KAWAAKARI

"El río que resplandece en la oscuridad"

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Parte II

Capítulo XVI

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—Esta temporada me está resultando muy aburrida —suspiró Yuka.

Para Kagome aquel comentario fue llamativo, más aun conociendo el carácter desenfadado y estridente de Yuka.

—Los inviernos suelen ser tranquilos, ya lo sabes. Además, las nevadas han sido intensas —Kagome argumentó desde un estado de calma que contrastaba con la animosidad de su amiga.

—Desde luego, no se podía cruzar la puerta de casa sin que alguien saliera herido —Yuka continuó con su queja—. Gracias a los kami tuvimos aquel baile en tu casa, Sango, de lo contrario la temporada estaría siendo mucho peor.

Sango sonrió con un deje de cortesía que Kagome supo leer. Su amiga estaba intentando pasar desapercibida en la conversación, de hecho, habría preferido no estar presente. Kagome pensó en que si no hubiese insistido en salir de aquella casa, que parecía vigilada por la pálida niña Kyōfū que visitaba la residencia con más asiduidad de la deseada, su amiga no se habría animado a asistir a esta reunión casual.

—Yuka, te lamentas demasiado —Ayumi intervino, y Kagome notó la ligera tensión que liberaba Sango al ver que la conversación se desviaba de ella. En ese momento comprendió que su amiga temía a que le preguntasen detalles del novio que su padre le había escogido.

—No es demasiado —continuó Yuka—. Además, creo que nos vendría bien otro baile, o al menos una reunión algo más animada que venir a tomar el té en komon.

—A mí me preocupa algo que considero más importante —interrumpió Eri. Permanecía con las manos sobre el regazo y tenía la mirada fija en ellas. Todas esperaron en silencio a que continuara—. Supongo que todas saben de lo sucedido a Kousei, el hombre que servía en la casa Seijitsu.

El silencio se hizo aún más pesado entre las amigas. Las conversaciones de quienes estaban alrededor parecían incluso estridentes en comparación. Kagome recordó la descripción que Sango le había dado del hallazgo del cuerpo de Kousei y la imagen que se instaló en su mente la perturbó.

Al notar que nadie pronunciaba palabra, Eri volvió a hablar.

—Creo que todas sabemos que no es el único incidente —su voz resultó un susurro tenso—. Sango ¿Tu padre te ha contado algo?

La atención pasó por completo a la mujer mencionada y ésta intentó mantener un tono neutro en su respuesta.

—No demasiado, no suele hablar del trabajo —comenzó—. Sé que están investigando y que me advierte el no salir sola o estar por la calle cuando oscurece.

Kagome notó que se le tensaba la espalda al punto de contener una sacudida producida por el temor. Ella era valiente, sin embargo, poca cosa podía hacer ante la fuerza de un atacante.

—Yuka ¿Volverás a casa con Eri? —Kagome decidió preguntar.

—Sí —respondió desanimada. La conversación había cambiado radicalmente su rumbo.

—Ayumi, tú vienes con Sango y conmigo —la chica asintió con un gesto suave.

El silencio volvió a rodearlas y fue un indicador claro de que el tiempo de la reunión había terminado.

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Kagome caminó junto a Sango y Ayumi. Las calles se fueron despoblando poco a poco a medida que se alejaban del centro social de la ciudad. Se encontraron con dos parejas de guardianes del orden mientras hacían el recorrido hasta la residencia de la familia de Ayumi, y éstos saludaron con una reverencia a las tres chicas como un modo de respeto hacia Sango, la hija de su yokiri.

Una vez se despidieron de Ayumi, Kagome tomó la palabra.

—Has estado muy silenciosa hoy, más de lo habitual —caminó junto a su amiga y le dio un suave toque con el brazo al inclinarse hacia ella. Aquel era un gesto que comenzaron a usar poco tiempo después de hacerse amigas.

Sango sonrió sin alegría.

—Nunca consigo esconder nada de esa percepción tuya —aceptó y devolvió el toque del brazo con su propia inclinación.

—¿Quieres esconder algo? —Kagome hizo la pregunta con cierta sorpresa. Su amiga la miró y esta vez sonrió con algo más de alegría.

—No, en realidad, simplemente tengo demasiados pensamientos inconexos —Sango se explicó.

—Te preocupa algo —Kagome ralentizó el paso para que les diera tiempo a conversar un poco más.

—Muchas cosas —la aceptación de ese hecho por parte de Sango pareció dejar caer una barrera de seguridad de aquellas que la mujer solía alzar. Kagome se mantuvo en silencio a la espera de las siguientes palabras de su amiga—. Por estos días he sabido que la familia Kyōfū tiene dos integrantes más, Juromaru y Kageromaru, primos de los tres hermanos que conocemos. Por alguna razón tengo que recibirlos en casa y mi padre, que ya no habla jamás conmigo más que para anunciar grandes cambios, quiere que se queden unos días.

—Eso es muy extraño —la voz de Kagome evidenció el modo en que ella se sumía en una reflexión profunda.

—Lo es —Sango aceptó con un susurro que se desvaneció en el aire.

Los pasos de ambas amigas se ralentizaron aún más, en tanto la residencia Taijiya se comenzaba a vislumbrar al final de la calle que habían tomado. Se detuvieron al encontrarse junto a la puerta y sólo en ese momento Sango volvió a hablar.

—Le pediré a alguien que te acompañe hasta casa —sonó decidida y Kagome le mostró una sonrisa amable y llena de ternura.

—No te molestes, puedo ir sola, ya sabes que no es demasiado —quiso mostrar calma, a pesar del tema que había cerrado la reunión de amigas.

—No es molestia, además, me preocupa —Sango posicionó sus manos por sobre las que su amiga mantenía unidas delante de su regazo en un gesto de calma.

Kagome pensó en insistir en lo innecesaria de su preocupación, además, aún quedaba luz de día. Sin embargo su atención fue capturada por una figura que ya había visto en la residencia Taijiya y que se acercaba a paso tranquilo desde el interior. Probablemente algo en su mirada la delató, dado que Sango se giró para mirar lo mismo que ella. En cuanto su amiga vio al hombre que se acercaba se le tiñeron las mejillas de un cálido tono de rosa. Kagome reparó en que la densidad de la conversación que habían mantenido en el camino que hicieron juntas no dio lugar a hablar del hombre en cuestión.

—Sango sama.

Kagome escuchó el tono constante de la voz del invitado que se dirigía a su amiga, mientras hacía una lenta reverencia que no llegó a ser profunda y aun así pareció llena de admiración.

—Miroku sama.

La forma en que Sango devolvió el saludo con una reverencia suave y la voz reverberando al final de la frase, consiguió que Kagome se sorprendiera y notase, a la vez, el modo en que su presencia sobraba en la escena.

—Sigo mi camino —quiso que su aviso fuese lo menos evidente posible, para que las dos personas que tenía delante pudiesen comunicarse un poco más al encontrarse libres de la mirada de una tercera persona. A continuación dio medio giro lento.

—Kagome —Sango la detuvo sólo mencionando su nombre—. No quiero que camines sola.

—¿Hacia dónde va? —la cortesía de las palabras del monje consiguieron que pusiese su mirada en él. Era alto, sus ojos eran de un color azul oscuro, lo que generaba un profundo misterio acerca de sus pensamientos.

—Oh, bueno… —Kagome dudó.

—Kagome vive en un templo sintoísta que está cerca de aquí —Sango declaró con prontitud.

—¿El Templo Higurashi? —el monje insistió, fijando en Kagome su mirada expresiva, inquisidora y azul.

—Sí —¿Qué más podía responder?

—Me encantaría acompañarla, si me lo permite. En algún momento quisiera visitar el templo y de este modo sabré exactamente cómo llegar —las palabras del monje eran cuidadas y estaban elegantemente escogidas. Kagome notó afinidad con el hombre y no tardó en sentir confianza.

—Sin embargo, Miroku sama, usted es budista —Sango puntualizó con un gesto amable que se acercaba mucho a una sonrisa.

El hombre la observó y sonrió con una suavidad que a Kagome le resultó hipnótica.

—Buda está en todas partes, sólo cambia de nombre para el bienestar de quien cree en él —la delicadeza de la sonrisa que el monje había expresado se manifestó igualmente en sus palabras. No obstante, Kagome percibió que aquellos detalles ocultaban algo y no pasó por alto hacia quién iban dirigidos. Tango este gesto, como la sonrisa de su amiga, eran parte de un lenguaje no verbal que ambos estaban creando. Pudo ver que Sango bajó la mirada con premura, intentando esconder un sonrojo delator.

—Estaría encantada de mostrarle el Templo Higurashi, Miroku sama —Kagome decidió que era buena idea llamar la atención del monje y rescatar a su amiga de la evidencia de sus sentimientos.

—Se lo agradezco… —Kagome comprendió que el hombre no tenía un nombre para referirse a ella.

—Higurashi Kagome —Sango se apresuró a responder. El monje asintió.

—Se lo agradezco Kagome sama —Miroku ejecutó una reverencia formal y perfecta. Kagome comprendió el atractivo que veía su amiga en la fuerza que el hombre ocultaba tras capas de sosiego y meditación.

No tardaron mucho más en comenzar el camino. Sango los observó por un largo instante, para ir al interior de la residencia en cuánto el hombre y ella se alejaron.

—¿Es usted de la zona, Miroku sama? —Kagome formuló la pregunta con elegante cortesía, midiendo la entonación de las palabras, tal y como se pedía ante una persona que se acababa de conocer.

—De cierto modo —comenzó a decir el monje, dando pasos calmos que producían un tintineo en las anillas del bastón que llevaba consigo—. De niño viví en Edo, hoy Tokyo —quiso aclarar.

Kagome sonrió con suavidad.

—A muchos nos está costando acostumbrarnos al nombre, a pesar del largo tiempo que ha pasado desde el cambio —matizó ella.

—Sin embargo, es usted muy joven y debió nacer después del renombramiento de la ciudad —el monje puntualizó.

—No tan joven, en realidad —Kagome sonrió ante la cortesía implícita en el comentario del hombre—. Tenía un par de años cuando eso sucedió. Sin embargo, en casa ojisan aún insiste en llamar Edo a la ciudad.

—Eso quiere decir que su ojisan y yo tenemos algo en común, Kagome sama —el monje hizo una reverencia al decir aquello.

Un breve silencio se hizo entre ambos, hasta que surgió un nuevo tema.

—Le agradezco que acompañase a Sango sama de regreso a su residencia —Kagome se sorprendió ante las palabras del hombre y probablemente éste lo notó, dado que se apresuró a dar una explicación—. Sé que no me corresponde a mí darle este agradecimiento, no obstante, me siento aliviado de ver que ella no camina solitaria por las calles.

—No, por favor, Miroku sama. No necesita disculparse conmigo por querer el bienestar de una amiga común —Kagome observó que su acompañante fijaba la mirada adelante, a la distancia.

—Me honra que considere que nos une una amistad, aunque no es el caso. Sango sama es un alma caritativa que ayuda a algunas personas que pasan por el templo derruido que intento reparar —el hombre se apresuró a aclarar. Kagome no pudo evitar notar el deje cabizbajo de sus palabras. Creyó que era buen momento para soslayar el tema.

—Me encantaría visitar el templo del que habla —Kagome sintió real curiosidad por un lugar en el que se recibía y ayudaba a personas.

En sus pensamientos reparó en que el Templo Higurashi sólo hacía algo similar en las festividades importantes. Las personas que asistían a la celebración eran agasajadas con algunas preparaciones que se elaboraban en la cocina principal de la casa. Y no podía llamar a eso ayuda.

—Será un placer recibir a una sacerdotisa en mi humilde templo —Miroku acentuó la respuesta con una reverencia profunda.

—Me temo que mi capacidad no llega a la que debe tener una sacerdotisa —intentó ser cauta y correcta en su visión de sí misma.

Miroku la observó durante un instante y Kagome contuvo el aliento, preguntándose la razón por la que aquel hombre, monje también, asegurase con claridad que ella era una sacerdotisa. Quizás él viese la energía que emanaban las emociones en las personas, del mismo modo en que a ella le sucedía ocasionalmente.

—Si me permite, Kagome sama, creo que usted tiene la capacidad suficiente —Miroku aseveró aquello con total seguridad.

—Agradezco su confianza, Miroku sama —Kagome moduló aquellas palabras con elegante delicadeza, el hombre le sonrió e hizo una leve reverencia, cerrando así aquella conversación.

Recorrieron el corto camino que les quedaba hasta el Templo Higurashi, en medio de un cómodo diálogo trivial por medio del cual el monje dio las señas necesarias para llegar hasta el templo que reconstruía. Se detuvieron al inicio de las escaleras que daban al templo y Kagome agradeció la compañía.

—Son tiempo peligrosos, Kagome sama. Es de esperar que no se aventure sola por las calles —la advertencia del hombre fue hecha con cierta solemne preocupación. Kagome contrajo ligeramente el gesto sin saber interpretar del todo la preocupación del hombre y era probable que Miroku leyera la pregunta en su mirada—. Le digo esto por el aprecio que parece tenerle Sango sama. Están pasando demasiadas cosas al amparo de la oscuridad de la noche.

—Claro —Kagome aceptó la advertencia. Sin embargo leyó en las palabras del hombre algo más intenso que sólo una preocupación amistosa. La luz entorno a él se había vuelto de un azul profundo, matizado de tonos amarillos. Pudo interpretar aquello como la voluntad de proteger—. Consideraré sus cuidados.

Una vez dicha esas palabras, Kagome hizo una reverencia suave y perfectamente elaborada. Con ella se despidió de su acompañante, no sin antes invitarlo a pasar por el Templo Higurashi cuando él quisiese. Luego de aquello comenzó a subir la larga escalinata que llevaba a la parte alta del monte.

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InuYasha permanecía en cuclillas en el borde de una saliente en la colina. Había llegado ahí mientras corría y disfrutaba del aire que apenas se le filtraba a través del grueso tejido de su indumentaria de color rojo. Se mantenía observando el sol mientras éste se perdía tras las nubes y las montañas. El atardecer resultaba frío y probablemente el invierno aún tenía alguna nevada por entregar antes de dar paso a la primavera. El invierno le resultaba grato, era una época tranquila en comparación con el bullicio humano de las demás estaciones del año. El bosque le agradaba también en este momento con su vida aletargada, latente bajo la tierra. Le gustaba oír el suave y lento murmullo subterráneo de las raíces de los árboles y de las criaturas que se resguardaban entre ellas. Respiró hondamente el aire helado y decidió correr una vez más por entre la vegetación, rememorando un tiempo más peligroso para él, aunque más libre también.

Se deslizó colina abajo y mientras el viento le agitaba el pelo se permitió no pensar en nada, sólo quería sentir el susurro del aire en sus orejas de hanyou y la tierra en la planta de los pies desnudos. Al terminar la colina y encontrarse con el bosque, extendió uno de sus brazos y las garras en sus dedos resonaron como cuchillas afiladas que dejaron una cicatriz profunda en el tronco de uno de los árboles. InuYasha sabía que no necesitaba marcar la zona, dado que no había en el lugar youkais que se atreviesen a enfrentarlo, sin embargo ese era un hábito que lo conectaba con una parte primaria y salvaje de él que no quería olvidar.

La carrera entre los árboles, en el momento exacto en que el bosque comenzaba a oler a noche, lo trasladó en el tiempo y se sintió nuevamente como cuando tenía poco más de un siglo de vida, y estos mismos senderos ocultos al ojo humano eran su hábitat. Dio un salto hasta la rama de un árbol y desde ahí llegó a otra rama más fuerte. A continuación se inclinó y tomó el impulso suficiente para alzarse por sobre las copas de los árboles y observar las luces que comenzaban a iluminar la antigua Edo. Cuando la fuerza de su salto lo llevó a lo más alto, fijó la mirada en un monte que mantenía una tenue iluminación en su cumbre. InuYasha sabía de qué se trataba, y quiso llegar hasta ahí, hasta el Templo Higurashi.

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Continuará.

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N/A

He dicho en más de una oportunidad que AMO KAWAAKARI y lo seguiré diciendo. Esta historia me está permitiendo trabajar con otra forma de narración, además de acentuar características de los personajes. Espero que ustedes estén disfrutando de los pasos que doy.

Gracias por leer y comentar.

Anyara