Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.
Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.
Atención: Este capítulo contiene lenguaje de tipo sexual.
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Capítulo 13
Albert detuvo la melodía súbitamente. Cuando levantó su rostro, vio que en la puerta estaba parada la causa de sus tormentos, mirándolo con una sonrisa.
- ¡Candy! - rápidamente, se paró del asiento sin moverse del lugar donde estaba.
- Hola- saludó tímidamente - Siento mucho interrumpirte, si quieres...
- No, no, tú nunca me interrumpes- dijo, con premura.
Candy, sonrió. El mayordomo se retiró discretamente al comprobar que la visitante era bien recibida.
-Pasa, por favor- Albert caminó hacia ella y le tomó de la mano conduciéndola hasta un sillón de doble plaza.
- Albert, siento mucho no haber llamado antes de venir.
- Está bien, es una agradable sorpresa- espetó, mirándola arrobado. Días de tortuosa angustia desaparecieron en ese instante al mirar sus ojos verdes - ¿Gustas algo de tomar?
- No, gracias- Candy tenía su vista fija en los ojos azules de Albert.
Al tenerlo tan cerca no pudo evitar sentir el impulso de besarle, entonces, siguiendo su deseo, acercó sus labios y le dio un suave beso en la boca -Te extrañé tanto estos días- le dijo, con su frente pegada a la de él, acariciando sus mejillas.
- Yo también te extrañé, querida.
Albert tomó el rostro de Candy entre sus manos y le devolvió el beso. En un instante se vieron envueltos en un beso profundo y apasionado. Él se separó de su boca y se inclinó para besar las pequeñas manos de la rubia con fervor.
- Albert- le dijo, sacando una mano para acariciar su dorado cabello -Hay algo que tengo que decirte con respecto a la pregunta que me hiciste de Terry. Necesito que me escuches.
Él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Su mano se posó en la sonrosada mejilla de Candy.
- Lo único que yo necesito saber ahora mismo es si tú me amas.
Ella, sonrió.
- Por supuesto que te amo Albert, te amo más de lo que puedes imaginar. Yo misma no sabía que te amaba tanto. Estos días me he dado cuenta de...
Albert la estrechó entre sus brazos con fuerza.
- No digas más, con eso me basta- Henchido de felicidad, la volvió a besar.
Después de un momento de apasionados besos, Candy se posicionó a horcadas sobre él. Estaban tan cerca el uno del otro que podían sentir cómo el calor de sus cuerpos subía rápidamente. Las manos masculinas se metieron debajo del ligero vestido azul de tirantes y comenzaron a acariciar las suaves piernas desde la rodilla hasta la entrepierna. Candy pasó sus brazos alrededor del ancho cuello del joven aferrándose a él con fuerza al sentir la creciente excitación entre sus piernas.
- ¡Albert! - jadeó, en un susurro.
Él seguía acariciando y besando el cuerpo de la menuda rubia que tenía frente a él y empujó suavemente para recostarla en el sillón. Al tenerlo entre sus piernas, Candy sintió la gran erección de Albert aún a través de la ropa. Movió las caderas para frotarse contra él y estimular aún más sus zonas de placer. Los roncos gemidos que salían de la garganta de Albert la excitaron aún más. Bajó sus manos hasta los fuertes glúteos del rubio y empujó su cadera aún más a la de ella siguiendo el ritmo que sus cuerpos establecían.
El sonido del llamado en la puerta los separó de golpe. Albert trató recuperar el aliento y aclararse la garganta antes de contestar.
- ¿Señor? - se oyó, del otro lado de la puerta.
- ¿Sí? ¿Qué quieres Frank? - respondió sin dejar de mirar a la joven que respiraba agitada y lucía el rostro sonrojado.
- Sólo quería saber si se les ofrece algo.
- ¿Te gustaría ir a un lugar más privado? - le preguntó, acariciando una de sus mejillas.
Candy asintió con la cabeza.
Albert se separó de ella con el ceño ligeramente fruncido. Compuso sus ropas y su cabello y se dirigió a la puerta, la cual abrió sigilosamente y la cerró una vez que estuvo afuera.
- ¿Señor?
- Frank, aparte de ti ¿quién más sabe que la señora Candice está aquí?
- Sólo el portero y yo señor. Llegó en un taxi. El recibí en la puerta y nadie más la ha visto.
- Muy bien, confío en tu discreción. Habla con el portero y dile que espero lo mismo de él, de otra forma es mejor que lo despidas. Nadie debe saber que la señora está aquí.
-Será como usted ordena, señor.
- Gracias. Voy a estar en mi habitación y por favor, tampoco deseo ser molestado. Si algo se ofrece yo te llamaré.
- Así se hará.
- Gracias Frank. Puedes retirarte.
El mayordomo hizo una ligera venia y se fue del lugar. Cuando entró nuevamente al salón la encontró sentada acariciando el teclado del majestuoso piano. Al verlo, sonrió mientras tocaba algunas teclas sin sentido. Albert se sentó a su lado y tomó una de sus manos guiándola a tocar algunas notas.
- ¿Es la que tocabas cuando llegué?
- No, esa era "Tristesse" de Chopin, esta se llama "Love Dream" de Liszt.
- Love dream- repitió - ¿Tocarías un poco para mí?
Albert comenzó a interpretar la melodía mientras Candy lo miraba embelesada. Recorría con su mirada su perfil perfecto, sus fuertes brazos, sus manos grandes y sus dedos largos y delgados. Él se sintió observado y sonrió.
- Me encanta verte tocando el piano- le susurró al oído, él inclinó la cabeza levemente al sentir su aliento tan cerca de su cuerpo. La miró un instante brindándole su sonrisa más tierna.
-Vamos- le dijo ella tomando sus manos, parando la melodía.
Albert inhaló profundamente y se volvió hacia ella. Acarició el rostro de Candy con ambas manos y la besó suavemente.
- ¿Estás segura?
- Completamente.
Con cautela, abrió la puerta y asomó su cabeza para corroborar que no hubiese nadie con quién toparse cuando salieran de allí.
- Ven- de la mano, la llevó escaleras arriba y la condujo hasta su habitación. Al llegar, Candy recorrió con su vista el lugar que ya conocía. Albert la contemplaba recargado en la puerta que había cerrado tras de él.
Candy estaba de espaldas, miró la cama y se mordió el labio inferior. Giró su cuerpo y le brindó una sonrisa. Él se acercó a ella, la abrazó por la cintura y le dio un beso en la mejilla.
- Todos estos años he soñado con abrazarte, con besarte- le murmuró al oído -Candy, me enamoré de ti desde el primer momento en que te vi en el jardín de las rosas.
-Albert...- fue lo único que alcanzó a decir antes de que él le besará los labios con intensidad. Al sentir el roce de su lengua dentro de su boca, Candy emitió un ahogado gemido.
- Hazme el amor, Albert, quiero ser tuya, ahora.
Él bajó lentamente los tirantes del vestido azul. Uno, después otro. La prenda cayó hasta la cintura dejando al descubierto los pechos de la joven en ropa interior. Pasó el dorso de su mano derecha por la mejilla de Candy y bajó por el cuello, delineando el fino y suave hombro, dirigiéndose hacia un seno. Al llegar ahí, lo comenzó a acariciar de forma circular por encima de la delgada tela.
- Tienes la piel tan suave, tan sedosa. Superas todos mis sueños- susurró.
Candy echó la cabeza hacia atrás soltando un gemido. Él aprovechó ese momento para besarle el cuello mientras le acariciaba la espalda desnuda. Llegó al broche de su sostén y con sumo cuidado lo desabrochó.
- No, déjame hacerlo a mí- le dijo, al sentir que él le quitaba la prenda -Quiero verte. Quiero admirar tu cuerpo.
Albert dio un par de pasos hacia atrás y comenzó a quitarse la chaqueta mientras observaba como Candy iba bajando muy pausadamente el sujetador. Ambos se empezaron a seducir quitándose gradualmente la ropa. Por cada botón que él desabrochaba de su camisa ella bajaba un poco más. Se sonreían con fascinación por el lenguaje no verbal que había entre ellos.
- Eres tan hermoso- exclamó, una vez que él se quitó completamente la camisa y la dejó caer al suelo- Eres como una estatua perfectamente pulida- le dijo, mientras lo miraba hechizada.
Albert estiró su mano y tocó su pecho desnudo.
- Candy...- murmuró -Te amo.
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- ¡Archie! - Annie gritó mi nombre después de llegar al clímax. Oírla nombrarme en sus labios era la mejor melodía del universo.
- Querida, te eché tanto de menos- le dije, mientras le acariciaba el cabello. Ella estaba recargada en mi pecho todavía a horcadas encima de mí. La besé en la frente.
- Yo también, si no hubiese sido porque papá estuvo enfermo me hubiera vuelto lo más pronto posible. Hablar por teléfono no era suficiente.
Le levanté el mentón con la mano y me incliné para besarla en los labios. Me había vuelto adicto a su sabor, a su olor. Las dos semanas sin ella se habían vuelto una tortura y, mucho más, por el lío de Candy y Albert. Seguro si ella hubiese estado a mi lado, todo hubiera sido más llevadero.
- ¿Cómo está tu padre? - le pregunté, mientras se acomodaba a mi costado y le pasaba el brazo por los hombros, mientras ella recargaba su cabeza en mi pecho nuevamente.
- Mucho mejor. El pre infarto realmente lo asustó. Esperemos que baje su ritmo de trabajo por el bien de todos. Mamá lo pasó muy mal pensando que moriría. Hemos hablado incluso de su jubilación.
- ¿Y cómo se lo tomó? Para un hombre de trabajo no es una opción jubilarse. Mi padre tiene la misma edad y se niega a ello.
- Prometió pensarlo.
- Me alegró, querida. Lo menos que quisiera, es ver tus hermosos ojos agobiados otra vez.
- Eso será difícil.
- ¿Por qué? - cuestioné, mirándola con el ceño fruncido.
- Ayer hablé con Candy. Me contó de la fiesta.
- ¡Esa fiesta! ¡No me la recuerdes!
- ¿Tan mal estuvo?
Me levanté de la cama y busqué una copa del vino que Annie y yo habíamos dejado a medias. Le ofrecí un poco, ella asintió con la cabeza.
- Si necesitas un trago para contarme lo que tú sabes, es que debe ser peor de lo que supongo.
- No tienes idea, fue una pesadilla. Terry y Albert entraron en una callada rivalidad por Candy; acto seguido, los tres desaparecieron. Albert con Candy y Terry con una actriz novata, y yo, solapándolos a todos. Luego Albert desapareció por un motivo que desconozco, pero que es sumamente raro. Mi Candy lo esperó, pero Grandchester presionó para que se marcharan; pero hubo más- le dije, volviendo a la cama.
- ¿Qué es?
- Después de que Candy se fue. Albert me pidió que lo esperara. Me contó cómo es que la conoció. Él sin duda la ama, es el centro de su vida- suspiré -Como todo hombre enamorado él espera lo mismo de ella. Pero...- callé y bebí un sorbo de vino.
- Pero... ¿qué?
- Albert quiere que Candy deje a Terry y se vaya con él.
Annie abrió sorprendida sus ojos azules. Se llevó la copa a los labios y bebió.
- Archie, yo me siento culpable por haberte metido en todo este lío- dijo, dejando la copa a un lado.
- No, Annie- hice a un lado mi bebida y puse su bello rostro entre mis manos- No digas eso, ambos quisimos ayudarlos, sabemos que se aman, pero no pensamos que las cosas llegarían a este punto. Yo pensé que Albert sólo se conformaría con tenerla un par de veces y que tal vez se daría cuenta que en esos seis años sólo la había idealizado, pero no fue así.
- Ayer que hablé con Candy me contó un poco de la fiesta, pero lo que la mortificaba es que Albert le había preguntado que se sentía por Terry y ella no le había respondido. También me dijo que había tomado una decisión al respecto y que terminaría con esta situación de una vez por todas.
- ¿Te dijo que decisión había tomado?
- No, sólo me dijo eso. Sea lo que sea, presiento que alguien saldrá lastimado en todo esto.
Annie se encogió de hombros y suspiró.
- ¿Sabes? - le dije mientras la recibía otra vez entre mis brazos -En el fondo compadezco a Albert. No debe estar pasándolo bien. No puedo culparlo por ser hombre enamorado. Yo haría lo mismo por la mujer que amo.
- ¿Lo harías? - me preguntó, con una sonrisa.
- Por supuesto, Annie, tú vales cualquier sacrificio, cualquier esfuerzo- la besé en los labios -Cualquier locura.
Annie frotó su cadera contra mí. No podía resistir el hacerle el amor nuevamente por tercera vez. Mis manos recorrieron todo su cuerpo y empecé a estimular su sexo con mis dedos. Sus gemidos eran un sonido celestial.
-Annie- le dije mientras me posicionaba entre sus piernas -Cásate conmigo- le pedí, mirándola a los ojos.
Annie sonrió mientras acariciaba mi mejilla. Con un poco de brusquedad me jaló por la nuca y me dio un profundo beso.
-Sí- musitó. Sonreí, realmente feliz.
El pensar en Annie en esa época, es de las pocas cosas que me gusta recordar de aquella vivencia. Aprovechando que Tom ha ido a contestar una llamada pude rememorar este dulce recuerdo del que nunca sabrá y que guardo sólo para mí en el fondo de mi corazón.
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Albert se dejó caer extasiado. Jadeaba entre el hombro y el cuello de Candy que lo abrazaba con fuerza. Intento separarse de ella para no incomodarla con su peso, pero se lo impidió no aflojando su abrazo.
- No- le dijo, aprisionándolo con brazos y piernas -Quédate así un poco más. No quiero que salgas de mí. Todavía no.
Albert alzó su rostro y la miró. Se veía tan bella con su rostro sonrosado y el cabello pegado al rostro por el sudor.
- El tenerte así, hace que me sienta más unida a ti que nunca- la voz de Candy se quebró y comenzó a llorar.
- ¿Qué te pasa, querida? ¿Te he hecho daño? - preguntó, mortificado.
Candy negó con la cabeza.
- No, es que...
- ¿Qué pasa?
- Es que me di cuenta que no había vuelto a hacer el amor. Hasta hoy.
- Candy.
- Te amo tanto, Albert- dijo, entre sollozos.
- No llores, amor mío, por favor, no llores- con suaves besos comenzó a secar sus lágrimas. Acarició su pelo y le susurró palabras de amor. Comenzaron a besarse. Albert hundió su lengua en su boca y Candy gimió al sentir como nuevamente se empezaba a endurecer dentro de ella.
- Albert ¡Espera! - le detuvo, colocando su rostro entre sus manos.
La miró, confundido.
- Antes de hacer el amor otra vez, necesito decirte algo.
- ¿Qué es? - le preguntó, frunciendo el ceño.
- Voy a dejar a Terry.
- ¡Candy!
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-El señor Ardley no desea ser molestado- dijo Frank, con tono solemne a un sorprendido George.
- ¿Cómo? ¿Dónde está?
- En su habitación, señor, pero dejó esa orden.
George suspiró, a su parecer, creía que Albert estaba tomando por mal camino el asunto de Candy. Por un momento temió que cayese en depresión. La última vez que lo vio así fue mientras se recuperaba de la amnesia y le daba por huir de todo y todos. En repetidas ocasiones lo tuvieron que salir a buscar por las calles, pero, la mayoría de las veces, lo encontraban en parques o bosques llorando y totalmente desecho, sin ganas de vivir.
Aunque nunca había atentado contra su vida, sabía que un Albert deprimido podría cometer alguna locura, como él mismo meterse en las fauces de los lobos. Tenía que hablar con él y sondear la situación. Si era necesario, lo excluiría de la reunión del día siguiente.
- Muy bien Frank. Esperaré en la oficina. Si te llama, dile que estoy aquí y que deseo hablar con él.
Pasado un rato, George vio el reloj de la oficina que marcaba quince minutos antes de la diez de la noche. Pensó en saltarse la orden de William e ir a hablar con él. Era sumamente necesario afinar algunos detalles.
Prendió un cigarrillo y se asomó por una de las ventanas del gran mirador. Su vista dio a la pequeña casa vecina y pudo observar a Archibald despidiendo con un beso en los labios a la señorita Britter que se marchaba en su auto. Sonrió. Conocía a ese joven desde que era un niño; Ahora, verlo convertido en todo un hombre, lo hacía sentir un poco nostálgico. Pensó en que, si Alistair estuviera vivo, sería un hombre brillante y buen mozo. Tal vez estaría ya casado o por lo menos disfrutando de las delicias y placeres de la vida al igual que su hermano menor.
El ruido del motor de un vehículo acercándose llamó su atención. Miró por la otra ventana y vio uno de los autos de William acercarse a la puerta.
- William, se va- pensó.
Antes de dar la vuelta para bajar vio a una mujer con una pañoleta en la cabeza descender las escaleras de mármol que daban a la entrada principal y, detrás de ella, bajaba Albert.
Se sorprendió aún más al ver que quien conducía el auto era el mismo Frank y no el chofer de William o el de la mansión.
- ¿Quién es? ¿Será que es...
Albert dio un beso en la mano de la chica antes de ayudarla a subir al auto. Mientras el vehículo se alejaba, Albert con las manos en los bolsillos lo miraba alejarse. George salió de la oficina y bajó las escaleras para interceptar al joven. Por el sonido del piano supo donde se encontraba. Abrió la puerta sin tocar y vio a un sonriente William tocado con entusiasmo.
- ¿Love Dream? Pensé que no te gustaba Liszt.
- ¡Oh! querido George, todo puede cambiar en un segundo. La vida, los gustos, la suerte- le dijo, con un gesto alegre.
Johnson lo miró con desconfianza.
- No me mires así.
- ¿Qué no te miré así? Por la mañana estabas de un humor insoportable, de hecho, toda la semana no te había visto sonreír siquiera ¿y ahora estás rebosante de alegría? Me asustas, William.
Albert rio. Paró de tocar y se levantó hacia un pequeño bar a servirse una copa.
- George, a ti no te puedo mentir.
- Eso lo sé, es por eso que espero que me digas qué pasa contigo.
- Candy, me ha aceptado.
- ¿Cómo?
- Sí, ella va a dejar a Terry.
George no pudo evitar poner los ojos en blanco y lanzar un bufido de fastidio.
- ¡Pensé que te alegrarías! - protestó, molesto.
- William...
- ¡No te alegras! - Albert miró a George con un semblante triste y expectante. George sabía que con esa mirada infantil buscaba sin duda su aprobación. No pudo dejar de sentir un dejo de remordimiento al verlo así: como un niño que espera que le digan que lo ha hecho bien.
- Sí, me alegro por ti, sólo es que me preocupo porque quiero que estés bien. Pienso que quizá no es el momento propicio para comenzar un romance.
- George- le dijo, con la sonrisa recuperada -Cualquier momento es propicio para el amor. Todo estará bien.
- Muy bien.
- Muy bien- repitió.
- ¿Ya sabes que vas a decir mañana? Tenemos que afinar detalles.
- Lo que ya habíamos acordado con Martin, le ofreceremos el Bronx.
- Así será entonces.
Albert, sonrió.
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Después de que Frank la dejó en la entrada principal, Candy rodeó la mansión y entró por la puerta que daba al jardín de las rosas. Con mucho cuidado se asomó para verificar que nadie estuviera a la vista. Sólo las tenues luces de las lámparas de antorcha estaban encendidas, dándole al lugar la apariencia de un lugar tranquilo. Todo estaba en silencio.
Con paso relajado, caminó por el salón y se dirigió a las escaleras para subir a las habitaciones. Cuando subió el primer peldaño, dio un brinco por el susto que le provocó escuchar una voz.
- ¿Se puede saber de dónde diablos vienes?
