3
La pérdida de sangre no era más que un vaivén entre la inconsciencia y la realidad. Su mente sumergida en la completa oscuridad perdió la noción del tiempo, y para cuando despertó, ya habían pasado tres días del incidente donde su vida se fuera al infierno.
Había vagos recuerdos de lo vivido en esos días, un ejemplo de eso era la noche que fue llevado a aquella casa donde la hija de Cross limpió sus heridas. Recordaba también que antes de eso, su desesperación por salir de aquel auto para reunirse con su amigo fue detenido en más de una ocasión por Kaien Cross con la promesa de llevarlo de vuelta a aquel pueblo.
Y sí, lo había llevado a aquel pueblo; Cross sí había cumplido su promesa, pero cuando lo hizo ya fue demasiado tarde.
De pie frente a ese árbol de cerezo supo que jamás lo volvería a ver. Hao tenía una misión que, aunque se esforzaba en entender, no la entendía.
De pie frente a ese árbol de cerezo se arrepintió de no haberle preguntado más sobre aquella ambición, porque si lo hubiera hecho, en esos momentos tendría la posibilidad de escapar de aquella prisión llamada "hogar" donde ahora estaba obligado a permanecer. Si le hubiera preguntado más acerca de aquella lucha, bien podría haber ido a buscarlo, bien podría…
—Zero, se está haciendo tarde —dijo Cross detrás de él.
Zero suspiró y asintió. Se acercó al árbol y colocó una de sus manos sobre el tronco del cerezo ya desnudo. Después recargó su frente y cerró los ojos.
"Hao", pensó, y las lágrimas, esas mismas lágrimas que había contenido durante esos días amenazaron por salir con más fuerza. ¿Por qué se sentía de esa manera? ¿Por qué le dolía tanto despedirse de ese árbol, si ahí fue donde conoció su perdición? Porque si en aquel momento hubiera sabido que esa vampiresa destruiría su vida, habría hecho hasta lo imposible para detenerla. Sin embargo, la imagen, a dos noches antes de aquel incidente de su madre sacando la cena del horno que llegó de repente a su cabeza le dio la respuesta.
Esa noche cenarían pastel de carne, el favorito de su padre, y como si estuviera de nuevo en ese lugar la vio acercarse a la mesa, la vio colocar el refractario sobre esta y darle un dulce beso en los labios a su padre que le regresó una amplia sonrisa.
Su madre también sonreía, y a pesar de que no era la primera vez que los veía de esa forma, supo que esa sonrisa era muy diferente a la que su madre le regalaba a él o a Ichiru.
—Mamá —la llamó deteniendo sus movimientos para salir de su habitación después de haberle arropado y dado las buenas noches.
—Dime cariño —dijo regresando sobre sus pasos y volviéndose a sentar junto a él. Él tragó grueso. ¿Cómo preguntar aquello?
—¿Por qué a papá le regalas una sonrisa diferente a la que nos regalas a mí o a Ichiru?
Su madre lo miró con ojos abiertos, como si no entendiera a que se refería, aunque en el fondo bien lo sabía. Su madre sonrió despacio, y movió la cabeza de un lado a otro, después acomodó las colchas arropando más a Zero.
—Porque es mi persona especial. —Zero frunció el ceño. ¿Acaso Ichiru y él no eran también especiales para ella?—. Tú, y tu hermano también son especiales para mí —dijo como si hubiera leído los pensamientos de su hijo—, pero tu padre es especial. Él es mi mejor amigo, ¿sabes? Y por eso lo quiero mucho. Tal vez ahora no lo entiendes, pero habrá un día que lo comprenderás perfectamente. Ahora ya duérmete, mañana hay entrenamiento.
Zero suspiró y se acurrucó sobre su cama, cerró los ojos y esperó a que su madre cerrara la habitación para volverlos a abrir.
¿Su mejor amigo?
Él tenía un mejor amigo, aunque apenas lo conocía. Él tenía un mejor amigo, pero dudaba que fuera tan especial como para hacerlo sonreír como su padre hacía con su madre. Él tenía un mejor amigo…
Un sonido lo sobresaltó, se incorporó sobre la cama y movió la cabeza de un lado a otro. No había nada, su habitación estaba completamente sola, al menos que…
Se levantó y caminó a la puerta. Si Ichiru estaba del otro lado…
Se detuvo a escasos pasos cuando aquel sonido apareció de nuevo, pero esta vez sí logró identificar de donde provenía. Se giró y puso toda su atención en la ventana, a la espera de otro indicio que a los pocos segundos apareció. Cuando llegó a esta, sus ojos se abrieron de par en par. Hao estaba ahí, frente a él con una gran sonrisa y brazos cruzados sobre su pecho, pero lo más increíble era que estaba flotando en el aire.
¡Hao estaba flotando en el aire!
Abrió y cerró los ojos como cerciorándose de que aquello no era un sueño, y por supuesto que no era un sueño, y por supuesto que Hao no estaba flotando.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin salir de su impresión. La enorme mano del espíritu del fuego lo acercó más al alfeizar de la ventana y Hao se sentó en este, como si el piso que los separaba del suelo no existiera.
—Dijiste que querías saber qué hacía mi espíritu acompañante, pues bien, he venido a enseñarte lo que puede hacer.
—No vas a quemar mi casa, ¿verdad?
Hao rio, y ese sonido…
—¡Claro que no! Pero si no te apresuras, tus padres nos van a descubrir. —Dicho esto, Hao se dejó caer al vacío y Zero tuvo que reprimir un grito. Corrió a la ventana y Hao ya se encontraba en medio de la palma de aquel enorme espíritu de lava ardiente.
—Que esperas, ven —dijo extendiendo su mano. Zero negó al mismo tiempo que daba un paso hacia atrás.
Hao suspiró y miró a su espíritu que enseguida acercó su mano a Zero y lo tomó del pijama, como si se tratara de una mosca o algún tipo de insecto diminuto, con pulgar e índice. Zero reprimió las ganas de gritar, en especial cuando escuchó a su madre salir de la habitación de Ichiru.
—No… no quema —dijo asombrado una vez a lado de Hao quien volvió a reír por debajo.
—No si yo no lo quiero. Ahora, ¿vamos?
—¿A dónde? —preguntó, y enseguida se arrepintió. El espíritu del fuego comenzó a flotar, subió y subió hacia las estrellas, y aunque él había caído hacia atrás, Hao…, Hao permanecía de pie como si una fuerza superior no le permitiera caer, y siempre mirando hacia arriba, como si no quisiera perder su objetivo. Su cabello parecía flotar en el aire, y sus ojos…, sus ojos despedían un brillo que Zero no había visto hasta ese momento. Y su sonrisa…
—Detente —ordenó Hao y el espíritu obedeció, y entonces Hao bajó la mirada hacia él—. Mira —dijo señalando el horizonte. Zero volteó y sus ojos se abrieron. Estaban sumamente alto, pero la vista…
Quiso llorar, era la primera vez que veía algo como eso. Las diminutas casas y las estrellas brillando sobre ellas, como una cúpula de pequeños y luminosos puntitos.
—¿Te gusta? —preguntó Hao acuclillándose a su lado, y esa simple acción…
¿Por qué su corazón latía de esa manera?
Zero desvió la mirada de la de Hao y asintió. Momentos después se arrepintió, porque si no hubiera desviado su mirada, él gustoso se hubiera perdido en esa sonrisa que, estaba seguro, no a todos le regalaba.
—Zero —llamó Cross, él de nuevo suspiró, y se apartó de aquel árbol para mirarlo por última vez.
Regresaron a la casa de Cross donde Yuuki los recibió con una enorme sonrisa, él la ignoró y se adentró a su cuarto. Permaneció en el gran parte de la tarde, sumergido en aquellos recuerdos que no quería dejar ir pasara lo que pasara. Su salvavidas, eso eran en esos momentos: la tabla que necesitaba para mantenerse a flote en medio de un mar de confusión, dolor y añoranza.
—¿Cómo se llama? —recordó que preguntó Ichiru mientras bajaba la cuchara llena de sopa y la regresaba al plato. Él por más que quería mencionar algo no podía. Se limitó solo a ver a Hao, con reproche, con coraje. Eran pocos días los que tenían de conocerse, pero después de que Hao le dijera sobre el torneo de los chamanes, creyó que solo a él le diría ese tipo de cosas. Resultó que no, pues después de que Hao viera cómo Zero dejaba la mesa portátil sobre el regazo de su hermano y se sentaba a su lado para ayudarle a comer, Hao, con codo recargado sobre su pierna y su barbilla en la palma de la mano, soltó sin más: "me pregunto, si yo también hubiera sido un hermano cariñoso con mi gemelo".
Tal vez esa era su forma de ayudarle para distraer a Ichiru, tal vez esa era su forma para hacerle olvidar esa enfermedad que lo mantenía postrado en esa cama, una forma extraña, pero, a cómo veía, estaba dando resultado.
—Yoh, eso es lo que me han dicho —respondió como si no fuera algo importante y sin apartar la mirada de Ichiru.
—¿Te han dicho? Lo dices como si no lo conocieras —dijo Ichiru, una vez más tomando la cuchara con sopa para después llevarla a su boca.
—Es porque no lo conozco. Nos separaron al nacer. Estoy seguro de que ni siquiera sabe que existo.
El coraje se esfumó de repente y se transformó en una tristeza difícil de explicar. Si a él lo hubieran separado de su gemelo, de su otra mitad…
Sacudió la cabeza y volvió a observar a Hao. Ichiru a su lado continuaba haciéndole preguntas que él no escuchaba por estar observando al chico frente a ellos. Una sonrisa se dibujaba en sus labios, esa misma sonrisa que pese a verse gentil, no sabía por qué, pero se le hacía falsa; una máscara para ocultar lo que en verdad sentía. "Ojalá yo pudiera destruirla y ver lo que realmente sientes", y con ese pensamiento, supo, era el comienzo de algo extraño naciendo dentro de él.
Esa noche no pudo dormir, el solo recordar la expresión de Hao, que, aunque tranquila, estaba seguro ocultaba mil cosas que él deseaba conocer. La sed y las ganas de alejar esa imagen de su cabeza, lo obligaron a abandonar la cama. Bajó los escalones y llegó a la cocina, pero a pesar de eso, la imagen de Hao se filtraba en su mente sin las intenciones de desaparecer.
—Zero, ¿qué haces levantado de la cama? —preguntó su padre detrás de él, sobresaltándolo. Al voltear a verlo, se dio cuenta de que su padre apenas llegaba de alguna misión.
—Bajé a tomar agua —respondió levantando el vaso. Su padre asintió mientras seguía con su cometido de quitarse el abrigo que llevaba puesto. Él lo observó, como lo haría, cual aprendiz, para grabar algo nuevo en su mente.
—¿Sucede algo, hijo?
Zero sacudió la cabeza al mismo tiempo que sus mejillas se tornaban en carmín.
"Sí. No."
Suspiró y se armó de valor.
—¿Cómo sabes que… estás enamorado?
Su padre detuvo sus movimientos y lo miró como si le hubiera salido una segunda cabeza. Se preguntó entonces si había dicho algo malo, como si aquel, hasta ese momento, mítico sentimiento, estuviera prohibido para él por ser solo un niño.
—Bueno… eso es fácil, Zero. Primero comienzas a no dejar de pensar en esa persona. Todos sus gestos, hasta el más mínimo, tu cerebro lo guarda y almacena. Después, las horas, los minutos, incluso los segundos se te hacen eternos para volverla a ver. Y cuando la ves, cuando por fin estás frente a ella, quieres huir. —Zero enarcó una ceja y su padre soltó una estruendosa carcajada que bien podría haber despertado a medio pueblo—. Te sientes abrumado, tantas emociones juntas te revuelven el estómago, tu corazón late con mucha fuerza, pero cuando ves la sonrisa que te regala, cuando escuchas su risa, el mundo se deshace a tu alrededor. Ahí es donde te das cuenta de que estás enamorado, y que harías cualquier cosa para que esa sonrisa nunca desaparezca.
Regresó a su habitación, todavía con las palabras que su padre le había dicho resonando en sus oídos, e hizo un recuento de "los síntomas" que su padre le detallara, cuál lista de súper.
"No puedes dejar de pensar en esa persona", se dijo mientras apretaba las colchas que ya lo cubrían y se tapaba nariz y boca con ellas. La imagen de Hao apareció en su mente. Cerró los ojos y suspiró.
"Las horas y los minutos se te hacen eternos para verla". No lo negaba, ¿cuántas veces había deseado terminar su entrenamiento con Yagari antes de tiempo para echar a correr al árbol de cerezo? Las colchas cubrieron su cabeza.
"Y cuando la ves, cuando al fin estás frente a ella, lo único que quieres es huir". Eso también lo había sentido. Esa necesidad de dar un paso atrás cuando lo veía de pie frente al cerezo, esperándolo. Pero cuando Hao volteaba a verlo y le regalaba esa sonrisa que solo a él le daba, porque ni siquiera Ichiru la había visto…
"Cuando ves la sonrisa que te regala, cuando escuchas su risa, el mundo se deshace a tu alrededor."
Se hizo un ovillo sobre el colchón.
"Demonios", se dijo antes de confirmar aquello que desde que lo vio tan majestuoso sobre la palma del espíritu del fuego, comenzó a sospechar: se había enamorado, y ni más ni menos que de su mejor amigo.
El llamado en su puerta lo hizo abrir los ojos e incorporarse sobre la cama. El rostro de Kaien Cross se asomó en la pequeña ranura.
—Zero, la cena está servida. Baja que hoy tenemos un invitado muy especial.
¿Cómo decir que no quería conocer invitados especiales? ¿Cómo decirle a Cross que lo único que deseaba en ese momento era dormir para ver su rostro una vez más? Pero no podía negarse a aquello, no cuando, de cierta forma, el hombre frente a él, y que se negaba a separarse de la puerta por esperarlo, lo había salvado. Tal vez no de lo inevitable que día a día crecía en su interior, pero sí de la soledad, porque, aunque le costara admitirlo, Cross se esforzaba más de la cuenta para hacerlo sentir en familia.
O eso creyó, pues en cuanto entró en aquel comedor y lo vio a él, a Kuran Kaname, sonriente y con una mano sobre la cabeza de Yuuki, supo que estaba metido en cueva de lobos.
Los años siguieron su curso, y a pesar de eso, jamás pudo sentirse de la misma manera que se sintió en esas ocasiones que compartió con él. Intentaba no pensar en esos días, intentaba no pensar en él, pero ¿cómo no pensar en Hao cuando, sin que se diera cuenta, se había convertido en su persona especial?
Odiaba haberlo descubierto demasiado tarde, odiaba no habérselo hecho saber en cuanto lo supo, a tan solo un día de que todo lo que conocía y hacía feliz se fuera a la basura.
Más de una vez Yuuki lo descubrió viendo el cielo, más de una vez Kuran Kaname lo miró curioso por esa afición suya de perderse por minutos, incluso horas en el cielo estrellado. Pero ellos jamás lo comprenderían, jamás entenderían que esperaba aquel día con las mismas ansias que estaba seguro, Hao lo esperaba.
Y entonces llegó. El cometa, un evento esperado por muchos y donde incluso el director permitió que los alumnos de la clase diurna se saltaran el toque de queda, al fin llegó.
Todos sus compañeros estaban emocionados, todos menos él. Si lo que Hao le había dicho era verdad, a partir de ese día él se enfrentaría a cientos de chamanes con el único objetivo de obtener eso que tanto anhelaba. Suspiró, y mientras veía cómo el cielo era atravesado por un enorme cometa, cerró los puños a sus costados.
—Cuídate, y logra tus objetivos.
—¿A quién le hablas? —preguntó Yuuki a su lado, Kaname recargado en la puerta del edificio escolar, simplemente entornó los ojos cuando Zero metió sus manos en los bolsillos del pantalón y caminó en dirección al bosque.
Ese día Hao comenzaría su lucha para convertirse en rey de los chamanes, pero ese día, él también comenzaría su lucha para no sucumbir a la sed de sangre.
