Disclaimer:Esta historia está inspirada, en parte, en el universo de Harry Potter de J.K. Rowling. Salvo algún que otro personaje de mi invención, todos los ambientes, personajes, argumentos, hechizos y todo lo reconocible pertenece a la autora. Yo solo los tomo, los mezclo y agrego cosas.

Aclaración: La siguiente es una historia que habla de sufrimiento y violencia de todo tipo hacia la mujer. Sugiero discreción. Aunque este fanfic está basado en el argumento de una novela turca, el siguiente Dramione tomará su propio rumbo dentro del universo de Harry Potter.

Dato: no me gusta deformar las palabras para mostrar que una persona tiene algún acento en particular, así que no lo haré. Sin embargo, siéntete libre de leer algunos diálogos con marcado acento búlgaro.

-o-

Capítulo 7: Juramento inquebrantable

Malfoy Manor - 13 de mayo

Habían pasado siete días desde que Blaise, Theo y él habían salido de la vieja cabaña de los ancianos muggles en Serbia, llevándose con ellos a la pequeña Enya. Siete días desde que había regresado a la casa de sus padres, y todo, absolutamente todo, su mundo se había puesto al revés. Porque, si alguna vez pensó que su vida, luego de haber encontrado a Granger, ya no sería la misma, nunca pudo realmente dimensionar el nivel de destrucción que causaría haberla dejado ir. Ahora mismo se sentía como tierra arrasada. Sentía un vacío que no tenía sentido, dado el poco tiempo que había pasado junto a ella; más aún, teniendo en cuenta que supo odiarla mientras crecían.

Tanto él como la niña habían caído en una suerte de mutismo agónico, del que solo salían durante la noche, cuando Draco debía calmar las pesadillas de Enya con cuentos de príncipes que rescataban a la princesa del sucio monstruo. Terminaba dormido, sentado en el suelo junto a su cama, tomando su mano para demostrarle que él no se iría. Por alguna razón que no podía explicar, la pequeña se había convertido en una especie de ancla al mundo real, y solo por ella se mantenía en la mansión, aun cuando deseaba huir de todo y, sobre todo, de sí mismo.

Era la primera vez que se sentía de aquella forma. Ni siquiera su estancia en Azkaban lo había mantenido tan agobiado como el saber que había jurado dejar librada a su suerte a la madre de la pequeña bruja, de la cual ahora era padrino. Ni siquiera había tenido tiempo de disfrutar ese título, pues, aunque en el fondo adoraba la idea, ser el tutor de Enya significaba que Granger no estaba allí para ella, ni para él. Sabía que ella aún estaba viva, pero eso no lo consolaba, pues un monstruo como Krum jamás la mataría, ya que no había lugar para ese tipo de piedad en él.

Aún podía sentir el agridulce sabor de los labios de Hermione. Aquel casto y fugaz contacto con la bruja había sido el último clavo en su ataúd. Ahora que sabía qué se sentía besarla, su mente no dejaba de decirle que aquella sería la primera y última vez que lo haría. Incluso en sus pesadillas aquel instante se repetía una y otra vez, dejándole ver todo lo que nunca tuvo y ahora jamás tendría, solo porque había sido un cobarde que la dejó ir. Si no hubiera estado tan aturdido, él habría podido hacer algo. Incluso lanzarle un Avada Kedavra habría sido mejor que dejarla en manos de su peor pesadilla.

—Deberías afeitarte. Pareces un inmundo muggle sin hogar —dijo Lucius mientras tomaba asiento junto a su hijo, quien observaba fijamente a la niñita que jugaba en silencio con una muñeca de trapo, mientras Narcissa desenredaba sus cabellos bajo un rayo de sol que se colaba por los altos ventanales del salón de té. Igual que los últimos siete días, Lucius no recibió respuesta alguna.

—Tu madre está preocupada, Draco. Casi no comes, duermes menos aún. Apenas sabemos de dónde salió aquella niña, y ni hablar de lo que pasó en Bulgaria. ¿Acaso piensas dejarte morir por inanición?

Desde que habían llegado, la única versión de la historia que habían recibido Lucius y Narcissa venía de los dichos de Theo y Blaise, ya que Draco se había negado a decir algo de lo que le había ocurrido en su ausencia. Ellos pensaron que, en cuanto su hijo pudiera descansar apropiadamente, se repondría lo suficiente como para hablarles de lo que pasó y les daría motivos para traer a una niña desconocida a su hogar ancestral.

Sabían quién era Enya, que de algún modo ahora era deber de Draco protegerla y que, por extensión, Narcissa y él harían lo necesario para mantenerla a salvo. Pero sentían curiosidad y preocupación a partes iguales cuando caían en la cuenta de que había una tristeza muy profunda envolviendo a su hijo. Realmente no tenían idea de qué debían hacer. Podrían ser personas de moral cuestionable, pero amaban a su único hijo con devoción.

—Deberías reponerte ya. Si no lo haces por ti, al menos deberías hacerlo por ella… Si enloqueces o mueres, quedará desamparada. No creas que no puedo adivinar que hay lazos más profundos que la simple empatía uniéndote a la niña y a su madre. Soy tu padre, Draco, sé que algo está mal contigo y quiero que lo arreglemos.

Por toda respuesta, Draco se rascó la barba crecida de una semana y siguió mirando a la niña. Había oído cada palabra de su padre, pero no tenía fuerzas para darle las explicaciones que le pedía. Por primera vez en su vida, se sentía completamente devastado. Ni siquiera cuando Voldemort le impuso la tarea de matar a Dumbledore se había sentido tan inútil, y eso que ahora tenía muchos años más y más experiencia que en aquella época. Granger lo había roto. Aquella sangresucia le había dado una enorme responsabilidad y le había quitado la voluntad. Sabía que debía odiarla por aquello, que no debería sentirse como se sentía, ni siquiera debería preocuparle Enya, pero no podía evitarlo. Sus convicciones más arraigadas no solo habían tambaleado, habían implosionado.

El golpe lo tomó por sorpresa, y solo atinó a llevarse una mano a la boca, allí donde el puño de su padre le había abierto el labio, haciéndolo sangrar. Podía ver estrellas bajo sus párpados y le palpitaba la herida, pero solo se quedó mirando la sangre roja que ahora manchaba sus dedos.

—Estoy harto de verte así, Draco. Aseate y ven a mi despacho en media hora. Es una orden, muchacho. No me hagas repetirlo.

Exactamente veintisiete minutos después, Draco caminó hasta el salón que servía de despacho a su padre. Después de la guerra, cuando fue liberado de Azkaban para cumplir su condena en arresto domiciliario, el patriarca Malfoy había elegido un nuevo sitio para que hiciera las veces de oficina privada. Estaba firmemente decidido a bloquear cada habitación de la mansión que había sido utilizada por los mortífagos y por Voldemort. Aún creía en la superioridad de su estirpe, pero ya no creería jamás en figuras oscuras y mesiánicas que le prometieran poder, sabiendo que no podrían dárselo jamás.

—¿Y bien? He cumplido su deseo, padre —dijo con tono irónico a su padre, quien lo observaba seriamente desde su escritorio mientras bebía una copa de brandy. Draco se había aseado a conciencia, tal y como se lo había solicitado, pero no había curado su labio roto. Aún podía echar mano a un poco de su rebeldía y quería mostrar su herida como símbolo de ella.

—Siéntate y bebe.

La voz de Lucius fue tan punzante que Draco siguió sus órdenes de inmediato. Podía ser un hombre adulto ahora, pero cuando su padre usaba aquel tono, seguía siendo un niño que se movía como si fuera guiado por un Imperius, aunque Lucius ya no poseyera magia alguna. La copa de brandy quemó su estómago, pero no dijo nada, pues era obvio que haber pasado aquellos días sin comer le estaba pasando factura. Claramente, la rebeldía contra su padre se había extinguido casi por completo para ese instante.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Qué?

—¿Cuál es tu nombre? No te resistas a ella, hijo; solo dolerá más. Es una poción de muy buena calidad, y aunque haberla comprado puede llevarme a Azkaban, estoy dispuesto a darte toda la que sea necesaria para que finalmente hables conmigo.

Con impotencia, Draco golpeó el escritorio al darse cuenta de que su padre acababa de administrarle Veritaserum sin su consentimiento. Al dolor por el golpe que le había dado más temprano, ahora se sumaba el de resistirse a la poción y el de la traición de su padre por haberle tendido aquella trampa.

—¡Di tu nombre!

—Draco Lucius Malfoy.

—Bien, excelente primera pregunta de prueba. Ahora vamos con una un poco más difícil. ¿Cuáles fueron las características de tu primera varita?

—Espino, 25 cm, con núcleo de pelo de unicornio. Razonablemente elástica.

—Bien, bien. Agradezco tu sinceridad, hijo. Voy a proceder a preguntarte lo que realmente quiero saber.

—¿Por qué me haces esto, padre?

Gotas de sudor comenzaban a perlar su frente, pues no dejaba de resistirse a la poción aunque sabía que no debía hacerlo.

—Porque no puedo usar la legeremancia contigo, porque tu madre está preocupada y porque ahora mismo hay una dulce niñita sufriendo allí afuera, y no puedo hacer nada para evitar que mi hijo marche hacia su propia tumba. Eso es lo que sucederá si sigues negándote a comer, a dormir y a hacer lo que sea necesario para acabar con esta situación.

Draco tragó grueso. Al principio, pensó que su padre le había dado Veritaserum con la única intención de fastidiarlo, pero podía ver en su rostro y notar en su tono de voz que estaba realmente preocupado. Al parecer, Enya incluso se había ganado su corazón.

—Habiendo establecido mis motivos... ¿qué sucedió en Bulgaria?

—Viktor Krum me invitó a su casa luego de firmar el contrato de importación.

—Asumiré que aceptaste, y por eso nos enviaste aquella nota con el cambio de planes. ¿Qué sucedió luego?

—Así es. Fui a cenar a su casa y, al llegar, me presentó a su esposa e hija...

—¿Granger?

—Sí, no... La presentó con otro nombre, y su cabello se veía diferente.

Lucius podía ir rellenando los espacios en su mente, por lo que solo se limitaba a realizar preguntas simples para que Draco no pudiera evadir la poción. En el fondo, él no deseaba que su único hijo sintiera dolor, así que intentaba hacer aquello de la manera más fácil posible para ambos.

—¿La reconociste de inmediato?

—Dudé. Era ella, pero a la vez no. Se veía como ella, pero sin ser ella.

—Para, comprendo. ¿Te pidió ayuda en algún momento de la cena?

—No. Me recordaba a la Dama Gris, el fantasma de Hogwarts. Solo se veía triste. Hasta que volcó vino en su vestido; en ese momento había terror en sus ojos.

Una punzada de empatía se instaló en el pecho de Lucius. Sabía que su hijo era muy dado a caer en las redes de mujeres que aguaban sus ojos para convencerlo de cualquier tontería, pero la oscuridad en su voz y el Veritaserum eran pruebas inequívocas de que la actitud de Granger había sido genuina y le había causado un profundo efecto.

—¿Tú decidiste secuestrarla? ¿A ella y a la niña?

—Jamás. Solo quería marcharme de allí. Oí gritos de mujer en cuanto Krum y ella desaparecieron de mi vista. Estaba asqueado.

La culpa en la voz de Draco era evidente en ese instante, pues ahora que sabía lo que había ocurrido en aquella habitación, se culpaba por no haber hecho algo para impedir que ese bastardo le rompiera la mano a Hermione.

—Entonces, ¿cómo llegaste a reunirte con ellas?

—Las encontré escondidas en el maletero del coche que había alquilado. Accedí a darles ayuda. Les permitiría quedarse en el apartamento hasta el amanecer.

—¿Por qué no las dejaste ir cuando amaneció?

—Durante la noche, Granger se descompensó y golpeó su cabeza con el lavabo.

—¿Por qué?

Aquella pregunta no tenía nada que ver con lo que Lucius realmente quería saber y no significaba ninguna pieza en el rompecabezas que estaba armando, pero debía admitir que también él era dado al chisme.

—Krum le había roto los dedos. El dolor fue simplemente demasiado y se hizo un gran corte que sangró profusamente. La niña creyó que su madre moriría. Me sentí impotente, yo también tuve miedo.

—Sigo sin saber por qué decidiste ayudarla. ¿Por qué lo hiciste?

—Ella me perdonó. Por todo lo que hice en Hogwarts.

—¿Y solo por eso decidiste que dejarías que un psicópata te persiguiera?

—No. Luego de esa conversación, ella decidió darse una ducha.

—¿Te acostaste con ella?

—No. La vi desnuda sin su consentimiento. Ella no lo sabe.

—Ve al grano, Draco... Lo de la ducha no me dice nada. ¿Qué te hizo involucrarte en esta locura?

—Cuando la vi desnuda, noté que tiene incluso más cicatrices de las que pude contar. Ese bárbaro ha intentado romperla de tantas maneras y aun así sigue en pie. Vive solo por su hija. La niña es todo para ella. Finge estar bien delante de Enya, pero lucha por no derrumbarse cuando está sola. Nadie merece ese tipo de martirio, y simplemente no pude dejarla a su suerte, sin apoyo.

Lucius nunca le había alzado la mano a Narcissa, no porque tuviera la firme convicción de que golpear a una mujer fuera algo inmoral, sino porque él verdaderamente amaba a su esposa, y aunque le había hecho daño de mil formas, podía jactarse de nunca haberla golpeado. Eso era algo que su hijo había aprendido, aparentemente, por lo que podía adivinar cuánto lo afectaba saber que había quienes lastimaban a propósito a quienes decían amar con ardor.

—¿Te enamoraste de ella?

—No lo sé.

La confesión sonó como un jadeo, que Lucius interpretó como el esfuerzo de Draco por resistirse a la poción.

—No te resistas. Di la verdad.

—No lo sé. Definitivamente no me es indiferente, pero no sé si la amo. No sé qué significa eso, de todas formas. Creía que amaba a Astoria, y, sin embargo, su partida no me hirió de esta manera.

—¿Crees que podrías amarla?

—Sí.

—¿Aunque tenga un hijo de otro hombre? ¿Aunque sea una sangresucia?

—Es a su hija a quien más quiero ahora. Es mi ahijada. Y su sangre... definitivamente he visto mucha saliendo de sus heridas y es tan roja como la mía. Si mi sangre pura no es molestia para ella, no lo sería la suya para mí.

Draco se llevó una mano a la boca, pues por un instante había bajado su guardia y había permitido a su mente decir simplemente lo que pensaba, sin intentar resistirse un poco al Veritaserum.

—Agradezco que al fin estés siendo sincero conmigo, hijo mío.

En vez de reproche, Lucius dejó traslucir algo de orgullo en sus palabras. Si bien prefería una sangre pura como nuera, su hijo había sufrido lo suficiente con la purísima Astoria Greengrass como para que el patriarca Malfoy aceptara a una sangresucia siempre y cuando hiciera feliz a Draco. Además, Granger ya había demostrado ser fértil, incluso en circunstancias poco felices, así que fácilmente podría darle el ansiado heredero que desesperadamente necesitaba la casa Malfoy para no perecer en el futuro.

—Los muchachos me dijeron que ella te nombró padrino de su hija con un juramento inquebrantable. Quiero que me digas los pormenores del juramento y cómo fue que llegaron a esa decisión.

En ese momento, Draco decidió dejar caer definitivamente sus defensas y se dedicó a contar todo lo que había sucedido durante su desaparición. Solo se esforzó por omitir detalles que quería mantener en privado, como aquel extraño sueño en el que descubrió la muerte del primogénito de Granger y el dulce beso que ella le dio antes de que Theo y Blaise se fueran.

—Sinceramente, Draco, eres un imbécil. Has estado perdiendo tiempo valioso; quizá incluso has permitido que ese troglodita búlgaro asesine a su esposa.

—No le entiendo, padre...

—Ella no te prohibió, para siempre, que la buscaras. Dijo que no la siguieras en ese instante. El juramento inquebrantable de no seguirla se extinguió en cuanto dejaste que Krum se la llevara de la cabaña. Ella hizo que prometieras no seguirla "ahora". Eso cambia todo, Draco.

La comprensión lo golpeó como si fuera una bludger que impactara a toda velocidad contra su estómago. Él se había recluido en la mansión todos esos días, pensando que ella se había ido para siempre y que moriría si intentaba rescatarla, dejando a Enya definitivamente huérfana, pero siempre fue libre de ir por ella. Su padre tenía razón. Era un completo imbécil.

-o-

El agua helada golpeó contra la masa informe que ahora era su rostro, sacándola del sopor en el que se había sumergido mientras él se retiraba a su habitación para descansar durante la noche. Era la sexta mañana que se despertaba de aquella forma, y sabía muy bien lo que sucedería a continuación, pero se negaba a entrar en pánico. Ya había tenido suficiente miedo para dos vidas y no lo volvería a sentir, nunca más.

A pesar de haber regresado al punto cero con Krum, confinada nuevamente en la celda, Hermione aún sonreía. Claramente, sería más sensato someterse a la dominación de su captor, pero algo dentro de ella se había quebrado definitivamente. Saber que Enya estaba en un lugar seguro le hacía perder el miedo al dolor, o incluso a su propia muerte.

—Buenos días, amor. Es hora de tu rutina matutina. Fregotego… Veo que has amanecido de buen humor —dijo Viktor con cinismo en su lengua natal.

Hermione había aprendido el idioma a la perfección, y aunque cada palabra le revolvía el estómago, no se dejó intimidar. La sensación de limpieza que el hechizo le había dado pronto desaparecería, pero se negaba a dejar ir uno de los pocos placeres que aún le quedaban, así que sonrió para sí misma antes de responder con sarcasmo.

—Buenos días, Viktor. Veo que has amanecido aún más tonto que ayer...

El sabor metálico de la sangre inundó su boca, y las luces que aparecieron tras sus párpados demoraron en irse después de que él la abofeteara. Si hubiese podido, habría intentado evitar la mayor parte del daño, pero en su estado, protegerse era imposible.

—Eres una bruja muy sucia. ¿Tu amante te ha dado ese nuevo valor que ahora tienes?

—No, simplemente ya no tengo miedo. Anda, Viktor, mátame. Mátame y terminemos con esto de una vez.

Odiaba hablar en su idioma, pero quería que comprendiera cada palabra que decía. Sabía que su tonto esposo aún tenía dificultades con el inglés. Quizá aquel acto fuera el más estúpido y Gryffindor de toda su vida, pero estaba harta de ser una víctima de sus circunstancias.

—Oh, no. Jamás voy a matarte, Hermione. Tú te escapaste del hogar que hice para ti, te llevaste a nuestra hija y te revolcaste con ese idiota. Matarte sería un regalo demasiado precioso, y no lo mereces.

Desde que habían vuelto de Serbia, Viktor la había obligado a yacer desnuda, atada de pies y manos, en la misma cama donde había dado a luz a su primer hijo, que nació muerto. Cada cierto tiempo le recordaba aquel oscuro momento con la única intención de hacerla enloquecer, pero Hermione cerraba su mente y se concentraba en la imagen de Enya siendo feliz en compañía de Draco. Si pudiera evocar un Patronus contra Krum, seguramente su recuerdo sería aquella ilusión que la mantenía cuerda.

—No me importa. La alejé de ti. Ella no crecerá con un bastardo como tú como padre. Pronto te olvidará y será muy feliz con él.

La malicia brilló en los ojos de Viktor mientras la escuchaba. Parado junto a la cama donde la había expuesto para su deleite, comenzó a desabrocharse el cinturón, dispuesto a deshacerse de sus pantalones.

—¿Enya? ¿Qué importancia tiene la niña? Pronto me darás otro heredero para compensar su pérdida.

Por mucho que Hermione fingiera no temerle al monstruo que la mantenía cautiva, la sola idea de lo que sucedería a continuación la hacía temblar. Apretó los dientes y comenzó a llorar en silencio, con los ojos cerrados, mientras él se desvestía.

—Y si vuelves a huir con ese niño, si lo regalas, te buscaré. Te traeré nuevamente aquí y haré contigo la cantidad de hijos que sean necesarios, Hermione. Porque eres mía, ¿lo comprendes?

-o-

No tenía idea de por qué había hecho caso a esa enigmática nota. La oscura lechuza de los Malfoy había llegado de sorpresa a su hogar en el Valle de Godric mientras desayunaba, y quizá fuera por la curiosidad o por la estupidez supina, disfrazada de valentía, que a veces lo embargaba, que estaba allí, golpeando a la puerta de la antigua mansión donde una vez vivió su mayor enemigo.

Dada la urgencia y la vehemencia con la que Malfoy lo había citado, se había excusado de su turno vespertino en la oficina de aurores, fingiendo un malestar estomacal, y usando su mejor escoba voló hasta Wiltshire. Probablemente aquella visita fuera alguna estupidez más de su antiguo némesis escolar, pero Harry sabía que se arrepentiría si no venía. Además, nadie podía decir que el flamante jefe del departamento de aurores era un cobarde que huía de las reuniones con sus excompañeros de clase.

Cuando la gran reja se abrió, dio un paso seguro hacia los terrenos de la mansión. Recordaba haber estado allí después de la guerra, como aprendiz de auror, en suficientes redadas como para conocer cada ventana y cada habitación del hogar ancestral de los Malfoy, pero ahora tenía un nuevo aura. Los terrenos volvían a tener el verdor de jardines cuidados por manos expertas. Cada ventanal, hasta donde su mirada alcanzaba, estaba abierto y las blancas cortinas del interior se batían por la brisa.

La elfina doméstica que lo guió hasta el despacho de su amo se veía bien alimentada, vestía un bonito vestido azul con encajes y cintas, y hacía resonar sus zapatos de pequeño tacón por los pasillos. La casa entera había cambiado sus tonos. Ya no había paredes de color oscuro y madera noble, ahora todo era color crema y los tapices brillaban por su ausencia, como si la luz hubiera finalmente alcanzado al sitio que una vez albergó tanta oscuridad.

Al llegar a la oficina, pudo ver a Draco sentado tras un escritorio, estudiando un mapa. Harry no recordaba haberlo visto mucho en los últimos diez años, pero era lo suficientemente hombre como para admitir que la vida no le había pasado tan mala factura como a Ron, que estaba perdiendo su cabello, o a él mismo, que comenzaba a tener algo de barriga, ahora que su cargo en el departamento de aurores no le exigía tantos entrenamientos para el trabajo de campo extenuante.

—Malfoy…

—Potter, me alegra que hayas aceptado mi invitación.

Harry se encogió de hombros y tomó asiento sin que su anfitrión se lo ofreciera. Quería ir al grano para poder regresar a casa con su esposa e hijos.

—Tu nota decía que era un asunto de vida o muerte. No podía negarme.

Con un movimiento de varita, Draco invocó el pensadero que fuera de su padre, cuando aún tenía magia, y lo dejó sobre el escritorio, frente a Harry.

—He pensado que las palabras nunca serán suficientes y que lo mejor será que tú mismo veas lo que sucede. He puesto mis pensamientos en orden para que puedas comprender el asunto con un vistazo rápido. Si pudieras sumergirte ahora, para poder ir al asunto que nos reúne, estaría más que agradecido.

La voz de Draco era solemne, pero dejaba ver lo crítico de la situación. Potter se rascó la cabeza y de inmediato se puso de pie. Quizá fuera su tono o el hecho de que no había lanzado ninguna pulla en aquella ocasión, pero parecía creer en la urgencia de aquello que necesitaba saber.

—Bien. Solo espero que no sea una trampa, Malfoy. Debes saber que mi esposa sabe que estoy aquí y que si no regreso para el almuerzo, se convertirá en una Banshee que te perseguirá hasta el fin de los tiempos.

—Potter, me he alejado de tu camino durante diez años, ¿qué te hace pensar que elegiría justamente este día para tenderte una trampa? Soy un hombre rencoroso, pero no espero tanto para tomar venganza contra quien me ataca. Y contra ti, no tengo nada… Ya no soy un adolescente idiota que vive por el qué dirán.

Juzgando a Draco lo suficientemente sincero, Harry se sumergió en sus recuerdos. Él realmente no estaba listo para lo que vería a continuación, pero bueno, nadie lo estaba realmente.

-o-

Estaba preocupada. La pequeña apenas había desayunado esa mañana y, por más que la elfina le había presentado opciones de almuerzo, no había ninguno que pareciera entusiasmarla. Ni siquiera la idea de comer pastel de cumpleaños iluminó su rostro, pues parecía que ni siquiera conocía ese concepto. ¿Cómo era posible que una niña tan pequeña jamás hubiera tenido una celebración real de cumpleaños en toda su corta vida? Estaba al tanto de que su padre era un monstruo, pero jamás creyó que su maldad incluso alcanzara la dulzura de aquella niña, su propia hija y sangre de su sangre.

—¿Es ella?

La voz de un hombre sacó a Narcissa de su ensimismamiento. No veía al joven Potter desde los juicios, pero aún había en él esa chispa de heroicidad que lo había arrastrado por medio país intentando vencer al monstruo que una vez habitó aquellas mismas cuatro paredes.

—Así es, Potter, te presento a Enya, mi ahijada. Ella es la hija de Granger.

Narcissa tenía que recompensar a su esposo. Desde la mañana en la que finalmente se había hecho cargo del calamitoso estado del hijo de ambos, Draco había recuperado un poco su antiguo yo. O al menos, una versión más animada del hombre en que se convirtió durante ese horrible viaje a Bulgaria.

—Hola, pequeña.

La niña, automáticamente, se escondió tras la pierna de Draco y solo se asomó un poco para poder observar al hombre de cabello negro y gafas redondas que la miraba entre sorprendido y horrorizado.

Harry, por otro lado, estaba confundido y celoso casi en partes iguales. Durante la guerra, cuando huían de los carroñeros, Hermione y él habían conversado sobre el futuro, prometiendo que, si sobrevivían, sus primeros hijos serían ahijados del otro, pero eso nunca sucedió. James era ahijado de Ron, y claramente ella había elegido a Malfoy como padrino de la pequeñita que lo miraba asustada. Sin embargo, no tenía tiempo de culpas o celos; él había dado por muerta a su mejor amiga y, ahora que sabía que estuvo viva todo ese tiempo, debía hacer algo para reunirla con Enya.

—Hola, pequeña, soy Harry —dijo nuevamente—. Soy amigo de tu mamá.

La niña buscó en la mirada de Draco alguna señal de alerta, pero no vio nada. Él parecía bastante relajado y la señora Narcissa incluso sonreía.

—¿Harry?, ¿como el Harry que mató al basilisco para rescatar a una niña pelirroja de las catacumbas del castillo?

Los hombres presentes se miraron, y Draco se encogió de hombros sin saber qué responder a la pregunta de la niña. Enya amaba los cuentos de príncipes y princesas, y seguramente Granger se había inventado aquel para hacer el cautiverio de la niña un poco menos tétrico de lo que realmente era.

—Eeh, sí, hice eso.

—Mi mamá me contó historias de Harry Potter. ¿De verdad tú eras su amigo?

Enya salió de su escondite y tomó la mano de Draco para llamar su atención.

—Pensé que solo eran cuentos de mami. Él no parece un príncipe…

—Porque no lo es, princesa. Solo es Potter. Anda, deja que te vea.

Envalentonada por las palabras de Draco, Enya se acercó a Harry, aunque seguía observándolo con algo de recelo.

—Eso explica por qué nunca la rescataste de mi padre. No eres un príncipe. Ni siquiera pareces un caballero…

Para ser una niña de siete años, Enya sabía muy bien cuándo usar aquel tono ácido y de reproche que incluso parecía haber sido heredado de su flamante padrino.

—Lo siento, no sabía que tu mamá estaba encerrada allí. ¿Podrías perdonarme?

Con solo un par de palabras, Harry se había puesto a los pies de Enya, figurativa y literalmente. Él, que no se había rendido ni siquiera ante el mago oscuro más peligroso de su era, estaba a punto de suplicar el perdón de una niña pequeña. Ella era muy parecida a su madre en casi todos los aspectos, salvo en sus ojos; aquellos ojos grises eran igual de fríos que los de Krum, pero dejaban ver una inteligencia muy superior a la de él.

—Podría hacerlo, pero solo con una condición.

—Enya…

Draco estaba tomando muy en serio su papel de tutor, y su deber era evitar que la niña fuera insolente, aunque fuera con San Potter.

—Déjala, Malfoy.

—Quiero que mi mami regrese. La extraño.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Enya en el momento exacto, y todos en la sala, incluso la elfina que estaba allí, intentando ser invisible, tuvieron la urgente necesidad de consolarla.

—Te prometo que haré lo posible para traerla.

Enya no contestó y solo escondió su rostro en el espacio entre el hombro y el cuello de Draco, cuando este la levantó del suelo para abrazarla en un intento de evitar que llorara.

—Princesa, Potter y yo nos marcharemos esta noche. Con suerte, mañana a esta hora tu mamá y tú estarán juntas, pero necesito que antes hagas algo por mí.

—¿Qué?

Contestó entre sollozos, sin salir de su escondite.

—Quiero que ayudes a mi mamá a decorar una bonita habitación para ella. También debes comer todo tu almuerzo y la cena. ¿Sí?

Harry definitivamente estaba celoso. Puede que solo la conociera desde hacía un instante, pero, por derecho propio, aquella niña era como su sobrina, y ver la familiaridad que sostenía con Draco no le agradaba. Ella le había hecho un reclamo mientras lo miraba con desprecio, y si bien tenía algo de razón, él también quería que la hija de Hermione lo quisiera tanto como al rubio.

—¿Podré comer pastel de cumpleaños? La señora Narcissa me dijo que podía almorzar eso si quería.

—No creo que sea adecuado que comas tanta azúcar en el almuerzo…

Narcissa tuvo la decencia de sonrojarse, pero no emitió opinión. Claramente había sido una madre con ideas laxas sobre cuáles eran los alimentos indicados para un mago en crecimiento, pero siempre lo había hecho con la única intención de hacer feliz a su hijo, y ahora a Enya.

—Tengo una idea. ¿Por qué no almuerzas algo adecuado y, cuando tu mamá regrese, organizamos una fiesta? Pediremos pastel a los elfos y lo comeremos en el jardín.

—Está bien. ¿Puedes llevar a Rowena contigo?

—¿Enya… tu muñeca?

—Sí, cuando tengo miedo, Rowena me protege. Mami debe tener miedo. Si le das a Rowena cuando la veas, mi muñeca la cuidará.

Harry vio cómo Malfoy dejaba a la niña en el suelo, tomaba la muñeca y la guardaba en un bolsillo que claramente había sido mágicamente expandido. Él, que usualmente no retrocedía ante nadie, ni siquiera ante un mago oscuro, dio un paso atrás cuando la niña se giró hacia él.

—Mi papá tiene una habitación donde encierra a mami cuando ella no le hace caso. Es la habitación de las malas mamás. Está en la parte trasera del jardín. Todos creen que es el cobertizo del jardinero, pero no, mi mami pasa mucho tiempo allí cuando papá se enoja.

—Gracias, Enya. Traeremos a Hermione.

—Lo sé. Me lo prometiste.

-o-

Cuatro hombres y una muñeca de trapo montaban guardia, sobre sus escobas, a una distancia prudencial de la mansión del magnate del quidditch, Viktor Krum. Gracias al dato brindado por su pequeña hija, sabían que había grandes probabilidades de que Hermione estuviera en el solitario cobertizo que se encontraba a cierta distancia de la casa principal.

Por fuera, el cobertizo no parecía más que un viejo armario de herramientas de jardinería, pero, dada la naturaleza de quienes intentaban una misión de rescate y del monstruo que habitaba la mansión, nada era lo que parecía. Según su sueño, Draco tenía una somera idea de cómo debía lucir la celda de confinamiento en la que Krum encerraba a la bruja y, debido a la niña, ahora sabía cómo se veía por fuera. Gracias a la información que habían obtenido de ella, y con la ayuda de Blaise y Theo, Potter y él rescatarían a Hermione o morirían en el intento.

—¿Puedo preguntar por qué estoy aquí en vez de estarme relajando en mi mansión de la Provenza?

—Porque Theo no vendría si tú no te involucrabas.

—¿Y Theo por qué está aquí?

—Porque soy el tipo de los trasladores.

—¿Y por qué está el niño que vivió?

—Porque soy como un hermano para Hermione y no había forma de que hicieran esto sin mí.

—Ok, ¿y por qué Draco está aquí?

—Blaise, ¿necesitaré silenciarte o vas a optar por cerrar tu bocota antes de que los guardias de Krum descubran que sobrevolamos la mansión?

Todos guardaron silencio durante una hora más. Habían visto cómo Krum salía del cobertizo y habían acordado no atacarlo, por ahora. Esperarían a que la guardia en la mansión fuera mínima y que las luces de la casa se apagaran antes de acercarse e intentar rescatar a Hermione.

Solo cuando estuvieron lo suficientemente seguros, descendieron en los terrenos y aguardaron a ver si algún guardia se acercaba. El plan era sencillo. Draco sacaría a Hermione del lugar con ayuda de un traslador, mientras los demás cubrían sus espaldas antes de desaparecer también. Aquello era una extracción simple; evitarían a toda costa un enfrentamiento contra los hombres de Krum.

—Alohomora.

Luego del hechizo fallido de Draco, una alarma parecida a un estridente maullido comenzó a sonar, y una tropa de guardias comenzó a aparecer desde casi todas las direcciones.

—Creo que no fue mi bocota la que alertó a los guardias… Punto para Zabini.

—No bajen la guardia, Malfoy, prueba algo más o destruye la puerta. ¡SON MÁS DE LOS QUE PODREMOS MANEJAR!… Nott, activa nuestros trasladores.

Harry comenzó a dar órdenes a diestra y siniestra, demostrando por qué era el jefe más joven del departamento de Aurores. Su don de mando era innegable, y los tres Slytherins siguieron sus directivas al pie de la letra. Si bien los guardias eran muchos, Harry y los dos amigos de Draco eran más que expertos en duelos y lograron mantener a raya a los atacantes mientras él buscaba la manera de abrir la puerta que lo separaba de Hermione.

—Nada funciona. La romperé.

Fue lo último que pudieron oír antes de que el bombarda emitiera un fuerte estruendo que destruyó la puerta y dejó sordos a todos los que estaban cerca del cobertizo, incluso a él.

—¡BUSCALA Y VETE!

Mareado y con un zumbido molesto en sus oídos, Draco siguió las órdenes que Potter le lanzó mediante señas. Como predijo, el cobertizo no era una simple casucha, sino que tenía toda la pinta de ser un híbrido entre una celda de tortura y una habitación de hospital, blanca, tétrica y fría.

En el centro, sobre una gran cama de metal con una fina manta como colchón, Hermione parecía dormir, aunque claramente no era un sueño placentero o siquiera cómodo. La bestia la mantenía desnuda, tumbada sobre su espalda y atada a los postes de las cuatro esquinas de aquella cama de tortura.

Antes de hacer cualquier cosa, Draco tomó la muñeca de Enya y la colocó sobre el pecho de su madre. Luego conjuró una manta con un pañuelo que extrajo de su bolsillo y cubrió su cuerpo, que ahora parecía aún más herido que la última vez que pudo verla. Luego, sin poder quitarse el zumbido de los oídos y sin saber qué ocurría afuera, se dedicó a soltar las extremidades apresadas de Hermione.

—Diffindo.

Dijo a cada una de las cuatro cuerdas que apresaban a la mujer. Los incarcerous que Krum había lanzado estaban hechos con tanta saña que nunca hubiera podido soltarlos con métodos no mágicos.

—¿Draco?

Draco no respondió, pues no había oído debido a sus oídos maltrechos y al ruido del enfrentamiento en el exterior.

—Viniste por mí.

En esa ocasión, pudo ver el movimiento débil en los labios resquebrajados de la bruja y, aunque no oyó lo que dijo, pudo adivinar sus intenciones.

—Shh, se terminó. Nos iremos ahora.

Reuniendo toda la fuerza que fue capaz, Draco activó la muñeca, que habían convertido en traslador, y se apareció directamente en el salón de té privado de Narcissa.

-o-

Cuando volvió en sí, cada uno de sus músculos dolía, y podía sentir el regusto amargo de la poción crecehuesos en su lengua. Estaba incómoda, pero no lo suficiente como para atinar a cambiar de posición o siquiera abrir los ojos, así que se dispuso a dormir nuevamente. Sentía que una fina tela cubría su cuerpo y una tibia manta le brindaba el calor que hacía semanas no experimentaba. También había un cómodo colchón bajo su cuerpo, y el aroma a rosas llenaba sus fosas nasales. Se hubiera dormido sin más si no fuera por dos voces que susurraban, pero no lo suficientemente bajo como para que no los oyera.

—¿Estará bien? ¿Qué ha dicho el medimago? ¿Cuándo despertará?

Hermione pudo oír la voz de Draco y sintió un real alivio al comprender que realmente no había soñado con él sacándola de la habitación de tortura de Viktor. Hubiera querido incorporarse y agradecerle, pero ninguno de sus músculos respondió a sus órdenes, así que optó por permanecer inmóvil y fingir que aún dormía. Si bien había reconocido la voz masculina de la conversación, la voz de la mujer le resultó desconocida al principio, aunque era suave y bastante calmante.

—El doctor Magnus ha dicho que tiene heridas internas que demorarán un par de días en sanar. Ha reparado la fractura más antigua de su mano y cree que sus dedos no se atrofiarán. También le ha dado poción crecehuesos para reconstruir las costillas que estaban pulverizadas, seguramente en la mañana estará más recuperada y podrá respirar con normalidad. El hueso de su cadera se reconstruirá sin problemas, aunque no será sencillo, y los moretones de los brazos y muslos ya están cediendo. Por otro lado, cree que hay heridas, sobre todo en su mente, que nunca sanarán por completo… Lo siento, Draco.

—Mataré a ese bastardo…

—Cariño, ¿por qué no vas a ver a la niña? Mientras las elfinas y yo bañábamos a la joven, la pequeña ha intentado verla, y solo Lucius pudo convencerla de no interrumpirnos. Le prometiste que podría ver a su madre, creo que deberías decirle que tendrá que esperar un poco más…

Draco apretó los puños, intentando liberar la tensión que se había acumulado en sus brazos y hombros al pensar en cuán mal herida estaba Hermione. Sin embargo, ella ahora estaba a salvo, al igual que Theo, Blaise, e incluso Potter, aunque no fuera santo de su devoción.

—Iré a buscarla. ¿Puedes hacerte cargo de ella? —dijo acercándose a ver a Hermione—. ¿Asegurarte de que esté cómoda? La última vez que estuvo aquí no fue una visita feliz, temo que eso la afecte cuando despierte.

Narcissa tomó las manos de su hijo y lo obligó a mirarla a los ojos.

—No puedo saber cómo reaccionará al despertar, ni cómo se sentirá estando aquí. Pero ahora tiene una hija, y puedo adivinar que cualquier lugar donde su pequeña esté a salvo es un infierno mucho más encantador que del que proviene. Además, siempre podemos administrarle una poción para dormir sin sueños si se altera demasiado.

Sin responder, Draco besó la mejilla de su madre y se marchó en busca de Enya. Hermione tendría una larga noche de recuperación por delante, y su ahijada debía dormir, ya que se había negado a irse a la cama hasta que no supiera si la misión de rescate de su madre había sido, o no, un éxito.

Solo cuando Narcissa se aseguró de que su hijo estaba lo suficientemente lejos de la habitación, se acercó a la cama de Hermione y se sentó en el borde, para poder observarla detenidamente. No había en ella ni una pizca de la belleza aristócrata que solían tener las esposas Malfoy, ni un solo rasgo exótico o sobresaliente, como las modelos con las que Draco había salido desde que su matrimonio con Astoria terminara desastrosamente. Sin embargo, había algo en aquella bruja que la hacía especial, sin dudas. Quizá fuera su espíritu incansable, que le había permitido sobrevivir las peores torturas y aún así criar a una niña tan dulce como Enya, o su negativa a rendirse y entregarse a la muerte, que sin dudas habría sido preferible a lo que había vivido. No sabía qué era, pero albergaba un profundo respeto hacia ella. Si esa era la mujer que Draco elegía, aunque no fuera de sangre pura, haría lo posible por estimarla, tal como había hecho con Astoria, aunque nunca hubiera pensado que era buena para su hijo.

—Puede dejar de fingir que duerme, señorita Granger.

De inmediato, Hermione abrió los ojos y se encontró con los inescrutables ojos azules de Narcissa.

—Yo…

Su voz sonó trémula, y sin embargo le dolió cada parte del cuerpo por el esfuerzo que implicó emitir esa insignificante sílaba.

—Shh, no es necesario. Supe que había despertado en cuanto su respiración cambió. Solía observar a Draco dormir durante horas cuando era pequeño. Tenía terror de que muriera en su cuna, así que montaba guardia. Puedo decir que conozco bien cómo se ve alguien que duerme.

Con una rápida mirada, Hermione recorrió la habitación y se dio cuenta de que se encontraba en un cuarto con una decoración claramente masculina. Casi todo allí era sobrio y ostentoso, con los tonos característicos de la casa Slytherin.

—Nuestro doctor familiar es discreto, por lo que me he tomado la libertad de pedirle una poción particular que no quise dejar al alcance de mi hijo. Hay asuntos femeninos que la mayoría de los hombres no conocen, y en este caso creo que lo mejor es no darle algunos detalles que podrían hacerlo cometer locuras…

Con lo que pareció ser el mayor esfuerzo que alguna vez había hecho, Hermione se incorporó en la cama para poder tomar el pequeño vial que la madre de Draco le ofrecía.

—Le recomiendo que beba esto. Sé lo que le ha sucedido y creo que estará de acuerdo en que lo mejor es eliminar cualquier oportunidad de que su semilla fecunde…

Narcissa había buscado la forma de decir aquello con el mayor tacto posible, pero rápidamente se dio cuenta de que realmente no había manera de ofrecerle una poción anticonceptiva sin hacerla recordar lo que acababa de vivir.

Hermione asintió. No había otra cosa que deseara más que beber aquella poción. Sin embargo, moverse era más fácil de pensar que hacer, pues la poción crecehuesos era más dolorosa de lo que recordaba y, al parecer, le habían dado bastante.

—No se moleste, abra la boca, la ayudaré.

Dócilmente, la joven bruja abrió los labios y dejó que la matriarca Malfoy le diera la poción. Durante los últimos años, había bebido té de Artemisa, que una de las siervas de la mansión le había traído y con suma discreción le había enseñado a usar para que Viktor no adivinara sus intenciones.

—Gracias…

—No hay nada que agradecer. Comprendo su dolor y solo quería asegurarme de que pudiera centrarse en sanar, sin pensar en las posibles consecuencias de lo sucedido. Ahora la dejaré dormir, señorita Granger. El doctor ha dicho que por la tarde ya podrá ingerir alimentos sólidos y quizás dejar que le dé un poco el sol. Enya, su pequeña, no ha dejado de preguntar por usted, y me imagino que usted debe estar ansiosa por reencontrarse con ella. Quizás ambas puedan, por fin, tomar juntas una merienda en el jardín y comenzar a dejar el pasado en donde debe estar…

Luego de eso, Narcissa escondió entre sus ropas el vial vacío que antes contenía la poción y se puso de pie para marcharse y dejarla descansar.

—Señora Malfoy… Gracias.

A pesar de que le había dicho que no debía agradecer, Hermione se sentía muy afortunada y agradecida por haber salido de la casa de Krum. Además, había oído casi por completo la conversación que había tenido con Draco y la forma en la que se refería a Enya la conmovió.

—Que descanse, señorita Granger. Puede haber salido del campo de batalla por ahora, pero me temo que la guerra aún no termina y que necesitará de todas sus fuerzas para ganarla. ¿Desea que le traiga una poción para dormir sin sueños?

-o-

N/a: ¡Hola a todos y todas! Al fin puedo volver a publicar. Debo admitir que este capítulo me ha llevado más tiempo del que tenía planeado, principalmente porque me encontré abordando temas difíciles de tratar. Cada vez que escribía una versión, sentía que era demasiado explícita o que no encajaba bien con la coherencia de la historia en general. Así que he estado luchando bastante para poder ofrecerles lo que considero la mejor versión de lo que quería contarles.

Espero que aún sigan ahí y me encantaría saber sus opiniones sobre los rumbos que va tomando la historia. Sin más, hasta la próxima!.