Dar la espalda a todo lo que amaba fue... difícil. Mi corazón se resquebrajaba en mi pecho, conteniendo mis ganas de regresar... De hacer algo. ¿Pero con qué motivo?
Yo no era nada...Un mocoso, un iluso que creía que esta vida todo era felicidad. Un ignorante estúpido. Si regresaba, todo lo que mi padre, Iselda y Córnifer habían hecho habría sido en vano. Aún así, ese no fue el motivo por el cual no regresé...
No regresé, porque estaba aterrado. Porque era un cobarde.
No tuve el valor de hacerlo. Me di la vuelta y corrí con todas mis fuerzas hacia el Paso del Emperador, si mirar atrás. Sin pensar en otro cosa que huir. En salvar mi vida... Que egocéntrico de mi parte.
Conocía el Paso del Emperador como la palma de mi mano. Pasé casi todo mi infancia explorando esos pasajes, así que no demoré mucho en encontrar una gruta para resguardarme. Una gruta silente, donde lo único que se podía escuchar eran mis propios lamentos y llanto. Aún así, yo podía escuchar el crepitar del fuego, los gritos de los habitantes de Bocamatsu siendo masacrados. Los escuchaba dentro de mi cabeza como si aún estuviese en el pueblo... Y lloré... Lloré por mucho tiempo.
Eventualmente, el cansancio y la deshidratación superó mis fuerzas, y me desperté cuando un haz de luz irradió en la grieta en la que me encontraba. Un lugar árido, cubierto de rocas grises y carentes de vida. Yo carecía de la voluntad para levantarme, y preferí quedarme acurrucado sobre las ropas que tenía. Lo único que me quedaba de lo que una vez llamé hogar.
Hubiese preferido quedarme allí... Simplemente esperando que todo terminase. Que me despertase de esa horrenda pesadilla, y regresase a casa... con papa. Pero eso nunca pasó, y el rugir de mi estómago era lo único que me sacó de mis anhelos más desesperados.
El Paso del Emperador es un lugar seco y carente de vida. Lo había recorrido de principio a fin, en todos estos años no había encontrado nada interesante. Lo único que realmente era valioso, era la cantera de piedra, sustento de Bocamatsu y principal fuente de ingresos. Supuso que allí podría encontrar algo para comer, pero de inmediato supe que no era buena idea.
Los soldados del Culto del Alma estaban por todos lados. Habían asegurado el camino principal hacia la salida de Hallownest, y se habían hecho con el control de la cantera. Supe de inmediato que seguir por ese camino no sería buena idea... Así como supuse... Que lo que quedaba de Bocamatsu tendría un destino similar.
Sin embargo, había algo que ninguno de esos malnacidos conocían. Algo que yo si. Un pasaje oculto, que concectaba al Paso del Emperador con los Senderos Verdes, un lugar que no conocía del todo, pero que había ido a explorar en un par de ocasiones. Cosa que nunca le dije a nadie del pueblo. Sin embargo, sabía que allí tendría mejores posibilidades de sobrevivir.
Las rutas que tuve que tomar para llegar era peligrosas. Caminos sobre acantilados empinados, donde un solo paso en falso te garantizarían una muerte segura. Pronunciados saltos sobre los riscos, y cornisas afiladas que me cortaban las manos, aún cuando sabía que nadie me estaría esperando en casa para curarmelas. Aún así... logré llegar al Sendero Verde de una pieza.
Ese lugar era hermoso, en pocas palabras. El brillante verde contrastaba demasiado con el insípido gris del Paso del Emperado. La vegetación era abundante, demasiado tal vez para mi gusto, pero lo necesario. Los arbustos de ballas no eran poco comunes, y pude sobrevivir un tiempo de lo que la madre tierra ponía a mi disposición. Y así estuve por mucho tiempo... tratando de descubrir que debía hacer con mi vida.
Pronto me di cuenta que no solo había perdido mi hogar, mi padre, los bichos que amaba y apreciaba. Ese día perdí mucho más. Perdí mi propósito. Perdí el sentido de mi vida. Era solo un infante vacío, que vagaba entre el Paso del Emperador y los Senderos Verdes. Sin propósito. Sin metas. Solo alguien que vivía el día a día, sin motivaciones... Un recipiente hueco.
Habían pasado dos meces o poco más desde la tragedia, y los cambios no tardaron en hacerse presentes. Yo desconocía de lo que ocurría en el reino, pero sabía que algo no andaba bien. Ya había visto a los musgoso antes, y los había escuchado hablar sobre su el Culto a la Vida, y rumores sobre las atrocidades que el Culto del Alma esta perpetuando en un lugar al que llamaban Ciudad de Lágrimas. Yo no entendía lo que decían del todo, pero sabía que no debería de ser nada bueno.
Pero entonces, la paz del Sendero Verde poco a poco se fue resquebrajando. Cada vez era más común ver a musgoso portando armaduras, lanzas y escudos. Podía reconocer a un soldado cuando lo veía, y estos cada vez eran más numerosos. Lo mismo ocurría con el Paso del Emperador, y los cada vez más numerosos soldados del culto. Incluso alguien tan ignorante como yo sabía que algo malo iba a ocurrir.
Y así ocurrió. Un día la tierra comenzó a temblar. Yo me desperté de mi sueño, pues el sol aún no iluminaba los pasajes de Hallownest, cuando el estruendo constante me sacó de mis sueños. Estaba asustado, confuso. Escuchaba sonidos que no entendía del todo, pero que me resultaban muy familiares.
Mi curiosidad fue más grande que mis temores, y poco a poco me fui acercando al origen de tales perturbaciones. Siempre oculto... Siempre con miedo. Hasta que los ví, desde la seguridad de la gruta en la que me encontraba.
Miles de insectos se mataban entre si, a lo que a mis ojos, era una completa carencia de sentido. Uno de los pasajes del Sendero Verde fue el primer testigo que esta era venidera. Una era de conflictos y rivalidades.
Los soldados del Culto del Alma, eran fácilmente reconocidos por sus tonos grises, los cuales invadían el territorio de los musgosos, proclamando la muerte de la falsa fe. Como si la de ellos fuere la más noble.
Sin embargo, los musgosos no dieron cuartel. A diferencia de los prepotentes de gris, ellos estaban protegiendo sus vidas, sus creencias, sus familias. Algo que yo añoraba haber podido hacer ese fatídico día en Bocamatsu.
Todo era un desastre. El brillante verde de los pasajes fue mancillado con el fétido olor escarlata. Cientos de almas tiradas, despercidiadas por cualquier banalidad. Porque no importa el motivo, matar a alguien jamás tiene una justificación aceptable.
Yo estaba en shock ante tal escenario... un escenario que ningún niño en esta tierra debería de apreciar. Estaba tan asustado, que solo pude reaccionar cuando sentí un grito a pocos pasos de mí.
Bajé la mirada y los vi. Un soldado del culto de la fe y un musgoso, batallando e intentándose matar el uno al otro. El bastardo de gris le había amputado el brazo izquierdo a su oponente y incluso teniendo su victoria, seguía atacando una y otra vez. Ese maldito no se conformaba con una simple victoria... Él quería su muerte.
El musgoso se mantenía en el piso. Su única mano solo podía sostener el escudo, con la única intención de defenderse. Ya se había rendido, pero el soldado de la fe no le importaba en lo más mínimo.
Yo los ví... Y recuerdos saturaron mi cabeza. Esos recuerdos de la noche que nunca seré capaz de olvidar. Reconocí el miedo en el rostro del musgosos. El mismo miedo que sentí yo... y todos aquellos que no pudimos hacer nada.
La espada del soldado de la fe no conocía la misericordia, y su filo cada vez más endeble no dejaba que crear fracturas sobre el escudo del defensor. Pero dos manos son más fuertes que una, y eventualmente, su escudo ya no pudo ser sostenido. El musgoso yacía sobre el tayo de una enredadera, exhausto, mirándolo y pidiendo por misericordia. Una que el bastardo de la fe no le daría, con su espada en alto listo para acabar con su vida... Yo... No podía permitirlo.
A la edad de once años... con solo once años... abracé la rabia en mi interior. Todo las emociones negativas que la imagen de ver a Bocamatsu en llamas, a mi padre muerto frente a mis ojos, a mis amigos corriendo por sus vida. Todo... las hice mías. Salí del agujero en que me encontraba, y tomé la lanza del musgoso que ya hacía tiempo descansaba sobre el suelo, y su punta afilada se abrió paso entre el caparazón y órganos del soldado de la fe. Todo por la voluntad de mis manos y mis ansias de venganza.
El cuerpo muerto del soldado de gris cayó hacia un lado, y la lanza incrustada sobre su espalda siguió su trayectoria. El musgoso y yo nos miramos. Él impactado. Yo aterrado. Y mis nervios me obligaron a correr de regreso al agujero del cual había salido, aún ignorando la voz de quien sin darme cuenta había salvado. Y no volví a mirar atrás.
Un vez regresé a las cavernas, volvía a encontrar la paz a mi alrededor, pero el caos en mi mente aún seguía repercutiendo en mi consciencia. Había matado a alguien... No importaba el motivo o la culpabilidad, mis manos de once años habían sido manchadas con sangre... Y lo peor de todo... Era que nunca pensé haber hecho lo incorrecto... Sino todo lo contrario. Algo que no me dejaría dormir por unos cuantos días.
Tiempo después escuché las noticias. Los musgosos habían vencido. Y eso bastardos del Culto del Alma habían regresado del agujero del que salieron en Ciudad de Lágrimas. Pero el daño ya estaba hecho. La paz del reino había sido comprometida. La primera piedra había sido lanzada, y los cánticos de guerra retumbaban en los sueños. La era plateada que el Emperador Pálido había creado, se rompió en pedazos, así como este reino.
Yo, en cambio, seguí sin rumbo en estas tierras sin señor. El hecho de haber acabado con la vida de alguien no me afectó en lo más mínimo, y eso era algo que me sorprendía a mi mismo... Y no solo a mi.
Cinco días después del incidente de la batalla, yo me encontraba cazando por la periferia de Senderos Verdes. Pronto mi cuerpo necesitó más que solo bayas, así que tuve que ingeniármelas por mi cuenta, y una rama que afilé con una piedra fue mi primer intento de caza. Y jamás olvidaré la felicidad de cazar a mi primer Tik tik. Sin embargo, ese día, yo era la presa.
Un colosal ser salió de la nada. Era uno con la vegetación, y su cuerpo así lo había concebido. Enorme, poderoso, mortal. Uno que saltó encima de mí, como el cazador absoluto que era. Uno que portaba una enorme espada que jamás había visto en mi vida. Uno que me miraba desafiante, y aquel al que después llamaría maestro.
Me dijo que jamás tuvo un nombre realmente suyo, y ¨maestro¨ fue el apodo que optó cuando me acogió bajo sus garras. Me había estado observando desde la catástrofe de Bocamatsu, esperando porque alguien tan débil como yo muriese por la mano de la cruel vida. Pero eso nunca pasó. Sin embargo, aquel día que me vió acabar con la vida de ese soldado de la fe, comenzó a mostrar interés en mi. Siempre me estuvo observando, y cuando apareció frente a mi, y mi lanza se alzó ante que afloraran mis miedo, comenzó a reír satisfecho.
El maestro me acogió bajo su techo, un pequeño monasterio, ubicado en un pasaje olvidado del Sendero Verde. Allí me convertí en su pupilo, y fue allí donde me convertí en lo que soy. El maestro me enseñó a aceptar mi dolor y convertirlo en la más letal de mis armas. Las dagas no son más que una extensión de nuestros cuerpos, pero la verdadera arma es la intención de acabar con la vida de alguien más.
¨No matarás... si aquel producto de tu furia no lo merece.
No hurtarás... aquello que alguien más se ha ganado con sudor y esfuerzo.
No mentirá... a menos que tu contraparte no merezca la verdad.
No codiciará... nada que no sea realmente justo.
Tu hoja será un acto de misericordia, y tu que hacer, una consecuencia de la justicia.
Un cazador no hace sufrir a una presa, y toda alma merece un final limpio.
Soy la voluntad de la justicia hecha carne, y seré lo tan arrogante para aceptarlo.¨
Esas fueron sus palabras, y así fue como crecí. Un credo que se volvió parte de mi ser y mi voluntad. Y no me reuso a caer en la arrogancia de creer en lo que verdaderamente considero correcto. Ojo por ojo. Diente por diente. Una vida... a cambio de otra.
El maestro no era un mentor piadoso. Mi cuerpo colapsó tantas veces, que en ocasiones pensaba que estar vivo no era un regalo, si no un castigo. Durante siete largos años entrené duro. Sin descanso. Aprendí cada estilo de combate que el maestro estaba dispuesto a enseñarme. Estudié cada libro que el maestro estaba dispuesto a ofrecerme. Mi cuerpo creció fuerte, mi mente se desarrolló correctamente. Pero mi alma nunca pudo ser sanada.
Hace una semana cumplí los dieciocho. Hace una semana dejé de ser ese niño asustado, y me convertí en el cazador que el maestro había forjado en mí. Hace una semana, comencé mi camino en la búsqueda de la justicia que tanto anhelaba... Tanto como anhelaba la venganza.
Ahora, aquel que profanó el cuerpo de mi padre cortándole su cabeza, sufrió el mismo destino. Ahora, en mis manos portan la espada de mi padre, su legado. Esta, hermosa hoja azabache, que no soy digno de portar. Este terciopelo negro que mis dedos no son dignos de sujeta. Este legado que no soy digno de cargar. Y solo me pregunto...
¿Qué debería hacer ahora?
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El relato de Ghost concluyó, y una densidad abrumadora cayó con pesar sobre el ambiente. Ghost se mantenía pensativo, silente. Con la mirada posada con tristeza sobre la hermosa katana que ahora portaban sus manos, y su peculiar vaina de patrones escarlatas cual lava ardiente.
Bretta lo miraba, dudosa de que decir. Este no era el Ghost que recordaba. Este no era aquel niño alegre que tanto disfrutaba molestar a los demás, pero que siempre lo hacía a modo de burla. Aquel niño que siempre se metía en problemas, pero que no dudaba en brindarte una mano si estabas en aprietos. Aquel que en tantas ocasiones había alegrado sus días más tristes con sus ocurrentes comentarios. Aquel que siempre portaba una brillante sonrisa... Ese niño, había muerto.
— ¿Y que te pasó a ti? ¿Cómo han sido estos años? — Preguntó el varón, sacándola de sus pensamientos.
— No hay mucho que pueda decir. Los soldados del Culto del Alma nos tomaron como prisioneros. A mi, y a todos los que conocía. Todos niños e indefensos. —
— ¿Tus padres? — Preguntó Ghost con temor, pero el rostro decaído de Bretta y sus ojos tratando de mantenerse fuerte era toda la respuesta que necesitaba. — Lo siento... —
— En Ciudad de Lágrimas nos trataron como esclavos... Y muchos aún lo son. Al menos aquellos que han sobrevivido. A Quirrel no lo volvía a ver nunca más, cuando un escarabajo de finas prendas lo compró al esclavista. Y yo había servido al capitán Nokimura desde entonces. Esa ha sido mi vida en cadenas desde entonces. —
Una vez más, el silencio se apoderó del lugar, dejando en ambos un agónico momento de dolor. Bretta parecía mantenerse firme, como si estos 7 años de sufrimiento hubiesen forjado en ella un carácter duro e inquebrantable. Ghost, en cambio, permanecía con la mirada baja, incapaz de verla al rostro. Y así estuvo, hasta que una lágrima calló desde sus ojos hasta el suelo de madera.
Los ojos de Bretta se abrieron al ver a Ghost acomodarse frente a ella, solo para colocarse en una pose arrodillada de completa sumisión. El fantasma pegaba su frente al suelo, con sus manos justo debajo, implorando por el perdón de Bretta, quien no era siquiera capaz de reaccionar.
— Perdóname... — Sus palabras apenas eran capaces de salir de su boca por el lamento. — Perdóname por todo. Por no haber sido lo suficientemente fuerte. Perdóname por haber sido un cobarde. Perdóname por todo el dolor que mi incompetencia te ha causado. —
— Ghost-sama... Usted no tiene nada de lo que discul... —
— ¡NO ME LLAME ASÍ! — Su dolor explotó en su pecho, aún incapaz de cambiar la pose. — No merezco que me llames con respeto. No merezco que nadie me llame con respeto. Nunca lo merecí... No soy mi padre... No soy siquiera una sombra de lo que él una vez fue. —
Ver a Ghost en ese estado, hacía que Bretta se sintiese bastante afligida. No importase las circunstancias, parecía que Ghost simplemente no sería capaz de aceptar. Estaba roto... como una vasija hecha pedazos. Una que no sería capaz de contener nada en su interior, a menos que fuese reparada con voluntad.
— Muy bien... Si es su voluntad, así será, Ghost-san. Sin embargo, no puedo culparlo de algo de lo que no fue culpable. Lo que ocurrió fue una tragedia, que ninguno de nosotros habíamos sido capaz de detener... Y todos sufrimos por igual... Porque todo éramos igual de débiles... Eramos niños. —
La postura de Ghost se relajó un poco con esas palabras. Su espalda se alzó un poco, pero no su cabeza. Su mirada aún no era lo suficientemente fuerte para poder verla a los ojos. No con esas lágrimas que caían de estos.
— Y tienes razón... No eres tu padre... No eres la sombra de lo que una vez fue... No lo eres... y Nunca lo serás. — Palabras duras que calaban en el corazón de Ghost. — ¿Y sabes por qué? —
Esta última pregunta fue un total imprevisto. Tanto, que el dolor del pecho de Ghost fue derrotado por su duda, alzando la cabeza y encarando a quien tenía delante al fin. Solo para toparte unos ojos tan cristalinos como los suyos, al borde de las lágrimas por la misma impotencia que él sentía.
— ¿Sabes por qué? — Bretta preguntó una segunda vez, pero Ghost solo pudo negar con la cabeza, pues su garganta era incapaz de gesticular palabras en ese momento. — Porque tu eres Ghost. —
— Y eso... ¿Qué significa? —
— Eso el algo que... solo tú puedes responder. —
