Habían pasado varios años desde que Nico y Maki dejaron la escuela, cada una siguiendo

sus sueños. Nico, con su energía inagotable, había comenzado su carrera como idol,

mientras que Maki, disciplinada como siempre, iniciaba su formación médica en el hospital

familiar. Al principio, todo parecía estar en su lugar. A pesar de los desafíos, se apoyaban

mutuamente. Nico luchaba por destacar en una industria competitiva, mientras que Maki

enfrentaba el estrés de las largas jornadas y las altas expectativas de su familia.

Sin embargo, los problemas empezaron a acumularse. Nico no lograba avanzar en su

carrera como había imaginado, y las presiones en la vida de Maki crecían, cada día más

difíciles de manejar. Aun así, ambas intentaban sobrellevar las dificultades. Pero algo

cambió. Nico comenzó a distanciarse, con una sombra de tristeza en su sonrisa habitual.

Una noche, Maki volvió a casa agotada, esperando encontrar a Nico, como siempre. Pero lo

único que halló fue una nota, breve y sin sentido, en la mesa de la cocina.

["Lo siento, Maki. No puedo seguir. No es tu culpa, es solo... complicado. Cuídate."]

Maki leyó esas palabras una y otra vez, sin comprender. Una nota tan banal para algo tan

importante. Todo su cuerpo temblaba mientras apretaba el papel entre sus dedos.

—"¿Por qué?" susurró al vacío de su departamento.

Nico se había ido. Sin despedidas, sin explicaciones, dejándola sola. Las semanas

siguientes fueron una tormenta interminable. Maki intentaba enfocarse en su trabajo, pero el

estrés y la angustia la consumían. Las noches eran insoportables. La ausencia de Nico, esa

chispa de vida que llenaba cada rincón, era insoportable.

Y luego, como si la vida no pudiera volverse más cruel, empezó a notar algo extraño. Su

visión, antes aguda, comenzó a deteriorarse. Al principio, pequeñas sombras, detalles

borrosos. Luego, más. Los médicos no tenían respuestas claras, pero la realidad se hizo

evidente: Maki estaba perdiendo la vista. Tal vez fuera el estrés, o tal vez una condición

subyacente que nunca se había manifestado. Pero para Maki, no importaba la causa. Había

perdido a Nico, y ahora perdía su capacidad de ver.

--

Dos años pasaron desde la partida de Nico. Maki, aunque rota, había aprendido a vivir con

su nueva realidad. A pesar de todo, su vida seguía adelante. Se había adaptado,

aprendiendo a moverse por el hospital, continuando su carrera como médica. Había algo en

el trabajo que la mantenía firme, algo en sanar a otros que le daba un propósito.

Pero los viernes eran diferentes. Había encontrado un pequeño bar de jazz en el centro de

la ciudad. Un lugar tranquilo, donde la música podía fluir sin pretensiones. Y ahí, cada

viernes por la noche, Maki se sentaba frente al piano. Aunque sus manos no podían ver las

teclas, su alma recordaba cada nota, cada melodía que había amado desde niña.

El sonido suave del piano llenaba el aire, y los murmullos del bar se desvanecían cuando

Maki comenzaba a tocar. No necesitaba ver para sentir la música, para dejar que fluyera a

través de ella, liberándola, sanándola de formas que la medicina no podía.

Esa noche en particular, después de su set habitual, una de las camareras se acercó a ella.

—"Siempre tocas con tanta emoción," comentó la joven, colocando una bebida junto a Maki.

"Es como si... estuvieras contando una historia."

Maki sonrió, una sonrisa pequeña pero sincera.

—"Supongo que lo hago," respondió con un tono sereno. "La música... me da lo que he

perdido."

La camarera inclinó la cabeza, como queriendo preguntar más, pero al ver la tranquilidad en

el rostro de Maki, decidió no hacerlo. Maki, por su parte, se quedó sentada, disfrutando del

silencio y las pocas conversaciones que llenaban el lugar.

La verdad era que, aunque la vida no había sido amable con ella, había encontrado paz en

ese pequeño bar, frente a su piano. Había perdido a Nico, y con ella, gran parte de su luz.

Pero la música, su primer amor, siempre había estado ahí. Y en ese espacio de notas y

melodías, Maki había encontrado una manera de seguir adelante.

Cada vez que sus dedos acariciaban las teclas, era como si su corazón recordara cómo

sanar. Y aunque la herida de Nico siempre estaría allí, latente, Maki sabía que, de alguna

forma, había aprendido a vivir con ella.

Porque, al final del día, la música le había devuelto algo que ni la oscuridad ni la partida de

Nico pudieron arrebatarle: el poder de crear, de sentir, de ser ella misma, incluso sin poder

ver.

Al final de otra noche en el bar, Maki terminó su set habitual al piano, sus dedos

deslizándose sobre las teclas con precisión y pasión. Aunque ya no podía ver, la música le

hablaba de una manera que las palabras no podían. El suave aplauso de los presentes

resonó en el aire, y ella sonrió, sintiendo la cálida familiaridad del lugar.

Mientras Maki recogía sus cosas, escuchó una voz familiar acercándose a ella.

— "Lo hiciste increíble otra vez, Maki."

Era Ren, el chico con quien había empezado a salir en los últimos meses. A pesar de que

Maki no le daba mucha importancia a su apariencia, Ren siempre se presentaba impecable:

alto, de cabello castaño bien peinado, vistiendo ropa elegante y moderna, y con gafas que

le daban un aire intelectual. Su presencia siempre era acompañada de una energía

amigable y cálida, algo que había atraído a Maki desde el principio. Más allá de lo físico, lo

que a ella realmente le importaba eran su sinceridad y el apoyo que le ofrecía sin

condiciones.

— "Gracias, Ren," respondió Maki, acomodándose en el taburete del piano. "No sé si fue

tan bueno como siempre."

Ren soltó una suave risa antes de sentarse a su lado. "Tú siempre dudas de ti misma, pero

todos los que estamos aquí podemos sentir lo que transmites. Es algo... especial. Siempre

lo ha sido."

Maki sonrió, aunque no dijo nada de inmediato. Había algo en la forma en que Ren hablaba

que la tranquilizaba, como si cada palabra fuera cuidadosamente elegida para hacerla sentir

segura. Él tomó su mano con suavidad, entrelazando sus dedos.

— "¿Cómo estuvo tu día en el hospital?" preguntó él, manteniendo su voz suave.

— "Cansado, como siempre," admitió Maki. "Pero no tan difícil como otras veces. Y, de

alguna manera, venir aquí al piano lo hace todo más llevadero."

Ren la observaba, aunque sabía que ella no podía verlo. Maki sentía su mirada, esa mezcla

de cariño y admiración que siempre la hacía dudar por un segundo si todo esto era real.

— "Sabes que siempre estaré aquí para ti, ¿verdad?" dijo Ren, su voz un poco más seria

ahora. "No importa lo que pase, ni cuánto cambien las cosas. No tienes que llevar todo el

peso sola."

Maki sintió un pequeño nudo en su garganta, pero lo disimuló bien. No era fácil para ella

abrirse completamente, ni siquiera después de todo lo que había pasado. Pero había algo

en Ren que la hacía querer intentarlo.

— "Lo sé," susurró. "Y lo aprecio más de lo que te imaginas."

El silencio que siguió no fue incómodo. Al contrario, fue uno de esos momentos tranquilos

en los que ninguna palabra era realmente necesaria. Ren, siempre atento a los detalles,

notó que Maki parecía un poco más relajada y se inclinó hacia ella.

— "Sabes... me encantaría escucharte tocar solo para mí algún día," dijo él con una sonrisa,

aunque ella no pudiera verla. "Un concierto privado. Solo tú y yo."

Maki rió suavemente, negando con la cabeza. "Eres imposible."

— "¿Lo soy?" preguntó él, con ese tono juguetón que siempre la hacía sonreír.

— "Un poco," admitió Maki. "Pero está bien. A veces es agradable tener a alguien imposible

a tu lado."

Ren le dio un apretón suave en la mano y luego la soltó, levantándose para ofrecerle su

brazo. "Vamos, te llevo a casa. Ha sido una larga noche."

Maki aceptó el brazo de Ren, y juntos salieron del bar, caminando por las calles iluminadas

por las luces de la ciudad. Aunque ella no podía verlas, sentía la calma de la noche y el

calor del brazo de Ren a su lado, una constante en su vida que, aunque diferente de lo que

había tenido con Nico, le daba una paz que hacía mucho no experimentaba.

Mientras caminaban, Ren tarareaba una de las melodías que Maki había tocado esa noche.

Y en ese momento, sin necesidad de decir más, ambos sabían que estaban exactamente

donde querían estar: juntos.