Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
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Capítulo 23
Vi pasar a Albert junto a mí con la expresión más fría que jamás le había visto. Terry se quitó de la puerta para dejarlo irse, sin tener ningún tipo de contacto más con él.
- Por favor, cierre la puerta detrás de usted- le dijo riéndose, mientras se servía una copa.
- ¡No! - gritó Candy, todos, incluyendo a Albert que estaba en la puerta, la miramos con sorpresa.
- No, ¿qué? - preguntó Grandchester.
- No, Terry, esta historia de amor no ha terminado.
- ¿Qué? ¿De qué hablas? - la miró furioso. Una chispa de esperanza brilló en los ojos azules de Albert.
- Esta historia de amor jamás terminará porque... porque yo lo amo- Candy ignoró a todos y sólo miró a Albert, empapada en lágrimas - Sí, Albert Ardley, te amo, no me importa si ese es tu nombre real o es otro; no me importa si eres un rey o un mendigo. Te amo porque sé quién eres en realidad, un hombre bueno y maravilloso. Lo sé porque veo en tu alma y tu corazón y con eso me basta para amarte con todo mi ser.
- ¡Candy! - Albert le observaba, esperanzado.
- ¡Eres una...! - le dijo Terry, con desprecio.
- ¡Cuidado con lo que dice! - Albert le interrumpió, señalándolo con el índice, advirtiéndole que se callara.
- Los dos son tal para cual- continuó Terry, con la cara roja de ira. Candy corrió al lado de Albert y él la abrazó con fuerza - ¿La quieres? ¡llévatela! ¡Yo no la quiero más! Así que ¡largo los dos! - Terry se acercó a ellos desafiante - Sólo una cosa si te digo Candy, la niña se queda conmigo.
- ¡Sobre mi cadáver! - le gritó Albert, enfrentándolo.
- Pues sobre él será- le respondió.
Albert tomó a Candy de la mano y salieron de la habitación. Terry se giró y comenzó a tomar whisky directamente de la botella.
- Qué se la lleve- repitió - Es una libertina sin moral.
Annie y yo nos miramos sin decir nada. Totalmente absortos en nuestros pensamientos y miedos. ¿Qué había pasado? Todavía no lo sabíamos del todo. Sólo sabíamos que íbamos anunciar nuestro compromiso y de pronto, todo se volvió un caos. El ruido de la botella de cristal rompiéndose contra la pared nos exalto.
- ¡No! ¡No se la llevará!, nadie me quita lo que me pertenece.
Y si más, Terry salió corriendo de la habitación.
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Susana Marlow se logró colar en el teatro gracias a Karen Kleiss, una actriz amiga suya y vieja rival de profesión, la cual, en esa ocasión interpretaba el papel de "Isabella" en la obra que se iba a presentar. Se habían encontrado mientras esperaba afuera del edificio, pidiéndole a Dios un milagro para que pudiera encontrarse con Terry.
- ¡Te lo ruego, Karen! Necesito verlo- le suplicó casi de rodillas.
- Está bien, está bien, pero es un lugar en el tercer piso, es lo único que puedo hacer por ti. - le dijo, Karen con un tonillo de desprecio.
Fue así como Susana se instaló en el lugar y admiró el trabajo de Terry. Sonreía embelesada al mirarlo moverse por el escenario con tanta soltura y seguridad y, cuando éste hacia algún énfasis en un diálogo, sentía su corazón latir con fuerza de pura emoción. Terry siempre había sido un magnífico actor aún desde sus inicios. Sin duda, había heredado el don de su madre, la gran actriz Eleonor Baker.
Sin embargo, y a pesar del estado de ensoñación en que se encontraba, algo llamó su atención. En el tercer acto, Terry por un momento perdió la concentración y miraba directamente hacia un palco. Siguió con sus ojos hacia donde él tenía su vista fija y entre la oscuridad pudo distinguir cuatro siluetas. Después, continuó con su diálogo, pero lo notó distraído e incluso molesto. Al final, el histrión se llevó una de las acostumbradas ovaciones de pie por su magnífico trabajo, pero ella sabía que había algo que no estaba bien en él y estaba dispuesta a averiguarlo.
Una vez que las luces se encendieron, miró nuevamente al palco y reconoció a las personas que estaban ahí: uno era el primo político de Terry, Archibald Cornwell y la mujer que estaba a su lado era Annie Britter, la famosa pianista. También distinguió al hombre que había conocido apenas hacia unas horas en el hotel Plaza y junto a él, Candy Grandchester. Frunció el ceño al verla. En pocas ocasiones hacia tenido la oportunidad de mirarla en persona, pues Terry le tenía terminantemente prohibido acercarse a ella de cualquier forma. La observó con detenimiento. Era bella, muy hermosa, tenía que reconocerlo. Sintió una punzada de odio en el pecho. ¿Se podría considerar una rival digna de esa mujer? En ese momento dudo de ella misma.
Cuando los vio retirarse, corrió hacia la puerta de salida y esperó por ellos. Al poco rato, se encontraron con Terry. No fue capaz de acercarse por miedo a la reacción de él, sin embargo, se situó lo suficientemente cerca para escuchar lo que decían sin ser vista. Escuchó como habían optado por ir al hotel Plaza para evitar el asedio de los admiradores del actor, y después de que se alejaron del teatro, Susana fue tras ellos.
Espero pacientemente afuera del hotel. Sabía, que en algún momento él saldría y lo abordaría como si se tratase de una admiradora. Pero para su sorpresa, a los que vio salir fue a Candy Grandchester de la mano del hombre rubio. Ni siquiera notaron su presencia. Iban tan apurados que lo que menos hacían era mirar a los que estaban a su alrededor. Se detuvieron en la entrada del hotel y le solicitaron el auto a un empleado. Durante la espera él le susurraba palabras al oído y ella asentía con una leve sonrisa.
- ¡No te la llevaras, desgraciado! - la potente voz de Terry se oyó por todo el vestíbulo del hotel.
- ¡Terry! - le gritó, pero él paso de largo sin tomarla en cuenta.
Albert se giró justo en el momento en que Terry se abalanzaba hacia él. Sin prevenirlo, el actor le pegó un puñetazo en la cara que lo hizo caer al suelo.
- ¡Levántate! - vociferó furioso. Albert aturdido, se limpió la boca llena de sangre. Terry lo levantó por las solapas de la chaqueta.
- ¡Terry! ¡Déjalo! - Candy lo jaló de la camisa con fuerza.
- ¡Déjame, zorra! - un fuerte golpe cayó directamente en la cara de Candy, haciéndola venirse abajo.
- ¡Cómo te atreves a tocarla! - Albert sacudió al actor con fuerza. Terry levantó nuevamente el puño para golpearlo, pero el Ardley se adelantó colocándole un gancho en la mandíbula.
Ambos hombres comenzaron a golpearse sin parar. Mientras lo hacían, no se percataban que se iban acercando cada vez más a la calle. Los autos pasaban rápidamente a su lado, tocándoles el claxon o gritando alguna maldición.
- ¡Terry! ¡Terry! - gritaba Susana, desesperada.
- ¿Candy, estás bien? - Annie y Archie se acercaron a ella.
- Sí, estoy bien- dijo, mientras se frotaba la mejilla, mirando a los hombres que luchaban - Por favor Archie ¡Haz algo! - le rogó
Archie fue hacia a ellos, junto con otros empleados del hotel. La fuerza de los contrincantes era tanta, que no había poder que los detuviera y separara.
Candy y Annie se acercaron a donde estaba una mujer rubia que gritaba desesperada. Esta al notar su presencia se giró hacia ellas, mirándolas enfurecida.
- ¡Todo esto es culpa tuya! - le gritó a Candy, señalándola con el índice. Ella la miró sorprendida.
- ¿Quién es usted? ¿Y quién se cree para hablarme así? - le cuestionó, indignada.
- Candy- intervino Annie - Ella es...- no hizo falta decir más, por la expresión de su amiga, Candy supo en ese momento que se trataba de la amante de Terry.
- Señora, yo no tengo nada que hablar con usted- le espetó Candy
Susana iba a responder, pero el barullo de los hombres que trataban de separar a los hombres se hizo mayor. Dirigió su atención hacia el lugar, y vio con alivio que, por fin, varios hombres habían logrado sujetarlos, pero de pronto, Terry se zafó y lo vio venir hacia su dirección.
- ¡Terry! - se acercó a él, pero este sólo le lanzó una fría mirada y paso de largo. Fue directamente hacia donde se hallaba su esposa y la jaló con fuerza de la muñeca.
- ¡Suéltame, Terry! - le gritó.
- ¡Tú te irás conmigo, aunque sea lo último que haga! ¡Tú! - se dirigió a un empleado - ¡Tráeme mi auto!
- ¡Suéltala! - Albert luchaba por librarse de los hombres que lo sujetaban.
- ¡Terrence! ¡Me haces daño! - chilló Candy, mientras él la jalaba con fuerza.
- ¡La estás lastimando! - Albert se deshizo de los hombres que lo sujetaban y corrió hacia la pareja.
Nuevamente el forcejeo entre los dos hombres se inició. Terry se aferraba a la frágil muñeca de Candy, mientras Albert trataba de liberarla. Tras varios intentos, Albert la jaló con tanta fuerza, que Terry soltó su agarre y, con el impulso, se fue de espaldas hacia la calle por donde pasaban los autos.
Como si estuviera viendo todo por cámara lenta, Susana miraba con terror como un vehículo se acercaba peligrosamente hacia el actor.
- ¡Cuidado, Terry! - Susana se abalanzó hacia él empujándolo violentamente hacia el otro lado de la calle.
Mientras caía, Terry pudo escuchar el rechinar de los neumáticos y un golpe seco que lo estremeció. Se incorporó aturdido. Del otro lado de la acera, muchas personas estaban observando con pánico hacia la calle. Dirigió sus ojos hacia el lugar a donde todos miraban y pudo ver el menudo cuerpo de Susana tirado en el pavimento.
- ¡Susana! -
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El sonido del chirrido de las llantas de un auto y el golpe tan fuerte que me heló la sangre, hizo que me paralizara por un segundo al mirar la escena más terrible que había visto en mi vida. Vi a aquella mujer volar por los aires y, segundos después, su cuerpo cayó deslizándose por el pavimento unos metros más.
El tiempo se detuvo por un momento. Miré a mi alrededor y todos estaban en un estado de shock tal, que me dio la impresión de que nadie respiraba. De pronto, todo volvió a la vida y un torbellino de movimiento y sonidos me envolvió: mujeres gritando, bocinas de autos sonando y el alboroto de muchas personas que corrían hacia donde estaba Susana.
- ¡Susana! - Escuché la voz de Terry que le llamaba desde el otro lado de la acera.
Un poco aturdido lo vi correr a su lado. La tomó en sus brazos, llamándola desesperadamente.
- ¡Susana! ¡Susi! ¡Contéstame! - Ella no respondía.
- ¿Candy, estás bien? - la voz de Albert me hizo voltear a verla. Tenía las manos cubriéndose la boca y los ojos muy abiertos. Me iba a acercar a ellos cuando el sonido de otra voz llamó mi atención.
- ¡Susana! - David Collins, se abría paso entre la multitud de curiosos que estaba alrededor del accidente. Al verla, su cara de horror lo dijo todo. Una palidez casi cadavérica apareció en su rostro, y por un momento, pensé que en cualquier instante iba a desmayarse. Regresé mi atención a Candy y a Albert, pero ellos ya no estaban. Segundos después vi el auto color beige de Ardley alejarse del lugar.
- ¿Señor Grandchester? - Terry se sobresaltó al escuchar su voz. Inmediatamente se levantó y dio unos pasos hacia atrás.
- ¡Collins! - David lo miró con los ojos llenos de lágrimas, después del ver el cuerpo de su esposa tendido sobre el pavimento.
-Señor Grandchester, ella está...- no pudo terminar la frase, se dejó caer de rodillas al lado del cuerpo de Susana, y la abrazó con fuerza sollozando sin control.
- ¡No! No lo está- le aclaró Terry.
Mientras yo miraba aquella desgarradora escena, escuché el sonido de la ambulancia aproximándose. Annie me tomó de la mano, y miré sus ojos azules llenos de angustia y miedo. ¿A dónde se había ido ese momento que se supone sería el más dichoso en nuestra vida de pareja? Yo tenía planeado algo muy distinto a ver a una mujer herida en la calle. Quería darle esa sortija que tenía en mi bolsillo; quería llenarla de flores y beber champán con nuestros mejores amigos y, estábamos ahí, en la calle, tomados de la mano, mirando una tragedia.
- ¡Usted! - de pronto dijo Collins, señalando a Terry con el dedo índice - ¡Ella se arrojó a ese auto para salvarlo! ¡Porque es su amante! ¡Ahora lo tengo todo claro! ¡No es ese hombre rubio! ¡maldita sea, es usted!
- ¡Escúchame, Collins! - le dijo, nervioso, enculillándose a su lado, acercándose mucho a él-¡No! Ella no se arrojó para salvarme...- David lo miró confundido -Susana... Me pedía ayuda.
- ¿Qué? ¿Ayuda?
- Sí, el hombre rubio trató de hacerle daño.
- ¿Pero por qué? ¿Por qué querría hacer algo así?
- ¿No es claro para ti? ¡Ese hombre era quién se veía con ella y no la quería más!
Estaba perplejo ante las palabras de Terry. No podía creer que le estuviera diciendo eso a ese hombre y estuviera haciendo responsable a Albert de sus actos. Me acerqué para desmentir todo, pero en ese momento los paramédicos llegaron e hicieron a todos los curiosos un lado.
Susana seguía viva, pero muy mal herida. La levantaron con cuidado y la subieron rápidamente a la ambulancia.
- ¡Soy su esposo! - gritó Collins - Iré con ella.
Terry se acercó a el vehículo, algo en sus ojos me decía que estaba más preocupado de lo que aparentaba.
- Espere un momento- Pidió Collins antes de que cerrarán las puertas - ¿Cómo se llama él?
- Ardley, Albert Ardley.
Sólo asintió. Las puertas de cerraron y vimos la ambulancia alejarse a toda velocidad del lugar.
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George Johnson daba vueltas de un lado a otro en la amplia terraza de la mansión Ardley. Había fumado tantos cigarrillos aquella tarde, que había perdido la cuenta ya. Sólo supo que el último que prendió le provocó una sensación nauseabunda y por demás molesta. Lo tiró inmediatamente y lo remolió con el pie. Al hacerse consciente de la sequedad en su lengua y en su garganta, tragó un poco de saliva para aliviar el síntoma, pero fue inútil. Buscando un poco de alivio, sirvió en un vaso un poco de hielo y whisky y después de unos segundos lo bebió de un sólo trago. El líquido frío le resbaló por su garganta provocando cierto placer, pero al llegar a su estómago, sintió un duro golpe de calor que le resultó incómodo. Resopló un poco y volvió a llenar su copa.
Nuevamente, como lo había hecho en las últimas horas, echó un vistazo a su reloj de pulso. Pasaba ya de la media noche y no había señales aún de Albert. En un acto involuntario de nerviosismo, mordió un poco la uña de su dedo pulgar y volvió a mirar su reloj.
Inútilmente, había tratado de luchar con aquella corazonada que le carcomía los nervios. Ese presentimiento terrible de que algo había pasado o algo pasaría. Trató de convencerse a sí mismo que era la sorpresiva visita de Neal lo que lo mantenía en ese estado de alerta.
- William, William ¿dónde estás? - se preguntó por enésima vez.
Pensó en Douglas Andrew y se preguntó dónde estaría. Después de la visita de Neal y su advertencia, había hablado con Martin de reforzar la seguridad de la mansión. Albert había re ubicado a muchos de los empleados en otras casas o negocios por las constantes visitas de Candy, y esa medida (que él consideró irresponsable), había dejado el lugar casi desprotegido.
También pensó en Candy Grandchester y, por un momento, dudo de su proceder al haber hablado con ella.
- Lo que sea, que sea ya- pensó -Necesito sacar a William cuando antes de este lugar, con o sin ella, no me importa. Lo que me importa es salvar la vida de mi muchacho.
George miró otra vez su reloj y sin pensarlo, prendió otro cigarrillo.
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- ¡Diablos, Terry! ¿Por qué has hecho eso? - le pregunté, mi voz había salido más elevada de lo que pretendía, pero no pude evitarlo. Sin la presencia de Annie, que había decidido marcharse a casa tras muchas emociones no gratas para un sólo día, me animé a sacar mi molestia sin tapujos.
- ¿Por qué he hecho qué? - fingió
- ¡No me trates como si fuera un estúpido! - le dije, muy enojado - ¡He escuchado lo que le dijiste a ese hombre! ¡Hiciste responsable a Albert de tu idilio con Susana!
- ¿Y todavía lo defiendes? ¡A ese delincuente sin escrúpulos! - gritó, mientras conducía a toda velocidad.
- ¿Delincuente sin escrúpulos?
- ¡Claro! ¿No me digas que sigues creyéndote lo de las farmacias? ¡Le has visto! Ese exabrupto que tuvo no es de un inocente, él esconde algo.
Terry siguió discutiendo, pero no le preste mucha atención. Me quedé callado. Era cierto que el episodio violento de Albert me había desconcertado. Siempre me había dado la impresión de que había algo más en él, algo oculto de su personalidad, sin embargo, algo en mí sabía que no era nada malo como Terry lo quería pintar.
- ¡Y encima se han marchado dejándome sólo en aquella situación! ¡Quería arrojarme hacia los autos! ¡Quería matarme!
- ¡Eso no es verdad!
- ¡Por Dios, Archie! ¡Estás ciego!
Cuando llegamos a la mansión Grandchester, casi todas las luces estaban apagadas. El mayordomo salió rápidamente a recibirnos a pesar de la hora que era.
- Buenas noches, señor- dijo, con su acostumbrada solemnidad. Terry ignoró el saludo.
- ¿No quieres cenar algo? - me preguntó -Muero de hambre y necesito un trago.
- No gracias. Ya he tenido suficiente por esta noche, prefiero irme a casa- le dije con poco ánimo.
- ¿Quieres que te pidan un taxi? - sacó un cigarrillo y lo encendió, después de darle una calada me lo ofreció, lo tomé y le di una profunda fumada.
- Sí, te lo agradezco mucho, esperaré aquí afuera- le hizo una señal con la cabeza al mayordomo para que cumpliera la orden.
- ¿Seguro que no quieres una copa?
- Así estoy bien- le aseguré mientras le devolvía el cigarro.
- Como quieras- con un gesto de la mano se despidió de mí y entró a la mansión.
Caminé por el pasillo de grava dirigiéndome hacia la salida para esperar el taxi. Sólo había recorrió unos pocos metros cuando escuché mi nombre.
- ¡Archie! ¡Ey! ¡Archie! - Albert apareció entre dos matorrales.
- ¿Qué haces aquí? - le pregunté desconcertado.
- Esperando
- ¿Esperando? - me sorprendí.
- Sí, Candy ha querido venir a casa. Estaba muy nerviosa y era mejor que descansara un rato -vaciló un poco antes de volver a hablar - ¿La mujer murió?
- No lo sé. Su esposo ha llegado y se ha ido con ella en la ambulancia.
- ¡Su esposo! - preguntó asombrado.
- Sí... -Guardamos silencio por un rato. Albert miraba hacia la casa pendiente de cada movimiento- ¿Cuánto tiempo piensas esperar?
- Toda la noche si es necesario. Candy va a hablar con Terry y temo que la lastime. Le he dicho que prenda y apague las luces varias veces por si la molesta.
- Terry no la tocara- le dije -Él tiene más preocupaciones en la cabeza de lo que supones.
- No me fío- dijo, sin dejar de mirar.
Convencido de que no cambiaría de opinión fácilmente, le ofrecí ir yo mismo a verificar que todo estuviese en orden.
- Espera aquí- le pedí - Si veo algo fuera de lo normal te avisaré enseguida.
Regresé hacia la casa pisando el césped para que mis pasos no se oyeran en el camino de gravilla. Muy silenciosamente, subí de puntillas los escalones de la entrada principal y rodeé la casa hasta donde estaba una luz encendida. Era el comedor donde apenas hacia unas horas habíamos estado almorzando todos juntos.
Candy y Terry estaban sentados uno frente al otro. Delante de ellos, tenían platos con comida que no habían tocado. Candy tenía una copa de vino tinto a la que le daba pequeños sorbos y Terry sostenía en una mano un vaso con whisky y hielo. No escuchaba lo que decían, pero a juzgar por la cara del duque, ella no le estaba diciendo nada que él quisiera escuchar. Después, lo vi hablar con tesón, mientras la rubia negaba con la cabeza. Había puesto su mano encima de la de Candy por completo y de vez en cuando ella levantaba la vista y volvía a negar una y otra vez.
No veía en ellos tensión, más bien parecía que estaban encontrando un punto de acuerdo. Me sorprendí al ver que ella ponía su mano sobre la de él y por primera vez la vi asentar con la cabeza, en ese momento parecían estar cómodos y tranquilos.
Me volví a donde estaba Albert con el mismo cuidado con el que llegué hasta ese sitio. Con notable impaciencia me estaba esperando en el mismo lugar donde lo había dejado.
- ¿Está todo tranquilo ahí dentro? - me preguntó ansioso.
- Sí, todo tranquilo - sonreí para tranquilizarlo. Vacilé un momento, en contarle o no lo que vi. En ese momento, vi acercarse al taxi hacia la casa -Será mejor que vengas conmigo, Albert, ella estará bien.
Me dijo que no con la cabeza.
- Me quedaré aquí hasta que se vaya a dormir.
- ¿Cómo lo sabrás?
- Me hará una señal de eso estoy seguro.
- Me tengo que ir, Albert...- dije inseguro- el taxi...
- Gracias por todo, joven amigo. Yo iré cuando sepa que ella está segura.
Metí mis manos en los bolsillos y me dirigí al taxi que me esperaba. Me fui y lo dejé allí, vigilando, con la luna brillando sobre él.
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- Todo esto que ha pasado no ha sido culpa de nadie más que de nosotros mismos, Terry- Candy miraba la mano que había posado su esposo por encima de la de ella. De vez en cuando se atrevía a levantar los ojos para verle la cara. Tenía el semblante pálido y un gesto apocado. Hasta dónde ella recordaba, jamás lo había visto de esa manera, y en el fondo, sintió una (tal vez inmerecida) conmiseración por él.
- Desde hace tiempo que no nos amamos- continuó diciendo, con la cabeza agachada -No dudo que lo hayamos hecho alguna vez. Por lo menos de mi parte puedo decirte que sí lo hice. Te amé y mucho, pero ese amor ya no existe.
- ¡Yo si te amo Candy! - le dijo, con fervor -Sé que no he sido el mejor esposo, pero yo si te amo.
- No Terry, acéptalo, tú no me amas, es tu orgullo el que te hace decir lo contrario.
- ¿Cómo te atreves a hablar por mí? ¿Qué sabes de mis sentimientos? - le reprochó
- Querido- le dijo, colocando su mano encima de la de él -Si me quisieras, jamás se te hubiera ocurrido engañarme con todas las mujeres con las que lo has hecho. Ya no te lo reprocho más. Sólo quiero que aceptemos el hecho de que esto está destruido irremediablemente.
- Candy... ¡No! - negó con la cabeza.
- Puedo ver la preocupación en tus ojos por esa mujer, Terry- Con delicadeza, soltó su mano y se levantó de la silla -Vi tu expresión cuando la viste tirada en medio de la acera. En tu rostro se dibujó el pánico no tanto por el accidente, si no por el horror que te provoca el miedo a perderla. Dime Terry ¿la amas?
- ¡No! - espetó - No sé...- se tomó la cabeza entre las manos y tiró ligeramente de su cabello- Lo que hizo hoy por mí... ¡No me lo esperaba!
Candy lo miró sin decir palabra.
- Pero lo grave aquí - continuó Terry - ¡Es que tú sí amas al delincuente de Ardley! ¡Todo este tiempo me has mentido, Candy! ¡Eso te hace peor que yo!
- No, no es así- se defendió rápidamente
- ¿Entonces cómo es? ¡Explícame! - Candy se volvió a sentar a su lado.
- Terry, conocí a Albert durante el periodo de la guerra. En una fiesta que se ofreció en Lakewood. Tuvimos un breve romance y él se marchó al frente. Nos escribimos, pero un día dejó de hacerlo y supuse que había muerto en combate. Un día antes de que me casara contigo, recibí una carta de él diciéndome que estaba vivo, había tenido un accidente en el que perdió la memoria y quería verme- Candy tomó un sorbo de vino antes de continuar -Por un momento dude, Terry, y pensé en cancelar todo, pero tú no te merecías eso. Destruí la carta y me casé contigo. Desde que éramos novios quise volverte a amar Terry, y lo conseguí. A pesar de que la carta de Albert removió sentimientos en mí, yo te amaba y me propuse olvidarlo. Ese amor por ti, fue lo que me hizo soportar que en plena luna de miel me fueras infiel. Por ese amor quise ser madre de tu hija- Hizo una pausa, con un pañuelo limpió las lágrimas que empezaron a brotar de sus ojos -Pero nadie puede soportar tantos engaños Terry, tanta frialdad y humillación y poco a poco fuiste matando ese cariño que te tenía, hasta que no quedó nada.
Terry bajó la cabeza, moviéndola, negando.
- A pesar de ello, jamás pensé en buscar a Albert, pero un buen día, apareció. Y todos los sentimientos que tuve por él volvieron a resurgir. El me ama y me trata de una manera como jamás nadie lo ha hecho. Me trata con consideración, con respeto y amor.
Los sollozos de Candy invadieron la habitación. Terry levantó la vista y ambos pudieron ver en los ojos del otro el dolor del fracaso.
- Lo siento- musitó ella.
- No, no hay nada que perdonar. Yo me lo gané, con creces- dijo, con un nudo en la garganta - En todo caso, quién tiene que disculparse soy yo.
- Terry...- Ella se acercó y sin pensarlo, lo envolvió en sus brazos. Era un abrazo sincero y cálido en el que quería transmitirle, no sólo su perdón, sino también su solidaridad como compañeros del mismo dolor.
- Perdóname Candy, por lo que hice y también por lo que haré...- dijo, mientras la abrazaba firmemente.
- ¿Lo que me harás? - Candy quiso de separarse para mirarlo a los ojos. Al sentir que ella trataba de alejarse él, la sujeto con fuerza.
- Sí querida, porque si piensas que te dejaré ir con ese delincuente, estas muy equivocada- le susurró al oído. Terry la besó con brusquedad en la mejilla -Prepárate, nos vamos mañana a Londres.
Sin mirarla, se dio la media vuelta y cerró la puerta tras de sí, dejándola sola, completamente atónita y sin creer lo que acababa de presenciar en esa habitación.
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Ya era muy de madrugada y yo daba varias vueltas en la cama, incapaz de dormir. En mi mente, los acontecimientos de las últimas horas, me torturaban volviendo una y otra vez. ¿Cómo es posible que las cosas hubieran llegado hasta ese límite? Sólo Dios sabía cómo iba a concluir todo, pero me daba terror pensar que algo aún más trágico que lo había pasado esa noche todavía pudiera ocurrir. De pronto, sentí la imperiosa necesidad de advertir a Albert acerca de su propia seguridad.
Escuché como un auto subía hacia la mansión. Supuse que era él volviendo de casa de Candy. Rápidamente me vestí y salí a buscarlo.
Lo encontré sentado en la gran terraza que daba vista a la playa. Tenía los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza enterrada entre sus manos. Se le veía completamente exhausto y agobiado. Al escuchar mis pasos, levantó la vista y me miró con sus grandes ojos azules que en ese momento lucían ojerosos y somnolientos.
- No ha pasado nada- me dijo -Me quedé esperando y sobre las cuatro de la mañana se apagaron todas las luces.
- ¿Por qué no descansas un rato? - le pregunté, me senté junto a él. Delante de nosotros se empezaba a ver en el horizonte como muy lentamente el día se iba abriendo paso.
- No, así estoy bien- sonrió - ¿No tendrás un cigarrillo? - Negué con la cabeza. Se palpó entre sus ropas y, un mohín de triunfo, se dibujó en su rostro al encontrar entre los bolsillos de la chaqueta clara, un arrugado y tieso cigarro, el cual encendió inmediatamente.
- Tienes que irte de Nueva York, Albert- le dije -Temo por ti.
- ¿Por mí? - se volvió, con curiosidad.
- Sí, ayer, después de que ustedes se fueron, Terry...
- ¡William! - la voz de George Johnson, nos exaltó a ambos.
Estaba vestido con su ropa de día, como si él tampoco hubiera dormido en toda la noche. Se le veía cansado, molesto y preocupado, pero con un gesto de alivio por tener a Albert enfrente. Me causaba curiosidad el hecho de que, en varias ocasiones, le había pillado dirigiéndose a él con su primer nombre: William.
- ¡George! ¿Qué haces aquí? - le preguntó, evidentemente sorprendido de verle.
- Decidí regresar antes- le contestó con sequedad- Señor Cornwell- me saludó con una incipiente sonrisa y un notable esfuerzo por parecer cordial -Necesito hablar contigo, urgentemente.
- Discúlpame un momento, joven amigo- sin chistar, se paró inmediatamente y entraron juntos a la mansión.
Después de un rato, me volví y los vi a través del cristal. Vi con detenimiento aquella escena. Johnson más que hablarle, parecía que le reprendía, mientras Albert le escuchaba en silencio manteniendo la vista en un punto imaginario, con el ceño ligeramente fruncido. Más que un asistente dándole un informe a su patrón, George parecía un padre amonestando severamente a su hijo; un hijo que hubiese hecho algo muy imprudente o muy malo. De vez en cuando asentía con la cabeza y articulaba algunas palabras, la mayoría, monosílabos.
Ya había amanecido cuando terminaron de hablar. Albert volvió donde yo estaba y me invitó a desayunar con él. Mientras esperábamos a que tuvieran listo el desayuno, recorrimos la mansión y comenzamos a abrir las cortinas de las distintas habitaciones. Desde que Candy comenzó a frecuentar la casa, el personal de limpieza y vigilancia se había reducido mucho, y eso se empezó a notar en el mantenimiento del lugar. De repente, lo vi oscuro y casi abandonado.
- Archie, tú has sido un buen amigo- me dijo, de repente -El mejor que he tenido- aquella declaración me tomó por sorpresa.
- ¡Oh! Gracias Albert, yo también te considero el mejor amigo que he tenido, después de mi querido hermano.
- Gracias Archie, pero me temo que yo no he correspondido de la misma manera- sonrió nostálgico- tú siempre has sido franco y leal...
- ¿Y tú no? - le pregunté con un ligero tono de sorpresa que no pude evitar.
- No precisamente. Hay tantas cosas...- se pasó una mano por el cabello.
- Nunca es tarde para ponerse al día- le animé. Albert suspiró
- Archie, nací con una misión muy específica en la vida. Una misión que, durante mi crecimiento, no pude eludir por más que lo intenté- se volvió hacia a mí y metió las manos en los bolsillos del pantalón- Sé que piensas que la mayoría de las cosas que te he dicho son fantasías mías y que en realidad soy un mentiroso, pero te aseguró que no es así. He omitido algunas cosas de mi vida, sí, pero créeme que esas omisiones han sido deliberadas, pues si yo dijera completamente la verdad de quién soy, pondría en peligro a muchas personas.
Mientras desayunábamos (y con la condición de que no preguntase nada hasta que terminara su relato), Albert continuó contándome acerca de la dura vida que había tenido en su infancia y juventud. Era un chico huérfano que había crecido bajo la tutela de algunos familiares que se hicieron cargo de él. Aunque tuvo una vida llena de abundancia material, careció de amor y atención. Solía pasar largos periodos en soledad, prácticamente sólo conviviendo con la servidumbre de la casa y sus tutores. Muchas veces se fugó de aquel lugar al que consideraba una prisión, pero siempre acababan por encontrarlo, y las medidas de seguridad se iban haciendo cada vez más severas. Hasta que un día, uno de sus tutores, al ver en las condiciones de aislamiento en que vivía, se hizo su aliado y solicitó su custodia. El hombre le ayudó a darse unas escapadas mientras lo encubría y protegía. La amistad entre ambos se hizo tan fuerte, que Albert lo llegó a querer como un padre.
Después, por un motivo que eludió un poco aclararme, se enlistó en el ejército para irse a la guerra. En ese tiempo conoció a Candy. El destino quiso que se encontraran en aquel jardín de rosas y, tras verse por un tiempo, supo que estaría enamorado de ella por siempre, después de que la conociera en todos los sentidos posibles. Ella le entregó su inocencia una tarde de otoño, un día antes de que él partiera a Francia. La sostuvo contra su regazo por largo tiempo, negándose a soltarla y a separarse de su lado. A partir de aquella demostración de amor, él se sintió casado con ella y le fue fiel en "en lo adverso y lo próspero". Durante la guerra le escribió cartas todos los días, contándole cuanto la amaba y lo mucho que deseaba verla. Para él no había nada más que le motivara a salvaguardar su vida en medio de aquella hecatombe, que el deseo de tenerla nuevamente entre sus brazos. Fue ese fuerte anhelo, lo que lo mantuvo vivo a pesar de haber sido herido en varias ocasiones. Cuando se le concedió su regresó, la suerte no estuvo de su lado y ocurrió lo del tren. Un año de silencio es demasiado para cualquiera, pero Albert salió adelante. Muy en su interior, esa fuerza innata en él, fue lo que le hizo regresar de aquel limbo en que se metió su mente durante ese tiempo. El primer recuerdo que tuvo fue su nombre; el segundo, Candy.
Pero, para cuando volvió de las tinieblas de su memoria, ya era demasiado tarde, pues ella ya se había casado con otro. Aun así, forjó un imperio de la nada con el único propósito de encontrarla y, (si la vida le compensaba todo lo que le debía), recuperarla. Aunque en ese intento, se le estuviera yendo la vida.
No sabía exactamente qué había pasado con Candy y Terry la noche anterior. Por lo que vi, parecía que solucionaban sus problemas. Me costó trabajo aceptar que ellos fueran así, crueles y mezquinos. Una furia que supe disimular muy bien se apoderó de mí. Sentí enojo hacia Candy y su constante indecisión y su falta de consideración por no valorar todo lo que Albert había hecho por ella. Odié a Terry, por lo sinvergüenza que era; pero me aborrecí más a mí mismo, por ser un cobarde y no animarme a contarle todo lo que había visto a través de esa ventana.
Vi mi reloj y faltaban veinte minutos para que pasara el tren para Nueva York. No quería marcharme. Me sentía incapaz de trabajar ese día. Además, por algún extraño motivo, sentía que me debía quedar y permanecer con Albert; prefería estar ahí, saber más de su historia y conocerle más. Quizá, se animaría a decirme de una vez cual era aquel secreto que gobernaba su vida. Pero muy independientemente de si me contaba o no, un deseo por no dejarle sólo se apoderó de mí. Dejé pasar dos trenes antes de despedirme definitivamente.
Mientras bajábamos por las escaleras, el jardinero, uno de los pocos empleados que quedaban en la mansión se acercó a nosotros.
- Señor Ardley, voy a vaciar la piscina. Es necesario limpiarla.
- No lo hagas hoy- se volvió hacia a mí con un gesto de disculpa - ¿Sabes que no la he usado ni una sola vez en todo el verano? - le sonreí.
- Te llamaré- dije, por fin.
- No dejes de hacerlo, amigo.
- Te llamaré cerca del mediodía.
- Muy bien, supongo que Candy también llamará- me miró ansioso, esperando que yo confirmara esa información.
- Sí, supongo que sí.
Nos dimos la mano y comencé a andar. Antes de llegar a la verja me volví. Él todavía estaba parado al pie de las escaleras.
- ¡Son gente mala! - le grité desde el otro extremo del jardín - ¡Cualquiera que te haya hecho daño no vale nada! ¡Tú vales más que todos ellos juntos, porque eres un gran hombre, Albert!
No sé de dónde salió ese impulso, lo único que sé es que me alegré mucho de habérselo dicho. Hizo una leve inclinación con la cabeza y luego su rostro se iluminó con una sonrisa. La misma sonrisa que me brindó aquella noche en la que se presentó por primera vez ante mí y me dijo: Yo soy William Albert Ardley.
- Adiós- exclamé
Levantó la mano y se despidió.
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