Cuando las hermanas se dieron cuenta, aún con el shock y el nerviosismo recorriéndolas, Anna cubrió a Elsa en acto reflejo para que pudiera vestirse, pues esta aún se hallaba desnuda entre sus brazos.
Elsa aún en su poca reacción logró hacerlo. Cuando terminó, bajó del escritorio del despacho y se puso al costado de su hermana, todo eso sin separarse de su lado.
Sus miradas se encontraron y un silencio brutal embargó la estancia, luego de unos segundos aquel hombre mayor que fuera su mano derecha tomó la palabra, su rostro lo dijo todo, no podía creer lo que sus ojos acababan de presenciar.
- ¿Así que por eso era el tratado? – cuestionó con semblante decepcionado - ¿Por eso estaba tan desesperada por desligarse de la Corona?
- Señores escuchen…
- ¿Escuchar qué? ¿Qué puede decirnos que justifique tal aberración? – arremetió nuevamente el señor del consejo
- La amo. – soltó Anna con una seguridad que no supo de dónde sacó. Elsa al sentir la seguridad de sus palabras también arremetió sin ninguna intención de dejarse aminorar – Es cierto, nos amamos. – En ese momento, la tomó de la mano fuerte para mostrarle que no estaba sola.
- ¿Amor? ¿Escucharon señores? ¡Amor! - Su antigua mano derecha no salía de su asombro - Esto no es amor, es una aberración, algo impuro - acotó - incesto en toda la palabra.
- Ustedes no entienden. – soltó la menor al borde de la histeria, aferrándose aún más fuerte a la mano de su hermana, aquello no podía estarle pasando, no después de todo lo que había luchado, de todo lo que había hecho.
- Ya entendimos lo suficiente – acotó - Envíen misiva a Corona - habló con dureza, luego ordenó con semblante serio a los demás miembros del consejo - Firmen la revocatoria junto al sello real para anular el tratado inmediatamente, no habrá otra reina en Arendelle. - vio a las hermanas con severidad.
Cuando los demás lo escucharon, no dudaron en obedecer la orden e inmediatamente salieron de la oficina.
- ¡Ustedes no pueden hacer eso! – explotó Anna, no podía ser – Ese tratado tiene mis firmas… tiene mi…
- Usted ya no tiene ni voz ni voto – arremetió nuevamente – No después de lo que se atrevió a hacer.
- ¡No! ¡Ustedes no…
- ¡SILENCIO! – bramó fuerte golpeando el escritorio. Ante eso, Anna quedó taciturna y furiosa en su lugar. Sabía en el fondo que no tenía opciones.
Lo sabía, por lo que al notar tal firmeza, sus manos no hicieron más que aferrarse a las de Elsa con más intensidad que antes para darse fuerzas, para apoyarse ambas, para estar junto a ella.
Era lo que más le importaba ahora.
- Señores - vio ahora al capitán de la milicia y a los que quedaban del consejo. - ¿Que procede? – habló dando entender lo evidente - ¿Qué hacemos con ellas?
Ante esa cuestión, empezaron a debatir entre todos. Las hermanas solo miraban con incertidumbre y rabia aquel panorama manteniéndose juntas. Fueron largos minutos, hasta que un miembro del consejo tomó la palabra.
- Propongo que sean desterradas – acotó – No podemos permitir que Arendelle las pueda seguir teniendo aquí, sería una burla.
- Desterrarlas sería muy sensato – interrumpió esta vez el capitán de la milicia, aquel hombre mayor que había servido por años desde el reinado de su difunto abuelo. Era el más recto, frío, soberbio y radical de todos. – Si las desterramos ellas volverían a estar juntas y nosotros no podemos ser partícipes de esta aberración – dijo fríamente. – Yo propongo separarlas, de ese modo nos aseguramos que esto no vuelva a ocurrir.
Al culminar con sus palabras y ver el rostro de los encargados notando su asentimiento con voto a mayoría, se dieron cuenta, finalmente había un veredicto.
- Bien - habló el que ahora estaba a cargo de la corona - Ya está decidido entonces - articuló con dureza - Guardias.
- ¡No! – En ese instante ambas hermanas se aferraron aún más la una a la otra – ¡Ustedes no pueden separarnos! – vociferó furiosa la pelirroja – Ustedes no…
- Confiamos en usted majestad - le dijo su antigua mano derecha con semblante amargo - Yo confié en usted - recalcó, Anna pudo ver la decepción en sus ojos - Y usted lo único que hizo fue burlarse de nosotros, manipularnos a su antojo para sus fines personales, utilizó a su pueblo y eso - la vio duramente - Es una falta muy grave a la corona.
- ¡USTEDES NO VAN A SEPARARME DE ELSA! – Gritó furibunda, temblorosa y desesperada. Su ser quería seguir luchando, se negaba a aceptarlo.
Ante aquel grito, pudo sentir las manos de la rubia helar con ahínco, entendiendo que se hallaba en la misma situación que ella.
Segundos después, sus ojos fueron testigos de cómo el despacho se llenó de un hielo intenso y como los presentes se asustaron al verse acorralados de ese modo. En esos pequeños segundos que se distrajeron Elsa lo supo, era ahora o nunca. Ya había estado separada de ella por mucho, habían pasado por tanto, que no iba a pasar de nuevo.
No iba a quedarse a ver como la alejaban de su lado. No iba a quedarse sin Anna. Su hermana había hecho mucho por su persona, había luchado a su manera, ahora ella debía ser fuerte. Era su turno.
- Corre - fue lo único que articuló, para luego salir corriendo cuales prófugas, agarrándola fuerte y creando un muro de hielo para separarlas del resto. Anna a pesar de su desesperación optó por seguirla, apretando fuerte su mano y aferrándose a ella.
- ¡Agárrenlas! - ordenó el capitán al verse burlado. A medida que avanzaba la persecución, notó que los poderes de la rubia no cesaban. Por el contrario, se incrementaban más, por lo que no le quedó de otra que convocar a los soldados y a la fuerza mayor con las espadas para poder detenerlas.
Pero eso a Elsa no le importaba, menos a Anna, a esas alturas ya no les importaba nada, ellas solo querían escapar, querían estar juntas. Corrían hacia el fiordo con la intención de alcanzar el agua, agarrar a Nokk y, de esa manera, perderlos de vista finalmente.
Aquellas púas no dejaban de dispararse, y ellos solo eran humanos, debían defenderse de algún modo. En el camino, aquel hielo punzante causó estragos sin querer y parte de los guardias quedaron derribados.
- ¡Alto en nombre de la ley Elsa! - pidió aún a la lejanía el capitán - ¡Deja de atacar! ¡Estás haciendo daño! ¡No lo hagan más difícil!
Pero la platinada no escuchaba. Contrario a eso, sus púas de hielo arrasaban, causando más estragos a los guardias, a la gente que osaba en alcanzarlas. Una última púa logró alzarse, y con ello, logró dejar inconsciente a un soldado de la guardia general. Fue ahí cuando el capitán se cansó. Era suficiente.
No iba a permitir más daño, y por más princesa que fuera debía detenerla. A pesar de haberla perdonado en el pasado, sabían de lo poderoso que su poder podía llegar a ser. No podía darse tales lujos.
Convocó a uno de sus guardias más ágiles y este corrió apuntando una flecha, una flecha que cayó con puntería, logrando darle directo en su costilla, dándole con la fuerza suficiente como para debilitarla, justo cuando tocaron el agua, justo cuando Elsa iba convocar a Nokk para escapar junto a Anna.
Aquello la hizo caer de rodillas, bajoneando su poder, no se sentía para nada bien. La sangre empezó a brotar y Elsa comenzó a retorcerse, lanzando un gemido de dolor.
- ¡Elsa! – Anna al verla en ese estado sintió enloquecer. Pudo ver la flecha atascada en su costado y como la sangre comenzaba a correr sin tapujos – Vamos Els… tu puedes… - le levantó el rostro – Mírame… no me dejes. – suplicó con lágrimas en sus ojos y la instó a mirarla. Pudo notar que Elsa la observaba con amor y el semblante decaído, respiraba agitadamente.
- Sal de aquí. – ordenó con las pocas fuerzas que le quedaban
- No, no voy a dejarte – volvió a juntar sus frentes con la de ella, su pecho latía duro y sus manos intentaban aplacar esa sangre que no dejaba de correr. Las lágrimas de la pelirroja no cesaban – Te amo Elsa… te amo por favor no…
- ¡Sal de aquí Anna! – ordenó, alzando la voz.
- ¡No voy a dejarte! – Anna se aferró más a ella - ¡Te amo maldita sea! ¡No me pidas que…
Al ver la terquedad de la menor y que los guardias estaban a nada de ellas, con las pocas fuerzas que le quedaban convocó a Nokk y la empujó a su lomo aun en contra de su voluntad. Anna al sentirlo quiso zafarse, pero sintió un hielo fuerte aprisionarle sus muñecas al cuerpo de aquel equino.
- ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Elsa suéltame!
- No voy a perderte Anna, no de nuevo. – soltó Elsa con firmeza en su poca visión. Al cruzar miradas con su equino, le dijo unas últimas palabras antes de caer en la inconsciencia – Sácala de Arendelle – ordenó sin despegar las frentes con Nokk – Manténganla a salvo.
- ¡No Elsa! – Anna intentaba zafarse furiosa, con las lágrimas salientes de su rostro en total ansiedad, sin poder decir nada más que solo gritar en voz alta. - ¡Elsa!
Nokk al escucharla acató la orden e inmediatamente se la llevó. Solo había un lugar a donde podía llevar a la pelirroja, y tanto ella como Nokk lo conocían perfectamente.
Los gritos de Anna no cesaron, pero Elsa ya no pudo decir nada más. La sangre corrió de tal manera que sintió caer, su corazón latió cansinamente y sus piernas le fallaron. Lo último que sus ojos pudieron ver antes de cerrarse fue a los soldados rodearla, ya no pudo sentir nada, se había desplomado por completo.
