Cap 57: Atena vs Artemisa

La diosa de la sabiduría se encontró realmente muy interesada en la propuesta que pudiera traerle Adonis. Habiendo desafiado a sus propios hermanos diciendo que recuperaría a su mascota favorita no podía permitirse fallar. De hacerlo, quedaría una imagen poco favorable de ella. Podrían iniciarse rumores acerca de que actuaba de manera impulsiva siguiendo sentimentalismos típicos de los mortales. Y nada confirmaría más aquellos hipotéticos rumores sobre ella que el abandono de los dioses gemelos para con su discípulo favorito. Si teniéndolo en tan alta estima eran capaces de dejarlo a su suerte cuando todo estuviera perdido, se esperaría que una estratega como ella viera sin dificultades el alto costo y la poca ganancia que traería seguir enviando a sus seguidores a salvar a un hombre moribundo.

—Habla, ramera —ordenó Pólux señalando con el dedo índice—. Dime ahora mismo cómo salvar a Sísifo —exigió sin una pizca de amabilidad.

Castor colocó su mano sobre el hombro de su gemelo intentando hacerle notar que esa no era la manera de pedir las cosas. Adonis lo observó de mala manera por la forma de dirigirse a él. No era lo mismo ser llamado así por Sísifo, con quien llevaba una amistad, que por un tipo cualquiera que bien podría ser un violador de niños. Mas la mirada de la diosa Atena le indicaba que ella también estaba apurada por oírlo. Ya arreglaría cuentas con el semidiós si no corregía esa actitud.

—Argus y yo creemos que el problema es su alma —habló el rubio de manera firme—. Las heridas de su cuerpo han sido sanadas casi en su totalidad y las que restan son incapaces de dejarlo inconsciente, pero aun así no ha despertado —explicó repasando los hechos—. Incluso el Dios Apolo ha supervisado su tratamiento.

—Él no está muerto y su alma no ha salido de su cuerpo, al menos no por completo —le recordó la diosa mostrándose pensativa—. De haber sido así yo podría haber guiado su alma de regreso a su cuerpo con mi cosmos como hice anteriormente —mencionó la solución más obvia.

Incluso sin estar físicamente presente solamente su poder habría bastado. Además, dado que Sísifo tenía el octavo sentido bajo su control, de perder su alma, él habría conseguido comunicarse con ellos. Fuera con los dioses por su naturalidad para percibir almas debido a su cosmos divino o con Argus y Adonis quienes habían convertido en algo habitual hablar con las ellas. Es más, si remontaba al pasado, cuando era súbdito de Hades escapaba del inframundo y se comunicaba con un gran número de personas. Sin previo entrenamiento en el cosmos siquiera. Así que ahora estaba sucediendo algo más.

—Lo sabemos —habló Argus de manera respetuosa—. Les he preguntado a mis amigos y dicen que no está muerto, pero que su alma no está del todo presente con nosotros —explicó aún sin entender del todo qué sucedía con su amigo.

—¿Y qué proponen para resolver la situación? —demandó saber la deidad mirándolos severamente—. No está muerto, pero su alma no está del todo unida a su cuerpo.

—Sísifo se ha manifestado en dos ocasiones —mencionó Adonis mientras miraba a Castor significativamente.

—Eso es verdad —asintió el aludido de acuerdo con su afirmación—. Hablamos anteriormente acerca de eso y oí claramente su voz diciéndome "idiota" —repitió siendo honesto al respecto. Más de lo que hubiera deseado en presencia de su hermano mayor.

—Mientras lo revisaba también oí su voz —expresó el santo de las rosas causando gran sorpresa en los presentes—. Hizo una de sus típicas bromas así que estoy seguro de que era él —afirmó con convicción—. Y el factor común en ambas ocasiones fue la presencia de Argus —dijo señalando al mencionado.

Argus se sintió algo intimidado por las miradas de todos allí. Él sabía que lo que estaba diciéndoles podía verse bastante arrogante de su parte. ¿Cómo podía él, un simple huérfano al que todos tachaban de loco, afirmar que salvaría al mismísimo ángel de Atena? Aunque por mucho prefería las miradas de incredulidad que le estaban dedicando actualmente a aquellas depredadoras en los ojos del santo de leo. Aún le parecía demasiado peligroso hacer siquiera la más mínima mención de su hijo y su estado de salud.

—¿Insinúas que ese loquito va a salvar a Sísifo? —preguntó Pólux con desdén.

—No puedo hacerlo solo —admitió Argus mirándolo tranquilamente—. Primero necesitamos encontrar su alma, luego lo podré guiar de regreso a su cuerpo para que despierte —aclaró cuál iba a ser su procedimiento en caso de que se le permitiera actuar.

—Suena bastante sencillo si lo dices de esa forma —señaló la diosa Atena.

—Creemos que algo sucede con su alma y por eso no puede recuperar la consciencia —agregó Adonis—. Pero siendo ese el caso el método para localizar su alma es nuestra mayor dificultad ya que carecemos del poder para rastrearlo —admitió el santo de piscis con impotencia—. Pero si solucionamos lo que le impide volver, va a despertar —prometió con esperanzas renovadas.

—Sí queremos confirmar el paradero de su alma necesitaríamos la ayuda de los dioses del inframundo o de Hermes —comentó la diosa Atena mientras hacía memoria de sus opciones.

El hijo de Zeus y la pléyade Maya, el dios olímpico mensajero, también de las fronteras y de los viajeros que las cruzan, del ingenio y del comercio en general, de la astucia, de los ladrones y de los mentirosos. Además, Hermes también actuaba como un guía de los difuntos, a quienes ayudaba a encontrar su camino hasta el Inframundo. Era el único dios además de Hades y Perséfone que podía entrar y salir del Inframundo sin problemas. Atena decidió llamarlo por ser quien conocía mejor la situación de los mortales al dar su último aliento. Al igual que hizo con su hermana Artemisa, envió un búho solicitando su presencia en el santuario lo más pronto que le fuera posible. Agregó el carácter de urgente a su petición para que le diera prioridad a ella.

El mensajero de los dioses llegó en cuestión de segundos tras recibir el mensaje de su media hermana. Algo natural siendo uno de los dioses más veloces de todos. Sin embargo, él podría demorarse tanto como quisiera como hizo la diosa Artemisa cuando se le citó anteriormente, pero el astuto dios tenía motivos personales para ir a toda prisa. Atena levantó la barrera que protegía su santuario para permitirle el paso cuando sintió su presencia cerca de sus dominios. Con lo que no contaba es que se convirtiera en una carrera contra Apolo. Los dioses gemelos se habían percatado de inmediato del nuevo visitante y supieron al instante que su hermana estaba por cometer alguna nueva locura. El pelirrojo pasó corriendo con su hermana gemela en brazos y se presentó ante la diosa Atena siendo seguido de cerca por Hermes.

—Esta no es manera de cargar a una dama —se quejó Artemisa mientras era bajada de los brazos de Apolo.

—¿Cuál dama? —preguntó el gemelo menor mirándola con burla recibiendo una mirada de enojo—. Sigo siendo el Dios más rápido de todos —presumió Apolo con una mirada orgullosa observando a Hermes.

El mensajero de los dioses no pudo evitar forzar una sonrisa falsa ocultando su molestia. Desde que Apolo lo había derrotado a él e Iris en una carrera no perdía oportunidad de restregárselo en la cara. Caso similar ocurría con Ares, a quien le recordaba ser más poderoso en cuestión de fuerza. Como si necesitaran que el dios del sol les recordara constantemente porque era el hijo favorito de Zeus y el único de todos ellos incapaz de ser frenado a la fuerza por alguien que no fueran los reyes del Olimpo.

—Vaya, no sabía que era una competencia —respondió el aludido de manera sarcástica—. Juraba que mi querida hermanita me había llamado por una razón diferente —aseguró Hermes de manera burlona—. Una que incluye a cierto estafador —mencionó con aquella aguda astucia tan propia de él.

Pólux estaba incómodo al ver a Hermes ahí, de todos los dioses ¿por qué tenía ser justamente él quien les ayudara? No lo había visto desde aquella noche de pasión que compartieron durante su viaje con los argonautas y así lo prefería. Pese a que al menos no era como Apolo queriendo desflorarlo por detrás, siendo Hermes el receptor no dejaba de ser igualmente insaciable. Era un tipo demasiado demandante en la cama. Casi un sátiro como aquella cabra mutante o lo que fuera esa cosa que la princesa ninfa parió. El dios mensajero notó la mirada de su querido Pólux sobre él así que le guiño un ojo con coquetería. Después de todo no perdería la oportunidad de ver a uno de sus amantes favoritos.

—Hola, hermanito —saludó Hermes mientras se mordía los labios.

—¿Por qué tenías que venir tú precisamente? —se quejó el semidiós de manera dramática.

—Porque soy el que guía las almas, tonto hermanito —respondió el dios mensajero mirándolo de arriba abajo apreciando los resultados de entrenar en el santuario—. ¿Por qué eres tan frío conmigo? —interrogó haciéndose el herido—. Luego de haber tomado mi cuerpo para saciar tus deseos carnales —expresó fingiendo sentirse deshonrado.

El dios de los ladrones sabía muchas cosas bastante interesantes. Entre ellas, el interés del pelirrojo por poseer al rebelde semidiós con el que compartían padre. También era bien conocido el orgullo del gemelo mayor de géminis, siempre negándose a ser poseído por otro hombre. Por eso siendo más astuto que el dios del sol, Hermes eligió ofrecerse a ser el de abajo en el lecho. ¡Y funcionó! Tuvo su noche de pasión con Pólux, cosa que el hijo favorito de Zeus no había conseguido hasta ahora y se lo presumiría para hacerle pagar por esa carrera improvisada que decidió por cuenta propia y sin su conocimiento.

—¿Te revolcaste con este estafador? —interrogó Apolo observando acusatoriamente al semidiós—. Y a mí siempre me niegas compartir el lecho —reclamó indignado por perder en algo frente a uno de sus hermanos.

—Tú intentas hacerme tu ramera y eso no pasará —advirtió Pólux respondiendo al dios del sol.

—Trato a mis amantes con sumo respeto y amor. Soy mucho mejor que los estafadores que tanto te gustan —se quejó el pelirrojo.

—Tienes al gato sarnoso para eso —se defendió el semidiós alzando el mentón de manera orgullosa.

Mientras tanto el mensajero observó curioso y divertido la discusión entre sus medio hermanos. Si Apolo gustaba de presumir ser más rápido que él, Hermes presumiría ser mejor amante que el pelirrojo. Lo suficientemente bueno como para que hasta el esquivo semidiós lo aceptara. Aunque cierta frase le llamó mucho la atención de aquel intercambio verbal.

—¿Estafadores? ¿Así en plural? —interrogó Hermes observando a sus medio hermanos.

—Pólux está enamorado del estafador de dioses —respondió Apolo con disgusto y una mueca de desagrado.

—¡Eso no es verdad! ¡Cállate! —ordenó el aspirante de géminis con el rostro sonrojado quejándose con el dios del sol.

—Oh no —suspiró largamente el mensajero de los dioses—. ¿Tú también? —preguntó Hermes.

—¿Cómo que "yo también"? —repitió Pólux entrecerrando los ojos con sospecha—. ¡Exijo que te expliques de inmediato! —demandó señalándolo con el dedo.

—Te quieres acostar con el ex esposo de mi nieta —respondió Hermes con una mueca de asco—. Tienes gustos peculiares con tendencia a gente astuta por lo que veo —meditó con una mano en el mentón.

Por unos instantes el semidiós se quedó en absoluto silencio procesando esa información. Había escuchado rumores de que Sísifo alguna vez estuvo casado, pero jamás prestó atención a ese hecho. Siempre le restó importancia debido a que fuera quien fuera la esposa a estas alturas estaría más que muerta. Quizás incluso ya habría reencarnado teniendo en cuenta que pasaron quinientos años desde la primera vida del estafador. Sin embargo, parecía ser una familiar suya. Muy lejana, pero al fin y al cabo una descendiente de Zeus por parte de padre. Y para colmo, relacionada con el insoportable Hermes.

—¡Momento! —pidió el semidiós rubio intentando procesar la información—. ¿Cómo qué el ex de tu nieta? —preguntó con la esperanza de haberle entendido mal algún punto.

—Realmente eres un pollito como te dice Sísifo —se burló Apolo—. Ay eres tan joven aún. Tan pequeño e inocente —dijo el pelirrojo con voz extremadamente melosa como si hablara con un bebé.

—Pólux es lindo y tierno, sobre todo en el lecho —presumió Hermes echándole una mirada significativa al dios del sol—. ¿A poco no lo has experimentado, Apolo? —preguntó con clara provocación.

—No se trata del que lo hace primero sino el que lo hace mejor y ese sin dudas seré yo —se defendió Apolo con confianza absoluta en sus habilidades amatorias.

—No te llamé para que des detalles de tus encuentros carnales con Pólux —se quejó Atena viendo con disgusto a su invitado.

—¡Sólo fue una vez y estaba borracho! —justificó el semidiós ofendido.

—Cierto, no es importante quien tuvo a las vacas primero sino las que tuvo al último —afirmó Hermes refiriéndose a su pasado con el dios pelirrojo cuando le robó el ganado.

—No tientes a tu suerte —advirtió el aludido—. Primera advertencia —murmuró Apolo con seriedad.

—Lo retiro —dijo Hermes encogiéndose de hombros.

No iba a entrar en un conflicto real con Apolo y menos por un simple revolcón entre medio hermanos. No obstante, eso no quería decir que no volvería a sacar el tema en el futuro. Siempre podía usar ese hecho para presumir algo en lo que fue superior al pelirrojo.

—¿Me dijiste vaca? —preguntó Pólux rechinando los dientes por ser tratado como un pedazo de carne.

—No mi adorado hermanito —habló Hermes de manera melosa apareciendo detrás suyo para jugar con los largos cabellos dorados enredándolos entre sus dedos—. Es un chiste interno con Apolo.

—Segunda advertencia, Hermes —le recordó el mencionado con voz grave.

—No sé qué le ven a Sísifo —confesó el dios de los ladrones soltando un suspiro cuando Pólux lo apartó de un manotazo—. Se lo pregunté a mi nieta y dijo que era encantador. Pero ¿en qué? ¿En la cama, en oratoria, en las artes? —preguntó sin entender cómo había logrado seducir a alguien tan astuta.

—¿Por qué el plural? —preguntó el aspirante de géminis mayor—. No hay ningún "ven". Su esposa está muerta y fuera del camino —afirmó sin darse cuenta de cómo sonó para los presentes.

—¿El camino para qué? —preguntó Atena con advertencia.

—Al lecho, pues ¿cuál será? —respondió Hermes con obviedad—. Mi nieta es la esposa de Sísifo, así esté muerta —mencionó mirando al semidiós—. Llegó primero, tú serías el segundo esposo, hermanito.

El discípulo de Sísifo detestaba la idea de ser segundo en algo. Él se consideraba el mejor y el primero en todo lo importante. Así que ser llamado "segundón" de esa forma le dolía el orgullo.

—¡Seré su primera experiencia con un hombre! —respondió Pólux con lo primero que se le ocurrió—. ¡Nunca estuvo con uno ja!

—¡Te dije que no lo profanaras! —gritó Atena enojada de que aun pensara en hacer eso.

—Y pensar que decías no pretender violarlo —reclamó Artemisa quien desde hacía rato permanecía de pie al lado de su gemelo viéndolo discutir inútilmente.

—No, esperen, yo no tengo esa clase de deseos por él —se defendió Pólux intentando retractarse de lo anterior—, pero si pasara... —dijo en tono hipotético.

—No lo hará —dictaminó Atena con voz firme golpeando la base de su báculo contra el suelo—. Volviendo al motivo de solicitar tu presencia —habló dirigiéndose a Hermes—. Necesitamos un favor —declaró la diosa de la guerra.

Posterior a ello, procedió a explicar la situación a Hermes. Desde el poder de la sangre de titán usada por Sísifo para sanar a todos hasta el fallo del agua de la vida junto a sus hipótesis del problema real. A estas alturas era inútil ocultar el poder sanador de sagitario cuando los dioses gemelos, Hércules y todos en el santuario, —si es que los dioses del Olimpo los habían observado también—, ya sabían acerca de ello. Por lo mismo, eligió brindarle la información completa sabiendo de la alta probabilidad de que su estado comatoso se debiera en gran parte por el abuso de ese don.

Hasta el momento, Castor guardó silencio debido a la presencia de los dioses. Él era un simple mortal y como tal no obtendría misericordia de faltarles al respeto. Incluso para el gemelo mayor era complicado defenderse de esos dos. Adonis guardaba cierto miedo hacia el pelirrojo por haber sido participe en su asesinato durante su primera vida. Es cierto que le había salvado de Afrodita, pero eso se debía a Sísifo, estando él ausente no sabía si la diosa Atena podría luchar por él. Después de todo, fue sagitario quien unió a los tres dioses y ahora era la causa de disputa entre ellos. Argus no se sentía en confianza de alzar la voz delante de ellos. Tuvo una muy mala experiencia con Hércules y si él siendo un semidiós fue tan brutal y sádico con él y Miles, no quería imaginar que podrían hacer las deidades si se enfurecían con él por creerlo demasiado atrevido o irrespetuoso.

—Entiendo su problema, pero si invado del inframundo buscándolo me voy a enemistar con Hades —expresó Hermes al finalizar la explicación de su media hermana—. Sólo alguien tan enamorado de Sísifo como mi nieta Anticlea se atrevería a desafiarlo sabiendo que gobierna la muerte.

—¿Ella hizo tal cosa? —preguntó sorprendido Pólux viendo al mensajero con incredulidad—. Debes estar mintiendo como de costumbre. ¿Qué podría hacer una simple mujer mortal contra el dios de la muerte? —preguntó de manera burlona.

—Ella es la razón por la que Sísifo se escapó por primera vez del inframundo —replicó Hermes ofendido de que subestimaran a su nieta—. Anticlea era tan astuta como Sísifo y juntos tramaron el engaño al dios Hades —mencionó orgulloso de su descendencia—. No puedo decir que esté contento de que el egoísmo de Sísifo llevara a mi nieta a cometer un pecado contra los dioses, pero debo reconocer que si algo los caracterizaba como pareja era la confianza absoluta que se tenían mutuamente —afirmó con una mirada brillante llena de alegría por ese hecho—. Ellos siempre se cubrieron las espaldas mutuamente. Sísifo podía matar, robar, mentir y engañar, pero Anticlea fue la única persona ante la cual se arrodilló y juró fidelidad absoluta.

—Espera, espera —pidió Atena ofendida—. ¿Ese estafador se atrevió a jurarle lealtad a una simple mortal? —preguntó incrédula—. Se negó fervientemente a arrodillarse ante cualquier dios incluido nuestro padre y nunca oí que ofreciera lealtad a nadie. ¡Incluso después de volverse mi ángel se negó a arrodillarse ante mí! —gritó llena de rabia.

La diosa de la sabiduría no daba crédito de lo que estaba oyendo. Sísifo siempre se había negado a agachar la cabeza ante nadie. Su gran orgullo y ego se lo impedía. Mientras todos los santos dorados y aspirantes se ponían de rodillas ante su presencia, sagitario caminaba a la par de ella creyéndose su igual. ¿Y ahora debía oír cómo una simple mortal logró domesticarlo sin esfuerzo? Y no era la única indignada. Pólux se sentía derrotado por las palabras de Hermes e irritado de oír hablar maravillas de la ex de su maestro. Y sí, seguiría diciéndole ex pues estaba muerta y eso era un hecho ineludible. Empero, Hermes aún tenía más cosas de decir, pues se negaba a dejar que se subestimara a su prole.

—Lo hizo el día en que contrajeron nupcias —aclaró la fecha para sus medio hermanos.

—¿Fuiste a su boda? —preguntó Apolo viendo el tiempo libre que debía tener alguien con tantos hijos como para asistir a la ceremonia de su nieta.

—Dionisio y yo nunca nos perdemos de una fiesta —respondió el mensajero de los dioses con una sonrisa divertida—. Además, debíamos asegurarnos de que no nos estuviera engañando —agregó cambiando a una expresión sombría—. Sísifo prometió volver a Anticlea una reina si le ayudábamos a fundar Corintos. Aunque en esa época aun no era el infame estafador de dioses, sí tenía la fama de ser un astuto mentiroso al que sólo su padre podía poner a raya —explicó refiriéndose al rey Eolo—. Como quisiera engañarnos íbamos a hacer que se arrepintiera de haber nacido.

El dios de los ladrones era también el dios de los mentirosos, era imposible que él no reconociera a alguno nada más verlo. Su hijo Autólico tuvo buen ojo al notar la astucia de Sísifo. Ciertamente era un buen y raro atributo digno de heredarse a su prole. El problema era controlar que ese mismo don no fuera usado en su contra. Existía una alta probabilidad de que Anticlea fuera sólo una herramienta para un fin y una vez que cumpliera su propósito sería desechada como basura. Las formas de librarse de ella eran demasiadas, desde que simplemente anularan la boda hasta que Sísifo la asesinara para colocar a alguna amante de su gusto a ocupar su lugar como nueva reina. Cualquiera fuera la artimaña que pudiera imaginar, Hermes estaba listo para evitarla y hacerle pagar.

—Pero ¿cómo logró tu nieta algo que ninguno de nosotros consiguió en siglos? —demandó saber Atena.

—No lo sé —respondió Hermes con sinceridad—. Aquel día recuerdo que Sísifo tenía cara de horror y estaba pálido mirando hacia todos lados como si quisiera huir. Mi nieta se acercó a él y le susurró algo al oído. Fuera lo que fuera que le dijo le hizo poner una cara de asombro, luego sonrió y finalmente le juró fidelidad eterna tras arrodillarse —explicó Hermes encogiéndose de hombros—. Realmente eran la pareja perfecta. Es una pena que no tuvieran hijos. ¿Lo imaginan? —preguntó soñador—. Mi astucia divina legada a Anticlea combinada con la astucia divina que Sísifo heredó de Prometeo —suspiró con añoranza por esos hijos que nunca tuvieron.

—Tranquilo, hermano —susurró Castor al oído de su gemelo al notarlo bastante alterado—. Eso fue hace mucho, mucho tiempo —consoló queriendo hacerle sentir mejor.

—Estoy tranquilo —replicó el rubio mayor con un gruñido—. ¿Por qué habría de importar su esposa?

Obviamente la mentira era demasiado evidente. Su ceño fruncido sus dientes apretados igual que sus puños lo hacían notar. Sus medio hermanos divinos encontraban un poco divertido que negara tanto sus obvios sentimientos. No era capaz de controlar su propio cuerpo por la rabia que le generó la historia de amor de Sísifo con Anticlea.

—Como sea —dijo finalmente Atena cerrando los ojos pensando en sacarle información después a Hermes sobre cómo conseguir la fidelidad de su santo—. Necesitamos que nos guíes hasta donde se encuentra el alma de Sísifo —expresó Atena el favor que requerían.

—¿Crees que lo haré sólo porque me lo pides tú? —preguntó Hermes con una ceja alzada.

—¿Y si te lo pido yo? —preguntó Pólux viéndolo seriamente.

—¿Estarías dispuesto a llegar tan lejos por él? —interrogó el dios mensajero sorprendido de que siguiera adelante pese a contarle sobre el único y verdadero amor del estafador.

—No me importan los riesgos —declaró el semidiós sin dudar de sus palabras.

—Podrías perder el favor de nuestro padre —advirtió Apolo preocupado de las consecuencias.

—Lo mismo va para ti, hermana —dijo Artemisa observando a la diosa Atena.

A estas alturas ya deberían de saber todo lo que estaba en juego. Tal y como conversaron anteriormente los dioses gemelos, Zeus no podría perdonar que salvaran a su enemigo jurado. Los castigos del rey de los dioses eran algo que no podía tomarse a juego, pues los mismos solían ser eternos. Condenas que causaban dolor y miseria eterna a menos que por algún capricho del destino se les permitiera reducir o anular la condena como fue el caso de Prometeo y el propio Sísifo en el pasado. A su vez había desafortunados que seguían pagando la ira de Zeus sin atisbo de alguna esperanza de perdón o amnistía.

—Estoy preparada para asumir las consecuencias de mis actos desde que rescaté a Sísifo del tártaro —expresó Atena de manera segura en sus palabras.

La diosa de la guerra siempre supo que el estafador de dioses no tenía ese sobrenombre por nada. Era problemático a más no poder, se metía en donde no le llamaban y tenía una peligrosa predisposición por coquetear a la muerte. Sin embargo, todavía era útil para ella. Era su mascota y no lo dejaría ir costara lo que costara. Por su parte, la diosa de la luna reconocía esa expresión en el rostro de su hermana. Estaba actuando tercamente por puro capricho. Uno que la llevaría a su propia destrucción y parecía no notarlo o ignorarlo a propósito. Era una idiota. ¿Cómo podía hacerse eso así misma por un hombre?

—En ese caso yo misma voy a darte tu castigo, Atena —exclamó Artemisa invocando su báculo con la forma de una media luna en la parte superior.

—Sísifo está a punto de morir por culpa de las heridas infringidas por Hércules —discutió Atena sintiendo injusto que se la quisiera castigar por un daño que ella no infringió.

—Lo sé, yo misma observé cuando se las hizo —mencionó la diosa de la luna con odio por su medio hermano por el daño a su discípulo e impotencia por sólo haber podido observar eso.

—Con la ayuda de Hermes aun puedo salvarlo y corregir mi error —declaró Atena mientras se levantaba de su asiento.

—¿Hasta dónde piensas llegar con tu arrogancia? —cuestionó la diosa de cabellos dorados mientras la apuntaba con su báculo.

—Hermana —susurró Atena sorprendida por el desafío implícito en esa simple acción.

Sin embargo, su expresión de asombro pronto cambió a una seria. Hizo señas a sus santos para pedirles espacio. Artemisa imitó la acción de su hermana, advirtiendo a los otros dos dioses masculinos que no intentaran intervenir en lo que estaba por ocurrir. Argus comenzó a preocuparse debido a que conocía de antemano lo que sucedía cuando dos deidades se enfrentaban. Cosa que Adonis notó, por lo mismo se colocó delante suyo.

—Quédate detrás de mí —ordenó piscis—. Y te protegeré —prometió con seguridad.

—Castor tú también quédate a mis espaldas —instó el gemelo mayor rápidamente—. El cosmos divino descontrolado o un mal movimiento de esas dos podría ser fatal —advirtió con preocupación.

— Uff —bufó Hermes con su boca con claro sonido de burla—. ¿Ahora deberían sentirse seguros? —preguntó entre risas—. Vengan detrás de mí. Yo los protegeré —ofreció con el pulgar arriba.

—No hay necesidad de preocuparse teniéndome a mí a su lado —mencionó Apolo.

Sólo por hacer alarde de su poder, usó su cosmos para delimitar la zona alrededor de ellos. De esa manera estaban en una "burbuja de seguridad" que los protegería tanto del cosmos divino como de cualquier daño colateral que surgiera del enfrentamiento.

—No te bastó con enemistarte con Poseidón y con Hades —reclamó la cazadora con regaño en su voz—. ¡Ahora te atreves a interferir en el transcurso del ciclo natural de la vida de los mortales!

—Pero… —dijo la diosa de la guerra sin alcanzar a terminar su frase al ocuparse de bloquear el ataque de su hermana.

La rubia había saltado directamente hacia ella con intención de golpearla directamente en la cabeza usando su báculo. Atena gracias a sus reflejos logró bloquearla a tiempo usando su propio báculo como defensa, pero requirió de sus dos manos para poder soportar aquel poderoso golpe.

—Suficiente —dictaminó Artemisa antes de dar un salto para tomar distancia antes de su siguiente movimiento—. Voy a eliminarte yo misma.

—Aunque seas mi hermana no te permito intervenir respecto a las decisiones que tomo sobre mis santos y menos aún sobre Sísifo —declaró Atena apuntando a su hermana con su báculo como ella había hecho anteriormente con ella—. Recuerda que ahora es "el ángel de Atena" —remarcó su sentido de pertenencia.

—¡Necia! —insultó la rubia antes de lanzar una flecha de sombras.

Atena conocía esa técnica lo suficientemente bien gracias a las veces que Sísifo la practicó en el santuario, así como las veces que la utilizó en su presencia. No le fue difícil a la deidad regente de la Tierra romperla usando nada más que su cosmos. Hecho que causó el enojo de la cazadora. Su rabia aumentó al recordar que fue esa técnica la que llevó al estafador a volverse su discípulo. Comenzaba a creer que estaba maldita. Todos aquellos a quienes instruía con cuidado y diligencia tenían destinos tan crueles como los amantes de Apolo. Ambos hermanos parecían carecer de suerte. Siempre perdían aquello que apreciaban.

—¿Por qué quieres salvar la vida de un humano si sólo es escoria? —preguntó Artemisa mientras caminaba lentamente alrededor de Atena igual que una leona al acecho—. No son más que figuras de barro que entretienen a los dioses —le recordó queriendo hacerla entrar en razón—. Especialmente este que no contento con haber eliminado la muerte durante un año continúa alterándolo todo —explicó antes de abalanzarse sobre Atena.

La cazadora había lanzado varias flechas sombras en el suelo logrando que una paralizara la pierna derecha de Atena al estar ésta demasiado ocupada vigilando sus movimientos. Con el desbalance en sus pies, no fue difícil hacerla tropezar con un golpe de su báculo dado a la pierna restante. La diosa de la guerra usó su propia arma para sostenerse en pie. Sin embargo, esto no bastó para protegerla de la patada que le dio Artemisa haciéndola volar contra una pared. Aprovechando como intentaba Atena intentaba recuperarse del impacto, la cazadora usó su báculo para presionar la tráquea de su hermana cortándole la respiración.

—Es cierto que Sísifo es arrogante, mintió, robó, asesinó y estafó durante mucho tiempo —admitió Atena con pesadez—, pero él puede traer algo llamado "esperanza".

—¿Esperanza? —preguntó Artemisa con burla en su voz—. Pasaste tanto tiempo a su lado que has caído en sus mentiras —acusó la diosa de la luna—. Sísifo es el único que se atreve a estafarnos a nosotros los dioses sin temor a las consecuencias. Deja de meterte en problema por su causa o de lo contrario vas a despertar la ira de nuestro padre y serás degradada de diosa a humana —ordenó presionándola con mayor fuerza.

Atena sintió como si su cuello fuera a romperse debido a la presión que estaba ejerciendo la otra. Sin embargo, ella misma era una diosa guerrera por lo cual le dio un golpe con la rodilla en el costado a su hermana obligándola a aflojar un poco su agarre. Momento aprovechado por la diosa de la guerra para darle un fuerte cabezazo en medio del rostro a la rubia. El golpe fue de tal magnitud que la frente de la diosa Atena comenzó a sangrar al igual que la nariz de Artemisa. Se miraron con enojo antes de volver a intercambiar varios golpes con sus respectivos báculos. Acertando algunos y otros siendo esquivados.

—Hermana —llamó Atena bastante golpeada respirando agitada—. Aun así, no puedo permitirme perder a mi mascota favorita.

—Espero que entiendas que lo que pretendas es algo imposible —advirtió la rubia limpiándose la sangre que se deslizaba desde su nariz a su boca estando igualmente golpeada que su hermana—. Olvídate de ese estafador —ordenó.

La contienda entre las deidades había transcurrido sin ninguna intervención tal y como fue solicitado, pero los presentes no podían evitar preocuparse por el daño que se estaban haciendo. Aunque Hermes se vio fuertemente tentado a bromear acerca de que nunca esperó ver a dos diosas vírgenes peleándose por un hombre. Sólo se contuvo de hacerlo porque anteriormente había agotado la cuota de paciencia del dios del sol para sus tonterías. Lástima, habría amado hacer unos cuantos chistes al respecto del asunto, pero aun podía compartirlos con Hestia cuando la visitara. Estaba seguro de que ella sabría apreciar su sentido del humor.

Las hermanas no se detuvieron y comenzaron a concentrar su cosmos divino en sus armas buscando causar incluso mayor daño en la otra. Atena contaba con Nike, por lo cual tenía la victoria prácticamente cantada, pero Artemisa no era un rival fácil. Era igual o incluso más ruda que la propia Atena y eso se debía a que la diosa de la sabiduría luchaba mayormente con su cabeza, mientras la diosa de la luna era de las que estaban en contacto con la naturaleza. Podía no tener a Nike de su lado, pero tenía al viento mismo guiándola. Usando su báculo concentró su poder buscando un último gran ataque, el cual Atena se preparó para contrarrestar.

—Hermana —llamó Apolo sujetando sus hombros mientras Hermes hacia lo mismo con Atena.

—Suficiente —dijo el mensajero de los dioses.

Ellos se dieron cuenta que de dejarles seguir adelante terminarían asesinándose mutuamente y destruyendo todo a su alrededor. Aprovechando la alta velocidad que ellos manejaban, no les fue difícil posicionarse detrás de cada una y sujetarlas. El suelo y el techo tenían serios daños, eso sin contar las paredes que amortiguaron los cuerpos de ellas al salir volando por el golpe de la otra. Debían detenerse. Esto no era bueno para ninguna de ellas y Apolo consideraba que no valía la pena tanta sangre derramada por el estafador. Podía apreciarlo como discípulo e hijo de su interés amoroso, pero todo se estaba volviendo una locura por su causa. Eso sólo lo convencía más de que debieron dejarlo morir antes de alimentar sus esperanzas de recuperarlo.

—Mi pobre hermana volvió a enamorarse de un estafador aun sabiendo la desgracia que ello conlleva —susurró Artemisa recordando los viles rumores que surgieron tiempo atrás acusando a Atena de entregar el fuego de los dioses a Prometeo al estar enamorada de éste.

—No seas estúpida —espetó la primera hija de Zeus soltándose bruscamente del agarre de Hermes—. Sólo es mi mascota, no tengo otras intenciones con él.

—Mentirosa —acusó Artemisa enojada—. Estás tan enamorada como el idiota de Pólux.

—¡Yo no estoy enamorado! —gritó el semidiós señalándola con el dedo—. ¿Segura que tú no tuviste algún romance secreto con él? —interrogó cruzándose de brazos—. Tus dos amantes anteriores están muertos. Quizás estés tan maldita como Apolo con los suyos.

—¿Es el miedo a mis amores trágicos que te niegas a complacerme? —cuestionó Apolo viéndolo fijamente—. Cobarde —insultó.

—No eres mi tipo —resolvió el rubio con sencillez.

—Claro porque como te gustan los mentirosos —dijo el pelirrojo observando a Hermes de manera acusatoria—. Vámonos, hermana —dijo Apolo queriendo tratar las heridas que tenía—. Tendremos esta conversación en otro momento, Atena —avisó antes de alzar a su hermana en brazos para retirarse a toda velocidad.

La pelea había sido más seria de lo que esperaba y de nada servía intentar razonar con los presentes. Ellos estaban decididos a salvar a Sísifo pese al enorme costo de hacerlo. Podría quitarle la vida a sagitario en un instante. Después de todo era el dios de la muerte repentina. Pese a que pocas veces ejercía aquel título suyo, pero no sentía correcto aprovecharlo en esos momentos. No quería quitarle la vida a Sísifo y estaba seguro de que los presentes lo odiarían para toda la eternidad si lo intentaba. Sin embargo, no podía obviar el peligro al que se arriesgaban Atena y Pólux. De momento los dejaría calmarse y ya luego volverían a intentar hablar con ambos al respecto. Cuando los dioses gemelos se retiraron la atención volvió a centrarse en el dios de los ladrones.

—¿Nos guiarás hasta el alma de Sísifo? —preguntó Atena de manera amenazante viéndose incluso más fiera a causa de la sangre y los golpes.

—Dado que aún no está muerto es probable que Sísifo siga en el Yomotsu Hirasaka —dijo Hermes notando como todos parecían alegrarse de manera prematura—, pero en ese lugar hay largas filas de recién fallecidos y personas que al igual que él tienen sus vidas pendiendo de un hilo. Así que podría tomar algo de tiempo hallarlo y eso, si es que lo hacemos —explicó el dios queriendo hacerles ver la posibilidad de fracasar.

—Voy a seleccionar entre mis santos dorados a quienes son aptos para acompañarte al inframundo —dijo Atena con voz calmada, pero segura—. Vuelve aquí mañana en la mañana y tendré preparados a los valientes que irán contigo —instruyó la diosa escupiendo algo de sangre al suelo.

—De acuerdo —respondió Hermes flotando en el aire—. Mientras tanto adelantaré mi trabajo —avisó sonriendo—. Después de todo ser el mensajero de los dioses es un trabajo de nunca acabar.

—No veo que te quejes —mencionó Pólux bufando.

—A mí tía Hestia le encanta oír acerca de mis múltiples aventuras de aquí allá. Y esta sin dudas le encantará, hace que el trabajo valga la pena —explicó el mensajero sonriendo.

Y sin más que decir, Hermes desapareció ante la vista de todos. Una ventaja de ser uno de los dioses más veloces. Ir y venir de aquí para allá era algo que podía hacer en un simple parpadeo. La diosa Atena volvió a toser sangre a causa de sus heridas provocando la preocupación de la mayoría de los presentes.

—Diosa Atena —llamó el santo venenoso viéndola minuciosamente—. ¿Cómo se encuentra? —interrogó pese a sentirse impotente por no poder curarla dado que las heridas fueron causadas por cosmos divino.

—Está bien —dijo Pólux de mala manera sin dejarla responder siquiera—. ¿No ves que está en una pieza? —preguntó señalándola, haciendo que lo mirara de mala manera.

—Me encuentro bien, gracias por preguntar —respondió Atena al guardián de la última casa agradecida por su preocupación—. Ahora lo importante es seleccionar a los que irán con Hermes. No tenemos mucho tiempo —dijo con urgencia en su voz.

—¿Quiénes tiene en mente para esta tarea, diosa Atena? —cuestionó Adonis de manera respetuosa.

—Yo por supuesto —se ofreció Pólux sin darle tiempo a nada.

—Estaba pensando en enviar a un sanador —dijo la diosa meditando a consciencia—. Será necesario si Sísifo sigue herido, aunque no sé si podrán sanar su alma —confesó dubitativa.

—¿Quién más? —preguntó Argus curioso de si debería ir al inframundo o quedarse al lado del cuerpo para hacer de médium.

—Quizás sería bueno enviar a León, después de todo a él Sísifo le hace caso —meditó Atena recordando que era la persona por la que más ansías tendría para volver—. Además… —quiso agregar algo más, pero fue interrumpida.

Sin embargo, antes de que pudiera terminar su frase la tierra tembló debido al choque de tres cosmos dorados provenientes de uno de los bosques del santuario. Argus recibió los comentarios de sus amigos informándole acerca de lo acontecido siendo oídos por Adonis también. Los gemelos pese a no tener la omnisciencia de la diosa o la red de información fantasmal de los otros dos presentes eran más que capaces de identificar a los dueños de aquel poder en coalición. De inmediato, la diosa Atena decidió teletransportarse al sitio para impedir que siguieran causando estragos. Incluso cuando los dorados estando malheridos y con poco cosmos energía, al momento de unir al menos tres de ellos, fueron capaces de herir a un semidiós de la talla de Hércules. Ahora que estos tres estaban en perfectas condiciones, quién sabía qué clase de calamidad cometieron.

CONTINUARÁ…