Capítulo 1: ¿Cómo estás?
El invierno le parecía una estación del año hermosa, sin embargo, el frío le hacía reconsiderar esta perspectiva. Yoh se detuvo por un momento en medio de la calle, únicamente para frotar sus manos en búsqueda de calor. Esto fue inútil, porque en un par de segundos sus dedos comenzaron a perder la sensibilidad nuevamente. El joven se quejó y frotó nuevamente sus manos, para luego guardarlas en los bolsillos de su chaqueta y continuar con su camino.
Le gustaba ver la acera adornada de blanco, le agradaba ver los copos de nieve cayendo. Le gustaba la suavidad de la ropa de invierno y le gustaban las festividades propias de la época. Pero, ¡de verdad no quería sentir más frío!
"¿Cuánto falta para la primavera?" pensó, mientras aceleraba su caminar tratando de entrar en calor. Cuando notó que estaba comenzando a trotar, y una fina capa de sudor comenzaba a formarse en su frente, fue que decidió adquirir un paso más tranquilo.
Yoh siguió avanzando, dedicándose a observar a las personas con las que se cruzaba en el camino. Todos caminaban con absoluta normalidad, como si el clima no fuese un problema. Él era el único loco que comenzaba a desesperarse por la situación. ¿Sería porque salió tan apresurado que olvidó ponerse ropa más apropiada? Porque, para ser honesto, su chaqueta no era la más gruesa, y haber dejado sus guantes en casa no había sido la decisión más inteligente.
"Oh, al fin" celebró en su mente una vez que se encontraba a unos pocos metros de la estación de trenes. Dirigió su mirada al gran reloj que se encontraba sobre la pared del edificio, ya que de verdad no quería sacar su mano del bolsillo para ver la hora en su propio reloj. "¡Justo a tiempo!"
Al adentrarse en la estación, Yoh suspiró y esbozó una sonrisa para sí mismo. El edificio estaba casi a una temperatura agradable. Se acercó a la boletería y esperó pacientemente a las personas que eran atendidas. Una vez que llegó su turno, la mujer que le atendía no le permitió saludar, interrumpiéndolo inmediatamente y recitando de forma mecánica la oración que ya había dicho un montón de veces durante el día.
—Buenas tardes, bienvenido a la estación de Nishitokyo, ¿en qué puedo ayudarle?
Yoh parpadeó algo confundido. ¿Debería haber sonado amable? La falta de ánimo de la señora y su cara de querer irse luego dejaban mucho que desear
—Hola, me gustaría comprar un boleto a Izumo.
—¿A qué hora? —preguntó ella de manera monótona.
Yoh esperó a que la mujer le indicara los horarios como de costumbre, pero ante su silencio, él supuso que se había equivocado. Elevó su mirada a las pantallas detrás de la persona que lo atendía, buscando un viaje que le acomodara.
—El más próximo, a las seis en punto —contestó él, sacando la billetera de su bolsillo.
—El viaje más próximo a Izumo será a las siete, el de las seis se atrasó —explicó la mujer, sin parecer afectada por la cara de sorpresa de Yoh.
"¿QUÉ?" pensó él, tragando saliva "Llegaré una hora tarde, mi abuela va a estar tan molesta…" La imagen de la anciana agitando su bastón en el aire le dio escalofríos.
—¿Segura que no hay otro tren antes?
—Chico, trabajo aquí —respondió ella, alzando una ceja—. Escucha, no tengo todo el día. El tren a Izumo más próximo parte a las siete. El otro partirá a las diez, y ese es el último hasta mañana.
Yoh suspiró y comenzó a sacar el dinero para pagar el boleto de las siete. Tendría que llamar a la casa de sus padres para avisar que llegaría más tarde, y posiblemente se perdería la cena.
"Me pude haber preparado mejor" pensó el joven, buscando un teléfono público, ya que su celular apenas tenía batería. En efecto, sabiendo que saldría una hora después de lo planificado, pudo haberse abrigado mejor, pudo haber cargado la batería de su celular, y pudo haber preparado una maleta para el viaje, porque sí, estaría toda la semana en casa de sus padres, y no llevaba absolutamente nada de ropa.
El Asakura comenzó a pasear mientras buscaba el teléfono, observando los distintos locales al interior de la estación. Cuando pasó por afuera de una cafetería, sintiendo la mezcla de agradables aromas desde el interior, su estómago rugió con furia. En ese momento, notó que llevaba varias horas sin comer.
No lo pensó dos veces y la búsqueda por el teléfono se convirtió en una campaña por un postre, preferiblemente alguna torta acompañada de un cappuccino o un chocolate ca… Oh, chocolate caliente. Recordó que a ella siempre le había gustado el chocolate caliente. Solía esperar un momento antes de beberlo, sosteniendo la taza entre sus blancas y delicadas manos, intentando obtener algo de calor. De pronto, Yoh olvidó que tenía hambre, y sintió que la nostalgia lo invadía.
Recordó la razón por la cual le agradaba el invierno. Es que a ella también le gustaba. De cierta manera, la veía en las cosas más simples, como en lo blanco de la nieve, el aroma de las bebidas calientes, o en la sensación de calidez al tocar con las manos frías un objeto tibio buscando calor. Como ella solía hacer.
El joven, que había detenido su paso justo en la entrada de la cafetería en medio de un trance, sacudió la cabeza y trató de ignorar esa molestia en el centro de su pecho. Pensar en ella siempre causaba ese efecto. Caminó a través del local y pidió a quien atendía una torta con mucha crema y decoraciones de chocolate, junto con un cappuccino grande. Suspiró al pagar, porque ya no le quedaba mucho efectivo, y aún tenía que dejar dinero para la llamada que haría eventualmente a su familia. Yoh se sentó en la única mesa vacía del local y comenzó a comer de inmediato, sonriendo instantáneamente con el primer bocado. No esperó mucho para probar el cappuccino, servido en una elegante taza de vidrio, decorado con algo de crema en la superficie. Al beber el primer sorbo, sonrió nuevamente.
—Disculpe, el local está lleno —preguntó una voz femenina y extrañamente familiar para Yoh, quien volteó a ver a la persona que le había hablado—, ¿Le molesta si me siento con usted?
—No hay proble…— el Asakura observó en primer lugar, unas bellas y delicadas manos sosteniendo una taza de lo que parecía ser chocolate caliente. Al azar la mirada, no se sorprendió tanto al encontrarse con la cara de Anna. Ella, en cambio, se mostró perpleja al reconocer al castaño.
Ambos quedaron observándose sin decir palabra alguna. Por un momento, pareció que el tiempo se detuvo. ¿Cómo es que, dentro de todas las coincidencias y posibilidades existentes, justo debían encontrarse ellos?
—Yoh… —susurró la rubia, sin quitarle la vista de encima.
—A…Anna, ¿Qué… —¿Por dónde empezar?
Definitivamente la había invocado con sus pensamientos. De seguro fue obra de la Ley de la atracción. Buscó en su mente qué decirle, porque, diablos, tenía un montón de ganas de hablar con ella. Aun así, enmudeció.
Las personas decían que antes de morir, toda la vida pasa frente a los ojos del futuro occiso. Entendió a la perfección, pues le ocurrió lo mismo, pero con Anna. Las imágenes pasaban velozmente. Ninguna tenía conexión con la otra, no obstante, en cada una de ellas la rubia estaba presente. Su sonrisa. Su ceño fruncido. Sus gritos. Sus disculpas. Sus besos. Sus lágrimas. Sus labios. Sus abrazos. Su risa. Sus golpes. Sus caricias.
Sus besos.
Sus besos.
Sus besos.
El primer "Te amo"
El último "Te odio"
Se talló los ojos, como si eso fuera suficiente para limpiar de cada rincón de su alma las memorias de Anna. Por lo menos logró disipar las imágenes. No la presión en su corazón, no. Esa era una constante cuando se trataba de la rubia.
De la nada, Yoh juró que había olvidado cualquier forma civilizada de interacción humana, y las palabras escaparon de su campo de conocimiento. Sabía que debía verse ridículo, con la boca semi abierta, intentando desesperadamente que comunicarse. Frunció los labios, y formó una línea recta con ellos. Prefirió que ella fuese quien hablara, por lo cual siguió observándola insistentemente.
—Yoh —habló nuevamente ella, enderezando su postura, y con un volumen de voz levemente más elevado.
El de cabello castaño sintió un ligero escalofrío, seguido por la sensación de calor en sus mejillas. ¿Acaso había extrañado oírla decir su nombre? ¿Cómo podía ser tan básico?
—Tienes crema en la punta de la nariz —señaló.
Ambos se mantuvieron en la misma posición, observándose fijamente. Yoh agradeció que no podía haber sido un encuentro más humillante.
—Y también sobre tu labio —aclaró ella, inexpresiva—, como un bigote blanco.
Está bien, había comenzado a empeorar.
—Oh —fue todo lo que alcanzó a decir, removiendo la crema de su cara con una servilleta, avergonzado.
—Si quieres… puedo sentarme en otro lugar —dijo la rubia, desviando su vista en búsqueda de algún otro sitio disponible.
—¿Qué? No, no es necesario —aseguró Yoh, tratando de mantenerse sereno, ocultando sin demasiada efectividad su nerviosismo—. Siéntate aquí —dijo, señalando la única silla extra en la mesa, frente a él.
—Está bien —contestó la rubia de manera extrañamente incómoda.
Ella era Anna Kyoyama, y ese tipo de situaciones no solían intimidarla. Tomó asiento frente al Asakura, y puso la taza de chocolate caliente que portaba sobre la mesa. Acercó una maleta azul desde la silla, dejándola junto a sus piernas.
—Entonces… —dijo él, tratando de sonar casual. La verdad es que quería huir, pero si el universo los había reunido, no despreciaría esa coincidencia—, ¿Cómo has estado?
—Bien— contestó ella, rápidamente.
Yoh notó un leve sonrojo en sus mejillas, pero era imposible que fuera por él. Además, su respuesta no pudo haber sido con una voz más segura, incluso fría. Sus ojos miel volvieron a fijarse en los de él —¿Y tú?
—Bien— respondió él, demasiado veloz para su gusto. No quería titubear, pero solía hacerlo sobre analizaba tanto la situación—. Ha pasado bastante tiempo, ¿no lo crees?
—Sí, bastante— confirmó la rubia, mirando hacia la taza de chocolate que se encontraba frente a ella—. Ha pasado bastante —repitió.
La recordaba más elocuente, confirmando sus sospechas. Ella tampoco estaba preparada para ese encuentro. Yoh sonrió de manera incómoda, y prefirió tomar un sorbo de su cappuccino, que para su sorpresa aún mantenía una buena temperatura.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Anna, haciendo que Yoh diera un involuntario y pequeño salto sobre su silla.
No esperaba que volviera a hablarle tan luego.
—Pues, vine a tomar un tren —contestó, tratando de no hacerlo sonar como si fuera la cosa más obvia del mundo, porque definitivamente lo era.
Dejó de prestarle atención a su cappuccino y observó a la rubia, que parecía no haber impedido que una sonrisa se escapara de sus labios. Ante esto, Yoh tampoco pudo evitar sonreír.
—¿Sin una maleta? —cuestionó, examinando el alrededor del castaño—. ¿Aún te gusta viajar con equipaje ligero? —agregó Anna, manteniendo esa leve sonrisa en su rostro.
Él miró fugazmente los ojos de la muchacha, y reconoció de inmediato ese semblante nostálgico. Yoh comenzó a sentir nuevamente esa molestia en el centro de su pecho, pero desvió su atención a la conversación.
—Sabes que no me gusta estar a cargo de muchas cosas —admitió el castaño, jugando con el borde de la mesa, sin mirar a su acompañante—. Aunque me arrepiento de no haber traído ropa más gruesa. He estado muriendo de frío desde que salí de casa —agregó riendo.
Alzó la vista y se encontró con esos bellos ojos que lo observaban de manera especial. Como si todo siguiera igual, ilusionándolo cruelmente. Sin embargo, agradeció poder disfrutar de esa calidez después de lo que le pareció una eternidad.
—Supongo que es cierto —habló Anna, con una dulzura que, en otra época, estaba reservada sólo para él—. Recuerdo que esa chaqueta no... no abriga mucho— murmuró las últimas palabras, dejándose gobernar por sus propios y agridulces recuerdos.
Yoh lo sabía, ya que sentía exactamente lo mismo al rememorar las múltiples veces que él le prestó esa prenda. Era imposible olvidar ese pequeño y lindo cuerpo cubierto por una chaqueta de hombre que era varias tallas más grande de lo necesario, porque la imagen era una de las cosas más tiernas que él tenía grabadas en su memoria.
Hubo un nuevo silencio, menos incómodo, pero más doloroso que el primero.
—Dime, ¿qué haces aquí? —preguntó Yoh, fingiendo tranquilidad al comer los restos de su torta—. Creí que vivías en Aomori, o algo así —agregó, como si no supiera exactamente donde estuvo todo este tiempo.
—Sí, estoy viviendo en Aomori —dijo ella, sosteniendo el chocolate nuevamente entre sus manos—. Estuve en Tokio unos días por… asuntos familiares —Yoh notó de inmediato que hablaba de él.
Sintió una puntada en el estómago, e inmediatamente se sirvió otro trozo de postre. Tal vez si comía, evitaría que esa desagradable sensación se repitiera.
—Pero ahora tengo que viajar a Izumo —continuó la rubia, ignorando que Yoh casi se atragantaba con la torta—. Estaré unos días para…—
—¡¿Izumo?! —exclamó él, llamando la atención del resto de comensales en las mesas vecinas.
Anna miró alrededor, y frunció el ceño. Nunca había sido fanática de llamar la atención en público. Yoh supuso que esa faceta reservada suya permanecía intacta.
—Yo también voy a Izumo —explicó velozmente, aliviado cuando la expresión de Anna se suavizó—, a ver a mi familia.
—Veo que todavía viven allá.
El castaño asintió, demasiado entusiasmado para su propio gusto. Pero no podía esconder que le causaba satisfacción darse cuenta de que ella no parecía haberlo borrado de su memoria como él creyó en un principio.
—¿A qué hora es tu viaje? —preguntó la rubia, curiosidad filtrándose en su voz falsamente indiferente.
—A las siete —contestó Yoh, mirando hacia la taza de chocolate caliente que Anna aún no había probado—. ¿Y el tuyo?
—A las siete —su voz tenía una mezcla de gracia e ironía.
¿Qué clase de broma les había preparado el destino? Mantuvieron la distancia exitosamente hasta ese momento. Pero de pronto, estaban en la misma cafetería, en la misma mesa, encaminados al mismo lugar en el mismo tren.
—Vaya —dijo el Asakura, bebiendo un sorbo de su cappuccino como si pudiera ahogar sus emociones—. Supongo que no te desharás de mi por un buen rato —bromeó, sonriendo entretenido.
Anna dio resopló por lo bajo, negando con la cabeza ante las palabras del castaño. Sin embargo, le dedico una sutil sonrisa.
—Supongo que no.
El muchacho la observó por unos instantes. Era extraño verla ahí, sentada frente a él después de tanto tiempo. Recordó los primeros días, después de que eso ocurrió. Omitió aquél oscuro episodio, pero rememoró el periodo que le siguió. El dolor, el resentimiento. La inmensa tristeza. Y sí, pensar en ella aún le quemaba el alma. Pero ahora estaba ahí, a menos de un metro. De repente, ya no le parecía un fantasma del pasado, sino una vieja amiga con quien había perdido el contacto.
Lo que más le intrigaba era qué pasaría por la mente de Anna. ¿Estaría a gusto de verlo? Porque, a pesar de lo incómodo del encuentro, él sí estaba muy a gusto. ¿Y si estaba fingiendo, y quería escapar de él? No, ella era mucho más directa. Si no quisiera estar ahí, no habría tenido dudas en agarrar sus cosas y marcharse. Cualquier fuera el caso, Yoh debía mantener sus sentimientos a raya. Después de todo, ella ya había avanzado con su vida, y él de seguro era una foto más en su baúl de recuerdos.
Anna pareció ignorar los insistentes ojos de Yoh, y se dedicó a comer unas pequeñas galletas que venían en el plato en donde le sirvieron la taza de chocolate caliente.
—Aún haces eso —dijo de pronto el Asakura, llamando la atención de la rubia.
—¿Qué cosa? —preguntó, al terminar de comer su galleta.
—Ignorar tu chocolate caliente hasta que esté frío —contestó, sacando un trozo de su tarta para evitar el contacto visual—. Ya sabes, lo usas para calentar tus manos. Comes cualquier cosa antes de servírtelo, y cuando al fin lo pruebas ya no está caliente. Podrías pedir simplemente chocolate frío.
—Ja, ja —soltó sarcásticamente, pero curiosamente con un leve rubor en sus mejillas, que no pasó desapercibido por Yoh—. Veo que no pierdes tu sentido del humor.
Yoh sonrió con simpleza y encogió sus hombros. Luego observó la comida que había ordenado y, ¡vaya! ¿En qué momento había acabado su torta?
—Deberíamos ir a esperar el tren –dijo Anna de pronto, mirando la hora en su reloj de pulsera.
El Asakura contempló a la rubia levantarse, poniéndose un bolso de proporciones generosas al hombro. Utilizó su mano libre para arrastrar la maleta que llevaba consigo.
Anna se mantuvo de pie, mirándolo expectante. —¿Yoh?
Fue en ese momento que él lo entendió. ¿Lo estaba esperando? ¿Tomarían el tren juntos?
—Claro —dijo el castaño lo más calmado posible, ocultando de forma exitosa su exaltado corazón —¿Quieres que lleve tu bolso? –preguntó él, mientras ambos salían juntos de la cafetería.
—Siempre tan útil –contestó ella, sonriendo con cierta malicia.
Las sospechas de Yoh se aclararon al recibir el bolso, que debía pesar más diez kilos. No dijo nada, ignorando las gotas de sudor que se deslizaron inmediatamente por su frente.
A pesar de la nueva carga en sus hombros, el optimismo, que hace mucho se mantenía adormecido en él, resurgió.
Había rogado en secreto al universo por esa oportunidad.
Sí, había evitado a Anna lo más que pudo. Dejó de ir a los lugares que frecuentaban, porque el sólo hecho de recordarla era suficiente para destruirlo. Había deseado odiarla, pero después sufrió intentando olvidarla. Cuando la buscó, y la encontró, ya era muy tarde. Logró encontrar armonía, pactando consigo mismo que no intentaría nada más. Si las cosas habían resultado así, sería por una buena razón. Y, diablos, más le valía a los dioses que fuera una razón muy buena.
Sin embargo, se arrepentía de tantas cosas. Nunca obtuvo el punto final que necesitaba para dejar todo atrás.
Si la vida los había reunido, tal vez obtendría el cierre que tanto ansiaba. Alcanzaría la verdadera paz, y podría caminar hacia adelante, como ella había hecho.
Sujetó el bolso de la rubia con mayor decisión, con la esperanza de poder lograr su cometido.
Anna volteó hacia Yoh, nada sorprendida cuando lo miró inmerso en sus propios pensamientos.
—El andén está por allá —sonaba algo molesta, pues nunca había sido una chica paciente.
Él sacudió la cabeza, apenado. Solían reprenderlo por vivir en las nubes, y no deseaba iniciar su viaje con la rubia en medio de peleas.
—Ya voy —contestó, apresurándose para seguirle el paso.
¡Hola! Disculpen, no me resistí y quise hacer algo mitad lindo mitad sad. Ahora sí que juro, SOLEMNEMENTE, que este fic no tendrá más de cinco capítulos. No creo que actualice tan seguido como con los otros, pero haré lo que pueda jajaja Honestamente, escribí este primer capítulo hace siglos, pero hoy me animé a publicarlo porque tengo muchos feelings jajaja ¡Gracias a todos por leer! Espero sus opiniones, sean cumplidos o abucheos JAJA Cuídense muchísimo, y tengan una linda semana.
