Hacía una semana que Lydia se había casado, pero en los últimos dos días Wickham no había regresado a la habitación de la posada donde se estaban alojando. Estaba preocupada ya que debían partir ese día para el norte del país para unirse al regimiento del coronel Forster, que había partido unos días atrás.

Como no conocía a nadie en esa zona de Londres, decidió quedarse en las habitaciones esperando que su querido Wickham regresara a buscarlo. Pensó en escribirle a su madre y a Kitty, pero no había papel y tinta en la habitación.

Esa tarde, cuando bajó a tomar té en el salón común de la posada, el dueño le reclamó que le pagara la renta. Buscó exhaustivamente en la habitación las 80 libras que su padre les había dado antes de regresar a Longbourn, pero sin éxito. Tampoco encontró su cadena de oro, ni las 10 libras que le quedaban del dinero que su padre le había dado cuando fue a Brighton.

Hacía una semana que Lydia se había casado, pero en los últimos dos días Wickham no había regresado a la habitación de la posada donde se estaban alojando. Estaba preocupada ya que debían partir ese día para el norte del país para unirse al regimiento del coronel Forster, que había partido unos días atrás.

Como no conocía a nadie en esa zona de Londres, decidió quedarse en las habitaciones esperando que su querido Wickham regresara a buscarlo. Pensó en escribirle a su madre y a Kitty, pero no había papel y tinta en la habitación.

Esa tarde, cuando bajó a tomar té en el salón común de la posada, el dueño le reclamó que le pagara la renta. Buscó exhaustivamente en la habitación las 80 libras que su padre les había dado antes de regresar a Longbourn, pero sin éxito. Tampoco encontró su cadena de oro, ni las 10 libras que le quedaban del dinero que su padre le había dado cuando fue a Brighton.

A pesar de sus súplicas, muy molesto, el dueño de la posada la echó a la calle.

Se quedó en la puerta de la posada un par de horas más, pero su amado Wickham nunca llegó. Con mucho miedo de tener que pasar la noche a la intemperie decidió ir a casa de sus tíos, los Gardiner. Recordaba que vivían en la calle Gracechurch, pero no recordaba el número de puerta.

Lamentablemente no pudo convencer a ninguno de los pocos carruajes de alquiler que aún circulaban a esas horas para que la llevaran con la promesa de pagarles en el destino.

Uno de los cocheros, le dio instrucciones de como debía hacer para llegar a casa de sus tíos. Para su horror le dijo que Cheapside distaba más de tres millas. Cansada y desesperanzada, comenzó a caminar en esa dirección.

A medida que pasaban las horas, las calles comenzaron a vaciarse; solo quedaban mendigos y mujeres de dudosa reputación. Sintió unos pasos detrás de ella, y vio que eran dos hombres muy desaliñados que comenzaron a decirle cosas y a acercarse a ella.

Muy asustada, Lydia comenzó a correr. Vio que había dos mujeres en la esquina opuesta, quiso cruzar la calle. Lamentablemente no vio que venía un carruaje.

PPP

Lydia se despertó en una pequeña y modesta habitación. Solo había una cama, un sillón rojo y un espejo. No sabía dónde estaba, tenía mucha hambre, y se sentía aterrada. Además, le dolía muchísimo la cabeza, y el cuerpo. Al tratar de correr las sábanas para poder levantarse, sintió un fuerte dolor en los brazos, las piernas y en la espalda. Además, comprobó que estaba prácticamente desnuda en esa cama.

Cerró los ojos tratando de recordar que hacía en ese lugar, ya que nada era familiar. A su mente vinieron varias imágenes, la primera la de un soldado muy guapo de cabello rubio, posteriormente el de una mujer rubia que la abrazaba, un jardín con una hamaca, y por último estaba caminando con otras jóvenes en el campo.

Estaba sumida en sus pensamientos, tratando de recordar quién era, por qué estaba tan dolorida y qué hacía en ese lugar, cuando entró una mujer con una bandeja con té y sándwiches. Al ver la comida, Lydia miró la comida y después a la mujer con curiosidad. La mujer tenía un vestido rojo muy escotado, y era muy difícil discernir que edad tenía. Tenía una peluca rubia, y estaba muy maquillada.

La mujer sonrió levemente y dijo, "Al fin despiertas. Soy Madame Dupree, la dueña de este establecimiento. ¿Cómo te llamas?"

Lydia cerró los ojos, y después de titubear por unos instantes, con franqueza respondió, "Creo que me llamo Lydia. Aunque no recuerdo quién soy, ni que estoy haciendo aquí."

Madame Dupree la miró a los ojos, y asintió levemente. "No sé quién eres. Lo único que sé es que hace tres días, tuviste un terrible accidente. Te golpeaste muy fuerte la cabeza, y tienes el brazo derecho, la pierna derecha y varias costillas quebradas. El doctor que te examinó, no sabía si ibas a sobrevivir."

Lydia abrió muy grande los ojos por la sorpresa, y repitió, "¿Un accidente? ¿Qué fue lo que me pasó?"

"Cruzaste la calle sin prestar atención, y te atropelló un carruaje delante de la puerta de mi establecimiento. La pareja que iba en el carruaje, quedó muy consternada por el accidente y pagó un doctor para que te examinara. Además, dejaron dinero para que te de alojamiento hasta que te recuperes."

Cambiando de tema, Madame Dupree dijo, "Te traje té y comida, ya que supongo que debes estar hambrienta."

Lydia asintió, y Madame Dupree agregó, "No puedo quedarme contigo a conversar, ya que a esta hora comienzan a llegar los clientes." Suspiró y mirándola a los ojos agregó, "Por lo que deduzco, por tu forma de hablar e incluso por el vestido que tenías puesto, eres la hija de un caballero o de un rico comerciante. Si te acuerdas de la dirección de algún familiar o amigo, dímela, así los contacto para que te vengan a buscar… Este no es un lugar adecuado para una señorita."

Diciendo esto, Madame Dupree salió de la habitación.

FIN PARTE I