Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 21
El viento soplaba fresco e incesante en aquella noche de verano en Chicago. El cielo estaba despejado, y la luna mostraba su cuarto menguante en todo su esplendor. Cualquier pareja de enamorados se hubiesen sentido plenos y felices en un momento como ese. Pero en un punto de la ciudad, el romance y la felicidad no eran en lo absoluto el sentimiento reinante.
Un auto se detuvo en medio de la penumbra en las afueras de un garaje en un barrio de baja calaña. En su interior, un par de hombres con capuchas en la cabeza lanzaban gemidos desesperados.
- Yo... Yo no sabía nada de esto- dijo el asustado chofer que los había llevado hasta allí, por órdenes de su patrón, Robert Leagan.
- Eso es lo de menos- con la pistola apuntando hacia su pecho, el hombre de expresión dura que iba a su lado, le instó a salir del auto - ¡Bájate!
Con la cara llena de terror, el chofer bajó con las manos en alto y el cuerpo tembloroso.
- Corre- le ordenó
- ¡¿Qué?!
- ¡Lárgate! Tu misión aquí ha terminado. Y ya sabes, ni una palabra de esto a nadie. Si lo haces, date por muerto, ¿Entendiste?
- Sí... Sí, señor.
- ¡Ahora, vete!
El aterrado hombre se dirigió hacia la calle oscura corriendo a todo lo que le daban las piernas. El sonido seco y ensordecedor de una bala rozando muy cerca de su oído le hizo echarse al suelo.
- ¡Corre! - ordenó nuevamente.
Se levantó lo más rápido que pudo y siguió corriendo, en su desesperada carrera, tropezó un par de veces volviéndose a levantar de un salto, jadeando y lleno de miedo. Esta vez, ya no escuchó ninguna detonación.
- ¿Era necesario eso, Freddy? - Expresó Michael con la voz ahogada, bajo la capucha que llevaba en la cabeza.
Freddy rio.
- Hay que darle dramatismo, Mickey- Sin que Freddy lo pudiera ver, Michael puso los ojos en blanco.
Los dos hombres bajaron del auto cubiertos de la cabeza y con las manos atadas a la espalda. Freddy los condujo hacia el interior del lugar donde aguardaban otros tres hombres más.
- ¿Ha llegado Neil Leagan? - preguntó Freddy, una vez adentro.
- No- contestó uno de los tipos que estaban ahí -Pero han venido a dejar esto al medio día- señaló hacia un montón de cajas llenas de botellas de licor - Tal como lo dijiste Michael.
Freddy levantó la capucha de Michael y el hombre que se hacía pasar por Ernest Andrew. Ambos exhalaron una profunda bocanada de aire.
- ¡Sí que hace calor con esas cosas puestas en la cabeza! - dijo el reemplazo de Ernest, sudando copiosamente.
- Refréscate todo lo que puedas, que en un rato te la volveremos a colocar- le sugirió Freddy.
Michael les ordenó a los tres hombres, (que eran policías encubiertos), que salieran del lugar a vigilar la entrada y avisarán en cuanto llegarán los Leagan.
- ¿Dónde está Al? - inquirió Michael, una vez afuera los demás.
- Aquí estoy- Al Capone entró por la parte de atrás del garaje con dos sujetos más. Los tres iban impecablemente vestidos y fuertemente armados. Michael frunció las cejas
- ¿Para qué todo esto? ¡Te he dicho que no será necesario! Lo tengo todo bajo control.
- Lo sé, pero siempre hay que estar preparado para cualquier eventualidad, Mickey. Además, no me fío de ninguno de ellos y mucho menos de Neil Leagan; ese muchacho soberbio y estúpido es capaz de cualquier tontería.
- Lo que tú digas, Al- dijo, encogiéndose de hombros.
- ¿Qué has hecho con el viejo?
- Le he dormido con un poco de cloroformo. Temo que sospechaba algo. Sólo así he podido llevarle al escondite.
- Mientras esté fuera de peligro...
- Lo está, te lo aseguro.
El ruido de un auto estacionándose afuera del lugar llamó su atención. Todos entraron en tensión un momento, pero rápidamente se recompusieron tomando sus puestos y preparándose para la acción. Las capuchas fueron puestas nuevamente a los dos hombres y los colocaron de rodillas con dirección hacia la pared. La puerta corrediza del garaje se abrió de un sólo jalón y detrás de ella aparecieron Robert y Neal Leagan, con algunos acompañantes.
- Creí que sólo estaría presente su hijo, señor Leagan- le dijo Capone por saludo.
- Cambio de planes- respondió Neil, con su acostumbrado tono de prepotencia.
- Ya veo... Pues aquí los tienen- señaló a los dos hombres arrodillados - ¿Quieren decirles algo antes de que pasen a mejor vida?
- ¡Quiero verlos! ¡Quiero verle la cara a ese sucio vejete antes de que deje este mundo! - Neil tenía los ojos muy abiertos y enrojecidos, a causa de la cocaína que había consumido unos minutos antes de entrar.
- Joven Leagan- intervino Freddy -No querrá ver la cara de un hombre que está destrozada a golpes y a punto de morir. Créame, la impresión que le dé verlo, le quedará para toda su vida. La mirada de un condenado a muerte se queda para siempre en la memoria.
- Pero yo...
- Neil, ¡déjalo ya! - ordenó Robert.
- Ahora, señor Leagan - continuó Al -Antes de ejecutar a estos hombres, hay algunas cosas que debemos aclarar antes. Primero: ¿Para qué ha traído esas cajas de licor? No querrá ponerme alguna trampa, ¿verdad?
- Es parte de su pago por este trabajo- Contestó Robert, impasible.
- ¿De mi pago? Creí haberle dicho que quería dinero contante y sonante. No quiero cajas de licor.
- Entonces, considérelo un regalo.
- No lo quiero. De hecho, he venido aquí a decirle que no quiero hacer más negocios con ustedes.
- ¡¿Qué has dicho?!- Robert rio con ironía - ¡No puedes hacer eso! Sin nosotros no eres nadie. Te elevamos de categoría de gánster, cuando no eras más que un pobre guardaespaldas queriéndose convertir en un ladronzuelo de poca monta- Capone rio a carcajadas ante la atónita mirada de los Leagan -No le veo la gracia- Protestó Robert -Si tú nos das la espalda, me encargaré de que nadie haga negocios contigo en todo el país. Créeme, tengo un aliado muy poderoso en Nueva York que hará que tragues polvo.
- ¿No se referirá a el señor Ardley? - preguntó socarrón, Robert entornó los ojos - ¡Oh, sí! Se refiere a él; lo veo en su mirada- Capone y Freddy rieron -Ya veo... Bueno, en ese caso, me temo que ya no podrán contar con el finísimo señor Ardley, pues precisamente, mientras ustedes estaban en Escocia, me he puesto bajo su amparo y ahora me hago cargo de sus negocios del Bronx en Nueva York y próximamente, aquí en Chicago. Así que, como ven, yo ya no le debo nada a la decadente familia Andrew. ¡Los que ya no son nada son ustedes!, pues su imperio pronto quedará reducido a cenizas.
- ¡Mientes! Ardley no pudo ampararte, él tiene negocios muy jugosos con nosotros y no le conviene perderlos.
- Eso es lo que ustedes piensan. Ardley ha hecho un convenio conmigo, y ya no los necesito, mucho menos ahora que ya no tienen a nadie quién los proteja. Lo que más me da gusto es que todos ustedes van a ir parar a la cárcel por tráfico de alcohol. ¡Vaya! Eso será un estupendo titular en todos los diarios nacionales- rio con ganas.
- ¡Eres un idiota, ladronzuelo! Será tu palabra contra la nuestra, además, no tienes forma de comprobarlo- dijo Neal, petulante.
- ¡Oh, claro que la tiene, señor Leagan! -Michael se soltó del amarre de sus manos y se quitó la capucha -Me presento, Agente Michael Sloan. Tal vez está de más decir que están ustedes arrestados.
Michael silbó con fuerza y los tres hombres que habían salido, entraron nuevamente apuntando con sus pistolas a los acompañantes de los Leagan que iban con las manos en alto. Uno de los hombres, le pasó un arma e inmediatamente apuntó hacia los Leagan, mostrándoles su placa policiaca.
- ¡Maldito! - gritó furioso, Robert, mirando a Capone- ¡Nos has traicionando! ¡Esto lo pagarás muy caro!
- No, señor Leagan, él no los ha traicionado a ustedes, ustedes lo estaban traicionando a él. Y ahora, gracias a la llamada anónima que hicieron para denunciar este hecho y el de la bodega llena de cargamento de licor escocés traficado, ustedes serán detenidos, tal como ya lo está su pariente, Ian Andrew.
- Yo no hice ninguna llamada – gritó Robert.
- ¿Pero entonces quién ha llamado a la policía, si no lo hiciste tú papá? - preguntó Neil, con los ojos muy abiertos y llenos de temor.
- ¡Douglas! - chilló - ¡Ese maldito! - Robert se pasó las manos por el cabello con desesperación -Por eso se fue a Nueva York, para conciliarse con William y echar toda la culpa sobre nosotros...- musitó, pensando que nadie le había escuchado.
- ¿William? ¿William Andrew? ¿El difunto? - se dijo Michael, para sí mismo.
- ¡No! - gritó Robert - ¡Yo no iré a la cárcel! - tras un movimiento inesperado, Robert sacó un arma que guardaba el cinturón de su pantalón y jaló hacia si al suplente de Ernest que yacía todavía de rodillas. Quitando el seguro, puso la pistola en la sien del hombre que sujetaba por el cuello. Todos los presentes se pusieron en alerta, disponiéndose a disparar en cualquier momento hacia a Robert, que tenía puesto el dedo en el gatillo de manera amenazadora- ¡Atrás! - bramó
- ¡Papá...! - susurró Neal, que apuntaba su revolver nerviosamente hacia los policías.
- ¡Bajen sus armas o lo mato! - al ver que ninguno de ellos bajaba su arma, Leagan movió el dedo que tenía en el gatillo.
- ¡Bajen sus armas! - ordenó Michael - ¡Bájenlas ahora!
Uno a uno pusieron sus armas en el piso. Los hombres que acompañaban a los Leagan, se colocaron junto a ellos apuntado a los policías.
- Neal, ¡Sal de aquí! - le ordenó
- Pero papá...
- ¡Que salgas! - gritó -Ustedes dos, preparen el auto, nos vamos ahora mismo y nos llevaremos a este vejete.
Los hombres salieron poco a poco sin dejar de ver a los policías. Una vez afuera encendieron el auto, donde Neal esperaba impaciente.
Robert, quién seguía sujetando con fuerza al rehén, comenzó a caminar hacia atrás buscando la puerta.
- Espere, señor Leagan- pidió Michael -Lo dejaremos ir... Pero antes, permítame ver que el señor Andrew se encuentre bien...
- ¿Qué?
- Quítele la capucha de la cabeza, para que yo pueda ver que está bien, después se podrá ir- su voz se tornó calmada pero firme. Robert frunció el ceño -Le doy mi palabra.
Sin dejar de apuntar a la cabeza de su rehén, le quitó de un jalón la capucha. Abrió los ojos sorprendido al observar al hombre que apareció ante él.
- Usted no es...- atónito, lo empujó hacia delante y nuevamente le apuntó con la pistola. Michael Sloan, aprovecho el lapsus de sorpresa y levantó su pistola del piso y apuntó hacia Robert.
Un par de disparos se escucharon en el interior del garaje. En el rostro de Neal, se dibujó una mueca de terror.
- ¡Papá! - gritó, tratando de correr hacia el lugar.
- ¡No! - uno de los hombres que estaban con él se lo impidió - ¡Tenemos que irnos de aquí, joven! ¡Vámonos! - a empujones, logró meterlo al auto, mientras, varios hombres, salían armados del garage apuntando hacia el vehículo.
- ¡Arranca! - algunas balas se dirigieron hacia el auto, que corría a toda velocidad en la oscuridad del callejón.
- ¡Alto! ¡Alto! ¡no disparen! - Pidió Sloan -Déjenlo, me encargaré de él después, ya ha corrido bastante sangre para una noche.
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Martin colgó el teléfono, ante la expectante mirada de Albert y George. El galeno había hablado casi susurrando, asintiendo con la cabeza de vez en cuando. Fue una charla breve y escueta. Se volvió hacia ellos con el cejo fruncido y torciendo un poco sus gruesos labios.
- ¿Y bien? - preguntó George, impaciente.
- Han arrestado a Ian Andrew. Lo sorprendieron con un fuerte cargamento de licor en una bodega, cerca del muelle.
Albert entornó los ojos y se pasó una mano por el cabello, mientras soltaba el aire con fuerza.
- ¿Y Ernest? ¿Qué pasó con los Leagan?- inquirió George, nuevamente.
- Ernest está bien. Pero el mayor de los Leagan...- Albert miró a Martin con un mohín de preocupación en su rostro.
- ¿Está muerto? - musitó el joven.
- No, pero sí muy gravemente herido, quizá no sobreviva
- ¿Qué ha pasado?
- Le intentaron arrestar, pero se resintió y tomó como rehén al hombre que suplía a Ernest. Cuando se dio cuenta, quiso dispararle, pero le han metido un par de balazos en el cuerpo- Ambos hombres miraban a su interlocutor con el cejo fruncido, soltando exclamaciones de sorpresa mientras escuchaban atentamente -Neil ha huido, al igual que Douglas. Por lo que me han contado, Douglas fue quién los denuncio a través de una llamada anónima. Los ha traicionado.
- ¿Saben algo de Douglas? ¿Su paradero? - preguntó George
- Al parecer ha venido a Nueva York. Seguro intentará contactar contigo Albert o con la señora Elroy.
- George- Urgió Albert -Mañana a primera hora traslada a mi tía con Pony, no nos arriesgaremos a que intente hacerle daño.
- Así lo haré. Mientras, iré a dar órdenes de que a partir de este momento se refuerce la seguridad de la mansión. Tampoco te voy a arriesgar a ti- Albert asintió con la cabeza.
- Otra cosa- interrumpió Martin -Mañana seguramente detendrán a Kirk Andrew, si es que no ha huido todavía. La noticia de que los han agarrado en negocios turbios seguro saldrá a primera hora y eso le dará un fuerte golpe a las empresas Andrew.
- Eso ya lo tengo bajo control. Todo pasará por el momento a manos de Ernest, por la noticia, la auditoría será más severa y cuando declaren el banco en conflicto, Ernest se encargará de que nosotros seamos los compradores. De hecho, mañana o pasado partiré a Chicago.
- Estás muy callado Albert ¿estás bien? - preguntó Martin.
- Sí, solo estoy un poco abrumado. Siempre vi este día tan lejano, que ahora mismo que en verdad está sucediendo, no sé cómo reaccionar.
- Es normal amigo, ya pronto acabará todo y por fin serás libre- le dijo poniendo con afecto una mano sobre su hombro.
- No, todavía hay una cosa más por resolver. Y lo haré este mismo fin de semana.
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Ernest, se había despertado la noche anterior con un fuerte dolor de cabeza. Maldijo mil veces a Michael por haberle dormido de esa forma. Pero, una vez que este le explicó lo que hacía sucedido, se tranquilizó un poco. Después, habló con George y Albert y comprendió que todo había sido para salvaguardar su vida y continuar con los planes de derrocamiento de los malos. También se enteró de que Elroy estaba en Nueva York bajó el cuidado directo de Albert, y que la protegerían de Douglas y Neil que estaban prófugos.
"Escándalo: Familia Andrew, envuelta en tráfico de licor"
Citaban los titulares de los principales diarios del país. La sorpresiva noticia, había causado revuelo, tanto en las instituciones bancarias y Wall Street, como en las altas esferas políticas y sociales del país. George se encargó que la noticia tuviera la tendencia de sólo culpar a los involucrados, para no dañar demasiado las empresas familiares, y así poder continuar trabajando con ella, evitando que se perdieran en la banca rota.
Con mucho cuidado de que no se enterase, por el momento, de lo que acontecía con la familia Andrew y sus empresas, Albert traslado a la tía Elroy a la modesta pero cómoda casa de Pony. Sabía que ahí, la anciana estaría más segura y que la compañía de Pony, le daría la distracción suficiente para que se olvidase de todos los asuntos del clan por unos días. Se encargó de llevar un par de empleadas que estuvieran a su servicio, para que ninguna de las dos ancianas tuviera que realizar ningún quehacer doméstico. También llenó las despensas con todo lo necesario y con productos finos y de primera calidad, tal como le gustaban a la exigente dama.
A Daisy, junto a otros dos hombres, se le encomendó la seguridad de las mujeres, con instrucciones precisas de llamar a cualquier hora, por si veían algo o a alguien sospechoso. La chica, al recibir las instrucciones, con su acostumbrado semblante serio y decidido le espetó un: "No tiene nada de qué preocuparse señor, Madame Elroy está segura conmigo", los dos hombres miraron con agradó el temple de la chica. Antes de salir del despacho, la muchacha le echó un rápido vistazo a George y le regaló una fugaz y tímida sonrisa, cosa que no pasó desapercibido ni para el aludido, ni para Albert; provocando un ligero sonroso en Johnson y una risa burlona en el joven.
Por su parte, Archibald Cornwell sostenía el diario entre sus manos con fuerza, sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Rápidamente, lo dejó en su mesilla de trabajo y llamó a su padre a Chicago.
- ¿Quieres que regrese a Chicago, papá? - le preguntó después de escuchar la escueta explicación de los hechos, pues en realidad, todos tenían muy poca información de lo acontecido.
- No, veremos cómo van las cosas y te iré informando. Kirk, se ha entregado esta mañana voluntariamente y ha dicho que colaborará con la policía para esclarecer todo. Ernest ha tomado el mando por el momento, algunos de los miembros de clan nos sumaremos a ayudarle en lo que se resuelve todo este asunto.
- ¿Y Robert Leagan?
- Él está muy grave, no creen que sobreviva- Archie resopló, sorprendido.
- ¿Y quién tomará el mando de clan?
- No lo sé, con Neal prófugo, es muy probable que te lo vuelvan a solicitar a ti. Aparte de Ernest, tú eres el legítimo sucesor en línea. Tienes que estar preparado por si lo requieren- Con fastidio, Archie puso los ojos en blanco y soltó el aire con fuerza -Sé que no es algo que quieras hacer- repuso su padre al oír su reacción al otro lado del teléfono -Pero alguien tiene que tomar las riendas.
El joven Cornwell, colgó el teléfono con una sensación de desolación. Él no quería ser el Patriarca de la familia Andrew, pues sabía que sus días de libertad acabarían en el mismo instante en que aceptara el cargo; sin embargo, parecía que el destino se empeñaba en ponerle frente a esa posibilidad.
- Si tan sólo Anthony, Stear o el tío William estuvieran vivos...- pensó. Luego, sacudió la cabeza para desechar ese pensamiento de su cabeza. Se sintió egoísta y mezquino por desear que ellos estuvieran vivos sólo para quitarle esa responsabilidad de sus hombros. Sintiéndose culpable, volvió a concentrarse en su trabajo, no sin antes pedirles mentalmente a los "agraviados" le otorgarán su perdón.
Archie no logró concentrarse en la siguiente hora. Las palabras de su padre, rondaban en su cabeza como un disco rayado, atormentándolo. Desesperado, se pasó las manos por su castaño cabello y con fuerza, dio un golpe es su viejo escritorio de Wall Street.
- Lo haré, si me lo piden otra vez, lo haré- se dijo, decidido -Por ustedes hermanos míos, tomare las riendas del Clan Andrew si ese es mi destino.
Mientras Archie decidía sobre su futuro. Un par de hombres, cada uno por su lado, viajaba a Nueva York. Uno, buscando respuestas; el otro, buscando venganza.
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El fin de semana había llegado tormentosamente lento y caluroso. Ese día, parecía que el nivel de calor había llegado hasta su punto máximo, dispuesto a enloquecer a todo el mundo.
Fui hasta casa de Albert y esperé por él para irnos juntos al almuerzo al que habíamos sido invitados por Candy. Elegante como siempre, con un traje claro de lino y un sombrero de paja, salió a mi encuentro y nos montamos en su moderno auto color beige.
De camino lo noté nervioso, pero no comenté nada, francamente no tenía mucha cabeza para pensar en la relación de él con Candy. Estaba muy ocupado pensando acerca de lo que acontecía en mi familia y deliberaba en si era buena idea entregarle un anillo de compromiso a Annie mientras que las cosas estaban tan delicadas.
Al llegar a la mansión Grandchester, Albert se tensó aún más, observaba con curiosidad todo a su alrededor mientras aguardábamos en el vestíbulo. El mayordomo se acercó a nosotros para hacerse cargo de nuestros sombreros.
- Los esperan en el salón- dijo, solemne. Nos indicó con el brazo la dirección y desapareció por el vestíbulo. Mientras caminábamos, escuchamos la voz de Terry que hablaba con un tono más alto de lo normal.
Al llegar a la habitación, no pude evitar recordar la primera vez que entré ahí. Como en aquella ocasión, por el ligero y constante aire que entraba desde la costa, las cortinas de gasa se deslizaban como alas de ángel en pleno vuelo. Ardley miró este espectáculo fascinado.
Candy y Annie yacían en los sillones vestidas de blanco y al pie de dos pequeños ventiladores.
- ¡Dios! ¡hace tanto calor! - se quejó Annie. Me acerqué al sillón donde estaba y entrelazó su mano con la mía - ¡Oh, querido, si no te amara tanto, no podría tocarte siquiera!
- ¿Y el señor Grandchester, el gran actor? - pregunté, a lo lejos, podía escuchar todavía su ronca y alterada voz. Albert estaba en medio del salón observando todo en silencio. Candy desde su lugar lo contemplaba embelesada con una sonrisa en sus labios.
- ¡Te he dicho que Hathaway ahora mismo no recibe libretos nuevos! - gritó Terry.
- ¿Tú te crees eso? - susurró Annie -No es necesario que nos haga una exhibición de sus dotes histriónicos, cuando todos sabemos que con quién en realidad habla es con su chica- fruncí el ceño y miré a Annie negando con la cabeza.
- Seguro tapa el teléfono y grita algunas cosas para que le escuchemos y le susurra al oído otras- dijo Candy, con sorna.
- No, no es verdad- Aseguré -Él conoce a un escritor que le ha pedido que lleve alguno de sus libretos al señor Hathaway, yo mismo lo he escuchado.
En ese momento, Terry abrió la puerta de golpe y su figura alta y gallarda se dejó notar en la habitación.
- ¡Señor Ardley! - con una sonrisa falsa, le tendió la mano a Albert, éste se la estrechó al instante - Me da gusto verle... Archie- con más entusiasmo, me saludó dándome una ligera palmada en la espalda.
- Terry, ordena bebidas frías- pidió Candy -Hace muchísimo calor.
Una vez que Grandchester salió del salón, Candy se acercó a Albert y para sorpresa mía y de Annie, le besó en los labios.
- Hoy no te he dicho que te quiero- susurró.
Albert se ruborizó y sonrió, levantó su mano para acariciarle la mejilla, pero en ese momento entró Terry y el mayordomo con cuatro bebidas de limonada con ginebra en vasos llenos de hielo. Cada quién tomó la suya y bebió ansiosamente.
- Señor Ardley, usted no conoce mi casa. Venga, se la mostraré- le invitó Terry. Albert miró de reojo a Candy y fue tras el duque.
Salí al jardín de rosas con ellos y me percaté de la expresión de sorpresa en la cara de Ardley en cuanto lo vio. De hecho, yo mismo también me di cuenta en ese momento de la similitud del jardín de su casa y el que estaba pisando en ese momento. Sin duda, era un recordatorio viviente por parte de ambos amantes de cuanto se querían y que jamás habían dejado de hacerlo en todos esos años.
- Mi casa está justo enfrente- dijo, mirando al otro lado de la bahía.
- Eso tengo entendido- le contestó Terry, sin ningún ánimo.
Después del almuerzo, la tensión había crecido tanto como el calor. Candy se mostraba nerviosa y Albert lucía con un gesto impasible. Con mi acostumbrada manía de aligerar las cosas, vi el momento oportuno para anunciar mi compromiso con Annie. Abrí la boca para hablar, pero fui rápidamente interrumpido.
- ¡Hace demasiado calor! - Chilló Candy, en un intento de soltar un poco de la tensión que amenazaba con estallar en cualquier momento.
Todos la miramos sorprendidos.
- ¡Vamos Candy, no te quejes tanto! - le dijo Terry, mientras prendía un cigarrillo.
- ¿No podemos ir a otro sitio antes de ir al teatro? ¿Un lugar más fresco y agradable?
- Imposible, parto a Broadway en unos minutos.
- ¿Y qué les parece si después de la función cenamos en la Plaza? ¿O simplemente damos de vueltas en el auto por la ciudad?
Candy se levantó súbitamente e intento llenar un vaso con cubos de hielo. Su nerviosismo era tal, que lo dejó caer, regando minúsculos trozos de escarcha por el piso. Albert se levantó rápidamente, tomó otro vaso y, llenándolo de hielo se lo dio en la mano. Sus manos se rozaron lentamente, mientras ella lo miraba a los ojos, con una expresión de amor, difícil de disimular. Con los nervios de punta, Annie y yo nos tomamos de la mano por debajo de la mesa, apretándonos con fuerza.
- Siempre luces tan bien- le dijo sin quitar la vista de sus ojos - Eres perfecto. Perfecto como un ángel.
Terry apagó el cigarrillo sobre el plato del postre. Su asombro era tal, que tenía la boca ligeramente caída y los ojos muy abiertos. Miró a Candy y después a Albert, sin poderse creer lo que estaba sucediendo ante él.
Sí, delante de todos Candy le había dicho a Albert que le amaba y Terry, estuvo ahí para comprobarlo.
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