Capítulo 7: Como Una Radio Insólita
Al día siguiente, a ojos de Charlie y Rusty que desayunaban en la mesa de la cocina, Chuck se levantó de mejor talante.
–Buenos días –se anunció al entrar. Con toda calma y serenidad se sirvió un vaso de jugo, como cualquier otro día.
Sus padres no dejaron de preocuparse por ello.
–Amigo, ¿estás bien? –le preguntó Rusty–. Anoche nos...
–Estoy bien –aseguró Chuck–. Perdón por eso.
–Cariño, sabemos que tu cabeza es como una radio muchas veces –le insistió Charlie–, y suele captar unas estaciones raras.
–Nada raro como eso –se apresuró a aclarar–. Nunca más.
Su día siguió normal, por lo menos hasta donde quienes lo rodeaban en su entorno podían dar crédito. Sin embargo no pudo concentrarse en nada, ni siquiera a la hora de estudio libre contando con el ambiente más silencioso y controlado en la escuela media de Royal Woods.
Las reglas de la biblioteca eran claras. Armar escándalo estaba terminantemente prohibido. O ibas allí a adelantar tu tarea o a prepararte para los exámenes sin molestar a los demás alumnos o te sacaban y ya.
Obvio, tratándose de su caso, ni siquiera en ese espacio libre de ruido dejaba de escuchar las voces de otros en conjunto y al mismo tiempo. Pero ya ni modo de decirles que dejaran de pensar.
≪Ay, Dios –oyó se aquejaba Angie Gurdle–, tengo que estudiar. Si repruebo tendré que repetir el sexto grado≫.
≪Pasa la pelota, se la entrego al 11 y... –repasaba en mente uno de los jugadores del equipo de basket–. ¿Qué seguía?... ¡Rayos! La entrenadora Paula me mata si no me la aprendo≫.
Desde otra de las mesas, Linda Hunnicutt lo saludó dedicándole una sonrisa amigable. Cuando simuló seguir leyendo su libro de historia, la niña pensó con pesar:
≪¿Por qué no le gusto? ¿Es mi cabello? ¿Y si me lo corto?≫.
Chuck suspiró y volvió a centrar la vista en el monitor. Tampoco podías usar las computadoras de la escuela para fines que no fuesen académicos. Si el bibliotecario te pillaba, digamos, chequeando tu muro de Facebook o jugando al Minecraft –así le hubieras quitado el sonido–, estabas fuera. No obstante asumió no tendrían problema con que leyera las ultimas noticias. Bien decían los adultos que había que armarse con conocimiento.
Igual, por si las dudas, esperó a que Dexter (así se llamaba el bibliotecario) regresara a su escritorio antes de minimizar el archivo de Word con un informe a medio redactar sobre la fuerza magnética, y maximizó la ventana de Google con la pagina de la Dirección nacional de niños perdidos. Sobre los números de contacto venía escrito el anuncio en negritas:
LLAME A LA LÍNEA DE AYUDA
Cuando dio con la foto que buscaba, entre las más recientes, por poco deja escapar un débil sonido, casi un gemido.
En su precaución dirigió la mirada a otra de las mesas circulares. En esta, Chadwick McCann tenía una lata de Pepsi-Cola junto a su Macintosh portátil, que figuro su papi le compró. Menos estaba permitido comer o beber en la biblioteca, pero no le habían echado bronca porque no había abierto la lata todavía.
Mientras mascaba un pedazo de papel con discreción, con el fin de lanzarle una bola ensalivada a algún incauto, aquel petulante pelirrojo le devolvió la mirada sin decir nada.
≪El bicho raro me está viendo. ¿Qué estás mirando, pelos necios? ¿Te gusto o te debo?≫.
Con una mueca burlona, Chadwick le guiñó un ojo y le mandó un beso volado, ante lo cual Chuck rodó los ojos y siguió dedicándose a lo suyo.
Mas cuando iba de salida y vio que apuntaba con su cerbatana a Linda, realmente se enojó.
Aprovechando que nadie más lo veía, Chuck se tocó la sien y se concentró con más esmero.
De pronto, la soda de Chadwick vibró, tomándolo por sorpresa. Apenas y se le cruzó la idea de que se estaba generando un temblor o algo similar, cuando la argolla se desprendió de la lata con violencia y un chorro de bebida gaseosa salió disparado a propulsión, en primer lugar salpicando la costosa Laptop.
–¡Señor McCann! –rugió Dexter–. ¡¿Qué cree que está haciendo?!
En medio de la conmoción que se armó en la biblioteca, con Chadwick excusándose con el bibliotecario diciendo que no había sido él y los otros chicos riéndosele en la cara, Linda advirtió que Chuck salía a prisa del lugar, por lo que decidió ir tras él.
En breve lo alcanzó en el gimnasio, que a esa hora estaba desocupado. Al entrar lo vio metiéndose bajo las tribunas.
Allí lo vio acurrucarse en una esquina, para entonces contemplar lo que mandó a imprimir en la biblioteca.
–¿Chuck...?
A medio camino, justo cuando estaba por preguntarle que le sucedía, su amigo estalló en un llanto, tan devastador que parecía se lo había estado conteniendo por más tiempo del que habría podido.
–... ¡Oh, Dios...!
Linda seguía sin comprender que había sucedido, más allá de que lo que fuere lo había afectado muy mal.
–No... ¡NO!... ¡¿Por qué...?!
–Ouh, Chuck.
Resolvió, sin embargo, averiguarlo para más tarde. Por lo pronto se sentó a su lado y lo abrazó para brindarle consuelo y dejar que se desahogara a gusto.
–Lo mataron... –sollozó Chuck–. Lo mataron...
Regresando a casa avisó que iría a hacer la tarea en su habitación, aunque en realidad se dedicó a revisar otra vez el papel con los datos y la foto de aquel niño delgaducho de pelo rubio y lentes gruesos, que ahora si podía estar seguro más nunca volvería a ver.
–Andy... –gimió.
Dejó escapar otro par de lagrimas, pero no más. El tiempo para desahogarse ya había pasado, y para colmo le tocó hacer prometer a su mejor amiga que no dijera nada hasta nuevo aviso.
Lo que tocaba ahora era afrontar sus problemas como hombre, que es lo que había aprendido al formar parte de una familia como la suya.
–Aquí vamos.
Posó los dedos indice y medio de su mano izquierda en la foto, porque con la izquierda veía mejor. Hubiera querido tocarla con todos los dedos, pero la imagen era demasiado pequeña.
Cerró los ojos... Y en cuanto vislumbró su rostro, descendió a mayor profundidad. No se preocupó de lo que Andrew hubiese visto de estar en su lugar, porque sólo habría visto la alfombrilla gris de lo que fuese que condujera...
–Steven el Cuarzo –masculló. Así se llamaba el que se lo llevó. Lo había atado de manos y pies y tumbado bocabajo.
En cuanto estuvo sintonizado, contó con una visión mucho más amplia de lo que habría podido ver... Había varios vehículos... Casi todos eran casas rodantes... Algunos pequeños, la mayoría grandes, un par de ellos enormes... Y se desplazaban en caravana por la carretera rumbo a... Rumbo a una fábrica abandonada... E iban a hacerle daño... Le iban a hacer daño y... A uno de ellos... Grillo el Campirano... Al Grillo le gustaba mucho su espada y se puso a jugar con ella...
En su estado semiinconsciente, Chuck cogió papel y lápiz con que anotar lo que vio anunciaba un cartel grande que siguió a uno más chico que advertía el ingreso a una propiedad privada y prohibía el paso por orden del shérif del condado. De haber esperado a volver en si podría haberlo olvidado.
En cuanto estuvo de regreso echó un vistazo a lo que quedó escrito en la hoja.
BODEGA MUSTAR
PLANTA DE PROCESAMIENTO 4
CERRADO HASTA NUEVO AVISO
De ahí se paró frente a la ventana de su cuarto y se quedó mirando a la calle por un rato... Cuando, de repente, el mundo en torno al marco empezó a girar como si estuviera montado en un tocadiscos gigante.
En la cocina, Rusty se estaba preparando un café. Cuando sintió que la casa retumbaba, no le prestó gran importancia. Sólo pensó:
≪Chuck≫.
Éste dejó escapar un gritó ahogado y se aferró al marco de la ventana, frunciendo las cortinas en sus puños. Ya le había sucedido antes, siempre sin aviso, y eso le aterraba. Era como sufrir una convulsión. Ya no estaba en su propio cuerpo, y no es que viera a distancia, estaba a distancia.
¿Y si no podía regresar esta vez?
Sólo hasta que el plato giratorio frenó y se detuvo, sus pies volvieron a tocar el suelo.
Ya no estaba en su habitación, estaba en un supermercado, y lo supo porque vio sus manos empujando el carrito cargado de víveres y en una de ellas la lista de Star la Chistera, a quien le había tocado hacer compra doble puesto que El Abuelo Rick se sentía mal otra vez.
De pronto, el avance se detuvo. Starno había ascendido a su puesto de líder de El Nudo Verdadero por su indecisión. Se acababa de detener frente al frigorífico de los lácteos, que era lo que Chuck miraba, al tiempo que ella veía a su reflejo en la ventana de su cuarto.
Una maliciosa sonrisa triunfal se dibujó en su rostro. Podía asegurar se trataba de alguien con quien ya se había topado antes, un pequeño revoltoso que estaba husmeando donde no debía, otra vez.
–Vaya... Hola...
Fue en esto, que un pensamiento, tan potente como el disparo de una escopeta en una habitación cerrada, le barrió la mente y la mandó a volar contra los estantes de sopa y verduras en lata que cayeron en cascada al suelo y rodaron en todas direcciones.
≪¡NO, FUERA! ¡SAL DE MI CABEZA! ¡FUERA...!≫.
Por un instante creyó que iría detrás, desmayándose como la heroína inocente y confiada de una novela romántica, pero pudo regresar. El chico había roto la conexión, de manera magistral... ¿Le sangraba la nariz?... Se pasó los dedos por la cara para comprobarlo... ¡Si!
–¡Oh, por Dios, señorita! –un cerillo, de voz chillona con el rostro cubierto de acné, acudió a auxiliarla a la carrera. En el camino recogió su sombrero que había volado de su cabeza y se lo entregó en la mano–. ¿Está usted bien?
–Si, si... –asintió al recibirlo de vuelta–. Estoy bien.
–Cielos... –el joven miró la vitrina rota del frigorífico–. ¿Habrá sido un cortocircuito?
–Quizá... –mintió Star–. Oh, mira que desastre. Menos mal eran latas y no botellas.
–No hay problema. ¿Quiere ir afuera y sentarse en el banco de la parada de los taxis?
–No será necesario.
Y no lo era, pero las compras por hoy habían terminado.
–Lucenda... ¡Lucenda...!
Al abrir los ojos, Lucy, que era como se llamaba en realidad, se encontró con la cara preocupada de Ronnie Anne y las de algunos residentes rodeándola. Estaba en uno de los pasillos del hospicio y en frente suyo halló volcado el carrito de limpieza.
–Vamos, arriba, levántate.
–Jadeo... ¿Qué pasó?
–Te desplomaste... –hubo un asomo de reconocimiento en la expresión de la enfermera en jefe, pero la conserje reanudó su concentración a tiempo y para ella siguió siendo la vagabunda que recién empleó hacía pocos años–. Creí que se te había bajado el azúcar o sufriste una embolia o algo.
–Suspiro... Lo lamento.
–No te preocupes, tranquila... Ya has trabajado mucho, mejor déjalo por hoy y descansa. Mañana le diré al doctor que te eche un vistazo para asegurarnos que estés bien.
–Si, claro... Gracias.
El regreso de Star al camping coincidió con el de Marco, quien en la mañana dio llevando la camioneta de Steven al taller a que le reemplazaran el parabrisas, mientras ella tuvo que bajar al pueblo en la Tacoma.
En cuanto toparon, la rubia pasó junto al latino y le susurró al oído.
–Tenemos un problema.
En breve, que ambos se reunieron en privado, Star miró por la ventanilla de la EarthCruiser. El grupo la estaba pasando bien, visto que el atardecer dio paso a un anochecer muy agradable en el desierto de Nuevo Mexico.
Se hallaban sentados alrededor de una fogata que acababa de encender Adrien el Mozo, salvo Finn el Humano que seguía jugando a traer la vara con Jake, el pug que hacía un par de años adoptó en un refugio animal de Miami. Como mascota de terapia, el animalito le había sido de gran ayuda. Que lo hubiera nombrado como su hermano muerto, ya era otra cosa.
Luz la Lechuza se besuqueaba con Anne la Batracia, a la que tenía sentada en sus piernas. Al año que Anne se les unió, Luz por fin se armó de valor para invitarla a salir. No es que hubiera superado su timidez del todo, es que llegó un punto en que seguir los planes extra elaborados para citas y encuentros casuales que elaboraba Marinette la Parisina le produjo más ansiedad que hacerlo directamente. Ahora las dos eran felices y vivían en el camper Brandsen de Luz.
Todos gozaban felices y contentos. Steven el Cuarzo amenizaba la velada tocando el ukelele, y Manny el Tigre lo acompañaba cantando una alegre ranchera.
Abuelo Rick, por su parte, a duras penas se mantenía despierto. Cabeceaba en su tumbona, con una manta en sus rodillas y una taza de té de hierbas en vez de su licorera habitual entre sus manos. Hasta ayer, que estaba de maravilla, hubiera mandado por algo más fuerte con que "salvar esa aburrida fiesta", según sus palabras.
Con la esperanza de que no durara mucho así, Star corrió la cortina y se lo contó todo a Marco; no sólo porque se trataba de su mano derecha y segundo al mando o su pareja sentimental y sexual, también porque había sido su mejor amigo desde tiempos inmemorables y por tanto su máximo confidente.
–El niño, me volvió a encontrar.
–¡¿Cómo?!
–No sé, ni me interesa –dijo paseándose de un extremo a otro de la autocaravana–. Tenemos que atraparlo, Marco, tenemos que hacerlo.
–¿Sabe quién eres, dónde estamos?
–No, no creo que... Eso no importa. ¿Recuerdas que te dije que tenía mucho vapor?... ¿Si? ¡Pues tiene más todavía! Traté de voltearle los papeles y me mandó a volar de su cabeza como a una bolita de papel ensalivada.
Marco quedó perplejo, al oír eso y ante la actitud de su novia que se mostraba preocupada y emocionada al mismo tiempo.
–¿No estás exagerando, mujer?
–¡NO! ¡Te lo juro, eso nunca me había pasado! ¡Hasta habría dicho que era imposible!
–... ¿Será comida o se unirá a nosotros? –preguntó entonces.
–No quiero que se una –sentenció Star.
–¿Segura? Si es todo lo que dices...
–Entonces no querremos a nadie con ese poder en el grupo. ¡Usa la cabeza!
Marco ya no le replicó nada más.
–De acuerdo, tú eres la jefa y se hará lo que digas.
Con que ella le bajó a sus ansias, lo tomó de la cara con suavidad y lo besó en los labios.
La fecha acordada, Chuck pretendió seguir con su rutina de siempre.
Su madre y él se habían instalado en Hazeltucky desde que cursaba el primer grado; pero Chuck siguió asistiendo a la primaria de Royal Woods, posteriormente a la escuela media. Por lo que Rusty debía conducir de treinta a cuarenta y cinco minutos cada mañana. No le importaba hacerlo entonces y menos le importaba ahora.
–Que tengas un lindo día –lo despidió con una amigable sonrisa.
–Igualmente –le contestó Chuck al bajar del auto.
–Piensa en Hardvard de aquí a seis años.
–Ya veremos.
Mas, apenas el auto de Rusty desapareció de su vista, el muchacho hizo caso omiso al timbre de la chicharra y tomó un rumbo diferente a los otros jóvenes que ingresaban al apuro y en bandada.
Al cabo de unas tres horas de viaje, Chuck bajó de un autobús en la estación de Great Lake City. De allí tomó el metro hasta el zoológico.
Según lo acordado, su cita de ese día lo esperaba en una banca en la zona para acariciar a las cabras y los borregos, que también contaba con un tren miniatura que rodeaba un magnifico modelo a escala de la gran ciudad.
Quien esperaba en la banca era una mujer delgada de pelo blanco, ni muy largo ni muy corto, recogido con una diadema. Seguía siendo una mujer joven y bonita, pero su vestir sobrio y formal le recordaba un poco al de su profesora de matemáticas.
≪Hola≫.
La mujer de la banca se llevó un dedo a la sien, y al levantar la mirada se fue de espaldas, pues creyó ver a otro fantasma de su pasado viniendo hacia ella. No obstante se serenó rápido al corroborar se trataba de un niño de carne y hueso al que veía por primera vez en persona. Era negro y lucía una chaqueta de mezclilla. Sólo se había confundido un poco por su piel salpicada de pecas... Y sus rizos plateados recogidos en rastas... Muy parecidos a los de... Nha, menuda tontería.
Cuando ocupó un lugar junto a ella en la banca, el niño le dedicó una grata sonrisa de la que sobresalían unos grandes incisivos como los de un conejo. Rasgo que tampoco dejó de notar.
≪Yo sé que oyes mis pensamientos, tía Lucy... Ñam, ñam, ñam, ñam...≫.
–Ya, para con eso –lo interrumpió–, no es gracioso.
Aquel sentido del humor, tan soso, recordaba al de...
–Usemos nuestras voces de fuera –sugirió–, ¿quieres?
–No hay problema –concedió el chico. Acto seguido, le estrechó la mano para presentarse–. Chuck Uggo, y tú eres Lucy Loud, ¿cierto?
–Lucenda –aclaró la peliblanca. Con una rápida mirada verificó que nadie a su alrededor los estuviese escuchando. ¡¿Cómo rayos supo...?!–. Soy Lucenda. Lucy Loud ya no existe. ¿Ha quedado claro?
–De acuerdo –accedió sin replicar, como el niño bien educado que era–. Un placer conocerte, Lucenda.
–¿Cómo diste conmigo? –le preguntó Lucy a continuación.
–Creí que sería más difícil. Como un GPS, pero en mi cabeza.
–Si, está bien... Mira, no me lo tomes a mal, pero una mujer con mi facha sentada en una banca con un preadolescente con la tuya puede...
–Ya te lo dije –interrumpió él esta vez–. Soy Chuck Uggo, y si alguien pregunta tú eres mi tía Lucy... Digo, mi tía Lucenda; y ni siquiera es mentira, no del todo. Mi primo, el sabelotodo, dice que los seres humanos compartimos el mismo esquema genético. Técnicamente todos somos familia... Además, tú también eres mágica, como yo.
–Suspiro... No sabría si llamarle magia... Un viejo amigo... –se acordó de Clyde McBride y el día que lo encontró llorando en unos arbustos por la muerte de Ricky, el gallo mascota de la escuela primaria de Royal Woods, apenas unas tres horas antes que sucediera–. Lo llamaba el resplandor. Ambos resplandecemos. ¿Tus padres lo saben?
–¿Que resplandezco?... Si, pero no hablan mucho de eso... ¿Habemos muchos de nosotros?
–Hay muchas personas con un poco de resplandor, pero ni siquiera lo saben. Los que llevan flores a su casa cuando su esposa está triste o a los que les va bien en exámenes para los que no estudiaron –niños con capacidad de pensar rápido y formular planes en tiempo récord, aunque estos no siempre salgan bien–. Pero sólo conocí una o dos personas en toda mi vida que resplandecen.
Chuck desdibujó su expresión risueña y dio paso a una seria y afligida.
–Andy, el chico del que te hablé –se descolgó la mochila del hombro y de ésta sacó la fotocaptura de la pagina de la Dirección nacional de niños perdidos, la cual entregó a Lucy–. Unas personas... O al menos parecían personas... Se lo llevaron, y se lo comieron, se comieron su resplandor.
Su tía honoraria repasó la foto del chico rubio de lentes gruesos, con que de nueva cuenta tuvo su nítida imagen entre numerosos haces de linterna que le iluminaban mientras yacía en el piso que había visto en sueños.
–Jadeo... ¿Los sentiste? –inquirió tras tragar una poca de saliva.
–Y ellos a mi –aseguró Chuck–. Sé donde lo mataron, lo enterraron allí mismo. Si consigues algo de él, si vas a Arizona...
–Wow, tranquilo.
–Te ayudo a encontrar su cuerpo. Así su mamá sabrá donde está y le darán un buen entierro. Si toco su espada puedo rastrearlos.
–Oye, tranquilo...
–Grillo el Campirano... Creo que así se llamaba... Se puso a jugar con ella un buen rato antes de matarlo.
La famélica mujer alzó una mano mandándolo a callar y le dijo exactamente lo que debía hacer.
–Chuck, quiero que regreses a casa. No busques a estas personas, no las hagas enojar, no quiero que los provoques y, hagas lo que hagas, no atraigas su atención. Busca algo, lo que sea... No... Casi lo que sea para frenar tu resplandor. Baja la cabeza, pídele a tu dios que estas personas ni nada que se les parezca te encuentren, y si lo hacen ese no es tu dios... Se discreto, cuídate mucho. Eso es todo lo que puedo hacer por ti, decirte que te andes con cuidado... Y... Perdóname.
Dicho así, la tía Lucenda se retiró sin mas, dejando atrás a Chuck que bajó la cabeza decepcionado.
Con todo y que se sintió como una cobarde y una inútil, Madame Lucenda pretendió seguir con su vida tranquila en el hospicio... Hasta la noche que tuvo que ocuparse de otro moribundo en su papel de la doctora del sueño.
–Hola, Vito.
–¿Doc...? –el obeso anciano italiano abrió los ojos. Parecía le pesaban los párpados bajo sus cejas pobladas–. ¿Doctora?
–Ya les he dicho que no soy doctora.
–No tiene caso preguntar que haces aquí... –jadeó el viejo–. A esta hora...
Su habla fue interrumpida por un fuerte ataque de tos.
–¿Te duele mucho? –preguntó Lucy–. ¿Quieres que le diga a Ronnie Anne que te traiga una pastilla?
–¿Una pastilla? –repitió Vito con voz debilitada–. No va a servir... No le temo al infierno, viví una vida digna, y de todos modos no creo que exista un lugar así... Lo que de verdad me asusta... Es que no haya nada.
–No es nuestro fin, Vito –aseguró la peliblanca en traje de conserje–. Eso si lo sé... No sé muchas cosas, pero sé que no es nuestro final.
–... Ese sabor... –el viejo se relamió los labios y sonrió–. Sabe... A los perritos calientes de Bruno... ¿Sientes el sabor?
–Si, Vito –asintió Lucy–, y también escucho ladrar al Gran Tony y al Pequeño Sal.
–Ouh, mis pequeños... –recordó con añoranza a sus preciados perros salchicha–. Llevan tanto tiempo esperándome...
–¿Quieres un poco de agua?
–Me tomaría un vaso, si me quedara tiem...
Vito Filiponio echó la cabeza para atrás y, de pronto, todo rastro de vida abandonó su rostro como el agua que se escapa de una vasija agujereada. Sus ojos, en blanco, se clavaron en un punto por arriba de la cabeza de Lucy y su boca quedó abierta. Sus cachetes abultados se desinflaron y su mentón casi se hundió en su pecho peludo.
Por respeto a su memoria, Lucy destrabó la prótesis que se había deslizado por el labio inferior y quedado suspendida en una mueca inquietante al aire libre. La puso en la mesilla de noche e hizo ademán de levantarse, cuando, posado en la cabecera de la cama, Sergio graznó:
–Debes esperar.
Los ojos de Vito Filiponio empezaron a ponerse vidriosos. Sus manos estaban rígidas con las palmas vueltas hacia arriba. Su boca permanecía abierta. En su interior habitaba el Silencio atemporal de la muerte.
–Probando... Probando... Uno, dos, tres...
–¡Exclamación!
Los labios de Vito, claro que no se movieron, y aquella voz de niña sonó tan monótona y carente de emoción.
–¡Bisabuela Harriet!
–Hey, Lucy, veo que sigues con vida. Dime, ¿los fantasmas te siguen visitando?
–Hace mucho que no –contó esbozando una minúscula, pero sincera sonrisa–. Ginelli fue el ultimo. Tenía confeti y trozos de su cerebro en el traje. Decía: "Que gran fiesta", con su sonrisa comemierda, hasta que lo puse en una caja.
–Ha pasado mucho tiempo, aunque no sabría decir cuánto. Este mundo es el sueño de un sueño para mi.
–Cinco años, más o menos. ¿Y a que se debe el honor de tu visita?
–Vine porque todo vuelve, el Ka es una rueda, hija mía.
–¿Qué es "Ka"?
–Vamos, enfócate, que no tengo mucho tiempo. Ya te lo dije, los muertos muertos estamos y así nos deberíamos quedar.
–Ok, bisabuela. Dime, entonces, qué es eso tan importante que tienes que decirme.
–Estos demonios huecos, eso es lo que son, están enfermos y no lo saben. Si los hubieran encontrado a ti o a tus hermanos alguna vez cuando niños, si los hubieran olfateado, al menos, llevarían años de muertos. A Lincoln puede que sólo lo hubieran convertido a la fuerza; pero a ti y a Lily las habrían dejado sin nada y desechado como a un cartón de jugo acabado. Eso le pasó a ese pobre chico, Andrew. Los gritos los alimentan y el dolor se lo beben, y ya saben que este otro niño existe. Puede que lo maten o... Peor... Mantenerlo vivo hasta que lo dejen vacío, y eso sería lo peor de todo. No puedes dejar que eso pase. ¡No debes dejar que eso pase!
–Suspiro... ¿Y por qué yo?
–Porque él te buscó y te encontró, porque él vino a ti. ¡¿Cómo que por qué, niña?! Tú sólo me encontraste en el ático un día que estaba tranquila y todavía sigo enganchada a ti.
–¿Y qué puedo hacer, bisabuela?
–Fácil, consíguele lo que te pidió y ocúpate de que esos demonios se traguen su propio veneno... –un suspiro otoñal brotó de la boca muerta de Vito–. No nos volveremos a ver, Lucy. Este será mi ultimo sueño... A pesar de todo, veo que te convertiste en una buena mujer, hija mía. Estoy orgullosa de ti... Pero todavía tienes una deuda pendiente. Págala.
Y tenía razón. Había abandonado a su suerte a la niña del pañal sucio. No repetiría el mismo error con el chico de las rastas plateadas.
Jueves por la noche, Charlie halló a su hijo viendo el capítulo mil y algo de One Piece en su tableta. No recordaba en que punto fue que ella dejó de darle seguimiento a ese anime, con lo interminable que se estaba tornando, pero si recordaba que su emoción por éste fue disminuyendo en la época que Luffy se alzó como uno de los cuatro emperadores del nuevo mundo. En cambio Rusty estaba al día con el Manga, y el propio Chuck le rogaba cada vez que no le soltase spoilers, dado que él sólo veía la versión animada y apenas iba por el arco de Wano.
–Hola –se anunció Charlie al entrar a su habitación.
Por lo que Chuck pausó el enfrentamiento final entre Luffy y Kaido y se sentó sobre el cobertor cruzado de piernas.
–Hola –contestó al saludo de su madre. Ésta pasó a sentarse en la cama junto a él.
–Te extrañamos en la cena.
–Estoy bien –mintió–. Es que hoy sirvieron piernas de pavo en la cafetería y me cayeron algo pesadas. Me comí dos.
–Mañana voy a ir a Royal Woods –avisó Charlie–. Tu abuelita está enferma e iré a verla. ¿No quieres venir conmigo?
–... No puedo –el chico apartó la mirada–. Tengo mucha tarea.
A Charlie no le hacia falta ser telépata como su hijo para saber que mentía, y que tenía sus razones, más o menos validas. Pese a ello no insistió más y pasó a lo siguiente.
–¿Sabes...? ¿Sabes si se recuperará esta vez?
–... No lo sé –mintió Chuck por tercera vez–. Eso espero... Dile a Mamá Ita que la amo.
Charlie se inclinó para besarlo en la frente, deseándole buenas noches.
En la mañana, Star la Chistera colgó un cartel de NO MOLESTAR en la puerta de la EarthCruiser. Tenía minuciosamente programadas las siguientes horas. No ingirió comida en todo el día, sólo bebió agua, y en lugar de su batido de la media mañana tomó un emético. Así, llegado el momento de ir tras la mente del chico estaría tan limpia como un vaso vació y recién lavado. Sin funciones corporales que la distrajeran conseguiría averiguar cuánto necesitaba: su nombre, dirección y –muy importante– que tanto sabía y si lo había hablado con alguien más.
Al caer la noche entró en el estado meditativo que anhelaba. Lo que más le costó fue olvidar su preocupación por El Abuelo Rick, que ya no se aguantaba su propia mierda. Por ello mandó a Steven el Cuarzo a que le hiciera un examen completo, desde el ano hasta el paladar de ser necesario. Pero al final consiguió desvincularse de sus sentimientos y elevarse por encima de ellos.
A eso de la media noche decidió que ya estaba lista. En su mano asía uno de los cilindros. Aunque éste contaba con una leve bocanada devapor, no dudaba que con eso bastaría.
Al girar la válvula escapó un corto suspiro de niebla plateada que inhaló. Entonces se desplomó de espaldas sobre el tapete de yoga y el cilindro rodó por el entablado de la tarima.
Ahora navegaba fuera de si misma, siguiendo un débil rastro psíquico. Ahí estaba el pasillo del supermercado... Y de pronto cruzó la frontera que daba entrada a un pueblucho semi rural... De Michigan, si mal no se equivocaba... Hazeltucky, leyó anunciaba un gran cartel al costado de la carretera.
Hizo acopio de su fuerza y empujó. Esta vez la sensación de rotación no fue sorpresa, sino algo que tenía previsto y sobre lo cual ejercía control absoluto.
De pronto se hallaba en la habitación del niño. Una recreación exacta, en realidad. Era una habitación bastante amplia, las paredes decoradas con afiches de Ace Savvy, Davy Steele y un reloj del Pescado Musculoso de edición discontinuada, pero que todavía funcionaba. Arrimada contra una esquina, vio una guitarra acústica en su estuche, lo que significaba que tocaba o estaba aprendiendo a hacerlo. En otra vio un juego de mancuernas en su soporte.
≪¿Hay algo que este muchacho no pueda hacer?≫, pensó.
Al pie de una cama con forma de auto de carreras, se alzaba una pantalla plasma con equipo de sonido integrado, un X-box Px-0 y un Playstation 8. Sobre ésta colgaba una repisa abarrotada de videojuegos originales. Las otras repisas exhibían una extensa variedad de cómics y mangas, figurillas de acción y Funko Pops de todo tipo. A los padres de este chico les iba bien, al parecer.
Hablando del chico, a éste lo halló durmiendo profunda y plácidamente bajo sus cobijas.
–Tranquilo –masculló Star–, sigue durmiendo mientras yo averiguo todo sobre ti.
Paso seguido se volvió, y por poco pega un grito de espanto al toparse con un mono de ventrílocuo con una cabeza muy grande en proporción a su diminuto cuerpo. Su quijada movible y sus rosados cachetes de marrana flaca formaban una sonrisa siniestra que no expresaba nada de felicidad. Por suerte se pudo contener a tiempo, y en su lugar dejar escapar un débil gemido, pero que susto. El niño siguió dormitando bajo sus cobijas.
Star se preguntó cómo le hacía para conciliar el sueño con semejante engendro cabezón en su cuarto. Sabía que no era más que un pedazo de madera hueca que no podía hacer nada, pero estaba de terror. Lo tenía echado en la silla de su escritorio, con sus ojazos saltones como cocos abiertos de par en par, dando así la impresión que lo observaba mientras dormía.
Tal fue su sacón de onda, que se armó de valor para acercarse al muñeco a cerrarle los ojos y girar la silla en la que se hallaba sentado.
–Así está mejor –susurró.
Luego, ya que estaba allí, curioseó en los cajones del escritorio, siendo un recetario de cocina personal lo más interesante que halló en uno. En otro encontró almacenadas más de veinte tarjetas de San Valentín, con el puño y letra de diferentes niñas.
Se mi novio.
Te quiere: Juney.
Leyó decía una.
Te quiero.
Att: Erika.
Rezaba otra.
≪Bien por él≫, pensó Star. Ya se imaginó a cuanta jovencita suspirando por él en clase.
Enseguida leyó una tercera con el mensaje: Se mío. Adjunto un número telefónico y la firma de una tal...
–Directora Dimartino... ¿Qué ra...? PD: Estoy ardiendo.
Y el dibujo de una diabla en tanga adoptando una pose sugerente y guiñando un ojo.
–Ok, esto es demasiada información.
En esto, sus ojos apuntaron a las esquinas arrugadas de una revista sobresaliendo entre la cama y el colchón.
–Aja... –rió divertida–. Veamos que escondes allí abajo, pequeño pervertido.
Devolvió las tarjetas al cajón y pescó la revista halándola fuera del colchón, pero cuidando no hacer un movimiento brusco que despertara al chico. Si despertaba en sueños despertaba en el mundo real.
Ahora, imaginad su desconcierto y/o decepción al sólo toparse con un Rip Hardcore canoso y barbón en la portada, y no a una conejita de Playboy o tan siquiera una waifu de anime.
–Bha, creí que era porno –dijo encogiéndose de hombros.
Igual, mandado ya el viaje, Star hojeó la revista. Lo más que pudo dado que muchas de sus paginas estaban crujientes y pegajosas. Supuso le habría derramado una lata de soda o un vaso de leche chocolatada encima.
≪No, qué muchacho tan desordenado≫.
Los artículos no los leyó, ni un poco, pues lo unico medianamente interesante eran las imágenes del musculoso aventurero haciendo demostración de como acampar a la intemperie, cruzar arenas movedizas, rastrear huellas de animales y demás tonterías que se le asemejaran, y eso porque en todas aparecía sin camisa y en pantaloncillos. Para estar ya entrado en edad, Rip Hardcore se había conservado bastante bien.
–Mi Marco tiene mejores abdominales que los de este paleto –rezongó por lo bajo.
Sin un ápice más de interés, cerró la revista y dirigió su atención al collage de Fotos arriba de la cama. Eso si estaba interesante.
Pudiera o no existir en el mundo real, pero allí estaba. Claro, por tratarse de una manifestación de su mente, las imágenes en dichas fotos se movían como en Harry Potter, y en todas y cada una de ellas aparecía un niño de tez negra con chaqueta de mezclilla y su pelo plateado recogido en rastas. El mismo que había visto en el reflejo de la ventana la ultima vez.
–Ya te tengo –sonrió victoriosa.
Lo vio en una tomada durante un picnic en el parque Árboles Altos, con quienes habrían de ser sus padres. Se parecía más a la mujer negra con afro que al pelirrojo blanco de cara grasosa.
En otra se destacaba de entre varios niños y adolescentes que junto a él se habían formado por edad y estatura para la foto grupal. La mayoría de ellos eran latinos, los demás rubios o castaños, pero él el unico negro peliplateado. En la parte de abajo, sobre el borde blanco de la instantánea, había escrito con marcador negro: ¡Oigan primos!
De allí observó una tira con cuatro fotos pequeñas tomadas en secuencia, una sobre otra. De esas que los jóvenes paletos gustaban tomarse en cabinas (de hecho a Star le gustaba hacer eso con Marco cada vez que hallaban una en un mall o en una feria del condado). En las cuatro salían el chico en compañía de un niño de pelo castaño con chaqueta de cuero, una niña alta de pelo rojo con una gorra verde con la visera para atrás y una niña de pelo zanahoria recogido en dos trenzas con sombrero de paja. Esta ultima se hallaba sentada a su lado.
La primera y segunda mostraban lo tradicional (lo mismo que Star había forzado hacer a Marco cuando entraban a esas cabinas), los cuatro niños haciendo caras chistosas y gestos con las manos; pero la tercera presagiaba algo no planeado para la sesión, pues en ésta la niña con sombrero de paja se aferraba de modo cariñoso al brazo del de rastas plateadas, quien por su parte reaccionaba sobresaltado; y con justa razón, dado que en la cuarta y ultima le robaba un beso en la mejilla al tiempo que el chico en chaqueta de cuero y la alta pelirroja se soltaban en risotadas.
Ver esto, para qué negarlo, conmovió un poco a Star.
–Ouh, que mono, que colores, que lindo –rió tocándose una de sus mejillas tatuadas–. Parece que tienes una amiguita muy especial... Ju ju... ¡¿Pero qué cara...?!
Eso si, lo que la hizo irse de culo, en definitiva, fueron las fotos con las que dio bajo las de la tira. En su larga experiencia ya se había topado con casos similares a éste, y aun así no dejaba de sorprenderse cada vez.
El escenario en estas fotos era el de un campamento espacial, es decir uno al que los niños van a simular la experiencia de los astronautas. Por eso es que rastas plateadas y el esgrimista ario de Arizona lucían el mismo uniforme de cadete reglamentario.
–Caray, eso si no me lo esperaba –exclamó Star.
No el hecho de hallar a dos niños vaporeros en un mismo lugar. El detalle estaba en la interacción entre ambos mostrada en esas fotos, que para el recuerdo dejaban en evidencia lo mucho que gozaban de su mutua compañía.
Estaba la que indicaba ser del primer día en el campamento, pues en esta el chico saludaba a la cámara mientras se encaminaba a la entrada con el maletín echado al hombro. En el camino se cruzaba por primera vez con el que ya estaba tieso y bajo tierra, y ya desde entonces se sonreían entre si (diría Mabel) como si percibieran una conexión...
En otra se tambaleaban y ayudaban a sostenerse entre si cual par de borrachos saliendo de una cantina. Esto porque acababan de bajar del giroscopio.
La siguiente los mostraba riendo divertidos mientras daban volteretas en el aire y jugaban a empujarse en el centro de gravedad cero.
Luego estaba otra en que ambos compartían mesa en la cafetería del lugar, con rastas plateadas dandole una de sus papas fritas en la boca al ario de lentes gruesos.
De ahí los vio ingresando al simulador de vuelo. Presa del pánico, rastas plateadas trataba de salir huyendo, por lo que el ario esgrimista lo retenía sujetándolo de los hombros.
Por ultimo una en que ambos salían abrazados y sosteniendo en lo alto una medalla al valor.
En fin, ante si, la prueba solida de que Dios los crea pero el diablo los junta.
Lo más notorio eran las miraditas que se dedicaban en cada foto. Comparadas a aquella en que la niña del sombrero de paja besaba a rastas plateadas, vista su reacción incomoda en contraste...
De pronto, recordó que aun tenía la revista entre sus manos, por lo que la arrojó al suelo y se apresuró a limpiarse las palmas en la blusa. Pudiera no estar allí fisicamente, pero al regresar tendría que lavárselas con agua hirviendo.
–¡Guácala! ¡Guácala! ¡Guácala!...
Respiró hondo, procuró enfocarse en la misión. Igual, regresando también tenía contemplado quemar la blusa que llevaba puesta.
–Quien lo diría –de nuevo miró al niño bajo sus cobijas–. Lo siento.
Pero no tanto, lo que tenía que hacer debía hacerse a como de lugar. Así que dejó de husmear donde no debía y se dedicó a aquello por lo que había ido hasta allí.
Rodeó la cama y se aproximó a la pared del lado contrario, que no era una pared real, sino un conjunto de archivadores. La principal diferencia entre su habitación en el mundo real y ésta que pertenecía al mundo de sus sueños.
–Ja, ustedes los paletos –rió con desdén. Ahora que estaba dentro, podría abrirlos con facilidad–. Se la pasan la vida llenando sus cajitas de recuerdos. Creen que eso los vuelve muy ricos. Deberías ver los míos, cariño. Mi mente es una catedral.
Moviéndose con confianza, Star abrió el cajón con el rotulo "Mamá".
–Bueno... Veamos que hay aquí.
Pero en el instante que introdujo la mano, el cajón volvió a cerrarse de golpe. El dolor fue inmenso. Gritó y tiró bruscamente para atrás, pero la tenía apresada.
Seguido a esto, una alarma ensordecedora retumbó en la estancia y los parpadeos de varios focos blancos y rojos fulguraron todo el lugar derramando su luz y calor sobre ella. La silla del escritorio giró sola volviendo a apuntar en su dirección y el horrendo muñeco abrió sus ojazos y soltó una risotada maquiavélica, moviendo su cabezota de adelante para atrás. Así mismo, las figurillas de héroes de Marvel y personajes de anime cobraron vida y se asomaron a los bordes de sus repisas sacudiendo los puños, aplaudiendo y reclamando a voces que empezara el espectáculo.
Fue entonces que el niño se sacudió las cobijas de encima e irguió de un solo salto, pero ya no era el niño. Se había convertido en un esqueleto viviente de unos dos metros de alto con ropas coloridas y la calavera envuelta bajo un frondoso afro.
–¡Ohoi, pero qué veo! –tras rasgar las cuerdas de la guitarra eléctrica que cargaba consigo, el esqueleto habló–. ¡Qué dama tan bella, es perfecta! ¡BEAUTIFUL!
Por primera vez, en incontables años, Star la chistera, antaño Star Butterfly, fue sorprendida con la guardia baja. El mocoso, que ya no parecía un mocoso, había yacido a la espera. ¡Le había tendido una trampa!
–Mis ojos sólo son para las mujeres hermosas –rió el esqueleto con afro, moviendo su mandíbula de abajo para arriba como haría el muñeco de la silla giratoria–. Pero, como ves, ya no tengo ojos... ¡YOHOHOHOHO...!
Con todo y el inmenso dolor de su mano siendo aplastada por el cajón, la rubia se agazapó contra los archivadores cuando el esqueleto se inclinó ante ella y, de forma parsimoniosa, la saludó quitándose su sombrero, adornado con una corona gigante.
–Disculpe, señorita, ¿podría enseñarme sus bragas?
A lo que esta vez Star si pegó un gritó aterrado:
–¡WAAAAAHH...!
A prisa luchó por zafar su mano del cajón, en tanto el esqueleto con pinta de rockero se echaba un buen solo de guitarra, para luego desaparecer en el estallido de una nube blanca.
Una vez se hubo disipado el humo, en su lugar apareció un joven ninja en chandal naranja y negro, de pelo rubio en punta y con marcas de bigotes en las mejillas.
–Lo siento, pero puedes olvidarte de ver lo que hay en esos cajones –rió de forma altanera–. Porque soy el más perrón aquí.
Y diciendo esto hizo un signo de más con los dedos de ambas manos.
–¡Jutsu multiclones de sombra!
Se produjo un estallido que levantó una humareda más grande y, al disiparse toda, aparecieron unas tres docenas de duplicados del mismo ninja, quienes se dispersaron a gran velocidad en diferentes direcciones.
El primero, el original, se mantuvo en su pose de combate sobre la cama de auto de carreras.
–¡No te muevas! ¡No te muevas...! –gritó Star.
Ignorando el dolor, se agarró la muñeca con la mano libre y tiró todo lo que pudo. Al principio, el cajón resistió, pero luego pudo sacar el pulpejo que estaba arañado y sangraba.
–¡Sólo eres un chiquillo de mierda!
De repente se produjo una sensación de aleteo en su cabeza, como si un pájaro estuviera revoloteando allí dentro. Esto porque, comprobó con horror, ya no se encontraban en la habitación del niño. Ahora estaban en su catedral llena de archivadores y los ninjas de chandal anaranjado hurgaban en sus cajones moviéndose a gran velocidad. Misma con la que el chico anotaba la información que iban recolectando en el mundo real.
–¡NO!... ¡Sal de ahí!... ¡Sal ya!... ¡SAL YA...!
–¡Jutsu de transformación!
Se giró. El ninja original hizo otro gesto raro con las manos y quedó envuelto con otra humareda blanca. Al disiparse, pasó a ser un salvaje de las montañas con el torso al descubierto y la cara oculta bajo la cabeza decapitada de un jabalí.
–¡BAH HA HA HA HA HA HA HA...! –se carcajeó tras desenfundar dos katanas con los filos astillados como sierras–. ¡Percibo la presencia de un demonio! ¡Demonio, al fin te encontré! ¡Respiración de la bestia! ¡Sexto colmillo...!
El salvaje con máscara de jabalí dio un salto y aterrizó de pie frente a Star, quedando ambos nariz con hocico.
–¡MORDISCO CERCENÁNTE...!
De ahí puso las espadas como sierras a cada lado de su delgado pescuezo y procedió a moverlas rápida y simultáneamente de atrás para adelante y adelante para atrás.
–¡NO!
Armándose con cada fibra de su fuerza, Star contraatacó, no con la espada de un tebeo de monitos chinos, con un puño gigante de arcoíris que brotó de su mano cargado con todos sus años y voluntad.
La visión de personaje de anime que tenía el niño de si mismo –su avatar– salió disparado para atrás. Ocasión que Star aprovechó para tirar con todas sus fuerzas, soltando gritos y más gritos de dolor, hasta que consiguió librarse del cajón que acabó de cerrarse por completo. Su mano le quedó palpitando y supo que, cuando tuviera oportunidad de mirársela, tendría la palma hinchada, los dedos rojos y lacerados y las uñas de un color ciruela por la sangre coagulada.
Sin embargo, el dolor en la mano y la muñeca fue la ultima de sus preocupaciones, puesto que ni con un golpe psíquico así de potente bastó para que el puto mocoso perdiera el equilibrio o tan siquiera dejase caer sus espadas. No, preciso en ese instante se acababa de estabilizar y arrancó a embestirla otra vez entre extasiadas risotadas.
–¡BAH HA HA HA HA HA HA HA...!
Poco faltó para que su cabeza rodara en su estado de vulnerabilidad mental, de no ser porque luchó por encontrar algo de lucidez y concentración. Por suerte halló un poco, lo suficiente para poner en movimiento el plato giratorio, aun cuando se había vuelto extrañamente pesado.
Pronto, a medida que salía impulsada para atrás y el niño rotaba de regreso al lugar de donde venía, sintió con alivio que el enloquecedor aleteó empezaba a disminuir, luego cesaba.
Cuando abrió los ojos, gritó y se estremeció, con tanta violencia que sin querer rodó fuera de la tarima.
–¡Star! –oyó exclamar a Marco, a quien enseguida vislumbró acudiendo en su ayuda en compañía de Anne la Batracia.
–¡Una trampa! –aulló, una vez confirmó estaba de regreso en el plano físico–. ¡UNA TRAMPA!
–¡¿Qué pasó?! –le preguntó Anne.
–¡El desgraciado...! –su pavor fue en aumento, apenas descubrió tenía cortes rasgados en su blusa y los hombros raspados–. ¡Oh... No...!
–¡Tu mano! –gritó Anne–. ¡¿Qué te hizo?!
–¡Me puso una trampa!
–Star, cálmate –pidió Papá Marco–. Ya sabemos donde está, ¿o no? Lo encontraste. Ahora vamos a...
–¡ESTABA EN MI CABEZA! –rugió.
–¡¿Qué?!
–¡ROBANDO!
–... ¿Qué tanto vio?
–No sé... ¡No sé...!
–¿Cuánto sabe?
–¡QUE NO SÉ!
–Star, hay un problema –informó Steven, el tercero en llegar a su encuentro.
–¡AHORA NO! –le gritó estrujando su mano hecha picadillo.
–El Abuelo Rick se nos va.
Al oír esto, Star empujó a un lado su pánico y miró con preocupación a Marco. Anne también se preocupó, de que se preocuparan.
≪... Tía Lucy... ¡Tía Lucy!...≫.
–¡Exclamación!
En el hospicio de Great Lake City, la conserje se sobresaltó al oír los eufóricos gritos del peliplateado en su cabeza.
≪¡Lo hice! ¡Le hice daño! ¡La herí, le di su merecido! ¡Y la mejor parte es que entré a su cabeza! ¡Entré a su cabeza!...¿Tía Lucy?... Tía Lucy... ¿Estás ahí?...≫.
–...Gemido... Ay, Chuck... ¿Qué has hecho?
En la mañana, en vez de a puros y salsa szechuan, el Flitwood del Abuelo Rick apestaba a mierda y enfermedad.
Manny el Tigre, Finn el Humano y Grillo el Campirano aguardaban en el exterior. Luz y los gemelos si se hallaban presentes, pero sentados o de pie en la salita, bebiendo café. Los demás, Star la chistera, Papá Marco, Steven el Cuarzo, Marinette la Parisina y Adrien el Mozo, congregados alrededor de la cama del viejo, que yacía desnudo salvo por una camisilla y unos bóxers. Todos ellos con expresiones de aturdimiento e inquietud, dado que no estaban acostumbrados a la muerte.
–Señor, ten piedad de él –previendo lo inevitable, Marco se persignó como los católicos y se puso a orar en voz baja. Lo hizo de buena fe, pese a que esto no iba acorde a la falta de creencias del resto del grupo, ni del propio Rick–. Jesucristo, rogad por él. Santa María, ten piedad de él. San Abel, ruega por él. Coro de los justos, rogad por él...
Dentro de poco se les unió Anne la Batracia, la más desconcertada de todos allí.
–No entiendo esto –susurró al oído de Star la Chistera.
–Ya entenderás –respondió.
La piel del Abuelo unas veces se tornaba lechosa y otras traslúcida. A medida que avanzaba hacia la transparencia total, se podían apreciar un hígado hinchado y duro, las bolas marchitas y negruzcas de sus pulmones, el palpitante nudo rojo de su corazón, las venas y arterias que aparecían trazadas como las autopistas y carreteras en un GPS, los nervios ópticos que conectaban con sus ojos y parecían cuerdas espectrales.
–Creí que viviríamos para siempre –replicó la Batracia.
–¿Alguien te prometió eso, Anne? –le contestó Star–. ¿Alguien dijo que serías inmortal? Yo dije: "Vive siglos, come bien". Podemos vivir muchos siglos, y lo hacemos, la mayoría. Pero no hemos estado comiendo bien. No desde hace mucho tiempo.
–Está entrando en ciclo, Star–avisó Steven el Cuarzo.
–¡Star! –gimió el anciano entre toses rasposas.
Ella se acercó a tomarle la mano con suavidad y a acariciar su cabeza llena de canas.
–¿Si, cielo?
En esto, el escuálido cuerpo de Rickempezó a despedir humo.
–¡Tengo miedo!
Siguiendo el ejemplo de Papá Marco, Adrien el Mozo y Marinette la Parisina agacharon la cabeza en señal de respeto a quien había sido su mentor, y que a la fecha consideraron un ser invencible que todo lo podía.
–No, no temes –repuso Star con un nudo en la garganta–. Viste imperios surgir, y caer. Le aplaudiste a los gladiadores en Roma, cruzaste océanos en barco hacia nuevos mundos. Te alimentaste de reyes, príncipes y Papas. Se escribieron mitos sobre ti, desacreditaste la fe de muchas culturas demostrando la superioridad de la ciencia más de una vez, sólo porque podías, y temblaron en sus pueblos, en sus lechos y en sus altos edificios. Así que no, no tienes nada que temer. Eres un rey, un dios, el "Rick más Rick" que haya existido en este mundo. Tú no estás asustado, tú comes miedo.
Terminada su oración, Marco destapó la licorera del Abuelo Rick y la acercó a sus labios. No obstante, el ultimo trago acabó como una mancha en sus sabanas, ante lo cual Steven se llevó una mano al rostro. Luz la lechuza se sumó a la congregación para tomar la mano de Anne, con la sola intención de brindarle confort y esperar lo mismo de su pareja. En la salita, Dipperabrazó a su gemela y dejó que ésta llorara en su hombro.
Por ultimo y para despedirse, Star besó la frente del anciano, en cuya cara demacrada se formó una débil sonrisa.
–... ¿Morty?... ¿Eres tú?... –carraspeó. Con sus ultimas fuerzas elevó una esquelética mano hacia la luz de los focos fluorescentes–. ¡Si, eres tú, Morty...! ¡Soy yo, Morty...! ¡Soy Rick...!
–¿Quién es Morty? –preguntó Anneen voz baja a Adrien.
–¿Y yo qué voy a saber? –susurró éste en respuesta–. Ni que hubiera vivido tanto.
–Bha, sólo está delirando –dijo Star, conforme sus ojos se cristalizaban con las primeras lagrimas que empezaban a brotar.
–¡Espérame, Morty...! –balbuceóRick–. ¡Allá voy, Morty...! ¡Seremos Rick y Morty otra vez, e iremos en busca de nuevas aventuras...! ¡UAAGH...!
Al cabo, una humareda gris se elevó por encima de su lecho de muerte, en el que sólo quedaron una camisilla con hedor a whisky y unos bóxers desinflados manchados de orina y excrementos.
Anne abrazó a Luz que rompió en desolados sollozos, al tiempo que Steven el Cuarzo tomaba nota de la hora del deceso.
–Hora de la muerte: 6:19 am.
–Muy bien, todos –ordenó Marco con ojos llorosos–, se acabó el espectáculo, fuera, marchaos, no hay más que ver aquí.
Los demás acataron su orden y empezaron a salir de la caravana de uno en uno, dejando tras de si a Star, que también se había quitado el sombrero en señal de respeto y sin prestar atención a la poca sangre que aun brotaba de su mano.
El ultimo en darle sus condolencias fueSteven el Cuarzo, a quien Papá Marco haló del cuello de su chaquetón trayéndolo de regreso.
–Tú no, pinche gordo. Aun tienes que curarle la mano a mi novia.
Luego que cada quien retornara a su autocaravana, a guardar el luto reglamentario por el deceso del Abuelo, y de que Steven le inyectara un potente sedante en lo que quedaba del dedo medio de su diestra, Star puso al tanto de la situación a Marco, que se paseaba de un lado a otro por el pasillo del Flitwood .
–El niño de Arizona, el que cazamos, y el que estamos cazando, los dos se conocían.
El latino detuvo su marcha en seco.
–¡¿Qué cosa?!
–Si, y al parecer los dos eran muy cercanos pese a que básicamente viven a extremos opuestos del país –añadió Star–. El chico éste no sólo sabe lo que hicimos, también se lo tomó personal.
–... ¿Pues qué tan cercanos eran? –preguntó Papá Marco.
–Bastante cercanos –para responder, Star hizo un gesto en que se mordía el labio inferior y entrelazaba ambas manos agarrándoselas con gran firmeza–. Así.
–¿Tanto?
Ella asintió. ¿Fue idea de Marco, o su voz se quebró con lo que le contó a continuación?
–¡Está furioso y quiere venganza!
De ahí puso su mano sedada sobre la mesa, dejando trabajar al médico del grupo.
–Es más peligroso de lo que pensaba –admitió para su pesar–. No podemos darnos el lujo de esperar más. Debemos ir por él... ¡Rayos!... Antes de que él venga por nosotros.
Los problemas nunca venían solos. De eso Steven el Cuarzo podía estar seguro. En lo que procedía a coser los puntos en el muñón del dedo de Star, observó una vez más la cama en que quedaron la camisilla sudada y los bóxers manchados de mierda, resuelto de una vez por todas a informar del otro contratiempo a su líder.
–A mi me preocupa más que el Abuelo Rick no dejara de toser de ese modo.
–¿Qué hay con eso? –inquirió Star. Esperaba se diera prisa para poder regresar a su autocaravana y recostarse.
–No sé si se acuerdan, que Jake el Violinista estaba así, antes de...
–Si, cierto –secundó Marco.
Si se acordaba, él y Star. Se refería al hermano mayor de Finn el Humano, el ultimo de ellos en fallecer hasta lo recién acontecido con Rick. Hacía más de un lustro de eso, apenas un par de años antes que Anne se les uniera, pero para ellos era como si apenas hubieran pasado unos pocos meses.
–Con Rick ya son dos –señaló Steven–, los que en sus últimos días presentan estos ataques de tos seca.
–... ¿A qué quieres llegar? –volvió a inquirir Star.
Steven se relamió los labios y se pasó una mano por su rizado pelo.
–Si... Esa tos seca... No estoy muy seguro... Pero podría ser Covid.
Star boqueó, atónita. Luego soltó la carcajada. Lo ultimo que quería era estar allí escuchando pendejadas; lo que si quería era otra aspirina con que calmar el dolor de su mano, que le palpitaba con cada latido del corazón.
–¿Qué estás diciendo, medico de pacotilla? Nosotros no contraemos las enfermedades de los paletos.
–Bueno... Si –concordó Steven. Sabía que su diagnostico no le iba a gustar–. Nunca antes habíamos cogido una... Pero...
Ella lo miró con furia en los ojos.
–Eso... ¡Es una puta tontería!
El médico se estremeció. La voz de Star sonaba estridente incluso para si misma, pero... Oh, cielo santo, ¿coronavirus? El miembro más antiguo del Nudo Verdadero, y el que le había cedido el liderazgo, los dos muertos por una enfermedad que había devastado y cambiado el estilo de vida de los paletos, culpa de un insensato que se cogió a un murciélago de Wuhan. ¡Menuda estupidez!
–Puede que lo tuviere esa niña de Michigan –especuló Steven–, la peliblanca de ojos color sangre. Ella también tosía un poco, y tenía algo de fiebre... Pero jamás pensé... Porque sí, es como tú dices, Star. Nosotros no cogíamos sus enfermedades... Hasta ahora.
–¡Eso fue hace como veinte años!
–Lo sé. Sólo se me ocurre que estuviera en su vapor, en una especie de hibernación. Hay enfermedades que hacen eso. Permanecen latentes, a veces durante años, y luego, ¡Poof!, se manifiestan.
–¡Eso será con los paletos! –gruñó Star. Volvía una y otra vez sobre lo mismo.
El Cuarzo meneó la cabeza.
–Si, pero la naturaleza cambia, y toma en cuenta la braveza con la que este virus azotó a los paletos. Aun hoy en día hay gente que sigue saliendo a la calle con cubrebocas. Nada quita que sea tan contagioso que... Pues que incluso nos pueda afectar a nosotros. Por lo que sabemos, todos podríamos estar contagiados.
Marco, al oír esto, se persignó otra vez.
–¡Virgen santísima! ¿Qué haremos ahora, Star?
Ellano lo discutió más y lo pensó con cabeza fría. Ante todo estaba la urgencia de re abastecer los cilindros, y no descansaría hasta tener al desgraciado encadenado a un radiador, drogado hasta la medula y lleno de vapor delicioso y aspirable.
–Si es así, entonces hay que ir por el niño. Si está vacunado puede que su vapor sirva para curarnos a todos... Además... –miró su mano amoratada, llena de rasguños y con un dedo menos–. Necesita que le den una lección.
