Cuando los rayos de sol tocaron Arendelle, la primera en abrir los ojos fue Elsa. Eran apenas las seis de la mañana, pero ella ya estaba despierta. Cuando giró su cuerpo, se dio cuenta que Rapunzel estaba con ella, y su mente, recordó lo de anoche, en especial su promesa.

La promesa que la castaña le había hecho.

Su corazón latió fuerte de solo pensar que ese día vería a Anna, y su mirada, logró perderse por unos instantes hasta que escuchó el bostezo de la castaña interrumpirla. Fue algo que le sacó una gran sonrisa, pues esta tenía las mismas mañas de su hermana al levantarse, hasta en eso la recordaba.

- Buen día Elsa – apenas logró estirarse – Vaya dolor de cuello…

- Hola Rapunzel…

- ¿Cómo amaneciste? – preguntó al verla por fin levantada - ¿Ya estás mejor?

- Sí, me duele menos... tu poder es fantástico – articuló sin poder evitarlo, de haberlo hecho con la manera tradicional probablemente habrían tardado más.

Aunque aún había estragos, estos no eran nada comparados a los de ayer, el poder de la castaña había hecho maravillas en su cuerpo.

- Pues gracias – respondió con una sonrisa - ¿Estás lista? – preguntó refiriéndose a Anna, sabía que Elsa lo esperaba con ansias.

- Sí.

- Ok, mandaré a traerla entonces – dijo suavemente – Dime dónde está.

- ¿Puedo ir? – preguntó, aunque claro, sabía de sobra la respuesta.

- No – dijo con tono maternal y preocupado – Ya te he dicho que tienes que curarte.

- Ya...

Ante ese último intento, no le quedó más que decirle el paradero de su hermana y esperar con más ansias de las que ya tenía. Aquel lugar, era una de las tantas cabañas recónditas que tenía el bosque encantado y que ella usaba para desaparecer cuando se sentía perdida.

Tan solo ella y los espíritus sabían de su existencia, por lo cual, antes de que los guardias partieran ante el nuevo veredicto de la reina, convocó a Gale, sabía que él los guiaría.

Al ser un viaje largo, a la castaña no le quedó más que calmarla en lo que quedaba del día, pues entendía sus ansias, todo lo que sentía. No era para menos, Elsa ya quería verla.

La mañana pasó largo y tendido, y, luego de una larga espera, unos pasos desesperados resonaron en la recámara de la rubia, encontrándose finalmente. Era Anna.

Su Anna.

- Elsa… - susurró la pelirroja con los ojos vidriosos y el corazón latiéndole a mil. Elsa, al verla, se conmocionó de tal forma, que olvidándose por un momento de Rapunzel, corrieron y se abrazaron.

Sus labios se besaron con ansias, habia necesidad, demasiada necesidad. Era demasiado tiempo sin la otra.

- Dios mío… Elsa…- Anna no dejaba de besarla, de llenarla de afecto, de abrazarla anhelante, de llorar mientras continuaba con sus atenciones, como si con eso, pudiera reconstruir aquel corazón que la había extrañado tanto.

Elsa, por su parte, se dejaba hacer compartiendo sus lágrimas. Era un tacto que había extrañado muchísimo - ¿Cómo estás? – preguntó la menor entre sollozos, empezando con sus tantas preguntas, y es que tenía dudas… muchas dudas.

- ¿Todo en orden? – continuó con ansias contenidas - ¿Y los del consejo? – empezó a querer divagar soltando a diestra y siniestra las incógnitas - Ellos…

- Anna cálmate…– Elsa trató de apaciguarla, aunque claro, ella era la menos indicada para eso – Ellos ya no tienen lugar aquí... – besó de nueva cuenta sus labios – No ahora que está Rapunzel.

Cuando Anna giró el rostro ante su respuesta, se dio cuenta que ahí estaba la castaña, pero había estado tan desesperada por ver a su hermana que no se había percatado siquiera de su presencia, aun así, esperaba que no la culpara del todo.

Ella era importante, la quería es verdad, más que todo por todo su apoyo y por lo que ahora ameritaba su presencia, pero luego de haber estado tanto tiempo lejos, sus ojos solo tenían cabida para una sola persona, Elsa.

- ¿Y tu costilla? ¿Estás bien? – preguntó nuevamente en aquella verborrea desesperada sin desprender su mirada preocupada. Aquel último suceso había sido la principal causa de su total angustia en esos días - ¿Tú estás bien?

- Sí, Anna – musitó la platinada con el mismo semblante, olvidándose por un momento de todo. No quería preocuparla tan pronto – Ahora que tú estás conmigo estoy fantástica.

- Mi Els… oh dios mío…

Luego de aquella frase ambas volvieron a besarse, a pegar frentes, a abrazarse fervientemente, como si con eso pudieran calmar aquella tormenta que habían pasado por no tenerse. En el toque de sus labios había anhelo, necesidad, amor… todo el amor del mundo.

La castaña, por su lado, solo las observaba con todo el cariño del mundo, manteniéndose en silencio. Era un momento digno de retratar. Aquello, aunque fue hermoso, duró poco, pues instantes después ingresó Gerda con más vendajes. Tal acción, fue un acto que logró descolocar por completo a la pelirroja, abriéndole paso a su última duda, una duda que había olvidado por el calor del momento.

¿Qué había pasado en todo ese tiempo?

- ¿Qué está pasando? – La burbuja en la que se hallaba segundos antes se vió rota, el solo ver a su hermana siendo cambiada de vendajes hizo que su cuerpo se tensara – Porque…

Cuando sus ojos presenciaron todo eso, Anna no pudo evitar alarmarse. Su corazón empezó a latir violentamente y su respiración a agitarse. Elsa, por su parte, solo se dejaba hacer. Pudo notar que, a diferencia de antes, esta le esquivaba la mirada.

- ¿Qué ha pasado Rapunzel? – cuestionó esta al borde del colapso cuando vio los gestos de su hermana.

- Solo es un cambio de vendajes Anna – dijo tranquilamente intentando quitarle esos nervios que ahora afloraban en su ser - Quédate con Elsa, ¿sí? Ella te…

- No. – Su intuición la hizo ponerse en guardia e inmediatamente se acercó para ver bien el panorama. En efecto no había estragos, pero si había ligeras marcas que sanaban, eso le estrujó el corazón. ¿Qué le habían hecho a Elsa?

- ¿Qué rayos ha pasado? – preguntó volviendo a ver a su hermana - ¿Elsa? – su cuerpo volvió a tensarse y su ser se halló nuevamente al borde del colapso al ver que no obtenía respuesta.

- ¡Elsa!

- Anna cálmate – Rapunzel intervino, sabía que tarde o temprano iba a terminar enterándose.

- ¡No! – Anna empezó a temblar. Elsa pudo ver que estaba nerviosa y que sus ojos volvían a empañarse. – ¡¿Veo todo esto y quieren que me calme?! ¡¿Cómo es posible que hayan sido capaz de…

- Rapunzel ya lo dijo, Anna... – susurró la platinada viéndola apenas – Solo…

- ¡No mientas! – Anna gritó y la vio con los ojos vidriosos al borde del llanto. Elsa pudo notar su angustia, su dolor, su furia en sus palabras, la entendía, pero… ¿Cómo le decía eso? No podía.

- Anna…

- Voy a matar a ese infeliz – Contestó encolerizada. Su mente había encajado inmediatamente piezas de lo acontecido y de quien podía llegar a ser, ya que gracias a su antigua posición, conocía a cada hombre, al consejo, al capitán, su corazón ya le había dado la coartada - Lo juro.

Cuando ambas mujeres vieron sus facciones y determinación a pesar de sus lágrimas, supieron inmediatamente que debían detenerla. No podían dejar que cometiera tal locura, no después de todo lo que les había tocado padecer, de todo lo que habían vivido juntas.

Ambas se alarmaron, sobre todo Elsa, esta quiso pararse, pero aún le faltaban algunos vendajes, fue ahí donde la castaña intervino.

- Elsa calma – pidió la castaña – Iré yo.

- Pero Rapunzel… Anna…

- Deja, voy yo.

Cuando quiso rechistar a su petición ya no la encontró, está ya había salido tras su hermana, quien, a esas alturas, ya había desaparecido. Elsa por su lado, estaba preocupada, su corazón le latía durísimo pensando en el peor escenario, eso no podía darse, no… eso no podía darse.

Por su parte, la castaña aceleró el paso y logró ir detrás. Pudo ver que Anna la esquivaba, que se hallaba desesperada, furiosa, ansiosa, llorosa, buscaba algo, no entendía que, no logró asimilarlo, hasta que notó cómo sacaba una espada a la fuerza de uno de los guardias que estaban patrullando la zona, aquello mientras su cuerpo se dirigía hacia una sola dirección.

Las mazmorras.

Eso alarmó el doble a la castaña, no podía dejar que llegara lejos, era su amiga, pero debía protegerla, hacerla entrar en razón, ser fuerte por ella.

- Anna deja eso. – Ordenó la actual reina.

- Déjame Rapunzel… – habló apenas la pelirroja, botando sus lágrimas de la rabia y del dolor que sentía. Sus pies bajaban a paso determinado – Solo déjame.

- No. – La voz de la castaña fue determinante – No voy a dejar que hagas eso.

- ¡Suéltame! – Forcejeó con el rostro empapado de lágrimas al ver que la detenía en la puerta de aquel lúgubre lugar - ¡Ese desgraciado debe pagar por lo que le hizo a mi hermana! ¡Es un desgraciado infeliz, es un...

- Él ya está pagando.

- ¡No es suficiente! – bramó con rabia – Tú no entiendes… tú no…

- Sí, sí logro entenderte Anna – soltó la castaña agarrándola más fuerte, abrazándola, deteniéndola con todas sus fuerzas. Pudo sentir aquellas gotas que caían y la respiración agitada de su pecho – Sé que has estado separada de ella, que la amas, que probablemente con esto quieras redimir tu ausencia – continuó – Pero matándolo no conseguirás nada, créeme no lo harás.

- ¡Pero ese desgraciado la tocó! - vociferó nuevamente con todos los sentimientos a flor de piel - ¡El no merece piedad alguna! ¡Tiene que morir… tiene que… - A ese punto la rabia y la ansiedad la calaban enteramente.

En sus días con juicio, aquello era una opción que jamás en su vida hubiese considerado, sin embargo, el solo ver así a Elsa, la dejó sin armas.

- Sí, merece eso y más – cortó su oración, dándole por su lado – Pero si lo matas sabes bien lo que acontecerá después en consecuencia por tus actos – articuló, manteniendo el semblante - Sabes bien que Elsa no estará tranquila después de eso ¿Entiendes de qué hablo? – En ese momento, le levantó el rostro intentando que entrará en razón. - ¿Lo entiendes, Anna?

- ¡Sí, pero él…

- ¿La amas? – La pregunta descolocó a la pelirroja

- ¡Eso no tiene nada que ver!

- Sí, sí tiene, respóndeme ¿La amas?

- Rapunzel…

- Solo responde.

- ¡Maldición sí! ¡La amo más que a mi vida! – respondió en un grito sin chistar, en un grito que se escuchó por medio palacio. Fueron palabras que salieron de su boca con toda la seguridad del mundo a pesar de sus emociones y de sus lágrimas...lágrimas que ahora la desbordaban y la privaban de palabra – La amo tanto que …

- Entonces hazlo por ella.

Al escuchar aquello, su corazón se estremeció entendiendo finalmente todo. Su mente lo analizó de tal forma, que, luego de unos segundos, cayó de rodillas soltando aquella espada que tenía en manos, aquella espada que tocó el suelo de un tirón cargando con su ira, sus ansias… sus acciones contenidas.

Su sollozo seguía, y su ser, se dio cuenta que no podía, no podía por más que su sentir se lo gritara, por más que este se lo increpara.

Se dio cuenta que, anteriormente, había actuado con la cabeza caliente al tocarla de esa forma. Y que sus consecuencias, la habían hecho sufrir en ese espiral que hasta ahora recordaba. La había perdido aquella noche, no podía volver a perderla de nuevo cometiendo tal locura, no podía perderla después de lo que su hermana se había atrevido a hacer solo por amarla, sólo por mantenerla a salvo.

No, no podía…Elsa la necesitaba.

Cuando levantó la mirada luego de decir aquella significativa y ferviente frase, notó que Elsa estaba parada justo tras la castaña. Al parecer, no había podido quedarse quieta, y por lo que denotaban sus ojos vidriosos, anhelantes y llenos de amor, se dio cuenta que había escuchado esas últimas frases. Aquello, hizo que conectara con ella de una manera inimaginable, que conectara con su dolor, sus sentimientos, sus lágrimas, y sobre todo, con la razón de su actitud.

Solo era Anna y sus ganas de protegerla, no podía culparla.

Su Anna… su pequeña Anna.

Al verse a los ojos de esa forma, Anna sintió desplomarse en llanto, no pudo, tenía que descargarlo todo, la rabia contenida por no poder hacer nada más que solo ver a ese infeliz con vida, su aflicción y las acciones que le gritaban su furioso corazón.

Y solo por Elsa…solo por ella.

- Rapunzel déjanos solas – pidió Elsa. Ante ese mandato la castaña asintió y salió del lugar.

Cuando al fin quedaron en soledad en la entrada de aquel lúgubre lugar, Elsa corrió para cobijarla en su pecho y abrazarla fuerte. Su corazón latía fuerte por las palabras que había escuchado segundos antes, aquellas palabras que la complementaban aún más de lo que ya estaba ahora que la tenía.

- Anna… - Verla de ese modo fue tan contagiante, que terminó quebrándose ella también – Mi Anna…

- Lo lamento, Elsa…- gesticuló sollozante, aferrándose a su pecho y botando todo a través de sus lágrimas – Lo lamento no pude contenerme, yo no…

- No te disculpes – dijo apegándose a ella, entendiéndola por completo – Ya pasó ¿Me oyes? Ya pasó… - se afianzó más a su agarre, acunándola, dejando que botara todo lo que tenía contenido – Mi amor…

- No vuelvas a exponerte así – pidió desesperada, aprisionandose más a su pecho, aquello como si su vida dependiera de eso, como si su vida dependiera de Elsa. La mayor pudo sentirlo en su necesitado tacto - No vuelvas a separarme de ti de ese modo, yo no puedo estar sin ti… - volvió a decir con las palabras cortadas por el llanto - No concibo mi vida sin ti.

- Fue un bien necesario cariño... – respondió sin poder contener sus lágrimas tampoco.

Aquellas palabras, le recordaron aquel suceso como un deja vu, pues ella también había terminado en la misma posición aquella última noche en Corona luego de decirle lo mismo. Toda deseosa y anhelante por su amor y por su ser.

Cosas de la vida.

- Ahora finalmente estaremos juntas – culminó, sintiéndose una por sus últimas palabras, finalmente pudo entenderla -, ya nada podrá separarnos.

"Juntas".

Aquello resonó de tal forma en su cabeza, que cuando Anna levantó el rostro para verla, la besó con ansias, bebiendo deseosa de sus labios, dejándose llevar por el calor del momento.

Elsa, al sentirla, le correspondió sin poder evitarlo y, en ese instante, no solamente sus bocas se unieron, sino también sus cuerpos, sus corazones, sus pechos cansinos luego de haber luchado tanto, sus lágrimas, esas que ahora representaban una historia, un dolor, pero sobre todo, que habían valido cada momento ahora que ya podían tenerse, ahora que finalmente estaban juntas, ahora que finalmente eran libres.

- ¿Juntas? – preguntó Anna al separarse de aquel demandante beso. Mantenía el rostro anhelante después de oírla. Era algo que, sin duda, había calado en su ser, en su cabeza y en su corazón.

- Sí Anna… juntas.