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Hace algunos días había llegado a ese pequeño pueblo, intrigado por una gran energía que se sentía en los alrededores. Un chamán, había sido su primer pensamiento, y si todo resultaba como hasta entonces, habría otro chamán entre sus filas, siguiéndolo para lograr finalmente su objetivo de crear un mundo de chamanes; objetivo que había perseguido por quinientos años. Aunque también podría suceder lo contrario, pero para eso ya estaba preparado. Si el chamán que se encontraba en ese lugar no aceptaba unírsele, siempre podía exterminarlo como ya había hecho con muchos. No importaba como fuera, Hao obtendría lo que anhelaba.

Sin embargo, no fue un chamán lo que encontró. Sí, la criatura frente a él despedía una energía poderosa, y aunque parecía humano, algo dentro de él le decía que no lo era.

—Un niño tan bonito como tú, no debería de estar en las calles sin compañía y menos a estas horas —había dicho aquel hombre antes de sonreír con malicia y comenzar a caminar a pasos lentos hacia él.

Hao sonrió. Él no estaba solo, jamás estaría solo. A su lado, como fiel guardián, estaba aquel ser de gran poder que hace quinientos años pudo arrebatarle al gran espíritu: el imponente espíritu del fuego.

—Qué diminuto —dijo antes de levantar la mano en una silenciosa orden para que su espíritu atacara, sin embargo, grande fue su sorpresa cuando un cuerpo chocó con él y lo tiró al suelo. La sorpresa creció cuando aquel niño que estaba encima de él se levantó ligeramente y lo miró. Cabellos plateados caían a los lados del rostro a pocos centímetros del suyo, y esos ojos que mostraban algo parecido a la preocupación, se endurecieron mientras levantaba la mirada hacia ese ser.

Las ganas de que el espíritu del fuego quemara aquella alma por semejante atrevimiento, tuvieron que haber aparecido, pero no lo hicieron. Como si estuviera hechizado, mantuvo su mirada en aquel niño que, con ceño fruncido y mirada retadora, seguía viendo algo que él no se atrevía a mirar por temor a que aquella imagen desapareciera.

—¿Estás bien? —preguntó aquel niño sobre él a la vez que volteaba a verlo después de varios segundos de aquella extraña quietud que los envolvía, y por extraña razón, él no pudo contestar.

—¡Zero! —gritó una voz demasiado cerca de ellos. El chico, que enseguida reconoció como el dueño de aquel nombre, volteó ante el llamado, y él tragó con dificultad. ¿Qué era ese sentimiento extraño que comenzaba a albergar su pecho?

—¿Puedes levantarte? —preguntó Zero frente a él mientras se quitaba de encima de su cuerpo y le extendía una mano. Él no dudó en aceptarla.

—¿Quién eres? —preguntó un hombre de cabellos negros y ojos de un penetrante azul que lo miraba detenidamente a unos pasos de distancia. A su alrededor solo había silencio, un silencio penetrante. Hao desvió la mirada de aquel sujeto, y observó a su alrededor; aquel hombre diminuto ya no estaba, y aquello le molestó.

"Pronto tendrás un alma para devorar", pensó, como si se tratara de una especie de respuesta a un ser invisible.

—¿Quién eres? —volvió a preguntar el hombre mientras acortaba todavía más la distancia que los separaba hasta quedar junto a aquel niño que no se había movido.

—Sensei, ¿no ve qué está asustado? —dijo Zero, y él frunció el ceño. Él no estaba asustado para nada. Volteó a verlo con enojo; su alma sería un buen aperitivo para el espíritu del fuego, pero la sonrisa que recibió…—. Soy Zero, Zero Kiryuu. Un gusto.

Él desvió la mirada y les dio la espalda. Comenzó a alejarse, pero una mano lo detuvo.

—¡Hey!, ¿acaso tus padres no te enseñaron a dar las gracias? —preguntó el hombre de cabellos negros. Hao bajó la mirada a la mano sobre su brazo, después la regresó a los ojos azules del hombre, y algo parecido a un fuego ardiente es lo que en ese momento Yagari Toga vio. Se estremeció, y sin más, soltó el brazo. Hao reanudó su camino, pero antes de salir de aquel lugar, se detuvo y miró de soslayo a aquel niño que aún tenía su mirada puesta en él.

—Hao, soy, Hao Asakura.

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Las afueras de aquel pueblo eran tranquilas, la oscuridad que lo rodeaba era algo que no le molestaba, al contrario, era algo que le gustaba disfrutar. Con brazos detrás de su cabeza, veía con sumo interés las estrellas sobre él, pero su mente en ese momento no estaba en las estrellas, su mente en ese momento estaba en esa sonrisa, en esos ojos. "Zero Kiryuu". ¿Qué tenía ese niño como para recordarlo con tanta facilidad? Tenía ya muchos seguidores, y, sin embargo, de ninguno recordaba su nombre, pero de ese niño…

Cerró los ojos y suspiró con fuerza, junto a él, las cenizas de la fogata que había hecho horas antes seguían desprendiendo calor. Debía dormir, a la mañana siguiente partiría de ese lugar a un nuevo pueblo, a una nueva ciudad, con el único objetivo de seguir buscando chamanes poderosos que pensaran igual que él. No obstante, para su sorpresa, a la mañana siguiente no había salido del pueblo. Para su sorpresa, caminaba por sus calles esperando encontrarlo, esperando volver a verlo.

Y lo vio.

Saliendo de una pequeña panadería estaba él, con una sonrisa de oreja a oreja y abrazando el brazo de un niño un poco más mayor.

Algo se retorció dentro de su pecho, algo oscuro y tan aterrador que incluso a él le dio miedo. Dio un paso a la vez que llamas ardientes lo rodearon; llamas ardientes que nadie salvo él veía y sentía

—Zero, papá nos va a regañar si seguimos tardando —dijo aquel niño, y él se detuvo. Sus ojos se abrieron cuándo detrás de esos chicos apareció Zero. No tenía la misma sonrisa que aquel que había salido por delante, al contrario, su semblante era serio y aburrido, como si mil veces hubiera preferido quedarse en casa que seguir a esos dos. Entonces él volteó y sus miradas se encontraron. Los ojos de Hao se abrieron cuando una sonrisa se dibujó en los labios de Zero, al mismo tiempo que levantaba la mano para saludarlo.

—¡Hao! —dijo antes de echarse a correr hacia él. Por inercia dio un paso hacia atrás y sus ojos se abrieron todavía más cuando aquel niño lo envolvió entre sus brazos—. ¿Estás bien? —preguntó Zero separándose de él y escaneándolo de arriba abajo—. Anoche no te veías nada bien.

—Estoy bien—respondió y bajó la mirada. ¿Por qué frente a ese niño se sentía tan vulnerable?—. Solo vine a darte las gracias por lo de anoche —dijo, como si quisiera terminar con aquello para poder irse de una vez por todas de aquel lugar.

—¡Zero! —exclamó Ichiru antes de tomarlo del brazo y aferrarse de la misma manera que lo había hecho con aquel que aún se encontraba en la puerta de aquella panadería, y que los observaba con cautela—. ¿Quién es este? —preguntó frunciendo el ceño y regalándole una mirada que parecía advertirle que lo quería lejos de su hermano.

—Un amigo —respondió Zero volteando a verlo—. Se llama Hao.

"Un amigo". Aquella palabra le hizo tragarse el nudo que se había formado en su garganta. "Un amigo". ¿Por qué esa palabra sonaba tan bonita? ¡Demonios!, ni siquiera con Matamune sintió algo parecido.

—¿No tienes calor? —preguntó Ichiru acercándose a él y devolviendo a Hao de aquellos recuerdos que lo vinculaban con el espíritu felino que lo acompañó por años. Ichiru tomó un lado de su capa y la levantó. Hao frunció el ceño al mismo tiempo que levantaba la mano para apartar la contraria; pero no fue él el que la apartó, fue la mano de Zero que detuvo a su hermano.

—Papá y mamá no nos han enseñado a tomarnos tantas confianzas con las personas, Ichiru —lo regañó, después volteó a ver a Hao—. Disculpa a mi hermano, él es…

—No te preocupes —dijo antes de darse cuenta de que había dicho aquello.

—Zero, Ichiru, es hora de irnos —apresuró Kaito, y Zero suspiró.

—¿No quieres venir? —preguntó Ichiru y Zero volteó a verlo—. Eres amigo de Zero, y a papá y a mamá les gustará conocerte.

—Lo siento, yo tengo que…

Hao no pudo terminar de hablar, ya que Ichiru lo había tomado de la mano y ya comenzaba a jalarlo hacia aquel chico que estaba a varios pasos del establecimiento.

—En serio, ¿no tienes calor? —volvió a preguntar mientras veía con curiosidad los guantes que llevaba puestos.

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—No eres de aquí —dijo la mujer frente a él al mismo tiempo que lo apremiaba para que comenzara a comer lo que había dejado sobre la mesa.

Le había sorprendido lo bien que lo recibieron los padres de los gemelos, como si no fuera la primera vez que lo veían, como si, al igual que Kaito, ya tuvieran años conociéndolo. La sonrisa radiante que había recibido de la madre de Zero le hizo saber de inmediato de quien la había heredado.

Hao negó mientras tomaba la cuchara.

—Soy de Izumo.

—Oh, eso es muy lejos —dijo el hombre junto a la madre de Zero.

—Por cierto, ¿les avisaste a tus padres que estarías aquí? —preguntó la madre de Zero, y esa simple pregunta detuvo el trayecto de su cuchara.

Sus padres.

¿Cómo explicarles a esas personas que sus padres intentaron matarlo en cuanto abandonó el vientre de su madre? ¿Cómo explicarles a esas personas que él era un chamán reencarnado de más de mil años? Pero, sobre todo, ¿por qué se estaba preguntando aquello? Él ni siquiera se había puesto a pensar en eso, y, sin embargo, en esos momentos lo hacía.

—Mis padres murieron el día que nací —mintió al mismo tiempo que bajaba la cuchara y la colocaba sobre el plato. Los padres de Zero intercambiaron miradas de arrepentimiento y tristeza.

—Lo siento, no quise ser descortés.

Hao negó con la cabeza, después una sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que, a pesar de ser amplia y radiante, Zero pudo notar que era falsa.

—No se preocupe. Hay alguien que cuida de mí, aunque no vivo con mis padres. No estoy solo, nunca lo estaré, y sí, él sabe que en estos momentos estoy aquí.

La madre de Zero se quedó tranquila con aquello, sin embargo, Zero no. Después de que terminaran con el almuerzo, Zero había llevado a Hao debajo de un cerezo cerca de su casa, el mismo cerezo dónde días después vería por primera vez a Hio Shisuka.

—No eres un humano normal —había dicho para iniciar la plática—. No eres cazador, y tampoco vampiro.

Hao volteó a verlo con sorpresa.

—¿Vampiro? —preguntó desconcertado.

—Sí, vampiro, cómo aquel que quiso atacarte anoche.

Los ojos de Hao se abrieron aún más. ¿Aquel insignificante humano era un vampiro? Bueno, ahora entendía el porqué de aquella energía tan extraña.

—Estoy entrenando para convertirme en cazador —continuó Zero al mismo tiempo que se recargaba en el tronco del árbol y levantaba la mirada al cielo—, por eso sé que no eres cazador. Por eso, y por la cosa enorme que está detrás de ti.

Si los ojos de Hao no podían abrirse más, lo hicieron. ¿Aquel niño podía ver al espíritu del fuego?

—Si puedes verlo…

—¿Por qué no dejé que te deshicieras del vampiro que te atacó anoche? —preguntó Zero volteando a verlo. Hao asintió despacio—. Si Yagari sensei hubiera presenciado algo anormal en ti, te hubiera llevado a la asociación de cazadores.

Hao rio por debajo.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, mirándolo con severidad. "El que pienses que me pudieran hacer algo", quiso responder, pero la mirada que en ese momento Zero le regalaba… ¿Por qué esa mirada le hacía sentir demasiadas emociones juntas? Zero ladeo la cabeza, como si estuviera analizándolo, como si estuviera intentando descifrarlo—. ¿Entonces? ¿Qué es esa cosa qué te acompaña?

—Él es… el espíritu del fuego, mi espíritu acompañante —respondió Hao volteando a ver al mencionado.

—¿Qué eres? —preguntó Zero con curiosidad.

—Soy un chamán. Un ser que une este mundo con el de los muertos.

Los ojos de Zero se abrieron con sorpresa y Hao creyó que Zero daría un paso hacia atrás y huiría de él. Ya lo habían hecho antes, ¿por qué no hacerlo él también?

—Eso es…, ¡increíble! —respondió Zero, y Hao volteó a verlo con sorpresa—. He leído de ellos en la asociación, pero pensé que estaban extintos. Debe ser genial, ¿no? Ver espíritus, hablar con ellos…

—No lo sé, ¿por qué no me lo dices tú?

Zero no entendió, él no era un chamán, ¿por qué él debería de darle esa respuesta?

—Puedes ver espíritus, y si puedes hacer eso, entonces también puedes hablar con ellos. —Hao sacudió la cabeza ante la expresión de Zero, y por primera vez sonrió de verdad.

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—¿El torneo chamán? —preguntó Zero. Ya habían pasado varios días desde que se reunían debajo de ese cerezo para platicar por horas; eso claro después de que Zero terminara su ronda de entrenamiento con Yagari. Gracias a eso, Zero había descubierto más de los chamanes. El ver espíritus, el hablar con ellos no eran las únicas habilidades que ellos tenían, y aquello sorprendió más al, en ese entonces, aprendiz de cazador.

—Sí, el torneo chamán. Cada quinientos años se realiza, y si lo ganas, tendrás el privilegio de fusionarte con los grandes espíritus.

—Eso… suena peligroso.

Hao sonrió de lado y volteó a verlo.

—No tan peligroso como cazar vampiros.

—Eso es diferente; yo estoy entrenando para hacerlo —respondió Zero mientras se cruzaba de brazos y fruncía los labios.

Hao levantó una ceja.

—¿Y quién te dice que yo no estoy entrenando para cuando el momento del torneo llegue?

—No veo que hagas algo, siempre te la pasas aquí.

Hao frunció el ceño, y al igual que Zero, se cruzó de brazos, la capa que lo cubría se abrió dejando ver su piel.

—Si me la paso aquí, es porque me gusta estar contigo.

Cuando Hao se dio cuenta de lo que había dicho, Zero ya le regalaba una deslumbrante sonrisa.

—A mí también me gusta estar contigo.

Sin poder evitarlo, Hao le regresó la sonrisa.

¿Quién hubiera pensado que después de tantos días de convivencia, esa sería la última vez que se verían? Porque, aunque Zero y Hao habían quedado en reunirse al otro día como de costumbre, la realidad resultó ser otra.

Hao no se había movido de aquel sitio pese a que ya había anochecido. Él, continuó esperando debajo de ese cerezo a que Zero apareciera. No lo hizo. Zero, esa noche no apareció.

"Fui un ingenuo", se dijo cuándo el sol comenzaba a salir por el horizonte. ¿Por qué había pensado que al fin había alguien que lo entendía? ¿Por qué había pensado que al fin había alguien que no le temía? Los humanos, siempre serían esos seres repugnantes que engañaban y causaban daño, no solo a la naturaleza, también a sus semejantes. Y lo peor era que, tras tantos años de existencia, había creído ingenuamente que al fin había encontrado a alguien que no era así. Se había equivocado.

Sentía rabia y odio, un odio más grande que antes de llegar a ese pueblo. Ojalá nunca hubiera pisado ese lugar, ojalá nunca lo hubiera conocido, ojalá, Zero nunca se hubiera vuelto su debilidad.

No, él no tenía debilidades. Hao haría pagar a ese humano por atreverse a burlarse de él.

Se encaminó hacia su casa, a esa casa tan acogedora y que lo había recibido como un miembro más, y la cual quemaría hasta los cimientos. El alma de Zero, de sus padres, de su hermano e inclusive de ese maestro suyo serían alimento de su espíritu… porque él no tenía debilidades.

No obstante, su sorpresa fue grande cuando al llegar a esta, varias patrullas estaban estacionadas frente a esa casa. Cintas amarillas limitaban el perímetro de un crimen, y él sudó frío.

A paso tambaleante se acercó a la casa, pero no fue necesario llegar hasta el perímetro limitado por esa cinta amarilla, pues solo dio dos pasos y lo escuchó.

—Toda la familia asesinada —reportaba un oficial de policía a su superior. Y para que no hubiera represalias contra el único sobreviviente de esa masacre, el reporte debía decir que no lo había.

"Toda la familia asesinada". Esa palabra pareció clavarse en lo más profundo de su mente, de su alma. Cerró los ojos y las ganas de llorar picaron sus ojos. "Zero".

No, Zero no lo había abandonado, Zero…

Dio la vuelta y regresó sobre sus pasos. El odio que durante años había sembrado en su interior creció abruptamente. Los humanos desaparecerían de la tierra. Hao continuaría buscando seguidores, se convertiría en el rey chamán y los humanos perecerían bajo su mano.

Su primer arribo luego de abandonar aquel pueblo fue Inglaterra, dónde, tras la negativa de aquel estúpido detective, pudo desatar esa furia que venía quemando su interior.

Años después vio el cometa Rahu atravesar el cielo, años después supo que el día había llegado, el torneo de los chamanes daba inicio. Consiguió su oráculo virtual, viajó a la aldea apache en Estados Unidos, convivió brevemente con Yoh, su gemelo, y aunque en ningún momento lo demostró, ese simple acercamiento revivió aquellos días donde permaneció a lado de Zero e Ichiru; y llegó hasta la etapa final.

El recordar aquello, no solo esos días donde podía pasar horas hablando con él, sino aquella última imagen donde supo que ya no volvería a verlo, fue suficiente para recordarse una vez más cuál era su objetivo. Y lo consiguió. Cuando fue elegido como el nuevo rey chamán, su dicha no pudo ser más grande. Luego de tantos años lo vería nuevamente; luego de tantos años podría ir a visitar su alma, después de todo, ¿qué no podía hacer el rey chamán? Sin embargo, eso no ocurrió, y entonces lo supo: Zero Kiryuu todavía estaba vivo.

Una sonora carcajada salió de su garganta, Yoh y sus amigos temblaron ante aquella inusual risa. ¿Qué pasaba por la mente de Hao en esos momentos para hacerlo reír de esa manera? No lo sabían, y la verdad no querían descubrirlo.

Su misión, esa misión qué se autoimpuso por quinientos años, jamás ocurriría, no cuando él estuviera en ese mundo. Los humanos todavía permanecerían en la tierra, o al menos hasta que Zero volviera a estar ante su presencia.