KAWAAKARI
"El río que resplandece en la oscuridad"
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Parte II
Capítulo XVII
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Kagome se encontraba en el jardín interior que daba directamente a su habitación. Permanecía arrodillada ante una de las plantas medicinales que tenía en el lugar. Ésta, que de habitual era fuerte y frondosa, se estaba viendo debilitada a pesar de los cuidados que le estaba dando. Acarició el tallo y las pequeñas hojas, en tanto murmuraba peticiones de bienestar. Le gustaba mantener este espacio verde como un lugar privado en el que ella podía escoger qué cultivar. En más de una oportunidad su madre quiso que interviniese en él un jardinero, sin embargo Kagome mostró el desencanto claro que aquella idea le producía. Finalmente su okāsan aceptó que lo llevase ella, bajo el compromiso de que Kagome lo mantuviese siempre en su mejor expresión. Para ella había algo mágico en salir a tomar el aire por la noche cuando algún sueño la despertaba, y caminar por el sendero que se movía por entre el verde de la naturaleza. Del mismo modo que había hecho la pasada noche, cuando la luna ya estaba alta en el cielo. Miró la puerta entreabierta de su habitación, desde el lugar en que se encontraba, y rememoró el momento pasado con todo el detalle que le fue posible.
Se había acostado luego de hacer un repaso de los acontecimientos del día, como era su costumbre, y tomar algunas notas sobre aquello que le parecía relevante. La reunión con sus amigas y el largo paseo de regreso la agotaron lo suficiente como para que el sueño llegase en cuanto se acomodó sobre el futón. En el momento en que el estado de duermevela la envolvió, le pareció notar una suave y fría brisa tocándole la piel de las mejillas. Su costumbre era recostarse de medio lado a pesar de lo mucho que su madre le insistía en que durmiese como una dama, con la cara mirando al techo y el cuerpo recto como un tronco de abeto. Kagome solía olvidarse de la almohada que la ayudaba a esa tarea y creaba la propia con la esquina del futón. En medio de ese momento de comodidad fue que notó el aire que la tocaba del mismo modo que haría una caricia fría. Sintió cierto desasosiego que no consiguió sacarla del estado de sopor en que había entrado, no obstante se recogió ligeramente sobre sí misma para cobijarse del aire frío y la sensación de inquietud. De pronto le pareció notar el toque de una mano que caía con cierto peso por encima de su hombro y se preguntó si aquello era un sueño o la percepción de una presencia que estaba realmente junto a ella. Se removió sobre el futón, intentando recuperar la consciencia del lugar en que se encontraba. El toque de la mano se convirtió en una caricia por sobre la mejilla helada y Kagome se quedó muy quieta sintiendo el calor de aquel contacto. Estaba dividida entre el recelo y el encanto. Por un momento, aquella sensación la hizo desistir de abrir los ojos. Se quedó muy quieta, percibiendo el toque cálido de lo que parecía una mano fuerte, aunque delicada en su acción. Inevitablemente se imaginó que aquella era la mano de InuYasha Taisho, ese pensamiento la llevó a contener el aliento y desencadenó otros tantos que pasaron por el deseo de que aquella caricia se hiciese larga, lánguida, y profundamente intensa. El deseo se hizo tan urgente en ella que imaginó o soñó, no estaba segura, que esa mano la liberaba de las mantas y se sumía bajo la yukata que llevaba, deslizándose por una de sus piernas hacia arriba.
Su respiración se agitó de golpe y abrió los ojos con igual rapidez, para volver a cerrarlos a continuación en el acto natural de despertar. Cuando se notó lo suficientemente lúcida, comprobó que la puerta de su habitación estaba abierta. Se sentó sobre el futón, apoyada en éste con una de sus manos, y observó la puerta durante un largo instante de cavilación. Miró las mantas que estaban removidas más allá de lo que podía causar ella al despertar.
Se levantó del futón y se envolvió en una de las mantas que tenía sobre éste. El frescor del aire en el exterior de la habitación la tocó de inmediato y Kagome tuvo el recuerdo nítido de la sensación de aquella mano cálida en su mejilla.
Luego de aquello le había costado un poco más volver a dormir, y cuando lo consiguió, los sueños que experimentó resultaron inquietantes e íntimos. Incluso ahora, largo tiempo después de despertar, aún sentía que se le sonrojaban las mejillas al recordar parte de ellos. Acarició una de las hojas debilitada de la planta que mantenía a un costado de su habitación a modo de protección. Tenía un presentimiento que resultaba extraño e imposible; InuYasha Taisho había estado aquí. Kagome tenía total consciencia de lo improbable de aquella idea, no obstante había en su corazón algo parecido a la certeza.
Se puso en pie y decidió que lo mejor era llevar sus pensamientos a otra cosa. De ese modo se encaminó hacia uno de los almacenes que había en el templo en él su abuelo conservaba fertilizante. Con un poco de ese polvo disuelto en agua quizás su planta protectora mejoraría. El camino resultó tranquilo, el templo carecía de personas que lo visitasen y este día había sido particularmente solitario. Kagome atribuía los pocos visitantes a las largas escaleras que había que subir para llegar. Recorrió el mismo camino que había hecho con el señor Taisho unos días atrás y lo hizo con calma, rememorando partes de la conversación que habían tenido. Aun no sabía lo que había hablado InuYasha con su abuelo, y eso la mantenía en un estado de inquietud que el tiempo le había enseñado a disimular.
Al pasar ante uno de los altares dedicados a las peticiones de bondad y misericordia, percibió un sonido agudo y corto, enseguida lo relacionó con el maullido de un gato pequeño. Se acercó al altar y lo rodeó para encontrarse con un pequeño gato de color blanco, con manchas marrones y grises. El animal permanecía oculto entre dos de los soportes de piedra del altar.
—Hola, pequeño —extendió la mano y esperó a que el gato se acercara. Sin embargo el animalillo no parecía estar demasiado animado a hacerlo. Kagome pensó en el frío y en el tiempo que pudo pasar el gato en ese lugar.
Miró hacia atrás, la casa no estaba demasiado lejos y podía ir por algo de comer y así convencer al animal. No obstante, se animó a acercarse un poco más, aún con la mano extendida. El gato se acercó con inseguridad y timidez, le olfateó la punta de los dedos y Kagome notó el cosquilleo de los finos bigotes. Finalmente el animalillo cedió y se acarició por todo el costado de su mano.
—Eso es —murmuró ella y lo alzó, pegándose el pequeño cuerpo al pecho para cubrirlo con la manga de su komon— Vamos a casa.
Las palabras parecieron calmar al gato y Kagome pudo llevarlo consigo hasta el interior, dejando olvidado de momento el fertilizante que iba a buscar.
Una vez estuvo cerca de la cocina se acercó a Hanae que preparaba una bandeja para el té. Kagome observó, pensando primero en que sería el té habitual de ojisan, sin embargo había más de un recipiente preparado.
—¿Ha venido alguien? —el gato maulló en el momento exacto en que Kagome hizo la pregunta.
—¿Trae un gato? —Hanae observó al animalillo con curiosidad.
—Sí ¿Tendrás algo de comida para él?—Kagome acarició la cabeza del animal y éste la empujó hacia sus dedos para devolver el toque.
—¿Es macho? —la mujer se acercó a un mueble, tomó un cuenco de arcilla y puso una cucharada del guiso que tenía en la olla junto al fuego.
—Eso creo —Kagome intentó comprobar aquello—, aunque no estoy muy segura.
—¿Se quedará con él? —Hanae acercó el cuenco a Kagome, por encima de la mesa y ella vio que humeaba demasiado para que el gatito pudiese comer, así que sopló el alimento con la esperanza de enfriarlo un poco.
—Estaba junto al altar pequeño a Kanon —dio aquel argumento que Hanae pareció comprender de inmediato.
—Si lo ha guarecido la Deidad de la Misericordia, entonces habrá que recibirlo —la mujer sentenció.
El pequeño gato pareció no querer esperar más a que la comida estuviese a buena temperatura y se estiró del agarre en que lo tenía Kagome para alcanzar el cuenco.
—Espera, te caerás —sonrió a la vez que decía aquello. Dejó al animalillo en el suelo, junto al plato y observó el modo en que tanteaba la comida hasta que se animó a comenzar a comer. Sólo en ese instante volvió a prestar atención a Hanae.
—¿Hay alguien con ojisan? —Kagome observó la bandeja para el té que Hanae estaba preparando. La mujer asintió con suavidad y la miró.
—Ha venido Seijitsu san —mencionó con calma, para luego agregar—. Creo que ha venido por usted.
Las palabras provenían de un conocimiento silencioso que Hanae tenía sobre Kagome y ésta lo sabía. La mujer era parte del servicio de la casa desde que ella era una bebé y con su capacidad de observación era capaz de anteponerse a lo que Kagome necesitaba. Kagome, por su parte, reconocía en Hanae algo cercano a una amiga. Era la mujer quien ocultaba los pequeños actos de rebeldía de Kagome, ya fuese el apartar la almohada con la que su madre quería que durmiese, la desaparición de algún dulce los días en que practicaba con el arco, o su gusto por alcanzar las ramas más altas de algún árbol en el bosque que rodeaba el templo. Hanae comprendía el espíritu indómito que Kagome mantenía oculto de todos los demás, y la alentaba a cumplir con las peticiones de su madre de ser la dama que se esperaba de ella. Una vez Kagome le preguntó por qué la llevaba a la contradicción y Hanae le dijo que no era contradictorio ser lo que se debe ser, contradictorio era ser sólo lo que se quiere ser.
Kagome aceptó aquellas palabras, no obstante, fue con el tiempo que comprendió el rumbo que tenían. Ella era lo suficientemente libre para conocer sus capacidades y conocía la cuerda que la ataba para cumplir con su rol en la familia Higurashi. No lo deseaba, sin embargo este era el modo en que se hacían las cosas y su aporte al bienestar de a quienes amaba.
—Yo también lo creo —Kagome aceptó, finalmente.
Permaneció silenciosa, acariciando el lomo del pequeño gato, en tanto Hanae terminaba de preparar la bandeja.
—Debería cambiarse, Kagome sama. Usar algo más cuidado —Hanae dijo aquello desde la puerta que conectaba la cocina con el pasillo que la llevaría a la sala grande.
—Quizás —Kagome aceptó—, aunque creo que esto está bien.
Su apariencia era la habitual cuando estaba en casa. Llevaba un komon de un único color sin detalles decorativos, sólo el obi tenía algunas flores y daba al conjunto un aspecto alegre aunque austero. En ese momento exacto su madre entró en la cocina.
—¡Estabas aquí! —la voz de la mujer intentó ser todo lo mesurada que pudo a la hora de expresar la mezcla de ansiedad y alivio que sentía. Hanae tuvo que retroceder un paso para no chocar con ella que entraba con brío al espacio— ¿Qué haces con esa ropa? Debes cambiarte —decidió, en tanto se acercaba unos pasos— No hay tiempo para un kimono. Puedes ponerte el komon rosa pálido, el que tiene bordadas las flores de sagisō —Kagome recordó el significado de aquella flor y se mordió la lengua para no emitir la queja real que tenía en la garganta—. Hanae, yo llevaré el té. Ayuda a Kagome.
Su madre tomó la bandeja de manos de la mujer.
—Hojō ya me ha visto con este komon antes —Kagome intentó una réplica no demasiado directa, mientras acariciaba al gatito que se relamía.
—Justamente por eso. Además, esta visita es diferente, lo sabes —su madre la instigó. Kagome suspiró con suavidad, aceptando su destino— ¿Ese es un gato?
Kagome no se sentía con ánimo de afirmar lo evidente.
Se cambió de komon, tal y como su madre había pedido. Podía comprender el deseo que expresaba para que todo saliera bien, sin embargo le extrañaba la tensión que había en ella.
—Hanae ¿Te parece que okāsan está diferente? —hizo la pregunta como un comentario sin demasiada importancia. No era su intención poner en los pensamientos de la mujer una idea negativa sobre su madre.
—Su okāsan se preocupa por usted, lo ha hecho a cada momento de su vida —Hanae respondió aquello mientras le acomodaba el obi que era de un color amarillo igual de pálido que las flores de sagisō que decoraban la parte baja y ascendían levemente por delante. Kagome se observaba en el espejo y se detuvo en el detalle de las flores bordadas. Se trataba de una pequeña y delicada orquídea que representaba pureza y un claro mensaje de añoranza. Sueño contigo, sería una frase asertiva para definir su uso. Kagome sentía que tenía un grito atorado en el pecho, a pesar de comprender que este paso era uno habitual en las familias, después de todo Hojō estaba lejos de ser la peor persona con que pudiesen casarla. Quizás debía agradecer que su madre no le pidiera ponerse el kimono que tenía bordado un jardín de Shirayuri, para demostrar pureza y castidad.
En ese momento comprendió que sí, su madre estaba preocupada por ella.
Cuando estuvo lista, con el pelo cepillado y atado unos pocos centímetros antes de llegar a su largo completo, se acercó hasta el salón en que estaba su abuelo y Hojō tomando el té. La puerta estaba abierta en señal de que aquellos que estaban en la habitación eran de casa. Kagome notó que ese conocimiento la tensaba
Se presentó ante la puerta e hizo una suave reverencia para ser aceptada en el interior de la habitación. Hojō estaba de pie y eso llamó su atención.
—Kagome chan —su abuelo se dirigió a ella y Hojō hizo lo mismo con la mirada—. Seijitsu san se retira ¿Podrías acompañarlo?
—Claro —Kagome hizo una reverencia de aceptación y encubrió con ella la duda ante la formalidad de las palabras de su ojisan. Él no solía tratar a Hojō de ese modo, al menos no hasta ahora.
El hombre se acercó hasta ella con seriedad y le mostró el camino con un gesto suave de la mano. Kagome debía reconocer el cuidado en los modales que Hojō usaba con ella, y reafirmaba su idea de que sería un buen marido. Anduvieron en silencio por el largo pasillo que los sacaba de la parte central de la residencia. Kagome comenzaba a preguntarse si este silencio era parte de una nueva forma de trato entre ellos.
—Pensé que no llegaría a verte —la voz del chico estaba ligeramente apagada y Kagome percibió cierta oscuridad en la luz a su alrededor.
—Lo siento, no sabía que vendrías hoy —ella intentó ser lo más correcta posible en tanto le seguía el ritmo al andar, dos pasos tras él.
Hojō detuvo su marcha y se giró hacia ella cuando estaban ante el escalón que daba al jardín exterior, que a su vez abría un sendero a la salida. El hombre le extendió una mano para que ella la usara de apoyo al descender los escalones y encontrar las geta que Hanae dejó anticipadamente en el lugar.
Mientras se calzaba, en hombre volvió a hablar.
—Quería tener una conversación con ojisan.
Kagome notó un ligero frío en la espalda, Hojō estaba manifestando lo que ella suponía, sin embargo no hizo ninguna pregunta. Él la miró y Kagome notó que el corazón se le aceleraba de ansiedad. Probablemente el tipo de relación que tenían iba a cambiar a partir de ahora, ya no podría dirigirse a Hojō como a un amigo y debería comenzar a tratarlo como su futuro esposo. Esa comprensión atrajo lágrimas a sus ojos, bajó la mirada y se obligó a respirar profundamente para calmar el estado de sus emociones. Entre todas aquellas conclusiones había un pensamiento de fondo al que no conseguía escapar ¿Qué pasaría con InuYasha Taisho?
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Continuará.
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N/A
KAWAAKARI es una historia que escribo con cierta inseguridad, sobre todo por la cantidad de detalles que cuento en ella. Luego, cuando la reviso al paso de unos días de terminar el capítulo, me encuentro con frases y emociones que me alientan y siento bellas. Espero que ustedes puedan disfrutar leyendo, tanto como yo escribiendo.
Quiero agradecer especialmente a las personas que leen y se toman ese instante para dejar un comentario.
Besos
Anyara
