Cap 50: ese arquero entrometido
El recuerdo de Giles había acabado finalmente. Sin embargo, la tensión del momento no. Pues esa faceta mostrada por Sísifo no se acercaba en lo más mínimo a alguien digno del agua de la vida. La mayor preocupación de Miles y Pólux en esos momentos era que su pasado como rey impío y estafador influyera en la decisión. No hicieron comentarios al respecto debido a la leve esperanza de que Prana asumiera que eso sólo era un delirio producto de la fiebre. De lo contrario, tendrían que dar demasiadas explicaciones que no sabían si serían lo suficientemente buenas. La anciana muviana guardó silencio y su cara desprovista de emociones reveladoras volvían sus pensamientos un completo misterio para los presentes.
—¡Por favor no tome en cuenta las cosas que dijo por la fiebre! —suplicó Giles mirando a la mujer mayor—. Él no es una mala persona, es sólo que por estar enfermo creía que era el rey del mito.
—Eso, eso —secundó Miles de manera poco convincente debido a la clara mentira que intentaba vender—. No debemos tomar en cuenta los delirios de un niño enfermo.
—Aún es pronto para tener una opinión, sólo he visto los recuerdos de uno de ustedes —explicó Prana con paciencia.
—Entonces no pierdas el tiempo y continuemos —ordenó Pólux de manera demandante—. Estoy seguro de que un idiota capaz de arriesgar su salud por proteger a los imbéciles que le dieron la espalda por alguien famoso califica bien hasta como santo —explicó el aspirante de géminis.
El hijo de Zeus no podía precisar con exactitud hacía cuanto tiempo iniciaron esa dichosa prueba, pero si debían ver los recuerdos de los cuatro presentes, claramente tardarían demasiado tiempo. Especialmente si debían hacer esos intervalos de descanso como sucedió con el niño de cabellos dorados. Tenía gran urgencia al tener el pendiente de ir en busca del agua si les daban la localización, pues dudaba bastante que esa vieja decrepita fuera lo suficientemente generosa para darles el agua ahí mismo. Fuera como fuera, el caso es que quería terminar con todo para regresar al santuario y en lo posible, ocultar su pequeño escape a tierras lejanas. De hecho, el cómo iban a regresar donde Atena seguía siendo un problema que debían resolver.
—Bien, bien te veo muy ansioso por salvar ¿a tu...? —preguntó ella sin completar la oración.
—Maestro —respondió el semidiós con decisión—. En mis recuerdos verás claramente porque es que merece ser salvado —aseguró con el pecho inflado de orgullo.
—De acuerdo —aceptó Prana antes de colocar su mano sobre la cabeza de Pólux y proceder de la misma manera que hizo antes con Giles.
El rubio inmortal se arrodilló usando su pierna derecha como apoyo. De esa manera podía observar mejor su rostro y distinguir qué estaba ocurriendo con Sísifo. Este último, aprovechando que su discípulo tenía la guardia baja se arrojó sobre él tumbándolo de espaldas en el suelo. Le jaló con fuerza de sus largos cabellos dorados ante lo cual abrió la boca para gritar maldiciones. Momento aprovechado por el menor para cubrir su boca con la suya. Con su lengua empujó su sangre en la boca contraria haciéndolo ver como un apasionado beso. Pólux tenía la cabeza embotada en muchos otros pensamientos no relacionados al cosmos sino al beso, las partes de su cuerpo que se estaban rozando con el maldito niño que no dejaba de moverse y la agradable sensación de cosquilleo bajo su piel. Sentía como si su cuerpo estuviera calentándose rápidamente
—¡Alto! ¡Alto! —gritó el hijo de Zeus con el rostro enrojecido de enojo y vergüenza —. ¿Por qué apareció nuestro beso? —interrogó con una mirada acusatoria a la muviana.
—Porque eres un toca niños —respondió Miles mirándolo con reproche—. Es una suerte que no dependa de la pureza de tu alma conseguir el agua de la vida o estaríamos perdidos.
—¡Esa anciana me manipuló! —acusó señalándola con el dedo.
—Yo sólo mostré el recuerdo que elegiste mostrar —se defendió Prana con tranquilidad mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Probemos otro recuerdo —sugirió Pólux queriendo salvar su dignidad.
—A ver con qué nos sales ahora —afirmó la anciana con diversión antes de repetir lo mismo que hizo antes.
En el comedor del santuario, siendo la mitad de la noche, sólo había dos personas hablando a la luz de una vela.
—Entonces con mayor razón deberías hacer algo para echar a Hércules cuanto antes. A ese tipo tan depravado le gustan mucho los niños lindos como tú —dijo asqueado el hijo de Zeus.
—Ja, ja, ja yo no corro peligro porque no soy bonito como Adonis o Ganimedes, así que es imposible que me haga algo, sin importar que tan desesperado esté por conseguir el elixir de la diosa, no me tocaría —habló el azabache con tranquilidad.
—¡No seas estúpido, eres un niño lindo! —gritó Pólux acercándose para sujetarlo por el rostro como le hizo anteriormente y apoyó por sus pulgares en las redondas mejillas del menor—. Tienes una piel que se siente muy suave al tacto —dijo moviendo los pulgares como si comprobara su punto—. Además, tus enormes ojos azules son muy brillantes. Cualquiera se quedaría fascinado con ellos —explicó antes de soltarlo avergonzado por darse cuenta de las palabras que le dedicó—. Como sea, no cuentes con que yo vaya a salvarte a ti o a las futuras rameras de Hércules.
Las miradas de Tibalt y Miles recayeron en el semidiós. ¿Qué clase de conversación fue esa? Pese a haber clasificado su relación con Sísifo como maestro-alumno, los recuerdos de Pólux claramente sugerían otra cosa. Si bien era bastante evidente que algo sucedía entre esos dos, nadie se habría imaginado que habían llegado a tanto como para tener encuentros nocturnos y besos apasionados. El semidiós se quedó estático intentando procesar el motivo de que fueran aquellos momentos tan íntimos los que resultaron expuestos y no aquellos dónde lo vio luchar. Estaba seguro de haberse concentrado en el momento en que Sísifo aseguró que protegería a todos. Qué sí, técnicamente el recuerdo mostrado era del día y lugar correctos con excepción del diálogo que debería destacar.
—¡Anciana! —llamó el rubio con un gruñido de claro enojo—. ¿Qué hiciste? —preguntó demandante.
—Yo no hice nada —respondió con total tranquilidad mientras lo veía con una sonrisa maliciosa.
—¿Cómo qué no? —preguntó Pólux perdiendo los nervios—. ¿De qué otra forma podrías explicar lo que estamos viendo? —interrogó sujetándose la cabeza con desesperación.
—Sencillo —contestó la Miles con la barbilla en alto viéndolo como a un niño al que debía educar—. Estamos viendo los retorcidos y depravados deseos que escondías todo este tiempo —explicó sintiendo que era lo más lógico de pensar.
—Hmn no eres diferente de Hércules después de todo —murmuró Tibalt aún cruzado de brazos viéndolo con reproche.
—No te atrevas a intentar juzgarme, principito de cuarta —reaccionó el aspirante de géminis ante tal insulto por ser comparado con ese depravado—. Yo estuve del lado de Sísifo desde el primer momento en que Hércules llegó —declaró con la verdad en sus labios.
—Eso no cambia en nada tus depravados deseos por él, toca niños —mencionó el ex ladrón de manera acusatoria.
—¿Eso quiere decir que Pólux y Sísifo se van a casar? —preguntó Giles sin entender del todo que estaba pasando, pero asumió por el beso que podían ser pareja—. ¿Van a tener hijos en el futuro? —interrogó curioso.
—Por estas cosas debieron iniciar a los niños en eromenos —suspiró Pólux con fastidio por semejante estupidez que había oído—. Y no. Respondiendo a tu pregunta NO me casaré con Sísifo y definitivamente no podríamos tener hijos ni queriendo. Somos hombres después de todo —explicó de manera tajante esperando que jamás volviera a decir cosa semejante.
—Pero él te gusta —dijo el pequeño rubio con tristeza.
—Déjalo, Giles —pidió Miles sujetándolo por uno de sus hombros—. Es mejor que se ahorre la humillación de ser rechazado —molestó intencionalmente al semidiós.
—Respecto a los hijos no pierdas esperanzas, hijo de Zeus —habló Prana metiéndose en la conversación.
—Pero yo… —dijo Pólux queriendo aclarar que de ninguna manera se sentía desesperanzado, pero se vio interrumpido.
—Orión nació de la orina de Zeus, Poseidón y Hermes. Los centauros nacieron del semen de Zeus sobre unos arbustos y como esos abundan relatos sobre concepciones poco comunes —enumeró algunos ejemplos de hombres que lograron tener hijos por causa de su cosmos divino—. No desesperes. Podrías conseguir lo que quieres algún día —alentó la anciana.
—Como sea. Deme otra oportunidad para mostrar un recuerdo decente sobre Sísifo —pidió queriendo buscar algo con qué desviar la conversación de su relación personal con sagitario.
—De acuerdo —aceptó Prana esperando que volviera a divertirla con alguna tontería de las suyas.
El lugar donde Sísifo y Pólux entrenaban generalmente estaba alejado de todos. Estar en el coliseo o en alguna de las doce casas suponía la destrucción de estructuras e inmuebles que Atena no tenía deseos de reemplazar cada día. El cosmos de Hércules se había hecho sentir en todo el santuario y claramente se movía desde la cocina hacia la posición donde se encontraban maestro y alumno.
—Ve donde está Ganimedes —ordenó el arquero mirando de manera seria a su alumno—. Él estaba avisado de que esto podía suceder, así que está vigilando a Castor. Date prisa y ve a resguardarte con ellos.
—¿De qué estás hablando? ¿No oíste el grito de Hércules? ¿Qué vas a hacer tú? —Soltó las preguntas una tras otra viéndose desesperado.
—Me enteré de que fuiste amenazado, por eso le pedí a Ganimedes que vigilara a tu hermano, así que ve con él y escóndete —instruyó Sísifo antes de comenzar a correr en dirección al bosque.
—¡No puedo hacer eso! —gritó el rubio enojado corriendo tras el otro—. Soy el único que posee cosmos divino. Escúchame bien, eso es lo único que puede lastimar de verdad a un semidiós o a una deidad.
—No puedo permitir que vayas —afirmó Sísifo deteniéndose repentinamente dándole la espalda para luego girarse para mirar de frente a su discípulo—. ¡Flecha de sombras! —gritó cuando su técnica capturó la sombra del otro—. Lo siento, pero debes quedarte aquí. Hércules desea violarte y si dejo que vayas terminaras a cuatro en mitad del coliseo seguramente.
—Es a ti al que desea ahora y créeme que una vez que logre ponerse encima de ti, te será imposible quitártelo de encima —advirtió Pólux haciendo un gran esfuerzo para moverse.
—Oh, lo dices por experiencia propia —asumió sagitario poniendo una expresión de pena—. Descuida, no dejaré que vuelva a tocarte.
—¡¿Es que tú nunca escuchas?! —gritó el blondo desesperado y hasta ofendido de que creyera que Hércules logró ultrajarlo.
—Ya te lo dije, no dejaré pasar la oportunidad de darle una paliza a ese engreído —afirmó el arquero de manera confiada—. Y no puedo permitir que vuelva a tocar a un indefenso pollito como tú —aseguró mientras le dedicaba una sonrisa lastimera.
—Eres un idiota demasiado confiado —susurró el aspirante de géminis por lo bajo.
—Si no voy pronto es probable que comience a desquitarse con los demás para obligarme a dar la cara —explicó el arquero con seriedad.
—Pero si vas en estos momentos sólo cambiarás el orden en el que los viole —exclamó el blondo con su propia rabia aumentando al imaginar ese escenario—. Luego de que termine contigo irá por los demás.
—Hablas como si yo fuera a dejarme —se quejó el azabache con un puchero—. Todo lo que tengo que hacer es darle una paliza que lo ponga a dormir y avisar a Atena que su invitado ya se va.
—No tiene sentido que te sacrifiques de esa manera por ellos. No lo valen —gruñó Pólux lleno de rabia recordando los comentarios que esos miserables hacían acerca de ellos por no ser amigos de Hércules.
—No lo hago por ellos. Faltaba más —bufó el de ojos azules con una mirada burlona—. Lo hago por mí mismo. Soy demasiado egoísta como para dejar que ese bastardo me quite a las personas que son importantes para mí. Y va a pagarme caro lo que les hizo a mis amigos.
—¡Entonces deberías ir a esconderte junto a la ramera y el loquito, no ir directo a la boca del lobo! —reclamó harto de la terquedad de su maestro.
—Ya te lo dije. Yo hago las cosas a mi manera —afirmó sagitario mientras le daba un último vistazo—. Yo no quiero tener más arrepentimientos. De nada me sirve que Hércules dañe a quienes amo sólo por demostrar que tuve la razón. No quiero víctimas, es por eso por lo que me aseguré de centrar el odio de ese héroe hipócrita en mí.
—¡Al fin! —exclamó el aspirante de géminis aliviado de mostrar algo decente y no mal interpretable.
—Mmm —murmuró Prana mirándolo con una ceja alzada—. Expusiste tu corazón por completo ¿eh? —cuestionó ella divertida mirándolo fijamente.
—Sólo cumplí con la tarea que nos disté —se defendió el semidiós.
—Yo sólo dije que ustedes debían pensar en ese momento de sus memorias donde creían que vieron la verdadera naturaleza del Ángel de Atena —le recordó con una sonrisa—. Tú elegiste mostrarlo cómo alguien apasionado e inocente. El amor es ciego —murmuró para sí misma.
—Como sea —murmuró de mal humor cruzándose de brazos sabiendo que nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión—. Sólo faltan la ramera y el principito. ¡Muévanse de una vez! —ordenó con mala cara.
—Entonces sigo yo —ofreció Miles de manera confiada pese a disgustarle la orden del rubio—. A diferencia del toca niños yo tengo claros mis recuerdos y sentimientos por mi amigo —presumió mientras Prana repetía el mismo proceso que con los anteriores.
Para cuando finalmente Miles y Sísifo pudieron moverse tras haber sido envenenados por Adonis, ya era la hora de la cena, por lo cual ellos junto al santo de acuario descendieron a través de los templos hasta el comedor. En el sitio ya se encontraban todos reunidos en sus asientos esperando la cena. Cuando Sísifo divisó a la distancia a su padre alzó la mano y gritó para llamar su atención.
—¡León! ¡León! ¡Al fin entendí lo de los marineros! —gritó emocionado por su descubrimiento—. Miles me explicó que no son rameras —dijo sonriente—. Me dijo que es común que los hombres como Pólux o tú se entreguen a cualquiera para tener momentos felices siendo dominados por hombres más grandes y fornidos que les dejen sin caminar y los hagan gritar como vírgenes.
—¡Qué dijiste sobre mí, ramera! —gritó el semidios ofendido por sus palabras.
—¡No es ramera, es eromeno! O sea, lo mismo, pero para pervertidos como tú —defendió, o eso intento, el arquero—. Es normal que los marineros necesiten de un hombre grande y fuerte que les dé seguridad en las frías noches.
—Miles —llamó León con una sonrisa forzada—. ¿Exactamente qué le dijiste a mi niño?
—¡No, esperen! —pidió al ver al guardián del quinto templo y al semidios con sus miradas clavadas en él como si fueran a asesinarlo—. ¡Yo no le dije nada de eso! Al menos no así —rectificó en un susurro.
—Te lo dije —se burló Ganímedes llevándose a sagitario a buscar su cena.
—¡Espera! —llamó al príncipe de hielo—. ¿No vas a ayudarme a aclarar el malentendido?
—No —respondió acuario sin mostrar mucho interés—. Lidia tú con los "marineros cariñosos".
Miles observó con el ceño fruncido la actitud del santo de acuario. Le notó una pequeña sonrisa cargada de sadismo a sabiendas del problema en el cual lo estaba dejando. Más de una de las personas presentes en el comedor alguna vez fueron marineros, para empeorar las cosas el semidiós y el dorado estaban entre ellos. El arconte del león se veía como si le quisiera saltar encima cual felino y el pollito masticaba con fuerza su comida como si estuviera imaginando formas de trozarlo a él. Mientras tanto el causante de todos los problemas estaba sirviéndose su comida junto a un extrañamente amable príncipe de hielo. Sabía que mientras el arquero estuviera distraído con su estómago, no actuaría a su favor y no haría nada por sacarlo del embrollo en el cual lo metió. Aunque pensándolo bien, y viendo que fue el causante directo del problema, quizás era mejor que mantuviera la boca ocupada en comer y no en hablar.
—¿Y bien? —interrogó León viéndolo con fiereza—. ¿Qué le has estado diciendo a mi niño? —cuestionó casi listo para irle a cuello.
—Ya, ya, León —pidió Talos palmeando su hombro en un intento de tranquilizarlo—. Seguro que Miles tenía las mejores intenciones. Tú bien sabes que Sísifo a veces mezcla y confunde las cosas —mencionó con tono tranquilo, pero lo suficientemente audible para llegar a oídos del mencionado.
—¡No mezcle nada! —gritó ofendido Sísifo pues estaba seguro de haber prestado atención mientras mentalmente lo unía a los relatos de Anticlea—. Cuando los marineros salen al mar quedan rodeados de pura agua y pueden pasar hasta semanas antes de que lleguen a alguna isla o ciudad, es normal que sólo se tengan los unos a los otros —explicó siendo ciertamente muy atinado en ese punto—. Estando lejos de cualquier dama es normal que busquen a lo más parecido a una que tengan a bordo —dijo señalando a Pólux—. En tiempos de desesperación cualquier cosa sirve, hasta el pollito.
—¿Dama? —interrogó el semidiós antes de ponerse de pie dispuesto a ir a golpearlo por decir eso—. ¡Y yo no soy la opción desesperada! —declaró indignado.
—Hermano no —pidió Castor sujetándolo por la espalda para evitar que hiciera algo estúpido—. Están prohibidas las peleas en el santuario, es tu maestro y es un niño, a fin de cuentas —enumeró el gemelo menor intentando calmar al otro.
—Tal vez tenga que repensar la regla de las mujeres… —meditó Sísifo ignorando rotundamente los esfuerzos de Castor por evitar una batalla en el comedor—. Originalmente esa regla la había puesto para evitar que el pollito viole mujeres, pero ahora el santuario se parece a los barcos. No hay mujeres y Pólux puede volver a sus hábitos como ramera —reflexionó en voz alta antes de volver a mirar al más que furioso semidiós—. ¿Eres de los que seducen o sólo se dejan dar por culo?
—¡Sísifo lenguaje! —ordenó León acercándose a su niño antes de alzarlo en brazos—. Ese no es el único motivo por el cual dos personas compartirían lecho en alta mar.
—Ya lo sé —declaró el azabache mirando a su padre con una sonrisa—. También están los actos de caridad como los que tú hacías, ¿no?
—¿Los qué? —preguntó el guardián de la quinta casa claramente confundido.
—Dada tu personalidad seguramente tenías que sacrificar tu cuerpo por el bien de otros marineros como hiciste con Adonis cuando te ofreciste a calentarle el lecho a Apolo —afirmó satisfecho.
Por su parte, Miles sólo quería que la tierra se abriera y se lo tragara para llevarlo a lo más hondo del inframundo. Mientras más hablaba Sísifo, más mortales eran las miradas que se dirigían a su persona. El semidiós y el dorado habían redirigido su enojo hacia él por lo que decía Sísifo. Para colmo, podía notar la sonrisa triunfal y divertida de parte del santo de acuario al verlo en medio del pandemonio generado por algunas pocas frases fuera de contexto.
—Por poco lo olvido, pero ni pienses que te irás sin tu merecido castigo —habló el príncipe de hielo mirando a Miles—. Cometiste faltas graves: Escapar de mi clase, irrumpir en las doce casas, importunar a un caballero dorado por deseos personales —dijo Ganimedes con seriedad.
—¿De dónde sacaste todos esos cargos? —interrogó Sísifo con clara confusión, pues hasta donde él recordaba sólo aplicó tres reglas al santuario—. ¿Hay algún muro de reglas en la entrada de los doce templos que no haya visto? —preguntó curioso.
—Eso no importa —dictaminó Ganimedes de manera firme—. Mañana preséntate en mi templo a primera hora para recibir tu castigo, Miles —ordenó con una sonrisa que podría considerarse sádica.
Miles estaba lamentándose internamente por lo que podría sucederle al día siguiente. Él había hecho todo eso con las mejores intenciones de solucionar el malentendido que surgió con el bello santo de piscis. Además, ni siquiera sabía que estaba prohibido todo lo que hizo. Es más, el propio Sísifo se veía confundido al respecto. ¡Y él era el que escribió las reglas junto a Atena! Ganimedes debía de estar especialmente molesto con él para darle semejante trato injusto cuando lo único que le hizo a él fue privarle de su presencia durante una clase. Sólo una. No podía percibir que ese castigo fuera acorde a su falta por lo cual respondió con sarcasmo.
—Siendo tú el que me castiga seguro me voy a excitar como marinero a punto de copular entre machos fornidos —soltó sin pensar buscando molestarlo.
Sin embargo, el dorado que más se molestó fue otro. León estaba cansado de que no les prestara atención a sus advertencias sobre cuidar su lenguaje delante de los niños. Por culpa de ese aspirante impertinente, su niño ahora agregó palabras vulgares a su léxico y los usaba de la peor manera posible. Dejó a Sísifo en manos de Talos junto a los demás y sin decir nada se levantó de su asiento para proceder a caminar hasta Miles. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo había sujetado del brazo y lo jaló hacia él. Antes de que el ex ladrón se diera cuenta ya estaba sobre sus piernas con la túnica levantada.
—Yo no pienso esperar tanto —dijo el guardián de la quinta casa antes de alzar la mano en el aire dejándola caer sobre su piel desnuda.
—¿No harás nada para detenerlo? —cuestionó Miles removiéndose inquieto mirando a sagitario, quien sólo lo miraba con lástima.
—Ni dios puede salvarte de las nalgadas de León —se defendió el menor—. Créeme, lo intenté, pero eso no salvo mi trasero —se quejó haciendo un puchero.
El ex eromeno soportó las nalgadas con gran incredulidad por el acontecimiento. Jamás pensó que a su edad le golpearían su trasero como castigo y no como parte de un juego durante el sexo. Talos sólo le dedicaba algunas disculpas pequeñas por no ser capaz de intervenir por la diferencia en la jerarquía de ellos. El ángel de Atena no era capaz de hacer nada contra su propio padre y estaba seguro de que evitaba intervenir para salvar sus propias nalgas. Así que esa cena la pasó con una gran humillación pública que según León serviría de ejemplo para cualquiera que no tuviera cuidado con el lenguaje que usaran delante de los niños. Y como si ese día no hubiera sido lo suficientemente pesado, tuvo que lidiar con Pólux intimidándolo a la hora de irse a dormir. Para su fortuna tenía el apoyo de Tibalt, Nikolas y el más efectivo, Castor, para evitar que la cosa pasara a mayores.
Al día siguiente, Miles se había presentado a primera hora de la mañana como le había indicado el príncipe de hielo. Contuvo el aire a la espera de lo que podría serle impuesto por su osadía de romper tantas reglas que, siendo sincero, ni sabía que existían. Es decir, cuando Sísifo les enumeró las reglas y sus respectivos castigos no estaba incluida ninguna de las que se le acusó de romper. Aun así, no podía ir contra lo que dictara su maestro. Lo vio ir acercándose a la entrada del templo donde él se quedó como un estúpido mirándolo embelesado por la gracia que tenía al caminar. Ahora tenía más claro que "príncipe de hielo" no era sólo un apodo bonito, sino que en parte era una verdad gritada en su cara. Aún seguía preso de los confusos sentimientos que le generaba conocer su verdadera identidad.
Por un lado, se sentía honrado de saber un poco más sobre la vida personal de los dorados. Comprendía un poco los motivos de ellos para mantenerse en secreto. Especialmente, sagitario tenía motivos para fingir ignorancia respecto a su mito. En consecuencia, ser de los pocos que, —sin ser una criatura impresionante como ellos—, conocía la verdad, le hacía sentir importante. Empero, a su vez, también más pequeño. Si antes no se creía digno de Ganimedes sólo considerándolo un santo hermoso, ahora que lo sabía un inmortal salido directamente de una leyenda, se sentía aún menos frente a él. Además, notó a acuario especialmente hostil en su mirar cuando mencionaba las reglas que había roto, por lo cual se preparó mentalmente para lo que pudiera venir. Se paró derecho como todo un hombre y esperó. Esperó de todo menos lo que le dijo a continuación.
—Lárgate —ordenó el bello santo de acuario nada más llegar a donde él estaba.
—Pero pensé que me castigarías por faltar a tu clase —respondió confundido, pues su razón de estar allí esperándolo era justamente esa.
—Hubo cambio de planes, no te haré nada —explicó Ganimedes mientras caminaba sin siquiera dirigirle una mirada.
—¿Por qué? —preguntó Miles sin entender.
—Eso no te interesa —respondió Ganimedes con severidad—. Eres libre de irte por ahí a donde quieras —dijo moviendo su mano como si estuviera despidiendo a la servidumbre de su palacio—. Sin embargo, más te vale que no se repita tu falta, esta vez te dejaré ir —advirtió fríamente, pero al verlo aún estático mirándolo volvió a hablar—. ¿O acaso pretendías ir a piscis para seguir cortejando a Adonis? —interrogó de una manera aún más severa.
—No, nada de eso —dijo el aspirante nervioso.
Luego de decir aquello, Miles se alejó de la casa de acuario a gran velocidad. No tenía idea cuál había sido el motivo para que mostrara tal piedad hacia su persona, pero no desaprovecharía. Era bien sabido que los santos dorados eran muy estrictos. Especialmente León y Ganimedes, quienes a menudo habían tenido varios aspirantes recibiendo tareas extra o entrenamientos especiales para corregir su mal comportamiento. El santo de hielo incluso había obligado a algunos aspirantes demasiado revoltosos a sentarse bajo una pequeña cascada a meditar sobre sus acciones. Lo que no habría sido tan malo si no fuera durante la madrugada y con su cosmos enfriando el agua. Luego de eso pocas personas se atrevían a hacer algo que pudiese ser motivo de castigo.
—¿Qué habrá pasado? —preguntó Miles al aire luego de cruzar la casa de aires.
—Ha sido Sísifo —respondió Argus apoyado cerca de una de las columnas.
El ex ladrón volteó sorprendido por varias razones. La primera, no sabía que Argus le había seguido hasta allí. La segunda, ¿cómo es que no notó su presencia hasta que le habló? Y la tercera, ¡¿cómo que Sísifo había intervenido a su favor?! Y más importante aún, ¿cómo logró aplacar el enojo del príncipe de hielo? Alguien con la personalidad de Ganimedes era muy inflexible y hacerle cambiar de opinión sobre algo le parecía casi imposible. Debían ser amigos muy íntimos como para ser capaz de hacerle revocar un castigo justamente impuesto. O tal vez había recurrido a su autoridad como Ángel de Atena.
—¿Qué? —Fue todo lo que Miles alcanzó a decir para expresar su confusión.
—Él chantajeo a Ganimedes y éste estaba muy enojado al sentirse traicionado por su amigo —mencionó antes de ponerse serio—. Yo que tú tendría cuidado con cortejar a ambos dorados porque Sísifo ya se enteró que le gustas a Ganimedes y viceversa.
—Alto, alto, alto —pidió el ex ladrón sintiendo que le estaban soltando demasiada información en poco tiempo—. ¿Le gusto a Ganimedes? —preguntó esperanzado sintiendo su corazón latiendo con fuerza.
—Aparentemente sí —confirmó Argus pensativo—. Aún conserva esa flor que le regalaste. Sólo que la tiene oculta de la vista de todos.
—¿Y tú cómo sabes eso? —interrogó Miles con la mirada fina en el que consideraba su "cría".
—Mis amigos me lo dijeron —respondió el menor con despreocupación—. Y es por eso por lo que te voy avisando que aclares tus sentimientos.
—Ganimedes no ha respondido nada a mi confesión y Adonis me pidió tiempo para pensarlo —explicó con calma—. Me quedaré con el que me diga que sí.
—No creo que a Sísifo le guste oír eso —opinó sabiendo del carácter explosivo del otro.
—Estas son cuestiones completamente personales que no le conciernen —argumentó Miles algo ofuscado por la intromisión a su vida personal—. Lo que sintamos nosotros tres es nuestro problema.
—Son sus amigos. Ya te dejó muy claro que si haces algo para dañarlos así sea sólo sentimentalmente, te matará —le recordó Argus.
—No se atrevería —respondió Miles con seguridad.
—¿Tú crees? —preguntó el menor viéndolo fijamente.
En ese momento el ex eromeno recordó lo que había descubierto el día anterior. Ese no era sólo el pequeño Ángel de Atena, héroe y guerrero santo. Se trataba en realidad del estafador de dioses, el rey impío cuyas manos se bañaron en la sangre de todo aquel que osara ir contra sus designios. Un escalofrío recorrió su columna vertebral causando que todo su cuerpo se sacudiera.
—Gracias por la advertencia —expresó el ex eromeno agradeciendo el aviso.
—De nada —respondió Argus con una sonrisa comprensiva—. Era mejor que le dijera de esto a Sísifo personalmente porque si se enteraba por otros medios… —dijo sin terminar aquella frase.
—No te preocupes. Sé que lo hiciste por mi propio bien —tranquilizó Miles despeinando sus cabellos cariñosamente—. Viendo como retorció el asunto de los marineros si se entera de que corteje a sus dos amigos creerá que estoy jugando con ellos —expresó soltando un suspiro desganado.
Tal y como si lo hubiera invocado el mencionado hizo acto de presencia a sus espaldas. El ex ladrón se preguntó por qué siempre aparecía en los peores momentos.
—¿Y no es eso lo que estás haciendo? —preguntó Sísifo acercándose a paso lento con el ceño fruncido—. Argus me dijo que tenías una buena explicación para esto. Así que habla —ordenó con severidad.
Miles agradecía que su cría hubiera intervenido para evitar que sagitario se enterara de mala manera de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, no podía involucrarlo aún más en este lío romántico, por lo cual le pidió que se fuera para hablar a solas con el arquero. A lo cual el menor accedió. Después de todo, sus amigos podían avisarle si requería o no su intervención. El ex eromeno recordaba con claridad que la primera vez que lo vio, sólo bastó con que Giles gritara su nombre para que lo primero que hiciera fuera golpear a los que tenía delante. Fue después de alzar los puños que preguntó qué estaba sucediendo y estaba seguro de que, de no ser por Argus, él habría compartido ese mismo destino. Lo malo es que no le había dado tiempo a pensar y organizar sus pensamientos antes de encararlo. Sin embargo, sabía que de nada servía intentar engañar al estafador de dioses, podía ser ingenuo sobre cuestiones románticas, pero estaba seguro de que sabía leer a una persona mentirosa cuando la veía. Por lo mismo, optó por ser directo y contarle todo con completa sinceridad.
—Tal y como te contó Argus, yo le regalé una flor a Ganimedes y le expresé lo mucho que me gusta, pero él no respondió nada —explicó sonrojándose un poco al recordar que hacía momentos se enteró que su regalo seguía en la casa de acuario—. Así que asumí que fui rechazado. Especialmente después de saber que su ex amante es el mismísimo Zeus. ¿Cómo podría una triste flor silvestre competir contra una constelación en el cielo? —interrogó con algo de dolor en la expresión de su rostro—. A comparación de él yo soy lo que todos dicen, una simple ramera a la que usar y tirar —admitió mientras llevaba su mano derecha a su brazo izquierdo sujetándose con vergüenza—. Ni siquiera sé si alguna persona normal y corriente podría verme como algo más que una ramera —expresó con pesar.
Sísifo guardó silencio ante las palabras que estaba oyendo. Él mismo sentía que había sido algo hiriente hacia el otro. Es decir, repitió las palabras de su maestra de manera descuidada. Seguramente para alguien que siempre fue llamado callejero sería imposible aspirar a ser la pareja de alguien como Adonis o Ganimedes. Sin embargo, deseaba que tuviera éxito en su cortejo hacia el santo de hielo para poder alejarlo de manera definitiva del maldito Zeus. Además, él ya había obtenido una confirmación de su parte sobre su interés hacia Miles. Estaba molesto consigo mismo porque accidentalmente propicio que la persona que le gustaba a Ganimedes se le declarara a su otro amigo. Y ahora tendría que colaborar en desenredar ese asunto.
—No te compares con Zeus —pidió Sísifo soltando un suspiro bastante largo—. Realmente si tu meta es ser mejor que ese bastardo sólo te bastaría con tener la decencia humana básica y no violar a todo lo que se ponga en frente.
—Pero Ganimedes parece muy enamorado de él —susurró sonrojado mientras meditaba si valía la pena o no competir por ganar su amor.
—Sólo está encaprichado con ese tipo. Lo que tenían no era amor —declaró Sísifo con convicción—. Zeus le causó todo tipo de dolor a Ganimedes y si intentara venir por él yo mismo lo golpearía en la cara —blasfemó como siempre hizo.
—Aun así, no sé si debería intentarlo —dijo con dudas—. Después de todo Adonis me pidió tiempo para pensar y sería injusto que vuelva a declararme a Ganimedes sin siquiera obtener una respuesta de Adonis.
—¿Y por qué no intentas conocerlos primero y ser su amigo? —preguntó Sísifo viéndolo con duda—. Honestamente ni siquiera sé por qué te gustan cuando ambos tienen ciertas manías y cosas raras. Y si me dices que es por hermosos sólo sería lujuria. Ahora mismo ni tú mismo pareces saber lo que quieres.
—La verdad es que tampoco lo sé. Todo es demasiado confuso para mí en estos momentos —suspiró contrariado—. El problema es que no puedo conocer a Adonis como quisiera por su veneno. Tengo poco tiempo para compartir con él.
—Si ese es el problema podrías simplemente usar la telepatía —mencionó el arquero como solución obvia.
—No lo manejo lo suficientemente bien como para hacerlo desde aries y Ganimedes ya me advirtió que no volviera a cruzar los doce templos —respondió Miles algo desesperado por la distancia entre él y el santo de las rosas.
—Podrías escribirle cartas entonces —resolvió con practicidad sagitario.
—Es que… —dijo Miles titubeante.
—¿Ahora qué? —preguntó Sísifo comenzando a cansarse de tantos "peros" a sus soluciones.
—No sé leer ni escribir —respondió.
—Entonces te enseñaré y asunto resuelto —declaró el arconte del centauro para emoción del otro.
Luego de haberse puesto de acuerdo con el respecto, Sísifo enseñó a Miles a leer y escribir. Ciertamente desde antes había tenido interés en aprender. Le daba demasiada frustración que Pólux se burlara de él cada vez que tenía que pedirle a Tibalt o Nikolas que le dijeran qué decía en algunos carteles o libros. Mas, no era su culpa. Eran pocas las personas que sabían leer y escribir. Ese era un privilegio de los reyes, nobles y gente excesivamente acaudalada. Y él no entraba en ninguna de esas categorías. Además, había palabras que sus amigos se negaban a pronunciar por ser vulgares o groseras. Cosa que no sucedía con Sísifo, quien le decía todas las palabras sin distinción alguna.
—¿Y lograste tu objetivo? —preguntó Tibalt viendo al otro con curiosidad.
—Digamos que estoy en proceso —respondió Miles con sencillez.
—Muy bien —dijo Prana acercándose al principe—. Sólo faltas tú. ¿Estás listo? —interrogó recibiendo un asentimiento como respuesta.
El príncipe se encontraba tirado en el suelo con diversas fracturas. Frunció el ceño por su situación. No había podido detener al semidiós cuando estaba atacando a los hombres lisiados quienes eran los que tenían más dificultades para escapar de su rabia. Intentó darles tiempo pidiendo a Nikolas y otros hombres que los ayudaran a trasladarse. Quiso razonar con Hércules, pero entre risas crueles se dedicó a golpearlo. Su pecho y abdomen dolían demasiado. No cabía dudas que sus puños eran tan poderosos como decían los cantares, pero no poseían justicia. Su cosmos se sentía cargado de odio y muerte, frio como la misma muerte y sobre todo cruel. No sabía si lograría sobrevivir a esas heridas. Monstruos y criaturas más poderosas que él habían sucumbido ante aquella fuerza sobrehumana, ¿qué podría hacer él?
—Nosotros elegimos seguir a Hércules. Si morimos ahora a causa de su mano será por nuestra propia estupidez —dijo Tibalt con dificultad mientras tosía sangre a causa de las hemorragias internas.
—Je qué duro eres contigo mismo —mencionó Sísifo con una sonrisa antes de buscar algo filoso. Para su suerte como Hércules mandó a volar la cocina había cuchillos tirados por allí—. Si te mueres ahora no podrás hacer nada, ¿sabes? Ni siquiera arrepentirte o remediar algo. Seguramente tienes metas o sueños por cumplir, no te rindas tan fácilmente —regañó acercándose a él.
Sagitario se sentó de manera despreocupada a su lado y con una mano le apretó la nariz impidiéndole respirar obligándolo a abrir la boca en busca de aire. Mientras acercaba la mano que tenía herida a su boca y presionó dejando fluir aquel líquido carmesí. Una vez que se aseguró de que había bebido su sangre cerró sus ojos y sus alas se abrieron como si fuera a levantar vuelo, pero sólo emitieron un brillo intermitente por unos cuantos segundos. Cuando se sintió mínimamente recompuesto, se levantó y procedió a repetir el mismo proceso que con Tibalt sanando casi al instante a los heridos por el cosmos del semidiós. A duras penas había alcanzado a sanar lo provocado por el cosmos de Hércules, pero lo hizo. Con su objetivo logrado se dispuso a ir donde los demás.
—¿A dónde crees que vas, Sísifo? —interrogó el santo de piscis observando a su amigo tambalearse al intentar correr.
—Terminé aquí, ahora debo ir a ayudar allí —habló atropelladamente mientras su mano temblorosa buscaba señalar a donde estaban los demás dorados.
—¿Estás demente? —interrogó Adonis alterado—. Estás demasiado débil para sanar a nadie más. En tu condición podrías morir si haces esto siquiera una vez más.
—Nuestros compañeros nos necesitan. ¡No voy a darles la espalda ahora! —gritó el niño gruñendo enojado.
—¡No entiendes por las buenas! —protestó Adonis mientras veía a los aspirantes curados—. ¡Sujétenlo! ¡Es una orden! —exclamó alzando el brazo derecho mientras lo señalaba.
—¡Tú no tienes derecho a dar órdenes! Yo soy la máxima autoridad del santuario —protestó sagitario con molestia por el descaro y más al ver a algunos obedeciendo—. ¡¿Qué demonios están haciendo?! Yo los sané, ¿lo olvidan? —preguntó mientras retrocedía viendo como era rodeado—. Lo mínimo que podrían hacer para agradecerme es no estorbarme. ¡Pólux y los demás siguen peleando! ¡Debo ayudarlos! —intentó convencerlos.
—Entiende que si vas a ahora tu vida correrá demasiado peligro —intentó razonar el príncipe—. No quiero usar la fuerza bruta y tu amigo tampoco parece quererlo, pero no nos dejas otra opción.
—¡No puedo quedarme sin hacer nada! —gruñó sin dejar de moverse—. Yo le pedí a Pólux que mantuviera entretenido a Hércules para venir a curarlos. ¡Él debe estar muy malherido! ¡Mi padre, Talos y Ganimedes también podrían estar graves!
—¡¿Y qué hay de ti?! —interrogó Tibalt con enojo—. Ni siquiera puedes caminar en línea recta sin tropezar, estás pálido y tan débil que hasta yo puedo retenerte. ¡No tienes oportunidad contra un hijo de Zeus!
—¡No finjas estar preocupado por mí, maldito hipócrita! —se quejó el arquero con molestia—. No vayas a confundir las cosas, los ayudé porque es mi deber como autoridad máxima de este lugar. Un líder se debe a su gente y la gente se debe a su líder. Cuando comprendes eso aprendes la diferencia entre un príncipe y un rey.
—Si ese es el caso entonces tú ya hiciste tu parte y nos corresponde devolver el favor —replicó el espadachín con terquedad.
—¡No! —negó Sísifo enojado.
Por el arranque de adrenalina consiguió liberarse del agarre del príncipe sacudiendo sus alas hasta conseguir elevarse en el aire fuera del alcance de los aspirantes. Aparentemente volar era tan o incluso más trabajoso que caminar.
CONTINUARÁ….
