Cap 52: Escorpio

Raga cumplió con su palabra y pidió ayuda a su maestra lo más rápido que le fue posible. Explicó brevemente la situación y el porqué era una emergencia a la anciana. Prana sabía del tipo de escorpiones que habitaban allí. Por lo mismo, conocía acerca de la picadura, la cual no era letal, pero no estaba segura de que se pudiera sobrevivir a la picadura de, posiblemente, una docena de ellos. Ordenó que algunos hombres le acompañaran y llevaran tela, ramas y sogas para armar una camilla improvisada al llegar arriba. Aunque el camino fuera complicado en las partes verticales podrían trasladarlo atándolo al cuerpo de algún muviano y en las zonas donde se podía caminar normalmente usarían la camilla para darle comodidad al convaleciente. Una vez tuvieron todo preparado para el "rescate" se pusieron en marcha. Escalaron la montaña recorriendo los caminos a los que estaban tan acostumbrados demorándose únicamente por tener que desviarse ligeramente a causa de los destrozos en el camino causados por cierto semidiós. Mas, fuera de ese contratiempo no tardaron tanto en llegar a donde se les requería.

—¡Al fin, borrega! —exclamó Pólux cuando los vio llegar finalmente.

—Tan impaciente como siempre, hijo de Zeus —mencionó la anciana con una mirada de condescendencia.

—Nos vimos hace sólo unas cuantas horas, ¿por qué habría de cambiar en algo? —preguntó Pólux encontrando ridículo tal comentario de su parte.

—Pensaba que habrías aprendido de tu error —respondió la anciana muviana acercándose a Miles—. Muy bien, ¿qué tenemos aquí? —preguntó al aire.

Habiendo oído los detalles de boca de su discípula mientras iban de camino allí fue ideando lo que haría. La piel del joven estaba algo ennegrecida debido a la mala circulación de la sangre. Su mejor opción para ganar algo de tiempo era también una sumamente riesgosa. Concentró su cosmos en la punta de su dedo índice y comenzó a golpear los puntos de presión del joven envenenado. De inmediato, la sangre comenzó a brotar de manera abundante de los agujeros realizados, dando la impresión de que estaba por morir de una hemorragia. Sus labios se veían algo morados, así como su piel demasiado pálida. A simple vista estaba peor que antes.

—¡Oiga, anciana si la solución para sacarlo del sufrimiento fuera matarlo no la habríamos esperado! —reclamó Pólux enojado con intención de ir a golpear a la anciana siendo retenido por el espadachín.

—Su sangre estaba envenenada, era necesario quitar al menos una parte para que no fuera letal —explicó mientras procedía a vendarlo cuando juzgó que había sangrado lo suficiente—. Los escorpiones negros no poseen una picadura letal por si solos, pero siendo varios los que lo atacaron, no puedo tomar el riesgo —afirmó mientras le hacía gestos a los hombres para que se acercaran y armaran la camilla improvisada.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Giles con una mirada preocupada.

—No puedo saberlo con exactitud —respondió la anciana con sinceridad—. Sólo un dios podría curarlo. Yo sólo abrí una pequeña posibilidad para que lo logre.

—Apolo —exclamó el pequeño rubio con sorpresa—. Si pudiéramos invocarlo, podría curarlo.

—Pero ¿lo haría? —interrogó Tibalt mirando con dudas a Miles—. Sabemos que él y su hermana sólo nos ayudaron a llegar aquí para salvar a su propio discípulo. Nuestras vidas sólo son un pequeño sacrificio para un fin a su modo de verlo.

—Quizás si su hermano lo llamara… —mencionó el pequeño rubio mirando significativamente al semidiós.

—¡Olvídalo! No le pediré ayuda a ese idiota —protestó el semidiós con férrea negativa.

—Es tu culpa que Miles esté envenenado, ¿o qué? ¿Pensaste que no notaría que tu cosmos era la causa del temblor? —interrogó Giles señalándolo con el dedo índice de manera acusatoria—. Además, mientras más rápido volvamos al santuario, antes podremos darle el agua a Sísifo. No hay motivo para negarse.

Y la supuestamente férrea voluntad de Pólux en no llamar a su medio hermano cayó frente a esos argumentos. "Maldito niño oveja". Pensó con molestia.

—Ellos no ingresaran aquí, ¿recuerdas? —preguntó el aspirante de géminis con resignación—. Cuando lleguemos a donde nos dejó Artemisa lo llamaré.

—Existe otro lugar que puede serles de ayuda —intervino Prana—. Al lado Oeste de la cima de la montaña de los dioses será más fácil el llamado. Ese lugar es usado desde la antigüedad para hablar con los dioses.

—¿Tendré que rezarle a Apolo? —preguntó Pólux con molestia.

—Seguro tus rezos junto con tu enorme cosmos le llama la atención —alentó Prana con una sonrisa—. Tienes que visualizar e invocar el nombre del dios qué necesitan. Pues si dudan pueden manifestarse otros dioses, desde una serpiente emplumada hasta algún dios con cabeza de perro —explicó ella de manera divertida.

—¿Qué clase de alucinaciones tiene la gente oveja? —interrogó el semidiós con confusión.

Lo que describía estaba lejos de ser dioses. Parecían más bien criaturas míticas creadas por ellos. Quizás perdidas en ese sitio recóndito del mundo, pero sin dudas no podían ser dioses, aunque para gente de las montañas como los muvianos, ignorantes y alejados del mundo seguro se le parecían. Al menos esa era la reflexión de Pólux sobre aquellos supuestos entes divinos. Sin más opciones y no queriendo ofenderlos, —al menos hasta que los sacaran de allí—, el rubio guardó silencio sobre su opinión. Tal y como se planeó Prana, los muvianos ayudaron a Miles y Giles a bajar mientras los príncipes lo hacían por su cuenta siguiéndoles el paso.

—Yo sólo he podido brindar primeros auxilios, si vive o muere de camino al santuario dependerá por completo de su fuerza de voluntad —explicó Prana cuando llegaron a la montaña de los dioses—. Buena suerte, chicos. Hasta aquí llega mi ayuda —afirmó siendo que no podía hacer nada más por ellos.

—Muchas gracias por su ayuda y buenos deseos, señora Prana —agradeció Tibalt con una leve inclinación—. Su generosidad no será olvidada.

—Yo no olvidaré que me arrojó contra una pared —masculló Pólux cruzado de brazos.

—Típico de un hijo de Zeus —murmuró ella riéndose sin darle importancia.

—Muchas gracias por ayudar a mis amigos, señora —dijo Giles dándole un gran abrazo a Prana.

—De nada, mi pequeña ovejita perdida —respondió la anciana acariciando su cabello—. Si algún día deseas volver con los tuyos, sólo debes regresar aquí —le recordó.

—Lo tendré en cuenta —contestó sonriéndole—. Gracias a ti también, Raga —dijo a la pelirroja.

—No fue la gran cosa para mí —presumió orgullosa con una gran sonrisa—. La próxima vez que nos veamos más te vale ser un santo de oro o lo que sea porque yo seré tan poderosa como mi maestra.

Mientras ellos hablaban, Pólux concentraba su cosmos en su propio cuerpo. Tomaba aire de manera profunda y visualizaba a su medio hermano. Varias veces se distrajo debido a que la imagen que le venía era la de ese pervertido desnudo ofreciéndose a fornicar con él. Eso le daba escalofríos y le hacía perder rápidamente su concentración. Fueron algunos quejidos pequeños de parte de Miles los que le recordaron porque hacía eso. Aunque la ramera callejera como le llamaba no le cayera bien, tampoco quería cargar con su muerte en su consciencia. Además, gracias al loquito del santuario ahora sabía que las almas de los fallecidos no se iban de allí. No quería imaginar lo que sería ser acosado por él cuando ni siquiera podría golpearlo.

—Mi adorado hermano —dijo el pelirrojo descendiendo de su carruaje desde el cielo—. Siempre supe que algún día me llamarías por iniciativa propia y consumaríamos nuestro amor fraternal —aseguró parándose delante de los aspirantes.

—No digas tonterías —regañó Pólux mientras lo empujaba lejos de su cuerpo al intentar abrazarlo—. Te llamé porque conseguimos el agua de la vida para Sísifo, pero la ramera callejera necesita que lo cures.

—¿Y por qué haría tal cosa? —interrogó el dios del Sol mientras miraba a los aspirantes ponerle caras de súplica.

—Podrías hacerlo por no ser un idiota. ¡Eres el maldito dios de la medicina! —gritó el semidiós irritado.

—Eso no me obliga a salvar a nadie —canturreó el caprichoso dios.

—¡No le vas a gustar a León si no nos ayudas! —exclamó Giles desesperado por la ayuda del dios—. Si Miles muere cuando Sísifo se entere se sentirá culpable por ser la causa de su muerte. Y si Sísifo se pone triste, León se pondrá triste —explicó el pequeño rubio antes de agregar—. O incluso se pondría furioso contigo por no haber evitado que su tan amado hijo se deprima.

—¡¿Te atreves a amenazar a un dios?! —gritó Apolo mientras sus cabellos se movían como si fueran llamas avivadas—. No me interesa si León me odia. Si quisiera podría tomarlo a la fuerza cualquier momento —exclamó mientras hacía levitar a Giles y lo arrojaba dentro del carruaje.

—Dios Apolo por favor… —intentó suplicar Tibalt siendo arrojado dentro de la misma manera.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó el rubio viendo como su medio hermano se acercaba a Miles.

—Dile al niño oveja que no vuelva a hablar de mi vida romántica si no quiere que lo convierta en un borrego de verdad —ordenó con el ceño fruncido mientras llevaba a Miles también dentro del carruaje—. Súbete, regresaremos al santuario.

Al final, los cuatro aspirantes estaban montados en el carruaje del dios del sol. Éste estaba sentado de un lado junto a su medio hermano y del otro estaban los mortales. Giles se sentía algo nervioso. Sabía que le podría tocar un castigo divino, pero lo valdría si curaba a Miles. El problema era que no sabía lo que hablaron Pólux y Apolo luego de subirlo a la fuerza al carruaje. Tibalt también se sentía preocupado por el niño. A pesar de que intentó hablar para apaciguar el enojo del dios, no le había dejado siquiera terminar. Ahora estaba sentado delante de ellos mirándolos con disgusto y no sabía si debía sacar ese tema para hablar o dejarlo así para que se calmara.

—No pienses que tu pequeño chantaje usando a mi futuro amante te volverá a funcionar, ¿entendido? —preguntó Apolo viendo fijamente al pequeño rubio.

—¿Eso quiere decir que curará a Miles? —interrogó Giles ignorando toda la amenaza cargada en esa mirada.

—Yo no hago nada gratis, eso debió decírtelo el estafador —dijo la deidad de manera solemne—. Esa ramera callejera y tú me deberán un favor cuando lo cure.

—Sí, sí, sí —aceptó Giles asintiendo repetidas veces con la cabeza—. Te ayudaremos incluso a distraer o convencer a Sísifo de que deje de estropear tus momentos a solas con su padre.

—¿Cómo sabes de eso? —interrogó el pelirrojo con curiosidad.

—Sísifo habla mucho y siempre se queja de que debe vigilarte para que no te propases con su maestra y su padre —respondió con simpleza.

—Maldito caballo enano, sabía que no era coincidencia —murmuró el dios del sol—. Puede que los use para eso. Ya veré —dijo dando por finalizada esa charla.

Apolo sabía bien que su pequeño discípulo montaba guardia protegiendo la virtud de Artemisa. Aun sin ser necesario realmente. A veces no sabía si protegía a la diosa de la luna o a los mortales que estúpidamente se acercaban demasiado. Era bien sabido que de verla terminarían siendo maldecidos por la deidad. Así que hablando estrictamente, ella no necesitaba de un guardia. No obstante, gracias a la presencia de sagitario, ella podía relajarse en el agua y simplemente disfrutar de los gritos de dolor de los impertinentes que intentaban espiarla. Más de uno terminó con una flecha atravesando puntos no letales por acercarse demasiado a donde se bañaba la diosa de la luna.

Sin embargo, en el caso de León, no era ese su método. Siempre sospechó que causaba desastres a propósito para llamar la atención del leonino y robarle el tiempo de pareja que les correspondía. Mas, León siempre lo negaba alegando que su hijo jamás podría actuar celoso. Lo dudaba, siempre lo dudó y ahora confirmó que siempre tuvo la razón. Bueno, ahora tendría un favor pendiente que podría usar. Los dos aspirantes a santos podrían aportarle información sobre León y su adorado Pólux. Aunque sabía bastantes cosas como los apodos que usaban entre ellos, le intrigaba saber cómo es que a él Pólux siempre lo rechazó, pero se sentía atraído por el estafador. Además, si una de las mascotas de Atena moría, él y su hermana tendrían problemas con Atena, pues ellos contribuyeron en ese viaje no autorizado.

—Haberle hecho sangrar para quitar parte del veneno fue una buena idea —mencionó Apolo tras oír algunos leves quejidos provenientes de Miles—. Pero pronto comenzará la parte difícil. Les advierto que está en una situación similar a la de Sísifo, puedo sanarlo, pero dependerá de su voluntad de vivir si lo logra o no —explicó con indiferencia—. No me culpen si su amiguito no tiene algo a lo que aferrarse en esta vida.

—¡Lo hará! —exclamó Giles sujetando la mano del convaleciente—. Él y Sísifo vivirán. ¡Ya lo verás!

—Tienen que vivir —murmuró Pólux cruzado de brazos ocultando como estaba enterrando sus propias uñas en su brazo.

Un detalle que fue notado por su medio hermano. El semidiós estaba preocupado de los resultados. No podía quitarse de la cabeza que fue su deseo por resolverlo todo solo lo que llevó a esos dos a quedar convalecientes. Ya tenían el agua de la vida y la ayuda de Apolo. Así que deberían estar bien. No dudaba de la voluntad que tenían para luchar. Siempre llegaban a los extremos para defender a las personas de su interés, ¡lo comprobó cuando le plantaron cara a Hércules! Aunque el callejero no le cayera bien y viceversa, no negaba que tenía valor al haberse quedado junto a él y al toro cuando iban a interceptar al otro semidiós, pero ¿serían así de fieros para luchar por ellos mismos? Allí no estaba tan seguro. Especialmente temía por Sísifo. Si moría volvería a ser libre de vagar y molestar como solía hacer antes. ¿No sería tentador para él simplemente morir y dejar todos sus problemas atrás?

"No. Aquí tiene amigos y al gato sarnoso. Si Sísifo eligiera morir, el gran gato sería infeliz y él no podría soportar que su adorado padre se decepcione o deprima por su culpa. Luchará hasta el final". Pensó Pólux intentando convencerse así mismo que todo iría bien.

—Me adelantaré —anunció Apolo mientras sujetaba a Miles con un brazo y lo llevaba sin demora a donde estaba la enfermería.

Antes de salir del carruaje sujetó con su mano libre el recipiente en la que tenía contenida el agua de la vida. Talos se encontraba en la enfermería junto a León, el guardián de la segunda casa intentaba convencer al ex almirante que le cediera el turno de vigilarle. Pues desde que León se dio cuenta que su niño aun no moría y había esperanzas de mejoría, no se despegaba de él. Menos aun cuando recordó el escambroso incidente en que sagitario murió en la casa de piscis por problemas relacionados a Argus. Le generaba desconfianza que pudiera volver a ocurrir. En aquel entonces había estado convaleciente en la quinta casa y no fue capaz de intervenir a tiempo.

Aun recordaba haberse despertado al sentir el cosmos de sus compañeros elevándose en la casa de sagitario y como al buscarlos tuvo que ir hasta piscis. Una vez que logró subir los escalones de piedra, lo primero que vio fue el cuerpo inerte de Sísifo y a Ganimedes intentando revivirlo. Fue gracias a la diosa Atena que el alma que se había salido de su cuerpo regresó en cuestión de minutos a su lugar. Si eso sucedió en presencia de dos dorados, ¿qué sería de su niño si lo dejaba a solas con los aspirantes o cualquier ser vivo que no fueran sanadores? Prácticamente la enfermería se había convertido en el territorio de un león y su cría herida. Por lo mismo, Talos se encargaba de llevarle la comida intentando evitar que muriera de inanición.

—Necesitas comer algo, León —repitió por décima vez el guardián de la segunda casa. Cansado de ser ignorado por el otro.

—Déjalo allí, lo comeré después —ordenó el castaño mientras intentaba transmitir su cosmos a través de su mano hacia su hijo.

Desde aquella vez en que perdió el control no había vuelto a sentir el cosmos de su niño. No importaba cuanto intentara llegar nuevamente a él, nunca alcanzaba su consciencia y no podía entender la razón. El gemelo menor incluso dijo que oyó su voz llamarlo "idiota" cuando se refirió a él como el novio de Pólux. Entonces ¿por qué él no era capaz de oír su voz? Era como si estuviera muerto nuevamente, pero en esta ocasión no hubo una resurrección rápida tras algunos momentos fallecido. Y ni siquiera los dioses tenían una respuesta clara acerca de su condición. Por ello, tercamente volvió a su actitud anterior de vigilarlo sin descanso. Con el agregado de que ahora hacía pequeñas transfusiones de su cosmos buscando que le respondiera de alguna manera.

—No puedo irme o vas a dejarlo sin tocar de nuevo —advirtió Talos cruzándose de brazos para verlo con regaño por las veces anteriores donde no probó bocado—. Nuevamente estás descuidando tu salud. ¿Cómo podrás cuidar de Sísifo sino cuidas de ti mismo primero? —preguntó con un tono serio queriendo devolver la razón al dorado.

—Métete en tus asuntos —respondió el guardián de la quinta casa con un gruñido bajo—. La última vez que confíe en ti dejaste a dos personas peligrosas cerca de mi niño —acusó con disgusto.

—Ya te pedí perdón por eso —le recordó el arconte del toro con sumo arrepentimiento—. No tenía idea de que te sentirías tan ofendido por ausentarme brevemente.

—Ahórrate tus disculpas —ordenó el ex almirante mirándolo por sobre el hombro—. Sólo quiero que me dejes cuidar de mi hijo en paz —dijo sin siquiera voltear a verlo.

El guardián de la segunda casa guardaba profundo respeto por León. No sólo por su rango o por ser el padre adoptivo de Sísifo, sino por el hombre que era. Siempre se preocupaba por los más pequeños, daba sus clases con mucho entusiasmo y aunque perdía la paciencia en ocasiones, sus castigos eran sumamente mesurados. Además, le había estado dando clases personalmente a él para enseñarle a leer y escribir desde antes de lo sucedido con Hércules. León era quien mejor entendía lo que se sentía ver que un niño al que doblabas la edad y tamaño poseía mayor inteligencia. Era vergonzoso tener que estar molestando a los más jóvenes con sus preguntas sobre qué decían los escritos.

No obstante, era por ese mismo aprecio que le tenía que no podía permitir que se autodestruyera de esa manera. Cuando se trataba de Sísifo, el ex almirante perdía por completo el rumbo y la cordura. Hasta parecía que su nombre estaba predestinado a describirlo como lo que era: un león salvaje y enjaulado en aquella enfermería a la espera de que su hijo despertara. Iba a seguir alegando sobre por qué necesitaba comer y cuidar su propia salud cuando un poderoso cosmos se hizo presente. Antes de que Talos pudiera decir alguna palabra, llegó Apolo. El pelirrojo había ingresado a toda prisa a la enfermería y sin decir nada recostó a Miles en una cama libre no muy lejos de Sísifo. Detrás del dios, venían los dos sanadores quienes fueron contactados a través del cosmos con instrucciones de dirigirse allí a la brevedad.

—Adonis —llamó Apolo con seriedad—, tu especialidad son los venenos así que seguramente sabes preparar un antídoto para el veneno de escorpión, ¿verdad? —preguntó con seriedad.

—Correcto —confirmó el rubio asintiendo.

—Perfecto. Entonces te harás cargo de eso —aceptó el pelirrojo antes de dirigirse al otro dorado—. Su fiebre es muy alta. Usa tu cosmos helado para mantenerlo regulado —ordenó al santo de acuario.

—Más te vale no morirte, idiota —murmuró Ganimedes colocando su mano sobre la frente del convaleciente aspirante para bajar su fiebre.

La deidad de la medicina, así como los dorados estaban centrados en atender a Miles. La acción de Prana anteriormente, —si bien había hecho salir parte del veneno—, no extrajo todo el veneno, pues hacerlo sin matarlo era imposible al dejarlo desprovisto del líquido vital. En consecuencia, el aspirante debía lidiar con la poca sangre envenenada que aun circulaba por su cuerpo. Era como lava circulando por sus venas quemándolo mientras el dolor lo hacía retorcerse. Incluso el cosmos helado de Ganímedes no era capaz de regular rápidamente su temperatura interna desde el exterior. Eventualmente podría hacerlo, pero de momento el dolor comenzaba a causarle alucinaciones al aspirante quien gritaba lleno de terror y angustia.

—¡Miles! —gritó Talos preocupado queriendo acercarse.

—No puedes tocarlo —dijo Apolo mientras lo veía con seriedad—. Estorbarías en su tratamiento.

—¡Pero está sufriendo! —reclamó el santo dorado de la segunda casa intentando acercarse de nuevo, siendo detenido por León—. Quítate de mi camino.

—No puedes hacer nada por ahora —dijo impidiendo que interrumpiera el tratamiento—. Debes dejarlo en sus manos para que lo sanen. No tienes cosmos helado ni sabes de venenos como para participar a su lado —argumentó el guardián de la quinta casa.

—¡Eres la última persona que puede decirme algo como eso! —gritó Talos mientras luchaba por avanzar.

—No puedes hacer nada, sólo esperar a que los expertos lo sanen —replicó León mientras forcejeaba con el otro.

El arconte del león estaba teniendo dificultades para frenarlo debido a su estado precario. La falta de sueño, alimento o siquiera ejercicio al que estaba tan acostumbrado lo tenía débil e incapaz de refrenar al otro. En esos momentos sentía como si sus propias palabras le fueran regresadas de la peor manera. Era cierto que le dijo a Talos que no entendía su dolor porque no era su hijo el que estaba al borde de la muerte, pero eso no significaba que le alegrara ver a Miles agonizando mientras luchaba por mantenerse con vida. Además, las palabras que le dirigió a Talos, por muy hipócritas que sonaran, eran correctas. Ellos no podían sanar a sus hijos porque no eran sanadores. Eso era cosa de los santos de acuario y piscis.

Mientras ellos estaban en su discusión y los dorados ocupados con el tratamiento, dentro de la psique de Miles se suscitaba una lucha con sus demonios internos. En su mente veía a las personas que lo violaron a lo largo de su vida riéndose de su situación. De cómo había ido al santuario queriendo cambiar de vida, avanzar y volverse un hombre respetable. Todo tirado a la basura por unos escorpiones. No era justo. Simplemente la vida no era justa. Esos bastardos que lo ultrajaron gozaban de dinero, poder y respeto pese a abusar de los débiles. Semidioses como Hércules apenas recibían un regaño suave sin importar las atrocidades que hicieran seguían teniendo seguidores fieles que les alababan.

"No es justo". Pensó Miles con disgusto mientras su cuerpo era sometido a la lacerante sensación recibir decenas de puntadas. En su estado de sopor le era imposible distinguir si tenía o no a los escorpiones aun encima. Podía jurar que los sentía caminando sobre su cuerpo. Aquellas patitas tan parecidas a las de los insectos eran inconfundibles. Esa dureza dada por el exoesqueleto creaba una sensación difícil de olvidar. Incluso en arácnidos como los escorpiones estaban presentes causando un efecto similar. Los sentía caminando sobre él haciéndolo retorcerse e intentar quitárselos de encima. Empero, el dolor seguía. Las puntadas de miles de aguijones clavándose una y otra vez en su piel no hacía más que avanzar por todo su cuerpo sin dejar ningún área libre.

"¿Cómo es posible que los dioses me hagan esto? ¿Quién demonios está a cargo del destino? ¿Por qué moriré sin poder salvar a mi amigo mientras bastardos como Hércules viven felices? Incluso si la gente del santuario como Tibalt, Talos, Nikolas y Giles abrieron sus ojos a la verdad, sólo lo sabemos porque lo vimos de primera mano y vivimos para contarlo gracias a que Sísifo estuvo detrás coordinando formas de protegernos. ¿Por qué no puedo hacer lo mismo? ¿Por qué no puedo castigar a los infelices que abusan de los débiles? Si tan sólo tuviera el poder yo…"

Repentinamente, la caja de pandora en la casa de escorpio se abrió y la armadura de su interior se manifestó dentro de la enfermería delante de la cama de Miles. Todos estaban sorprendidos por su aparición y más aún cuando vieron al enorme escorpión dorado brillando mientras el cosmos de Miles aumentaba.

—¿Qué hace la armadura de escorpio aquí? —preguntó Talos viéndola con incredulidad.

—Parece que escogió a su santo —mencionó Apolo viéndola fijamente—. No puede ensamblarse en su cuerpo de momento, pero… creo que intenta transmitirle algo a la ramera —comentó pensativo.

Talos iba a soltar algún comentario en defensa de su hijo, pero León le tapó rápidamente la boca para que no ofendiera al dios. El pelirrojo sentía curiosidad del motivo de aquella manifestación tan repentina. Se suponía que Hefesto, forjó simples armaduras, pero éstas parecían tener cierto grado de ¿conciencia? Iba a seguir sacando hipótesis sobre ello, cuando su hermana se hizo presente a su lado.

—¿Qué está sucediendo aquí? —demandó saber Atena quien miraba al aspirante y la armadura alternativamente.

—De manera resumida: el aspirante fue atacado por escorpiones, estábamos estabilizándolo y la armadura de escorpio apareció de la nada —resumió Apolo.

—¿Habrá despertado el octavo sentido? —interrogó pensativa la diosa de la guerra.

—Según sé los humanos despiertan ese sentido cuando están al borde de la muerte, pero creo que en su caso no llegó a despertarlo —respondió Apolo revisando si los dorados cumplieron correctamente su orden.

—Puede que lograra el séptimo sentido entonces —mencionó Atena pensativa.

—Por cierto, hermana —dijo el dios del sol mirando detrás de ella notándola sola—. ¿Dónde están los demás aspirantes que fueron por el agua de la vida? —preguntó sabiendo que Pólux odiaría no ver el momento en que sanaran a los dos convalecientes.

—Están cumpliendo su castigo —respondió la diosa con el ceño fruncido—. Estos cuatro escaparon del santuario sin mi permiso y se pusieron en peligro estúpidamente —afirmó en tono de regaño.

—¿Y en qué consiste tu castigo por su desobediencia? —preguntó el pelirrojo.

—En algo que les dejara claro a los demás que no toleraré ningún tipo de desobediencia —respondió Atena con el ceño fruncido.

Mientras en la enfermería luchaban por curar a Miles, en medio del coliseo se encontraban arrodillados los tres aspirantes rebeldes. Para Pólux era sumamente humillante tener que estar de rodillas delante de todos en compañía de Tibalt y Giles. Solamente duraría unas cuantas horas dicho castigo otorgado por la diosa de la guerra, pero no dejaba de ser molesto ser el objeto de burla de los demás miembros del santuario. Estar bajo el sol de mediodía en penitencia por sus pecados no les parecía tan malo a los príncipes. Ellos estaban acostumbrados a largas horas bajo el sol para pulir sus habilidades. El espadachín lo hacía mucho entrenando con Talos y el hijo de Zeus rememoraba como su maestro le había mencionado que el sol podía convertirse en una ventaja durante una batalla.

"¿Le habrán dado ya el agua de la vida?". Pensó el rubio con los ojos cerrados concentrándose en sentir su cosmos. "Todavía no siento nada de su parte". Reflexionó decepcionado, pero lo atribuía a que estaban ocupados con Miles seguramente. No quería admitirlo abiertamente así que se negaba a hablar acerca de lo que pensaba de él. Se sabía culpable de su condición actual y estaba mentalmente preparándose para los regaños de los demás, especialmente del toro. Era bien sabido por él que Talos adoraba a Miles y Giles como León a Sísifo. Por lo general, los guardianes de la segunda y quinta casa eran muy tranquilos y amables con todos. Eso hasta que la salud o bienestar de sus hijos estaba en juego y parecían poseídos por los animales de sus constelaciones.

—Me habría gustado estar ahí cuando Sísifo despierte —se quejó Giles mientras se limpiaba el sudor de la frente con la mano.

—Estando Apolo presente y los sanadores, seguro harán que el agua de la vida lo curé en cuestión de minutos —consoló Tibalt—. Puede que incluso venga a buscarnos pronto.

—Es más probable que venga a reírse de vernos de rodillas —bromeó el niño sintiéndose de mejor humor—. Extraño sus bromas, aunque fueran a costa de otros —agregó un poco decaído.

Su estado de ánimo era producto de la exposición prolongada al sol que lo tenía bastante cansado y con dolor de cabeza, pero también el temor de haber fallado. El agua de la vida era una sugerencia del dios del sol para sanar a Sísifo. Era literalmente su última esperanza. Si aquella cura milagrosa capaz de curar cualquier enfermedad o dolencia fallaba no sabía que sería de ellos. Negó con la cabeza por esa forma negativa de pensar. Todo estaría bien. Quería creer que cuando menos se lo esperara el arquero aparecería corriendo entre la multitud de curiosos que los estaban observando y cuchicheando. No le importaba lo que dijeran esos ociosos sobre su persona. Valdría la pena si el objetivo por el cual salieron del santuario se cumplía.

—¿Qué creen que fue esa luz que salió de la casa de escorpio? —preguntó Tibalt queriendo aligerar el ambiente para Giles.

—Probablemente la armadura de esa casa —respondió Pólux con obviedad.

—Pero eso no explica quién la llamó o por qué, genio… —dijo Giles con sarcasmo.

—¡¿Eso significa qué hay un nuevo santo dorado?! —exclamó el semidiós sorprendido al reparar en ese detalle—. Algo parecido sucedió cuando el toro fue elegido santo dorado. ¡Maldición! —se quejó ofuscado—. ¿Cómo es que todo mundo consigue una de esas armaduras, pero a mí aun no me entregan la que por derecho me pertenece? —interrogó de manera retórica.

—Eso es porque seguramente aun no demuestras tu valía como dorado —razonó Tibalt meditando sobre quien podría ser el nuevo santo.

—Me gustaría conocer al nuevo escorpio luego de que Sísifo despierte —suspiró Giles aun preocupado.

Mientras ellos tres seguían bajo el sol recibiendo las burlas y comentarios de los espectadores, en la enfermería, Miles al fin parecía estar más estable. Estaba inconsciente, pero los espasmos habían cesado y ahora dormía tranquilamente. Su fiebre seguía presente, pero estaba más regulada. Al menos de momento ya no parecía estar a punto de la combustión espontanea. Talos se sentía un poco más tranquilo al recibir el diagnostico de los sanadores. Ellos le aseguraron que todo estaba bien y le ofrecieron los detalles sobre la salud de Miles. La armadura de escorpio seguía ensamblada al lado de la cama de su nuevo portador sin intenciones de volver a su caja de pandora.

—Tengo un nuevo santo dorado, quien lo diría —murmuró Atena al ver a Miles—. Aunque de nada sirve estando así. ¡No puedo tener un santo lisiado! —exclamó decepcionada sonando como una niña malcriada.

—El santo de virgo ¿qué es entonces? —preguntó Artemisa haciéndose presente.

—Hermana —susurró Atena algo sorprendido de verla, pero más por la mención de Shanti—. ¿Has saciado tu enojo con él? —interrogó curiosa.

—Me siento mejor luego de haber probado su valía mientras lo castigaba por delatarme contigo —afirmó la deidad cazadora de manera solemne.

La diosa de la luna no había encontrado agradable ser acusada con Atena por prestar ayuda a los aspirantes cuando fueron en busca del agua de la vida. Un simple mortal no tenía derecho a inmiscuirse y ventilar las acciones de los dioses como ella. Por lo mismo, tras ser llamada por la diosa de la guerra para discutir su ayuda y la de Apolo, tuvieron que detener al santo de Leo quien en un arranque de ira casi mata al arquero. No obstante, ni todas esas movidas actividades la hicieron olvidarse de castigar al boca floja. Fue en cierto modo considerada. El santo de la virgen era fiel creyente de los dioses, completamente devoto y casto. Además, pese a su molestia tampoco quería matar a una de las mascotas de su adorada hermana. Por lo mismo, su prueba fue bastante blanda en comparación.

En vez de recurrir a maldecirlo, —como sería lo usual en ella contra cualquiera que la ofendiera—, prefirió ponerle una pequeña prueba. Al igual que Atena, había percibido el cosmos de la antigua reina del Olimpo en él. Matar a Shanti podía volver a la diosa de la luna en la receptora del odio de diversos dioses aparte de su hermana. Sin embargo, una prueba pequeña relativamente inofensiva no sería problema. Por lo mismo, mientras los cuatro fugitivos buscaban el agua de la vida Shanti estuvo sobreviviendo por su cuenta en uno de los bosques que le pertenecían a Artemisa. Había logrado sobrevivir y hacía poco tiempo había regresado al santuario siendo transportado por ella.

—Me alegra oír que Shanti sobrevivió a tu prueba —afirmó Atena mirando a la rubia.

—Dejando eso de lado, ¿han despertado a mi discípulo? —interrogó la diosa de la luna observando que seguía dormido—. ¿Qué están esperando?

—Debemos darle el agua boca a boca o no podrá beberla —mencionó el pelirrojo.

—¿Y? —preguntó Artemisa impaciente golpeando el suelo con su talón—. ¿Qué están esperando?

—Bueno… aun debemos decidir quién se la dará —comentó el dios del sol encogiéndose de hombros mirando a los presentes.

Apenas su mirada se posó en las diosas vírgenes, éstas negaron con bruscos movimientos de cabeza. Como diosas vírgenes no podían dejar de ser inmaculadas teniendo esa clase de contactos con un hombre. Apolo luego se fijó en los adultos presentes. Con León sería raro debido a la relación filial entre él y Sísifo. Con Talos sería algo similar. Así que todas las opciones anteriores estaban descartadas para darle de beber el agua. Él mismo se sentiría raro de hacerlo. Estaba camino a volverse su padrastro y León no apreciaba el incesto, así que sus ojos se desviaron significativamente hacia los sanadores dorados.

—Las rameras son mis asistentes que me asistan —declaró sabiendo que entenderían a lo que se refería.

—Soy venenoso —le recordó Adonis negando con la cabeza ser una opción viable.

—¿Y si le doy una dosis de agua a Miles? —preguntó el santo de acuario queriendo negarse—. Creo que se curaría más rápido si lo hago con él.

—Él ya está bien. Así que hazlo, ramera —ordenó Apolo mientras empujaba a Ganimedes hacia la cama de Sísifo—. A ti no te afectaría.

—¿Por qué no lo hacen ellas que son las más interesadas? —interrogó el santo de hielo.

—No puedo dejar que mis hermanas se manchen con él —respondió el pelirrojo.

—¿Y si traigo a Pólux desde afuera para...? —interrogó el ex copero de los dioses.

—No —negó Apolo de inmediato—. Bastante raro ya está con sagitario —murmuró.

—Además, él no se conformaría con sólo un beso —agregó Artemisa aun enojada por las insinuaciones lujuriosas con su discípulo.

—¿Por qué siempre a mí? —preguntó Ganimedes quejumbrosamente sabiendo que nuevamente debería besar a Sísifo.

En el coliseo, los curiosos que habían ido a presenciar el castigo de los aspirantes pronto se aburrieron y retomaron sus actividades. Además, debido al calor que hacía la sed no tardó mucho en hacerse presente. Así que varios fueron a buscar agua, frutas y algún sitio fresco lejos de los rayos del sol. Los príncipes castigados estaban teniendo problemas para soportar el inmenso calor, pero aún se las apañaban como podían. Al menos, Tibalt contaba con Nikolas para darle charla mientras Pólux tenía a su gemelo contándole acerca de que oyó la voz de Sísifo.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó Giles atento a lo que estaba diciendo el gemelo menor.

—Te lo puedo jurar en nombre de Atena —prometió el gemelo menor—. Cuando lo estreché entre mis brazos e introduje mi cosmos en su interior, me respondió.

—No vuelvas a meterle nada al cuerpo de Sísifo —ordenó el semidiós cruzándose de brazos.

—¿Por qué? —preguntó Castor confuso por esa reacción—. Gracias a eso sigue vivo y confirmamos que hay esperanza.

—Es porque… porque el gato sarnoso es muy sobreprotector y puede dañarte si se entera que le manoseaste la cría —justificó sin ser muy convincente.

Los gemelos miraron curiosos al infante entre ellos. Habían supuesto que diría algo como de costumbre. Y más porque a Pólux se le había quedado una imagen difícil de borrar y más cuando por culpa de Prana vieron cosas que deberían de ser secretas. Sin embargo, pronto el cuerpo de Giles se precipitó hacia el suelo. Se había desmayado. Probablemente a causa de varios factores. El largo viaje, el estrés, el calor y la deshidratación a causa del castigo que estaba soportando. Tibalt se le acercó preocupado para examinar su condición. Contrario a su persona, Pólux sonrió ampliamente y se le acercó para sujetarlo por la túnica, alzándolo como si fuera un animal recién cazado.

—Bien hecho, niño oveja —felicitó el rubio mayor mientras comenzaba a caminar—. Tu desmayo será bien aprovechado —aseguró rumbo a la enfermería.

—Hermano —llamó Castor corriendo detrás de él—. No puedes usar a un niño enfermo para ver a otro —regañó suavemente.

—¡Pensé que te estabas preocupando por él! —reclamó Tibalt mientras seguía al semidiós también.

Por un momento creyó que la urgencia de Pólux se debía a que estaba preocupado por la salud de Giles y por ello lo sujetó de esa manera para ir más rápido en busca de ayuda médica. Más temprano que tarde se dio cuenta de su error al ver que su interés estaba en usarlo de excusa para escaparse de su castigo y de paso ir a ver a Sísifo.

—Dejaré al niño oveja en buenas manos mientras casualmente veo a Sísifo —se defendió Pólux.

—Quieres ver en la sala de Sísifo —suspiró Castor sabiendo que no podría detenerlo—. Mejor voy para que no te corran.

—¿Y tú a dónde vas? —preguntó Nikolas a Argus deteniendo su marcha siguiendo a Tibalt.

—Necesito estar presente para decirle algo a los dioses —respondió el amigo de los fantasmas.

—No seas impertinente —aconsejó el hijo del juez—. León te va a matar si vas —le recordó por el incidente anterior que tuvieron.

—Tú sobreviviste —mencionó Argus.

—¡Pero no eres yo! —exclamó Nikolas con frustración al notar que casi perdía de vista a los gemelos.

—Por eso me iría mejor que a ti —dijo Argus con una sonrisa despreocupada.

—Ya, ya, yo te acompaño —ofreció el espadachín para calmar los ánimos.

—Gracias —dijo Nikolas a su amigo—. Creo que León aun no me perdona lo que pasó —susurró decaído.

Lógicamente los gemelos no tardaron demasiado en llegar a la enfermería debido al apuro de Pólux para ver si el agua funcionó. Los demás que iban detrás de él lo último que esperaban era oírlo gritar nada más entrar a la enfermería.

—¡¿Qué haces besando al caballo enano?! —interrogó el semidiós furioso al ver a Ganimedes besando a Sísifo.

CONTINUARÁ…