Cap 55:bosque "ecos del corazón"
Shanti había comenzado a caminar por el bosque al que lo transportó Artemisa sin ninguna dificultad. Tal y como había pensado antes, que fuera de noche o de día daba igual en su caso debido a la ceguera. Además de que sabía bien que ninguna de las bestias que habitaba en los bosques le atacaría. Aunque no poseyeran la inteligencia de un ser humano para comprender lo que era el cosmos, si poseían un agudo instinto que les hacía sentirse en peligro cuando el cosmos a su alrededor crecía. Eso era suficiente para mantenerles a raya si lo confundían con alguna presa. Por fortuna, criaturas tan nobles, creaciones de los dioses, eran seres tan puros y libres de la maldad inherente a la humanidad que no se le acercaban siquiera para no molestar su marcha. Era una prueba tan sencilla que hasta parecía un poco insultante. ¿La diosa Artemisa se apiadó de él por su condición? No le hacía falta. Es más, cuando volviera le pediría otra prueba que le hiciera conocer el verdadero sufrimiento para expiar sus pecados y dignificar nuevamente su alma.
—¡Shanti! —gritó emocionada una mujer a la lejanía aparentemente feliz—. ¿Shanti eres tú? —preguntó nuevamente aquella voz—. Querido, lo encontré, encontré a nuestro hijo —dijo dirigiéndose esta vez a alguien más.
—¿Qué? –preguntó el santo de virgo sin entender qué estaba sucediendo allí—. ¿Quiénes son ustedes y porqué están invadiendo el bosque de la diosa de la luna? —demandó saber con irritación—. ¡Arderán en el infierno por su osadía! —amenazó con enojo contra esos desconocidos.
—Oh, mi pequeño —se compadeció una voz masculina—. Es normal que no nos reconozcas porque nunca nos pudiste ver los rostros —habló sin aparente malicia. Sonaba hasta ¿compasiva?
—Dejen de interrumpir mi camino e identifíquense, pecadores —ordenó el infante con voz firme demostrando su disgusto.
—Shanti somos tus padres —respondió la mujer con una voz dulce y maternal.
El rubio tembló levemente en reconocimiento. Nunca supo cómo eran sus apariencias. No tenía demasiados recuerdos de sus padres y como en aquel entonces no manejaba el cosmos tampoco conocía cómo eran sus presencias. Sin embargo, instintivamente algo dentro de él se removió en reconocimiento. Un sentimiento de nostalgia y añoranza. Vagamente sentía esas voces familiares. Palabras de consuelo dichas con compasión y calidez, así como la sensación mullida de ser arropado entre los brazos de su madre. Lo único que recordaba mejor eran los latidos de su corazón. Aquel tamborileo que sentía golpeando sus oídos suavemente le hacía sentirse protegido y amado. Junto a una mano grande y áspera despeinando su cabello suavemente. Había otras sensaciones ajenas a las que podían proporcionar sus ojos que estaban presentes en su memoria gracias a sus otros sentidos.
—¿No nos recuerdas? —preguntó la voz masculina con un tono calmado, pero firme.
—Es imposible que ustedes sean mis padres —declaró el invidente apretando los dientes y moviendo su cabeza de izquierda a derecha repetidas veces.
—¿Qué tonterías estas diciendo? —preguntó aquel hombre de manera incrédula, pero con un toque de gracia—. ¡Somos nosotros! —aseguró emocionado.
—¡Mienten! —gritó Shanti con la voz algo quebrada—. Mis verdaderos padres me abandonaron a mi suerte hace años —señaló con enojo y resentimiento en cada palabra.
—No, no exageres, cariño —pidió con dolor la voz femenina.
—¡No me llames así! —ordenó el santo de virgo ofendido por el sobrenombre.
Había recibido muchos sobrenombres relacionados a su ceguera con el único objetivo de burlarse de él. ¿Una forma cariñosa de llamarlo por parte de los padres que lo abandonaron? ¿Qué sentido tenía eso? Si lo dejaron atrás era porque lo consideraron un estorbo, un inútil, alguien que sólo representaba una carga para ellos. A diferencia de los demás niños, a él nadie le diría de esas formas. Incluso Talos que lo trataba como a uno de sus niños jamás le habló de una forma especial. Aunque siendo justos con él, hacía lo mismo con los demás. A Giles le decía simplemente por su nombre. El santo se tauro no era como el de leo que sólo tenía un único niño especial en su corazón, Talos tenía a demasiados a los que quería mucho, incluido él.
—Te dejamos en un templo budista donde te darían todo el cuidado que necesitarías —explicó su supuesto padre con la voz esperanzada.
—Debes entender que en nuestra situación era lo mejor —complementó su madre—. Nosotros te amamos y como tus padres sólo queríamos que tu vida fuera lo más agradable posible.
—Esos monjes te dieron conocimientos que nosotros jamás podríamos haberte otorgado —mencionó su padre con cierta vergüenza.
En eso el santo de virgo debía concederles la razón. Sus padres eran gente común. No eran eruditos ni sabían nada ni remotamente similar al cosmos. Fue a través de las enseñanzas de los monjes, la meditación y los rezos que consiguió dominar el cosmos. Gracias al cual podía moverse con total libertad tal y como si tuviera una vista normal. La falta de ese sentido dejó de ser un impedimento para movilizarse o conocer los sucesos a su alrededor cuando los dioses comenzaron a guiarlo. Ellos eran la guía más confiable y una fuente de conocimiento superior a la de cualquier humano. Empero, sin las enseñanzas de los monjes como paso intermedio, llegar a los dioses habría sido totalmente imposible.
—Nunca intentaron volver a buscarme —replicó Shanti con dudas.
—¿Nos esperaste? —preguntó la fémina con esperanza y anhelo.
—Eso qué importa —respondió el rubio sin atreverse a negarlo de inmediato.
Hubo un tiempo donde tuvo esperanza de que lo fueran a buscar. La fantasía de que sus progenitores verían su error y se arrepentirían de dejarlo atrás. Si lo amaban estarían de su lado, aunque no pudiera ver. ¿Cuántas noches no rezó en silencio a los dioses prometiendo que si sus padres iban a buscarlo él sería un mejor hijo? Juró una y otra vez que jamás pediría nada a sus padres, no necesitaría ayuda de nadie y su ceguera no le impediría hacer todo lo que se esperaba de un niño normal. ¿Todo para qué? Para ser decepcionado. El problema no eran los dioses desoyendo sus llamados eran sus padres que no deseaban saber nada de él.
—¿Y eso es nuestra culpa? —preguntó su padre confundido.
—Ustedes decidieron dejarme atrás —acusó Shanti de manera firme.
—Tú naciste ciego —le recordó su padre.
—¿Y eso qué tiene que ver? —interrogó el invidente.
—Sí fueras un niño sano todo sería diferente —alegó su madre con desesperación.
—Todos los padres amamos a nuestros hijos, pero no es nuestra culpa que no fueras normal —se defendió su progenitor.
—Sí de verdad me hubieran amado no me habrían abandonado —afirmó el santo de virgo.
—Sí te hubiéramos odiado te habríamos quitado la vida cuando notamos tu ceguera de bebé —aclaró el hombre de manera amable.
—En cambio decidimos conservarte —habló su madre con una voz llena de afecto—. ¿No es prueba de nuestro infinito amor por ti haberte criado y cuidado durante seis años?
—Eso... eso... —titubeo el joven rubio.
—Pasamos mucho tiempo preguntándonos qué pecado habíamos cometido para que los dioses nos castigaran robando tu vista nada más nacer —expresó con profunda pena su madre mientras se oían suaves sollozos contenidos.
—Sí fuimos ofensivos de alguna forma con nuestras deidades ¿no era lo justo castigarnos a nosotros? —preguntó su padre con rabia y resentimiento contra los entes divinos.
—¿Por qué ensañarse con nuestro inocente hijo? —se lamentó la mujer.
Shanti apretó sus puños con enojo por aquellas palabras. No sabía si él estaba pagando una deuda de sus padres o alguna herejía de su parte, pero no le importaba. Ellos eligieron abandonarlo por su ceguera. ¿Cuántas veces no lloró deseando ser normal? La envidia lo había embargado varias veces por no ser como los demás. Oyendo como hablaban de colores, figuras, el cielo, las estrellas. Lloraba cuando todos le relataban de aquello que se estaba perdiendo. Sin embargo, soportó. Aguantó todo el rechazo y las humillaciones de sus congéneres sólo por sus padres. Creía que si no se quejaba sería un mejor hijo para ellos. Suficientes problemas les daba por su ceguera como para aumentar sus preocupaciones quejándose de cómo era tratado por otros. Creyó en el amor de sus padres por él y lo dejaron. Sin darle ninguna explicación simplemente lo dejaron allí esperando por ellos. Ni siquiera podía saber si voltearon alguna vez hacia atrás. Si hubo algún atisbo de arrepentimiento por su decisión.
—No tengo tiempo que perder con ustedes —declaró Shanti dando por terminado el asunto.
—Pero, hijo —habló la voz masculina con un tono de ruego.
—Sean reales o una ilusión lo cierto es que no quiero saber nada de ustedes —dictaminó el santo de virgo retomando la marcha con calma.
—¡No fue nuestra culpa! —gritó con desespero la mujer.
—Los dioses te castigaron con la noche eterna —acusó su padre con infinito odio.
–Sí esto es un castigo divino probablemente sea porque ustedes cometieron algún agravio contra los dioses —explicó el niño sin ninguna emoción en su voz—. Siendo así con mayor razón doy todo por terminado con ustedes.
—Somos tus padres —reclamó el hombre con disgusto.
—Sólo son unos herejes —afirmó el rubio con desprecio—. No vuelvan a molestarme.
El santo de virgo se alejó de donde oía aquellas voces que decían ser sus padres. No estaba seguro de qué o quiénes eran. Por precaución se sentó sobre una roca para reunir su cosmos y contactar a los dioses a través de la meditación. Quería algunas respuestas. Sin embargo, no lograba la paz interior. Se sentía demasiado turbado por la impresión y las viejas emociones que había enterrado hacia tanto tiempo. Sus dedos temblaban y un sudor frío recorría su espina dorsal. Esos no podían ser sus padres, la diosa Temis debía de decírselo. Si consultaba con ella las dudas que lo inquietaban serían calmadas. Empero, por más que lo intentó no hubo respuesta alguna.
—No importa —expresó el invidente en voz alta—. No necesito de los dioses para confirmar que mis padres no me querían. Lo sé bien.
No era un pensamiento alegre, pero era todo lo que tenía para darse consuelo así mismo. Le había funcionado hacía años cuando aceptó que jamás tuvo padres que lo aceptaran pese a su defecto. Muchas veces se tuvo que repetir su confiable mantra: la voluntad de los dioses es la ley y su palabra mi guía. De esa forma había conseguido aceptar que, si sus padres lo dejaron, era porque su destino no se encontraba a su lado. Era mejor confiarse a los dioses. Mientras se mostrará devoto y obediente ellos lo protegerían de todo mal y guiarían su camino. ¡Eso era! Él no era un simple niño mortal, era el vocero de los dioses. El elegido para transmitir sus deseos a la caótica humanidad. Una vida pacífica siendo consentido por sus padres le habría quitado muchas experiencias dolorosas necesarias para acercarse a la divinidad.
—Shanti —llamó una voz conocida para el santo de virgo.
—¿Giles? —interrogó dudoso.
Eso tenía que ser una trampa. Era imposible que su amigo estuviera allí en el bosque junto a él. Sin embargo, no podía evitar dudar porque sentía esa presencia demasiado real. Según su cerebro, esta era otra trampa, pero algo en el tono de su voz se le hacía familiar. Sentía exactamente lo mismo que cuando estaba con el original. Si se trataba de un impostor, hizo muy bien su trabajo.
—Sí, soy yo —respondió animadamente. Tanto, que el niño ciego pudo imaginarlo sonriendo ampliamente—. ¡Talos! —llamó el pequeño rubio a gritos—. ¡Ven rápido! —ordenó apresurado e inquieto.
—¿Lo encontraste, Giles? —interrogó el santo de tauro con preocupación y alivio oyéndose unos pasos cada vez más cerca de su posición.
—¿Qué hacen aquí? –preguntó el invidente curioso de lo que podrían responder esas ilusiones—. Pensé que estabas buscando el agua de la vida para Sísifo, Giles.
A pesar de la voz calmada empleada por el guardián de la sexta casa, un tono de sospecha se deslizó remarcando el nombre de su amigo. Seguía teniendo problemas para determinar si era el real o una entidad haciéndose pasar por él. Por lo mismo remarcó a propósito ese nombre queriendo seguirle el juego para ver hacia donde iba el asunto. Cuáles eran sus verdaderas intenciones. Si eran ilusiones pronto dejarían al descubierto lo que querían de su persona.
–Volví y me enteré de que estabas siendo castigado por la diosa Artemisa –explicó Giles de manera corta, pero creíble.
—Yo también estaba muy preocupado y por eso vinimos por ti —agregó el arconte del toro—. La diosa Atena nos transportó hasta aquí —justificó haciendo que el relato sonara cada vez más convincente—. Por eso llegamos tan rápido.
La explicación era plausible, pero aún no lograba convencerle del todo. ¿Realmente habían interferido en un castigo divino por causa suya? Eso no sabía si debía ser motivo de enojo o alegría. Si esto era cierto se meterían en problemas por interferir. Si era mentira, no le quedaría más que ignorarles y seguir adelante con su travesía. No quería que le estuvieran tendiendo la mano sólo por lástima o peor aún, subestimando su poder creyéndolo incapaz de caminar por un simple bosque de noche. De momento ninguna criatura había siquiera gruñido en su presencia. Las dificultades que debería tener por ser incapaz de ver durante la noche eran inexistentes para alguien acostumbrado a moverse literalmente a ciegas. No había motivo para que lo fueran a buscar estando en casi perfecta salud y de una sola pieza.
—Esto es parte del castigo que me impuso la diosa Artemisa, no interfieran —ordenó Shanti con disgusto.
—No debes preocuparte por eso ahora —habló repentinamente la diosa de la luna manifestándose delante de él—. Tu castigo ha sido levantado —explicó concisamente con aquel tono neutral que siempre usaba.
—¿Por qué? —interrogó el santo de virgo sin dar crédito de lo que oía.
Él tenía muy claros los límites respecto a los favores de los dioses. La diosa Temis era su benefactora principal. Creía firmemente que ella era su guía, su protectora y lo más cercano a una figura materna que jamás haya tenido. Por su lado, la diosa Artemisa era maestra de Sísifo. Ella por quien abogaría sería por sagitario. Aquel a quién estúpi... no. Detuvo ese pensamiento de inmediato. Era una herejía cuestionar las decisiones de los dioses. Si Artemisa había elegido al estafador para servirla y portar el título de arquero, era algo que no debía pensar siquiera. Ella en su sabiduría lo había elegido así. Igual que Apolo y Atena. No obstante, era difícil mantener ese pensamiento. A menudo sentía que deberían dejar de lado al hereje y buscar a un devoto que sí estuviera a la altura de sus expectativas.
—Mi discípulo así lo pidió —afirmó la diosa cazadora con total calma.
—¿No estaba en coma? —cuestionó el invidente sintiendo que esto debía de ser una ilusión. Una mentira para hacerlo dudar de su fe en el destino.
—¡Logramos traer el agua de la vida y ya ha despertado! –exclamó Giles con una voz llena de júbilo por la noticia.
—Cuando supo que fuiste castigado por su culpa me solicitó levantar tu castigo apiadándose de tu deplorable condición física —agregó la deidad de cabellera dorada con un tono condescendiente.
Mismo que Shanti no se atrevió a cuestionar ni a externar cuanto le molestaba. Al provenir de una de las diosas del Olimpo, su deber era obedecer y estar agradecido por su piedad. Mas no podía obviar las implicaciones de esa piedad. No era una decisión nacida de la propia consciencia o deseo de la diosa de la luna, era algo surgido de la manipulación del estafador. No dudaba siquiera de ello. Todos sabían bien que Sísifo era mentiroso y traicionero siempre haciendo su voluntad a placer. Y que hubiera dioses tan importantes como los hijos favoritos de Zeus complaciendo sus ridículas peticiones era peligroso. Podía parecer que estaba obrando con las mejores intenciones, pero influenciar el actuar de los regentes de los humanos era algo que un simple mortal tenía totalmente prohibido. ¿Qué sucedería si Sísifo se corrompía y volvía a sus días oscuros como rey impío? Esa influencia sobre las deidades sería usada para causar caos y miseria.
—Con todo respeto, diosa Artemisa no es necesario cumplir el capricho de ese estafador —habló el guardián de la sexta casa con total respeto en un tono de voz mesurado.
—Ya vas a empezar con lo de siempre, ¿verdad Shanti? —preguntó Giles con disgusto.
—No deberías estar enojado —habló Talos con una voz más calmada que la del otro pequeño rubio, pero aun así notaba la indignación y molestia que intentaba ocultar—. Deberías estar agradecido con el ángel de Atena por tener misericordia de ti.
—No necesito de su lástima —replicó Shanti ofendido de que se atrevieran a regañarlo.
—¿Ves? —interrogó Giles con su enojo cada vez impregnándose más notoriamente en su voz—. Ese es tu problema siempre te enojas con él a pesar de que te ayuda tanto.
—Giles tiene razón, Shanti —intervino el santo de tauro—. Sísifo sólo quiere que estés a salvo —dijo de manera conciliadora.
—¡De nuevo está arruinando mi sufrimiento! —se quejó Shanti alzando la voz mientras daba un fuerte pisotón en el suelo—. Yo debo cumplir con esta prueba por mi propia cuenta para demostrar mi valía como vocero de los dioses.
—Mi amado discípulo te ha conseguido la amnistía así que cuando te regrese al santuario asegúrate de agradecerlo de rodillas como corresponde —ordenó la diosa de la luna de una forma que dejaba claro que no aceptaría ninguna réplica.
Ante eso, Shanti palideció. ¿Él? ¿Agradecerle de rodillas a un simple estafador? Sería el equivalente a adorarlo como si fuera uno de los dioses a los que servía. No, no, no y mil veces no. El problema era que si se negaba a cumplir con la orden recibida el hereje sería él. Nunca había ido en contra de la voluntad de los dioses, pero lo que le estaban pidiendo hacer era humillante y atentaba contra todo aquello en lo que creía. ¿Por qué una persona blasfema que gustaba de insultar a las deidades reinantes merecía un acto de devoción por su parte? ¿Sólo porque caprichosamente influyó en su maestra para intervenir en su castigo? Él no lo pidió, no se lo debe agradecer. Es más, consideraba hasta un insulto a su orgullo creer que no podría sobrevivir sin su lástima.
—Por favor, diosa Artemisa le pido que en su sabiduría reconsidere eso —rogó Shanti poniéndose de rodillas ante la deidad.
—Tonterías —respondió ella sin siquiera pararse a considerar su ruego—, incluso Temis está de acuerdo conmigo —añadió causando confusión en el menor.
—¡¿Qué?! —gritó el santo de virgo con auténtico horror en su voz.
—Es la verdad —habló Artemisa sin ningún rastro de titubeo en su voz—. Ella designó que tu vida fuera servirle a mi sagitario —afirmó con gran orgullo.
—Eso no... no puede ser verdad —negó el invidente sintiéndose mareado por el shock de la noticia.
—¿Osas cuestionar los designios divinos? —preguntó la diosa de la luna ofendida por su afirmación anterior.
—Nunca —respondió Shanti temeroso del castigo divino—, pero ser el servidor de ese hereje... —dijo entre dientes sintiendo la bilis subirle por la garganta.
—Creíamos que Temis te explicó que la razón de venir al santuario era Sísifo —habló nuevamente Giles de manera inocente y alegre.
—Sí, pero para guiarlo a él y Atena —le recordó el invidente pasando la mano por su propia frente sintiéndola húmeda por el terror de lo que estaba oyendo de la diosa de la luna—. Él es el que debe seguirme y servirme a mí, ¡no al revés! —gritó sintiendo que todo eso debía ser una horrible confusión o una pesadilla.
—Supongo que estás algo confundido —dijo con voz tranquilizadora Talos—. La realidad es que tu deber es ser su subordinado fiel. Después de todo él es la máxima autoridad del santuario. Ningún mortal puede oponerse a su voluntad.
—Ese es tu destino —afirmó de manera solemne Artemisa—. Como santo de virgo tu misión en la vida es ser una herramienta para mi pequeño arquero.
—¿Entiendes ahora, Shanti? —susurró la voz de Giles cerca de su oreja sintiendo su presencia a su lado—. No tiene sentido que vayas en contra de sus órdenes —aseguró con condescendencia—. Además, está cuidando de ti —agregó de manera burlona.
—Deberías estar aliviado de que Sísifo es un líder generoso y no te abandono a tu suerte —contribuyó Talos con aquel fanatismo casi enfermizo que no oía desde que lo conoció.
—Escúchame, Giles —habló Shanti queriendo hacerlo entrar en razón como sucedió en el pasado—. No sabes nada de lo que está escrito en las estrellas —aseguró sabiendo que Temis le habría informado de antemano si ese fuera el caso.
—Tú eres el que se está comportando como un hereje –regañó Talos de manera seria.
—¿En serio vas a seguir las palabras de ese blasfemo antes que las mías? —cuestionó Shanti completamente ofendido de que un devoto de los dioses como él fuera tratado como un mentiroso. Mientras depositaban su confianza en alguien cuya fama provenía de mentir descaradamente.
—Por supuesto —le respondió Giles con confianza—. Sísifo es mi amigo.
—¿Y yo? ¿Acaso yo no soy tu amigo? —interrogó con su voz algo quebrada.
No sabía si había quedado demasiado sensible por el encuentro con aquella ilusión de sus padres o su propia rabia y frustración lo estaban volviendo demasiado blando. La tercera opción era que los dos factores anteriores se estuvieran mezclando y que por ello sintiera que la voz le temblaba y los ojos le picaban amenazando con derramar vergonzosas lágrimas. El santo de virgo se sentía humillado, abandonado y las palabras que estuvo oyendo parecían estar hurgando en cada herida emocional que tenía su de por sí maltratado corazón. Aquel que nadie más que sus dioses conocían.
—Lo eres, pero no eres tan valioso como Sísifo —afirmó casi de inmediato Giles.
—Talos... —susurró el santo de virgo con la esperanza de que el adulto corrigiera a su amigo o calmara sus dudas. Lo que fuera que aliviará su malestar.
—Puede doler un poco, Shanti, pero no hay nada que hacer. —Fue la respuesta seca e indiferente del adulto—. Él es el ángel de Atena y el hijo de Prometeo —le recordó.
Lo sabía. Actualmente era de conocimiento común el linaje de sagitario. Pese a ser un estafador, blasfemo y mentiroso también era el descendiente del titán amigo de los mortales y símbolo de la esperanza de la humanidad, nombrado así por la diosa de la Tierra Atena. Lo sabía. Maldita sea, él ya conocía esa información. Bastaba con ver el estado en el cual se encontraba el santuario como para confirmar que sin sagitario no había esperanza y todos parecían sumidos en el luto. Incluso había dioses destinando su tiempo a la inútil tarea de salvarlo. Los dioses gemelos gobernaban el cielo y no tenían tanto tiempo libre como para velar por una figura de barro. No obstante, ellos lo hacían. Destinaban largas horas cuidando de su cuerpo a la espera de que decidiera volver a la vida y hacer que todo retornara a la normalidad.
—Pero también es el estafador de dioses, un hereje, un pecador, un... —dijo el invidente negándose a ceder.
—¡Basta, Shanti! —gritó Giles con una voz llena de furia contra él—. Si sigues hablando mal de Sísifo nunca más te dirigiremos la palabra —amenazó.
—No vale la pena que vistas una armadura dorada si no conoces tu lugar —regañó Talos con gran decepción.
—Son unos malditos —insultó Shanti apretando las manos—. Guardé silencio por ti, Giles. Por nuestra amistad ¿y es así como me pagas? —cuestionó dolido por recibir semejante trato—. Incluso estaba dispuesto a soportar el castigo de la diosa Artemisa por protegerte.
–Y se te agradece, pero mientras seas enemigo de Sísifo. No podemos ser amigos –declaró de una forma demasiado honesta y tajante sintiéndose dolorosa.
Él no era importante. Ni siquiera era la primera opción para el otro. Quien consideraba su primer y único amigo, lo veía como el plato de segunda mesa. Alguien a quien sólo tendría en consideración acorde a cómo tratara a sagitario.
—Yo no soy su enemigo —le recordó virgo seguro de sus palabras—. ¿Sólo porque no consiento todos y cada uno de sus estúpidos caprichos soy el villano? —demandó saber.
Nunca vio a Sísifo como su enemigo. Ciertamente tenían varios desacuerdos. Eso era algo bidireccional. Sus ideas no coincidían y a menudo discutían. Empero, jamás se desearon el mal el uno al otro. Tampoco se ignoraban mutuamente. Aún si sus charlas terminaran en largas discusiones, siempre estaban dispuestos a pelear el uno con el otro de manera verbal. Más allá de eso jamás habían ido. Ni siquiera habían tenido peleas físicas que superarán arrancarse el cabello o empujarse un poco mutuamente.
—No puedes oponerte a la voluntad de un ángel —afirmó Talos de forma contundente.
—Esto es ridículo. Él no es un dios —repitió Shanti firmemente—. Y yo jamás me someteré a sus órdenes.
—Entonces estás condenado a vagar en soledad por el resto de tu vida —advirtió Giles de forma fría.
El corazón de Shanti se hundió en su pecho de manera dolorosa. Sintió el fuerte tirón al lado izquierdo de su pecho denotando un gran daño psicosomático. Era consciente de que no recibió un ataque físico de ningún tipo, pero a su cuerpo le dolió aquella última frase. ¿De nuevo tendría que atravesar por la situación de ser abandonado?
"No importa. Mis padres ya lo hicieron antes. ¿Qué más da si vuelve a suceder? Es más, ya tengo la experiencia para superarlo. No duele, no duele".
Se repitió mientras sentía las tibias lágrimas corriendo por sus mejillas. Las presencias a su alrededor desaparecieron tras aquella última frase y se asustó. Prefería esa conversación insana antes que ese ensordecedor silencio. Intentó gritar, pero no era capaz de oír siquiera su propia voz. La desesperación hizo mella en él y comenzó a tener dificultades para respirar.
Repentinamente Shanti se sacudió en su lugar dándose cuenta de que seguía sentado en la misma piedra que había elegido para meditar. Aparentemente se había quedado dormido. Se regañó así mismo por cometer tal blasfemia. Él nunca había cometido tal error y falta de respeto durmiéndose durante una meditación, pero por lo que alcanzaba a apreciar ese era el caso esta vez. Lo cual explicaba haber visto a la diosa de la luna, Talos y Giles. Todo eso era un sueño que tuvo y no la realidad. Eso lo alivió brevemente. Al menos hasta que recordaba las palabras que le habían dedicado. Aquellas que lo hacían dudar de sí mismo y de su papel en el destino del mundo.
—Es imposible que yo sea inferior a Sísifo —se dijo así mismo el joven rubio.
—Eso no es verdad —dijo una voz que claramente sonaba como el arquero—. Sabes que esa es la razón por la que Giles me prefiere por encima de ti ¿y quién lo culpa? Yo no soy un niño ciego como tú al que ni sus padres quisieron —dijo la voz de Sísifo.
—Sí no supiera que el verdadero Sísifo está en coma creería que eres real —respondió Shanti.
—En cierto modo me siento ofendido —replicó con tono quejumbroso—. Soy real —aseguró aquella entidad desconocida.
–Después de que ingresé a este lugar he estado oyendo todo tipo de cosas extrañas –afirmó Shanti con sorna—. Había dudado un poco de la anterior, pero después de la aparición de mis padres, tú eres la más fácil de reconocer como una falsificación.
—La realidad es que sí y no —dijo "Sísifo" de manera juguetona—. ¿Sabes cómo se llama este bosque?
—No —respondió secamente y con pocos deseos de seguir alguna conversación con esa cosa.
–Este es el bosque "ecos del corazón" —dijo el arquero con una sonrisa que el rubio no pudo ver, pero sí imaginar debido a su entonación.
—¿Y qué con eso? —interrogó de mala gana mientras seguía caminando con la esperanza de alejarse de su interlocutor.
—Este bosque convierte en ecos los pensamientos más profundos de todas las personas del mundo —explicó sagitario con voz suave directamente en sus oídos—. Todas aquellas cosas que nunca decimos en voz alta vienen a parar aquí.
—Realmente te has esmerado en imitar al Sísifo real. Eres igual de mentiroso —acusó Shanti de mala manera—. Bastante elocuente y convincente para cualquiera que no conozca a ese mentiroso.
—Lo que digo es verdad —se quejó Sísifo infantilmente—. Dime, ¿tus padres alguna vez te dijeron las cosas que oíste aquí?
—Nunca —susurró el rubio meditando—. Ni siquiera dijeron amarme.
—Talos y Giles jamás te han dicho lo que oíste, pero lo han pensado —aseguró con una sinceridad que el santo de virgo no le conocía al arconte del centauro—. Y mi maestra nunca diría en voz alta que ha tomado una decisión en base a una petición mía. Tú mejor que nadie deberías de saber eso de los dioses obrando de manera misteriosa para los mortales, pero con un propósito aún mayor detrás –le recordó con calma.
En eso le concedía la razón. Guardó silencio sólo por evitar expresarlo en palabras, pero concordaba con dicha afirmación. Una orgullosa diosa como Artemisa jamás se rebajaría a sí misma permitiendo que se la viera como una maestra consentidora. Y si lo pensaba con cuidado, al referirse al estafador dijo "mi amado discípulo". Nunca usó un adjetivo tan cariñoso e íntimo para referirse a él. Sí hablaron de su orgullo y favoritismo, pero como esas dos cosas eran muy distintas a los banales sentimentalismos que pudieran dañar su honor como diosa virgen. Cualquiera que la oyera hablar así del arquero al que entrenó interpretaría que era su amante. Definitivamente eso era algo que ninguna de las diosas vírgenes permitiría, pese a ser abiertamente apegadas a sagitario.
—Cómo sea, soy una parte de la consciencia del que tú llamas "el verdadero Sísifo" —habló nuevamente aquella voz.
—Suponiendo que te creo y este bosque permite oír los pensamientos de las personas —habló el rubio manteniendo todo en el hipotético—. ¿No debería escuchar los míos? ¿O los de personas que ni siquiera conozco? —cuestionó queriendo averiguar qué tanto de lo que dijo era verdad y cuanto una vil mentira para manipularlo.
—Este bosque se maneja con cosmos, sucede algo similar a cuando dialogas con los dioses —explicó calmadamente sagitario—. Inconscientemente tu cosmos atrae los pensamientos de las personas con las que estás familiarizado. Por eso oíste a tus padres, a tus amigos y finalmente a mí.
—Lo último que quisiera es hablar contigo seas falso o real —afirmó el guardián de la sexta casa de manera tajante—. Estoy pagando un castigo divino por tu culpa.
—Y aun así quieres verme —respondió alegremente el azabache—. Sabes que si yo despierto Giles y Talos serán felices. Quieres que sean felices y te elogien, pero sabes que mientras yo esté vivo eso es todo a lo que puedes aspirar —se burló abiertamente.
–No sabes de lo que hablas —gruñó el rubio deseando destruir esa ilusión, fragmento o lo que fuera.
—Oh claro que lo sé —respondió el arquero sin perder su tono de diversión en ningún momento—. Tú destino está ligado a mí existencia. Entonces sientes que si muero perderás tu propósito de existir, pero a la vez no dejas de preguntarte sino podrías reemplazarme.
—¡Eso no es cierto! —negó Shanti con furia por tal calumnia en su contra—. No necesito que mueras para demostrar que soy superior a ti.
Varios dioses se habían comunicado en el pasado con él cuando meditaba. A veces era complicado distinguir lo que decían, pero eran una gran variedad de ellos. Incluso deidades de tierras lejanas lo honraban con su presencia. Él, el santo de virgo era el más cercano a los dioses. Orgullosamente podía decir que no deseaban activamente su muerte como le pasaba a sagitario. No tenía nada que envidiarle al hereje. Mientras aquellos entes todopoderosos anhelaban de manera obsesiva la destrucción de Sísifo, a él lo cuidaban y amaban como una pieza invaluable.
—¿Cómo se sintió ser dejado de lado en la estrategia contra Hércules? —interrogó el azabache lleno de una burla tan marcada que Shanti sintió a su mente dibujando una sonrisa del estafador.
—¿Eso que tiene que ver? —preguntó el blondo con fastidio.
—Todos los santos dorados y algunos que no lo eran como Argus, Pólux y Miles pudieron ser de ayuda, pero ¿Qué hay de ti? —interrogó sagitario con gran burla—. Siendo un santo dorado te escondiste junto a los demás niños inútiles que necesitaban ser protegidos —le recordó con falsa tristeza.
—¡Mi deber era protegerlos! —reclamó el invidente sabiendo que ellos eran los más vulnerables—. Llevarlos a un lugar seguro y cuidar de ellos.
—Y hasta en eso fallaste —afirmó el de cabellos oscuros con una fuerte carcajada acompañando sus palabras—. Fue Giles el que tomó el liderazgo. ¿Cuál fue tu aporte en todo ese embrollo? —cuestionó de manera cruel—. No serviste para nada, cieguito.
—Eso no es verdad —se defendió Shanti con molestia.
—¡Claro que lo es! —exclamó animadamente Sísifo—. Precisamente eso es lo que te duele tanto. Qué incluso sin ser santos dorados haya personas que fueron a buscar el agua de la vida para mí y acuario junto a piscis me mantienen con vida, pero ¿Tú? No sirves de nada y eres demasiado cobarde para cambiar tu situación —acusó de manera cruda.
Shanti no podía estar de acuerdo con esas palabras, pero en el fondo sabía que llevaban algo de razón. Todos estaban colaborando en algo en el santuario para mantenerlo activo en un momento de crisis. Pues sin Sísifo guiando todo parecía estarse desmoronando. Incluso la buena relación que se había fomentado entre los dioses gemelos y Atena desde que sagitario los unió parecía estar peligrando. No había hostilidades abiertamente e incluso quienes vieran a Atena permitiendo el paso libremente de sus hermanos era símbolo de buena amistad. Sin embargo, Shanti sabía que la realidad era otra. Los cosmos de los dioses gemelos eran agresivos cuando no veían mejorías en su discípulo y la culpa de su estado recaía directamente en Atena por ser quien llevó a Hércules al santuario y lo dejó sin ningún tipo de vigilancia.
—Escúchame —llamó repentinamente esa voz que afirmaba ser la consciencia de Sísifo—. Si te hace sentir mejor no debes preocuparte de nada. Es bastante probable que pronto muera —afirmó de manera calmada.
—Ahora sí puedo estar seguro de que eres completamente falso —afirmó triunfalmente Shanti—. El verdadero Sísifo amaba la vida y jamás se permitiría perderla ni siquiera debido a los dioses.
—¿Lo que tengo se puede llamar "vida"? —interrogó con tristeza en cada palabra—. No puedo despertar y tampoco puedo morir.
—Estoy seguro de que jamás pensarías en morir –afirmó Shanti.
—¿Por qué no? —interrogó sagitario tranquilamente—. Cuando era súbdito de Hades incluso estando condenado para toda la eternidad podía entrar y salir del inframundo y hacer lo que quisiera. En cambio, como estoy ahora sólo hago sufrir a quienes me importan. Especialmente a mi padre —dijo con una gran culpabilidad.
—Sí mueres aquellos que esperan disculparse contigo y agradecerte nunca podrán hacerlo —racionalizo el rubio pensando en el bien general.
—Con el tiempo superarán mi muerte y seguirán adelante —afirmó restando importancia al asunto.
—Eres el símbolo de la esperanza para todos. Tu caída sería un daño irreparable —afirmó queriendo convencerlo.
Si de verdad esa era la voz del corazón de Sísifo, tendría sentido que no pudiera despertar. No era por la gravedad de las heridas en su cuerpo, sino porque se sentía tentado a renunciar a todo y simplemente descansar. Escapar de todo cargo de culpa y responsabilidad por las vidas que se perdieron a causa de la batalla con Hércules. Así que aún si se tratara de un ínfimo pedazo del alma del real, debía hacerle ver que necesitaban que regresara.
—¡Él debe morir! —afirmaron unas voces más graves de lo normal.
—¿Los dioses? —interrogó el ciego no pudiendo creer esas palabras.
—Así es —confirmó Sísifo con indiferencia—. Su voluntad es que yo muera. Como fiel devoto de los dioses deberías seguir sus designios, ¿no te parece?
Las voces cada vez aumentaban más en número. Por lo que alcanzaba a identificar el santo de virgo se trataba de los dioses del Olimpo. Incluso alcanzó a distinguir la voz de la diosa Temis. Eso significaba que era real. Todo lo que estaba oyendo era la más pura y cruda verdad. Sísifo no sólo estaba de acuerdo con morir, sino que se trataba de un hecho que debía hacerlo por el bien y el orden divino impuesto por los dioses. Sin embargo, más y más voces comenzaron a sumarse a las anteriores. Repitiendo todo lo ya dicho, desde sus padres jurando amarlo hasta Giles amenazando con dejar de ser su amigo si seguía la voluntad de los dioses. También estaba la voz de la diosa de la luna recordándole que su destino era seguir a Sísifo. Todos estaban hablando al mismo tiempo diciendo cosas contradictorias entre sí.
—Cállense —susurró Shanti tapándose los oídos con las manos.
Contrario a su ruego, las voces no hicieron más que aumentar el volumen haciéndole sentir que sus orejas comenzarían a sangrar. Quería silencio. Deseaba que todos le dejaran tranquilo para poder reflexionar con calma toda la información recibida. Intentó juntar sus manos en una posición budista que había aprendido de los monjes, pero en su lugar terminó abriendo las manos hacia el frente.
—¡Cállense! —gritó Shanti liberando su cosmos.
Una gran cantidad de poder fue liberado del joven santo de virgo causando una gran destrucción a su alrededor. El infante no tenía idea de lo que había sucedido, pero las molestas voces se habían callado finalmente. Tras ese incidente caminar hacia la salida del bosque no representó ningún problema para él. En ese momento, el santo de virgo tuvo la certeza de que ese bosque funcionó como un oráculo. Una forma de los dioses para comunicarle a él sus deseos acerca del destino del ángel de Atena dadas las circunstancias.
Continuará…
