Hola! Sé que han pasado 3 mil años, pero dije que terminaría esta historia Y AL FIN LO HICE! *se desmaya*. No crean que la tenía en el olvido; prometo que intenté de hacer este capítulo muchas veces, mínimo unas 7 versiones distintas jajaja Al final quedó re-largo, siempre pido perdón porque no sé resumir. Muchas gracias a la gente que esperó, y a los que cada cierto tiempo me penaban por este fic jajajja AL fin puedo morir en paz (mentira, aún tengo muchos fics incompletos, dios me libre) Gracias por estar aquí!
Pd: Creo que este capítulo es tan largo como los 4 capítulos anteriores juntos jaja No sé si es una bendición o una maldición!
Pd: Corregí un tremendo fail en el diálogoooo, por qué nadie me dijo nada? ajajajajajja Necesito un beta urgente ;; no me dejen escribir más a las 5 de la mañana.
Los rayos de luz solar se filtraron a través de la ventana, llegando directamente al rostro de Yoh. Él abrió apenas los ojos, sus párpados cansados después de tantas horas de un sueño más que reparador. Se estiró de buena gana, riendo internamente cuando escuchó algunas articulaciones sonar. Cada vez que eso le ocurría, se sentía terriblemente viejo, pese a que aún se encontraba en sus tardíos veintes. Se sentó sobre su cama, y continuó mirando por la ventana, sonriendo ligeramente cuando contempló el paisaje entre las cortinas.
Por fin había llegado la primavera, derritiendo la nieve hacia varias semanas, mientras que las flores comenzaban tímidamente a adornar los jardines. Se levantó mirando sobre su hombro la cama vacía, disputando si volver a ella o no. Se habría tentado de volver a ella sólo si hubiese alguien enredado entre sus sábanas pidiéndole que volviera a dormir. Sacudió la imagen rápidamente de su mente, fijando su vista nuevamente hacia las nuevas protagonistas de esa estación del año. Como ellas, él también había florecido. Era una persona distinta a la que fue hace tantos años, más maduro, con responsabilidades y nuevos objetivos, o de eso intentaba convencerse. Había muchas cosas que seguían siendo iguales.
"Hay cosas que nunca se superan"
Sonrió con nostalgia, recordando ese invierno. Los copos de nieve cayendo incesantes sobre las calles, llenándolo todo de blanco. No quería perderse en esas imágenes, ni en esa voz. Se había prometido a sí mismo no obsesionarse con el pasado, mucho menos cuando la primavera lo saludaba con promesas de un nuevo inicio. Inhaló una gran bocanada de aire, llenando sus pulmones y relajando su corazón. Necesitaba una mañana llena de paz después de ver de soslayo la fecha en el calendario.
Sacudió su cabello con una mano, y luego se tomó el cuello, soltando un suspiro. Sería complicado no rememorar ese invierno en Izumo, después de todo, era el día de la boda.
Capítulo 5: Punto y coma.
Dos años antes
El sol brillaba con fuerza sobre Tokio, dejando en el pasado sus días más fríos. Era una tarde ideal para disfrutarla al aire libre, por lo que Yoh esperaba con secreta impaciencia que sus huéspedes dejaran la pensión lo antes posible. Mentiría si dijera que emprender era su pasión, pero estar a cargo de ese lugar le daba una libertad que no tendría en un trabajo convencional. Además, solía tener facilidad para llegar a las personas, por lo que sus intercambios solían ser amenos. Le decían que era carismático, pero prefería decir que tenía suerte con la gente. Ser halagado le hacía sentir incómodo, porque no sabía cómo reaccionar.
—¡Hasta pronto! —se despidió de la joven pareja, sonriendo cuando sus visitantes desaparecieron de su vista.
—Eran muy agradables.
Yoh volteó a ver a Tamao, quien sonreía con discreción mientras miraba con cierta añoranza a ambos dejar el lugar. La muchacha notó sus ojos en ella y rio nerviosa, ocupándose de inmediato con un cesto que se encontraba en el piso.
—Llevaré la ropa de cama a lavar —avisó ella, tomando el cesto entre sus manos.
—¿Necesitas ayuda o…?
—No te preocupes, ve tranquilo al compromiso que tienes.
Él le agradeció, brindándole una sonrisa honesta. Tamao era una residente en el lugar, que además trabajaba medio tiempo en la pensión para pagar sus estudios. Llevaba varias semanas viviendo ahí, ayudando a Yoh y siendo una gran compañera en general. Había algo encantador en su personalidad dulce y tímida que hizo que él se encariñara rápidamente con ella, y sentía que el afecto era mutuo.
Era bueno tener una amiga, aunque gente cercana a él sospechara que había algo más.
Puso los ojos en blanco ante el pensamiento.
"Como si quisiera volver a eso" rio internamente, mientras salía por la puerta y enfrentaba los rayos del sol.
El trayecto hasta la cafetería se le hizo corto, pese a que la distancia era importante y había tenido que tomar en bus que era prácticamente un horno. Con los audífonos puestos y la música al máximo volumen, paseos así se convertían en una terapia para él, sin importar su entorno. Se perdía en las melodías, mientras tamborileaba sus dedos para disfrutar de su ritmo. Visualizó a unos pocos metros el cartel de la cafetería, y continuó caminando, silbando las notas que escuchaba en sus oídos. Todo iba bien, hasta que una canción de Awaya Ringo comenzó a sonar. Yoh se detuvo, una expresión de disgusto plasmada en su rostro.
"¿Le seguirá gustando esta tipa?" pensó, riendo divertido cuando recordó las infantiles discusiones entre él y la fan número uno de la cantante. Apagó la música y dejó los audífonos alrededor de su cuello, entrando al local en donde lo esperaban.
—Llegas tarde —anunció su hermano, quien estaba sentado en una mesa, bebiendo un té frío.
—Tú llegaste muy temprano.
—Quería aprovechar cada minuto antes de tener que volver al aeropuerto.
La sonrisa burlona de Hao contradecía su voz honesta, por lo que Yoh supo que no debía tomarlo en serio. Se sentó con él y pidió un café helado, sintiendo la mirada escrutadora de su gemelo.
—¿Qué pasa?
—Creí que me presentarías a tu nueva novia.
—Tamao no es mi novia —respondió el castaño, con cierto tedio.
—¿Por qué no?
—No me gusta de esa forma —contestó Yoh, agradeciendo cuando la mesera le llevó el café helado.
—Qué desperdicio, madre dijo que quedó encantada con ella cuando te visitó.
—Tamao es una excelente persona, es gentil y cocina delicioso, pero…—
—¿Sigues de luto, hermano?
Yoh sintió un nudo formarse en su garganta, y lo atribuyó a un hielo demasiado grande atascado. Carraspeó un poco, sintiéndose avergonzado cuando notó que Hao reía silenciosamente.
—No… —tosió para aclarar su garganta, y bebió líquido desde el sorbete para continuar hablando—, no estoy de luto.
—He notado que vives el duelo al revés, Yoh.
El aludido miró con extrañeza a su gemelo, irritado porque continuará con el tema, pero intrigado ante su curiosa teoría. Hao no necesitó que su hermano hablara para continuar con una explicación.
—Negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Esas son las etapas del duelo, sin embargo, pese a todo este tiempo, no lo has logrado superar. Lo vives en el sentido contrario.
Yoh contempló la idea de su hermano, que tal vez no era tan disparatada. Había aceptado cuando Anna decidió irse, y se hundió cuando vio que ella se alejaba hasta no dejar rastros. Pensó en algún momento que podría recuperarla, sobre todo después de haber avivado esa pequeña llama tras su encuentro en invierno. Posterior a eso, decidió olvidarla y descartarla como ella había hecho con él, intentando no pensar en ella por su propio bien.
—Según tu teoría, ¿me encuentro en la negación? —preguntó el menor de los gemelos, acercando nuevamente el sorbete a sus labios.
—Sólo dime, ¿ya aceptaste que Anna se case con tu fantástico ex-amigo?
Había algo en el tono de voz de Hao que escondía cierta ironía dentro de su honesta curiosidad. Yoh solía creer que su hermano disfrutaba en secreto del drama, no por nada estaría sacando ese tema a flote. Fuera de eso, reflexionó por un instante ante la pregunta. Aceptar la idea no debía ser equivalente a adorarla, por el contrario, evitaba pensar en ello por el sabor amargo que le generaba siquiera pensar en esa pareja. Se decidió por una respuesta rápida y ambigua, porque permitir que pasara un segundo más levantaría sospechas.
—Eso ya no debería importarme —contestó, incluso sonriendo para aparentar confianza.
—Pero te importa.
Yoh miró a los ojos a su hermano, quien le observaba inquisidor, como si quisiera acorralarlo hasta sacarle una confesión que no estaba dispuesto a dar.
—¿A dónde quieres llegar con todo esto? —preguntó él, un poco más irritado de lo que deseaba mostrar, su voz un poco menos baja que una exclamación.
Pese a su visible molestia, la sonrisa de Hao se hizo más amplia. En lugar de responderle a su hermano, levantó su vaso de té helado y dio un sorbo. Tomó todo el tiempo del mundo, o eso le pareció a Yoh, que se mantenía expectante e internamente impaciente. No entendía cuál era el sentido de esa conversación, ni qué buscaba su gemelo al tocar ese tema. Vio que bajó el vaso, y sus ojos se fijaron en los suyos, como si estuviese a punto de impartirle una sabia lección, algo que Yoh dudaba.
—Tomar riesgos es mejor que arrepentirse de no haber hecho nada.
Yoh lo miró en silencio, frunciendo el ceño apenas. ¿Qué rayos quería decir con eso? ¿Que admitiera sentimientos que él deseaba mantener enterrados y olvidados? ¿Quería acaso que interrumpiera esa boda de la nada? Podía imaginar el rostro de Anna completamente extrañada al verlo cometer semejante estupidez, sobre todo tras semanas sin contacto. Hao estaba demente.
Él había decidido mantenerse al margen, como lo había hecho desde que supo que ella había tomado otro camino. Tal vez dudó y tuvo ilusas esperanzas en el camino, pero ambos habían tomado una decisión.
—No hay nada que hacer —le aseguró a su hermano, soltando el aire que no sabía que había contenido hasta el momento.
Hao enarcó ligeramente una ceja, y suspiró, negando con la cabeza.
—Está bien, pero vas a tener que llorarle a otra persona.
Antes de replicar, Hao cambió el tema drásticamente, como si le gustara jugar con la mente de su gemelo, haciéndole creer que la primera conversación ni siquiera había tenido lugar. Yoh agradeció sin decirlo en voz alta, contestando cualquier disparate que Hao planteara con gusto.
La reunión fue corta, y mucho más su despedida. Yoh había dejado de cuestionar hace bastante la aparente frialdad de su hermano. Decir adiós no parecía generarle ningún pesar, pese a no saber cuándo volverían a verse. Él iba de un lugar a otro, vivía el momento y le excitaba el futuro. Para Yoh, sus viajes eran más mentales que físicos. Disfrutaba perderse en el pasado, porque los recuerdos solían darle dicha, sin importar si eran buenos o amargos. No le emocionaba lo que venía más adelante, pero sí tenía metas fijas. Nada demasiado estructurado, aunque era suficiente para él.
Deseaba tener esa capacidad de desprenderse, o mejor, de no formar lazos tan estrechos. Ir y venir a su antojo, como si el mundo fuera suyo. Todo sería más fácil.
Yoh sonrió. La idea le hacía sentir un gran vacío, y que ese estilo de vida le funcionara a Hao no quería decir que le serviría a él. Los vínculos que había formado se habían hecho parte de él. Tanto sus amistades, como Anna. Todos estaban ahí, ocupando un espacio de su corazón. Incluso el idiota roba ex-novias. Todos tenían su lugar, algunos más grandes que otros.
La sonrisa desapareció, y se tomó el cabello con ambas manos, sus ojos abriéndose como platos. Había olvidado que tenía que ir a otra parte, y dio media vuelta para tomar el bus.
—Si no tuvieses la cabeza pegada al cuello —dijo Horo, negando con la cabeza—, la habrías perdido por ahí.
—Lo siento, me distraje —respondió Yoh, rascándose el cuello.
Habían acordado reunirse en el bar con otros amigos, celebrando que Manta por fin había terminado su diplomado. A Yoh no le gustaba ese tipo de lugar para reunirse, tan oscuro y con la música demasiado fuerte para su gusto, eso que él tenía una alta tolerancia por la exposición repetida de las melodías a través de sus exagerados audífonos. Hubiese preferido que el encuentro se hiciera en la casa de alguno de ellos, pero Horo había insistido en que no se podía festejar sin alcohol en el sistema.
Manta, por su parte, agradecía que todos estuviesen juntos, halagado por haber convocado más gente de la que imaginó a ese lugar. Hasta Yoh estaba asombrado de ver desconocidos saludando a su amigo, quien creyó que tenía un bajo perfil.
Le daba cierta nostalgia pensar en años anteriores, cuando sus reuniones se hacían en su viejo apartamento, y sobraban dedos para contar a los invitados. Incluso, podría decir que extrañaba a Ren y su sarcasmo, su enorme ego, y su secreta compasión y generosidad. Sería la mezcla del alcohol y la añoranza que incluso podía verlo entre la multitud, con su rostro que, hasta en reposo, demostraba cierto desprecio por la gente.
Parpadeó con fuerza cuando la visión no desapareció de su cabeza, sintiendo un escalofrío cuando su antiguo amigo lo miró directo a los ojos, haciéndolo notar que él estaba realmente ahí.
—Oh, oh —dijo por lo bajo Horo, intercambiando miradas entre el hombre que se acercaba y el Asakura.
—No puedo creer que haya venido —confesó Manta, sus ojos dirigiéndose a los de Yoh.
—Tal vez lo invité accidentalmente —contestó Horo, dando un salto cuando sus amigos lo miraron con incredulidad— Fue un accidente, saben que hablo y después pienso.
Yoh soltó una risa tanto irónica como divertida. Ren estaba a pocos pasos y podría oír perfectamente lo que hablaban, por lo que omitió comentarios al culpable, quien además prefirió huir en acción.
—Hola, Ren —saludó Manta, forzando un tono optimista que escondiera la creciente tensión.
—Supe que tuviste distinción máxima —comentó Ren— Felicidades.
El castaño recordaba que la voz del recién llegado era grave, pero no tanto. Pensó incluso que él también estaba forzando su tono, y deseó rodar los ojos y decirle que dejara de hacerse el genial.
—Muchas gracias —contestó el rubio, jugueteando nervioso con sus manos.
El Tao volteó a ver al Asakura, asintiendo a modo de saludo. Sonrió apenas, sus labios presionándose como si no supiera qué decir. Yoh supuso que él debería estar tan incómodo como él, y le sonrió de vuelta, sin pensarlo. ¿Por qué deberían existir asperezas entre ambos? No habían peleado, no se habían herido el uno al otro. Simplemente cada uno tomó su rumbo y se distanciaron, debería ser un momento alegre… aunque Yoh tenía mala experiencias con los reencuentros.
—¿Cómo has estado, Ren?
Debería estar espléndido, muerto de dicha por estar cerca de casarse. Debería estar completamente satisfecho; era joven, rico, y tenía el mundo a sus pies.
No le respondió.
—¿Tienes un momento? —le preguntó, haciendo que Yoh parpadeara confundido.
Miró de reojo a Manta, quien le devolvió la mirada tan extrañado como él, y se encogió de hombros.
Yoh no se dio cuenta en el momento en que asintió, hasta que una muchacha le preguntó qué deseaba ordenar. Se había sentado en una mesa apartada de la multitud junto a Ren, quien pidió una cerveza mientras encendía un cigarro. Ese vicio los había llevado a encontrarse solos en el área designada para fumadores, lo cual les brindaba una privacidad que Yoh no ansiaba. Al sentir el humo del cigarro, Yoh recordó inevitablemente lo mucho que le disgustaba a Anna, impactado de que ni ella hubiese sido capaz de doblegar al poderoso Ren Tao, quien inhaló hondamente y dejó el humo escapar con la elegancia propia de él.
—Me sorprendió verte aquí —admitió el Asakura, interrumpiendo el silencio antes de que se volviera incómodo.
—Obvio, imagino que si hubieses pensado que vendría no te habrías aparecido.
Estaba en lo correcto, pero por las razones equivocadas.
—Sabes que no soy rencoroso —contestó Yoh, descansando su espalda en el respaldo de la silla—, no tengo nada contra ti.
—Pero te gusta evitar conflictos.
—Sí, y aún así fuimos amigos.
Ren dio una medio sonrisa, porque él mismo sabía que no era una persona fácil. Yoh tenía un talento con las personas como él, y, de alguna forma, los hacía sentir bienvenidos a su vida. Era un talento que Ren siempre envidió, por lo que se enfocó en destacar en otras cosas. Tenía una competencia mental y unilateral con el Asakura que empezó cuando alguien tan sencillo como Yoh logró enamorar a Anna Kyoyama. Se sintió como un empate cuando ella accedió a salir con él, aunque creyó que sería distinto. Pensó que se sentiría como una gran victoria, la cual no llegó ni siquiera con su propuesta matrimonial.
—¿No vas a preguntarme por ella?
Yoh sabía que era imposible evitar hablar de Anna, y por lo mismo hubiese evitado encontrarse con Ren. Era suficiente pensar en ella para que la calidez envolviera su corazón, por lo que conversar sobre ella era un juego peligroso, sobretodo cuando se encontraba con el hombre que sí se había comprometido a compartir su vida con ella.
—La vi a fin de año —comentó, tratando de soñar lo más casual posible—, me la encontré en la estación de trenes, camino a Izumo.
—Algo escuché.
¿"Algo escuché"? ¿Acaso Anna le había comentado a Ren sobre ese día? ¿Le había hablado de él?
Debía dejar de emocionarse. Claro que le habría hablado de ese día, si el motivo de ese viaje era encontrar un lugar idóneo para su matrimonio.
—Felicidades —soltó el castaño, recibiendo una ceja alzada de su acompañante.
—¿Por qué?
—El matrimonio.
Ren lo miró entrecerrando los ojos apenas, como si sospechara que sus buenos deseos escondiesen algún motivo oculto. Ese gesto duró poco, e inhaló otra vez de su cigarro antes de responder.
—Había que formalizarlo. Ya no estamos para noviazgos fracasados, ya me entiendes. Imagina no llegar a nada oficial, es una pérdida de tiempo.
Yoh sintió su mandíbula tensarse, preguntándose si tanta indirecta era intencional.
Estaba hablando de Ren, claro que era intencional.
—No es así.
—¿Qué cosa?
—Sabes que lo que tuve con ella fue más que un noviazgo fracasado, o una pérdida de tiempo.
Las palabras salieron de su boca mucho antes de haberlas procesado, entendiendo de pronto cuando Horo lamentaba hablar después de pensar. Aun así, no dejaría que Ren minimizara sus experiencias ni sus sentimientos. ¿Quién demonios se creía?
—Si la querías tanto, ¿por qué la dejaste ir?
Estaba harto de esa interrogante, ya que tanto él como sus seres queridos lo habían cuestionado a lo largo del tiempo. Su respuesta inicial solía ser que ella lo odiaba, que se había ido entre gritos y selló su huida con un portazo. ¿Quién en su sano juicio saldría detrás de ella? Sólo alguien ciego de amor, pero sus propios prejuicios le habían obstaculizado tanto el camino hacia Anna que era incapaz de intentarlo siquiera. Ella estaba mejor sin él, eso fue lo que concluyó.
—Yo sólo la frenaba —contestó, sintiendo la urgencia de beber algo que se llevara el nudo que se formaba en su garganta.
Los ojos de Ren seguían insistentes sobre él, insatisfecho con las palabras de Yoh. El castaño bebió un sorbo de su vaso, y soltó un suspiro antes de seguir hablando.
—Quiero que sea feliz.
Era sencillo, y era cierto. Lo mismo que le había dicho a ella la última vez que la vio, y seguía doliendo igual, porque sus sentimientos seguían intactos.
Ren inhaló del cigarro y sacudió sus cenizas en el cenicero, y, sin ningún tapujo, sentenció:
—Aún la amas.
Yoh solía ser una persona relajada, por lo que no estaba acostumbrado a esa sensación repentina de pánico. Pese a su corazón, qué golpeteaba como loco contra su pecho, se mantuvo tranquilo, por lo menos en imagen. Debía sobreponerse al temor y a las consecuencias de su próxima respuesta. Miró directo a los ojos a su compañero, y soltó sin más.
—Sí.
Debía ser un descarado para dicha confesión, sobre todo frente a quién llevaría a Anna al altar. Estaba harto de fingir que todo estaba bien con sus amigos, cuando parecía obvio, incluso para Ren, que ella seguía ocupando ese mismo lugar en su interior.
—Supérala —dijo su antiguo amigo, su voz grave y su mirada afilada—. Está mejor conmigo. Le ofrezco la estabilidad que siempre deseó. Estoy a su nivel, y jamás seré una piedra en su zapato como tú lo fuiste. Te habrás dado cuenta de todo lo que ha alcanzado
—Si piensas casarte con ella, debes entender esto; ella no necesita de nadie.
—Todo lo que tiene ahora es gracias a mí.
Yoh tomó aire con dificultad, y apenas fue capaz de mirar de vuelta a Ren, porque sus manos comenzaban a inquietarse y deseaban plantarse en ese rostro que sonreía con suficiencia. Los ojos dorados lo veían tanto con arrogancia como con diversión, atentos a alguna reacción que Yoh evitaría, sólo para no darle el gusto.
—Es muy audaz de tu parte asumir eso —respondió Yoh, controlándose para que su voz sonara lo más neutra posible.
—¿Crees que ella sería capaz de tanto por sí sola? —preguntó su acompañante, fumando un poco más antes de seguir hablando—. Yo siempre fui la opción más lógica, sabes que sólo conmigo puede alcanzar todo su potencial.
—Ya te lo dije, Ren —contestó el castaño, mirándolo directo a los ojos—. Ella no necesita de nadie. Si crees eso, es porque, en todo este tiempo, no la lograste conocer. Eso es justo lo fascinante de ella, por eso, si está contigo, es porque su corazón cree que está en un buen lugar. Es porque sabe que está segura contigo, y que vas a aceptarla por completo. No está ahí por necesidad, es porque te ama, y sabe que tú la amas de vuelta. Así que, no seas un estúpido y siéntete feliz de ser su compañero. Aprovecha cada momento que tengas con ella, y déjala entrar por completo en tu corazón, pero, sobre todo, siéntete afortunado de poder abrir el suyo.
Sus manos se habían tensado sobre la mesa, y su propio rostro se había puesto serio, sus ojos castaños desafiantes hacia los dorados. ¿Cómo se atrevía a hablar de ella de esa forma? Sentía que Ren hablaba de una persona completamente diferente, porque era imposible que alguien pensara así de Anna.
Esperó una respuesta de Ren, sintiéndose ansioso cuando él se mantuvo en silencio, y volvió a llevarse el cigarro a los labios sin responder. Yoh se sintió rápidamente avergonzado, porque se había abierto hacia él y Ren parecía no haberlo escuchado. Soltó el aire contenido en sus pulmones, y acercó el vaso que le pertenecía para beber otro sorbo, como si eso pudiese distraer a su acompañante y hacerlo olvidar de su pequeño exabrupto.
—Hace algún tiempo —comenzó Ren, sacudiendo las cenizas del cigarro—, le pregunté a Anna por ti. Por qué nunca volvió a ti, siendo que ambos se querían tanto, y como tú, me respondió lo mismo; "Quiero que sea feliz".
Yoh separó los labios para hablar, porque no entendía qué tenía que ver eso con lo que él acababa de decirle, sin embargo, Ren continuó.
—Te equivocas si crees que no la alcancé a conocer, y, para refrescarte la memoria, también te conozco a ti. Ambos son terriblemente testarudos, pero creo que han madurado lo suficiente para trabajar en lo que sea que haya fallado antes.
—...¿qué?
El de ojos dorados dio media sonrisa, y apagó por fin el cigarro en el cenicero.
—Anna y yo terminamos. Bueno, en realidad ella decidió acabar con la relación, pero tampoco tuve opción, después de todo, ella te sigue amando.
Yoh se mantuvo perplejo, mirando a Ren sin ser capaz de articular palabra alguna. Su rostro no coincidía con el torbellino de emociones que comenzaba a envolverlo, porque pasó de la ira a la sorpresa y de la sorpresa a la esperanza en pocos segundos. Comenzó a percibir una sensación de calidez subiendo hasta su rostro, sin embargo, no lograba sonreír aún, porque no sabía qué hacer con la información que su antiguo amigo le acababa de entregar.
El de cabello violáceo negó con la cabeza, y resopló.
—Más te vale evitar decir que lamentas que no haya funcionado, porque ambos sabemos muy bien que triste no estás.
—Ren... —el nombre escapó aun falto de palabras, porque aún se encontraba ordenando sus sentimientos—, yo...
—Si te apresuras, la puedes alcanzar. Va camino a Aomori, y el tren debe salir en unos treinta minutos.
—¿QUÉ? —se levantó de la silla, apoyándose apenas contra el borde de la mesa— Ren, ¿por qué haces todo esto?
—Todos merecemos ser felices —contestó, casi con condescendencia, pero honestidad pura—, si yo no fui capaz de sacarte del corazón de Anna, nadie lo hará.
Yoh frunció el ceño frente a su poca humildad, típico de él. Su gesto se suavizó y le sonrió con sinceridad, porque no imaginaba cuántas veces Ren se habría cuestionado si hablar con él o no. Se pudo haber quedado callado, mas ahí estaba, abriéndole las puertas para que siguiera sus deseos, sin restricción alguna.
—Vete ya —insistió, entre dientes—. Y te advierto, si lo arruinas nuevamente, no te lo perdonaré.
—Yo tampoco me lo perdonaría —respondió el Asakura, poniendo una mano sobre el hombro de Ren—, gracias.
Él sólo asintió, y sin despedidas, Yoh abandonó el lugar a toda velocidad.
Afortunadamente, la luz solar había bajado escasamente su intensidad, aun así, el calor se hacía excesivo con cada trote. La gente volteaba a verlo como si fuera un demente, porque nadie salía a correr a esa hora. Llegó a la parada del bus, esperando el vehículo que lo llevara lo antes posible a la estación de trenes. Yoh no era una persona ansiosa, pero revisaba constantemente el pasar de los minutos en la pantalla de su teléfono, llevándose las manos al cabello con desesperación cuando vio que el bus aún no arribaba.
—Vamos... —masculló impaciente, mirando otra vez la hora.
"¿Por qué no me dijo nada antes?" Se cuestionó, pensando que Ren podría estar disfrutando en secreto su carrera contra el tiempo. No, no debía pensar así. Él le había dado el paso libre para volver a ella. "Si es que la alcanzo a ver, claro"
Aprovechó de enviarle un mensaje a Tamao, avisándole que se iría de viaje por algunos días, como si no fuera la gran cosa. Notó que ella le contestó, pero no abrió el mensaje. No podía quitar sus ojos de la hora plasmada en la pantalla.
El bus no llegaba, y el tiempo se hacía cada vez más escaso, por lo que no hubo más opción. Siguió corriendo, ignorando a los curiosos que se cuestionaban cuál sería el apuro. No debía fallar esta vez, porque la última vez que ella se fue, él la dejó ir. Debería impedir como fuera que ella se le volviera a escapar.
Sus costillas le dolían al respirar erráticamente, y notó el dolor únicamente cuando divisó la estación por fin. Miró la hora otra vez, maldiciendo cuando vio que los treinta minutos ya habían pasado.
Siguió corriendo hasta llegar al andén, volteando de un lado a otro para ver si Anna se encontraba ahí.
—¡Disculpe! —le habló a un trabajador del lugar, deteniéndose sólo para recuperar el aliento—¿El tren a la prefectura Aomori?
—¿El que salía hace cinco minutos?
—¡Ese!
—...Salió hace cinco minutos.
—¿Ah?
Continuó jadeando, y se tomó el pecho como si eso calmara sus latidos.
—¿Está seguro? —preguntó Yoh, sintiendo que su optimismo se desvanecía.
—Sí, los trenes aquí siempre son muy puntuales —contestó el hombre, encogiéndose de hombros.
Yoh deseó rodar los ojos, porque justo fue por el retraso de un tren que se reencontró con Anna en un inicio. Ante su silencio y su descontento, el hombre decidió dejar al castaño solo, que se desplomó y cayó sentado en el piso de la estación. ¿Qué debía hacer ahora?
No se consideraba demasiado supersticioso, sin embargo, haber perdido el tren podría ser una señal. Su respiración se hizo más lenta, y se tomó la frente, sonriendo amargamente. ¿Cómo iba a desperdiciar una oportunidad así? Se levantó, sorprendido de que sus piernas aún le respondieran, y se dirigió a la boletería para consultar cuándo sería el próximo viaje a Aomori.
—Mañana, a las siete en punto —contestó la chica.
—¿Mañana? —repitió él—. ¿Segura que no hay otro tren antes?
—Trabajo aquí —contestó ella, rodando los ojos—. ¿Vas a querer un boleto o qué?
Yoh suspiró, y sacó la billetera de su bolsillo.
—¿También vas a Aomori?
Sus ojos se abrieron en sorpresa, y dio media vuelta para escuchar a la dueña de la voz.
—¿Anna?
Ella le sonrió, sus ojos brillando con emoción contenida. Yoh parpadeó varias veces, porque nada tenía sentido. Ella debería haberse ido, pero se encontraba justo frente a él, irradiando una felicidad que lo llenaba a él de esa misma sensación. Después de haberse sentido desesperado, el aire le volvía al cuerpo, y su pecho inundaba de ese cariño que de pronto se desbordaba. Pese a todo lo que había ocurrido entre ellos, su corazón seguía latiendo por ella.
—Conseguí tu dirección y fui a verte —le explicó Anna—, pero me dijeron que habías salido de viaje improvisadamente.
Yoh recordó el mensaje que le envió a Tamao, y quiso golpearse en la frente por no haberle contestado después. Debía parecer que él estaba en medio de una crisis nerviosa, y por poco lo estuvo.
—…Sí, a veces tengo ideas de lo más extrañas… —contestó él, rascándose la cabeza.
Siguió mirando a Anna, conteniéndose de abrazarla, porque estaba convencido de que se había transportado a una fantasía. Necesitaba respuestas que consolidaran que no estaba soñando.
—¿Por qué estás aquí? Ren me dijo que…—
—No podía irme otra vez —respondió ella, desviando la mirada—. Tenía algunos asuntos pendientes aquí.
—¿Asuntos pen…?—
Su pregunta se vio interrumpida cuando Anna avanzó hacia él y lo abrazó como si tuviese miedo de que desapareciera, con una urgencia poco propia de ella. Él quedó impactado, pero, pese a la sorpresa, sintió como si por fin pudiese encontrarse realmente en paz. Su cuerpo se relajó y la envolvió en sus brazos, hundiendo su rostro en el cabello rubio.
—Yoh, lo siento tanto —le dijo ella, sujetándolo con mayor firmeza—. Huí de mis sentimientos por demasiado tiempo, fui orgullosa y no era capaz de ser sincera… —se alejó un poco de él, sólo para poder verlo a los ojos—. Creí que estaba haciendo lo correcto, pero estaba tan perdida…
—No tienes por qué pedir perdón, todo tiene una razón —Yoh le sonrió de vuelta, y enmarcó en rostro de Anna en sus manos—. Sé que no vamos a cometer los mismos errores de antes. Prometo que las cosas serán distintas, prometo que vamos a ser felices juntos.
Le dio un beso en la frente, casi temeroso de que fuese a esfumarse. Pero, ahí permanecía, con sus ojos miel vidriosos y una sonrisa tímida, que pese a lo sutil emanaba un cariño que él extrañaba sentir.
—Hey, chico —llamó la muchacha desde el mostrador—, ¿vas a querer el boleto o te vas a quedar besuqueando a tu novia?
Él rio avergonzado, mientras que Anna la fulminó con la mirada, sus mejillas tornándose violentamente rosadas.
—¿En qué momento se me ocurrió hacer un espectáculo público? —se preguntó a sí misma, tratando de mantener la compostura.
Yoh volvió a reír, con una ligereza que hace mucho no sentía.
—No se preocupe —le dijo él a la muchacha—, hubo un cambio de planes.
—Oh —soltó la rubia—, ya me parecía que lo del besuqueo era mucho…
—Sí, no soy ese tipo de chico, de los que se besan en la primera cita —explicó Yoh, fingiendo indignación—, mejor vamos a comer algo. Hay una cafetería muy buena aquí en la estación.
—No sé, Yoh, la gente que va ahí me da desconfianza. Hace tiempo conocí en ese lugar a un chico que no había superado a su ex.
—Yo conocí a una muchacha que se comprometió con alguien a quien no amaba, y tampoco había superado a su ex.
Él la miró divertido cuando la vio contenerse de pellizcarle el rostro.
—Está bien —contestó Anna, suspirando con falso fastidio—, llévame a ese lugar.
Yoh le extendió la mano, sintiendo la felicidad inundarlo cuando ella la aceptó, entrelazando sus dedos en los suyos. En un movimiento rápido, la acercó hasta él con la misma mano, y la besó en los labios como tanto había añorado. Se sintió completo cuando ella correspondió sin titubeos, cruzando los brazos detrás de su cuello, poniéndose en puntas para alcanzarlo como solía hacerlo. Se sentía como un rompecabezas al que por fin completaban con su última pieza.
Tal vez Yoh había mentido respecto a no besarse en su primera cita, pero había sido completamente sincero en todo el resto. Sus sentimientos eran los mismos, aún así, algunas cosas tendrían que cambiar si querían que su nueva relación funcionara esa vez. Sería un nuevo capítulo en sus vidas, y tendrían que trabajar juntos para evitar el temido punto final.
…
Había pasado más de dos años desde ese encuentro con Anna, y parecía una historia lejana después de los últimos hechos. Recordaba esa sensación en el pecho cuando se reunieron, y se preguntó si volvería a sentirse de esa forma cuando la volviera a ver.
—Llegamos —anunció su hermano, quien para variar iba en el volante.
Una vez que detuvo el vehículo, miró a Yoh con una expresión neutra.
—¿De verdad vas a hacerlo? —le preguntó Hao, su voz curiosa y sus ojos entrecerrándose apenas.
—Tú me dijiste que me arrepentiría si no me arriesgaba.
—No me refería a esto —contestó él, suspirando—, ¿no quieres que vaya contigo?
—Ya lo hablamos —dijo el menor, sacudiendo con la cabeza—, quiero hacer esto solo.
—Con ella —corrigió Hao, arqueando una ceja—, bueno, si te arrepientes, ya lo sabes…
—Gracias por traerme —dijo Yoh, arreglando su corbata—, te diré cómo sale todo.
—Te ves bien —respondió el mayor, encogiendo los hombros—, seguro lograrás convencerla.
Yoh asintió, sonriéndole a su gemelo esperanzado, y se bajó del vehículo. Había elegido un traje para la ocasión, aunque el sol primaveral le estaba diciendo que se quitara la chaqueta.
Contempló el amplio jardín del lugar, sus flores decorándolo con sus vistosos colores. Subió algunos escalones, puesto que su destino se encontraba en una pequeña colina, alejada varios minutos de la ciudad. Había una casa de veraneo, a simple vista desocupada, y una pérgola a la distancia, con un solo hombre parado junto a un podio. Ambos se saludaron haciéndose señas, Yoh sintiéndose un poco intimidado cuando notó que, además del hombre, era el único presente. ¿Habría llegado demasiado temprano?
Al ver que no había nadie más alrededor, decidió entrar a la casa y a explorar el interior. Cuando llegó al recibidor, notó algunas pertenencias femeninas colgadas ahí. Fue cuando comprobó que no era el único ahí.
Tocó una de las puertas, imaginando que sería uno de los dormitorios, y al abrirse, tuvo que contener el aliento.
Anna tenía el cabello suelto y ligeramente ondulado cayendo sobre la piel descubierta, su vestido blanco con escote de corazón y las mangas caídas por debajo de los hombros, la falda al bies que abrazaba sus curvas. Era un vestido sencillo, pero Yoh podría jurar que había llegado al cielo con esa imagen.
—Te ves hermosa —le dijo, recibiendo una sonrisa de parte de la rubia.
—Yoh, se supone que no deberíamos vernos aquí.
—Es que supe que tuviste que cambiar el lugar de la boda. ¿El Santuario de Izumo no era del agrado del novio?
—Se hizo poco espacio para su atrevimiento —respondió ella, levantando una ceja—, tuve que elegir un lugar al aire libre.
—Ya veo —contestó él, cruzando los brazos— ¿Y los invitados?
—Sin invitados.
—¿Qué ocurrió con esa boda ostentosa que querías?
Anna sacudió la cabeza en negación, y salió de la habitación pasando de largo a Yoh. Él la miró detenerse en el medio de la estancia, y dio media vuelta para enfrentarlo.
—No la quería tanto como quiero al novio —confesó, mientras le sonreía sincera—. No necesito nada más que a él.
Yoh caminó con lentitud hacia ella, casi dubitativo.
—¿Valdrá la pena? —le preguntó, tomándola con suavidad de las manos.
Él conocía la respuesta, pero no estaba de sobra reafirmarlo.
—Claro que sí —le dijo ella, con esa seguridad que él adoraba—, es el mejor hombre conozco. Lo amo.
Esas últimas dos palabras salieron de sus labios como si no hubiese algo más real ni más importante que ese hecho. Yoh soltó el aire que había guardado en sus pulmones, sintiendo que su pecho perdía un peso de encima. Nunca había tenido más determinación para algo en su vida.
—Espero que sean muy felices juntos —le dijo, y no deseaba nada más en ese mundo.
Anna asintió, y le volvió a sonreír de esa forma que sólo él conocía.
—Lo somos —aseguró ella—, ¿no es así?
—Por supuesto —contestó él, agachándose ligeramente hasta que sus narices se rozaron—. Nunca había sido más feliz en mi vida.
—Aún no puedes besarme.
—¿Eso quién lo dice?
Se escuchó a alguien carraspeando con la garganta, y ambos voltearon a ver al hombre que los había estado esperando en la pérgola del jardín, quien oficiaría su matrimonio.
—Veo que están listos —comentó el hombre, riendo para sí mismo.
—Disculpe —dijo Yoh—, nos estábamos poniendo al día.
—Volveré afuera, ustedes me dicen cuando quieran iniciar.
—Vamos de inmediato —respondió Anna, mirando a su futuro esposo con reproche—, ¿le dijiste que se vaya apenas nos case, cierto? No habrá recepción y no quiero pasar mi noche de bodas con ese tipo raro pidiéndome pastel.
—Se irá apenas aceptes ser mi esposa, porque vas a aceptar, ¿cierto?
—Sólo porque estás muy apuesto —contestó ella, acomodando el cuello de la camisa del novio.
—Y porque me amas —agregó él, dándole un beso en la frente.
—Eso, sobre todas las cosas.
Ambos caminaron tomados de la mano hacia el jardín, sus dedos anulares sin sortija, por última vez. Una vez que llegaron a la pérgola, el hombre comenzó a oficiar su matrimonio, con lo cual darían pie a otra historia juntos.
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El punto y coma es un delicado puente entre dos ideas que, aunque podrían caminar por sí solas, eligen entrelazarse para expresar algo más profundo.
