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Abandona la esperanza.
Solo hay dos modos de salir.
Convertirte en el esclavo de un cliente frecuente o metido en un ataúd.
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Después de que su reunión con la mujer de cabello violeta terminara, un carnicero alto y flacucho condujo a Sasuke de vuelta a su celda, teniendo que encadenarlo de muñecas y tobillos para evitar que se escapara.
Sin embargo, antes de poder llegar al pasillo que los conduciría de vuelta, otro carnicero los interceptó, afirmando que alguien más había pedido la compañía del muchacho. Palideció y se sobresaltó.
Quizás por fin se cumpliría lo que tanto temía.
Encogiéndose de hombros, el carnicero flacucho obedeció las órdenes de su compañero, conduciendo al menor a otra habitación. Llegando al umbral de la puerta abierta, lo despojó de sus grilletes y lo empujó al interior, encerrándolo de nuevo.
Tragó saliva y se dio media vuelta. El corazón le dio un vuelco al encontrarse con un hombre, vestido solo con unos brillantes pantalones de cuero y sosteniendo en sus manos un látigo.
De pronto, este se movió veloz, sujetándolo de su pierna izquierda y arrastrándolo por el suelo hacia el sujeto. Fumaba un cigarrillo y hacía muecas de asco al verlo.
Moviendo de nuevo el látigo, lo estampó de una pared a otra, hasta dejarlo bocarriba en el piso de madera oscura. Sacando una navaja de uno de los bolsillos traseros del pantalón, se sentó sobre su abdomen y le perforó su camisa y su piel, escribiendo algo.
Sasuke trató de moverse, quitarlo, golpearlo y hasta rasguñarlo. Pero el maldito era más fuerte. Seguramente otro monstruo con la necesidad de ocultar su identidad, por las gafas negras sobre sus ojos.
Lo tomó de las muñecas con su mano izquierda, sin inmutarse, y colocó sus manos sobre su cabeza. El muchacho se resistía todo lo que podía, obligado a gritar de dolor con cada corte que le hacía en su torso.
Al terminar, el tipo se levantó como si nada y admiró su obra maestra. Sobre su camisa andrajosa, manchada con su sangre, y su piel, había escrito la palabra "muerte".
Sasuke estaba furioso. Y tratando de aguantar el dolor, más de lo que lo hacía, se incorporó y se dirigió al sujeto, levantándole el puño derecho para golpearlo en la cara.
Para su mala suerte, él fue más rápido, moviendo el látigo varias veces para ocasionarle más heridas, en sus piernas, en sus hombros, en sus brazos. E incluso en la mejilla derecha de su rostro. El muchacho cedió, cayendo de rodillas. Lamentablemente, ese solo fue el principio.
Rodeándolo en círculo, como un león a su presa, el hombre siguió lanzándole latigazos, cortando más sus brazos y su espalda. Incluso llegó un momento en el que pudo despojarlo del pedazo al que le llamaba camisa, deleitándose con la sangre que se derramaba por su musculosa piel blanquecina.
Movió de nuevo el látigo, esta vez, poniendo sus piernas como objetivo. Sasuke gimió de dolor, tumbándose de lado en el piso y aguantando cada golpe.
-¡Grita para mí! – ordenó el hombre. - ¡Si lo haces, te recompensaré!
Más latigazos lastimaron su piel. Aun así, él soportó. No le daría más placer del que ya gozaba. Si quería matarlo ahí mismo, era libre de hacerlo. Luego, como si su mente quisiera contradecirlo, recordó las sonrisas de Karin y la señora Mito.
Una descarga de adrenalina se apoderó de su espina dorsal. Y con todo en su contra, se levantó y dejó que el látigo se le enrollara en su brazo izquierdo, aferrándolo con todas sus fuerzas para que el hombre frente a él ya no pudiera usarlo.
Él sonrió. Dejó ir el arma y se acercó al joven, tomando su barbilla con los dedos de su mano derecha, para darle un tosco beso de lengua. Sasuke se apartó asqueado, quitándose la saliva de sus labios. Apestaba a tabaco.
-Si no te gustó tu recompensa, me da igual.
El sujeto se carcajeó y salió de la habitación. El muchacho lo fulminó con la mirada y lo maldijo en sus pensamientos, hasta que llegaron tres carniceros. Uno lo esposó y lo llevó a su celda y los otros se quedaron a limpiar el cuarto vacío. Ahora entendía mejor las palabras de la mujer de cabello violeta.
-Abandona la esperanza. – le sugirió el carnicero que lo escoltaba, metiéndolo con amabilidad en su celda. – Solo hay dos modos de salir. Convertirte en el esclavo de un cliente frecuente o metido en un ataúd.
Y tratando de no olvidar esas palabras, Sasuke comenzó su largo camino para estudiar el lugar a fondo, armando un plan para escapar. Mientras tanto, tenía que soportar diversas sesiones de fetiches raros o de tortura hechas por hombres o, en ciertas ocasiones, por mujeres.
Todos eran Monstruos, mostrando con orgullo sus siniestros ojos carmesí y sus colmillos. Creyó que no soportaría tanto tiempo. No obstante, a los carniceros no les convenía perderlo. Se había vuelto una mercancía popular por su resistencia.
Así que, cada que terminaba con heridas que le dificultaban la tarea de caminar por su cuenta; teniendo que ser llevado en brazos por un carnicero hasta su celda, una mujer rubia; protegiendo su rostro con una máscara blanca con franjas rojas en las mejillas y usando un largo vestido negro de mangas largas que la cubría hasta los tobillos, lo curaba con un poder extraño.
Salía de las palmas de sus manos y era una luz verde y cálida que cerraba sus cortadas en un segundo, metiendo a su interior la sangre alrededor. Como si fueran esponjas que la absorbieran. No hablaba de nada con ella, no tenía porque. Terminando su labor, se iba de la misma manera silenciosa en la que llegaba, similar a la de un espíritu errante.
Y al día siguiente, todo se volvía a repetir. Hasta que, en cierta ocasión, le tocó pasar tiempo con una mujer más desquiciada que las anteriores. No solo lo torturaba sin piedad; clavándole un cuchillo tras otro, atravesándolo en cualquier parte de su cuerpo para despojarlo por completo de su sangre.
También planeaba probarlo. Lamerlo completo hasta hartarse.
Sasuke, al darse cuenta, hizo lo que pudo para escapar de sus garras, abrazándose y quedándose pegado a las paredes. Para ese entonces, ya vestía un kimono azul oscuro, obsequiado por los carniceros al notar que solo disponía de unos pantalones malhechos como vestimenta.
Con cierta impaciencia, la mujer; bastante inmadura desde su punto de vista, usó sus poderes para someterlo ahí mismo, obligándolo a poner sus manos a los lados de su cabeza y separando sus piernas.
El muchacho no soportaría aquella humillación. Se negaba completamente a ser marcado de esa forma. Por quien sea, fuese hombre o mujer. Suficiente había tenido con el caballero pervertido. No quería más. ¡No tenía por qué aguantarse más!
Cuando la mujer finalmente cerró su distancia con él, ocurrió un milagro. Se elevó repentinamente, como si se hubiera lanzado a sí misma un hechizo, y salió disparada hacia el otro lado de la habitación, chocando brutalmente con la pared. Agrietándola y cayendo desmayada sobre una alfombra negra. Por lo tanto, su hechizo de monstruo se anuló, dejando al joven de pie.
Sasuke no sabía lo que había pasado. De lo que si estaba consciente, era que había despertado la furia del carnicero que custodiaba la habitación. En el instante en el que entró; viendo desconcertado unos segundos a la clienta, se aproximó a él como un huracán que lo destruía todo a su paso, para luego tomarlo con fuerza de su brazo izquierdo y bajarlo por unas escaleras de caracol, al final del lado derecho del pasillo de las habitaciones.
Como si no fuera suficiente con soportar las torturas de los monstruos, ahora también debía aguantar las de los carniceros. Llegando a un gran calabozo, fue despojando de su kimono; quedando en ropa interior, y encadenado de sus muñecas a unos grilletes que venían del techo, dejándolo parado de puntitas sobre el piso de ladrillos.
-"Puedo ver algo especial en ti". – recibiendo un latigazo tras otro en su espalda, recordó las palabras de la mujer de cabello violeta. - "Un secreto que ha estado escondido desde hace muchos años. Y que solo saldrá en el momento indicado".
Una vez que el carnicero terminó, lo soltó de las cadenas, permitiéndole arrodillarse... solo para derramar en sus heridas, un líquido de aroma penetrante que conseguía que le ardieran todavía más, obligándolo a soltar un aullido de intenso dolor.
Para su mala suerte, el carnicero no se detuvo ahí. Comenzó a patearlo. Primero en el costado derecho, tirándolo al piso. Luego en el estómago, en las costillas y en la espalda, haciéndolo bramar de nuevo de dolor.
En eso, cuatro carniceros entraron al calabozo de castigo. Dos sostuvieron a su compañero y los otros se ocuparon de levantar a Sasuke, colocando cada brazo sobre sus hombros y tomando su ropa; hecha jirones por su última clienta, para llevarlo de regreso a su celda.
-¡DEJENME MATARLO! – exigió el carnicero, de cuerpo obeso, tratando de liberarse. - ¡DEJENME MATARLO! ¡PAGARÁ POR LO QUE LE HIZO A LA SEÑORITA ICHIGO!
Desconocía cuanto tiempo había permanecido dormido después de esa horrible experiencia. Por fortuna, no estaba solo en su celda. Lo acompañaba la mujer rubia, ocupándose de curar sus heridas con la mágica luz verde que salía de sus manos.
Una lágrima cayó de su ojo derecho. La rubia, dándose cuenta, dejó de curarlo con su mano izquierda. La llevó despacio a su cabeza y acarició sus alborotados cabellos azabaches, sorprendiéndolo y haciéndolo llorar más.
Odiaba ese lugar. Odiaba a los monstruos que lo visitaban, que lo veían, que lo compraban por un rato, que lo torturaban hasta el cansancio, que le pedían favores obscenos por placer, que se atrevían a pensar que podían abusar de él.
Odiaba a los carniceros. Pero, más que nada, odiaba al estúpido caballero pervertido que lo metió en esa inmundicia. Si algún día volvía a encontrárselo, le devolvería el favor al torturarlo con la misma crueldad con la que ahora lo torturaban a él.
Con ese deseo brillando en su corazón y en sus pensamientos, sollozó y liberó más lágrimas de frustración de sus ojos, tapándolos con su brazo izquierdo, ya curado de sus heridas.
La mujer terminó su labor. Sin embargo, en lugar de marcharse, le dejó sobre sus piernas un nuevo kimono de color negro e hizo algo que no había hecho en ocasiones anteriores: tomarlo en sus brazos; ayudándolo a sentarse, y reconfortarlo con un abrazo.
-Te ayudaré a escapar. – le susurró en complicidad, deteniendo su llanto en seco. – Por haber herido a una clienta frecuente, considerarán la opción de ejecutarte. Tienes que huir antes de que eso suceda.
Escuchando como las bisagras de una puerta cercana chirriaban, la mujer se levantó. Acarició una última vez sus cabellos y se marchó.
Fin del capítulo.
