I have emotional motion sickness
Somebody roll the windows down
There are no words in the English language
I could scream to drown you out
Motion Sickness - Phoebe Bridgers
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Después de un mes de algarabía, las celebraciones estaban a punto de terminar.
Habían sido cuatro semanas de desahogo colectivo, de niños corriendo por las aceras por primera vez en años, adultos embriagándose y abrazándose entre sí, aun cuando no se conocían. El olor a magia negra al que se habían acostumbrado empezaba a desprenderse del aire, siendo reemplazado por regaliz y rocío, mientras que los fuegos artificiales iluminaban el cielo que había permanecido nublado por una eternidad. Salir era encontrar las calles antes desoladas llenarse de magos que regresaban desde muy lejos, listos para retomar sus vidas. O para coger los escombros del pasado y construir un nuevo futuro.
El gobierno entrante estaba poniendo especial empeño en mantener ese ambiente de regocijo, en darle a las personas razones para seguir con la fiesta y, sobre todo, para que no tuvieran que pensar en la guerra que los había orillado hasta el borde del abismo.
Se trataba de una solución momentánea, un intento de mantener los ánimos arriba antes de que los juicios que estaban pautados para dentro de unos días iniciaran. Entonces, ya no habría fiesta ni celebración que valiera, todos iban a verse obligados a recordar, o a descubrir lo que habían querido ignorar, a enfrentarse una vez más con la oscuridad y el horror.
Nadie podía salvarse del pasado, eso Marlene lo tenía muy claro.
Respiró hondo sin despegar los ojos del techo. La calma a su alrededor era un cambio drástico a lo que habían sido los últimos años. Si durante los días de guerra la vida se había tornado frenética, ahora sentía cada segundo como una eternidad.
Si se quedaba muy quieta, tendida en la cama como estaba en ese momento, casi podía observar los segundos arrastrándose por las paredes, tan despacio que podría haberlos cogido con la mano. Se movían lento por el peso de las expectativas que les había otorgado, por cada persona que le había jurado que, algún día, el dolor que le rasgaba la piel se haría menos punzante.
Todas sus esperanzas estaban puestas en el pasar del tiempo. Y por eso cada hora que no terminaba parecía una tortura.
Era otra hora que la apartaba del cataclismo que había destruido su vida. De la pérdida completa de su familia.
Una brisa fría le acarició el cuerpo, haciéndola consciente de su desnudez. Quiso girarse para pedirle que la abrazara, que la tomara en sus brazos de nuevo y le devolviera el calor del que habían disfrutado un minuto atrás. Lo hubiera hecho de haber sabido cómo, si él hubiera sido diferente.
Si ella fuera más valiente.
—¿Quieres bajar a comer? —preguntó Sirius, rompiendo el silencio, como si pudiera leerle la mente.
—No. —Mar arrugó la nariz, sintiendo el estómago revuelto—. No tengo hambre.
Lo ignoró cuando la miró con los ojos entrecerrados, desconfiando de su respuesta. Era casi medianoche, y ella había llegado la tarde del día anterior, tiempo que él había sido testigo de cómo su dieta se basaba en galletas saladas con tazas de café.
No era del todo su culpa. La casa de los padres de James en el Valle de Godric se había convertido en el hogar de su grupo de amigos durante la guerra, uno en el que Mar había buscado refugio más noches de las que le hubiera gustado admitir. Era un lugar pequeño, mucho más acogedor que las mansiones ancestrales a las que las antiguas familias mágicas estaban acostumbrados. Aunque le gustaba estar ahí, reconocía que la cocina estaba tan equipada para la sobrevivencia como lo permitía la inteligencia de dos hombres solteros empezando los veinte. Si había más de dos tipos de proteína y barras de pan, podían considerarlo un banquete.
Le servía para excusar su pésima alimentación, excepto cuando Sirius decidía monitorearla como lo hacía Lily.
O su madre. Antes.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él, al cabo de unos segundos de silencio. Se había girado sobre su costado, apoyando el codo en el colchón para mirarla desde arriba.
—En nada —mintió Mar por inercia, porque era lo que se había acostumbrado a hacer. No tardó en recordar que con él eso no era necesario—. Hace días que la Orden no me da nada para hacer.
—Bueno, Mar, eso ocurre porque la Orden técnicamente dejó de existir.
—Dumbledore dijo que nos seguirían necesitando hasta que terminaran los juicios. Fue muy claro en que, los que podíamos, debíamos mantenernos alerta —insistió ella, que se había aferrado con las uñas a esa promesa de utilidad.
—Si nos necesitaban. Y es obvio que no ha sido así. —Sirius sonrió de forma irónica, tratando de quitarle seriedad a la conversación—. Nos toca llenar la fila de desempleados.
—A Lily la han tenido ocupada toda la semana —apunto ella, enfurruñada.
—Porque… —Abrió la boca para inventar una excusa, pero pareció pensarlo mejor. Respiró profundo y la miró a los ojos para decir, cauteloso—: Lily no va a testificar frente al Wizengamot la próxima semana.
Mar tragó saliva y volvió su atención al techo, incapaz de mantenerle la mirada.
Hacía meses que había dejado de llorar. Lo había logrado luego de unas primeras semanas en las que apenas podía moverse, cuando el dolor había caído sobre ella como una lona de cemento. Se había obligado a entender que no había nada que sus lágrimas y su inactividad pudieran cambiar. Eso no iba a regresarle a sus padres ni a sus hermanos.
Sin embargo, cuando Sirius la veía así, como si su tormento pudiera atravesarlo también a él, y estuviera dispuesto a hurgar en los entresijos de su alma para arrancarlo de raíz, sentía el impulso de volver a derrumbarse, solo para que él la consolara.
Todavía no se atrevía a permitirlo.
—Eso no significa que me haya convertido en una inútil.
—No, significa que nadie quiere que te ofrezcas como carnada innecesariamente. —Sirius resopló y se quitó el cabello del rostro antes de volver a hablar—. Vas a tener que contarlo todo, Mar. Incluso lo que no recuerdas, incluso lo que no sabes a ciencia cierta. Te van a hacer preguntas, que dudo que sean agradables, y también… Vas a verla. La maldita estará ahí, viéndote y escuchándote.
Sus palabras salieron crudas y libres de contemplaciones, cosa que ella le agradeció, aun cuando le revolvieron el estómago hasta casi hacerla vomitar.
No tenía sentido intentar suavizar algo así. Iba a ser brutal, deshumanizante, y ambos sabían que tenía que estar preparada. Solo hubiera querido tener algo que hacer, una actividad que ocupara su mente hasta que llegara el día.
—Vaya forma de celebrar —gruñó con irritación.
—Ojoloco te digo que no tenías que hacerlo —le recordó Sirius—. Tienen pruebas y testigos de sobra para encerrar a esos hijos de puta y quemar las llaves.
—Lo sé… Pero quiero hacerlo. —Mar respiró hondo, levantando la barbilla, sin que le temblara la voz—. Tengo que hacerlo.
No era cobarde, nunca lo había sido. No era ella quien tenía que agachar la cabeza ni esconderse porque, aunque la mayoría de los días no lo pareciera, su lado había ganado. Y por eso tenía la responsabilidad de plantarse en ese juicio y decir lo que le habían hecho, demostrarles que su retorcida crueldad no la había quebrado.
Por toda respuesta, Sirius le dedicó una sonrisa sincera que hizo a sus ojos brillar con orgullo. Mar estuvo a punto de sonrojarse.
Sin agregar nada más, él se inclinó para reposar la cabeza sobre su vientre, abrazándola con firmeza por la cintura. Marlene suspiró, agradecida por tener de nuevo su contacto sin haberlo pedido, y enterró los dedos en su cabello, acariciándolo con suavidad.
Afuera se escuchó una explosión que provocó que los músculos de ambos se contrajeran, pero las luces que iluminaron el cielo les dejaron saber que todo seguía en orden.
—Malditos fuegos artificiales —murmuró él, gruñendo desde el fondo del pecho—. Me tiene harto esa mierda.
—Sirius. —Mar tragó saliva, sin apartar la vista de la ventana—. ¿Tú crees que en serio se acabó?
Él se tomó un momento para responder, y cuando lo hizo, su voz salió casi en un susurro, como temiendo que, si alguien lo escuchaba, todo volvería a empezar.
—Me voy convenciendo a medida que pasan los días.
Mar asintió, comprendiendo a la perfección.
Ellos no estaban en la calle celebrando, nadie que hubiera luchado a su lado lo estaba. Seguían atentos, aguardando el momento en el que alguien les dijera que había sido una falsa alarma, esperando por las nubes que volverían a cubrir el cielo.
Pero cada día en el que eso no ocurría, los hacía pensar que, tal vez, la paz sí había llegado.
Cada nuevo amanecer los hacía más libres.
—Bien, si quieres matarte de hambre, no voy a intentar razonar contigo —decidió Sirius, al cabo de unos segundos, incorporándose con una sonrisa maliciosa—. Pero eres una mujer muy salvaje y tener sexo contigo me deja famélico, así que yo sí voy a…
Ella subió la mano para empujarlo lejos, pero él fue más rápido. La cogió de la muñeca, echándose a reír, y le robó un beso fugaz antes de ponerse de pie. Rescató su ropa interior y una camiseta, arrojándola una extragrande a ella, en una clara señal de que no iba a dejar que se quedara ahí.
Mar accedió y se vistió, más dispuesta que un segundo atrás, sobre todo cuando él le cogió la mano para guiarla al piso de abajo.
James había salido, y ella empezaba a entusiasmarse con la idea de tener la casa para los dos, cuando unos toques firmes a la puerta cambiaron el rumbo de la noche.
—Yo voy —le digo Sirius, frunciendo el ceño y empuñando la varita por pura costumbre—. Espera en la cocina.
Por alguna razón, Mar no lo obedeció, ni siquiera por la posibilidad de que la vieran semidesnuda. Su entrenamiento seguía muy fresco.
Y supo que había tomado la decisión correcta cuando Sirius abrió.
—¿Qué…? —El muchacho empezó a decir, con un hilo de voz que delataba su estupefacción—. Tú… ¿Qué haces aquí?
En el umbral de la puerta, una mujer alta, delgada, de rasgos afilados y piel muy blanca, con pelo grisáceo y ojos negros tan profundos como la noche, le devolvió una mirada helada.
Mar supo quién era de inmediato, porque reconoció pedazos de Sirius en ella. Y eso la hizo sentir enferma.
—Podría hacerte la misma pregunta —le respondió su madre, hablando con un timbre de voz severo. Entró a la casa sin invitación, apoyándose de un elegante bastón. Echó un vistazo despectivo al lugar—. Pensé que los Potter te daban una mejor vida.
Mar no alcanzaba a ver el rostro de Sirius por completo, pero pudo adivinar el instante en que su expresión mudaba la estupefacción para convertirse en una máscara de ira. El comentario había detonado su instinto más intrínseco de protección.
—¿Es por esto que dejaste tu hogar? Para vivir en este…
—No, dejé tu casa para huir de ustedes —corrigió él, cortándola de un tajo—. Y sigues sin responder.
La señora Black se plantó frente a él en el recibidor, atravesándolo con sus ojos oscuros. Mar intentó detallarla mejor, pero Sirius se puso enfrente, bloqueándola con su cuerpo.
—No asististe al funeral de tu hermano.
Mar se puso en guardia de inmediato, agrandando los ojos con horror. Empezaba a entender a qué venía su visita, y podía augurar el desastre.
Se le encogió el estómago al notar como los hombros de Sirius se tensaban ante la mención. Cuando volvió a hablar, su voz salió estrangulada.
—No recuerdo haber recibido invitación.
—Miserable —le espetó su madre, lanzándole una mirada cargada de desprecio—. ¿De esto se trataba la gran odisea en la que convertiste tu vida? Tanto vanagloriarte de tus nobles principios, de tu gran valentía y tus infantiles ínfulas de héroe. Todo eso, ¿para qué? ¿Para fallarle a tu propio hermano?
Mar abrió la boca y dio un paso al frente, lista para intervenir. Sin embargo, Sirius adivinó sus impulso y giró la cabeza hacia ella, ordenándole con la mirada que se quedara justo donde estaba y que no se metiera. La chica accedió, a regañadientes, a pesar de que había empezado a temblar de indignación.
—Él seguiría vivo si hubieras hecho lo que tenías que hacer. Si hubieras sido lo que se esperaba de ti y no una vergüenza. Un traidor que abandonó a los suyos —continuó la mujer, escupiendo todo su veneno sobre él—. Debiste haberlo protegido. Tendrías que haber hecho tu trabajo, pero preferiste perseguir a Dumbledore como un perro faldero. Tu único hermano murió mientras tú peleabas la guerra de alguien más.
Sirius no respondió, no la contradijo. Apenas se movió, y Mar empezó a sentir que iba a enloquecer.
Lo conocía desde que tenían once años, lo había visto ser la persona más escandalosa, explosiva e incapaz de callarse en salones llenos de adolescentes. Siempre tenía algo para decir, siempre con una opinión en la punta de la lengua, aun cuando nadie se la había pedido. Lo había visto pararse firme frente al peligro y la muerte para defender lo que creía correcto.
Y ahora, en ese momento, parecía incapaz de defenderse a sí mismo. Mar no pudo evitar preguntarse, horrorizada, si acaso pensaba que no se lo merecía.
—No solo has manchado el nombre de nuestra familia desde que llegaste al mundo, ahora eres responsable directo de nuestra ruina absoluta. Has sido leal a cualquier sangre sucia y fenómeno antes que a tu propia estirpe. —La mujer frunció los labios, apenas conteniendo sus sentimientos. De pronto, se vio mucho mayor, demacrada—. Y, por alguna razón, es a mi otro hijo al que tuve que despedir.
Una galería de recuerdos aparecieron frente a los ojos de Mar, presentándose cómo vívidas fotografías de una de las peores noches de su vida. No tenía que esforzarse para revivirlo todo, para volver a verlo quebrarse en pedazos, a punto de perder la cordura y llevarla a ella consigo. Recordaba la desesperación de tenerlo en sus brazos sin saber cómo lidiar con lo que estaba ocurriendo, sin poder reparar su corazón.
Lo peor era que, cuando se había enterado del asesinato de su hermano, Sirius había repetido el mismo discurso que su madre estaba recitando en ese instante, culpándose a sí mismo de lo que había ocurrido, atribuyéndose una responsabilidad que no era suya y torturándose por no haber cumplido.
Entonces, Mar comprendió que esas palabras no habían nacido de él. Alguien más las había sembrado en su cabeza muchos años atrás.
—Me corrijo. A mi único hijo —replicó su madre—. ¿Cómo piensas pasar el resto de tu vida? ¿Cómo vas a vivir sabiendo que Regulus está muerto por tu culpa?
—No lo sé —dijo, finalmente, con un tono de voz impersonal—. ¿Cómo lo harás tú?
La pregunta no había terminado cuando su madre levantó la mano para darle una bofetada que resonó en toda la casa.
—Debiste haber sido tú. Debiste haber muerto en lugar de él.
—Largo —soltó Mar, incapaz de seguir escuchándola. Se acercó tanto como pudo sin saltarle encima—. No es bienvenida aquí. Váyase ahora mismo
—¿Crees que alguien como tú puede ordenarme qué hacer? —La mujer la observó de pies a cabeza, arrugando la nariz con repulsión—. Chiquilla despreciable…
—No te atrevas a dirigirte a ella —le cortó Sirius, enderezando los hombros. Sonó amenazador, como si acabara de recuperar las ganas de pelear—. Nunca lo hagas.
—¿O qué? —Lo miró desafiante, levantando una ceja—. ¿Vas a lanzarle una maldición a tu propia madre?
Mar aguantó la respiración, sin poder creer ese nivel de cinismo y crueldad. Pensar en cuánto de eso Sirius había soportado, y por cuánto tiempo, la hacía perder la cabeza.
—¿Necesitas algo más? —preguntó él, entre dientes.
—Solo vine para obligarte a darme la cara. Para recordarte que no podrás escapar de lo que hiciste cómo escapaste de casa y de los deberes que tenías por nacimiento. —Y como si no hubiera tenido suficiente, decidió lanzar una última estocada—: Su muerte es el castigo que mereces.
Para alivio de ambos, su visita no se extendió mucho más. Se dio la vuelta y atravesó la puerta para salir de sus vidas, con suerte, para siempre.
Sin embargo, la amargura que había traído su presencia tardó en desvanecerse. Se quedaron parados en el recibidor en completo silencio, con el eco de las palabras de aquella horrible mujer flotando entre ambos.
—Sirius…
Llegó junto a él, pero no supo qué decir. No sabía cuáles eran las palabras correctas, cuál era la forma más efectiva de ayudar. Todo consuelo parecía poco. Cualquier acción se le antojaba insuficiente.
Deseo poder mover la muñeca y con un halo de luz de su varita borrar de su mente todo lo que acababa de escuchar, el dolor que debía cargar en el pecho y las culpas que ahora debían haberse afianzado en su cabeza. Quería gritar de impotencia al saberse tan inútil.
No se atrevió a hablar. En lugar de eso, dio un último paso al frente y envolvió sus brazos alrededor de él, abrazándolo desde atrás. Pegó la cabeza a su espalda, queriendo escuchar los latidos de su corazón para asegurarse de que no se había roto del todo. Por si acaso, lo apretó contra ella para contener los pedazos.
Sirius soltó un profundo suspiro y puso sus brazos sobre los de ella, dejándose hacer en silencio.
Afuera, los fuegos artificiales seguían llenando el cielo de colores. Más allá de esas paredes la vida continuaba para el resto, para quienes marchaban con optimismo hacia un futuro brillante, llenos de promesas y expectativas. Ellos no. Quienes habían estado en la línea de batalla estaban paralizados en el tiempo, congelados en el instante en que una parte de sus almas se habían extinguido, arrebatada por las garras del trauma o del terror. Por la muerte misma.
El mayor miedo de Mar era que la oscuridad hubiera calado muy dentro, lo suficiente para no marcharse nunca.
Los que habían perdido todo para que el sol volviera a salir no tenían nada que celebrar.
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¡Hola a todos!
Hace mucho tiempo que no me paso por aquí, así que es muy posible que le esté hablando a la nada. Pero si sigues ahí, y leíste todo esto, ¡muchísimas gracias!
Como dije arriba, los capítulos que subí aquí servirán como una especie de precuela para mi fic Life Unexpected. Esta primera parte, en particular, me parece que se mantiene sola, sin necesitar el contexto de esa historia. Sin embargo, las siguientes no serán tan individuales, así que, en caso de que hayas llegado aquí por casualidad, te recomendaría echarle un ojo al fic completo (me disculpo de antemano por los horrores de redacción de los primeros capítulos).
Y si llegaste aquí por LU, ¡gracias por haberme esperado! Al final de la segunda parte (hace unos tres años ya) les comentaba que no iba a retomar la tercera parte hasta que tuviera tiempo suficiente para dedicarle. Todavía no creo que haya llegado ese momento, pero creo que esta es una buena forma de no abandonar por completo la historia. ¡Y quién sabe! Puede que en el futuro cercano tenga buenas noticias sobre el fic.
Mientras tanto, vuelvo a dar las gracias por haberme leído. Y si extrañaron a estos personajes tanto como yo, espero que les haya gustado.
¡Nos leemos pronto!
Un abrazo.
