Everything in between es una historia adaptada al español / castellano. La original es de "Dark wings of imagination".


Miranda Priestly jamás irrumpiría en una boda.

Menos aún cuando el sacerdote anunciase el tan infame momento de «si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre», pero eso no significaba que se le impidiera asistir a la ceremonia. Sobre todo, cuando sabía que el novio estaría más que disgustado de verla allí y la novia -su único objetivo- se sorprendería lo suficiente como para quedarse sin palabras, quizá, incluso, justo en medio de los votos.

En la vida imaginó que se encontraría en una situación tan ridícula, pero nunca pensó que se preocuparía por una ayudante y mucho menos que se sentiría perdida, traicionada, desesperada y con el corazón roto cuando dicha ayudante la abandonó en plena Semana de la Moda de París.

Por un momento, antes de salir del coche, se preguntó si había perdido la cabeza y por qué demonios se le había ocurrido irrumpir en la boda, pero la novia no era otra que Andrea Sachs y solamente el recuerdo de su rostro, que no había visto en meses, pero que había echado mucho de menos, fue razón suficiente para seguir adelante con esa tontería.

En cuanto puso un pie dentro de la iglesia pudo verla, con un precioso -aunque, evidentemente, no era un Vera Wang ni ningún otro diseño de alta costura- y sencillo vestido de novia. Pensándolo bien, la única razón por la que parecía bonito era porque Andrea lo llevaba y sintió una punzada de arrepentimiento por no haber estado allí para ver cómo recorría el pasillo nupcial. «Pero eso puede esperar hasta que sea yo quien la espere en el altar», pensó.

Mientras se pavoneaba hacia la primera fila de asientos, le pareció extraño que nadie se hubiera fijado en ella, o si lo habían hecho debían suponer que era una invitada tardía. Probablemente estaban más concentrados en la ceremonia que en ella. Sin embargo, justo antes que pudiera encontrar un sitio libre, Andrea giró la cabeza y sus miradas conectaron al instante.

Fue como si nunca se hubiera separado, tanto en lo profesional como en lo personal. La calidez y las lágrimas no derramadas de los ojos marrones hacían centellear también los gélidos ojos azules de Miranda. Se tomaron su tiempo para estudiarse, como si no supieran nada la una de la otra -cuando en realidad sabían todo lo que podían, dada su relación anterior de jefa/ayudante- y siguieron así hasta que el sacerdote se aclaró la garganta para, finalmente, sentir la mirada de los demás.

Recomponiéndose, Miranda siguió su camino hacia uno de los asientos.

La ceremonia transcurrió con normalidad, salvo por las miradas no tan sutiles que Andrea le dirigía y que ella le devolvía con su infame sonrisa mientras esperaba, como diciendo "aquí estoy".

Y eso fue exactamente lo que hizo Miranda, esperar. Aunque a cada minuto que pasaba empezaba a preocuparse por haber cometido un gran error. Cuando estaba a punto de levantarse e irse, Andrea había hablado y las palabras que salieron de su boca definitivamente no formaban parte de los votos.

«Antes de continuar, yo... sólo necesito un minuto» dijo temerosa mientras bajaba, rápidamente, los pocos escalones que la separaban del altar y se dirigía hacia donde estaba Miranda. Toda la iglesia se congeló y la cara de enfado de Nate sirvió para calmar los nervios de la editora, al menos por un momento.

«Miranda, ¿qué haces aquí?», espetó la joven en cuanto estuvo cara a cara con su antigua jefa.

Al sentir la frialdad en la voz de la morena, ella respondió: «Bueno, intentaba ver cómo te casabas...».

Andy gruñó a la mujer de cabello plateado, «¿en serio, Miranda? Este no es el lugar, ni el momento, para el sarcasmo. ¿Por qué estás aquí?»

«Por la misma razón por la que interrumpiste tu boda y viniste a verme».

«¿Y por qué crees que lo hice?» la mirada escéptica de Andrea bastó para que Miranda se preguntara qué le había pasado a su dulce ayudante, pero entonces recordó París y bueno, habían pasado demasiadas cosas desde entonces.

«Porque te preocupas por mí, igual que yo me preocupo por ti» respondió con la mayor sinceridad posible.

«¿Qu-qué?» tartamudeó la chica sin creer lo que acababa de escuchar.

Miranda no pudo contener una pequeña sonrisa cuando se inclinó hacia el oído de Andrea y susurró: «Estaré en el coche. No tardes demasiado, ya te he esperado bastante».

Fiel a su palabra, dio media vuelta, salió de la iglesia, se dirigió al coche y entró en él. Contenta de no haber delatado su nerviosismo al hablar con su antigua ayudante, repasó su rápida interacción mientras esperaba no haberse equivocado acerca de los sentimientos de Andrea hacia ella.

Al parecer, Miranda Priestly podía soportar la decepción y el desengaño de cualquiera, pero no de Andrea Sachs.

Diez minutos más tarde, unos nudillos llamaron a su ventanilla y Miranda soltó un suspiro que no sabía que había estado conteniendo al ver la cara de la joven. Sin murmurar ni una sola palabra, la morena entró en el coche y se sentó al lado de su antigua jefa, poniendo distancia entre las dos.

Miranda se atormentó pensando que podía marcharse de nuevo, hasta que Andrea preguntó con el ceño fruncido: «¿Por qué?» «¿Por qué hoy?» «Tuviste mucho tiempo. Tuviste París…»

Se formó un silencio aún más tenso que la propia situación.

«Por el amor de Dios, Miranda, contéstame… ¿por qué ahora?»

Miranda desvió la mirada hacia el diminuto jardín de flores de la entrada de la iglesia mientras se explicaba: «Tardé bastante en darme cuenta de lo que realmente significabas para mí, Andrea. Cuando lo hice ya era demasiado tarde, además no pensé que me abandonarías en plena Semana de la Moda».

Andrea bajó la mirada tímidamente. «Bueno, lo siento por eso, pero después de lo que pasó no pensé que fueras a ignorarme».

«No te ignoré, hablé contigo todo el día» Miranda trató de defenderse, pero era muy consciente que así no habían sucedido exactamente las cosas.

«No. Me diste órdenes todo el día e ignoraste por completo la noche anterior». Respondió la morena, y sólo por un instante pudo jurar que había presenciado cómo Miranda se ruborizaba. «Te desnudé mi alma, te dije todo lo que siempre creí que no debía decirte porque, por unos instantes, pareciste interesada en escucharme. Cuando te dije que me importabas, no contestaste, pero sonreíste. Una sonrisa de verdad, y pensé "vale, al menos no va a matarme", pero entonces me besaste y pensé que estaba soñando. Era imposible que la mujer de mis sueños me estuviera besando. Pero no, era real. Aunque no duró mucho, porque al día siguiente volvías a ser "la Dama Dragón" y se me rompió el corazón».

«Pensé que al besarte dejaba claras mis intenciones, pero parece que no fue así».

«No, no lo fue, así que… ¿puedes decirme ahora cuáles son exactamente tus intenciones?» preguntó Andy esperanzada.

«Tal vez deberíamos continuar...» Miranda trató de sugerir que hablaran en otro lugar porque, después de todo -incluso si la pantalla privada entre su chófer y ellas estaba levantada- ¿cómo iba a tener una conversación tan importante dentro de un coche?

Pero la joven estaba muy decidida a tener respuestas.

«Ahora. Necesito escucharlo ya», exigió la morena.

Increíblemente, Miranda se lo concedió.

«Pienso compensarte de todas y cada una de las maneras por todo lo que he hecho. Quiero cuidarte, amarte y adorarte. Tú, Andrea, después de mis hijas, por supuesto, eres mi mayor debilidad. Te quiero. Estoy completamente enamorada de ti y tan cansada de luchar contra ello… - había esperanza, dolor y tanto amor cuando hablaba que casi no se reconocía a sí misma… - así que, dime que no te vas a casar con ese cocinero, por favor».

La súplica en su voz, y en sus ojos, hizo que Andy quisiera llorar. La visión de la mujer que amaba, tan rota y enamorada, hizo que su corazón se ablandara y su respuesta fue la única correcta.

«No me voy a casar con él. Por fin sé que mis sentimientos son correspondidos y no puedo dejar pasar la oportunidad».

«¿Estás segura?». La duda sobre si su sueño podía hacerse realidad seguía ahí, pero cuando Andy ahuecó sus mejillas, se inclinó hacia ella y la besó -breve y dulcemente- sus temores se esfumaron.

«Tú, Miranda Priestly, eres fuego y hielo. Y todo lo que hay en medio. No podría estar más enamorada de ti de lo que ya lo estoy. Así que... sí, estoy segura», respondió Andy mirando a los profundos ojos azules de su antigua jefa antes de besarla una vez más.

«Roy, llévanos a casa» ordenó Miranda, pero una mirada a sus manos entrelazadas le dijo que ya estaba en casa.

Fin.