Percy apoyó la cabeza contra la ventana del auto. Afuera en la autopista, el sol se reflejaba
sobre un autobús turístico, Percy arrugó el ceño; con su dislexia, la inscripción multicolor
parecía una sopa de letras arcoíris demasiado brillante para su gusto. Tiró con más fuerza
del broche de su bolso, el ruido de la cremallera abriendo y cerrando se entremezclaba con
la música de los parlantes.
—Perseo, sabes que te quiero, cariño, pero si no paras con eso, tendremos un problema.
Percy soltó la cremallera. Su atención se trasladó al asiento del copiloto, donde la tía Em
leía uno de sus libros de bolsillo.
—Lo siento —dijo avergonzado—. Estoy algo nervioso.
—Sí, me doy cuenta —respondió Em con sarcasmo.
Percy le sacó la lengua en respuesta, una de sus serpientes salió del escondite bajo su
gorro para imitar su acción. Eso le sacó a su tía una sonrisa que Percy compartió. Aún así,
no fue suficiente distracción para calmar su ansiedad.
Pronto llegarían a Queens, lo que significaba que pronto estarían Rockaway Beach, lo que
significaba que pronto comenzaría su competencia de surf y Percy no podría estar más
ansioso aunque lo intentara.
Percy no era bueno en muchas cosas, cuando eres un semidiós, el mundo de los mortales
es difícil para ti. Hasta los once años, le era imposible permanecer en una escuela sin que
lo expulsaran, la Academia Yancy fue su récord más alto (seis meses) e incluso ese periodo
estuvo lleno de visitas a la oficina del director y charlas incómodas con el consejero escolar.
Las cosas eran distintas ahora, claro; ya no lo atacaban tan seguido, lo que lo metía en
menos problemas y Percy ya no señalaba cada vez que veía un pegaso o uno de esos
autómatas. Sus calificaciones no eran las mejores, pero al menos ya llevaba dos años en su
escuela sin reprobar o ser expulsado.
Se las había arreglado para encontrar un equilibrio. Podía vivir en el mundo mortal sin ser
señalado, pero tampoco era como si perteneciera por completo; no era parte de ningún club
o equipo en la escuela, no tenía muchos amigos y mucho menos salía con ellos; recuerda
una vez cuando unos chicos de su salón lo invitaron a comer después de clases, todo
estuvo bien hasta que llegaron al lugar, que resultó ser la guarida de un Hidra que intentó
matarlo. Por supuesto, ninguno de sus compañeros vio a la criatura, no, ellos vieron a Percy
destruir el lugar con un bate y gritar como un lunático. Después de eso se extendió el rumor
de que además de tener TDAH y dislexia también padecía de ataques de ira y nadie en la
escuela se le acercó de nuevo.
Tampoco era como si Percy estuviera solo, recibía visitas de Nico y Grover con regularidad,
algunas veces Luke le hablaba por Mensajería Iris y de vez en cuando el restaurante
recibiría una breve visita de las Cazadoras, a Percy siempre le agradaba ver a Bianca y
tener la oportunidad de meterse con Zoë.
Pero esos eran amigos semidioses y aunque eran geniales, hacían cosas de semidioses, y
Percy no llegaba comprenderlos del todo, sí, él era un semidiós, pero era consciente de que
su vida era diferente a la del resto de mestizos, su primer encuentro con Luke, Annabeth y
Grover se lo dejó muy claro. Percy era demasiado mortal para los semidioses y demasiado
divino para los mortales.
Por eso cuando Marcus, su instructor—un chico de casi la edad de Luke—le sugirió la idea
de participar en la competencia, Percy estuvo tan emocionado que hizo que las sodas de su
compañeros explotaran en sus caras, se rió e hizo el tonto mientras los demás corrían en
busca de toallas. A lo lejos notó como un niño se le quedó mirando fijo por tanto tiempo que
sospechó debía ser un sátiro—que no sabía nada sobre la sutileza, por cierto—, pero no
intentó acercarse, así que Percy simplemente lo ignoró.
A Percy le encantaba el surf, no sabía si tenía algo que ver con que su padre era
Poseidón—odiaría que así fuera—pero amaba estar en el agua: el olor a la sal, la humedad
en su piel, la sensación de deslizarse en las olas como si flotara; se sentía bien y que
Marcus considerara que estaba listo para participar en una competencia, no pudo hacerlo
más feliz en ese momento.
Pero ahora, de camino a Queens, Percy solo podía pensar que Marcus se había
equivocado. Percy no era apto para participar,
si por algún capricho de las moiras, ninguna
criatura lo atacaba en el camino, estaba seguro de que estropearía algo y terminaría con la
cabeza enterrada en la arena o quedaría en último lugar, y entonces Marcus estaría
decepcionado de él.
Sin darse cuenta, comenzó a jugar con su anillo anti-estrés, centró su atención en la
delgada franja con grabado de olas griegas en su dedo, esperaba no perderlo, había sido
un regalo de Tyson y ya era el tercero de este mes.
—¡Ponis! —Y hablando de él. Tyson estampó su cara contra la ventana, aplastando a Percy
bajo su peso —¡Hermano, mira!
Tratando de no quejarse, Percy giró el cuello en dirección a la ventana. Afuera, el paisaje
irregular se extendía más allá de la carretera, una familia de centauros galopaba cerca de
ellos. El centauro más pequeño se giró y los saludó con la mano, Tyson bajó la ventanilla y
agitó su brazo gritando mientras Percy devolvía el saludo con menos entusiasmo. Cuando
un auto estuvo a punto de arrancarle el brazo a Tyson, su mamá los miró por el retrovisor y
les recordó—no por primera vez—lo peligroso que era sacar las extremidades por la
ventana. Tyson se sentó murmurando una disculpa, él y Percy se vieron de reojo por un
segundo antes de reírse en voz baja, su madre resopló, pero Percy pudo ver por el espejo
que también sonreía.
Rockaway Beach era un largo pedazo de tierra en medio del agua. Tan pronto como
llegaron, Percy sintió la abrumadora presencia del mar, como estar parado en una tabla de
madera en medio del océano. De cierta forma, era reconfortante.
Su madre dio vueltas por el estacionamiento, buscando un espacio libre, pasaron cinco
minutos antes de que Percy no pudiera soportarlo más.
—Llegaré tarde a la inscripción. —Intentó mantener su voz ligera, pero no pudo evitar que la
preocupación se filtrara.
—Lo sé, cariño. Pero no puedo encontrar un espacio.
Percy buscó a través de la ventana un espacio para aparcar, filas y filas de autos llenaban la
zona, acomodados como uno de esos laberintos que venían estampados en las cajas de
cereal.
El gusano de la ansiedad volvió a abrirse camino dentro de él, subió por su garganta
mordiendo todo a su paso. Tuvo que contenerse para no empezar a rezar, en lugar de eso,
continuó jugando con su anillo mientras dejaba su pierna rebotar inconscientemente.
Cuando su ansiedad crecía, también su hiperactividad.
—Bien, haremos esto —habló de nuevo su madre, girando en la misma señal amarilla por
cuarta vez—. Percy, ve a registrarte con Tyson, Em y yo los alcanzaremos tan pronto como
podamos.
Percy ya estaba desabrochando su cinturón antes de que su madre terminara de hablar.
Apenas murmuró un entusiasmado «de acuerdo» antes de salir a toda prisa del auto con
Tyson detrás de él.
—¡Tengan cuidado! —Percy se giró corriendo para hacerle saber a su mamá que le había
oído y casi se golpea la cabeza con el retrovisor de un auto.
—Mucha gente —Tyson se inclinó sobre la cabeza de Percy. Una mujer lo golpeó con su
bolso mientras pasaba.
Sí, el tráfico peatonal era algo que definitivamente no extrañaba de Nueva York.
Acababa de empujar a un tipo con un bronceado espantoso cuando un tirón de su ropa lo
detuvo.
—¿Qué… ? —Tyson estaba encorvado sobre sí mismo, se aferraba a la camiseta de Percy
con fuerza. Inclinaba la cabeza como si intentara esconderse.
—Ella mira mucho. —susurró.
Los ojos de Percy barrieron la multitud, al principio no supo a lo que su hermano se refería,
luego notó una mancha roja brillando entre la gente. Una chica pelirroja estaba parada unos
metros más atrás, intentando—penosamente—pasar desapercibida. Cuando se dio cuenta
de que había sido descubierta, la chica dio un brinco en su lugar y desvió la mirada de
inmediato.
Percy la estudió por unos momentos; ahora observaba una gran sombrilla de playa verde
como si fuera la cosa más interesante del mundo, pero de vez en cuando sus ojos se
desviaban hacia ellos. Resopló con fastidio, no tenía tiempo para lidiar con otro sátiro
queriendo llevárselo sabían los dioses dónde, ¿por qué no podían ser todos como Grover y
dejarlo en paz? Le lanzó una última mirada a la chica antes de seguir su curso de acción
habitual e ignorarla; dio media vuelta y siguió caminando.
Una voz entre la multitud gritó su nombre. Percy se giró y distinguió a Nico di Angelo
corriendo hacia él mientras agitaba un brazo en el aire. Percy sonrió, alzando su propio
brazo, cuando le contó a Nico sobre la competencia no esperaba verlo ahí; estaba aún más
pálido que la última vez que lo vio; desde que Nico y Bianca fueron reclamados su piel se
había vuelto blanca hasta casi rozar lo enfermizo, ellos dijeron que no había que
preocuparse y que solo era cosa de su padre divino: Hades.
Percy mentiría si dijera que la noticia no lo había hecho sentir incómodo; según tenía
entendido, Hades era uno de esos "tres grandes dioses", al igual que Zeus y Poseidón. No
sabía mucho al respecto, pero su madre le había explicado sobre una promesa entre ellos
para no tener más hijos cuando le contó sobre su verdadero origen. Según los dioses, Percy
no debía existir, era un error de su padre y una amenaza para el Olimpo, si Zeus u otro dios
se enterara de su linaje, lo matarían de inmediato. Recuerda el rostro de su madre surcado
en lágrimas mientras dejaba en claro esa parte: Percy nunca conocería a su padre, nunca
sería reconocido por él. Era por su bien, por su seguridad. Nadie debía saber que Poseidón
había roto su promesa.
Y durante trece años a Percy no le importó, su madre se aseguró de que nunca le faltara
amor, aguantó incluso al bastardo de Gabe por once años solo para mantenerlo seguro.
Luego conoció a Em, a Tyson, y hubieron más personas que le mostraron amor. No le
importaba que su padre no pudiera siquiera verlo.
Pero luego aparecieron Nico y Bianca, hijos reclamados por Hades, apareció Thalia, esa
chica que conoció en invierno y que Zoë le contó, era hija reconocida del mismo Zeus. Al
parecer, todos sabían que Zeus y Hades habían roto la promesa y sus hijos estaban muy
vivitos y sanos. Entonces Percy empezó a cuestionarse si la desatención de Poseidón era
en realidad para «proteger» a Percy o porque simplemente no lo quería.
Sin embargo, no podía odiar a Nico o a Bianca por ello, incluso Thalia le daba totalmente
igual, no era su culpa que el padre de Percy fuera un idiota. Había llegado a una resolución:
si a Poseidón no le importaba Percy, a Percy tampoco le importaba Poseidón .
Nico se detuvo a unos pasos de distancia, una gorra con el esqueleto de un pegaso
bordado le tapaba los ojos, Nico se la ajustó y saludó a Tyson antes de mirar a Percy con
una sonrisa que, desgraciadamente, él conocía demasiado bien. Era idéntica a la que él le
daba a su madre cuando sabía que estaba a punto de regañarlo.
—Hola, Nico —Saludó. Y consciente de que se arrepentiría de inmediato, añadió: —¿Qué
sucede?
Los ojos casi negros de Nico brillaron como los de un cazador atrapando a su presa, con
tono ligero respondió:
—¡Hola, Percy! De casualidad, ¿no han visto un perro del infierno por aquí? Ya saben;
negro, esponjoso, tres metros de altura. —Levantó el brazo por encima de su cabeza como
para ayudar a su descripción.
Bien, eso definitivamente no era algo que esperaba escuchar. Percy le dio otro vistazo a
Nico: su sonrisa forzada le dividía el rostro de una forma que parecía casi dolorosa,
mechones de cabello se le pegaban a la frente gracias al sudor, sus ojos fijos en Percy
brillaban como los de un niño que había consumido demasiada azúcar.
En otras palabras, se veía como alguien con muchos problemas.
—Nico, ¿qué tártaro hiciste?
—Escucha —Tomó aire antes de continuar —está este nuevo instructor en el campamento y
la Señorita OLeary es su mascota y la pobre quería salir a pasear y yo quería venir a verte
en la competencia. Así que pensé en traerla conmigo, pero cuando llegamos me di la vuelta
un segundo y cuando volteé, ella ya no estaba. Es una criatura del inframundo, así que
puede viajar en las sombras como yo. Aún puedo sentirla en este lugar, solo que no sé
exactamente donde. —Nico bajó la mirada, la gorra le impidió a Percy ver su rostro.
—¿Podrías ayudarme a buscarla, por favor?
Percy se frotó la cara con frustración, en cualquier otro momento, estaría más que feliz de
ayudar a Nico, pero la competencia empezaría pronto y él aún no se había registrado. No
podía perder el tiempo con cosas de semidioses.
Por otro lado… Nico había venido a verlo, había venido a apoyarlo cuando no tenía que
hacerlo y cuando seguramente tenía cosas más interesantes que hacer en su campamento,
y Percy no tenía muchos amigos, ¿qué clase de persona sería si no ayudaba a los que
tenía?
Suspiró, todavía quedaba tiempo para la competencia, encontrarían ese perro y volvería a
tiempo.
—De acuerdo, ¿dónde la viste por última vez? —Le preguntó a Nico. El niño vio a Percy
como si fuera su salvador.
—Por allá. —Apuntó hacia los altos edificios que se erguían detrás de ellos.
—Bien, tú y Tyson, busquen por ahí, yo buscaré más cerca de la costa, a los perros les
gusta la arena.
La sonrisa de Nico fue tan grande, que el corazón de Percy se apretó. El niño se quitó la
gorra y la puso en la cabeza de Percy con torpeza.
—Toma, Will dice que es importante protegerse del sol. —Percy se ajustó la gorra y tomó
nota de preguntar quién era Will más tarde, el nombre seguía apareciendo seguido en las
conversaciones que tenía con Nico.
—Bien, nos vemos aquí luego. —Nico asintió, y él y Tyson se fueron. Percy esta vez, oró
mentalmente para poder encontrar a ese perro a tiempo.
Percy perdía cosas muy seguido; libros de texto, lápices, ligas para el cabello, calcetines…
Y por esa razón también era muy bueno buscando cosas. Percy recuerda una vez que
Equidna apareció histérica en el restaurante preguntando por una de sus hijas perdidas, la
mujer contó entre lágrimas cómo tuvieron un encuentro con una semidiosa que lastimó a su
cría y la pobre salió corriendo. Percy se ofreció para buscarla y pasó los siguientes dos días
en busca de la quimera, la encontró en lo alto del arco de St. Louis entre un montón de
turistas, Percy recuerda la cara agradecida de Equidna mientras su cachorra le lamía la
herida que le había dejado en el brazo, dolió y el veneno casi lo mata en su momento, pero
ayudar a sus clientes valía la pena.
Esa era una de las muchas cosas que Percy no entendía de los semidioses, en sus charlas,
Luke se refería a personas como Equidna como enemigos, monstruos, incluso Grover se
ponía nervioso cuando el restaurante estaba lleno. A Percy le costaba recordar que para la
mayoría de mestizos, eso es lo que eran sus clientes y los atacaban con regularidad.
Era una de las muchas formas en las que no encajaba del todo con ellos: a Percy le
resultaba extraño cuando era atacado de verdad.
Pero se estaba desviando, el punto era que Percy era bueno encontrando cosas, y la
Señorita O'Leary, siendo un perro negro de tres metros de altura, no debería ser tan difícil
de encontrar a plena luz del día.
Si tan solo pudiera quitarse la sensación de ansiedad creciendo en su pecho. Percy apretó
el agarre de su bolígrafo, Contracorriente, listo para quitarle la tapa en cualquier momento,
tal vez eran los nervios residuales, pero se sentía como si estuviera en una lección con la
Señora Dodds; siendo analizado, estudiado... le ponía los nervios de punta. Se abrió paso
entre la gente, buscando a la señorita O'Leary y a quien fuera que lo estuviera observando
con todo el disimulo que pudo.
Entonces oyó un resoplido demasiado cerca de su espalda. Destapó Contracorriente y dio
media vuelta, con la espada en alto.
Una chica pelirroja—Percy la reconoció como la misma que los había estado observando a
él y Tyson más temprano—soltó un chillido y retrocedió un par de pasos.
Percy gruñó, realmente no tenía tiempo para sátiros metiches.
—¿Qué quieres? —preguntó educadamente, solo porque su mamá le había enseñado a ser
educado siempre.
La chica solo miró tontamente su espada. Percy la guardó de nuevo, estaba apunto de
darse media vuelta e ignorarla cuando ella habló:
—¿Cómo hiciste eso?
Rachel Elizabeth Dare estaba loca, bastaba con solo estar a su lado por cinco minutos para
darse cuenta. Su ropa estaba llena de garabatos, sus dedos siempre estaban manchados
de marcador, su cabello siempre estaba lleno de pintura, pero no era eso lo que la hacía
loca—aunque su padre estaría más que feliz de discutir eso—Rachel Elizabeth Dare estaba
loca porque veía cosas que no estaban ahí.
Rachel veía caballos con alas volando por sobre los edificios, estatuas y robots dorados
caminando en la calle, jura que una vez vio un pingüino caminando por la terraza de un
edificio cerca de su casa.
Rachel veía toda clase de criaturas aterradoras en todos los lugares a los que iba.
Intentó decirle a su padre, Rachel recordaba cómo, durante su infancia, solía correr en
busca de su padre porque estaba asustada del monstruo de tres cabezas del Museo o
jalaba la manga de su traje para mostrarle el rinoceronte de metal dorado que se comía la
basura de la calle. Su padre solo gruñía y le decía que dejara de molestarlo con sus
inventos.
Rachel también recuerda cómo solía encerrarse en su habitación, envuelta entre sus
sábanas, rezando que fueran suficiente para protegerla de los horrores que veía. Las
criaturas nunca la atacaron, pero no por eso eran menos aterradoras. Rachel se preguntaba
qué eran esos monstruos, por qué solo ella podía verlos, habían tantas preguntas en su
cabeza que nunca se había atrevido a decir en voz alta.
Entonces lo vio a él.
Al principio, lo que había llamado su atención fue el tipo de dos metros con un solo ojo en la
cabeza, luego notó al chico rubio que sujetaba de la parte trasera de la camiseta. Al niño no
parecía importarle la mano gigante que lo agarraba, caminando tranquilamente entre la
multitud, de vez en cuando se volteaba al gigante y lo miraba directamente al único ojo que
poseía. Rachel, por primera vez en mucho tiempo, no pudo apartar la mirada. Curiosa,
siguió atenta al chico, ¿él era también una de esas criaturas? No lo parecía, ¿no se daba
cuenta de que el tipo era un monstruo?, ¿estaba en peligro? Con esa idea en su mente,
Rachel se esforzó más en seguirlo, ¿y si el chico era igual que ella y el monstruo se lo
estaba llevando para lastimarlo? Esa idea le hizo dudar, ¿y si el monstruo la atrapaba a ella
también?
Una mujer pasó a su costado, el olor de su perfume hizo a Rachel estornudar.
Fue tan rápido que ni siquiera se dio cuenta, cuando abrió los ojos, el chico que estuvo
siguiendo de pronto estaba frente a ella.
—¿Qué quieres? —La voz del niño sonaba molesta, pero Rachel solo pudo prestar atención
a la espada dorada que sostenía. ¿De dónde había salido?, ¿entonces él no estaba en
peligro?
Cuando Rachel no respondió, el chico soltó un resoplido, su espada desapareció y en su
lugar ahora tenía un bolígrafo azul en la mano, la miró una última vez antes de darse la
vuelta. Rachel no pudo evitarlo, esta era su oportunidad, si él no iba a lastimarla y sabía de
las criaturas, era su oportunidad de obtener respuestas.
—¿Cómo hiciste eso?
El chico la miró por encima del hombro con el ceño fruncido.
—¿Hacer qué? —Su voz sonó menos molesta, Rachel tomó eso como una señal para
armarse de valor y continuar.
—Eso —Ella señaló la mano del chico, ahora en el bolsillo de sus shorts. —¡Hace un
segundo tenías una espada! ¿Cómo lo hiciste? —Y luego, con mucha cautela, añadió—:
Eres… ¿eres una de esas cosas que veo?
El ceño fruncido del chico se profundizó. Sus ojos eran de un verde azulado, iguales a la
costa que se veía desde el balcón de su casa en las Bahamas, y estaban llenos de un
escrutinio que hizo que Rachel se arrepintiera de haber abierto la boca. Pero luego los ojos
del chico se abrieron, se dio la vuelta y miró a Rachel como si la viera por primera vez.
—Eres mortal. —La sorpresa era clara en su voz, como si no creyera lo que estaba
diciendo. Fue el turno de Rachel de fruncir el ceño.
—¿Y eso qué significa? ¡Claro que soy mortal! Dime quién eres y cómo hiciste lo de la
espada y el bolígrafo.
—Lo siento, yo creí… —Se rascó el cuello —Sabes, no importa. ¿Dijiste que puedes ver mi
espada? —Rachel solo asintió. El chico la miró por un segundo antes de que su boca se
tornara en una media sonrisa —Y… ¿tú quién eres, exactamente?
—Rachel Elizabeth Dare. —Rachel levantó el mentón en un intento de parecer orgullosa,
como hacía su padre cuando conversaba con alguien importante. Agradeció a su voz por
sonar más segura de lo que se sentía.
La sonrisa del chico se hizo más grande.
—Mucho gusto, Rachel. —Él le tendió la mano —Mi nombre es Percy Jackson. Tal vez
puedas ayudarme.
El corazón de Percy revoloteó con emoción, la tía Em le había enseñado todo sobre la
niebla: el velo mágico creado por la diosa Hécate que ocultaba el mundo divino de los
mortales. Decía que la niebla convertía las cosas místicas en algo que los mortales
pudieran comprender, pero que existían mortales que eran inmunes a ella. Nadie sabía la
razón exacta,
su madre había dicho que creía era porque algunos mortales tenían mentes
más abiertas, más dispuestas a «ver», lo que fuera que eso significaba. A parte de ella,
Percy nunca había conocido a alguno de esos mortales.
Hasta ahora.
Rachel Elizabeth Dare lo miró recelosa, lentamente, la chica estrechó su mano con la de
Percy.
—¿Para qué quieres mi ayuda? —preguntó soltando la mano de Percy. —Y no respondiste
a mi pregunta anterior, ¿eres uno de esos monstruos?
Percy se obligó a recordar que Rachel no sabía nada sobre su mundo, que era probable
que estuviera asustada y no era su culpa, pero no pudo evitar apretar los dientes al
escuchar esa palabra. Respiró profundo por la nariz y sonrió.
—Dime, ¿ubicas los mitos griegos?
—¿Cómo… el Minotauro y la Hidra?
—Eso, pero procura no pronunciar esos nombres cuando yo esté cerca, ¿de acuerdo? Soy
un… —Percy lo pensó por un segundo, luego decidió que en realidad no le importaba
—semidiós, como en esos mitos —terminó. El ceño de Rachel se profundizó más
—Necesito que me ayudes a encontrar un perro.
—¿Te parezco estúpida?
—Mira, sé que es difícil de entender —Percy interrumpió a Rachel antes de que continuara
—pero tengo prisa; mi competencia empieza en poco tiempo y necesito hallar a ese perro
rápido si quiero un chance de participar. —Rachel no se miraba convencida, así que Percy
añadió —Hagamos un trato: si me ayudas a encontrar al perro, responderé todas las
preguntas que quieras después de la competencia.
Era una decisión estúpida, Percy casi podía oír a la Señora Dodds reprendiéndolo por
contarle todo tan fácilmente a un mortal, incluso si es alguien que puede ver a través de la
niebla, pero Percy tiene un preocupado Nico al que ayudar y una competencia en la que
participar. Además, no era como si ningún mortal supiera sobre los dioses, uno más no
importaría.
Rachel aún estaba escéptica. Miró a Percy de arriba a abajo una vez más.
—Trato hecho —dijo con el mentón en alto —pero quiero mis respuestas, ¿vale?
La sonrisa de Percy se volvió más genuina.
—Es un trato.
—¡Es horrible! —exclamó Rachel, sofocando un grito.
Percy comenzó a arrepentirse de su plan.
Se encontraron con Tyson y Nico no mucho después de su trato. Cuando Rachel vio a su
hermano, soltó un chillido tan agudo que se quedará en los oídos de Percy el resto de sus
días y se colocó detrás de él, como escudo humano, mientras Tyson hacía lo mismo con
Nico.
La imagen de un cíclope de dos metros de alto, con la fuerza para partir un tronco a la mitad
oculto detrás de un niño flacucho de once años fue tan cómica que Percy no pudo evitar
reírse.
—Rachel —dijo viéndola de reojo —estos son, mi hermano Tyson —Percy se aseguró de
resaltar la palabra «hermano» —y Nico. Nico, Tyson, ella es Rachel Elizabeth Dare, nos
ayudará a encontrar a la Señorita OLeary.
—¿Tu… hermano? —Rachel preguntó dudosa, Percy asintió, sin dar espacio a comentarios
al respecto, en cambio, se centró en Nico, quien tenía el ceño fruncido.
—¿Le hablaste a una mortal sobre los mestizos?
—Sí. —respondió simplemente, haciendo sonar una «p» al final. Nico lo miró como si se
hubiera vuelto loco. —Ella ve a través de la Niebla, puede encontrar a la Señorita OLeary
más rápido que nosotros.
Nico se cruzó de brazos con los labios fruncidos.
—Aún así, fue irresponsable.
—Lo dice el niño que perdió un perro de tres metros del inframundo en una playa.
Nico bufó y apartó la mirada molesto, no podía decir nada contra eso.
—Entonces… —habló Rachel, jugaba distraídamente con uno de los hilos de su camiseta
llena de dibujos, su frente estaba perlada de sudor. Le dio una última mirada a Tyson antes
de que su rostro se volviera decidido—. Esta Señorita OLeary… ¿cómo es?
Tardaron más de lo que le hubiera gustado.
Nico comenzó describiendo la apariencia de la Señorita OLeary, pero Rachel hacía tantas
preguntas, y tan rápido, que de pronto estuvieron en una explicación sobre el inframundo,
que de alguna forma se convirtió en una discusión sobre mitomagia en la que Percy se
perdió.
Parece que Nico había encontrado a alguien con el mismo estilo ametrallador para hablar.
Entonces los cuatro oyeron un ruido cerca de unos puestos de comida y Rchel se asustó
tanto que cayó sentada en la arena.
Percy tuvo que entrecerrar los ojos para distinguir lo que veía. La Señorita OLeary era
enorme, como, gigante. Era el perro del infierno más grande que Percy había visto, y él
había visto varios, uno del tamaño de un rinoceronte intentó comérselo cuando tenía doce y
la tía Em lo convirtió en el adorno de jardín más grande del mundo. Pero este era incluso
mayor que un tanque y se veía muy cómodo mientras destrozaba un carrito de comida
rápida, Percy intentó no pensar en el pobre mortal al que le pertenecía, por suerte no había
nadie más cerca.
Nico no perdió tiempo y se adelantó.
—¡Señorita OLeary! —Al oír su nombre, el perro levantó la cabeza y ladró. Tenía los ojos
rojos, que brillaban contentos hasta que Nico se acercó demasiado.
Tyson—gracias a los dioses por él—alejó a Nico antes de que el poodle gigante le arrancara
la cabeza.
—Almuerzo —le dijo, sujetándolo de los hombros.
—Sí —Estuvo de acuerdo Percy —nunca te acerques a un perro mientras come.
Nico asintió, con la respiración acelerada. Se palmeó los jeans y sacó una correa roja de
sus bolsillos.
—Necesito ponérsela.
—¿No es cómo… muy pequeña? —Rachel se asomó sobre el hombro de Percy, su rostro
arrugado ante la diminuta correa en comparación con el poodle del tamaño de un elefante.
—¿Cómo vas a ponérsela?
—Es mágica —respondió Nico —se agrandará cuando la enganche a su collar.
—Si tú lo dices... —Percy miró el collar alrededor del cuello de la Señorita OLeary, apenas
visible entre su esponjoso pelo.
Unas sirenas hicieron ruido a lo lejos, una mujer con un sombrero de ala ancha llamó a los
competidores a prepararse. A Percy se le cayó el estómago, volteó hacia donde una
multitud se aglomeraba cerca de una tarima con globos, murmuró un juramento en griego
antiguo y miró desesperado hacia la Señorita OLeary.
El perro del infierno había vuelto a su comida y se veía muy a sus anchas destrozando el
carrito en busca de más salchichas. Percy miró desesperado a su alrededor, pensando qué
hacer. Podría irse, ya habían encontrado al perro, podía decir que no tenía nada más que
hacer ahí.
—Percy, ¿ahora qué?
Nico lo miró con unos ojos de cachorro que hicieron a Percy querer patearse a sí mismo,
¿en qué estaba pensando? No podía irse y ya.
«Se les pide a todos los participantes colocarse en sus respectivas estaciones,
comenzaremos en veinte minutos».
La competencia estaba por empezar, pero Nico aún necesitaba ayuda.
Nico, que lo miraba como si esperara que Percy fuera de alguna forma su salvador. Rachel
apretó su hombro, visiblemente preocupada.
Veinte minutos...
Percy suspiró. Al tártaro, siempre se quejaba de que no tenía amigos, más le valía ayudar a
los pocos que tenía.
—Bien, escuchen —Los reunió en círculo—: los perros del infierno consumen mucha
comida —De eso al menos estaba seguro, él se encargaba de empaquetar las órdenes de
carne cruda para el inframundo cada semana —La señora Dodds una vez me dijo que cada
uno tiene un hábito particular para comer. Nico, ¿qué hacen la Señorita OLeary y su
dueño? —Nico se llevó una mano a la barbilla, pensando.
—Quintus dijo que le gustaba jugar, ¡qué eso la cansaba!
—Entonces hay que hacer que se canse. Busquemos más comida y algo para entretenerla.
—Tenía una pelota en mi mochila —dijo Tyson.
—Eso servirá. Iremos por ella. —Nico no esperó permiso; tomó a Tyson y ambos se
desvanecieron en un cúmulo de sombras. Rachel retrocedió como si hubiera visto la
cucaracha más grande de la historia.
—¡Bien! —Percy aplaudió —Ahora, ¿dónde podemos conseguir un kilo de carne?
Rachel solo se quedó viendo a donde Tyson y Nico habían estado. Percy empezó a
preocuparse de que tuviera alguna especie de derrame cerebral o se desmayara en
cualquier momento. Pero entonces la chica tomó una respiración temblorosa y se ató los
desordenados rizos en una coleta alta.
—Déjame eso a mí. —dijo con la barbilla en alto.
Rezando para que la Señorita O'Leary no fuera a ninguna parte, Percy siguió a Rachel
hasta lo que debía ser el lugar más caro que había pisado. El restaurante no estaba muy
lejos, pero era como estar en otro mundo. Un jazz suave sonaba de fondo, una tarima para
músicos enfrente, candelabros enormes colgaban del techo, las mesas redondas estaban
decoradas con flores y servilletas de tela y… ¿era eso una escultura de hielo? Los meseros
incluso llevaban esmoquin. Percy miró la licra de neopreno que llevaba debajo de su
camiseta descolorida y sus shorts caqui, y se sintió muy fuera de lugar; Rachel tampoco
lucía mejor—con un short cubierto de manchas de pintura que apenas era visible debajo de
su enorme camiseta de Harvard—pero ella avanzó como si fuera la dueña del lugar.
—Rachel, ¿qué estamos…? —Ella lo calló con una mano sin siquiera mirarlo.
—Disculpen. —Aquí está, lo que Percy temía. Un hombre vestido de traje los miró con el
ceño fruncido a través de unas gafas rectangulares. Tenía el cabello gris y aceitoso, que
brillaba bajo las luces elegantes de los candelabros. Su rostro estaba arrugado con una
expresión de asco. Seguro se preguntaba qué hacían un par de adolescentes arenosos en
su local. Percy se devanó los sesos pensando algo para que no parecieran un par de
ladrones, cuando el tipo saltó.
—¡Señorita Dare! Por favor disculpe mis modales, sea bienvenida.
—Buenas tardes.
A Percy se le cayó la mandíbula.
—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó. Rachel lo miró indiferente.
—Quiero un kilo de carne, por favor. —solo dijo, como si fuera la cosa más normal del
mundo.
El hombre se miró confundido, pero rápidamente se recompuso.
—Por supuesto, ¿en qué término le gustaría, señorita?
Rachel volteó a verlo, pero el cerebro de Percy aún estaba procesando la situación. Tal vez
había subestimado la mente de los mortales para entender lo extraño, dudaba que muchos
adolescentes entraran al lugar para pedir tanta carne.
—Cruda —dijo como pudo.
—Ya escuchaste a mi amigo. ¡Dense prisa!
El hombre se fue luego de hacer una reverencia, Rachel se sentó en una mesa cercana y
miró a Percy esperando algo.
No sabía qué.
—Entonces… —empezó, intentando romper la incomodidad. —¿Andas por ahí pidiendo
comida a restaurantes caros?
Rachel se acomodó en su asiento.
—Mi padre es alguien importante. Solemos venir aquí con regularidad.
—Ya. —Percy asintió—. Entonces, ¿eres como una especie de niña rica?
—No hagas un escándalo por eso.
—¡Para nada! —Levantó las manos —De veras que no me importa. Solo te agradesco por
la ayuda.
—Sí, bueno. Quiero mis respuestas.
No tardaron mucho, Rachel le quitó la comida al hombre y le dijo que lo pusiera en su
cuenta antes de salir. Él no intentó detenerlos, cosas de ricos, supuso Percy.
Entre los dos llevaron las bolsas hasta los carritos de hot-dogs, la Señorita O'Leary no se
había movido, pero ahora había empezado a volcar los contenedores de basura en busca
de comida.
—¿Y bien? ¿Cuál es el plan? —preguntó Rachel. Percy silbó y el perro de inmediato sacó la
cabeza de un montón de basura.
—Ya se los dije, darle comida y cansarla. —dijo.
—¿Qué?
Percy no le prestó atención. Agitó una chuleta de cerdo en el aire y el poodle ladró.
Rachel gritó cuando Percy la tumbó fuera del camino de la Señorita O'Leary; el perro del
infierno saltó en el aire y se abalanzó sobre las bolsas con comida.
—¡Uf! —jadeó —¿Estás bien? —La cara de Rachel se había vuelto casi tan roja como su
cabello. Percy la vio tragar antes de que apartara la mirada.
—Sí —dijo —¿Podrías… quitarte de encima? —A Percy le tomó un momento entender
antes de que la cara le ardiera de vergüenza. Se levantó de un salto y se sacudió la arena
de los shorts mientras Rachel se levantaba.
En ese momento aparecieron Tyson y Nico.
—¡Dioses! —dijo Nico —¿de dónde sacaron todo eso?
—Resulta que Rachel conoce a alguien.
La chica en cuestión sonrió algo apenada.
—¿Encontraron lo que buscaban?
Tyson sonrió y alzó una de las pelotas antiestrés de Percy en señal de victoria.
—Muy bien. Nico, dame la correa. Ustedes dos distraigan a la Señorita OLeary. Rachel,
asegúrate de que ningún mortal se acerque.
Con la correa en mano, Percy rodeó a la Señorita O'Leary y subió sobre un montículo de
arena. Tyson puso a Nico sobre sus hombros y el niño alzó la pelota en el aire.
—¡Señorita OLeary! —De la pelota roja salió un chirrido cuando Nico la apretó
La Señorita O'Leary de inmediato se olvidó de los restos de comida tirada y brincó hasta
Nico moviendo la cola, Percy aprovechó la oportunidad para saltar sobre su lomo.
No estaba tan alto en su lista de peores ideas, pero definitivamente estaba en su lista de
"Cosas que hice que mamá no debe saber". La Señorita O'Leary brincó y se sacudió cuando
sintió a Percy sobre ella, nunca se había subido a un toro mecánico, pero estaba muy
seguro de que así debía sentirse. A duras penas se agarró de su pelaje cuando comenzó a
caerse por el costado, el pelo de la Señorita O'Leary era suave y sin nudos, y Percy sintió
una pizca de admiración por ese tal Quintus, sin duda peinar a un enorme poodle de tres
metros no debía ser trabajo fácil.
Nico lanzó la pelota y la Señorita O'Leary la atrapó con los dientes, soltó un largo chirrido
antes de explotar; el perro se quedó muy quieto por unos minutos y Percy aprovechó la
oportunidad para ponerle la correa.
En cuanto el broche hizo «clic» en el collar, la cinta de cuero se alargó hasta caer en la
arena. Tyson bajó a Nico de sus hombros y la sujetó como si fuera la cuerda de uno de esos
globos aerostáticos que tanto le gustaban.
Percy dejó escapar un suspiró de alivio, tomó impulso y cayó rodando al suelo, se sacudió
la arena del cabello y observó a la Señorita O'Leary: el perro del infierno movía la cola
alegre mientras lamía a Tyson y a Nico como si no hubiera intentado morder al último hace
solo unos minutos atrás.
Cuando Nico logró liberarse de las húmedas muestras de afecto corrió hasta el lado de
Percy.
—Gracias por la ayuda —dijo con la voz cargada de alivio—. Habría estado en muchos
problemas si Quirón se enterase.
—De nada —respondió—. Pero la próxima vez que saques de contrabando una criatura del
inframundo asegúrate de no dejar que se escape.
Nico soltó una risita.
—Y eso que no has visto a Cerbero, Perséfone me contó que una vez mi padre se volvió
loco buscándolo por todo el palacio por días.
El comentario le sentó peor de lo que le hubiera gustado; no era la primera vez que Nico
mencionaba algo sobre Hades, a menudo le contaba sobre algún encuentro o le mostraba
un regalo que su padre le hubiera dado, como su espada o algún juego de flechas de hierro
estigio de Bianca. Percy se tragó el nudo que se había formado en su garganta sin su
permiso, no entendía porqué le molestaba; él no era como Nico, él tenía su vida: sin
campamento, sin misiones, sin tantos atentados contra su vida y sin un padre divino que lo
reclamara, y estaba muy bien así. Era muy afortunado: tenía a su mamá, a su hermano, su
tía, el emporio; no necesitaba que ningún dios viniera a arruinarle todo eso después de
ignorarlo durante catorce años.
Aún así…
Muy en el fondo de su mente había una vocecita que se preguntaba qué hubiera pasado si
no hubiera conocido a Medusa en ese viaje hacía años, si no hubiera hecho ningún trato y
Poseidón lo hubiera reclamado, si sería como Nico o Luke; yendo a ese campamento del
que tanto les gustaba hablar, si hubiera tenido amigos.
A veces, en la privacidad de su mente, Percy se permitía imaginarlo; él, viviendo en el
campamento año con año, haciendo hamburguesas y jugos para sus amigos, siendo como
ellos, saliendo y luchando en misiones a su lado… pero luego recordaba contra quienes
eran esas luchas, se imaginaba teniendo que herir a gente como la tía Em o la señora
Dodds, todas las personas que veía y con las que convivía a diario, haciéndose polvo por
culpa suya. La idea ya no le parecía tan bonita después de eso.
Por eso estaba bien así, si Poseidón lo reclamara, tendría que salir a misiones y hacer
cosas que no le gustarían. No necesitaba eso. No lo necesitaba a él.
—Sin duda suena algo loco. —dijo.
—¡Ahí están! —Percy se giró. Su mamá y su tía se dirigían hacia ellos, siendo seguidas de
cerca por Rachel. —Primero Tyson apareció diciendo algo sobre un perrito y luego nos
encontramos con esta niña diciendo que no podíamos acercarnos. —La voz de su madre
estaba cargada de angustia. Percy se sintió culpable, cuando aceptó ayudar a Nico, no
pensó en que su madre se preocuparía.
—Lo siento, Nico necesitaba una mano para hallar a su mascota. —El susodicho se encogió
avergonzado.
—Hola, señora Jackson. —dijo.
—Por cierto, ma', ella es Rachel. Es como tú. —Su mamá miró a Rachel con los ojos
ligeramente abiertos, Rachel se sonrojó cohibida, pero pronto alzó la barbilla y se presentó
justo como había hecho con él más temprano. Su mamá suspiró y le dio a ambos una
sonrisa tranquilizadora.
—Son cosas que no se pueden evitar —dijo entonces la tía Em—, pero Perseo, deberías
estar con los demás participantes.
Percy abrió mucho los ojos. Se había olvidado por completo de la competencia. Sin decir
una palabra echó a correr hacia la tarima decorada con globos y estampó sus manos contra
la mesa de inscripción.
Un tipo con unos lentes de marco grueso brincó del susto y lo miró con hastío.
—Niño, la última llamada fue hace diez minutos.
—¡Pero…! —El tipo no lo dejó terminar, agitó un portapapeles contra su cara y volvió a
dormitar sobre la mesa.
Percy sintió la desilusión subir por su garganta. Tal vez era una señal divina de que Marcus
en verdad se había equivocado y Percy no debía participar.
«Es lo mejor» , se dijo así mismo. «Así al menos no lo decepcionarás» .
Inhaló profundo y se tragó la bola de frustración en un intento de resignarse.
—Permíteme. —Rachel puso una mano sobre su hombro y sonrió. Luego se sonó la
garganta para llamar la atención del hombre. El tipo levantó la cabeza y la miró molesto,
entonces Rachel se presentó y la cara le cambió por completo.
—¡Lo lamento mucho señorita Dare! —casi gritó —No sabía que el chico era su competidor
representante. ¡Ten, aquí tienes! —dijo casi al borde de la histeria y prácticamente le arrojó
la hoja de inscripción. Percy no perdió tiempo en llenarla.
—Te lo agradezco. —Rachel dijo satisfecha.
—¡Ni lo mencione! La organización está muy agradecida con las donaciones de su padre.
El grupo se alejó de la mesa. Percy estaba seguro de que miraba a Rachel tal como Nico
había hecho con él.
—Yo… —Se detuvo, intentando encontrar las palabras para expresarse. —No sabes lo
mucho que te lo agradezco. Enserio… yo… —Se pasó una mano por el pelo. Por primera
vez en mucho tiempo no sabía qué decir.
—Ni lo menciones. —dijo Rachel, algo cohibida —Solo asegúrate de responder mis
preguntas después de ganar.
Eso le sacó una risa.
—Rachel Dare, tendrás toda las respuestas que quieras. —luego añadió —: Parece que sí
sirve tener una amiga rica después de todo, ¿no? Somos amigos, ¿verdad? —preguntó
como ocurrencia tardía.
Rachel parpadeó. Percy esperaba no haberse pasado con ese comentario, el gusano de la
ansiedad empezó a retorcerse en sus entrañas de nuevo.
Pero entonces Rachel sonrió de vuelta.
—Por supuesto, Percy Jackson. —respondió pinchándole el pecho con un dedo. —Ahora,
asegúrate de ganar.
Percy le dió la sonrisa más grande que pudo. Se quitó la camiseta desteñida para quedar
con el traje de neopreno y shorts, y tomó su tabla de las manos de Tyson.
Miró a sus amigos y familia antes de voltearse hacia el mar. Iba a ganar esto.
Y no necesitaba ningún estúpido dios para ello.
