Cap 53: Pelea de hermanos
Ganimedes lo último que deseaba era besar de nuevo a Sísifo. No era la primera vez que sucedía, pero rogaba a los dioses que fuera la última y dejara de meterse en tantos problemas. Y para colmo tenía al hijo de Zeus mirándolo como si acabara de cometer un ultraje de lo más aberrante, cuando fue por decisión de León y los dioses presentes que tuvo la obligación de sacrificar sus labios. Pólux había fruncido visiblemente el ceño y si no fuera porque Castor lo tenía sujeto habría saltado a separar a la ramera helada de su maestro. "Si necesitaban quien le diera el agua debieron llamarme". Pensó el aspirante de géminis ofendido. Debido a sus gritos tampoco tardaron en llegar los demás que venían junto a él rumbo a la enfermería. Mas, debido al escándalo el principe, Nikolas y Argus no pudieron quedarse afuera más tiempo.
—Suelta a Giles —ordenó Nikolas preocupado por la manera en la que el semidiós lo agitaba sin consideración alguna.
—Oh cierto —dijo Pólux mirando su mano derecha notando que aún estaba cargándolo.
Tibalt no había detenido por la fuerza el avance de Pólux al estar más preocupado por el infante. Lo había sujetado para que no quedara colgando del agarre del rubio inmortal. Por la manera en que sujetó su túnica por la nuca, el pequeño Giles seguramente estaba siendo asfixiado sin siquiera notarlo. El principe por lo mismo sujetó su cuerpo y lo elevó para que dejara de ser ahorcado con su propia ropa dado que Pólux apretó los puños con mayor fuerza cuando vio los labios de acuario sobre los del arconte del centauro. De inmediato, el tutor del rubio desmayado se alejó del lado de Miles para ir donde su otro hijo.
—¡Giles! —gritó el guardián del segundo templo preocupado y confundido por verlo desmayado—. ¿Qué le ocurrió? —preguntó acercándose para inspeccionarlo.
—Tuvo un golpe de calor mientras cumplíamos nuestro castigo —explicó Tibalt de manera tranquila queriendo calmar sus temores—. Creo que estará bien si descansa, pero creímos que sería mejor que lo revisen.
No es que fuera mentira. Al menos no del todo. Giles debía ser revisado por los sanadores quienes eran los competentes para explicar si estaba o no fuera de peligro. Incluso sería beneficioso una inspección general dado el anterior viaje realizado. Pudo haber sido picado por algún insecto peligroso o haberse envenenado sin darse cuenta mientras buscaban el agua de la vida. Además, también era su excusa para ir a ver los frutos de su esfuerzo. Habiendo sido ingerida el agua de la vida, Sísifo debería estar pronto a despertar. Confiaban en ello. Esa solución debía funcionar. Era su última esperanza de sanar al santo dorado. Por tanto, era un asunto prioritario, especialmente para Pólux.
—Atrápalo —ordenó el semidiós de cabellos dorados antes de arrojar al niño a los brazos del mayor.
El espadachín no tuvo tiempo de reaccionar por la fuerza y velocidad a la que el semidiós movió como si nada el cuerpo del menor. Talos espantado y sorprendido por la acción extendió los brazos y acunó a su pequeño. Le miró concienzudamente notándolo bastante caliente, posiblemente fiebre. Sus mejillas estaban rojizas y respiraba con algo de dificultad, pero probablemente con algo de agua fresca y un baño le ayudaría a regular su temperatura a algo saludable. Soltó un suspiro aliviado y rápidamente le dirigió una mirada de reproche al semidiós por su manera descuidada de actuar.
—¡Pólux! —llamaron enojados varios de los presentes incluyendo a su propio gemelo.
—¿Qué? —preguntó el aludido encogiéndose de hombros de manera despreocupada—. Lo dejé en buenas manos —dijo señalando a Talos—. En cambio, a Sísifo lo está saboreando aquella ramera glorificada. ¡Y el gato sarnoso no hace nada por evitarlo! —gritó exasperado.
—¡No lo besé por gusto! —reclamó Ganímedes mostrando una mueca de disgusto—. ¿Crees que disfruto besarlo cada vez que está al borde de la muerte? —interrogó de manera retórica.
El santo de acuario pensó que había dejado claro el punto en cuestión. O eso pensó hasta que vio la cara del aspirante de géminis enrojeciendo mientras lo miraba como si fuera el animal más peligroso sobre la tierra. Fue en ese momento en que se dio cuenta de su error. Conociendo el carácter de los semidioses y dioses respecto a sus "personas de interés" claramente no se tomaría bien oír que varias veces había besado a Sísifo. Y el rubio no tardó demasiado en expresar su malestar en palabras.
—¿Cómo que "cada vez", ramera? —preguntó Pólux mirándolo con enojo.
—Sé que eres discípulo de Sísifo —intervino Adonis queriendo calmar las aguas—, pero nosotros lo conocemos desde hace mucho más tiempo que tú. Sabemos lo que hacemos —explicó queriendo hacerle ver que no le harían nada malo.
—Además el estúpido enano sabe bien que lo hacemos por su propio bien —aclaró Ganimedes.
Ambos sanadores habían tenido que darle un boca a boca en distintos momentos a Sísifo. No era tan frecuente como erróneamente lo hizo sonar el principe de hielo, pero en casos extremos sí que lo hicieron, pero siempre como último recurso. Mas a ojos del semidiós eso sólo sonaba incluso peor. Él bien sabía que su maestro sólo presumía de aquello que podía demostrar como su astucia, su fuerza en batalla y su experiencia como líder por su pasado como rey. Nunca se presumió como alguien guapo y esas rameras siempre dejaban claro que Sísifo no era lindo. Lo convencieron tanto de ese punto que el muy idiota creía que nadie desearía violarlo. Otro error que parecía nadie le corrigió correctamente pues el acto de tomar el cuerpo de alguien por la fuerza era cuestión de poder y sometimiento. Así que saber que lo besaban a menudo con la excusa de curarlo no mejoraba el panorama, ya que Sísifo jamás sospecharía que alguien quería aprovecharse de él. Y menos cuando se trataba de las rameras que le decían feo. ¡Por culpa de ellos el arquero anduvo con la guardia baja ante Hércules! Había tantas cosas mal allí que le daba dolor de cabeza sólo pensar en "iluminar" a su torpe maestro.
—¡Eso es lo que le hacen creer para aprovecharse, ¿verdad?! —exclamó el semidiós más alterado que antes.
—Cálmate —pidió Tibalt al semidiós sujetando uno de sus brazos por temor a que iniciara una pelea allí—. No es momento de alterarse de esta manera —intentó razonar no queriendo interrumpir el descanso de los malheridos.
—Él tiene razón, hermano —apoyó Castor mientras sujetaba el otro de los brazos de su familiar y lo arrastraba con fuerza.
—¡Pero Sísifo…! —exclamó Pólux queriendo negarse a salir.
El guardián de la quinta casa había permanecido en silencio al lado de la cama de su hijo esperando ver el efecto del agua. Sin embargo, debido al escándalo de Pólux su paciencia se había agotado.
—¡Largo de aquí! —rugió León con molestia al ser interrumpidos.
—¡Vámonos, Pólux! —exclamaron los aspirantes arrastrándolo fuera de la enfermería.
León estaba alterado, nervioso y ansioso. La última esperanza que les había otorgado el dios del sol era que esa agua reanimara a Sísifo. El santo de acuario tras separarse de los labios de su compañero no pudo prestar demasiada atención a su estado debido a la interrupción de Pólux. Con él fuera de la enfermería volvió a centrarse en el punto. Miró largamente a Sísifo en busca de alguna señala de mejoría. Incluso la más mínima. Así se tratará de un ligero movimiento de sus párpados. Le sujetó la muñeca revisando su pulso. Su corazón latía, por ende, seguía con vida. Pero no despertaba. No había ninguna señal de que fuera a despertar pronto y si no fuera por su tenue respiración, lo creería muerto. Pensó que era cuestión de tiempo. Siendo optimistas quizás sólo se necesitará darle algo de tiempo para que hiciera efecto.
—¿Cómo está mi niño? —preguntó León ansioso por una respuesta. No sabía nada de cómo funcionaba el agua y sólo los sanadores podrían percibir cambios internos—. ¿Funcionó? ¿Sísifo despertará pronto? —interrogó mientras miraba también a Apolo.
—Hay que darle tiempo para que el agua actúe —tranquilizó el dios pelirrojo sin estar realmente convencido de sus propias palabras.
Tibalt, Castor y Pólux seguían cerca de la entrada de la enfermería. Los dos primeros con la excusa de vigilar al rubio semidiós y éste último repetía por lo bajo que su esfuerzo por conseguir esa agua no era en vano. Según él, quería corroborar que toda esa travesía valió la pena. Quería volver a ver aquellos ojos azules brillantes y curiosos junto a una sonrisa burlona. Seguramente tendría que soportar muchas burlas de su parte cuando los demás le contaran las cosas que vivieron con los muvianos. Sería molesto el escándalo que armaría cuando abriera la boca. Tanto que seguramente casi extrañaría que estuviera dormido. Todo eso pensaba queriendo darle algo de humor a sus temores. Pues tras haber bebido el agua de la vida no hubo cambios.
Pasaron los minutos y la tensión dentro de la enfermería no hacía más que crecer. Entretanto, Talos hacía lo posible por atender a Giles. Aunque no fuera un sanador, algo sabía de tratar pequeños accidentes cotidianos. El guardián de la segunda casa se dio cuenta que el problema era la exposición prolongada al sol. Así que cargó agua fresca en un vaso y se lo dio de beber al pequeño rubio. También mojó un pedazo de tela en agua fría que tenían de lo que quedó por el hielo que usó acuario para regular la temperatura de Miles anteriormente y lo colocó sobre la frente de Giles. De momento era lo único que podría hacer por él. Cuando los dorados estuvieran desocupados podrían revisar a Giles más cuidado.
—Descuida, Talos —tranquilizó Nikolas con voz conciliadora—. Yo estuve viendo el castigo un buen rato y creo que el desmayo sólo es por el cansancio.
—Así es —secundó Argus quien al igual que el anterior habían ingresado junto a Pólux. Sólo que ellos fueron donde Talos—. El viaje fue largo y debe estar muy cansado. Con reposo estando en un lugar fresco seguramente se repondrá en cuestión de horas.
—Gracias —expresó Talos—. Aunque Miles y Giles están mal, sé que pronto despertarán —dijo mirando en dirección a Sísifo.
Siendo sincero consigo mismo, temía vivir una situación como esa. Sagitario había recibido todo tipo de heridas en el pasado, pero siempre despertaba tras descansar. Esta era la primera vez que dormía tan profundamente y durante tanto tiempo. Aquella vez que fue herido por los centauros deliró de forma muy vivaz a causa de su fiebre. Incluso estando enfermo era alguien muy hiperactivo tan contrario a lo que veía ahora. El arconte del toro observaba el rostro de León completamente pálido y temeroso, a la vez que esperanzado. No existía en el mundo persona más ansiosa de verlo despertar que León. Sin embargo, no había ningún cambio sin importar cuanto esperaron.
—Necesito retirarme a buscar más rosas blancas —avisó Adonis caminando hacia la salida.
La estresante situación le había hecho aumentar la cantidad de veneno que exudaba su piel. No quiso decirlo en voz alta, pero siendo el agua algo especial, de seguro era de acción inmediata. Algo similar a la del poder de la sangre de Sísifo. Sólo que, al no tener un dueño, el agua no necesitaría que se activara a través del cosmos de otros. La conclusión a la que llegó como sanador era que el agua no funcionó. Quizás se equivocaba. No había nada que deseara más que ver el agua sanando a Sísifo. Empero, la realidad parecía ser otra. Nuevamente no podía hacer nada por su amigo. ¿Cuántas veces iban ya en las que sagitario le rescataba? Claro, que el arquero siempre agradeció su ayuda al sanarlo, pero para Adonis no era la gran cosa comparado a todo lo que había hecho por él.
Sísifo se había enfrentado a Afrodita, Eros y hasta Hércules. Siempre que su pasado regresaba para arruinar su presente, era Sísifo el que salía a luchar a la vanguardia. ¿Y él? Él ni siquiera era capaz de sanar sus heridas. Piscis se sentía demasiado decepcionado de sí mismo y por lo mismo estaba perdiendo el control sobre su veneno. Lo mejor era irse cuanto antes para ir por más rosas. Su atractivo rostro expresaba una mueca de disgusto, tristeza y decepción imposible de obviar. Por ello, Argus observó tentativamente a sus compañeros inconscientes y luego al santo de las rosas.
—Lo siento, Talos —se disculpó Argus mirando con ansiedad donde estaba caminando el santo de piscis—. Hay algo que debo decirle con urgencia a Adonis.
—Ve, pequeño —concedió el arconte del toro con una sonrisa amable—. Agradezco tu preocupación, pero no debes quedarte aquí sino es necesario.
—Gracias, volveré pronto —anunció Argus antes de correr tras el ex amante de Afrodita
Pólux pese a estar fuera de la enfermería junto a Castor y Tibalt no se iban demasiado lejos. Vieron salir a Adonis a paso presuroso siendo seguido por el "loquito del santuario". ¿Por qué uno de los sanadores estaba alejándose? ¿Habría sucedido algo dentro? El tiempo pasaba y no había ningún cambio. De haber despertado Sísifo, lo primero que oirían sería varios gritos, protestas o exigencias. Podría ser regañado por los dioses, su padre o sus compañeros, pero nada. Todo estaba sumido en un mutismo sepulcral. Eso sólo causaba más ansiedad y temor por los resultados del uso del agua de la vida.
—¿Por qué no despierta? —preguntó León hacia el pelirrojo mostrando su desesperación.
—Quizás sólo necesite tiempo —intentó decir de manera esperanzadora.
—No hay ningún cambio —murmuró Ganimedes negando con la cabeza tras revisarlo.
—¿El agua falló? —preguntó Artemisa sorprendida.
La diosa de la luna no daba crédito de ello. Su gemelo era el dios de la medicina. Si alguien sabía acerca de los mejores elixires y secretos de la curación, era él. Estaba segura de que jamás se permitiría dar alguna información falsa a alguien a quien apreciaba. Su interés amoroso León, tenía todas sus esperanzas puestas en el agua de la vida. El pelirrojo en ocasiones podía ser cruel, pero sólo si existía algún tipo de provocación previa. Era imposible que estuviera equivocado. Además, le era incomprensible la razón por la cual el arquero no despertaba. No estaba muerto. Su cuerpo había sido sanado y su alma… bueno, si el cuerpo estaba vivo, el alma debería seguir en su lugar.
—¡Tengo tres de mis mascotas heridas por culpa de ustedes! —reclamó Atena.
La diosa de la guerra había perdido la paciencia al ver aquel fallo tan grande. Sus aspirantes habían escapado del santuario con ayuda de sus medio hermanos para buscar esa agua, resultando algunos de ellos heridos por la travesía. Estaba dispuesta a ser blanda por la eficacia de la cura milagrosa. Empero, fue inútil. Su cosmos comenzó a elevarse por el disgusto que llevaba y observó de manera acusatoria a sus medio hermanos por ser los que les dieron esa idea junto a los medios para escaparse. Aunque ellos lo hicieron en el mejor interés de la salud de Sísifo, lo cierto era que Atena estaba enojada y sólo quería desquitarse con quien tuviera cerca.
—¿Nuestra? —preguntó Apolo realmente ofendido—. El niño oveja está así por el castigo que TÚ le impusiste —la señaló con el dedo índice.
—Y Sísifo apenas si está vivo gracias a nosotros —apoyó Artemisa a su hermano—. Fuiste tú la que dejó a Hércules quedarse aquí —le recordó con claro disgusto por el incidente.
—Era necesario —intentó defenderse Atena. Sólo que no era demasiado convincente.
—Como si no supieras como es Hércules —dijo el pelirrojo cruzándose de brazos mientras su cosmos divino comenzaba a arder—. La ramera de las flores tiene traumas con él, ¿dirás que no lo sabías?
—Ahora nos exiges sanarlos cuando están así por tu culpa —se quejó Artemisa.
—A ustedes ni les importa hacer bien las cosas al fin y al cabo odian a los mortales —señaló Atena.
—¿Nos acusas de ser negligentes? —interrogó la diosa cazadora incrédula por la desfachatez de su hermana.
—Solo digo que quizás no se esfuerzan porque Sísifo es mío —remarcó Atena.
—Eres una malagradecida —insultó el dios del sol.
La decepción de los dioses a causa del fallo del agua de la vida pronto se convirtió en enojo. Un sentimiento que las deidades presentes estaban manifestando en un despliegue de cosmos divino. Mismo que estaba causando que los mortales presentes cayeran al suelo sintiéndose aplastados por el poder divino de los presentes. León se apresuró a abrazar a su hijo y envolverlos con su propio cosmos. Recordaba que eso era lo que hizo Castor para evitar que su niño muriera cuando sucedió un hecho similar. Sin embargo, no estaba seguro de ser suficiente para soportar. Ganimedes se apresuró donde Nikolas y Miles queriendo protegerlos, mientras Talos usaba el suyo para protegerse a sí mismo y a Giles.
—¡¿Qué está sucediendo allí dentro?! —preguntó asustado Castor.
—Ese nivel de cosmos podría matarlos a todos —comentó Tibalt con gran preocupación.
—Quédense aquí mientras voy a ver que sucede —ordenó el semidiós avanzando hacia la puerta de la enfermería—. El cosmos divino es poderoso y mientras más cerca estén de su origen, mayor será el riesgo de que mueran quemados por el mismo.
Precisamente una de las amantes de Zeus había muerto debido a que se expuso al cosmos divino. Todo porque aquella torpe mujer cayó en las tretas de Hera, quien la convenció de que su amante sólo era un farsante haciéndose pasar por Zeus. Los dioses generalmente optaban por usar figuras mortales parecidas a las de los humanos o animales, para ser inofensivos ante los mortales. Sin embargo, ahora esos tres dioses estaban discutiendo entre ellos sin la más mínima consideración por los demás. Lo primero que vio el aspirante de géminis fue a los mortales con sus cuerpos precipitados hacia el suelo en contra de su voluntad. Eso le hizo rememorar la rabia que expresaron cuando se manifestaron para detener a Hércules y salvar a Sísifo. ¿Seguían sin aprender que podían matar a todos a su alrededor incluyendo al arquero que pretendían salvar?
—¡Sácalos de aquí, rápido! —gritó Ganimedes al ver a Pólux—. Nikolas no maneja bien el cosmos y puede morir pronto si continua en este lugar más tiempo —explicó con dificultad.
La ventaja de poseer la sangre de Zeus era su resistencia ante el cosmos de los dioses. Claro que sí recibía algún ataque directo de alguno de ellos podría pasarla realmente mal, pero al menos en situaciones como esta era capaz de soportar más que la persona promedio. Se acercó al amigo del espadachín encontrándolo desmayado. Negó con la cabeza al ver lo fácil que estaba siendo sometido por el poder divino. Lo levantó por la túnica, jalando la zona de la nuca y lo llevó hasta la puerta. Una vez allí vio a la distancia a los otros dos que dejó atrás.
—¡Hey, ustedes dos! —gritó Pólux balanceando el cuerpo de Nikolas sin ningún problema—. Atrápenlo y quédense a una distancia segura —ordenó antes de lanzarlo descuidadamente.
—¡Pólux! —gritó Tibalt enojado atrapando a su amigo.
—¡Hermano! —protestó Castor por la falta de consideración.
El semidiós simplemente se encogió de hombros y regresó donde estaban los demás. Debía evacuarlos de la enfermería de momento. La discusión entre los dioses no hacía más que subir de nivel a la par que lo hacían sus cosmos. La tierra caía del techo haciendo notar las fracturas en la roca a causa de la presión ejercida por las deidades. Llegó donde el sanador notándolo parado con gran dificultad.
—¿Puedes salir solo? —preguntó el rubio al santo de acuario.
—Ya vi como sacaste a Nikolas —respondió arrastrándose por el suelo usando toda su fuerza para no desfallecer—. Saca a los demás, yo debo ayudar a León —dijo acercándose a él para unir su cosmos al suyo y proteger a Sísifo de los cosmos divinos.
—Si lo hago uno por uno será molesto y tardaré demasiado —se quejó Pólux mirando que quedaban tres personas más si exceptuaba a acuario, sagitario y leo—. A ver, vaca cornuda —dijo acercándose a Talos—. Abraza a la ramera y el niño oveja que los voy a mandar a volar —avisó.
El santo del toro sentía demasiado dolor en su cuerpo como para quejarse. Sinceramente tenía varias cosas que decirle al semidiós por el trato hacia Nikolas y el que iba a darles a ellos. Mas, un quejido de dolor de parte de sus hijos le hizo cambiar de opinión. La prioridad era protegerlos a ellos. La enfermería estaba convirtiéndose en un campo de batalla e incluso León tenía claras muecas de dolor por intentar proteger a su hijo. Si un santo dorado de mayor experiencia que él estaba teniendo problemas, ¿qué sería de Giles y Miles que no gozaban de buena salud en ese momento? El guardián de la segunda casa abrazó a sus hijos y permitió que Pólux lo sacara de la enfermería y lo arrojara lejos, en la misma dirección que mandó a volar a Nikola anteriormente.
—Ahora sí a lo que vine —murmuró Pólux observando a León intentar proteger a Sísifo. Se molestó por la desconsideración de sus hermanos y elevó su propio cosmos sacando algunas chispas similares a las de Zeus—. El agua de la vida ha fallado, pero pelearse así solamente van a provocar que Sísifo muera más pronto, ¡idiotas! —gritó exasperado.
Las deidades presentes prestaron atención de manera inconsciente al sentir el cosmos de su padre. El estar emparentados por la sangre de Zeus les daba una relación que iba más allá de lo sanguíneo. La cosmo-energía que poseían era similar y alguien con experiencia podría ser capaz de reconocerla. Alguien como Sísifo, por ejemplo. Al mirar en la dirección donde descansaba el santo dorado, Apolo reparó en el daño que le había causado inconscientemente a León. El arconte del león tenía algo de sangre en la boca. Producto de haberse mordido los labios para no gritar de dolor. Fue en su dirección a la velocidad de la luz y apoyó su mano en su hombro para restaurar su cosmos con el propio.
—Lamento haberte herido —se disculpó el dios mientras lo veía afligido.
—No es nada, puedo soportarlo —tranquilizó el ex almirante antes de mirar a su hijo con lágrimas en los ojos—. Mientras mi niño no muera.
—Si es que no está muerto ya —murmuró el dios del sol viendo el estado del arquero.
—¡¿Qué estás diciendo?! —exclamó Atena de manera histérica.
—El agua de la vida debió por lo menos estabilizar su cosmos y no sucedió nada —señaló Apolo el estado de sagitario, el cual no mostraba cambio alguno.
—Entonces él está... —susurró Artemisa observando el rostro dormido de su discípulo.
—¡No! —negó León aferrándose a su hijo envolviéndolo entre sus brazos como si temiera que lo asesinaran—. ¡Él no está muerto! —sollozó desesperado.
León siempre había sido un hombre fuerte. No sólo físicamente, sino que contaba con una mente clara, —la mayoría del tiempo, sólo la ira nublaba su juicio—, de carácter inflexible capaz de soportar situaciones de alto estrés. Era un líder nato, especialmente cuando estaba al frente de un gran número de hombres a los que debiera instruir. A razón de ello no le fue difícil dirigir a los aspirantes en el santuario, con o sin la presencia de Sísifo. Mas, como cualquier humano, tenía puntos débiles. El suyo era su hijo. Habiendo experimentado el dolor de la pérdida de lo que más amaba una vez, su pequeño lo era todo para él. Ya lo había visto al borde de la muerte e incluso lo vio perder la vida en la casa de piscis, pero esto no era igual. Parecía que nunca volvería a abrir los ojos y cada esperanza que le habían dado terminó en fracaso.
—¡Él tiene razón! —intervino Atena con molestia por aquellas palabras—. Sísifo aún sigue con vida —señaló con su báculo donde su santo descansaba.
—¿Puedes llamarle a esto "vida"? —preguntó Apolo mirando con lástima a los dorados.
—Aún respira —puntualizó Pólux viéndolo de manera retadora.
—Eso no es a lo que me refiero y lo sabes —aclaró el dios del sol con cierta molestia en su voz—. Tal vez sería mejor sacarlo de su miseria.
—¡No puedes matarlo! —estalló el semidiós lleno de ira por pensar en aquella solución—. Se suponía que te trajimos aquí para curarlo. Incluso fuimos a buscar el agua de la vida —reclamó el rubio completamente alterado.
No podía morir. Sagitario era alguien terco y perseverante. ¿De qué le servía ser un semidiós si aún había tantas cosas escapándose de sus manos? Cuando su hermana Helena nació, se propuso protegerla como era lógico de parte de un hermano mayor. Aun en contra de sus deseos, el rey la prometió a un sujeto que no conocía. Y decía no conocerlo debido a que fueron prometidos desde la cuna. No sabía en qué clase de hombre se convertiría aquel bebé. Se quejó, protestó e igualmente fue ignorado. Hoy día, ella estaría seguramente en edad casamentera. Para ello se propuso conseguir la armadura de géminis y permitir que Castor aprendiera el cosmos para que ambos pudieran protegerla de quién fuera.
Las mujeres hermosas siempre eran objeto de acosos por parte de dioses o semidioses. Su propio nacimiento fue de esa manera. Y sus temores no hicieron más que crecer cuando Hércules mencionó que Perseo y Piritoo tenía intención de secuestrar a Helena y desposarla. ¿Cuántos más como ese habría? ¿Cuántos hombres pretenderían a su hermana aun en contra de su voluntad? Incluso temía que Hércules fuera a buscarla para vengarse de él por la pelea que tuvieron. Si ese fuera el caso, él sería completamente inútil como lo fue protegiendo a Sísifo. Él lo sanó en medio de la batalla y quedó en ese estado por culpa de su debilidad. ¿De qué servía ser un semidiós si era tan impotente como un simple mortal?
—No puedo intervenir con su destino —les recordó Apolo frunciendo el ceño—. Si debe morir no hay nada más que hacer.
—Él tiene razón —secundó Artemisa con una voz más calmada que antes, pero aun firme—. Además, deberían pensar en Sísifo, él no querría esto —señaló viendo con pena a su discípulo.
La diosa de la luna al igual que su gemelo guardaban aprecio por su discípulo. Ellos pasaban mucho tiempo a su lado cuando estaban aburridos. De existir alguna solución la tomarían. Lo intentaron. Pensaron en el agua de la vida, en sanar su cuerpo y hasta estuvieron tentados en hacer trampa para hacerle despertar con su cosmos divino. Empero, las palabras de su padre les devolvieron a la realidad. Recordaban la advertencia de no aferrarse demasiado a los mortales por su vida útil limitada. Y por desgracia tenía razón. Ellos podrían romper las reglas y sanarlo, pero ¿cuánto tiempo le darían? Siendo extremadamente optimistas e imaginando que tras despertar Sísifo se retirara a una vida de ermitaño, viviría unos cien años. Luego su alma le pertenecería a Hades. ¿Valía la pena comprar un par de décadas para un mortal a cambio de una enemistad eterna con su tío?
—Es la persona que más ama la vida. Él jamás elegiría rendirse y morir sin dar pelea —afirmó Atena golpeando el extremo de su báculo contra el suelo.
—Precisamente porque ama la vida odiaría estar en este limbo en el que no está ni vivo ni muerto —argumentó Apolo con enojo—. ¿Acaso creen que está feliz de estar así?
—Como alma al menos tenía cierta libertad igual que cuando estaba vivo, pero esto… —mencionó Artemisa recordando el incidente cuando su alma se salió de su cuerpo y pareció no importarle.
—¡No pueden decidir por su cuenta matarlo! —gritó la diosa de la guerra negando con la cabeza—. Si él muere irá a parar directamente a manos de Hades en el inframundo.
—No seas ingenua —habló la diosa de la luna—. Todas las almas mortales están destinadas a pertenecerle a Hades.
—¿Cuánto tiempo crees que vive un mortal? —interrogó el pelirrojo—. ¿Cincuenta? ¿Cien años?
—Y eso si no es un guerrero que termina asesinado en alguna guerra. Tarde o temprano le pertenecerá a Hades, hazte a la idea —ordenó Artemisa cerrando los ojos mientras apretaba sus puños con impotencia.
La deidad rubia sentía un profundo dolor por ver que de nuevo alguien a quien instruyó moriría. No era la primera vez que le sucedía. Perdió a Calisto y a Hipólito. La primera admite con claridad que fue su culpa. Jamás lo diría en voz alta, pero sagitario tenía razón cuando señaló que ella no se atrevió a ir contra su padre. Su amiga no la había traicionado porque así lo quisiera. Fue engañada y seducida con su imagen. Lo cual era en parte halagador y a su vez algo que le echaba sal a la herida. En el caso de Hipólito, fue peor. En esa ocasión perdió a un buen hombre por culpa de mujeres sin escrúpulos. Y ahora su último discípulo también correría la misma suerte. Todo por salvar la vida de seres inferiores.
—Mientras no esté muerto algo se debe poder hacer —dijo Pólux tercamente—. Si el agua no funcionó, dime de algún otro remedio mágico que conozcas y lo buscaré para intentar sanarlo —declaró con seriedad.
—Veo que tus sentimientos por Sísifo son profundos —mencionó Apolo viéndolo con una sonrisa compasiva—, pero debes entender que como semidios vivirás más que él.
—Tarde o temprano van a separarse —mencionó Artemisa—. Es incluso preferible que lo haga ahora antes de que se encariñen demasiado con él.
—No voy a renunciar a él —declaró Atena solemnemente—. Es mi propiedad y no voy a perderle.
—Puedes escoger otro santo entre las decenas de aspirantes que tienes aquí en el santuario y darle la armadura de sagitario para reemplazar a Sísifo —dijo Artemisa ofreciéndole la solución obvia.
—¿Así es cómo reemplazaste a Calisto? —interrogó Atena con desafío—. Teniendo decenas de mujeres y ninfas te habrá resultado sencillo buscarte otra.
—Tú… —gruñó la diosa de la luna.
—Cálmate, hermana —pidió Apolo a su gemela.
—Seguro conoces alguna cura que no nos estás diciendo —declaró Pólux viendo hacia el dios del Sol—. ¡Habla! —exigió el semidiós.
León se limpió un poco la sangre que tenía en la boca y se forzó a aclararse la garganta. El semidiós nunca fue de su agrado y eso no era secreto para nadie. Sin embargo, en esta ocasión estaba de su lado. Si el agua de la vida no era la solución deberían buscar otra. Quizás hubiera otra cosa que pudieran buscar para sanar a Sísifo. Era demasiado pronto rendirse sólo al primer intento de aquello. Dejó a su hijo en manos de Ganimedes quien pese a estar bastante afectado por el cosmos divino sabía cómo lidiar con ello. No por nada fue el copero de los dioses y amante de Zeus. Conocía la manera de soportar el cosmos divino. Por lo mismo, no tardó demasiado en reponerse lo suficiente como para revisar el estado de sagitario.
—Por favor, Apolo —dijo León mientras lo miraba de manera suplicante—. Si existe alguna cosa otra cura o elixir, dinos —rogó desesperado—. Te lo suplico, iré personalmente a buscarla.
—Te juro en el nombre del amor que te tengo —dijo el dios del Sol sujetando las mejillas del hombre que amaba—, que si hubiera algo similar al agua de la vida que pudiera evitar la muerte de tu hijo te lo haría saber.
El rubio no le creía. Estaba seguro de que su hermano por muy estoico que se viera estaba ocultando algo. Aunque la forma en la que juraba en nombre de los sentimientos que tenía por el gran gato sarnoso hacia todo más confuso y ambiguo. A los ojos de todos era extraño que Apolo le dedicará tanto tiempo y esfuerzo a un mortal. Por lo general habría saciado su lujuria con él desde hacía mucho tiempo. En cambio, respetaba sus decisiones y le daba la libertad de obrar como quisiera. Ni siquiera se habían besado por interrupciones de sagitario que arruinaba los momentos románticos que pudieran darse entre ellos. Mas, el dios del sol soportaba su impertinencia por ser el hijo de su amado. De haber sido cualquier otro ya estaría maldito.
—¿Quieres decir que no hay nada más que hacer? —preguntó el guardián de la quinta casa descorazonado.
—Prolongar su vida de esta manera tiene un límite —le recordó el pelirrojo observando al arquero—. Míralo bien —señaló—. Está pálido por la falta de sol, delgado y sus músculos, así como sus órganos se irán atrofiando con el tiempo si no despierta.
—Es más piadoso permitirle morir de manera digna como un verdadero arquero que estar en esta situación tan lamentable —secundó Artemisa—. No hay vergüenza en morir haciendo su deber como santo. Protegió a sus compañeros y a los aspirantes con su sangre y su cuerpo. Ya hizo demasiado por todos aquí. ¿No creen que merezca descansar? —preguntó buscando otro enfoque—. Sísifo no querría vivir así.
Quizás si apelaba a los sentimientos mortales de misericordia y dignidad lograrán hacerles ver que era lo mejor. Era demasiado lamentable verlo allí tirado como si sólo durmiera. Ellos sabían que no era así, pero la esperanza ilusoria les tentaba a pensar que en cualquier momento despertaría. No obstante, Apolo fue muy claro sobre la ausencia de alguna medicina que pudiera dársele al arquero. Siendo ese el caso, era preferible matarlo que dejarlo pudrirse lentamente en una habitación oscura del santuario.
—Se nota que no lo conoces lo suficientemente bien —dijo Pólux con arrogancia—. Si pudo estar quinientos años empujando una roca sólo por no darle el gusto a nuestro padre de haberlo sometido. ¿Qué son unos días más de sueño? —interrogó desafiante—. Encontraré algo que lo despierte cueste lo que cueste —declaró antes de girarse hacia León—. Por eso no debes aceptar la oferta de Apolo de matarlo. Como padre de Sísifo mientras te niegues no puede matarlo.
—¿Tú crees? —interrogó el pelirrojo arqueando una ceja mientras sonreía burlonamente.
—Si el amor que dices tenerme es sincero, no matarás a mi hijo sin mi consentimiento —intervino León mirándolo fieramente con los ojos dando la sensación de estar rasgados como los de un felino al borde de atacar—. Como sanador es tu deber respetar las decisiones de tus pacientes y en caso de no poder hablar por sí mismos la decisión de sus familiares, ¿o no?
—¡Esto es absurdo! —protestó Artemisa.
—Absurdo es que sigan aquí sí sólo pretenden matar a mi ángel —declaró Atena parándose firmemente—. Si no pueden hacer nada más por él, está bien. No es necesario que sigan viniendo al santuario porque no lo mataremos —afirmó con vehemencia.
Los dioses gemelos se retiraron del santuario indignados por la actitud de sus medio hermanos. Quisieran o no, la muerte era parte del ciclo de la vida de los mortales. La única manera en que Hades no podría obtener el alma de Sísifo seria volverlo inmortal y eso sería una grave herejía. Debería de recibir ambrosía y activar el noveno sentido. Algo que claramente Zeus no deseaba que obtuviera. Prefirió resucitarlo antes que permitirle conseguir el poder prohibido para los mortales. Quizás debieran considerar eso como opción para sanar a Sísifo. Aunque el rey del Olimpo no era precisamente hábil en medicina quizás podría darles alguna idea dentro de las reglas. Podrían intentar obtener información advirtiendo que, de morir Sísifo, iría al inframundo y obtendría el noveno sentido. Aunque ese plan poseía múltiples fallas, pues seguramente Hades prometería tener su alma bajo control por toda la eternidad.
—¿De verdad no hay nada más que podamos hacer? —interrogó Artemisa a su gemelo mirándolo pensativa cuando llegaron al palacio de la deidad en el cielo.
—Quizás podría sanar si su padre, el titan Prometeo, lo atendiera –mencionó el pelirrojo meditando sus posibilidades.
—Pero nadie sabe dónde está luego de haber sido liberado por Hércules —bufó la diosa de la luna encontrando inútil aquella solución.
—Por eso no lo mencioné —se defendió Apolo—. Nuestro padre mantiene un odio eterno hacia Prometeo y su linaje. De ir en su busca sólo atraerán la atención de Zeus y no es buena idea eso.
Una gran preocupación de Apolo era que, en su desesperación por salvar a sagitario, León cometiera algún tabú. Alguien como él no conocía el verdadero alcance del poder del dios del trueno. Su furia era motivo de temor incluso para todos los dioses olímpicos. Si ni ellos se atrevían a enfrentarlo cara a cara, menos podrían los mortales. Y al parecer Atena y Pólux habían olvidado ese importante detalle. Podían formar parte de los hijos favoritos, pero ese estatus podría cambiar fácilmente si seguían presionando su suerte aferrándose a sagitario.
—No creo que nuestro padre desperdicie su tiempo vigilando lo que hagan o dejen de hacer Prometeo y su prole —afirmó la rubia cruzándose de brazos.
–¿Tú crees? –interrogó Apolo de manera irónica–. Lanzó varios rayos sólo porque Sísifo volvió a respirar aquella vez que murió temporalmente —le recordó con obviedad—. Además, incluso si encontrarán a Prometeo no sabemos si ofrecería su sangre para sanarlo.
—Es para salvar a su hijo —señaló la diosa con seriedad.
—El mismo hijo por el que no hizo nada cuando fue condenado por Zeus —argumentó el pelirrojo con seriedad—. El duro castigo impuesto por nuestro padre parece que lo llenó de temor y quebró su voluntad. Al menos eso es lo que oí decir a Hércules cuando repitió aquella profecía.
El titán amigo de los mortales se había negado fervientemente a revelar sus visiones acerca del futuro del Olimpo. Soportó el castigo impuesto y jamás les dijo una palabra de lo que querían saber. Existía una profecía bastante precisa que poseía aquel titán que superaba a las de Apolo. Él tuvo varias visiones futuras, pero acerca de lo mencionado por Hércules consiguió muy poco. Apenas si sabía que el Olimpo sería destruido por un ser monstruoso, pero nada más. En cambio, el titán tenía la solución para ganar. Como agradecimiento por liberarlo, le dijo a Hércules que la forma de ganar sería que él peleara junto a los dioses. Pero tras eso desapareció y durante siglos nadie supo nada de él.
–Entonces sólo nos queda advertir a nuestros hermanos que no se aferren a un muerto en vida —continuó Artemisa meditando lo que deberían hacer—. Mayor será su sufrimiento mientras más encariñados estén.
Pese a la forma de hablar de los dioses ninguno se sentía de buenos ánimos precisamente. Apolo estaba decaído, ya que León desconfío de él. Y sí, tenía razón para hacerlo, quizás por instinto, pero era su secreto que se sabía un par de opciones más para recuperar a Sísifo. El problema es que las que se sabía rompían las reglas de los dioses. Cada una era peor que la otra en cuanto a los castigos que pudiera impartir Zeus de enterarse. El futuro de sagitario era incierto para todos ellos. Y las soluciones para salvarlo eran cada vez más agotadas y prohibidas. Sólo esperaban que sus medio hermanos no eligieran ponerse así mismos en riesgo por un simple estafador.
Continuará…
