Fines de diciembre 1812

Lydia Wickham se miraba en el espejo mientras terminaba de ajustarse su muy escotado vestido. Su figura era voluptuosa, y el vestido acentuaba su amplio pecho y caderas. Hacía tres meses que estaba viviendo en el establecimiento de Madame Dupree, y esa noche iba a ser su debut.

Durante las primeras semanas estuvo acostada para que sanaran su pierna, brazo y costillas, así como también otras heridas. Poco a poco fue recordando fragmentos de su vida, de sus padres, sus hermanas, Longbourn, y su historia de amor con Wickham. Después de reflexionar por varios días, Lydia llegó a la conclusión que Wickham la había abandonado, o si no había muerto.

Madame Dupree la visitaba a diario a la hora de té, y solía hacerle varias preguntas sobre su pasado. Lydia recordó que sus tíos, los Gardiner, vivían en Londres, pero no recordaba su dirección. A mediados de octubre, Madame Dupree le había informado que debía irse de su establecimiento cuando se recuperara por completo porque se estaba acabando el dinero que la había dado el dueño del carruaje que la había atropellado. Con dificultad porque aún no había sanado completamente su brazo derecho, le escribió una carta a su padre para contarle lo que le había sucedido, y rogarle que la viniera a buscar y la llevara a Longbourn.

Pocos días después, Lydia se despertó con un fuerte dolor en el abdomen, y por varios días estuvo sangrando y se sentía muy mal. Por experiencia, Madame Dupree estaba convencida que Lydia había perdido un embarazo.

Como no tuvo respuesta de su primera carta, a principios de noviembre le escribió una carta a su madre rogándole que vinieran a buscarla. Para su profunda tristeza pasaron dos semanas y tampoco tuvo respuesta. Desesperada, llegó a la conclusión que a su familia ya no le importaba y no iban a socorrerla.

Dos días atrás, Madame Dupree le había dejado claro que debía irse del establecimiento o sino tendría que trabajar para ganarse el sustento. La idea de estar sola en las calles de Londres, sin dinero la aterraba, pero la idea de ser cortesana tampoco le agradaba.

En ese momento, Madame Dupree entró a la habitación con una bandeja que la apoyó en la pequeña mesita de noche. Miró a Lydia con detenimiento, le ajustó el vestido y dijo con una leve sonrisa, "Eres una joven muy bonita, y ese vestido acentúa muy bien tu silueta. Hay tres caballeros ricos que desean conocerte. Saben que tu esposo murió recientemente, no tienes familia, y que estás buscando un patrón."

Al ver que Lydia estaba muy nerviosa, Madame Dupree agregó, "Sé que estás muy nerviosa, y por ello te traje este té que va a ayudar a que te tranquilices." Mientras le servía el té agregó, "Conozco a los tres caballeros, y sé que ninguno de ellos va a hacerte daño, y van a ser muy generosos contigo, siempre y cuando los complazcas."

Lydia comenzó a llorar y balbuceó, "No quiero hacer esto… no quiero…"

"No tienes por qué hacerlo." La miró a los ojos y agregó, "Tienes la opción de irte y tratar de sobrevivir sin mi protección. Los caballeros van a llegar en menos de media hora; es tú decisión."

Lydia asintió y en voz baja preguntó, "¿Puedo ver a los caballeros sin que ellos me vean?"

"No; no es posible. Pero si más de uno de ellos demuestra interés en ti, puedes elegir al que más te guste." Madame Dupree suspiró, "Toma el té, y vuelvo a buscarte en una media hora."

Lydia asintió, y obedientemente se tomó el té que tenía una mezcla de hierbas con un poco de láudano.

Media hora más tarde, Madame Dupree vino a buscarla y la acompañó a un pequeño salón privada donde había cuatro caballeros, en lugar de tres. Tenían entre treinta y cincuenta años, y los cuatro eran casados.

Los caballeros miraron a Lydia de arriba a abajo, y le hicieron varias preguntas. Los cuatro caballeros asintieron con la cabeza.

Unos diez minutos después, Madame Dupree acompañó a Lydia a su habitación y en voz muy baja le dijo, "Ahora voy a negociar con ellos, ¿tienes preferencia por alguno de ellos?"

Lydia respiró hondo, solo uno de ellos le había parecido medianamente atractivo, y respondió, "El que me gustó más es el caballero de cabello rubio oscuro y ojos azules."

Madame Dupree asintió levemente. "Sir Walter." Luego de unos instantes agregó, "Es un buen hombre y no viene con frecuencia a mi establecimiento. Tiene unos cuarenta años y dos hijas. Hace unos años su esposa tuvo un grave accidente. No puede caminar, ni puede cumplir con sus deberes matrimoniales."

Lydia se recostó en la cama; estaba cada vez más mareada. Cerró los ojos y perdió la noción del tiempo. Cuando abrió los ojos vio que Madame Dupree y Sir Walter estaban en su habitación. Enseguida la Madame se excusó dejándolos solos.

Al notar que Lydia estaba nerviosa, Sir Walter se sentó en la cama al lado de ella, y conversaron por casi una hora antes de tener intimidad. Si bien Sir Walter no era un libertino, era un amante experimentado, y se dio cuenta que Lydia tenía muy poca experiencia, y claramente no era una cortesana. Era la primera vez en sus doce años de casado que iba a tener un amante, y tenía la bendición de su esposa.