había hecho presente, la casa finalmente se había quedado en silencio.

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Continuará

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N/A

Me gustó mucho escribir este capítulo, tanto por el modo sutil en que los personajes avanzan, como por la tensión que siento existe en la relación que tienen. Me encantaría saber qué opinan.

Un beso.

Anyara