Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.
Capítulo 17
Nueva Vida
"Una cosa que no puedes esconder
es cuando te sientes paralizado por dentro."
~John Lennon~
El sol se ponía a la distancia, ocultándose detrás de los pinos que rodeaban nuestro lago. Los rayos impactaban la superficie del agua, centelleando y reluciendo, cegándome con su luz. El cielo era una mezcla de rosa y violeta. Bajé las gafas de sol sobre mis ojos, apartando la vista de la escena que tenía frente a mí para mirar al libro abierto frente a mí. No era un libro ordinario. No, de hecho, era todo lo contrario. Era un diario, un diario que pertenecía a mi abuela.
Había tomado uno de los diarios que parecían más nuevos para leer primero, con la intención de descubrir si Nana había escrito algo sobre la muerte de mi padre. El diario me engañó. No era nuevo. La cubierta de cuero estaba limpia y bien cuidada, pero el diario en sí tenía más de cuarenta años. Comencé a dejarlo a un lado para agarrar otro, pero dudé en soltarlo de mi firme agarre. Mis pulgares pasaban las páginas. Me sentía transportada, ya no me encontraba en una terraza construida por mi corpulento y bigotudo padre.
El diario me llevaba a un tiempo diferente; una era diferente. Todo lo que me rodeaba lentamente se esfumó, incluso el calor sofocante y la humedad que permanecía en el aire, encrespando los mechones de cabello que se habían soltado de mi moño desaliñado. Estaba fascinada con el pasado, y con un Mississippi muy diferente. Miraba al mundo a través de los ojos de mi abuela.
Nana hablaba de gallinas y cerdos que vagaban por el patio, de porches delanteros desvencijados, y de un corredor cubierto que te helaba los huesos en el invierno. Ella escribía sobre la libertad de moverse por el aire en el columpio que colgaba sobre el arroyo cerca de su casa, un alivio dulce y poco común después de su tiempo trabajando en los campos de algodón. Leí sobre sus hermanas roncando a su lado en la cama estrecha que todas compartían. Me reí suavemente por la emoción que sentía por la plomería, ya que ya no tenía que salir con ropa abrigada para usar el baño exterior en invierno.
Mis ojos recorrían las páginas, absorbiendo rápidamente cada palabra. Las asimilaba, pasando de una página a otra hasta que finalmente encontré un fragmento que hizo que mi corazón se acelerara.
6 de mayo, 1962
Querido diario,
Ayer fue un día muy extraño, diario, porque ayer conocí a un hombre. No es cualquier hombre. Es el hombre más hermoso que he visto jamás.
Mi hermana menor, Nita, escuchó un rumor de que algunos chicos se juntarían esa tarde para nadar en el río. Me pidió que la acompañara, alegando que algunos de nuestros compañeros de clase también estarían allí. Sabía que ella solo estaba buscando una excusa para mirar a unos chicos. Nita tiene quince años y está loca por los chicos. ¡Si tan solo mamá y papá pudieran escuchar las cosas que salían de su boca! ¡Papá seguramente la golpearía con la correa!
No puedo culparla por ansiar una distracción. Estos son tiempos oscuros y lúgubres. Dios sabe que todos necesitamos un poco de alivio de la tensión que se acumula en el sur. Las personas, personas increíbles, se están uniendo para lograr un cambio, pero las cosas se ven sombrías, Diario.
Se suponía que las escuelas se desegregarían hace ocho años, pero no ha habido ningún cambio aquí. La segregación, aunque ahora es ilegal, continúa, y con ella vienen las duras realidades de la ley local. Tenemos un sheriff y un ayudante de sheriff que cubren todo en nuestro condado. No solo son pocos en número, sino que rápidamente miran hacia otro lado ante las injusticias que nos rodean.
Dos veces esta semana, unos hombres han marchado en silencio por la calle principal, ondeando sus banderas y luciendo horribles disfraces blancos que me aterran. Sus ojos se asoman a través de los dos agujeros negros, haciéndolos ver como demonios del infierno. Raramente logro dormir bien por la noche.
Para no pensar en estas cosas, finalmente cedí, acepté la idea de Nita, y caminamos hacia el río. El cielo era una extraña mezcla de nubes y sol. El aire crujía a nuestro alrededor y ambas lo mencionamos, sintiéndonos un poco desequilibradas al caminar por el camino polvoriento, ebrias ante la perspectiva de espiar cuerpos masculinos.
Cuando llegamos al río, notamos que los chicos no eran chicos locales en absoluto. Los chicos que nadaban bajo el puente no eran conocidos para Nita ni para mí. Tuve un poco de miedo, Diario, porque estos son tiempos extraños y están sucediendo cosas extrañas a nuestro alrededor. Parece que últimamente le temo a todo.
Los chicos nos vieron de pie en la orilla cubierta de césped. Salieron del río, riendo y sonriéndonos. Mis mejillas se sonrojaron. Jamás había visto a unos chicos con tan poca ropa. Giré la cabeza, jalando del brazo de Nita, tratando de alejarla de la orilla, pero ella estaba allí de pie como un bulto en un tronco. Cuando volví a levantar la mirada, fue cuando lo vi.
Fue entonces que vi a Peter Cullen por primera vez.
Lo primero que noté fue su cabello. El cabello de este hombre era del color de la melaza cuando las nubes bloqueaban el sol, pero ardía como fuego a la luz del día. Sus ojos no eran ni verdes ni marrones. Eran una mezcla de ambos, con pequeñas motas de oro cerca del interior, del color de la avena silvestre.
Sus manos estaban húmedas por andar por el río, y ásperas por recoger algodón. Sé esto porque, cuando subió la colina, empapado y con tan poca ropa, tomó mi mano y presionó sus labios contra mi piel. ¡Esos labios! Eran del mismo color que los rosales de mamá, y tan suaves como los pétalos que caen de las flores. Su voz era cálida y oscura con secretos no dichos.
Él no es un chico ya que es un hombre, Diario. Es mayor que yo e igual de pobre. Mamá y papi no lo aprobarían.
No puedo encontrar la fuerza dentro de mí para alejarme de este hombre, Diario. Cuando me tocó, se sintió extraño, como si una corriente cálida recorriera mi cuerpo, congelando mi sangre, pero quemando mis huesos.
Él también lo sintió. Ni bien su mano tocó la mía, él se convirtió en una estatua, mirándome como si viera la luna por primera vez.
Todo mi ser no es más que una suave pluma de ganso, flotando lánguidamente en la brisa; pacífica y ligera, flotando y libre. Nadie me alejará de este hombre.
Nadie.
Cerré el diario y lo dejé en la mesa cercana, frotándome los ojos doloridos con el dorso de mis manos. Respiré entrecortadamente y miré hacia el cielo repentinamente oscuro. La luz del patio parpadeaba mientras leía con entusiasmo el diario de Nana, pero no lo había notado en ese momento.
Las palabras de mi abuela eran inquietantes. Jamás la había escuchado hablar de tal manera. Ella era típicamente jovial y, a veces, cruda. Saber que ella tuvo sentimientos tan románticos por un hombre era extraño, por decir lo menos, como si estuviera leyendo los pensamientos más íntimos de alguien que nunca había conocido.
Una sensación extraña de familiaridad invadió mis venas mientras leía los fragmentos, escritos con la letra descuidada e infantil de mi abuela. Los sentimientos que ella describía en su diario me eran muy familiares. Eran exactamente los sentimientos que me invadían cada segundo que pasaba con Edward.
—¿Encontraste algo? —preguntó una voz sedosa, mezclada con curiosidad.
Le eché un vistazo a la cubierta de cuero marrón del diario, encontrándome con los ojos de la voz masculina. Allí se encontraba, apoyado contra las puertas de vidrio corredizas abiertas. Sus ojos eran el color de la vida, y solo infundían calidez y consuelo en mi alma. Las palabras de mi abuela pasaron por mi mente mientras la luz del exterior brillaba en el cabello desordenado de Edward, haciendo que los mechones cobrizos brillaran bajo su resplandor. Su voz estaba llena de preocupación, pero sus ojos eran ligeramente divertidos mientras miraba mi expresión conmovedora.
—Acabo de leer el primer encuentro de Nana con tu abuelo —admití, levantando el diario y agitándolo débilmente en el aire.
La diversión desapareció de su rostro y fue reemplazada por un ceño fruncido. Apartándose del marco de la puerta, cruzó la corta distancia entre nosotros y se sentó en la silla frente a la que me encontraba.
—¿Cómo fue? ¿Su primer encuentro? —preguntó, estudiando mi rostro con ojos cuidadosos y cautelosos.
—Eléctrico —susurré, incapaz de contener el entusiasmo por la primera vez que nuestros abuelos se conocieron.
Edward sonrió, sus labios se curvaron hacia arriba y sus ojos brillaron. Me preguntaba si estaba recordando la primera vez que nos conocimos, en una pequeña iglesia. Debía hacerlo, porque la sonrisa desapareció cuando volvió a hablar.
—¿Algo sobre Charlie? —preguntó en voz baja—. ¿Sobre mi padre?
—Todavía no —admití, colocando el diario sobre la mesa y levantando otro—. Pero pronto. Lo siento en mis huesos.
~DSDW~
—Me tomaré unas vacaciones —le dije a mi abuela al día siguiente, mientras dejaba mi enorme cartera en el estante cerca de la puerta trasera de la pastelería—. Alice y yo iremos a visitar a nuestra madre en Birmingham. Nos iremos por la mañana y nos quedaremos hasta el domingo.
Las cejas oscuras de Nana primero se dispararon hacia arriba en su frente y entonces se arrugaron en confusión ante mi voz exigente. Rara vez pedía un día libre, mucho menos pedía vacaciones. Ciertamente nunca mencioné mi deseo de ver a mi madre, y nunca hablé con mi abuela con un tono tan brusco.
La fascinación que sentía al descubrir las palabras escritas de Nana al conocer a Peter Cullen abruptamente se esfumó cuando me di cuenta que el único diario después de ese terminaba antes de la muerte de mi padre. Abandoné mis lecturas esa noche y finalmente caí en un sueño inquieto e intermitente. Edward ya se había ido a casa para ese entonces, conduciendo un vehículo que había tomado prestado de un amigo.
—Puedes hacer que la tía Maggie y la tía Sarah trabajen en nuestro lugar —expliqué, refiriéndome a nuestras dos tías que trabajaban a tiempo parcial y nos cubrían a Kate, Alice y a mí durante el año escolar—. No les hará daño hacer algo, considerando que no han trabajado, mucho menos hecho algo más productivo, durante todo el verano.
Nana se encogió ante mi tono brusco. Busqué en mi bolso, saqué un sobre manila grande y ligeramente arrugado, y se lo puse en las manos. La tensión incrementó en la habitación, flotando a nuestro alrededor en olas furiosas e invisibles. Presioné los labios entre sí con amargura. El sobre de Aro temblaba en sus manos, y sus ojos azules avergonzados buscaron los míos en una pregunta.
—Sí, lo sé —dije, respondiendo a su pregunta no formulada mientras jalaba un delantal de donde colgaba en la pared y lo ataba alrededor de mi cintura—. He leído parte de tus diarios y todos los papeles de Aro. Sé sobre la aventura. Sé quién es el padre biológico de Aro. Sé que James Cullen asesinó a mi padre.
—Bella —dijo con voz rota—. Tienes que entender...
—Sí lo entiendo —interrumpí, mirándola a sus ojos sorprendidos—. Quiero decir, creo entender parte de ello. Eras joven. Te enamoraste de un hombre que no debías amar. Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es cómo pudiste mantener el asesinato de mi padre en secreto. ¿Cómo pudiste proteger a Aro? ¿Es por la culpa que sientes de que él sea producto de tu vergonzoso secreto?
—Tengo miedo —admitió, bajando sus ojos arrepentidos—. ¿Puedes comprender lo que es estar aterrorizada de tu propio hijo? No creo que puedas hacerlo, Bella.
—¿Por cuánto tiempo has tenido el sobre en esa caja fuerte? —pregunté, inclinando la cabeza a un costado mientras sus ojos volvían a subir para encontrarse con los míos.
—Desde después de la muerte de tu padre —murmuró, sus ojos llenos de agonía mientras veía mi rostro enrojecer—. Aro me lo trajo y me dijo que lo mantuviera a salvo.
—El día que te llevé al hospital, estabas loca —dije, respirando profundamente para tranquilizar mis nervios frenéticos—. Creías que te estabas muriendo. ¿Es por eso que me diste la caja fuerte? ¿Era tu manera de alguna forma hacer lo correcto por mi padre? ¿Al dejarme todo esto?
—Sí pensé que me estaba muriendo —admitió en voz baja, avergonzada—. Bella, lo siento. He sido muy egoísta.
—¿Podemos dejar de hablar de esto? ¿Por ahora? —pregunté con voz tranquila y tensa, furiosa por todo el aprieto en el que todas estábamos.
Mi abuela asintió lentamente. Bajó la mirada hacia el sobre que tenía en sus manos y luego volvió a mirarme a los ojos.
—Todo está allí —expliqué—. Sé que Aro lo está buscando. ¿Necesitas el resto de las cosas que están en la caja fuerte también? No he tenido tiempo de terminar los diarios ni de revisar el resto de los documentos.
Nana negó con la cabeza y aferró el sobre en sus manos temblorosas. Kate entró en la habitación, mirándonos a los ojos de manera sospechosa. Una sonrisa malvada apareció en sus labios color cereza mientras miraba fijamente a nuestra abuela antes de salir. Solo unos segundos después, escuché la vieja canción familiar sonar a todo volumen en su teléfono.
—¡Zooooorra! —gritó Kate—. ¡Eres una zooooorra! ¡Dije que eres una zooooorra!
Los ojos de mi abuela se entrecerraron al mismo tiempo que la vulnerabilidad desaparecía de su rostro. Frunció un poco los labios. Le lanzó una mirada fulminante a una Kate sonriente, quien había asomado su cabeza rubia de vuelta en la habitación.
—¡Se necesita una para reconocer a otra! —espetó Nana.
Entonces Nana se fue arrastrando los pies, enfadada. Sus zapatillas blancas rechinaron contra el suelo duro. Desapareció en su oficina, cerrando la puerta de un portazo, y haciendo que Kate estallara en carcajadas. Puse los ojos en blanco ante mi prima grosera mientras se reía y regresé a trabajar. Mis ojos se posaron en la puerta de la oficina de Nana donde estaba escondida; ella y el sobre de su hijo.
Solo podía esperar que Aro no se diera cuenta de que alguien conocía el contenido de ese sobre, o el hecho de que los Cullen y yo teníamos nuestras copias de sus pequeños y sucios secretos, gracias a la fotocopiadora de la oficina de Carlisle Cullen.
~DSDW~
Al principio, mis llamadas a mi madre fueron inútiles. O bien estaba ignorando mis llamadas, dejando que el teléfono sonara constantemente hasta que llegara el buzón de voz, o simplemente las rechazaba. Me negaba a dejar un mensaje de voz suplicando su dirección. No quería nada más que decirle cosas molestas e hirientes al silencio que recibía después de cada pitido irritante, pero sabía que no me llevaría a ninguna parte con mi madre. Necesitaba su dirección. Necesitaba el elemento sorpresa. Lo último que quería era que Renée Swan tuviera una pista de nuestros planes de visitarla en Birmingham.
Después de llamarla por horas sin parar, y evitar la mirada abatida de mi hermana, finalmente cedí, dejándole un mensaje de voz y mintiendo descaradamente.
—Hola, mamá —murmuré con voz irritada—. Recibiste un cheque de la oficina de seguridad social por correo. Pensé en enviártelo, pero no tengo tu dirección, y estoy bastante segura de que todo esto es solo un error de su parte. ¿Por qué enviarían un cheque por correo en vez de depositarlo en tu cuenta como siempre? Ya que no contestas el teléfono, simplemente llamaré a la oficina de seguridad social y aclararé todo. Adiós.
Mi teléfono comenzó a sonar casi de inmediato. Alice y yo intercambiamos una mirada triste mientras dejaba que cada llamada fuera directo al buzón de voz. Finalmente, el teléfono emitió un sonido y presioné el botón de mensaje junto con el de altavoz. La voz furiosa de mi madre llenó el aire, maldiciendo, al principio, antes de volverse dulce y suplicante. Dejó una dirección cerca del final del mensaje y me rogó que le devolviera la llamada.
—Creo que la odio —susurró mi hermana con una voz muerta y sin emoción.
Alice era solo un fantasma de lo que solía ser. En los días posteriores a la revelación del contenido de la caja fuerte, había hecho poco más que dormir. Lo único que le había interesado eran las piezas de joyería que habíamos descubierto en el joyero de Nana. Un collar con una llave elegante y antigua colgaba de su delgado cuello. Su diminuto cuerpo parecía incluso más pequeño, y sus huesos presionaban contra su pálida piel. Extendía la mano, tomando sus pequeñas manos frías en las mías, y les di un gentil apretón.
—Creo que yo también, hermanita —respondí, dándole una sonrisa rota.
Pasamos el resto de la noche empacando tristemente nuestras maletas. Partimos hacia Birmingham al día siguiente.
~DSDW~
Nuestro viaje a Birmingham fue largo, tranquilo, y sin incidentes. Me recosté contra Edward en el asiento trasero del Cadillac de Carlisle, disfrutando de la frescura de los asientos de cuero debajo de mi solero y la manera en que las manos de Edward tendían a vagar por mi cuerpo.
Leí el diario de Nana durante todo el trayecto. Fue un dulce escape de mirar a Jasper, que estaba conduciendo, mirar sombríamente a mi hermana a su lado. El rostro de ella estaba presionado contra la ventana y veía con una mirada vacía a los árboles verdes que pasaban a toda velocidad mientras avanzábamos por la carretera.
Me quedaba absorta con cada encuentro entre mi abuela y Peter Cullen. Ni una sola vez ella había mencionado a otra mujer, y comencé a darme cuenta que mi abuela inicialmente no sabía nada del matrimonio del hombre con la abuela de Edward.
Entristecida por la idea de que mi abuela de dieciséis años fuera engañada por un hombre de veintiún años muy casado, cerré el diario y lo dejé a un lado. Me dije a mi misma que lo leería más tarde y me quedé dormida en los brazos de Edward
Me desperté una hora más tarde cuando Jasper detuvo el Caddy en el estacionamiento de un hotel elegante. Carlisle tuvo la amabilidad de rentarnos dos habitaciones para nuestra visita a Birmingham. Era un poco demasiado elegante para mi gusto, con techos altos y candelabros lujosos y brillantes, pero no le presté mucha atención. Estaba demasiado concentrada en encontrar a mi madre y pensando en mi pobre abuela como para que me importara algo más.
No nos tomamos el tiempo de desempacar nuestras pertenencias antes de emprender marcha una vez más en busca de nuestra madre. Jasper ingresó la dirección en el GPS y la voz robótica nos indicó cada giro y cada vuelta. Veinte minutos después, llegamos a nuestro destino.
A Renée no le estaba yendo tan mal. De hecho, el vecindario parecía bastante bonito, considerando que había intentado aparentar ser una indigente la última vez que hablamos.
El complejo de apartamentos estaba hecho de ladrillo rojo y decorado con hierro forjado negro, tenía tres pisos de altura y estaba ubicado en un vecindario decente. Había una bonita cascada de rocas cerca del frente del complejo, que arrojaba agua azul clara. Los niños chapoteaban alegremente en una piscina cercana, escondida entre los diferentes edificios. Flores alegres y arbustos verdes brillantes rodeaban los edificios. El coche de mi madre estaba estacionado cerca, cubierto por una fina capa de polen amarillo.
Alice y yo dejamos a Edward y a Jasper en el coche, a pesar de sus deseos. Subimos los escalones hacia el apartamento de nuestra madre, compartimos una última mirada y nos turnamos para golpear la puerta. No hubo ningún sonido de movimiento en el interior, ninguna señal de vida. Eventualmente bajamos las escaleras y encontramos a nuestros chicos. Estaban apoyados contra el Caddy y nos miraban mientras nos acercábamos.
—Ella no está en casa. —Alice se encogió de hombros, atrapando el labio inferior entre sus dientes.
—Quizás llegará a casa pronto —Jasper le aseguró, jalando su pequeño cuerpo hacia sus brazos ligeramente marcados por cicatrices—. ¿Quieres esperar dentro del coche?
Me estremecí ante la idea de sentarme en un coche por horas y horas, esperando a mi madre. Echándole un vistazo a Edward, noté un parque al otro lado de la calle. Era bonito y verde, lleno de personas sonriendo y riendo.
Edward siguió mi mirada y me sonrió. Sugirió un paseo por el parque, y Jasper rápidamente aceptó. Mi hermana permaneció en silencio, pero permitió que Jasper la acurrucara contra su costado mientras cruzábamos la calle y entrábamos al parque. Nos dividimos en pares y acordamos encontrarnos cerca de una gran fuente en dos horas. Jasper y mi hermana desaparecieron en la distancia.
Edward y yo caminamos tranquilamente por el parque, disfrutando de todo lo que nos rodeaba. La tensión de las últimas semanas se disipó lentamente, y me encontré sintiéndome casi como una persona normal. Encontré consuelo cuando su mano se deslizó en la mía. Era relajante, la manera en que paseábamos fácilmente por el parque. Solo era Bella, relajándome con mi novio, Edward. No era una Swan y él no era un Cullen. Solo éramos nosotros mismos, disfrutando del tiempo que teníamos a solas con el otro.
—Es hermoso aquí —le dije a Edward, levantando la mirada para encontrarlo mirándome con una sonrisa torcida en su rostro—. ¿No es bonito? Casi me hace olvidar que estamos en una ciudad enorme.
—El paisaje es espectacular. —Sonrió, acercándome para besarme, deslumbrándome con sus suaves y húmedos labios.
Mientras caminábamos tomados de la mano por el brillante y exuberante césped verde en el parque, un destello de cabello castaño rojizo captó mi atención. Era el color del cabello de mi madre.
Allí estaba ella, sentada al pie de una colina empinada, bajo la sombra de un arce plateado. Tenía las piernas dobladas debajo de ella y se sentaba sobre una colcha de retazos. La colcha también era familiar; era una que mi abuela, mi abuela materna, que nunca conocí, hizo a mano. Era una de las muchas cosas que mi madre se llevó consigo cuando se fue de Mississippi.
A su lado, había una cesta de mimbre para picnic, al igual que un hombre apuesto y joven. Los dos estaban charlando y echaban la cabeza hacia atrás al reírse de vez en cuando. Incluso desde la distancia, veía el brillo en los ojos de mi madre, un brillo que me resultaba extraño y desconocido para mí. Estaba feliz, parecía joven, libre y liberada de las preocupaciones de la vida. Un destello de celos me atravesó el pecho y pinchó mi corazón.
El hombre también era desconocido. La compañía masculina de mi madre parecía estar a principios de sus treinta años con cabello rubio, piel bronceada, y una complexión delgada y atlética. Vestía una camiseta de equipo y jeans.
El hombre extendió la mano y colocó un mechón de cabello de mi madre detrás de su oreja. Ella le devolvió la sonrisa con cariño, mostrando los dientes. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que nunca había visto a otro hombre, aparte de mi padre, tocar a mi madre de manera tan íntima. Jamás la había visto responder de tal manera, incluso con mi padre. La vista debilitó mis rodillas, y me incliné hacia Edward en busca de apoyo, pero eso no fue lo más doloroso que vi ese día.
Lo más doloroso que vi fueron unas niñas rubias de ojos azules, de unos cuatro años, jugando felizmente cerca de la manta.
Mi madre sacó un par de cajas de jugo de una pequeña hielera que se encontraba cerca. Le habló a las dos querubines, con una suave sonrisa en su rostro, y ellas abandonaron la pelota con la que jugaban para tomar entusiasmadamente las cajas de jugo. Mi madre entonces se turnó para pasar sus dedos por los suaves rizos rubios, mirándolas con adoración.
Nunca había comprendido por completo la definición de "corazón roto" hasta ese momento. Era como si alguien me hubiera hecho un agujero en el pecho, hubiera agarrado mi corazón, y lo hubiera arrancado de mi torso. En mis oídos resonaban silbidos, como un tren que se precipitaba por las vías. La palabra "reemplazada" se repetía una y otra vez en mi cabeza.
Reemplazada, reemplazada, reemplazada.
—Esa es mi madre —susurré, mientras Edward estudiaba mi apariencia mortificada.
—¿Quién es ese con ella? —preguntó, apretando con fuerza mi mano en la suya.
—No tengo idea —admití—. Encuentra a mi hermana, Edward, antes que vea esto. Por favor.
Mi pedido salió suave y roto. Sentí la mirada indignada de Edward en la parte trasera de mi cabeza mientras cruzaba el césped verde y exuberante en dirección a mi madre.
La felicidad me rodeaba. Los niños reían y jugaban, persiguiéndose entre ellos en un juego de encantados. Parejas jóvenes sonreían y reían, inclinándose hacia el otro con ojos brillantes y corazones palpitantes. Un hombre y una mujer mayores estaban sentados en un banco del parque compartiendo tranquilamente su comida, cómodos en su silencio después de años de amor y compromiso.
¿Y yo? Yo estaba furiosa.
Renée no notó mi furiosa llegada, no hasta que estuve prácticamente cerniéndome sobre ella en la manta de mi abuela. La felicidad desapareció de su rostro y sus ojos se abrieron de par en par con horror. Dos rostros gemelos y redondos me miraban con abierta curiosidad, sus mandíbulas trabajaban lentamente en los sándwiches de mantequilla de maní y mermelada que mi madre tan cariñosamente les había preparado. El hombre miró de mí a mi madre con el ceño fruncido.
—Hola, madre —espeté, sonriente cuando su rostro palideció.
—¿Madre? —dijo el hombre, riéndose ligeramente mientras mis ojos pasaban de los de mi madre a los suyos.
—Lo siento, cariño —dijo con una sonrisa apologética—. Debes estar equivocada. Renée no tiene hijos.
Renée no tiene hijos.
Renée no tiene hijos.
Renée no tiene hijos.
Las palabras se repetían una y otra vez en mi cerebro, con una voz aguda y cantarina. De repente, me resultaba muy difícil respirar, y no tenía nada que ver con la humedad y el calor sofocante que se arremolinaban a mi alrededor. Mi garganta estaba cerrada y mi pecho estaba a punto de explotar. Mi mente era una banda elástica, estirada y jalada hasta el punto de romperse. El rostro de Alice apareció en mi mente, pero no fue en Alice en quien me convertí.
Me convertí en Kate.
—Saca a estas niñas de aquí antes de que las joda —le gruñí al hombre desconocido.
Un pequeño jadeo se escapó de sus bocas en ese momento. Mi madre comenzó a juntar los recipientes Tupperware llenos de comida, metiéndolos dentro de la cesta e indicándole a las niñas que dejaran de comer. El hombre comenzó a hablar en voz alta entonces, pero no podía escucharlo por encima del ruido de la locomotora que atravesaba mis oídos. En un ataque de ira, pateé un pan de mono que estaba delicadamente colocado en un plato cerca de las rodillas de mi madre. Pequeñas bolas de pan horneado se esparcieron por el césped. Un gran trozo de pan impactó a mi madre en su mejilla manchada de rojo. Una fina capa de glaseado blanco cubrió su rostro atónito e incrédulo. Las querubines gemelas comenzaron a llorar, sorbiéndose la nariz y jadeando.
No pude encontrar la fuerza para que me preocupara. Renée tenía suerte que estaban allí. Si no fuera por ellos y la multitud de personas que se reunían alrededor, muy probablemente la hubiera estrangulado.
—Maldita perra —gritó mi madre, finalmente volviendo en sí—. ¿Cómo te atreves a venir aquí a causar problemas? ¡Tengo una nueva vida! ¡¿Por qué simplemente no puedes quedarte en Mayhaw y dejarme ser?! ¡Has arruinado todo!
—¿Renée? —dijo el hombre tontamente, tomando a sus hijas que lloraban en sus brazos, mirando boquiabierto a mi madre.
—Lleva a las niñas al apartamento, Phil —le dijo mi madre con voz dura y con maldad brillando en sus ojos—. Te lo explicaré todo más tarde.
El hombre asintió, mudo y preocupado. Él y las dos niñas que sollozaban se alejaron tambaleándose, de la mano, por el parque. Desaparecieron en una multitud que estaba reunida cerca de una fuente. De repente, estaba sola con mi amargada madre.
Nos miramos la una a la otra por un largo momento, oleadas de odio emanando a nuestro alrededor. Fue su voz que finalmente rompió el silencio cortante.
—Jamás te quise —siseó mi madre, sonriendo cuando mi expresión se derrumbó por un momento antes de endurecerse una vez más. Sus ojos brillaban triunfantes y no dudé de sus palabras.
—¿Por qué crees que me casé con el idiota de tu padre? —preguntó, empujando el último recipiente en el cesto y poniéndose de pie para mirarme—. No fue por amor, eso es seguro. Me casé con él porque tenía que hacerlo. ¡Me casé con él porque me dejó embarazada de ti! ¡Si no fuera por ti, hubiera abandonado ese pueblo años atrás y hubiera seguido con mi vida!
—¿Te casaste con papá porque estabas embarazada de mí? —dije, las palabras saliendo cargadas de verdad y comprensión.
—Sí —espetó—. Alice fue planificada. Ella fue un plan mal concebido para sentir algo que no podía sentir por ti. Funcionó por un tiempo.
No era nada para esa mujer. No era nada más que una niña que ella nunca quiso de verdad, que nunca le importó. Años de resentimiento, dolor, y agotamiento se filtraron en mi ser.
—Te dejaré en paz —siseé, apretando los puños a mis costados y mirando furiosamente la sonrisa divertida en su rostro—. Puedes seguir con tu nueva vida y tu nueva familia, si me respondes una pregunta.
—Genial. —Sonrió, tranquila y serena, colocando las manos en sus caderas—. Escuchémosla así puedes seguir tu camino.
—¿Sabes algo sobre el asesinato de papá? —susurré, calmándome un poco ante el recuerdo del rostro amable y bronceado de mi padre y su bigote espeso—. ¿Sabes quién mató a mi papi?
La sonrisa de Renée desapareció y fue reemplazada por un ceño fruncido de sorpresa. Ella negó con la cabeza, entrecerrando los ojos. Por más que quisiera gritar a los cuatro vientos que sabía que James Cullen mató a mi padre, no lo hice. Fue una de las muchas peticiones de Carlisle que cumplí ese día.
—No, por supuesto que no. —Resopló, cruzándose de brazo e inclinando la cabeza—. ¿Por qué preguntarías eso? ¡No amaba al hombre, pero ciertamente no hubiera hecho que lo asesinaran!
—No dije que lo asesinaste —corregí, alzando una ceja cuando sus ojos se desviaron y se apartaron de los míos—. Pregunté si sabías quién lo hizo.
—No. —Resopló, inclinándose para tomar la manta, recogiendo el plato de pastel descartado y empujándolo en la canasta de picnic—. No puedo creer que tengas la audacia de venir aquí y preguntarme eso. Eres ridícula y patética, Bella.
—La única persona ridícula y patética eres tú —escupió una voz tranquila y fría.
Renée se enderezó, con la cesta de picnic en la mano, mirando atónita detrás de mí. Me di la vuelta y vi a Edward, que fulminaba con la mirada a mi madre. Su cabello era un desastre salvaje y sudoroso que se arremolinaba en su cabeza y brillaba bajo la luz del sol. Esos ojos verdes estaban negros y su cuerpo emanaba odio puro.
—¿Y tú quién eres? —exigió mi madre, pero su voz ya no sonaba furiosa y brusca, solo amargada y curiosa, y su mirada alternaba entre nosotros dos.
—Alguien que le importa tu hija —respondió hábilmente, evitando responder directamente su pregunta—. Algo de lo que no sabes nada.
La boca de mi madre se abrió, pero Edward siguió hablando, negándose a permitirle pronunciar una palabra.
—No mereces el amor de Bella —Edward le dijo a mi madre con voz fría, sus ojos color musgo brillando con ira—. Pero por alguna razón, ella sigue dándotelo libremente. Eres una patética y terrible excusa de madre. Un día será demasiado tarde. Ella, o Alice, ninguna de las dos, te esperará para siempre. Vamos, Bella. Salgamos de aquí. Cambié de parecer. Este paisaje de aquí es horrible.
Edward llevó sus manos a mi cintura, dándole a mi madre una última mirada fulminante mientras comenzaba a guiarme, pero me encontraba fija en el lugar. No había forma de que me fuera de ese parque, o de Birmingham para el caso, sin decirle adiós, de la única manera que podía considerar apropiada.
—Edward se equivoca —le dije con voz calmada, pero firme, ignorando la mirada sorprendida de Edward—. Ya es demasiado tarde. Ya no eres mi madre. Eres Renée Swan, alguien a quien preferiría no conocer. Terminé contigo. Cuando me de la vuelta y me vaya, me iré para siempre. No me llames, no vengas a casa, no envíes un mensaje mediante Alice o cualquier otra persona. De hecho, solo finge que Alice y yo ni siquiera existimos. Eso debería ser fácil para ti. Ya lo has estado haciendo durante casi diecinueve años.
Dolor y tristeza pasaron por su rostro, pero fue breve. Fueron reemplazados por una fría indiferencia. Mi madre frunció los labios y asintió, aceptando olvidarse de las dos hijas que no querían nada más que su amor, consuelo y comprensión a lo largo de los años. La miré por última vez, permitiendo que Edward me envolviera con sus fuertes brazos, y me prometí a mí misma que jamás permitiría que Renée Swan me volviera a lastimar.
~DSDW~
Mi hermana estaba en la habitación de hotel contigua, acurrucada en el abrazo de Jasper. Ella no había visto a mi madre pasar tiempo con su nueva familia, pero sabía que no podía mantenerlo en secreto. Cuando le conté sobre Phil, y las dos niñas que asumí que eran de él, su rostro se desmoronó un poco. Cuando repetí las palabras furiosas de mi madre, en una voz más suave, ella se derrumbó por completo. Afortunadamente, Jasper estaba a su lado.
Era extraño, estar de pie cerca, observando cómo otra persona la consolaba. La expresión en su rostro mientras ella y Jasper se miraban silenciosamente el uno al otro, sentados en la cama de hotel, me decía todo lo que necesitaba saber. Jasper había ocupado mi lugar en la vida de Alice, de alguna manera. Ella ya no necesitaba que su hermana mayor luchara sus batallas. Solo necesitaba el cuidado y el consuelo de un par de brazos bronceados y llenos de cicatrices.
Me quedé de pie junto a la ventana de nuestra habitación de hotel, tirando de un mechón de cabello y mirando hacia abajo, al intenso tráfico del centro. Me había dicho a mí misma que no lloraría por la indiferencia de mi madre hacia mí, pero mi corazón se reveló contra la obstinada voz dentro de mi cabeza. Una lágrima se abrió paso por el rabillo de mi ojo, deslizándose por mi mejilla y dejando una humedad salada a su paso.
Había estática en el aire y supe que él no estaba lejos. Su cuerpo pronto se presionó contra mi espalda y sus manos se deslizaron lentamente por mis brazos.
—Estoy aquí —susurró, hundiendo su nariz en mi cabello e inhalando—. Estoy aquí para ti. Por favor, no llores.
—Hazme sentir mejor —supliqué en un susurro, sonriendo levemente cuando su cuerpo se puso rígido contra el mío—. Hazme el amor, Edward. Hazme sentir mejor.
Ese simple pedido hizo que se endureciera contra la parte baja de mi espalda. Las manos de Edward abandonaron mis hombros y sujetaron mis pechos, pellizcándolos firmemente entre sus dedos. Mi cabeza cayó hacia atrás mientras un gemido entrecortado se escapó de mis labios. El rostro de Edward encontró la curva de mi cuello. Succionó y provocó mi piel con su lengua y sus dientes.
Me di la vuelta y le permití que me quitara el fino solero amarillo. Una risita abandonó mis labios mientras miraba mi sostén sin tirantes con desdén.
—Nunca deberías usar un sostén —resopló, deslizando la mano por mi espalda y desabrochando la horrible prenda interior, liberando mis pechos de sus estrictos confines.
Gemí cuando sus dedos jugaron con mis pezones endurecidos una vez más. Le quité la camiseta. Sus pezones oscuros se endurecieron contra el aire frío. Mi lengua trabajó en cada punta, recordando lo mucho que él lo disfrutó esa primera vez que hicimos el amor.
Los sonidos guturales de placer que salían de su cuerpo encendía en llamas mi vientre. Encontré la parte delantera de sus jeans, desabroché el botón, y bajé la cremallera. Mis dedos rozaron su dura polla mientras jalaba sus jeans y su ropa interior hacia abajo. Lo tomé en mi mano, deleitándome con la sedosa suavidad de su piel contra la dureza de debajo.
Edward gimió y siseó, embistiendo contra mí con cada movimiento de mi mano. Nos tambaleamos hacia atrás hasta la cama, todavía contoneándonos, todavía jadeando, ebrios de lujuria y anhelo, nuestros labios planteados unos contra otros.
Edward se apartó y sonrió, ahogándome con su sonrisa pecaminosamente seductora. Me empujó suavemente hacia la cama. Se quitó los pantalones y la ropa interior que seguían enroscados alrededor de sus tobillos. Mi espalda golpeó el colchón y reboté un poco. Sus ojos se posaron en mis pechos que se sacudían. Una mirada oscura y primitiva pasó por su rostro, y agarró los costados de mis bragas, rompiéndolas sin disculpas de cada lado. Jadeé cuando se abrieron y tiraron contra mi piel. Las arrojó sobre un hombro y sonrió ante mi rostro sorprendido.
—Tampoco deberías usarlas —susurró, con voz ronca e intensa.
Mis piernas se separaron. Las manos de Edward estaban en la parte interna de mis muslos y yo estaba deseosa, gimiendo y empujando mi pelvis hacia él mientras sujetaba mi piel, provocándome con sus caricias y sus ojos. No me dio lo que quería. Lo sonsacó, obligándome a anhelarlo, palpitante y húmeda, hinchada y excitada. Eventualmente, sus dedos encontraron el camino a casa entre mis piernas, deslizándose contra mi humedad, moviéndose alrededor de mi clítoris, pero nunca entrando en mi cuerpo.
Edward se arrodilló sobre mí, abandonando su provocación para ubicarse contra mi entrada. Me miró fijamente, ya no sonriendo. Su rostro era una máscara de seriedad mientras empujaba mis rodillas hacia atrás y presionaba dentro de mí, llenándome con su grosor. Giró sus caderas y jadeé ante las sensación, tan llena y estirada, sujetada por las fuertes caderas y el cuerpo firme de este hombre hermoso.
La cabeza de Edward cayó hacia adelante y sus labios se deslizaron a lo largo de mi cuello. Sus largos dedos se tensaron contra mi cintura mientras se movía dentro y fuera de mi cuerpo. Nos encontrábamos embestida tras embestida, cadera con cadera, enamorándonos cada vez más profundamente con cada respiración pesada.
—Tú eres la única, Bella —susurró, empujando profundamente dentro de mí, una y otra vez, enviando oleadas de placer por todo mi cuerpo—. Deberías saber eso. Eres la única, y siempre serás la única para mí.
Mi mente y mi cuerpo estaban aturdidos por la lujuria y el anhelo, luchando para procesar sus palabras. Había algo en sus palabras, en la manera en que las pronunció, que me decía que no estaba hablando de la relación que habíamos forjado los dos. No estaba bien. No podía ser verdad.
—Pensé que nunca me mentirías —jadeé, enredando mis dedos en su cabello y negándome a disminuir la velocidad, pero al mismo tiempo estaba paralizada de miedo.
—Jamás te he mentido —suspiró, apoyando su rostro, resbaladizo por el sudor, contra mi mejilla.
Las palabras en su aliento a miel me hicieron cosquillas en la oreja. Su lengua caliente recorrió desde mi cuello hasta mis labios. Gemí, llevando su boca a la mía. Las embestidas se volvieron más duras, más urgentes, más demandantes. Edward succionó mi labio inferior entre sus dientes, mordiendo ligeramente, haciendo que mis muslos se intensificaran inconscientemente contra los suyos.
—¿Puedo probar algo? —jadeó, frente húmeda contra frente húmeda, ojos verdes fijos en ojos marrones.
No podía hablar, no podía formular las palabras. El fuego ardía dentro de mí. Se extendió y quemó mi vientre hasta el punto de la tortura y la locura. Él sonrió cuando asentí con la cabeza, y rápidamente giró, poniéndome encima de él.
—Al igual que nuestra noche bajo las estrellas —dijo, mirando mi tatuaje antes de encontrarse con mi mirada una vez más.
La primera noche que Edward me tocó íntimamente pasó por mi mente. Lentamente comencé a moverme contra él mientras guiaba mis movimientos con su agarre. Piel contra piel húmeda, embestida tras embestida. Cuando sus dedos encontraron mis pechos y tiró de mis pezones, el pulso y la palpitación entre mis piernas se descontrolaron.
—Solo tú —me recordó, mirándome a los ojos apasionadamente mientras nuestros cuerpos se mecían el uno contra el otro.
Su nombre salió de mis labios mientras me acercaba mucho a mi clímax. Estaba al borde, no cayendo, pero ciertamente en camino hacia allí. Mi estómago se contrajo y una gota de sudor se deslizó entre mis pechos mientras el ritmo de nuestros cuerpos se incrementó.
Edward se levantó, con las manos todavía en mi pecho, y lamió la gota de sudor. Era tan sucio, tan erótico, especialmente cuando tarareó en señal de aprobación. Luego se tomó su tiempo para acariciar mis pezones con su lengua, dándoles tanta atención tanto a uno como al otro. Cuando sus dedos se deslizaron por mi cuerpo y su pulgar encontró su camino a casa, me desmoroné, gritando su nombre. Mi cuerpo se estremeció mientras montaba ola tras ola de placer.
Los dedos de Edward se enterraron en la piel de mis caderas embestía hacia arriba, bajando mi cuerpo con fuerza hacia el suyo. Caí hacia adelante, plantando mis labios contra los suyos, mordiendo y tirando, empujando y succionando. El calor llenaba mi cuerpo a medida que la fricción aumentaba y se profundizaba antes de transformarse en movimientos suaves. Me acercó a él al terminar, todavía dentro de mí, hundiendo su rostro en mi cabello.
Nuestros cuerpos estaban pegajosos, húmedos por el sudor y el sexo. Me quedé envuelta en él hasta que se volvió flácido y salió de mi cuerpo. El sol se posaba afuera, arrojando un cálido resplandor de luz a través de la ventana.
La confesión anterior de Edward pasó por mi mente. De alguna manera, después de todos esos años, nos habíamos reservado el uno para el otro. Quizás fuera intencionalmente de alguna manera, o quizás no. Estaba demasiado perdida en la gravedad de todo para cuestionarlo más.
—Un día, todo esto terminará —murmuró, rompiendo el silencio mientras sus labios pegajosos rozaban mi piel—. Aro, James, todo el desastre. Terminará. Cuando llegue ese día, me iré de Birchwood, y te llevaré conmigo.
—Tendremos una nueva vida —susurré en respuesta.
Edward no volvió a hablar. Simplemente asintió, acercándome más a él mientras exigía nada más que a mí a su lado. Su respiración se estabilizó mientras se quedaba dormido. Lo miré fijamente durante un largo rato, pasando mis dedos por sus mechones sedosos, presionando mis pulgares contra su mandíbula firme y con barba. Lo amaba.
La expresión rota de mi hermana pasó por mi mente, pero la dejé de lado. Diablos, me llevaría a mi hermana conmigo si fuera necesario. Cuando todo estuviera dicho y hecho, dejaría Mayhaw. Iría con Edward a la universidad. Iría con él a la luna si me lo pidiera. Estaba lista para que todo terminara.
No anhelaba nada más que una nueva vida; una nueva vida con Edward.
¿Será la última vez que veamos a Renée?
Gracias por leer :)
