Capítulo 2 - El asedio de los clanes
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Año 750 - Berk
¿Qué es ser invencible?
Para Astrid, la respuesta era simplemente una cuestión de fuerza bruta o habilidad en el campo de batalla. Era la culminación de años de dolor y sufrimiento, el anhelo ardiente de alcanzar una grandeza que la hiciera derrotar a cualquier enemigo, sea dragón o vikingo.
Los muros inquebrantables, veían con desdicha la crueldad con la que era golpeada la bandida. El charco hemático de sangre acompañó la humedad del lugar, cubriendo el calabozo entero en un confinamiento de los gritos ensordecedores que soltaba la prisionera.
—Por favor, ya para. —suplicó.
Su verduga se limpió las manos con un paño, ignorando los pedidos de súplica para después continuar su trabajo. Y antes de que la ladrona perdiera la conciencia, Astrid la volvió a tomar del pelo y la levantó.
—Si quieres que me detenga, habla. —Astrid comenzó a erosionar su determinación. La paleta de emociones en su rostro se mezclaba con el dilema moral que la hacía dudar de sus acciones.
Cada gesto, cada lágrima, cada gota de sangre que Heather soltaba parecía arrojar una sombra sobre la justicia que Astrid buscaba. Un nudo en el estómago comenzó a molestarla.
Astrid se preguntó si aquella crueldad impartida era verdadera justicia. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para llegar a la verdad? No lo quiso admitir, pero sintió miedo de sí misma. No era la primera vez. Ya había experimentado este sentimiento en su vida en varias ocasiones.
Y entre graznidos débiles, con lágrimas en los ojos y con una voz timorata, la chica encadenada de manos volvió a repetir:
—Ya te lo dije, me llamo Heather y soy saqueadora —pronto empezó a lloriquear—. Yo no tengo nada que ver con el jefe, por favor deja de golpearme… Ya no lo soporto…
Patán abrió la puerta de la prisión, entrando en ella para irrumpir el castigo impartido por la capitana.
—Astrid, ya te dijo que no fue ella. Debes detenerte. —dijo agitado, intentando recuperar el aire.
—La potestad de detenerme es mía, así que sería prudente que guardes silencio. —embocó un rodillazo en Heather—. Escúchame, Heather, mientras yo pierdo mi tiempo aquí contigo, mi jefe está al borde la muerte. Solo necesito que confieses que fuiste tú la que lo hirió.
Desesperado, Patán trató de calmar la ira de Astrid.
—¿Astrid, no te parece raro? —preguntó Patán, riendo con nerviosismo—. Es decir, esta chica ni siquiera pudo contigo y la crees capaz de vencer al jefe y al equipo Astrid… ¡Es ridículo! ¿No crees?
Las dudas de Astrid fenecieron, halló la respuesta que buscaba y por más cruel que sonara, ella debía encontrar al ingrato que hirió a Estoico. La piedad no era un sentimiento válido en la guerra y encontró una puerta a la verdad cuando sintió la preocupación de Patán por esa chica. Además recordó que la noche pasada, Patán tenía el uniforme desarreglado, y que había ignorado el barco incendiándose. Todas las piezas se unieron en su cabeza.
—Dime Patán, ¿acaso ella te gusta?. —preguntó burlona.
—Astrid…
—Acaso te gustan sus ojos verdes —Astrid tomó del rostro de Heather con sus dos manos y se lo enseñó al soldado que solo podía ver, quieto, tras las rejas—. ¿Te gusta su cabello? No te culpo, lo tiene bien cuidado. —acarició el cabello de Heather.
—Astrid…
—¿Sabes qué me dijo mientras no estabas? —acarició el rostro de Heather con sus dedos, haciendo círculos con el vertedero de sangre—. "Conozco al subcapitán de Berk, quiero que él me interrogue."
Asombrado y zagal ante la impotente presencia de Astrid, Patán apenas pudo sostener su compostura.
—Por amor a Thor, solo detente por favor. —suplicó Patán, torciendo su sonrisa y respirando agitadamente.
—¿Debo suponer que eres un traidor? ¿Acaso tú la dejaste entrar?
Patán tragó saliva.
El furor monumental de Astrid se propagó por la sala, haciendo que los sollozos de Heather se sintieran insignificantes ante los ecos ocasionados por los suspiros coléricos de la capitana.
—Yo no…
Astrid volvió a embocar su rodilla contra el cuerpo de Heather.
—¡SI HAY ALGO IMPOSIBLE EN ESTA VIDA, ES CRUZAR MI PERFECTA DEFENSA DE TORRES! —Astrid perdió el control y siguió desquitando su ira con Heather, golpeándola adiestra y siniestra.
—¡Está bien! ¡Para! ¡Sí, yo ayudé a Heather a entrar! —se arrodilló, chillando y temblando por haber confesado su crimen—. ¡Necesitaba dinero! ¡Debo dinero! ¡Heather y yo solo robamos la casa del jefe! Por favor créeme Astrid, no tengo nada que ver con el ataque al jefe. —lloriqueó.
—Eres consciente de que serás catalogado como cómplice por haber herido al jefe. —salió de la celda para estar lado a lado con Patán—. Y justo cuando empezaba a confiar en ti. —dijo apática, mientras miraba directamente a sus ojos.
—No le digas al consejo, Astrid. Por favor. Por favor. Por favor. —suplicó tomando los pies de Astrid.
—Sigues mostrando la misma inmadurez de siempre, quizás deberías regresar a la academia y redescubrir el significado del honor.
Astrid salió del calabozo, dejando a un Patán acongojado en el pánico de ser declarado traidor. Sabía que si eso pasaba, podían desterrarlo o matarlo.
Afuera, su mano derecha y mejor soldado: Marcel, se acercó para informarle:
—Capitana.
—¿Cómo está Estoico?
—Mal. Gothi acaba de comunicar que... es probable que no sobreviva más de tres lunas. —respondió, entregándole un paño a Astrid.
—¿Quién más sabe de esto?.
—Todo el consejo. Curiosamente han estado muy interesados en la salud del jefe. Y hay otra cosa.
—Tus noticias son deprimentes. Solo me causan estrés. —Astrid se frotó la sien.
—Lo siento, capitana, pero varios jefes del consejo informaron que su estancia en Berk se prolongará unos días más.
Astrid bufó.
—Si tengo que soportar uno más de sus discursos, montaré al primer dragón que vea y huiré.
—¡¿Montar un dragón?! ¡No diga tonterías, capitana!
—No estás familiarizado con el sentido del humor, ¿verdad? Como sea. ¿Tienes alguna novedad sobre la ubicación de Hipo?
—Lo siento, no he podido localizarlo desde hace meses. La última vez que tuvimos registros de él fue en un festival de calabazas en el norte.
—El jefe herido y su vástago perdido, detesto lo dramático que suena.
—¿Cree que mataron a Hipo, capitana?
—Podrá ser el peor vikingo que he conocido, pero es… ingenioso. —dijo Astrid con fastidio.
—Sí, suena a que su especialidad es encontrar formas creativas de meterse en problemas. Aunque… me intriga bastante, capitana, ¿por qué tiene tanto interés en dar con Hipo?.
Astrid no respondió. No era la primera vez que le preguntaban eso y aunque conocía la respuesta, se negaba a concientizar que fuera cierta. Odiaba no poder responder con firmeza aquellas preguntas incómodas. Era Astrid, la capitana de Berk y heroína de la gran guerra dragón. Definitivamente la próxima vez que le preguntaran sobre su interés por Hipo, respondería con seguridad y altivez.
—Escucha, la misión que te voy a asignar es muy importante. Asegúrate de hacerlo. Y no preguntes por qué.
Se acercó al oído de Marcel para susurrarle. El soldado abrió los ojos por la orden asignada, queriendo preguntar
—¡Pero…
—Te dije que no preguntes, solo hazlo.
Atónito, asintió.
Ambos subieron las escaleras en forma de caracol hasta llegar a la cima. La prisión era una torre gigante conformada por diez pisos. Astrid había estructurado cada piso para un mejor control. En el piso de arriba, se encontraban personas con crímenes sutiles, como borrachos y algunos ladrones. Conforme iba bajando la torre, encerraban a los criminales más peligrosos.
Por suerte para Berk, no había tenido que usar el último piso de abajo para nada, ese piso estaba reservado para los criminales más peligrosos del mundo.
Pronto, Astrid llegó al páramo que servía como camuflaje de la prisión de Berk. Lo primero que hizo Astrid fue ver la posición del sol, que se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo con tonos cálidos que contrastaban aquel paraíso invernal. Algunos copos de nieve comenzaron a caer sobre ella.
Astrid exhaló el aire fresco mientras cerraba los ojos y disfrutaba de ese pequeño momento.
—Capitana, sé que lo que le voy a preguntar es… raro, pero debo hacerlo.
Astrid se detuvo y miró a los ojos a Marcel.
—Sé lo que quieres preguntar, Marcel —Astrid le golpeó ligeramente el brazo—. No te preocupes por eso, yo me encargo.
—Pero capitana, ¿usted ya lo suponía? Me sorprende lo rápida que es —Marcel sonrió de oreja a oreja—. ¿Entonces, cuál es nuestro próximo movimiento?
—Si puedes entender lo que pienso con tan solo mirarme —dijo Astrid mientras se limpiaba la sangre de las manos con el paño—, harás lo que te ordené y te alejarás de esta pelea.
—¿No me dejará pelear a su lado? —preguntó con tristeza, pero su musa no le respondió— Sé que a veces puedo ser un poco exasperante, pero por favor, permítame ser de ayuda.
Astrid bufó fastidiada encogiendo los hombros, pues sabía el berrinche que haría su soldado si no era cuidadosa con sus palabras.
—Esta lucha es diferente.
Marcel sintió un nudo en la garganta mientras observaba a su capitana, una mujer de coraje inquebrantable que había liderado a su unidad a través de innumerables desafíos. La admiraba profundamente y no estaba dispuesto a dejarla sola en esta pelea.
—Capitana, yo... solo quiero estar a su lado, en el campo de batalla. He aprendido tanto de usted, y quiero demostrar que puedo ser un guerrero digno de su confianza.
—No se trata de tu valentía ni de tu capacidad como guerrero. Eres demasiado valioso para perder. A pesar de tu edad, eres mi ojo derecho, el que siempre ve lo que yo no puedo.
—¡Pero ya tengo dieciocho años!
—¡Pero nada, jovencito! —exclamó Astrid, silenciando a Marcel con su dedo sobre los labios.
Marcel luchó contra las lágrimas de frustración y tristeza que amenazaban con asomar en sus ojos. Había aprendido a respetar y, sí, incluso a querer a su capitana a lo largo de los años. Pero su aparente indiferencia lo hería profundamente.
Ella tomó un respiro profundo y, por un instante, su mirada se suavizó, revelando la verdadera preocupación que sentía por él. Se acercó a Marcel y tomó sus hombros con firmeza. Sus ojos se encontraron en un entendimiento silencioso, una conexión que había sido forjada a lo largo de los años y que iba más allá de las palabras.
—Tu deseo de pelear a mi lado es valiente, y eso es lo que más aprecio en ti. —dijo Astrid.
Marcel asintió, sintiéndose abrumado por la mezcla de emociones que fluían entre ellos. Apretó sus manos sobre los hombros de la capitana, transmitiendo su compromiso.
—Capitana, no somos solo camaradas. Somos familia. Me adoptó como su hermano cuando era niño, y eso significa que compartiré cada carga que cargue, cada herida que sufra. No importa cuán peligrosa sea esta batalla, estaré a su lado, porque eso es lo que hacen los hermanos.
—No recuerdo haberte inscrito en la escuela de hermanos sobreprotectores, pero aquí estás, graduado con honores.
Con un suspiro de alivio, Marcel la rodeó con un abrazo fuerte, dejando que todas sus preocupaciones y temores, que durante mucho tiempo habían estado escondidos, se disiparan en ese instante de conexión profunda. Astrid, fiel a su estilo, no respondió al abrazo; Marcel entendía que los abrazos no eran su lenguaje favorito.
Astrid notó algo inusual: su hermano era más alto que ella. La última vez que lo había abrazado, él apenas llegaba a su hombro, pero ahora era evidente que había crecido.
—Has crecido —Astrid murmuró.
—Sí, supongo que lo he hecho. —su cabello oscuro, ahora más largo, ondeaba con la brisa.
—Confío en que no harás ninguna locura y obedecerás mis órdenes.
Marcel se sintió frustrado por la negativa de Astrid. Suspiró y retrocedió unos pasos, mirando a Astrid con determinación.
—Capitana, te respeto como líder y como mi hermana, pero también tengo mi propio deber con este pueblo. No puedes tomar esta decisión por mí —Marcel se detuvo, erguido y con determinación, golpeando su hacha contra su pecho, justo donde descansaba el símbolo del pueblo de Berk— Soy Marcel Hofferson, líder del segundo batallón y co-líder del equipo Astrid. Soy un guerrero que daría la vida por Berk.
Astrid lo fulminó con una mirada feroz. Avanzó decidida hacia él, lanzó su hacha al suelo y lo agarró con firmeza del cuello de su camisa.
—¡Tú eres un soldado bajo mi mando! ¡Obedecerás lo que te diga! ¡Ahora, mueve tu maldito trasero y haz lo que te ordené!
La nieve cayó silente como el temblor de Marcel. Astrid sintió el temor de su hermano. Soltó su agarre, pero su mirada permaneció inmutable. Era una líder decidida, y no toleraría desobediencia en su batallón. Ni siquiera si se trataba de su hermano.
—Está bien, capitana. Cumpliré con su orden. —dijo Koa con la voz quebrada y un nudo en la garganta que le impedía pronunciar las palabras con firmeza.
Astrid suspiró pesadamente, cargando con el peso de la responsabilidad. Retomó su camino, con pasos decididos que dejaban huellas profundas en la nieve virgen. Su sombra alargada se fundió con la blancura que se extendía por todas partes, creando un ambiente etéreo y sosegado, donde la paz y el deber se entrelazaban en una danza ancestral.
El crujir de la nieve bajo sus botas empezó a resonar en los oídos de Marcel mientras observaba a su hermana alejarse. Antes de que desapareciera por completo en la vastedad del paisaje invernal, Astrid se volvió hacia él y pronunció unas palabras que resonarían en su corazón como un juramento:
—No me defraudes.
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En el gran salón, las llamas de las antorchas danzaban en las paredes de madera oscura, arrojando destellos dorados sobre la decoración de pieles de bestias y las runas talladas en los pilares. El ambiente era impregnado por la estación invernal, con la puerta cerrada para mantener alejado el frío implacable que se abatía sobre la aldea. Afuera, la nieve caía en copos densos, cubriendo todo con un manto blanco y silencioso.
Los jefes vikingos, hombres de mirada fiera, se encontraban sentados en torno a una gran mesa de roble, pulida con esmero. Sus rostros reflejaban la seriedad del momento, sus voces apenas un murmullo en el aire cargado de expectación. En el centro de la mesa, un mapa estratégico marcado con las rutas de navegación de sus barcos.
—Si no hubiera sido por su terquedad, no habría sido herido por ese criminal. —arguyó Half, el jefe de la aldea de pescadores.
—Su deceso será el resultado de su obstinación. —añadió otro jefe, con solemnidad en su voz.
—¡Silencio todos! ¡Mi hermano ni siquiera está muerto! —exclamó Spitelout.
Astrid se quería matar, escuchar discusiones tan soporíferas no hacían más que aumentar su aburrimiento. Halló distracción contando sus cabellos; encontraba más emoción en esa acción tan banal que en toda la reunión. Bostezó una vez más escuchando el crujir de dientes de los cobardes que ni siquiera se atrevían a mirarla.
—Tiene razón —apuntó Oswald—. Lo que deberíamos hacer nosotros es capturar a ese hombre. Haber confinado la isla con una barrera de barcos fue un movimiento espléndido, señorita Hofferson. El asesino de reyes no podrá escapar.
—¿De veras la estás elogiando? Recuerda que fue ella quien confundió a nuestro objetivo con una saqueadora. En parte, esto es su culpa por lo que le ocurrió a Estoico. —gritó Half, su voz temblando con furia.
—¡¿Qué dijiste?! —Astrid se alzó de su asiento, el entusiasmo de su rostro se transformó en ira, y sus puños aterrizaron con fuerza sobre la mesa.
Half se cruzó de piernas y sonrió ante la reacción iracunda de Astrid. Amaba ver que sus palabras podían provocar ese sentimiento en una persona. Definitivamente se consideraba un genio.
—Supuestamente eres la guerrera más formidable de todo el Archipiélago, pero permitiste que un asesino te burlara y, además, logró herir al hombre a quien se suponía debías proteger. Huérfana de padres y huérfana política.—confrontó el jefe rubio, con una mirada desafiante.
Astrid desenvainó su hacha y apuntó al cuello del patriarca. Half titubeó. Su mirada trémula, ante la amenaza perniciosa, sus mejillas rellenitas y su abdomen abultado eran un contraste evidente con la figura imponente y esbelta de Astrid.
—Te lo advertí —le recordó ella, rozando con cuidado el filo de su arma contra la piel del cuello de Half—. Agotaste mi paciencia. No dudaré en reducir tu isla a cenizas.
—Tú no puedes hacer eso sin la orden de un jefe —Half acercó más su cuello al filo del hacha, mientras sonreía arrogante—. ¿Aún no entiendes tu posición? Déjame recordártela. Tú solo eres un peón. Un eslabón más entre los jefes. Un jack que va a servir de alimento a los jefes como yo, el día que se agote la comida.
Astrid apretó los dientes, conteniendo el impulso por presionar su hacha contra aquel desabrido panzón.
—Si yo quiero, puedo hacerte mi esposa. No importa qué tan fuerte seas. ¡Sin Estoico, no eres nada!
Astrid levantó a Half y lo tiró sobre la mesa, volviendo a posicionar el filo del hacha contra el cuello regordete del jefe pescador; esta vez, presionó su hacha haciendo deslizar gotas de sangre provenientes de Half, quien se vio envuelto entre el pánico y el miedo. Trató de responder pero la fuerza de aquella guerrera no era normal.
Los demás jefes presentes permanecieron en silencio. Conocían la reputación de Astrid, sabían que desafiarla era un acto de suicidio político y personal. Mientras tanto, Half comenzó a temblar, y leves sollozos escaparon de sus labios. Finalmente, relegando su orgullo y deseando pedir disculpas, hizo un amago de mover los labios, pero antes de que las palabras pudieran salir de su boca, el hacha de Astrid salió disparada, incrustándose con un estruendo en uno de los muros de la sala.
La figura que emergió de las sombras en respuesta a este acto audaz era la de un hombre mayor, con el rostro marcado por las arrugas de la experiencia y los ojos llenos de sabiduría. La efigie del causante de tal atrevimiento se presentó ante Astrid, quien quedó asombrada por la inesperada acción de este hombre.
Astrid lo reconoció de inmediato.
—Si una guerra es lo que deseas, así será. —la voz era ronca y pesada.
—¡Maestro Norris! —vociferó Half, soltando un suspiro de alivio.
—No imaginé que fueras el capitán de las fuerzas de este idiota en la isla Stone. ¿Qué haces fuera del lago, acaso se te olvidó tu caña, pescador?. —provocó Astrid.
—Los mejores peces aparecen en lagos desconocidos. —Astrid sabía que aquello era un reto—. Es un placer volver a verla, capitana Astrid. Nuestro encuentro en la isla costera no fue de los mejores.
Astrid recogió su hacha e ignoró sus palabras.
—Debo reconocerlo, fue un movimiento atrevido, especialmente para alguien de su edad.
El anciano de apellido Norris sonrió con astucia.
—Tengo movimientos aún más intrigantes bajo la manga. Estaré encantado de mostrárselos cuando desembarque sus tropas en mi isla.
Astrid asintió con determinación, aceptando el desafío implícito en sus palabras. Definitivamente esto era lo suyo. Jamás imaginó encontrar una curiosa diversión con un pescador.
Desde aquel "pequeño" encuentro en la isla costera, Astrid sintió hostilidad hacia aquel hombre que había cuestionado su decisión de matar a la esclava. Pero por alguna razón, no lograba inquietarlo con sus provocaciones.
El capitán Norris era alguien más que interesante, pero Astrid se propuso doblegarlo.
—Esperaré ansiosa. —respondió con un desafío en su tono, mientras el ambiente se cargaba con una tensión palpable, como las olas antes de una tormenta en el horizonte.
—Si ya terminaron con su espectáculo, podemos empezar a discutir sobre qué haremos para capturar al asesino de reyes. —dijo Oswald el agradable.
—Todo esto se habría evitado si Estoico hubiera prestado más atención a nuestros reclamos —añadió Sigur, jefe vecino de los berserker—. La arrogancia de Estoico y su sed de poder lo llevaron a donde se merece.
—Es cierto. Como líder del consejo, no ha estado pensando en el bien común. Hace dos meses ni siquiera asistió a la reunión.
—¿Cuántas vidas más piensa sacrificar Estoico en aras de su poder? —añadió otro jefe.
En medio de la tensión, la puerta se abrió de par en par y un mensajero irrumpió en la sala, sus ropas empapadas de nieve derretida y sus mejillas enrojecidas por el frío. Sus palabras resonaron en la sala como el eco de una tormenta lejana.
—He traído noticias —dijo el mensajero con voz firme, aunque su aliento temblaba en el aire frío—. Estoico... ha fallecido.
Un silencio sepulcral se apoderó de la sala, solo roto por el crepitar de las antorchas. Los jefes vikingos se miraron unos a otros, sus expresiones imperturbables, pero sus ojos brillaban con un fuego interior que reflejaba una mezcla de emociones.
Algunos, en lo profundo de sus corazones, se alegraban por la noticia, pero no permitían que sus rostros traicionaran su secreta satisfacción. Otros mantenían una actitud neutral, evaluando las implicaciones políticas de la muerte del líder del consejo. Era un momento crucial, y la incertidumbre se cernía como una sombra sobre la asamblea.
El silencio en la sala se prolongó. Y como aquella tormenta magna de afuera, las emociones de Astrid se abrumaron. Guiada por el honor y forjada por la culpa de no haber ayudado a su líder esa noche, pidió ayuda a su cobardía y vio pertinente huir del lugar.
—Me retiro. —fue lo único que dijo antes de dejar el gran salón.
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En la penumbra de una gran sala iluminada por antorchas, los jefes vikingos se congregaron en silencio, sus figuras imponentes recortadas contra las sombras danzantes. El aire estaba cargado de tensión, palpable como una tormenta a punto de estallar, mientras los líderes intercambiaban miradas cargadas de ambición y astucia.
—Estoico ha caído —declaró con voz profunda, su tono resonando con una autoridad innegable—. Y con su muerte, se abre una oportunidad para aquellos lo suficientemente fuertes como para tomar su lugar en el trono de Berk.
Los otros jefes vikingos asintieron con solemnidad, sus ojos brillando con la codicia y la determinación. Había sangre en el aire, y cada uno de ellos anhelaba reclamar su parte del botín.
—Mientras el hijo de Estoico siga ahí afuera, no podemos bajar la guar…
—Ya me encargaré de su hijo después —interrumpió el cabecilla de aquella reunión.
—Pero debemos actuar con cautela —advirtió otro de los jefes, su voz un susurro sibilante en la oscuridad—. No podemos permitir que nuestras ambiciones nos lleven a la perdición.
El cabecilla principal sonrió con una malicia apenas disimulada, cruzó sus piernas; su mirada centelleando con la promesa de la victoria.
—Por supuesto, mi estimado compañero. Pero la cautela no debe confundirse con la indecisión. Es hora de que nos alcemos y reclamemos lo que por derecho nos corresponde.
Su carisma era tan magnético que los demás jefes vikingos no pudieron evitar sentirse atraídos por sus palabras, como si estuvieran siendo arrastrados por una marea de poder y gloria.
—Solo digo, que debemos ser cautelosos.
—Hasta donde sabemos, Berk se ha quedado sin acero de gronckle. No habrá otra oportunidad como esta para realizar este asalto. —dijo otro jefe.
—No me dejaré llevar por rumores que son difundidos por idiotas. Si realmente quieren el apoyo de mi isla, necesitan convencerme de que vale la pena hacer este golpe.
Los jefes presentes en la sala empezaron a murmurar entre sí, pero la voz profunda del cabecilla resonó ligeramente como un eco sombrío en las frías paredes del recinto.
—El cambio solo puede ocurrir si estamos dispuestos a luchar por él. Debemos ser valientes y comprometernos a construir un futuro mejor para las generaciones venideras —dijo el cabecilla—. Cada uno de ustedes es un héroe en potencia. ¡Somos jefes! —golpeó la mesa—. Juntos, podemos lograr grandes cosas.
—Entonces, ¿cuál será nuestro siguiente movimiento? —preguntó otro de los jefes, su voz temblorosa con la anticipación del conflicto por venir.
—Cuando el polvo se asiente, seremos nosotros quienes reinen sobre Berk y su poderoso imperio. Nada nos detendrá en nuestro camino al dominio absoluto.
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El Capitán Norris caminaba con paso firme por las costas de Berk, sus ojos azules escudriñando el horizonte mientras el viento salado acariciaba su rostro curtido por el sol. Ante él se extendía el fabuloso e increíble imperio de Berk.
El puerto de Berk, con sus muelles llenos de barcos tallados con intrincados diseños y colores vibrantes, era un hervidero de actividad. Los pescadores regresaban con sus capturas del día, mientras los artesanos trabajaban en sus talleres, creando obras de arte que serían admiradas en todo el reino. El olor a sal y a pescado fresco impregnaba el aire, mezclándose con el aroma de las hogueras encendidas en las tabernas cercanas.
Las casas de Berk, construidas con madera robusta, se alzaban orgullosas frente al mar, sus colores brillantes reflejando la riqueza y la diversidad de la comunidad. Los niños corrían por las calles empedradas, riendo y jugando alegremente, mientras los ancianos se sentaban en los bancos de piedra.
El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la costa era como una melodía suave que acompañaba cada paso del Capitán Norris. El sol se reflejaba en el agua cristalina, pintando el paisaje con destellos dorados que hacían brillar el imperio de Berk como una joya en medio del océano.
Sin embargo, su placentero paseo se vio interrumpido cuando se topó con la fábrica de acero de grockle y un vikingo que trabajaba. Norris lo observó con curiosidad, notando que estaba fuera del límite de horario de trabajo. Ya casi anochecía y el invierno se había llevado muchas vidas por causas epidémicas.
—¿Qué haces aquí tan tarde? —inquirió el Capitán Norris, su tono relajado pero lleno de sorpresa.
Patapez levantó la mirada hacia Norris con una expresión de asombro evidente en su rostro curtido por el trabajo en la fábrica. Sus ojos chispeaban con una mezcla de cansancio y su rostro estaba manchado por pequeños tiznes de hollín, producto del carbón.
—Muchos impuestos —respondió con voz ronca, su acento cargado de amargura—. No puedo mantener a mi madre con lo que nos dejan.
El Capitán Norris asintió con comprensión. Se acercó a Patapez, observando el ambiente de la fábrica que se extendía frente a ellos.
Una imponente estructura de hierro y vapor, resonaba con el estruendo de las máquinas y el chisporroteo de los hornos. El aire estaba cargado con el olor acre del metal fundido y el humo de las chimeneas, creando un ambiente opresivo y sofocante que pesaba sobre los hombros de los trabajadores. Más adelante, más de cincuenta jaulas con gronckles encerrados.
Norris se volvió hacia Patapez con una expresión de solidaridad en su rostro.
—Tu jefe está muerto y tú te preocupas por los impuestos.
Patapez, con los puños apretados y la mirada llena de resentimiento, respondió con voz cargada de amargura:
—¿Y por qué debería preocuparme por él? Siempre fue un explotador, sacando provecho de nuestro trabajo mientras él vivía en lujos y comodidades.
Norris sonrió ligeramente, reconociendo el sentimiento de injusticia que Patapez expresaba.
—Entiendo tu frustración, pero no todos los jefes son iguales. Algunos podrían tener buenas intenciones.
Patapez dejó escapar una risa amarga, sacudiendo la cabeza con desdén.
—No me vengas con eso. Todos los jefes… No, todos los ricos son iguales. Se aprovechan de nosotros, de los que realmente trabajamos duro. Mi padre lo sabía, ¿sabes? Él también luchó en la guerra Dragón, sacrificó su vida por Berk, solo para que Estoico, ese cobarde, se escondiera detrás de los demás y usara a los demás como escudos humanos.
El dolor en la voz de Patapez era palpable, sus palabras resonando con un resentimiento profundo hacia Estoico y todos aquellos que representaban la élite de Berk.
—Mi padre nunca regresó de esa guerra, pero Estoico sí lo hizo, viviendo como un rey mientras nosotros, los que realmente luchamos, nos quedamos aquí, lidiando con las consecuencias. Y ahora, incluso en su muerte, sigue siendo una molestia para nosotros.
Norris escuchó en silencio, sintiendo la injusticia que emanaba de las palabras de Patapez.
—Culpas a los ricos de tu miseria. Es más, buscas destruir a los ricos de esta isla, pero eres tan insignificante, que lo único que te queda es señalarlos como cobardes. —Norris sonrió al ver la expresión destemplada de Patapez.
Patapez crujió los dientes y caminó hacia Norris. Patapez era el doble de grande que el pequeño y delgado capitán.
—He lidiado con los de tu clase "capitán" —la respiración de Patapez se hizo más intensa, mientras se seguía acercando—. Tú debes ser muy privilegiado. Te debe encantar besarle los pies a tu jefe con tal de no perder tu posición. Tú no puedes comprenderme, viejo inútil. ¡Tú hablas desde una torre de mármol! ¡No puedes ver el sufrimiento de los pobres!
—¿Acaso esas palabras iban dirigidas a mí? —inquirió Norris, pregunta que hizo detener a Patapez—. Veo que alguien no te ha tratado muy bien. ¿Será un capitán de Berk? —Norris extrajo su cantimplora de su camisa y bebió un poco de hidromiel.
Patapez se relajo un poco antes de responder.
—Eso no te incumbe. —retomó sus camino en causa de encarar a Norris.
Cuando Patapez estuvo a solo unos pasos de distancia de Norris, una sensación desconocida lo invadió. A pesar de su imponente estatura, se sintió abrumado por una presencia que lo hizo palidecer en comparación. Una aura de poder y autoridad emanaba de Norris, envolviéndolo como un manto invisible pero tangible.
Mientras Norris tomaba un sorbo de hidromiel de su licorera, Patapez sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nunca antes había experimentado una sensación tan abrumadora en presencia de alguien más. A pesar de ser el doble de grande que Norris, se sintió repentinamente pequeño e insignificante ante su presencia dominante.
Sin decir una palabra, Patapez retrocedió un paso, su mirada encontrándose con la de Norris en un silencio tenso.
¿Quién era realmente Norris?
Norris se secó el bigote con su manga y sonrió candilmente.
—La verdadera victoria no se encuentra en la destrucción de nuestros enemigos, sino en su transformación y reconciliación.
Patapez no respondió, pero era extraño para él, porque tampoco sentía la necesidad de huir. La fuerza que poseía aquel hombre era diferente a la fuerza que poseía Astrid o Estoico. Lo mejor que pudo hacer es concebir su retroceso mientras mantenía su mirada en él.
—No puedo hacer eso. Nunca los perdonaré. Muchos hemos sido pisoteados y explotados por aquellos que tienen el poder y la riqueza. ¿Cómo puedes defenderlos? ¿Cómo puedes mirar a tu alrededor y no ver el sufrimiento que han causado?
De repente, fueron interrumpidos por la urgente voz de un trabajador de la fábrica que irrumpió en la escena.
—¡Patapez! ¡Alguien se ha infiltrado en los almacenes de acero de Gronckle! —anunció el trabajador, su voz llena de pánico y urgencia.
Norris y Patapez intercambiaron una mirada cargada de preocupación antes de emprender rápidamente el camino hacia la plaza central, donde se habían congregado todos los habitantes de Berk en respuesta a la alarma.
Al llegar a la plaza, se encontraron con una escena de caos y tensión. Los ciudadanos de Berk se agolpaban alrededor de los almacenes de acero, murmurando entre ellos y lanzando miradas nerviosas a la figura encapuchada que era arrastrada por un grupo de guardias.
—¡Por Thor, ¿qué ocurre aquí?! —exclamó Astrid, abriéndose paso entre la multitud junto a su hermano Marcel y el sub capitán Patán, quienes la seguían de cerca.
—Capitana Astrid, esta vil ladrona se infiltró en la fábrica de los gronckles para robar. —informó Brutacio, sosteniendo firmemente a la sospechosa mientras le quitaba la capucha que cubría su rostro.
La chica, de apenas veinte años, miraba desafiante a sus acusadores, sus ojos azules brillando con determinación bajo la luz de la luna.
—¿Es eso cierto? —preguntó Marcel, severo pero con un hilo de duda en su voz.
—¡Es mentira, Marcel! ¡Tú me conoces mejor que nadie! ¡Jamás sería capaz de algo así! —respondió la chica con vehemencia, su voz resonando con indignación.
Marcel se vio momentáneamente paralizado por la confusión, sin saber si creer en la palabra de la joven ladrona o en la acusación de sus compañeros.
—Brutacio, libérala. Si ella dice que no fue, entonces no robó nada.
—¡Pero Marcel! —reclamó Brutacio.
Sin embargo, antes de que Marcel respondiera, Astrid dio un paso al frente.
Patán, conociendo lo que iba a ocurrir, sonrió con malicia relamiéndose los labios. Marcel tomó del hombro a su hermana, pero fue ignorado, sus piernas se paralizaron ante la autoridad de la mayor campeona del Archipiélago, apretó sus dientes y cerró los ojos para no ver.
Sin embargo, Norris intervino en el último momento, colocándose en el camino de Astrid con una expresión de relajada en su rostro.
—Muévase, capitán Norris. —ordenó Astrid, su voz gélida y autoritaria.
Norris suspiró cansado.
—Capitana Astrid, tenía pensado visitar su famoso puesto de comida en el ala este de la isla hoy. Me han dicho que ahí preparan el mejor pescado del Archipiélago —comentó Norris con calma, aunque había un brillo de provocación en su mirada.
—Muévase, capitán Norris. —volvió a ordenar Astrid.
—Pero me distraje con las hermosas vistas de su isla. Ustedes los Berkianos, gozan de un increíble paraíso aquí en Berk —continuó Norris, ignorando la orden de Astrid y dirigiendo su mirada hacia los muelles con una expresión de contemplación.
—Muévase, capitán Norris. —esta vez, la voz de Astrid era un susurro amenazante, su paciencia llegando al límite.
—Ah, y también me distraje con su peculiar fábrica. He de decir que está muy bien diseñada. Aunque lo más curioso que encontré fue… que no había acero de gronckle.
El silencio que siguió a las palabras de Norris fue abrumador. Todos los presentes se quedaron atónitos ante esta acusación tan descarada, sus mentes zumbando con incredulidad y confusión.
—¿Cómo puede culpar a alguien de robar algo que ni siquiera tienen? —dijo Norris.
—¡Usted no puede confirmar eso! —exclamó Patán, apuntándolo con el dedo— ¡Es un simple invitado aquí en Berk!
—Yo no puedo, pero él sí —Norris señaló a Patapez, quien se mantenía oculto entre la multitud—. Vamos, Patapez, diles que la fábrica se ha quedado sin acero de gronckle. Esa es la razón por la que trabajabas hasta tan tarde, ¿verdad?.
Todos los ojos se volvieron hacia Patapez, esperando su respuesta con ansiedad mientras la verdad amenazaba con desvelarse en medio de la noche nevada.
Las antorchas parpadeaban débilmente, luchando por mantener viva su llama bajo la implacable ventisca de nieve.
—Yo… yo no sé. Yo solo trabajo como un obrero ahí.—dijo Patapez, con voz frágil y agachando la cabeza.
Astrid no volvió a pedir a Norris que se apartara y terminó pasando por su lado.
—Estás inculpando a alguien inocente, Astrid. —dijo Norris.
Cuando Brutacio lanzó a la prisionera hacia Astrid, el momento alcanzó su punto culminante, con la joven ladrona implorando su inocencia entre sollozos desgarradores.
—¡Capitana! ¡Juro que no fui yo! ¡Juro por Thor, por Odín que no robé nada! —Astrid ya tenía su hacha descargada, mientras que la acusada comenzaba a lloriquear— ¡Lo juro por mis padres y mis hermanos! ¡Lo juro por el honor de mi familia y por el amor que le tengo a este pueblo!
Astrid, impasible ante sus súplicas, sostuvo su hacha con un gesto decidido, pero Norris volvió a interrumpir su trayecto con su espada. Ambos se miraron fijamente, mientras luchaban por tener el control.
—Cada acción que tomamos tiene un efecto, y debemos ser conscientes de las repercusiones de nuestros actos. Esta chica no merece ser asesinada. Nadie en este mundo merece ser lastimado.
—La justicia requiere sacrificios. Las acciones tienen consecuencias. No dejaré impune su delito. —respondió Astrid.
—¿A pesar de que te dijo que no robó nada?
—¿Por qué te importa tanto? Es solo una mucama con aires de guerrera.
—¿Eso es lo que opinas de tus guerreros?
—Ella no es una guerrera. Los débiles no pueden ser guerreros.
Norris tomó una bocanada de aire y empujó a Astrid hacia atrás, haciéndola caer de espaldas. Él se acercó a ella y apuntó a su cuello con la punta de su espada. La tenía sometida.
Norris la vio con una mirada rígida y su tono de voz se volvió más grave.
—La verdadera fuerza no reside en la capacidad de destruir, sino en la capacidad de proteger y preservar la vida, y si alguien como tú no lo entiende, entonces no mereces ser capitana.
Astrid quedó aturdida un momento. Sin embargo, después de unos segundos, empezó a reír omiosamente.
—Viniendo de usted es muy gracioso, capitán Norris. —Astrid sonrió desafiante, quebrantando la paz que Norris traía en el rostro.
—¿Qué quieres decir?
—Tal vez crea que me conoce, lamento decirle que no es así. Por otro lado, yo sí lo conozco, y muy bien.
Norris torció su mirada y se sintió amenazado ante la idea de que aquella vikinga conociera su pasado.
—Después de todo, fue el mejor guerrero del Rey Ragnar, rey de los vikingos hace veinte años.
Norris desaflojó su postura sintiendo un espasmo nervioso.
—Cuando nos encontramos en la isla costera, me preguntó por qué Estoico había convocado a tres tribus para conquistar un pueblo pequeño. Realmente no fue así, fui yo quien convocó a su pueblo, después de escuchar que Norris, antiguo guerrero del rey Ragnar terminó en la isla Stones.
—¿Por qué lo hiciste?
Astrid no respondió. Se levantó rápido y con su hacha, desarmó a Norris.
Astrid no se molestó en seguir hablando con él y en un movimiento veloz, giró sobre sus talones y encestó su hacha en el cuello de la ladrona que ni siquiera vio venir el golpe. Todos quedaron boquiabiertos por el acto descarado de Astrid.
Pronto, la plaza entera explotó en un jolgorio de aplausos y risas, felicitando a su campeona por haber acabado con la acusada.
Marcel, quien se encontraba atrás, apretó los puños y se fue apresurado del lugar.
Norris se levantó y por primera vez, mostró una mirada fría. Apretó sus puños y solo reafirmó su odio a los vikingos al ver cómo festejaban la muerte de una inocente. Definitivamente, Berk no podía seguir gobernando el Archipiélago.
Se levantó y encaró a Astrid, quien ya lo esperaba con hacha en mano, pero a él no le importó y se acercó bruscamente hacia ella.
—Tú no eres una guerrera. Un verdadero guerrero nunca haría algo tan cobarde.
Astrid podía sentir su respiración y sentir la llama de su ira hizo que quiera enfrentarse a él. Quería aplastarlo, quería pisotear ese orgullo y apagar ese espíritu indomable en sus ojos. Solo así demostraría que era más fuerte.
Astrid sonrió una vez más y se retiró del lugar en compañía de todo su ejército.
Un soldado llegó hasta posarse detrás de Norris.
—Y bien capitán, ¿qué hacemos?
—Dile al jefe que ya confirmé sus sospechas. Que el asalto a Berk, comience.
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La llamarada anaranjada del atardecer gélido teñía el cielo de un tono blanquecino mientras se preparaba la ceremonia funeraria. El cuerpo de Estoico descansaba en el barco, rodeado de objetos que simbolizaban su vida como jefe tribal y guerrero valiente. La multitud también se había congregado en silencio con sus corazones pesados de tristeza.
Astrid, se mantenía de pie en silencio frente al barco. A pesar de su expresión fría y su mirada indiferente, había una tristeza en su interior. Durante años, había sido la mano derecha del jefe, su leal lugarteniente en todas las batallas y conflictos que habían enfrentado juntos. A pesar de su relación profesional y su aparente crueldad, Astrid había desarrollado un profundo respeto y una conexión con el jefe tribal. Tal vez, sin darse cuenta lo vio como un padre…
Mientras cargaba una flecha con fuego en su arco, empezó a recitar el poema en honor de Estoico.
"Que las Valquirias te den la bienvenida y te guíen por el gran campo de batalla de Odin.
Que canten tu nombre con amor y furia para que lo escuchemos alzarse desde las profundidades del Valhalla y sepamos que has tomado el lugar que te corresponde en la mesa de los reyes, porque ha caído un gran hombre, un guerrero, un jefe tribal, un amigo, un padre…"
A medida que recitaba el poema, los recuerdos de su tiempo juntos inundaron su mente. Recordó las estrategias de batalla compartidas, las decisiones difíciles que habían tomado en nombre de su aldea y las innumerables veces que habían confiado el uno en el otro en medio del caos de la guerra contra Drago.
Por otro lado, el pesar del pueblo se manifestaba en sus rostros compungidos y sus voces apagadas. Los adultos, que habían compartido años de luchas y victorias junto a Estoico, se reunían en pequeños grupos para compartir el dolor.
Entre los jefes presentes en la ceremonia, había quienes ocultaban satisfacción tras sus miradas serias. La muerte de Estoico representaba un cambio en el equilibrio de poder en la región y algunos de ellos veían la oportunidad de ganar influencia o ventajas en futuros conflictos. Aunque mantenían una máscara de respeto y condolencias, sus intenciones ocultas revelaban un deseo secreto de aprovechar la situación para sus propios intereses.
En medio de las emociones encontradas, el fuego que consumía el barco funerario de Estoico continuaba ardiendo, iluminando el oscuro cielo nocturno con su resplandor. La ceremonia representaba tanto un adiós a un gran líder como el inicio de un nuevo capítulo en la historia de Berk, con todos los desafíos y cambios que eso conllevaba.
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El primer día después del funeral de Estoico, Berk amaneció con un cielo nublado y sombrío que parecía reflejar la incertidumbre que se cernía sobre la aldea. Los habitantes se despertaron con una noticia inquietante…
—¡Berk se ha quedado sin hierro de Gronckle! ¡Berk se ha quedado sin hierro de Gronckle! —anunciaba un aldeano en el centro de la plaza—. Y aún peor… ¡Los treinta Gronckles que Berk poseía aparecieron muertos esta mañana!
Los rumores se propagaron como un incendio forestal. Las conversaciones llenaron las calles mientras la gente comentaba sobre lo que esto significaba para su futuro. La escasez de hierro de Gronckle ponía en peligro la capacidad de Berk para defenderse y para forjar armas y herramientas esenciales. La preocupación se reflejaba en los rostros de los vikingos, que se reunían en pequeños grupos para discutir la situación y especular sobre cómo se habían llegado a tales extremos. El nombre de Astrid empezó a resonar en las cantinas como principal culpable por la situación crítica que estaban atravesando.
Cinco de los diez jefes del consejo de Odín, que habían estado observando atentamente la situación, vieron la oportunidad que esta crisis presentaba. Argumentaron que la aldea ya no podía protegerse a sí misma ni a sus aldeanos sin un líder que los guiara y que un cambio era necesario para sobrevivir. Actuaron con rapidez y decisión, llevando a cabo un arresto masivo de todos los miembros del ejército de Berk, incluyendo a Koa, el hermano de Astrid, sin previo aviso ni resistencia.
La situación se desencadenó de manera abrupta e inesperada, ya que el ejército de los jefes traidores arribó a Berk con más de cien barcos y con armas recién forjadas con hierro de Gronckle, un hecho que dejaba en claro que alguien había filtrado la receta que hasta ese momento solo estaba en posesión de Berk. Ante esta inesperada ventaja bélica, el ejército de Berk se encontró en una posición vulnerable y no pudo ofrecer resistencia ante semejante poderío enemigo.
La noticia de los arrestos se extendió como un reguero de pólvora, sumiendo a Berk en una atmósfera de caos y desconfianza. Las voces de descontento y preocupación se alzaron en medio del pueblo, mientras algunos vikingos se preguntaban si habían sido traicionados por sus líderes. Los jefes que se habían opuesto a la decisión, Oswald entre ellos, también fueron arrestados, lo que añadió más tensión a la situación.
Y de esta manera, el ejército que una vez ostentó el título de ser el más formidable de todo el Archipiélago fue degradado a un estado de sumisión y humillación sin precedentes. Sus opresores los obligaron a desfilar desnudos, arrastrándose penosamente a través del fango, mientras eran testigos de su degradación ante todo el pueblo.
La pregunta que resonaba en cada rincón de Berk era cómo enfrentarían los habitantes su nueva realidad y si lograrían recuperar la libertad y la unidad que habían caracterizado a su pueblo durante la gran guerra Dragón.
—El ejército de Berk ha cometido demasiados crímenes a lo largo de estos años de paz. Sus actos de abuso no pueden quedar impunes. —arguyó Half, principal cabecilla del nuevo consejo de Odín.
—¡Half, infeliz! ¡Esperabas esta oportunidad para hacerte del consejo! —exclamó Oswald, quien también era arrestado junto a sus hombres en el muelle.
—No te preocupes, Oswald el desagradable, tu pueblo estará en buenas manos. Creo que tu hijo Dagur será un mejor líder que tú. Tiene más… pasión por la sangre. —Half carcajeó mientras veía cómo golpeaban a Oswald y a los demás jefes que se oponían a él.
El segundo día, la ausencia de respuestas y liderazgo solo aumentaba la incertidumbre.
Sin embargo, lo que llamó la atención de todos fue la desaparición de Astrid, la capitana de las fuerzas de Berk y mano derecha del fallecido jefe. Los rumores de un complot con algunos jefes del consejo fueron el nuevo chisme que ahondó en los bares.
En medio de la incertidumbre, los cinco jefes que habían usurpado el trono comenzaron a tomar medidas para consolidar su poder en la aldea. Se formó un nuevo régimen militar que supervisaría el control de los recursos y la seguridad de la aldea. Los vikingos se encontraron bajo una autoridad no elegida por ellos, lo que aumentaba la tensión y la desconfianza.
La incógnita de por qué Astrid no había intervenido para defender a su ejército y su aldea seguía sin respuesta.
El tercer día marcó un giro drástico en la historia de Berk. En una asamblea convocada por los cinco jefes que habían tomado el control de la aldea, se nombró a Half, el líder del pueblo de Pescadores Stone, como el nuevo líder absoluto de Berk. Esta decisión tomó a muchos por sorpresa, ya que Hipo era el siguiente en la línea y Half no pertenecía a una aldea de guerreros.
Sin embargo, lo que sorprendió aún más a la comunidad fue el anuncio de una fusión entre el pueblo de Pescadores Stone y Berk. Half explicó que esta fusión se llevaría a cabo para fortalecer a Berk en un momento de crisis y para garantizar el acceso a los recursos necesarios para la supervivencia de la aldea. A pesar de las dudas y las tensiones iniciales, la mayoría de los vikingos aceptaron la decisión en un intento desesperado de preservar lo que quedaba de la aldea que habían conocido.
La noticia de esta fusión provocó una mezcla de reacciones. Algunos veían esta unión como una oportunidad para enfrentar juntos los desafíos que se avecinaban, mientras que otros seguían preocupados por lo que esto significaba para el futuro y temían que los jefes vecinos hubieran impuesto un líder que obedecería sus intereses.
Mientras tanto, los problemas de escasez de hierro de Gronckle y los arrestos masivos continuaban afectando la aldea. La llegada de navíos de otras islas aumentaba la tensión, ya que representaban una amenaza constante para la aldea en su situación actual.
Los vikingos arrestados, incluyendo al hermano de Astrid, continuaban siendo forzados a trabajar como esclavos en la recolección de recursos y la construcción de nuevas defensas. La tristeza y la impotencia persistían, y el sentimiento de opresión solo se intensificaba con el nuevo liderazgo de Half.
Ese día dejó una marca indeleble. La aldea se encontraba en un momento de oscuridad y desesperanza y Astrid no daba señales de que fuera a rescatarlos esta vez.
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La estancia estaba envuelta en una atmósfera pesada, roto únicamente por el tenue crepitar de la chimenea. Apenas un par de antorchas iluminaban la habitación, arrojando sombras danzantes en las paredes de piedra.
Half, nuevo líder de Berk, estaba sentado en uno de los extremos de la mesa. Su rostro reflejaba una mezcla de incredulidad y pesar, mientras sus dedos golpeaban nerviosamente la superficie de la mesa.
La puerta se abrió lentamente, dejando entrar una figura envuelta en una capa oscura que ocultaba su rostro. Pasos sigilosos resonaron en la estancia mientras el presente se mantenía en silencio. La llegada de la persona generó un escalofrío en el ambiente, y Half se apresuró a buscar respuestas en las sombras.
La figura se acercó al centro de la mesa, y el suspenso alcanzó su punto máximo. La mirada inquisitiva se posó sobre la capa, esperando que se revelara la identidad del traidor.
Finalmente, la figura alzó lentamente la cabeza y retiró la capa que la cubría. Half por fin pudo suspirar cuando sus ojos se encontraron con los de Astrid. Sus ojos azules, que alguna vez habían irradiado valentía y determinación, ahora parecían ocultar secretos insondables. Cerró la puerta tras de sí y se enfrentó al hombre que la miraba con una mezcla de ira y nerviosismo.
Los dos vikingos se miraron en silencio durante un momento. Half fue el primero en romper el silencio.
—En la búsqueda del poder, Berk olvidó su responsabilidad. El consejo no debería ser un trono de arrogancia, sino una mesa donde se toman decisiones para el bien de todos. Tú también lo sabes, Astrid —dijo Half, viendo a los ojos azules de ella—. Estoico falló. Pero yo no. No soy un destructor, soy un restaurador. Quiero devolverle al consejo su antigua gloria, donde los líderes eran guardianes, no tiranos.
Astrid rechifló exhausta. Incluso ahora, tenía que escuchar otro discurso aburrido. ¿Qué es lo único que hacían los jefes?, se preguntó.
—Cumplí con mi parte del trato. Te entregué la receta de hierro de Gronckle y asesiné a todos los Gronckles de Berk. Cumple con la tuya. —dijo Astrid apática, como si la humillación de su ejército no le importara.
Half observó a Astrid con atención, captando el tono de su voz y el mensaje implícito en sus palabras, a ella no le interesaba saber el porqué de sus acciones. Había entendido perfectamente el alcance de sus acciones y estaba dispuesto a jugar el peligroso juego que recién comenzaba.
Astrid mantuvo su compostura, sin desviar la mirada de la de Half.
—No te preocupes, mañana por la mañana tendrás tu barco listo para zarpar. —Half respondió con un tono firme, dejando claro que cumpliría con su parte del trato—. Y escucha bien esto, lo último que quiero es volver a oír de ti.
—Ese no será un problema. Tomaré vacaciones permanentes.
—Más te vale. Sino, la cabeza de tu hermano será la primera en rodar.
El rostro de Astrid se endureció, y sus ojos se entrecerraron en un gesto amenazante.
—Prometiste que no le harías daño. —el tono había sido suave y manso.
Half halló la puerta a la debilidad de Astrid. Se sorprendió de que hasta los "monstruos" tuvieran flaquezas.
—Las promesas son solo palabras.
—Viniendo de un hombre sin honor, no me sorprende. —las palabras de Astrid fueron afiladas como una espada.
—Lo dice la vikinga que entregó a su ejército y la receta de hierro de Gronckle. —su tono estaba cargado de sarcasmo, como si disfrutara de la confrontación.
Astrid no flaqueó, defendiendo su difícil elección con una mezcla de orgullo.
—Era la única moneda de cambio que tenía para proteger a Marcel.
El sarcasmo de Half se intensificó mientras se acercaba a Astrid, insinuando su desprecio por su aparente debilidad.
—Amor de hermanos, qué tierno —Se detuvo frente a ella, su mirada llena de desprecio y burla—. Después de todo ese discurso conmovedor frente al consejo, y… solo esto. ¿Es todo? ¿Astrid Hofferson es derrotada por un lazo fraternal con un huérfano? Esperaba más de ti.
Sin previo aviso, la bofetada de Half impactó contra el rostro de Astrid, desestabilizándola momentáneamente. El dolor físico se mezcló con la agitación emocional en ese tenso encuentro, dejando en claro que la relación entre ambos estaba marcada por la hostilidad y el desencanto.
—Esto es muy divertido. Ahora veo por qué disfrutas golpear a los débiles.
Half soltó una risa cínica y dio un paso atrás, como si la violencia momentánea hubiera sido suficiente para satisfacer su sed de venganza, pero con un gesto brusco, volvió a golpearla, esta vez con más fuerza. El sonido del impacto resonó en la habitación, y Astrid luchó por mantenerse de pie.
Ante el castigo, Astrid sonrió con altivez.
—¿Es todo? —provocó ella, invitándolo a seguir.
Half soltó otra risa y la golpeó nuevamente. Astrid no cedió, se mantuvo firme, su mirada fija en él, desafiante. Finalmente, insatisfecho, se detuvo. Su respiración estaba agitada, y su mirada aún estaba llena de desprecio mientras se alejaba de Astrid. No había podido doblegarla como él creía. Pero eso era cuestión de tiempo. Haría pedazos su cuerpo, alma y espíritu. Solo tenía que esperar el momento.
—Hasta nunca, Astrid Hofferson.
Con un último vistazo lleno de desprecio, Half se dio la vuelta y abandonó la estancia, dejando a Astrid sola.
