Los personajes de Crepúsculo pertenecen a Stephenie Meyer, yo los tomo prestados.
Feliz Octubre, Feliz Halloween!
ULTIMATUM
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No era la primera vez que una discusión terminaba con su esposa yéndose un par de días de casa.
Sabía que el enojo se disiparía tan pronto como se disculpara y admitiera su error. Siempre era igual.
Pero por alguna razón, mientras conducía por la noche en la carretera, sabía que esta discusión no era como las anteriores.
Bella recogió un poco de ropa de ella y los niños y se marchó a la casa de su padre en Forks. Un pequeño pueblo donde nunca pasaba nada interesante. Era el pueblo de la infancia de su esposa y también la suya, en donde se habían conocido tantos años atrás. A Edward le encantaba porque tenía ese toque frío, silencioso y melancólico que no tenían las grandes ciudades.
Se conocieron en la escuela, pero él solo sabía que ella era hija del policía. Luego coincidieron en el mismo trabajo empaquetando regalos de navidad. Se hicieron buenos amigos, pero ella estaba de novia con otro chico, así que no se hizo demasiadas ilusiones.
Cuando supo que cortaron se tiró a la piscina a ojos cerrados sabiendo que podía estrellarse contra el concreto. Tenían 22 y 23 años aproximadamente, los suficientes para vivir una relación intensa y casarse en un máximo de cuatro meses.
Ambas familias no estaban de acuerdo. ¿Cuatro meses, de verdad?
Charlie, el padre de Bella, había mandado a llamar a Edward a su oficina en la estación de policía. Mientras interrogaba sus intenciones con Bella, limpiaba su hermosa y terrorífica arma que llevaba siempre en el pantalón.
Edward sudaba, pero al parecer había pasado la prueba.
Se casaron tan rápido que la mayoría del pueblo pensaba que ella estaba embarazada. No lo estaba en ese momento, pero no pasó mucho tiempo para que lo estuviera.
Nunca se arrepintió de haberse casado tan rápido. De alguna manera siempre supo que ella era la indicada. Incluso cuando la veía de la mano con su exnovio. Algún día estaría de la mano con él. Y así fue.
Observó la luna resplandeciente del cielo y encendió la calefacción.
Cuando se dio cuenta que Bella se había marchado, decidió conducir desde Seattle con no más que su licencia de conducir y una Gatorade en el asiento del copiloto. De camino se encontraría con alguna gasolinera y allí compraría algo para comer. Todavía le quedaban 3 horas de viaje. 2 horas y media si tenía suerte.
Suspiró mientras buscaba música en la radio. Su teléfono comenzó a perder señal.
De repente, miró el pequeño zapato que colgaba del espejo retrovisor. Un zapato rosado con lentejuelas que le regaló a una de sus hijas cuando era pequeña. Detrás del zapato, el primer chupete de su hijo mayor cuando era bebé.
Sonrió.
Ya no eran tan pequeños.
Tenía dos hijos preadolescentes de 13 y 16 años. A menudo se preguntaba en qué momento de su vida habían crecido tanto. Ya no lo necesitaban demasiado como antes, aunque la niña era muy apegada a él.
Eran buenos niños; amables, risueños y revoltosos. El mayor era la imagen de su madre y la niña, de su padre.
Su tercera hija, sin embargo, era una mezcla perfecta de los dos.
Olivia había cumplido 2 años el mes pasado. Se suponía que lo celebrarían en familia, pero Edward había decidido asistir a una comida de trabajo que no estaba programada. Le avisaron a última hora y aunque podía excusarse, no lo hizo.
Bella lo esperó para preparar la fiesta, pero ni siquiera la llamó para avisar.
Pelearon esa noche. Bella puso a dormir a Olivia en el medio de la cama, por lo que la usaban de muralla.
Las cosas entre ellos no estaban muy bien. Empeoraron con el nacimiento de Olivia. Edward cada vez pasaba menos en casa, compartía menos con la familia y apenas dormían juntos en la misma cama.
Desde su nacimiento había estado trabajando demasiado, haciendo horas extras para pagar la deuda de la clínica, ya que el parto de Olivia fue complicado y Bella casi perdió la vida. La bebé también tuvo complicaciones y estuvo en una incubadora durante mes y medio porque no podía respirar por sí misma.
Bella estuvo en el quirófano dos veces en estado de gravedad. La primera vez se había puesto tan pálida que su ritmo cardiaco comenzó a acelerarse hasta el punto de que no reaccionaba a ningún estímulo.
Cuando parecía que mejoraba, algo se lo impedía.
"Cuida a los niños, por favor. No los dejes solos." Susurró entre súplicas antes de que una enfermera se la llevara.
Edward se sentía culpable de todo. Pensaba en todas las cosas que no hizo y que podrían haber evitado ese momento. Como aquella vez en que le prometió que se haría la vasectomía para no tener más bebés, pero Bella se había operado cuando nació su segunda hija entonces lo pospuso. Siempre tenía una excusa para no hacerlo; el trabajo, los niños, las deudas.
Pensó que era casi imposible que quedara embarazada.
Pero ese "casi" era el problema.
Bella no llevaba bien los embarazos. Siempre terminaba internada con hemorragias, bajas de presión y anemia. Nunca había perdido un bebé, pero su útero no se adaptaba a él. Sus dos hijos mayores nacieron por inducción en cesáreas de emergencia y su doctor le dijo que era suficiente.
"Puedes tener más hijos, claro, si es que quieres dejarlos huérfanos" le dijo el doctor, sin pelos en la lengua.
Cuando el tercer test de embarazo dio positivo, ambos sintieron mucho miedo. Hablaron de la posibilidad de un aborto, pero Bella finalmente había desistido. Esa fue su primera pelea fuerte en todos los años que llevaban juntos.
Ella decidió seguir con el embarazo, aun sabiendo los riesgos.
Comenzaron las discusiones, los gritos. Edward pasaba más tiempo en la oficina y ya casi no pasaba tiempo en casa. La dejó sola durante casi todo su embarazo. Comenzó a preocuparse más cuando ella empeoró de salud.
Era su culpa. Él sentía que lo era. Si se hubiese hecho la vasectomía, si hubiese seguido usando métodos anticonceptivos, Bella no estaría con riesgo de muerte en ese momento. Pensó en todas las posibilidades… pero la vida de su esposa no estaba en sus manos.
Bella comenzó con problemas en el quinto mes. Presión alta, anemia, diabetes gestacional, etc., lo mismo que con sus otros hijos. La internaron 5 veces.
Después de las 24 semanas comenzó a sangrar y la internaron nuevamente. Estuvo más acostada en una cama de hospital que en su propia cama.
Mientras la monitoreaban, miraba como Edward caminaba de un lado a otro.
—Edward, si yo me muero…
—No, Bella, cállate.
—No te alejes de tus hijos. Cuídalos, no los dejes con otras personas. Hay mucha gente mala en este mundo y quiero que se sientan seguros… si yo me muero…
—¡No te vas a morir! —casi gritó.
La enfermera lo miró absorta. Reacomodó el suero en el brazo de Bella y se marchó.
—Hay que pensar en todas las posibilidades. —continuó, cansada.
Edward se echó a reír, una risa amarga.
—¿En todas las posibilidades? ¿Cómo la del aborto?
Ella lo observó con tristeza.
Cuando Olivia nació, todo su enojo se disipó. Estaba preocupado, la incertidumbre lo carcomía, pero finalmente, todo había salido bien.
Aunque las cosas en casa nunca fueron igual.
Bella comenzó a distanciarse. Al principio pensó que tenía miedo de que a Olivia le pasara algo si la descuidaba un momento. De repente, lo único que hacía era tener a la bebé con ella. Olivia prácticamente vivía en su cadera. Nunca dejaba que la cargara, ni que la mudara ni que la bañara. Todo lo hacía ella, así que él se preocupaba de los mayores.
Quizá ya no lo amaba, pensó. Él se había alejado primero y ella se decepcionó. La dejó sola en su embarazo, la hizo sentirse culpable por no haber abortado al bebé, prefería pasar horas en la oficina en vez de estar con su familia. Durante los dos años de la bebé ni siquiera habían pasado un fin de semana juntos.
Por supuesto, ella se había cansado.
Entonces tomó a sus niños y se marchó. Le dejó una nota en la mesa del comedor con su delicada caligrafía.
"Me voy con los niños a Forks un tiempo. No me llames al teléfono, no contestaré"
Edward tenía una reunión importante con unos clientes al día siguiente, pero canceló todo para ir a buscarla.
¿Por qué esperó que las cosas se complicaran tanto para reaccionar?
Algo tendría que hacer para que ella volviera. No sería fácil, porque Bella podía ser muy comprensiva, pero sí era bastante testaruda y cuando se le metía algo en la cabeza no había forma de hacer que cambiara de opinión.
Sabía que le había cabreado que no asistiera al cumpleaños, que hubiese decidido ir a esa comida de la empresa en vez de estar con su familia. Entendía su enojo, por supuesto que sí, y no pensaba recriminarle por haberse ido. Solo quería disculparse y prometerle cambiar por el bien de la familia.
Llegó a Forks a la medianoche. La casa de Charlie estaba a oscuras. Tocó tres veces hasta que Bella abrió la puerta. Lo miró con asombro, aunque estaba seguro de que lo esperaba. Llevaba una bata y el cabello recogido, y por supuesto, llevaba Olivia en su cadera. La pequeña sonrió al verlo, llenando de baba su pijama de osito.
—¿Los niños? —fue la primero que preguntó, mientras besaba la cabeza perfumada de su bebé.
Ella lo miró con un poco de tristeza.
—Durmiendo. ¿Qué haces aquí?
—Me dijiste que no te llamara, así que vine a buscarte.
Bella sacudió la cabeza y miró al interior del inmueble, comprobando que no hubiese nadie.
—Entra. No hagas ruido. Los niños recién se quedaron dormidos.
La casa de Charlie parecía haber sido asaltada por un huracán. Ropa doblada en los sillones, zapatos esparcidos por el suelo. Era extraño porque Charlie no le gustaba el desorden.
—Parece que no te llevaste solo un poco de ropa. —observó.
—Los niños la necesitan.
—¿Cómo metiste todo esto en el bus? —miró hacia la mesa del comedor— ¿Esa no es la maqueta de Lily? ¿Subiste una maqueta de la escuela en el bus?
Ella se encogió de hombros.
—Podía necesitarla.
Bella acomodó a Olivia en su otro lado y fue hacia la cocina. Encendió la luz y llenó el hervidor de agua para preparar café. Él la observaba mientras se movía, buscando las palabras adecuadas para hablarle.
Parecía tranquila, aunque un poco cansada.
Ni siquiera tuvo que decir nada. No se lo permitió.
—No voy a regresar, Edward. Esto se acabó.
Se acercó tan rápido que no supo en qué momento se movieron sus pies. Llegó hasta Bella y la giró con sus manos, mirándola a los ojos. Estos estaban vidriosos, ojerosos y resignados.
—Cariño… —tembló— Lo siento tanto. Me equivoqué, me porté mal. Lo siento tanto.
Ella sacudió la cabeza.
—No es tu culpa. No hiciste nada.
—Sí, sí lo hice. Te fallé. —tomó su rostro entre sus manos, el cuerpo le temblaba de una forma escalofriante. Bella le apartó el pelo que le caía de la frente— Bella.
—Las cosas salieron así y ya está. Yo estoy bien, te amo, eso nunca va a cambiar, pero…
—Pero no me quieres en tu vida.
—Siempre te voy a querer en mi vida, Edward. Eres el padre de mis hijos.
El corazón de Edward latía desbocado. De alguna manera, sentía que la casa se movía entera. ¿Qué iba a hacer sin Bella ahora? Se negaba a perderla.
—Démonos un tiempo, ¿de acuerdo? No arranques esto de raíz, Bella. Tenemos una historia, una hermosa historia. Nuestros hijos…
—Ellos estarán bien. —una lágrima rodó por su mejilla— Estaremos bien. Nos tenemos los unos a los otros, pero esto… Edward, hace mucho tiempo que debió terminar. No es tu culpa, de verdad… tienes que aceptarlo.
El hervidor hizo un ruido y se alejaron. Olivia bostezó.
—Voy a acostarla. Fue un viaje largo hasta aquí para ella.
—De acuerdo.
Edward besó a la niña en la cabeza y Bella volvió a revolverle el cabello. Cuando recién se conocieron siempre lo hacía, pero con el paso del tiempo dejó de hacerlo. Aquel gesto lo hizo retroceder en el tiempo.
Cuando Edward la miró, se dio cuenta que sus ojos todavía brillaban con amor y aquello hizo que despertara una esperanza.
Tomó su rostro entre las manos y la besó.
Ella no se separó. Respondió al beso de la misma forma. Un beso profundo, necesitado y tan lleno de amor que le era imposible pensar que era el fin.
Al separarse, Bella tenía la cara manchada de lágrimas y se las limpió rápidamente mientras acunaba a una dormida Olivia. Se la llevó al cuarto para acostarla mientras Edward preparaba café. Sirvió dos tazas. Tenían toda la noche para conversar.
Pocos minutos después, escuchó un ruido en la escalera.
—¿Edward? —Charlie estaba al pie de la escalera con un bate de béisbol en la mano— ¿Qué haces aquí?
Se levantó enseguida para saludarlo, pero no estrechó su mano. Charlie parecía consternado.
—Vine a ver a Bella. Lo siento si te estamos molestando.
Lo vio esconder el bate y bajar las escaleras.
—¿Bella sabe que estás aquí?
—¿Ya te contó todo, verdad?
—No, no me dijo nada.
Por supuesto, de lo contrario tendría una pistola y no un bate de béisbol.
—Fue a acostar a Olivia.
Charlie asintió. Miró la taza de café en su mano y señaló la escalera.
—¿Por qué no te acuestas? Los niños están durmiendo en mi cuarto. Yo estoy en la pieza de invitados.
—Gracias, Charlie, no quiero molestar.
Él negó con la cabeza.
—No, no me molestas. —parecía a punto de acercarse y abrazarlo, pero se detuvo. Entonces giró en sus talones y se preparó para subir las escaleras de regreso a la habitación. Antes de desaparecer, miró a Edward de reojo— Ve a dormir, hijo.
Y desapareció.
Se sentó junto a la mesa del comedor y allí estuvo por lo que parecieron horas. Bebió una taza de café, luego otra y otra, hasta que el hervidor se vació. Estaba un poco mareado, desorientado y ni siquiera se dio cuenta que comenzaba a amanecer. Quizá debería acurrucarse en el sillón.
Bella regresó en ese momento.
—Edward. ¿Estás bien?
—S-sí.
No, no lo estaba. No le hacía muy bien el café. Acostumbraba a tomarlo comiendo algo, pero hace horas que tomó su última comida.
—No te ves bien.
—¿Tienes algo para el dolor de cabeza?
Ella tocó su brazo y luego se alejó a la cocina donde Charlie guardaba los medicamentos. Mientras esperaba, ella seguía hablándole.
—Creo que es mejor que te vayas. —le dijo— Asustarás a los niños.
—No creo que pueda manejar así. Me iré temprano por la mañana.
Cuando se levantó de la silla, todo le daba vueltas y al parpadear, sus ojos comenzaron a distorsionar la realidad. Miró hacia al frente, hacia unas manos que lo sostenían.
—¿Edward?
Parpadeó.
—¿Alice? —llamó— ¿Qué haces aquí?
Lo sostuvo más fuerte, porque parecía a punto de caer.
—¿Cómo estás? Ven, sostente bien de mí. Vamos.
Negó con la cabeza.
—¿Qué haces aquí?
—Tranquilo. Vamos. Mamá y papá vienen en camino.
—¿En camino? —gimió— ¿Por qué mamá y papá vendrían…?
—Tranquilo, Edward. Estoy aquí.
Se quedó quieto y trató de soltarse, pero no pudo. No entendía en qué momento Alice había aparecido frente a sus ojos, pero lo cierto es que estaba demasiado mareado para comprenderlo.
—Tengo que hablar con Bella. —murmuró, sentándose otra vez. Miró hacia la cocina, pero Bella no estaba— ¿Dónde está Bella?
Estaba allí hace un momento.
Observó la casa y de repente notó a Charlie en las escaleras.
—Discúlpame por llamar a estas horas, Alice. No sabía muy bien qué hacer.
—No te preocupes, Charlie. Hiciste bien.
Se soltó con brusquedad del brazo de su hermana y parpadeó otra vez. Una, dos, hasta tres veces.
—¿Dónde está Bella? —repitió.
Y lo siguiente que escuchó no tenía ningún sentido.
—Bella ya no está, Edward. No está. Por favor, déjanos ayudarte. Por favor. —suplicaba su hermana con voz llorosa— Hazlo por los niños, ellos te necesitan. Si te ven en este estado se asustarán.
La sangre se le heló. De repente ya no escuchaba voces ni reconocía rostros. Miró a su alrededor preso del pánico, como si aquello fuese una película de terror. Sus ojos desorbitados fueron a parar a la mesa del comedor donde acababa de tomarse un hervidor de café.
Sin embargo, aquello no era café y eso no era un hervidor. Era whisky. Se había tomado una botella de whisky.
Bella. ¿Dónde estaba Bella? Estaba en la cocina buscándole algo para el dolor de cabeza… y de pronto había desaparecido.
Como si le abofetearan en la cara, de repente comenzó a tener conciencia de lo que pasaba.
Bella ya no estaba.
Porque Bella estaba muerta.
Y Olivia.
Edward se soltó de Alice y subió corriendo las escaleras. Su hermana le gritó, pero Charlie la detuvo. Comenzó a revisar habitación por habitación, incluso en la que dormían sus niños. Ellos despertaron asustados, pero no se detuvo a saludarlos.
Cuando encontró la habitación que buscaba, la abrió de un solo golpe.
La habitación de Bella.
Estaba intacta, como si nadie hubiese estado aquí en mucho tiempo. Su cama, su ropa, sus muebles.
Se suponía que Olivia estaba aquí durmiendo, pero tampoco había rastros de ella. No había rastro alguno de la presencia de un bebé.
Abrió el clóset, como si pudiesen estar escondidas allí.
Su corazón se rompió, pedazo por pedazo, mientras todo comenzaba a tener sentido.
Bella había muerto en el parto hace dos años. Tuvo una hemorragia severa que los doctores no pudieron controlar y Olivia nunca logró respirar por sí misma. Recordó aquel segundo en que el doctor le dijo que su esposa no lo había logrado.
Recordó el cuerpo frágil de la bebé en sus brazos; pequeña, pálida y fría. Tan pequeña que el cajón féretro le quedaba demasiado grande.
Recordó el cuerpo de su esposa, también pálido y congelado. Le había gritado en la morgue que se despertara, que no podía irse y abandonarlo. Pero nunca se despertó.
Y Edward nunca lo había superado. El dolor y la culpa eran demasiado grandes para seguir adelante.
Bajó las escaleras en tambaleos y salió buscando las llaves de su auto. Abrió la puerta y se fijó en los accesorios del espejo retrovisor. El zapatito rosado de su segunda hija, el primer chupete de su hijo mayor.
Pero no había nada de Olivia, porque Olivia estaba muerta y nunca alcanzó a usar nada para tenerlo de recuerdo.
Recordó la ropa doblada en los sillones, los zapatos, la maqueta de la escuela de Lily y entonces lo entendió.
Sus hijos vivían aquí, con Charlie. Él se los llevó después de la muerte de Bella porque era lo mejor para todos.
Se desvaneció. Su cuerpo chocó con la puerta del auto y parecía a punto de vomitar. Sintió unos brazos que lo envolvían y el olor dulzón característico de su madre.
—Edward, ¿me escuchas? —hablaba ella, su voz quebrada— Hijo.
"No me llames al teléfono, no contestaré"
Por supuesto que no. Los muertos no contestan las llamadas telefónicas.
—Edward… ¡Edward!
"No es tu culpa, no hiciste nada"
—¡Carlisle, hay que llevarlo al hospital!
Todo este tiempo había estado viviendo solo en casa, imaginando a Bella en ella. Dejó de ver a sus hijos, dejó de trabajar. Inventaba situaciones y discusiones, momentos en familia. Pasaba horas y horas sentado en la cama de lado donde dormía su esposa. La cuna de Olivia estaba intacta, su ropa… todas sus cosas. Era la primera vez que salía de casa desde su muerte.
Su familia había intentado ayudar. Alice lo visitaba a menudo, le preparaba comida y trataba de hacer que se aseara, pero con el tiempo él se había vuelto demasiado violento. No quería ayuda psicológica, no quería que nadie se le acercara.
Su aspecto estaba muy deteriorado. A Alice le costó mucho reconocerlo cuando llegó a buscarlo. Cuando Charlie bajó pensó que un vagabundo había irrumpido en la casa y preparó el bate de beisbol para darle en la cabeza.
Tenía tanta barba encima que era casi imposible reconocerlo.
Lo subieron al auto mientras su mente daba vueltas.
Por eso Bella nunca soltaba a Olivia. Por eso no la dejaba cargarla ni cambiarla.
Por eso no se separaba de ella en ningún momento.
Todo había quedado igual desde su muerte. No movió una sola cosa de la casa.
Desde el momento en que Bella fue al hospital por un control y nunca regresó, Edward nunca volvió a ser el mismo.
Cerró los ojos y comenzó a llorar, cayendo en cuenta de la realidad. Se estaba volviendo loco, completamente loco. Dejó que Carlisle lo abrazara y luego apoyó la cabeza en la ventanilla del auto.
Y entonces la vio. En la ventana del segundo piso, donde estaba su antigua habitación.
La sombra de Bella y Olivia observándolo desde la distancia.
Hooola, ¿cómo están? Aquí estoy yo de nuevo, después de muchísimo tiempo. Vuelvo por poquito rato, solo quise venir a compartir este one shot que se me ocurrió escribir. Hace años que no escribía, la verdad es que pensé que ya había olvidado cómo empezar, pero a medida que escribes empiezas a recordar.
Quienes lo hayan leído, muchas gracias! Espero que se encuentren bien. Tengan una linda semana y bonito mes, nos leemos por ahí en algún momento.
Besos!
Annie.
