Capítulo 1: El encuentro bajo la lluvia

Por: Amy Black

Italia despertaba con una brisa suave aquella mañana, pero en la casa de Kojiro Hyuga, todo parecía estancado en el tiempo. El aroma del café recién hecho invadía la cocina, mientras los pasos ligeros de Anissa llenaban los pasillos de la casa. Con solo siete años, su risa era un antídoto contra la soledad que pesaba en el corazón de Kojiro.

Él la observaba desde la mesa, perdido en sus propios pensamientos. Las esmeraldas en los ojos de Anissa le recordaban, inevitablemente, a Abril, el gran amor de su vida y la mujer que se había desvanecido como un susurro entre sombras. Los años habían pasado, pero el vacío seguía ahí, atrapado en algún rincón del alma de Kojiro, como un fantasma al que no podía despedir.

—Papá, ¿puedo salir a jugar? —preguntó Anissa con una sonrisa radiante.

—Claro, cariño, pero no te alejes mucho y no te quites el impermeable —respondió él, intentando devolverle la sonrisa, aunque sus pensamientos estaban a kilómetros de distancia.

Mientras Anissa salía a jugar al jardín trasero, Kojiro se quedó inmóvil, el silencio de la casa resonaba con una intensidad casi opresiva. Pero esa tranquilidad se rompió de golpe cuando, de repente, el sonido del timbre lo sacó de sus cavilaciones.

Al abrir la puerta, el mundo se detuvo por un instante. Frente a él estaba Karl Heinz Schneider, su antiguo rival en juego y en el amor, el hombre que había marcado una época en su vida. Pero lo que más lo perturbaba no era su presencia, sino el motivo que lo traía hasta allí. Lo había temido por mucho tiempo.

Karl, con su cabello rubio empapado por la lluvia que empezaba a caer, lo miraba con una mezcla de seriedad y algo más profundo, un dolor latente que resonaba en sus ojos azules.

—Hyuga, tenemos que hablar —dijo con voz grave.

El tiempo pareció retroceder, llevándolos a aquellos días en los que la pasión y el amor lo eran todo. Abril, con su sonrisa rebelde y su espíritu libre, estaba en el centro de todo. Los recuerdos invadieron la mente de Kojiro, devolviéndole imágenes de los pasillos del colegio Toho, donde sus vidas se entrelazaron en un torbellino de emociones. Abril había sido su todo: su razón, su refugio, su caos. Pero también había sido el centro de un triángulo doloroso, en el que Karl había entrado sin pedir permiso.

Kojiro se apartó para dejar pasar a Karl, mientras el sonido de la lluvia en el techo se intensificaba. Ambos se sentaron en el salón, el ambiente cargado de una tensión que solo los años de secretos pueden crear.

—No voy a dar rodeos a lo que me trajo aquí… —comenzó Karl, secándose el agua de la frente—. He venido por Anissa.

El impacto de esas palabras cayó como una losa sobre Kojiro. ¿Por Anissa? El mundo de Kojiro tembló, como si el suelo bajo sus pies estuviera a punto de desmoronarse. Su hija era lo único que le quedaba, la única luz en un universo lleno de sombras.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó con la voz más baja de lo que pretendía.

—Es mi hija también —continuó Karl, su mirada firme, pero llena de un dolor contenido—. Abril y yo… tú sabes lo que pasó.

La mención de Abril rompió algo dentro de Kojiro. La herida abierta que había intentado ignorar durante tanto tiempo se desgarraba de nuevo. Recordó la última vez que la había visto, su adiós abrupto, el vacío que dejó en su pecho. Nunca había entendido por completo por qué lo había dejado… hasta ahora.

Karl suspiró, visiblemente afectado por la conversación.

—Ella se fue para protegernos, a los tres. No era justo para ninguno de nosotros. Anissa era el fruto de algo más grande que nosotros, Kojiro. No pude estar allí cuando nació, pero ahora quiero estar aquí para ella.

El silencio que siguió fue sofocante. Kojiro sintió que todo su ser se resquebrajaba por dentro. Quería gritar, quería decirle a Karl que se marchara, que no tenía derecho a reclamar algo tan precioso. Pero cuando intentó hablar, las palabras se atascaron en su garganta. Porque, en lo más profundo, sabía que había algo de verdad en las palabras de Karl. Abril había huido, no por cobardía, sino por amor, por proteger lo que había entre ellos.

Anissa entró corriendo a la casa en ese momento, empapada de la lluvia, pero riendo como si nada más importara. Al ver a Karl sentado en el salón, su risa se apagó lentamente.

—Papá, ¿quién es él? —preguntó, con la curiosidad pintada en sus ojos.

Karl la miró, y algo en su expresión cambió. Había algo paternal en la forma en que la observaba, como si, por primera vez, se permitiera sentir todo lo que había estado conteniendo durante años.

—Soy… un viejo amigo de tu papá —respondió Karl, su voz suave, pero cargada de emociones.

Kojiro se quedó en silencio, viendo la escena frente a él. Sabía que esta era solo la primera de muchas conversaciones difíciles, y que el futuro de Anissa estaba en juego. Pero también sabía que, más allá del dolor, del amor perdido y de los secretos, ambos hombres querían lo mejor para ella.

La lluvia seguía cayendo afuera, como si el cielo también estuviera llorando por todo lo que habían perdido. Pero en medio de esa tormenta, Kojiro sabía que su amor por Anissa sería su fuerza. Y, aunque no estaba seguro de cómo iba a enfrentarlo todo, una cosa era clara: no estaba dispuesto a perder a su hija sin luchar.

El pasado podía haber sido cruel, pero el presente, con toda su complejidad, aún ofrecía una pequeña chispa de esperanza.

Continuará...