Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.

Heredera de la Voluntad de Fuego

XXXVI

Base de la Insurgencia

Terminó de lavarse las manos con movimientos mecánicos, el agua fría corriendo por su piel mientras sus pensamientos se arremolinaban en el fondo de su mente. Sus dedos se movían con una precisión forzada, como si intentase limpiar la sangre que las empañaba desde hace muchos años. Cerró el grifo con un leve chirrido, que resonó en el pequeño cuarto contiguo al quirófano, vació salvo por su propia presencia.

Levantó la vista hacia el espejo; la mujer que le devolvía la mirada le era casi irreconocible. Su rostro, transformado por la batalla, reflejaba una serie de heridas internas y externas que jamás podría borrar. Su mirada fue atraída, como tantas veces, hacia el sello en su frente. Aquel símbolo de antaño que había sido su mayor fuerte de poder y de orgullo, de identidad, ahora no era más que un recordatorio de lo que había perdido. El Byakugō no In parecía haber perdido su color, convertido en una simple marca decorativa, como un tatuaje desvanecido con el tiempo.

Tragó con dificultad, sintiendo el nudo en su garganta crecer mientras sus ojos volvían a sus manos. Temblaban, eran frágiles, como si la fuerza que solía sentir en ellas se hubiera drenado con los años. Los recuerdos de las personas que habían sanado, de las vidas que había salvado y de las heridas que había cerrado parecían fantasmas lejanos, opacados por las decisiones que había tomado y los sacrificios que había hecho.

El silenció se rompió a sus espaldas.

—¿Sakura-san?—la llamó una chica desde la puerta; por el espejo captó su presencia.—. Todo está listo—le informó con una calma inquietante.

«Todo está listo». Cuántas veces había escuchado esas palabras antes de entrar al campo de batalla, antes de realizar una cirugía, antes de enfrentar lo inevitable.

Cerró los ojos un instante, dejando que el aire llenara sus pulmones en una bocanada profunda, intentando encontrar el coraje que alguna vez había fluido naturalmente en ella. Tsunade solía llamarlo «La voluntad de Fuego». Una fuerza inherente en todos los shinobis de Konohagakure.

La exhalación que siguió fue larga y temblorosa, llevándose consigo un pedazo de la tensión que se acumulaba en su pecho. Cuando volvió a abrir los ojos, su reflejo seguía ahí, pero había algo nuevo en su expresión: una resolución que, aunque debilitada por el tiempo, aún ardía en lo más profundo de su ser.

Al girar sobre sus talones, una figura familiar le impidió dar el siguiente paso, manteniéndola en su lugar. Shizune, con su cabello castaño cuidadosamente recogido, estaba de pie frente a ella. Lucía preocupada, pero suponía que ya era una expresión habitual los últimos días, sobre todo cuando se trataba de ella. Había visto esa tensión anteriormente, durante los días de guerra y las noches largas en el hospital.

—No me mires así—le pidió con voz suave. La empatía en los ojos de Shizune era como un espejo que le devolvía su propia inquietud, y en ese momento, lo último que necesitaba era sentir el peso de otra culpa sobre sus hombros.

—¿Puedes culparme por preocuparme?—respondió. Era una pregunta retórica, claro, porque ambas sabían que, después de todo lo que habían pasado, la preocupación era una compañera fiel y constante.

Sakura esbozó una sonrisa, pequeña y contenida, la clase de gesto que una persona ofrecía cuando no se encontraba verdaderamente convencido de lo que estaba diciendo.

—Todo estará bien—dijo convencida.

—¿De verdad crees que funcionara?—preguntó, casi como si temiera que el decirlo en voz alta pudiera de alguna manera afectar el resultado.

—Vale la pena intentarlo, ¿no?—su réplica fue directa. Aquello era un mantra que se repetía para mantener el control en un mundo donde pocas cosas eran seguras.

Shizune asintió lentamente.

—Bueno, de cualquier forma, solo quería desearte éxito—añadió.

Sakura inclinó ligeramente la cabeza en agradecimiento, pero la sonrisa que dibujó nunca llegó a iluminar sus ojos. En el fondo, la duda seguía latiendo como un tambor constante, una duda que no podía ignorar, por más que quisiera.

—Shizune…—Su voz se volvió más baja, casi como un susurro—. ¿Es normal sentir tanto miedo?

La aludida se detuvo un instante, su expresión suavizándose.

—Sería extraño no hacerlo—replicó, tan honesta como reconfortante por partes iguales, porque la profesión en la que ambas se desenvolvían, el miedo no era un enemigo, sino un aliado que les recordaba la seriedad de su trabajo, de las vidas que dependían de ellas.

Sakura echó un vistazo a sus manos, esas manos que conocían tanto el arte de curar como el de destruir. La tormenta de emociones que la atacaba era abrumadora, pero también profundamente humana.

Fue entonces cuando sintió la cálida mano de Shizune sobre su hombro.

—Confía en ti misma—dijo—. Lo harás de maravilla. Después de todo, eres la viva imagen de Tsunade.

Las palabras resonaron en ella, no como un simple recordatorio de su formación, sino como una reafirmación de todo lo que había logrado y de lo que aun podía lograr. Con un último vistazo hacia su reflejo, se preparó mentalmente para dar el paso definitivo.

Tragó grueso al recordar a su antigua maestra. Con un leve asentimiento, intentó disipar las dudas que se arremolinaban en su mente.

Shizune, tan atenta a los detalles, notó la vacilación en ella y masculló:

—Andando, no debemos perder más tiempo—la animó.

Con un suspiro apenas perceptible, Sakura se giró hacia la puerta del quirófano, sintiendo el frío del metal bajo sus dedos al empujarla para abrir. El aire en el interior del quirófano era más fresco, casi antiséptico, cargado con el olor de los desinfectantes y la ligera vibración de la energía concentrada de los ninjas médicos que la esperaban.

Al entrar, el equipo se inclinó hacia el frente a manera de saludo, reconociendo no solo su rango, sino también la situación crítica que estaban a punto de enfrentar. Una vez más, el pánico la sacudió. Tragó con fuerza, su garganta seca y adolorida por la tensión acumulada.

—¿Todo está en orden?—preguntó, sonaba cortante y profesional, buscando cualquier señal de que algo podría salir mal antes de que siquiera comenzaran. Los demás shinobis asintieron al unísono, sus expresiones serias pero confiadas.

Aun así, necesitaba asegurarse de que cada detalle estuviera bajo control.

—¿Dónde está el equipo de extracción?—quiso saber.

Era crucial que todos los elementos estuvieran en su lugar, para que no hubiera margen para errores, porque lo que estaba en juego no solo era su reputación, sino la vida que se disponían a salvar.

Uno de los ninjas, un joven con expresión concentrada, señaló una mesa cercana, donde el equipo estaba dispuesto meticulosamente. Ella se acercó, su mirada evaluando cada instrumento, cada herramienta. La precisión era esencial, y cada uno de esos elementos podía ser la diferencia entre el éxito y el fracaso.

Cuatro shinobis dieron un paso al frente. Entre ellos, una joven chica se presentó con una inclinación respetuosa. Sakura la reconoció d inmediato, la había entrenado en el pasado. Tan solo era una Genin cuando comenzó con su formación como ninja médico, pero eran tiempos difíciles, y la Insurgencia no podía darse el lujo de aguardar a que todos sus ninjas de reserva alcanzaran la edad suficiente para entrar al campo de batalla. Al paso que iban, Sakura tenía la certeza de que acabarían enviando niños al campo de batalla en un santiamén.

—Haruno-san—dijo la chica, su tono era seguro pero humilde, consciente de la magnitud de lo que se esperaba de ella.

Sakura asintió, sus ojos fijos en los de la joven.

—Tu objetivo es extraer el glóbulo ocular completo—explicó con la calidad de alguien que ha repasado el procedimiento en su mente innumerables veces—. Incluido la córnea, el iris, el cristalino y la retina. Deben asegurarse preservar la integridad del ojo en su totalidad. No podemos permitirnos errores.

Todos asintieron, entendiendo la precisión y el cuidado necesarios para una operación delicada.

—¿Dónde está el equipo de trasplantes?—quiso saber, dirigiendo su atención hacia el grupo.

Habían transcurrido muchos años desde que estuvo a cargo de una misión médica. Cuando Tsunade y Shizune eran requeridas en el campo de batalla u otras áreas, ella era la persona elegida para monitorear y asegurarse de que los ninjas médicos desempeñaran su trabajo de la mejor manera posible.

Al ser privada de la libertad por parte de los Uchiha, dichas tareas todavía recaían en ella, pero acarreaban consigo una serie de humillaciones y maltratos que habían mermado su espíritu.

Otro hombre dio un paso hacia adelante, presentándose con la misma formalidad y respeto. Su presencia era imponente, un veterano en su campo, alguien en quien Sakura sabía que podía confiar. Sus manos, aunque curtidas por años de experiencia, se mantenían firmes y listas para el desafío.

Lo miró directamente a los ojos.

—Debemos trabajar rápidamente. Es fundamental que conectemos correctamente el ojo al sistema vascular y nervioso de Itachi para asegurar su viabilidad y función. Esto incluye los vasos sanguíneos y nervios; hay que garantizar el suministro de sangre adecuado y la transmisión de señales nerviosas sin interrupciones.

El hombre asintió sin rechistar.

Observó cómo todos se ponían en marcha, el quirófano transformándose en una danza de precisión, donde cada movimiento contaba cada respiración estaba medida, y el más mínimo error podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte. A pesar del caos controlado a su alrededor, sentía que una calma tensa se asentaba en su interior, una especie de gélida resolución que solo los guerreros y los médicos bajo presión podrían comprender.

Esta no era una operación común, ni siquiera para alguien con su experiencia. Pero había algo más en juego, algo profundamente personal. Mientras se ajustaba su propia mascarilla.

«Este es Itachi—recordó». Y con ello, la importancia de lo que estaban a punto de hacer se tornó aún más aguda.

Inhaló profundamente, cerró los ojos brevemente antes de abrirlos con determinación renovada. Era el momento de actuar, de poner todo su conocimiento, toda su habilidad y todo su corazón en esa tarea monumental.

—Es momento de trabajar—espetó.

Con rapidez y eficiencia, se situó en la cabeza de la camilla. Observó el rostro de Itachi. A pesar de todo lo que había pasado, su expresión eran tranquila, apacible, como si el peso de sus decisiones y acciones no le hubiera arrebatado la paz interior que ahora parecía tener. Era casi irónico, pensó Sakura, que un hombre que había cargado con tanto dolor y culpa pudiera verse tan apacible en ese momento.

Sus ojos, agudos y entrenados, se enfocaron en el equipo de extracción mientras comenzaban a trabajar con una precisión meticulosa. La joven que lideraba la labor se movía con una delicadeza casi artística, como si cada acción formara parte de una coreografía previamente ensayada. Su concentración era visible, casi palpable, y aunque sus manos se movían con firmeza, lo hacían con una suavidad que reflejaba el respeto por la vida que sostenía entre sus dedos.

Durante casi una hora, Sakura observó con detenimiento, asegurándose de que cada paso se ejecutara con máxima precisión. A su lado, otro miembro del equipo se encargaba de controlar la hemorragia, aplicando la técnica exacta para mantener el flujo sanguíneo bajo control. Había una sinergia entre ellos, una confianza mutua que les permitía avanzar sin vacilar.

Una vez que el equipo de extracción hubo completado su labor, el equipo de trasplantes tomó su lugar, moviéndose con la misma rapidez. Sakura tragó grueso, consciente de que cada segundo contaba, que cualquier error podría significar el fracaso de todo el procedimiento. Pero no había espacio para la duda, solo para la acción.

Ambos equipos trabajaron tan bien como se lo habían propuesto, sus movimientos sincronizados, cada uno sabiendo exactamente qué hacer y cuándo. Los minutos pasaron con una mezcolanza de nerviosismo y concentración, hasta que finalmente, ambas operaciones llegaron a su fin.

Los shinobis se apartaron ligeramente, volviendo sus miradas hacia Sakura, sabiendo que el último y crucial empujón dependía de ella. Sus manos, que ahora parecían más firmes, se prepararon para actuar. Habían llegado tan lejos, pero ese era el momento decisivo, el instante en que todo lo que habían hecho debía unirse en una perfecta alineación de habilidad y determinación.

Con un último vistazo hacia el rostro sereno de Itachi, Sakura se acercó, la responsabilidad final recaía en ella, la culminación de todo su entrenamiento, su experiencia y el deseo de hacer lo correcto.

Bajo la mirada criptica de los presentes, reunió cada fragmento de su voluntad, enfocándose en sus manos. Durante tanto tiempo, la habían despojado de su habilidad de controlar el chakra, esa energía vital que había sido parte de su identidad como kunoichi.

Cerró los ojos, concentrándose, obligando a su mente a encontrar ese pequeño vestigio de poder dentro de ella. Su respiración se volvió más profunda, más controlada, mientras sentía una débil vibración recorrer sus dedos. Abrió los parpados lentamente buscando ese hilo de energía, intentando aferrarse a él.

De repente, un grito ahogado escapó desde lo más profundo de su garganta cuando el chakra regresó a ella como un torrente imparable. Fue tan inesperado y tan violento que casi perdió el equilibrio, sus rodillas temblaron, y por un segundo, pensó que caería al suelo. Pero se sostuvo, aferrándose al borde de la camilla, sus manos ahora brillando con la energía que había estado ausente durante tantos años.

Era como si cada célula de su cuerpo hubiera despertado de un largo letargo, irradiando con una intensidad abrumadora. Su mente se inundó de sensaciones contradictorias: las convulsiones que había sentido en su ausencia se liberaron de golpe, y por un instante, se sintió completamente fuera de sí, como si estuviera drogada. No se había dado cuenta de cuánto tiempo se había adaptado a la falta de chakra hasta que este regresó como un maremoto, arrasando con cualquier barrera que había construido para contenerlo.

La euforia la envolvió, pura y electrizante. Tenía poder. No solo un poder común, sino un poder que podía moldear y transformar el mundo a su voluntad. Podía lanzarlo, expandirlo, destruirlo todo si lo deseaba. Las imágenes de lo que podría hacer pasaron fugazmente por su mente: podría crear y disolver a su antojo, destruir si fuera necesario… pero más importante aún, podría salvar a Sasuke.

Ese pensamiento la ancló en la realidad. Las marcas oscuras comenzaron a aparecer alrededor de sus brazos, surgiendo como sombras vivas que se entrelazaban con su piel. Había activado el sello nuevamente, pero esta vez no había restricciones, no más ataduras. Su chakra fluía a través de su sistema de manera armoniosa, como un río que corría libre sin obstáculos, sin causarle dolor o agotamiento excesivo que solía acompañar su uso.

La fuerza que sentía era indescriptible. Lo que normalmente le tomaría tiempo y esfuerzo a un equipo entero de ninjas médicos, lo resolvió en cuestión de segundos, su precisión potenciada por la sinergia perfecta entre el sello y el chakra. Era como si todo lo aprendido, todo lo entrenado, culminara en ese momento exacto.

Solo cuando se aseguró que cada conexión entre nervios y vasos estuviera en orden, detuvo el flujo de chakra.

Apartó las manos lentamente, temblorosa, notando lo que acababa de logar. Tragó grueso a la par que sus hombros caían ligeramente y una sensación de alivio se apoderaba de ella. Fue entonces, y solo entonces, cuando se permitió exhalar todo el aire contenido en sus pulmones.

La tensión en la sala se disipó de inmediato, y un sonido ensordecer la sorprendió: la habitación eruptó en aplausos. El reconocimiento de sus compañeros, de aquellos que habían presenciado lo imposible, resonó en las paredes del quirófano. Uno de los ninjas se acercó a Itachi para realizar un diagnóstico rápido.

—Esta hecho—dijo victorioso—. El trasplante fue un éxito.

La buena noticia desencadenó una nueva ola de aplausos, más fuerte que la anterior. Los rostros que la rodeaban proyectaban nada más que respecto, gratitud, esa camaradería que solo se forja en los momentos más críticos. Sakura experimento una sacudida de emociones: satisfacción, alivio y una impetuosa necesidad de llorar. Había logrado lo que se propuesto, recuperó su poder y lo había usado para salvar una vida, para cumplir con su deber de una manera que solo ella podía.

Las lágrimas comenzaron a caer, pero no eran de tristeza, sino de pura emoción. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentirse completa, poderosa y merecedora de los aplausos que la rodeaban. Jamás olvidaría ese instante.

El poder que fluía a través de su cuerpo, aquello que Orochimaru y los Uchiha le habían arrebatado, estaba finalmente de regreso. Era como si hubiera recuperado una parte fundamental de sí misma, una parte que le había sido negada de la forma más cruel.

—Lo logró, Haruno-san—dijo una joven chica del equipo mientras se aproximaba a ella; su rostro iluminado por una sonrisa.

Los demás médicos siguieron su ejemplo, acercándose para expresar su reconocimiento.

No obstante, un detalle insignificante llamó su atención: una pequeña gota de sangre que cayó al suelo con un sonido sordo. Sus ojos se enfocaron en el punto rojo que se expandía lentamente sobre el suelo inmaculado del quirófano. Alzó la vista, confusa, y fue entonces cuando otra de sus compañeras señaló con preocupación.

—Haruno-san, está sangrando.

Instintivamente, llevó una mano a su rostro sus dedos rozando la piel justo debajo de la nariz. Al retirarla, sus yemas estaban manchadas de rojo. Sangre. La sorpresa la golpeó con fuerza, y antes de que pudiera reaccionar, un mareo repentino nublo su visión. La sala comenzó a girar a su alrededor, y las voces de sus compañeros se volvieron distantes, casi irreales.

Su cuerpo, que había soportado tanto, finalmente cedió. Se percató como sus piernas fallaban bajo ella, y el mundo se desvaneció en la oscuridad mientras perdía el conocimiento. El sonido de los aplausos, las palabras de felicitación, todo se esfumó en un mutismo absoluto a la par que caía, dejando a los demás en un estado de pánico y confusión.

Despertó a causa del suave zumbido de las maquinas a su alrededor, el leve pitido del monito cardiaco que registraba cada latido de su corazón. Su cuerpo se sentía pesado, y había una extraña opresión en su pecho, como si algo estuviera fuera de lugar. Con cada segundo que pasaba, la incomodidad crecía, y antes de detenerse a pensar, se despojó frenéticamente de los cables que la mantenían conectada.

El tirón y la brusquedad hicieron que Shizune apareciera en su campo de visión.

—Sakura, tranquila, por favor—dijo con urgencia, acercándose para detenerla. La aludida, aun confusa, no podía disipar la creciente desesperación.

—¿Qué sucedió?—quiso saber, procurando comprender lo que estaba ocurriendo. Llevó una mano a su cabeza ante el dolor en las sienes.

—Te desmayaste—anunció Shizune.

El dolor palpitaba con fuerza, una sensación que le hacía difícil concentrarse.

—Debe haber sido la extenuación—sugirió, buscado una explicación lógica, algo que pudiera justificar lo que acababa de pasar.

Shizune la miró con una expresión grave, la misma que portaba cada vez que procedía a dar malas noticias.

—Sakura, tuviste un infarto cerebral.

El mundo se detuvo por un instante.

—¿Qué?—La incredulidad y el miedo notorias en su voz.

—Lo temía—continuó Shizune—. Pero me tomé la libertad de hacer una tomografía. Hay daño cerebral.

El aire se volvió denso a su alrededor.

—¿Qué hay de las células de Hashirama? No se supone que estaban haciendo su trabajo—preguntó, buscando desesperadamente una explicación que le diera algo de alivio.

—Sí, lo estaban—respondió Shizune con un suspiro—, pero el daño del bloqueador es más grande de lo que imaginamos.

El silencio se instaló entre ellas. Sakura apretó los labios, procesando la información, tenía la certeza de que pronto sería presa de un ataque de pánico.

—Lo siento tanto, Sakura. De verdad, lo siento…—se disculpó Shizune, mortificada.

Ella sacudió la cabeza, intentando mantener la calma.

—No, está bien. No es tu culpa.

—Pero yo…—intentó decir algo más, pero Sakura la interrumpió.

—Conocía los riesgos y aun así acepté participar. No tienes que preocuparte.

Shizune respiró hondo.

—Si continuas utilizando tus habilidades como lo hiciste hoy…morirás—dijo en un tono estridente casi un alarido.

Para sorpresa de Shizune, ella se limitó a asentir, aceptando la gravedad de la situación en la que se encontraba.

—¿A qué nivel está el daño?—cuestionó. Necesitaba saber con precisión lo que enfrentaba.

—Comenzaras a notarlo en los nervios motores—explicó—. El temblor en tus manos es irreversible.

Sakura tragó grueso. Era algo que ya había notado, pero escuchar la confirmación de Shizune lo hacía más real, más aterrador.

—Y mientras más sigas usando el Byakugō—continuó, su voz sonaba cada vez más quebrada—, tu esperanza de vida se verá reducida a mayor velocidad.

Aferró las sábanas bajo sus manos y tragó grueso.

Conocía los riesgos que acarreaba utilizar un sello tan poderoso como el Byakugō no In. Sin embargo, pocas veces había recorrido a su uso. Con el bloqueador de chakra y el daño generado a sus canales, la energía era liberada de forma incontrolable, dándole una pequeña ventana de oportunidad para controlarla. Anteriormente, aquello no había sido un problema. No obstante, los verdaderos estragos del dispositivo comenzaban a manifestarse de la peor manera posible.

—Gracias por tus cuidados, Shizune—dijo finalmente.

Ella intentó detenerla, la debilidad era evidente en su cuerpo.

—Sakura, por favor, debes descansar. Aun estas muy débil.

Ignorando las suplicas y sugerencias, se reincorporó en la camilla.

Pese al dolor que sentía, consiguió ponerse de pie.

—Estoy bien—dijo, aunque sus pasos eran lentos y cada movimiento le costaba esfuerzo.

Tenía que asegurarse de que todo hubiera salido bien, que su sacrificio no hubiese sido en vano. Cada paso era una lucha contra el agotamiento, pero no se detendría. No ahora.


El silencio de la sala de recuperación era casi absoluto, interrumpido por el suave susurro de las cortinas y los aparatos que monitoreaban los signos vitales de Itachi. Sakura se encontraba sentada a un lado, un libro en sus manos, tratando de distraerse mientras el Uchiha descansaba después de la operación. Su mente estaba lejos de las páginas. El peso de todo lo que había ocurrido, la revelación del daño cerebral y el riesgo que corría, no dejaba de rondarle.

De repente, el sonido de algo cayendo al suelo la sacó de sus pensamientos. El libro se había deslizado de sus manos sin que ella se diera cuenta. Pero no fue eso lo que realmente captó su atención, sino el leve movimiento de Itachi. Al ver cómo comenzaba a moverse, la urgencia la invadió.

Se puso de pie rápidamente, sus manos hábiles y entrenadas ya en acción, revisando los monitores y la condición del Uchiha.

—Tranquilo—susurró. Despertar de la anestesia podía ser una experiencia desconcertante—. Los efectos pueden ser molestos mientras se desvanecen.

Él dejó escapar un gruñido bajo, su cuerpo luchaba por liberarse del letargo inducido. Sakura, con paciencia infinita, lo ayudo a recostarse de nuevo.

—¿Cómo te sientes?—le preguntó sus ojos buscaban cualquier señal de malestar o complicación.

—Como si… todo estuviera… fuera de lugar—murmuró, su voz rasposa, cada palabra un esfuerzo mientras sus sentidos volvían a la normalidad.

Sakura asintió.

—Es normal—dijo al mismo tiempo que acariciaba su frente para calmarlo.—. Tu cuerpo está ajustándose. Pero estas bien, todo salió como esperábamos.

Itachi dejo escapar un largo suspiro, como si estuviera liberando sus pensamientos en una simple exhalación. Sakura lo observaba con atención, notó la ligera tensión en su mandíbula, la misma que siempre aparecía cuando él intentaba procesar algo complicado.

—¿Te sientes diferente?—cuestionó, cuidadosa. Sabía que Itachi era un hombre de pocas palabras, pero esta vez su respuesta era crucial para entender los efectos del procedimiento.

Era la primera vez que un equipo de ninjas médicos realizaban dicho procedimiento. La mayoría de las veces, los médicos Uchiha se encargaban de ejecutar el trasplante.

Itachi frunció levemente el ceño, aun adaptándose a la oscuridad impuesta por las vendas.

—Es difícil decirlo…con esto en los ojos—respondió. Había una calma inquietante en su tono, la misma que usaba cuando aceptaba lo inevitable.

Sakura comprendía su frustración.

—El procedimiento fue un éxito—replicó, esperando que aquello sirviera de consuelo.—. Sin embargo, los resultados… aun están por verse.

Itachi movió ligeramente la cabeza, mostrando que entendía lo que ella no terminaba de decir. No necesitaba escuchar palabras vacías de certeza cuando ambos sabían que éxito de una operación no garantizaba la perfección de sus resultados.

—Lo entiendo—murmuró, resignado, mas no abatido.—. ¿Cuánto tiempo estaré así?—preguntó, refiriéndose a la venda que le cubría los ojos.

Ella tomó aire antes de responder.

—Podremos removerla dentro de dos días—explicó—. El proceso de recuperación requiere tiempo. No podemos arriesgarnos a echar a perder todo el trabajo del equipo por la impaciencia.

Itachi rompió el silencio con una afirmación que hizo que Sakura frunciera el ceño, la preocupación arrugando ligeramente su frente:

—Sabes que no tengo tiempo—espetó, carente de cualquier pretensión de suavizar la dura realidad de su situación.

Sakura, aunque dolida por su franquea, no podía discutirlo.

—Por supuesto.

—En cambio, tu… eres diferente—declaró, provocando que su acompañante parpadeara, confundida.

—¿Qué quieres decir?

Itachi inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera contemplando algo más allá de lo que podían ver sus ojos.

—Tu chakra… ¿cómo?—dejo la pregunta en el aire, insinuando lo que ambos sabían pero no habían dicho en voz alta.

Sakura tragó saliva, preparándose para explicar lo inexplicable.

—Fue durante la cirugía—comenzó, como si aún no creyera del todo lo que había pasado—. Al parecer, solo necesitaba un empujón para conseguirlo. Supongo que debería agradecerte por ello.

Él negó lentamente con la cabeza, aunque no podía verla, el rechazo era evidente su voz.

—Yo no lo hice.

—No—admitió Sakura—, pero no haberme presionado, tal vez nunca lo habría intentado. Así que… estoy en deuda contigo.

Un mutismo breve pero intenso inundó la habitación.

—No podemos seguir así, acumulando deudas el uno con el otro. Es… enfermizo.

Sakura soltó una pequeña risa, sorprendida por la simpleza en sus palabras.

—Tal vez lo sea—reconoció.

Lo que la tomó por sorpresa, no fue la respuesta de Itachi. Sino una risa baja, suave, pero autentica que escapaba de sus labios. El sonido era tan inusual, tan fuera de lugar en la oscuridad y la seriedad, que Sakura lo miró con los ojos muy abiertos, incrédula.

—¿Te estás riendo?—preguntó, casi aturdida, un atisbo de una sonrisa dibujándose en sus labios.

Itachi se detuvo, pero aún quedaba un rastro de esa rareza en su voz.

—No muy a menudo, parece—admitió, su tono neutral volviendo a establecerse.

Sakura se permitió sonreír completamente esta vez. Jamás habría imaginado que la relación con Itachi llegaría a ese punto. Cuando lo conoció solo había desconfianza en sus acciones, pero ahora la dinámica entre los dos era distinta.

Al cabo de un segundo o dos, Sakura rompió la quietud con una pregunta que rondaba su mente desde hace tiempo.

—¿Alguna vez te has cuestionado cómo serían las cosas si hubiésemos tomado decisiones distintas?—su voz era baja, cargada de una melancolía que no podía disimular. Era una pregunta que, de alguna manera, siempre había querido hacerle, pero que nunca había encontrado el momento adecuado. Ahora, con todo lo sucedido, sentía que era la oportunidad perfecta.

Él tragó grueso, y la acción, por más pequeña que fuera, no pasó desapercibida para Sakura. Aunque era un hombre conocido por su autocontrol, la pregunta tocó una fibra sensible.

Después de unos minutos que parecieron eternos, Itachi habló, revelando lo que había enterrado dentro de si durante años.

—Hace mucho tiempo aprendí a no lamentarme por el pasado—comenzó, su tono inusualmente solemne—. Hacerse ese tipo de preguntas… es corrosivo para el alma. Tomamos nuestras decisiones, Sakura, y no podemos hacer nada para cambiarlo. Ya está hecho.

Sakura lo miró, absorbiendo cada palabra. Sabía que Itachi vivía con el peso de las decisiones más que nadie, siempre adelante, siempre llevando el dolor en silencio. Mas no hacía que su declaración fuese menos difícil de aceptar. Ella misma había pasado noches en vela, preguntándose si podría haber hecho algo diferente, si habría un camino donde el sufrimiento hubiera sido menor, donde todos hubieran salido menos rotos.

Pero Itachi, parecía haber aceptado lo inevitable mucho antes que ella. Cerró la puerta al pasado y se comprometió a no mirar atrás, sin permitir que la duda lo devorara.

—Eso no lo hace más fácil de aceptar—dijo ella encogiéndose de hombros.

—No, no lo hace—lo aceptó.

Sakura se sumergió en un silencio profundo, sus pensamientos girando en espiral mientras sus dedos jugueteaban con la tela de su jersey.

Pese a llevar una venda cubriéndole los ojos, Itachi consiguió percibir la tensión en su postura.

—Tomaste una decisión, ¿no es así

La certeza con la que había dicho aquello la hizo levantar la vista brevemente antes de volver a contemplar su regazo.

Ella no respondió de inmediato, pero su mutismo era respuesta suficiente para Itachi. Sabía que estaba en una encrucijada, igual que él lo había estado tantas veces antes.

Itachi continuó:

—Cualquier cosa que tengas en mente—comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—, estoy seguro de que crees que es necesario… que evitará algo mucho peor.—Hizo una pausa, y su siguiente frase, aunque dicha con la misma calma, tenía un filo cortante—. Y aunque eso no sea verdad, es la mentira que todos nos vamos a contar a nosotros mismos.

Apretó los labios. Itachi hablaba desde la experiencia, desde la amarga sabiduría de alguien que se había visto obligado a tomar decisiones imposibles y vivir con las consecuencias.

Su corazón latía con fuerza en su pecho, la verdad de lo que él decir era algo que no podía ignorar.

—Es una forma cruel de decirlo—murmuró.

Itachi no vaciló en su respuesta.

—El mundo es cruel por naturaleza.

El semblante de la kunoichi se endureció mientras observaba cómo una mueca de dolor cruzaba el rostro de Itachi.

—¿Qué pasa?—la preocupación fue instantánea.

Inhaló lentamente antes de replicar, tratando de minimizar lo que sentía.

—Solo una ligera incomodidad.

Sakura lo miró con ojos evaluadores, sabiendo que los efectos de la anestesia comenzaban a desvanecerse.

—Es normal—murmuró mientras colocaba suavemente las palmas en la zona afectada, utilizando su chakra para asegurare de que no hubiera iniciado ninguna hemorragia interna. Su toque era firme pero cuidadoso, y cuando estuvo segura de que todo estaba en orden, se dirigió hacia un pequeño gabinete donde guardaban suministros médicos.

Tomó un frasco de pastillas, extrajo dos del contenedor y la colocó en la mano de Itachi.

—¿Qué es esto?

—Analgésicos—espetó—. No querrás estar bajo los efectos del dolor mientras te recuperas. Además—añadió—, todavía estamos en el periodo de prueba. Necesitas mantener tu fuerza.

Él vaciló por un momento, pero finalmente llevó la pastilla a su boca. Sakura lo escrutó, acercándose con un vaso de agua para ayudarlo a tragar. Él lo aceptó sin resistencia, y aunque su gesto era simple, la cercanía entre ellos en ese momento era casi intima.

Cuando terminó, Sakura dio un paso hacia atrás, preparándose para salir de la habitación.

—Estaré cerca si me necesitas—dijo.

Pero antes de que pudiera marcharse, sintió la mano de Itachi rodear la suya, deteniéndola. El gesto la tomó por sorpresa, y cuando miró hacia él, sus ojos, aunque vendados, parecían demostrar todo lo que ocasionaba esa conexión.

—Gracias—dijo él.

Sakura esbozó una pequeña sonrisa, una que llevaba consigo más emociones de las que sus palabras podrían expresar. Apretó su mano con delicadeza, dejando que su toque fuera una respuesta silenciosa a su gratitud.

—Descansa—le pidió, soltando su mano con cuidado antes de salir de la habitación.


Soltó todo el aire contenido en sus pulmones, como si con él pudiera exhalar también la opresión acumulada en su pecho. Cerró los ojos, buscando la certeza que tanto necesitaba, pero solo encontró la persistente incertidumbre que había estado ahí desde el principio.

—No lo sé—admitió finalmente—. ¿Tú qué opinas?

Shikamaru se inclinó sobre los trazos y símbolos plasmados en el pergamino, analizándolos con cuidado.

—No sé qué decir—replicó en tono pausado, reflejando la misma duda que Sakura sentía—. Nunca he armado una bomba antes. Lo más cerca que estuve de hacerlo fue cuando Choji y yo creamos una bola de papel explosivo.

Ella sonrió ante el recuerdo. Era un ínfimo destello de lo que alguna vez fue, un breve respiro de tiempos más simples. Por un segundo, la visión de un joven Shikamaru, su mirada calculadora y su brillante mente aplicada a una travesura infantil, y un entusiasta Choji, aparecieron en su mente, iluminando su rostro con un atisbo de alegría sincera.

Sin embargo, la realidad volvió a imponerse cuando bajó la mirada de nuevo hacia los planos. La estructura detallada del plan ante ellos era más que un simple diagrama; era una representación de las esperanzas y temores que habían depositado en él.

—Bueno, esto es mucho más complicado que una bola de papel explosivo—comentó ella, encogiéndose de hombros.

Shikamaru suspiró, frotándose la nuca en un gesto de cansancio mental.

—Definitivamente lo es—se mostró de acuerdo—. Pero también sé que si hay alguien que puede hacer que funcione, esa eres tú.

Él la escrutó, como si estuviera sopesando las implicaciones de cada una de ellas. Había trabajado junto a Sakura en muchas misiones, había visto la resolución en sus ojos, la misma que veía ahora. No obstante, esta vez, la situación era diferente, más oscura, más definitiva.

—¿Estás realmente segura de querer hacerlo?—preguntó con cautela—. Siempre existe otra alternativa.

Sakura lo miró a los ojos, sus labios formando una línea delgada mientras consideraba su respuesta. La alternativa que él mencionaba era una esperanza vana, un sueño imposible en el mundo que ellos habitaban.

—No en esta ocasión—dijo—. Es ahora o nunca. Hemos estado contendiéndonos durante años, sofocando cada intento de rebelión. Creo que es el momento de dar el golpe definitivo.

Shikamaru entrecerró los ojos sus manos se cerraron en puños relajados sobre la mesa.

—Muchos podrían morir—señaló.

Era un hecho que no podían ignorar, una realidad cruel que venía con cualquier acto de guerra. Ella asintió.

—El hecho de que sea definitivo no asegura una victoria para nosotros—dijo tan calmada que casi dolía—. Pero si no lo hacemos ahora, no habrá más oportunidades. Esta es nuestra única posibilidad de cambiar las cosas.

—Solo buscamos crear una ventaja—susurró.

Sakura sabía que podía confiar en él, no se había equivocado cuando dijo que era el único que entendería su plan y no intentaría persuadirla a abandonarlo.

—Desestabilizar—corrigió—. Generar una apertura, una grieta en la armadura del Régimen. Si conseguimos rasgar el tejido de su control, si logramos que empiece a desmoronarse desde dentro… la destrucción será inevitable.

La verdad en sus preguntas era ineludible y ella lo sabía mejor que nadie. Había pasado noches en vela, revisando cada detalle, cada posible escenario. Había imaginado el dolor, la pérdida, las consecuencias de sus acciones. Y aún así, no había poder humado que pudiese hacerla vacilar.

—Sí, lo sé—respondió, aunque el temblor en sus manos indicaba lo contrario—. He contemplado todo lo que podría pasar. Y aun así… creo que es un riesgo que debo asumir.

—¿Y si estás equivocada?—preguntó en un susurró casi doloroso—. ¿Y si todo esto no resulta como esperabas? ¿Podrás cargar con eso?

El nudo en su garganta se hizo más apretado, dificultando su respiración. Había una posibilidad real de fracaso, de que todo su esfuerzo terminaría en un desastre. Pero había algo en su interior, una llama que no se apagaba, que la empujaba a seguir adelante.

—No puedo vivir con la idea de no haberlo intentado—murmuró, su mirada fija en los planos que descansaban sobre la mesa—. Prefiero llevar esa carga que pasar el resto de mis días sabiendo que no hice nada, que dejé que todo se derrumbara sin luchar.

La idea que Shikamaru intentara persuadirla a hacer lo contrario, comenzaba a irritarla. Él también había hecho sacrificios, había tomado decisiones que lo atormentarían para siempre.

Shikamaru se cruzó de brazos y la miró fijamente.

—¿Y qué piensa Sasuke de todo esto?

Ella apartó la vista un instante antes de responder.

—No está de acuerdo—dijo, pero al notar la mirada de Shikamaru, rápidamente añadió—. No está de acuerdo en que yo participe, quiero decir.

Él inclinó la cabeza.

—¿Qué le dijiste?

—Le hice prometer que no interferiría con mi deber hacia la Insurgencia.

—Es raro que esté de acuerdo con un Uchiha, pero en esta ocasión, tiene razón. No deberías involucrarte.

Aquello fue un detonante para su furia. Molesta, golpeó la mesa con ambas manos.

—No me trates como a una niña, Shikamaru. Sé perfectamente lo que estoy haciendo.

—¿De verdad lo sabes?—arqueó una ceja—. Has considerado todos los riesgos, los posibles costos… ¿Estas preparada para vivir con las consecuencias?

Las palabras de Shikamaru la golpearon como un mazo. Sentía cómo el nudo en su garganta se tornaba cada vez más apretado, impidiéndole hablar por un momento.

—Ya te lo dije, no puedo. No puedo seguir sin intentarlo.

—Solo asegurate de que, pase lo que pase, puedas vivir con tu decisión. Porque una vez que esto comience, no habrá marcha atrás.

Frunció el ceño con ahincó.

—No estoy buscando un camino fácil—murmuró—. Solo busco una forma de terminar con esto, de una vez por todas.

Abatido, el heredero del clan Nara pasó una mano por su rostro cansado. Daba la impresión de que, durante los veinte minutos que llevaba esa conversación, Shikamaru había envejecido treinta años.

—En ese caso, vamos a asegurarnos de que todo salga bien—concedió.

—Gracias, Shikamaru—susurró.

—No me lo agradezcas todavía. Esto recién comienza.


República del Fuego

La casa estaba sumida en un silencio que parecía amplificar cada pequeño sonido, como el leve crujido de las maderas bajo sus pies o el crepitar del fuego en la chimenea. La servidumbre se movía en afonía, con pasos medidos y miradas discretas.

Al ingresar en la casa, todas se paralizaron. Tanto Sasuke como Takako cruzaron el umbral de la puerta lado a lado, luciendo el atuendo funerario que, la misma esposa del Uchiha, había elegido para la ocasión.

Sin demoras, lo primero que hizo la nueva matriarca del Clan Uchiha fue intercambiar unas palabras en voz baja con una de las mujeres antes de seguir a Sasuke al salón.

Cansado, dejó caer su cuerpo en uno de los sofás, hundiéndose en el mullido asiento con un suspiro que parecía contener toda la fatiga y el dolor acumulados. Colocó el antebrazo sobre su frente, y cerró los ojos, procurando bloquear el mundo exterior, aunque fuera por un momento.

Acababan de regresar del funeral de su madre. Llevaba cerca de dos noches sin dormir a causa de los preparativos y todo lo que conllevaba la muerte de la esposa del General. Lejos de ser un acto privado, se había transformado en un acto público donde los comandantes de alto rango y otras personalidades se congregaron para darle el pesame y despedir a una de las brillantes mentes detrás del Golpe de Estado.

Unos cuantos minutos después, una de las mujeres de servicio apareció en la habitación con una bandeja, Takako se acercó a auxiliarla, tomando la charola de plata entre sus dedos, misma que dispuso sobre la mesita de madera situada en el centro de la sala.

Sirvió con cuidado el líquido caliente y, cuando estuvo satisfecha, le tendió la taza a Sasuke.

—Esto te ayudara a calentarte—murmuró.

Sasuke lo aceptó con un breve asentimiento, tomando un sorbo mientras murmuraba un agradecimiento.

Durante esos dos días, Takako había sido un faro en la oscuridad. De no haber sido por ella, probablemente habría buscado la montaña más alta y se habría lanzado de la cima sin pensarlo.

La observó tomar asiento a su lado, la incomodidad evidente en su postura rígida. Extendió una mano hacia él, pero la retiró antes de que pudiera tocarlo. Se mordió el labio, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Justo en ese momento, una joven de servicio se acerca, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Quiere que sirvamos la cena?—preguntó, temerosa.

Takako sacudió la cabeza.

—No, gracias—respondió, y la joven hizo una reverencia antes de retirarse en silencio. Cuando la chica estuvo fuera de sus oídos, volvió la atención a Sasuke, estudiando su rostro—. ¿Quizás quieras algo más fuerte?—sugirió.

—No, está bien—dijo, su faz dejaba entrever el cansancio que lo consumía—. Gracias.

—¿Por qué?—parpadeó, sorprendida.

Situó la taza sobre la bandeja, se levantó y camino hacia la puerta.

—Por todo lo que has hecho—respondió.

Luego, sin decir más, anunció su retiro y que estaría en su estudio. La alcanzaría más tarde en la habitación.

Con esa despedida, abandonó la sala, dejando a su esposa sola, con las palabras atoradas en su garganta y la gelidez de la tristeza llenando el aire entre ellos.

Cuando llegó a la puerta del despacho, un escalofrió le recorrió la espalda. Aquel lugar, aquel momento, ya no tenía vuelta atrás. Su mano se detuvo sobre el pomo durante una fracción de segundo antes de girarlo y entrar. La habitación estaba débilmente iluminada, las cortinas cerradas contra el mundo exterior. Los papeles amontonados en el escritorio, esparcidos como los fragmentos de una voluntad destrozada, a la espera de ser reconstruidos.

Antes que pudiera tomas asiento, sonó un golpe en la puerta. El pulso se le aceleró, el repentino ruido envió una descarga de adrenalina por sus venas.

—Adelante—murmuró.

Una de las mujeres del servicio -una sombra, casi invisible con su uniforme anodino- ingresó. Su voz era baja, casi un susurro, como si temiera que las paredes oyeran.

—Llegó está mañana—dijo, tendiendo un sobre. El papel parecía viejo, desgastado, como si lo hubiera manipulado demasiadas veces antes de llegar a su destino final—. Lo trajo un mensajero.

Sasuke frunció el ceño, una marcada arruga se formó entre sus cejas mientras tomaba el sobre. Sus dedos temblaron, apenas, cuando deslizó uno bajo la solapa, revelando la carta que había dentro. El contenido era breve, pero su significado estaba claro: una reunión de emergencia con el grupo insurgente.

Se le hizo un nudo en la garganta y tragó con dificultad. El aire a su alrededor parecía enfriarse, el peso de la misiva lo arrastraba hacia un abismo de incertidumbre. Por un segundo tuvo la impresión de que las paredes de la habitación se cerraban, las sombras se acercaban, sofocantes.

—Gracias—consiguió decir, con voz áspera, apenas audible. No la miró, no vio el breve destello de preocupación en sus ojos antes de que ella diera la vuelta para marcharse. La puerta se cerró a su espalda, y el sonido lo atrapó en aquella decisión que lo cambiaria todo.

Permaneció de pie, con la carta aún en la mano mientras su mente bullía de posibilidades, ninguna de ellas buena. El reloj de la pared sonaba con fuerza, cada segundo era un recordatorio de que el tiempo se escapaba, de que el mundo exterior se acercaba cada vez más al borde del abismo.

Cerró los ojos, obligándose a respirar, a pensar. El grupo de rebeldes -sus objetivos, sus planes- había parecido tan clara antes, un camino iluminado por el fuego de su rabia compartida. Pero ahora, de pie en el precipicio, no podía evitar que el suelo se desmoronaba bajo él, que el fin estaba demasiado cerca, demasiado real.

Rápidamente, comprendió la gravedad de la convocatoria. Una extraña sensación todavía le oprimía el pecho, pero no había tiempo para reflexionar. Se movió con decisión y guardó el sobre en el bolsillo del abrigo mientras salía del despacho. Los pasillos parecían ahora más estrechos, las paredes se cerraban como si quisieran recordarle las restricciones de su libertad, las cadenas invisibles que lo ataban a ese curso de acción.

El punto de encuentro estaba grabado en su mente como una cicatriz, un lugar que había visitado innumerables veces en la oscuridad de la noche, donde la capitana Tsuyoshi y los demás miembros de la Resistencia estarían esperando.

Cuando salió a la fría noche, el marcado contraste entre el calor de la casa y el aire helado lo golpeó. Las calles yacían en un silencio espeluznante, el tipo de silencio que parecía tragarse todo sonido, amplificando el crujido de la nieve bajo sus botas. El toque de queda había vaciado la aldea, dejándola como un fantasmagórico laberintico de callejuelas ensombrecidas y vías desiertas. Las farolas proyectaban pálidos y parpadeantes charcos de luz sobre los adoquines, la única fuente de iluminación en la opresiva oscuridad.

Se ciñó el abrigo con más fuerza, el cuello rozándole la barbilla mientras mantenía la mirada aguda, alerta a cualquier señal de movimiento. Aquella medida había entrado en vigor desde hace unos días, un férreo control sobre la población destinado a sofocar cualquier idea de rebelión. Pero la irresurreccion tenía una forma de colarse por las rendijas, de prosperar en los espacios oscuros donde los ojos de las autoridades no podían llegar. Tenía que ser cauto, medir cada paso, controlar cada respiración.

El cielo nocturno estaba despejado y las estrellas brillaban con un frio fulgor casi burlón por su indiferencia. Arriba, las constelaciones parecían vigilarlo. La nieve que pisaba empezaba a derretirse, convirtiéndose en zonas resbaladizas que le hacían caminar traicioneramente.

Mientras avanzaba por las calles vacías, los edificios se cernían a su alrededor, con sus ventanas oscurecidas como ojos huecos que observaban pero no veían. Respiraba entre nubes de vaho y el frio le mordía la piel, pero se obligó a mantener la concentración. No había lugar para la distracción, ni tiempo para admirar la tranquila belleza de la noche invernal. La ciudad era una bestia diferente bajo el toque de queda, sus calles familiares transformadas en un laberinto de amenazas potenciales.

Llegó al límite del distrito, la última barrera antes del punto de encuentro. Su pulso se aceleró a medida que se acercaba al lugar designado, un santuario anodino enclavado entre dos estructuras mayores, cuya entrada era casi invisible en la penumbra.

Se detuvo un momento, observando su entorno por última vez. El zumbido silencioso de la energía latente de la ciudad le rondaba por la cabeza. Pero todo estaba vacío, las sombras imperturbables. Decidido, se acercó a la puerta, y, con la mano firme, empujó la superficie.

Una vez cruzó el umbral, el mundo exterior parecía desvanecerse, engullido por la penumbra que envolvía la antigua estructura. La única luz provenía del interior, donde las velas parpadeaban débilmente y sus temblorosas llamas proyectaban sombras alargadas que bailaban inquietantemente sobre las paredes. El interior olía a cera y piedra fría, mezclado con el moho de la edad y la tensión subyacente que impregnaba el espacio.

Vaciló, sus ojos se adaptaron a la falta de luz a la vez que escudriñaba la habitación. Las sombras de los presentes parpadeaban sus rostros oscurecidos, sus identidades reducidas a vagos contornos y el ocasional destello de un ojo que captaba la luminosidad de las velas.

Si mal no recordaba, aquel era uno de los tantos sitios que nunca se reconstruyeron después del golpe de estado. El lugar, antaño un lugar de paz y reflexión, se había convertido en algo totalmente distinto: un punto de encuentro para los desesperados, un templo para los que no tenían otras opciones.

Dio dos pasos vacilantes al frente, el suelo de madera crujió bajo su peso, el sonido se amplificó en el silencio. Todos los ojos se volvieron hacia él, pero nadie habló. El ambiente era denso, tan tenso como la cuerda de un arco al límite, lista para romperse a la menor provocación. Podía sentir la ansiedad que irradiaban los demás, un coro silencioso de temor e incertidumbre.

—¿Qué está pasando?—la preguntá atravesó la quietud, aguda y directa. Necesitaba respuestas, una dirección clara en ese turbio mar de irresolución.

Uno de los miembros -un hombre cuyo rostro ensombrecido permanecía oculto entre los pliegues de su capa- se adelantó.

—Uno de los nuestros ha sido capturado—vociferó.

La noticia lo golpeó, enviando una gélida sacudida de comprensión a través de él. No necesitaba preguntar qué significaba aquello; lo sabía demasiado bien. Obito no perdería el tiempo; su compañero sería interrogado, desmenuzado, y, si el plan se veía comprometido, todo por lo que habían trabajado se desharía en un instante.

Ya no había tiempo para la cautela, ni espacio para la validación. Tenían que actuar, y tenían que hacerlo ya. El plan, meticulosamente elaborado y vigilado, pendía de un hilo. Si no se movían rápido, todo se desbarataría.

—Ejecutaremos el plan. Ahora o nunca—dijo firmemente, sin dejar lugar al debate. Para su fortuna, vio que asentían con la cabeza, aunque el miedo permanecía en sus ojos.

—¿Dónde está la Capitana Tsuyoshi?—preguntó, escudriñando la habitación una vez más en busca de alguna señal de su líder. La presencia de la capitana era necesaria.

Una mujer joven, con el rostro pálido y dibujado a la luz de las velas, dio un paso al frente.

—No debe demorar. Llegará pronto—dijo con absoluta certeza.

La mandíbula de Sasuke se tensó. Los minutos parecían horas, cada segundo era una cuenta atrás hacia el desastre. Las sombras de las paredes parecían acercarse, la luz titilante de las velas proyectaban formas grotescas que reflejaban el creciente temor que sentía en el pecho. Necesitaba mantener la calma, aclarar sus pensamientos.

Su mirada recorrió los rostros de los reunidos en el santuario. Sus expresiones eran tensas, los ojos parpadeaban con los temores tácitos que se apoderaban de todos ellos. La luz de las velas acentuaba las líneas de preocupación grabadas en sus rasgos, haciéndolos parecer más viejos, más desgastados. Podía sentir el peso de sus expectativas, la presión de actuar, de liderar, pero algo ría el borde de su conciencia, una sensación de que algo no iba, algo que aún no podía nombrar.

Fue entonces cuando el sonido de pasos apresurados llegó a sus oídos, cortando el silencio como un cuchillo. Sasuke giró instintivamente, llevando la mano a la empuñadura del kunai, preparado para lo que pudiera entrar por la puerta. La figura que emergió de las sombras le resultaba familiar, su silueta se perfilaba con la tenue luz del pasillo.

Hiroshi.

El hombre entró con aire de urgencia, con la respiración entrecortada y aguda, señal de la prisa con la que había llegado.

—Disculpen el retraso—dijo. Sus ojos recorrieron la sala, observando al grupo reunido como si estuviera evaluando la situación.

La joven que había hablado antes se adelantó.

—No te preocupes—murmuró, con una pequeña sonrisa. Su intento de consuelo resultó vacío, las palabras eran incapaces de disipar el creciente malestar que llenaba la habitación.

La mirada de Hiroshi se detuvo en ella un momento antes de hacer la pregunta que Sasuke sabía que iba a llegar.

—¿A quién estamos esperando?

—A la Capitana Tsuyoshi—respondió la chica rápidamente, como si la respuesta fuera obvia.

Los instintos de Sasuke, perfeccionados por los años de entrenamiento y supervivencia, le gritaban que algo iba mal.

—Iré a buscarla—anunció Hiroshi, dando un paso hacia la puerta.

Sasuke tenía la impresión de que se le escapaba algo crucial, algo que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Pero antes de que pudiera dar otro paso, el aire se rompió con un ruido como el de un clavo recibiendo el ultimo martillazo en un ataúd. Un kunai delgado se clavó en la mitad de la amplia y delicada frente de la chica.

Todos se quedaron atónitos ante aquella visión, con los ojos abiertos como platos. Era un extraño espectáculo, ver a la propia joven levantando la mirada, luchando por localizar el arma clavada en su frente. Arqueaba la cabeza hacia atrás al intentarlo.

Entonces se derrumbó hacia un lado. Cuando cayó, su sien izquierda golpeó una esquina de una banca y la hizo temblar un poco.

Nadie se movió. Nadie dijo ni una palabra. Sasuke inspiró profundamente y miró absortó a la kunoichi, en el suelo.

El pánico estalló como una tormenta. El otro hombre -un miembro cuyo nombre Sasuke apenas conocía- se movió para huir, para escapar de la muerte que acababa de abatir a uno de los suyos. Pero antes de que pudiera alcanzar la puerta, Hiroshi se movió con una rapidez que delataba sus verdaderas intenciones. Se puso delante de él, bloqueándole el paso con una calma inquietante.

—Hiroshi, ¿Qué estás…?—las palabras cortaron.

Los ojos de Sasuke vacilaron entre la chica desvencijada, el hombre aterrorizado y Hiroshi, que ahora se encontraba en el centro de todo, revelando su verdadera naturaleza.

Las piezas encajaron con una claridad enfermiza, la sensación de temor que lo había estado royendo ahora estaba completamente formada. Hiroshi era el traidor.

Apretó con fuerza el kunai, con los nudillos blancos.

Estaba rodeado.

La habitación pareció contener la respiración tras al revelación. Sasuke quedó helado, aun procurando asimilar lo que acababa de pasar. El cuerpo sin vida de la kunoichi yacía en el suelo, su sangre comenzaba a filtrarse en la madera antigua.

Entonces, la pesada puerta se abrió con un chirrido, y el sonido atravesó el mutismo. El corazón de Sasuke latía con fuerza a la vez que se giraba para mirar al recién llegado. Obito entró en el santuario con un aire de tranquila confianza, su presencia era como una nube oscura que se adentraba en un cielo despejado. Recorrió el sitio con la mirada, deteniéndose brevemente en la kunoichi caída entes de posarse en Sasuke, con una sonrisa depredadora tirando de la comisura de sus labios.

—Llevo meses esperando este momento—empezó, impregnado de una satisfacción que hizo que Sasuke le recorriera un escalofrió por la espalda—. Y ahora…—Hizo una pausa, saboreando el instante, la impotencia de su público. Luego, con un gesto casi casual, lo saludó como si fueran viejos amigos que se encontraran en circunstancias diferentes—. Sasuke. Es bueno verte.

Se le revolvió el estómago de asco, pero se obligó a permanecer quieto, con la mente acelerada mientras intentaba urdir un plan, cualquier forma de convertir esa situación en una ventaja para él. No obstante, las siguientes palabras de Obito no hicieron más que tirar de las cuerdas.

—Felicidades, Hiroshi—dijo Obito, su tono casi congenial cuando se volvió hacia el hombre que los había traicionado—. Cumpliste tu parte del trato.

El aludido, de pie a unos pasos de distancia, asintió levente con la cabeza, con una expresión cuidadosamente neutra, aunque Sasuke pudo ver un leve brillo de triunfo en sus ojos.

—Sí, lo hice—respondió él.

La sonrisa de Obito se ensanchó a la par que levantaba una mano enguantada, una orden silenciosa que fue obedecida de inmediato. Uno de sus hombres se adelantó, una figura corpulenta envuelta en sombras. Obito hizo un gesto con la cabeza.

—Lleva al capitán a casa—comandó—. Ahí encontrará a su familia.

A Sasuke se le encogió el corazón ante aquella insinuación. La familia de Hiroshi sería utilizada como palanca, un medio para asegurar la obediencia del capitán o para vengarse si se resistía. Era un destino peor que la puerta, y Sasuke sabía que el capitán nunca se perdonaría por permitirlo.

Mientras el hombre se movía para cumplir con las ordenes de Obito, Sasuke miró a Hiroshi, buscando cualquier rastro del camarada en el que una vez había confiado. Pero todo lo que encontró fue un frío y calculado distanciamiento, una máscara que ocultaba cualquier atisbo de humanidad que pudiera haber existido alguna vez. Entonces, Sasuke vislumbró su propio reflejo en los ojos de Hiroshi, y lo que vio allí le heló la sangre. Era el reflejo de un hombre atrapado, traicionado y a punto de perderlo todo.

La voz de Obito rompió el silencio, destilando desprecio.

—Deberías tener más cuidado, Sasuke—dijo, su mirada aguda y penetrante—. Hiroshi los racionó sin pensarlo dos veces. Fue demasiado fácil.

Cerró los puños a los lados de su cuerpo, la rabia crecía en su interior, más se obligó a permanecer quieto, mantener una expresión neutra. No iba a permitirse mostrar ninguna debilidad, no ahora, no delante de Obito.

—Tengo que admitir que fue un reto seguirte la pista—dijo el nuevo General, sus ojos oscuros entrecerrándose ligeramente. Su tono era casi conversacional, como si estuvieran hablando del tiempo y no de la inminente destrucción de todo lo que Sasuke había luchado por proteger—. Eres escurridizo, pero no imposible de atrapar.

Sasuke frunció el ceño, las piezas del rompecabezas encajaban en su sitio y se daba cuenta con una claridad espeluznante. Obito lo había estado observando, siguiendo sus movimiento, esperando el momento perfecto para atacar. Y ahora había llegado, y él estaba atrapado en la red, la presa atrapada por el cazador.

La sonrisa de Obito creció mientras acortaba la distancia entre los dos y bajaba la voz hasta casi susurrar.

—Pero sigues siendo un novato—dijo, condescendiente—. Y ningún novato comete el crimen perfecto.

Lo habían superado en el juego, en maniobra, y ahora estaba rodeado, sin escapatoria.

La paciencia de Obito, tan delgada como un hilo, se rompió. Con un movimiento rápido y violento, pateó un banco cercano, provocando que la estructura de madera se deslizara por el suelo con un ruido ensordecedor.

Pero él permaneció impasible. El ruido, la agresión, nada de eso era suficiente para amedrentarlo. Su mente estaba en otra parte, barajando las posibilidades, las estrategias, las formas en que podría volver la situación a su favor. Sabía que estaba en desventaja, que ahora mismo no era nada más que un animal salvaje acorralado sin ningún lugar al que huir, pero también sabía que mostrar debilidad sería el último clavo en su ataúd.

—¿No vas a decir nada al respecto?—dijo, desafiándolo a romper su silencio, a darle alguna razón para desatar toda la fuerza de su ira.

Dejó escapar un suspiro lento y medido, apenas audible.

—No—dijo, tranquilo, resignado, con la mirada fija en un punto más allá del hombro de Obito, como si el hombre en sí no mereciera su atención.

Obito se inclinó más cerca.

—¿Ni siquiera intentarás negarlo?—quiso saber. No estaba satisfecho. La respuesta calmada y distante solo alimentó su frustración y la necesidad de romper el muro de indiferencia que Sasuke había erguido a su alrededor.

No obstante, Sasuke permaneció callado. Sus ojos, oscuros e ilegibles, parpadearon con una chispa momentánea de algo -resolución, tal vez, o quizás desafío-, pero desapareció antes de que pudiera manifestarse por completo. El mutismo era un acto de desafío, la última pizca de control que le quedaba en esa pesadilla en espiral.

Ahora fue el turno de Obito para soltar todo el aire contenido en sus pulmones, un sonido cargado de decepción, que resonó en el santuario como un toque de difuntos. Sus ojos, antes afilados y calculadores, parecían casi cansados, como si el acto de romper el espíritu de Sasuke le hubiera drenado la satisfacción de la victoria que tan ansiosamente buscada.

—Estoy muy decepcionado, Sasuke—empezó a decir—. Creí que serías diferente a tu hermano—añadió, casi como si hablara consigo mismo—. Pensé que tendrías la fuerza necesaria para sobreponerte a los fracasos de tu familia y labrarte un nuevo camino.—Hizo una pausa, sus labios curvándose en una sonrisa amarga—. Pero ahora veo… que eres igual. Tal vez incluso peor.

Las palabras estaban destinadas a herir, a cortar profundamente, sin embargo, Sasuke no se inmutó. Su silencio, la negativa a entablar combate, sólo profundizaba la frustración de Obito.

Ya no había lugar para la duda, no había posibilidad de redención. Su destino estaba sellado.

Obito levantó una mano, haciendo una señal a la sombras que acechaban en el borde de la habitación. Dos hombres, vestidos con los oscuros uniformes de los ejecutores del Régimen, se adelantaron, con los rostros oscurecidos por la tenue luz. Sus movimientos eran fríos y mecánicos.

—A partir de ahora—anunció Obito—, por orden del Alto Consejo, se ordena oficialmente el arresto de Uchiha Sasuke, acusado de atentar contra el Régimen.

Los dos hombre se movieron hasta situarse a su lado, sus manos lo agarraron con facilidad, mas no opuso resistencia. Su mente ya estaba en otra parte, más allá de los confines del santuario, más allá del alcance del Régimen.

—Llévenlo a las celdas del Cuartel—ordenó—. Estoy seguro de que agradecerá la oportunidad de reunirse con su padre.


Base de la Insurgencia

La sala del consejo estaba envuelta en un silencio opresivo, una afonía que rodeaba la sala, sofocante y absoluto. Las paredes, revestidas de mapas antiguos y estandartes desgastados por la batalla, parecían cerrarse sobre las figuras sentadas alrededor de la larga mesa de madera. Todos cargaban con el peso del mundo sobre sus hombros, pero ninguno más que el hombre que pronto atravesaría las puertas.

Sakura yacía postrada cerca del extremo de la mesa, con los dedos apretados alrededor de los bordes del reposabrazos. Sus uñas se clavaban en la superficie, y podía sentir la aspereza del material bajo la piel, que la aferraba a la realidad de la que deseaba escapar. No se atrevía a mirar a nadie, por miedo a que su ansiedad fuese visible, se magnificara y brotara de ella. En lugar de eso, se quedó contemplando el espacio vacío, donde Kakashi pronto estaría de pie, donde pronunciaría las palabras que podrían alterar el curso de todo por lo que habían luchado.

La puerta crujió al abrirse, el sonido cortó el aire como la hoja afilada de una katana. Todas las cabezas se giraron cuando Kakashi entró, su presencia contrastaba con la insoportable quietud que se había apoderado de la sala. Caminaba con lentitud deliberada, cada paso medido, calculado, como si ya estuviera librando una batalla silenciosa en su interior.

El corazón comenzó a latirle con fuerza entre los confines de su pecho, a un ritmo salvaje y errático que ahogaba los sonidos de la habitación. Se arriesgó a echarle un vistazo, y lo que vio le cortó la respiración. El rostro del General era una máscara de calma, pero ella lo conocía demasiado bien como para dejarse engañar. Debajo de aquella fachada, se desataba una tormenta de dudas, de miedo.

Se sentó a la cabecera de la mesa y recorrió con la mirada el consejo reunido. Nadie habló. Nadie se atrevía a respirar.

Las manos de Kakashi descansaban sobre la mesa, con los dedos separados, y por un momento, Sakura creyó verlas temblar. Pero entonces, él levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de ella, y en ese breve intercambio, Sakura lo vio todo. La incertidumbre, el miedo, la desesperada necesidad de inseguridad que no podía permitirse mostrar a nadie más.

Su respiración era superficial y rápida, cada inhalación un esfuerzo sobrehumano por controlar el terror agolpado en su pecho. Podía escuchar los sonidos apagados del mundo exterior: el lejano zumbido del viento, el ocasional susurro de las hojas, el crujido casi imperceptible de las viejas vigas del edificio. Pero dentro de la habitación, todo estaba anormalmente quiero. Incluso la luz que se filtraba por las estrechas ventanas parecía apagada, como si también temiera entrometerse en lo que estaba a punto de ocurrir.

—Gracias por venir—la voz de Kakashi era baja y deliberada. Sakura lo observó mientras hablaba, notando cómo sus manos se aferraban a los bordes de la mesa, con los nudillos blancos por la tensión—. Su postura era rígida, como si estuviera listo para entrar en acción en cualquier momento. Pero el cansancio en sus ojos lo delataba, revelando el agotamiento que se había impregnado en lo más profundo de su ser, un sentimiento que todos los presentes parecían compartir.

—No tenemos mucho tiempo, así que seré breve—continuó, carente de su habitual calidez—. Los he convocado a todos para discutir nuestra situación actual.—Hizo una pausa, dejando que las palabras quedaran suspendidas en el aire por un momento, dándoles tiempo para asimilarlas. A Sakura se le encogió el corazón, y un nudo de terror le apretó el estómago. Podía sentir los ojos de los demás clavados en ella, tenía la impresión de que los temores tácitos de todos los ahí presentes se arremolinaban en la habitación como una nube oscura.

—Las batallas recientes…—Kakashi vaciló, sólo por una fracción de segundo, pero fue suficiente para que Sakura lo captara—. Han inclinado la balanza a favor de los Uchiha—dijo sin rodeos, sin adornos ni dramatismos, como si afirmara un simple hecho.

No obstante, la verdad la golpeó con tal fuerza que la dejó sin aliento y con las manos temblorosas en el regazo.

—La Insurgencia está al borde de la derrota—continuó—. Nuestros recursos están casi agotados. Nuestras fuerzas… diezmadas.

La mente de Sakura se agitó, las imágenes de las batallas que habían librado, las vidas que habían perdido, pasaron ante sus ojos.

—Los Uchiha, bajo un nuevo liderazgo, han lanzado una ofensiva final—espetó el General—. Si no actuamos ahora, si no encontramos la forma de cambiar las tornas… nos aniquilarán. Completamente.

Sintió que la sangre se le escurría de la cara, y la vista se le estrechaba a medida que la enormidad de la situación se apoderaba de ella. La habitación parecía cerrarse a su alrededor. Apenas era capaz de oirá la voz de Kakashi, las palabras se desdibujaban en un murmullo lejano mientras sus propios pensamientos se agolpaban en su mente.

—Gracias a la información proporcionada por Itachi, sabemos que el plan de Fugaku es la aniquilación.

No hubo necesidad de explayarse; las implicaciones estaban claras.

Genma, siempre pragmático, rompió el pesado silencio, su tono agudo y directo:

—¿Podemos confiar en el juicio del chico?—Sus ojos se entrecerraron mientras hablaba, escudriñando la sala en busca de cualquier signo de vacilación. Era una pregunta valida, que sin duda había pasado por la cabeza de muchos de los presentes. La confianza era algo frágil, especialmente cuando se trataba de alguien como Uchiha Itachi, cuyo pasado estaba impregnado de sangre y traición.

Antes de que Kakashi pudiera responder, Ibiki se inclinó hacia delante, su presencia llamando la atención.

—No había necesidad de mentir—afirmó—. Tanto Ino como yo podemos corroborar que los testimonios de Uchiha Itachi son ciertos.

La afirmación de Ibiki bastó para disipar cualquier atisbo de desconfianza. Su reputación de hombre capaz de ver a través de cualquier engaño, capaz de doblegar incluso a las mentes más endurecidas, estaba bien ganada. Si él respondía por la veracidad del Uchiha, entonces había pocas razones para cuestionarla. Sin embargó, el malestar que reinaba en la sala no desapareció, sino que simplemente cambió de forma, adoptando un nuevo cariz: el de la aceptación, el de la resignación ante cualquier destino que les aguardara.

Kakashi asintió en dirección a Ibiki, un sutil reconocimiento de la sombría verdad que acababa de confirmar. Sus ojos negros recorrieron la sala, observando los rostros cansados de su consejo.

—La Insurgencia está mermada—dijo—. Nuestros líderes están heridos o han sido capturados. Los combatientes que nos quedan están agotados, desmoralizados. Los suministros son escasos, el armamento limitado. Y con las brutales tácticas de los Uchiha, cualquier apoyo externo con el que pudiéramos contar ha desaparecido.

No iban a negar el estado desesperado en el que se encontraban, no se podía endulzar la gravedad de la situación. A medida que los miembros del consejo intercambiaban miradas, aumentaba la tensión, una palpable sensación de temor que se mezclaba con la leve esperanza de que aun pudiera haber una salida a esa pesadilla.

—Entonces, ¿cuál es el plan ahora?—preguntó Maito Gai.

Kakashi no contestó inmediatamente. En su lugar, dejó que su mirada se desviara hacia Sakura, que estaba sentada al borde de la mesa, con las manos cerradas en puños y los ojos fijos en el suelo. Había permanecido en silencio durante toda la reunión.

Cuando finalmente habló, su voz era mesurada, cada palabra cuidadosamente elegida

—Un ataque masivo—dijo—. Con explosivos de alto poder destructivo, utilizando el Bakudan Fuda Kasanaru no Jutsu.—El nombre de la técnica sonaba como un oscuro presagio—. Si se ejecuta correctamente, eliminaría a los lideres Uchiha de un solo golpe. Podría desorganizar y desmoralizar sus fuerzas, dándonos la oportunidad de contraatacar y recuperar terreno.

Todos parecían contemplativos.

—¿Qué hay sobre la aldea?—preguntó Kurenai desde su asiento, clavando la mirada en Kakashi—. El ataque resultará en la muerte de miles de viviles inocentes, eso va en contra de los principios de la insurgencia, acabaríamos convirtiendo a los sobrevivientes en nuestros enemigos.

Los murmullos se hicieron presentes, Kurenai tenía un punto, uno que Sakura había considerado hasta el cansancio en el momento de la creación del sello. La población de Konoha acabaría pagando el precio de los crímenes cometidos por sus enemigos, era un elemento de la ecuación que no podía dejar de lado por más que quisiera hacerlo.

—La destrucción de Konoha puede aislarnos de nuestros aliados y simpatizantes, podría ser visto como un acto de terrorismo—secundó otro de los capitanes, avivando el barullo en la sala.

—No hay garantías—dijo Maito Gai, quien, indudablemente había buscado las palabras apropiadas para expresar sus pensamientos al respecto—. Podríamos lanzar el ataque, pero existe la posibilidad de que los Uchiha sobrevivan. Si lo hacen, contraatacaran con más odio. La fuerza destructiva del sello podría arrasar con la mitad de Konoha, y aún así, el éxito no está asegurado.

La habitación permaneció en silencio durante un momento, todos los presentes asimilaban el peso de las palabras de Maito.

Genma, recostado en su silla, con los brazos cruzados, rompió el mutismo encogiéndose de hombros.

—Entonces, ¿qué es lo peor que puede pasar? Si no atacamos ahora, seguirán presionando. Se nos acaba el tiempo.

Kurenai, sentada frente a él, movió la cabeza en su dirección.

—¿Estás sordo?—su voz era aguda, sus ojos carmesí parecían dos pequeñas rendijas.—. ¿Acaso no escuchaste lo que se ha dicho? Estamos hablando de destruir una aldea, vidas inocentes, civiles que no tienen nada que ver con esta guerra. Y si los Uchiha toman represalias con más brutalidad, no nos quedará nada.

La sala se tornó más fría. Lejos de dejarse amedrentar, Genma se inclinó hacia delante.

—¿Y qué es lo que propones, capitana Yūhi? ¿Otra ronda de negociaciones? ¿Otro año de derramamiento de sangre? No vamos a ganar jugando limpio.

Por más que detestara la batalla y todas las consecuencias que traía consigo, Sakura estaba de acuerdo con Genma.

Durante el transcurso de la guerra, los Uchiha habían desarrollado un mortífero arsenal a costa de prisioneros de guerra. Ella misma vislumbró los horrores que se vivían en los campos de trabajo forzado y experimentación, sabía lo que sucedería si continuaban actuando con cautela.

Neji, que había estado observando en afonía, se aclaró la garganta.

—Con el debido respeto—empezó a decir, con tono tranquilo, pero firme. Era el más jóvenes de los comandantes—,un ataque decisivo acabará con la guerra rápidamente. Llevamos años en esto Sacrificar una ciudad ahora podría salvar muchas más a largo plazo.—Sus ojos se desviaron hacia su maestro—. Los Uchiha no han mostrado piedad ni inclinación hacia la paz. Sus lideres han cometido atrocidades que sólo hemos empezado a descubrir. Eliminarlos puede ser la única forma de evitar más.

Maito se volvió hacia Neji, con una expresión inescrutable.

—¿Y que hay con la gente inocente?—preguntó—. ¿Los que se supone que debemos proteger? ¿Son pérdidas aceptables?

La mirada de Neji no vaciló.

—En la guerra, no hay opciones fáciles. Pero los Uchiha no se detendrán. Seguirán avanzando, seguirán matando, y nosotros continuaremos perdiendo. Si atacamos ahora, evitaremos más sufrimiento.

La habitación volvió a su sumirse en un pesado silencio. Maito cerró la mano en un puño, con los nudillos blancos contra la mesa. La decisión le pesaba en el corazón, sabiendo que las vidas de todos los involucrados en esa guerra pendía de un hilo.

Kurenai exhaló, su frustración hirviendo a fuego lento bajo la superficie.

—Nos han llevado al límite—dijo en un susurro, casi resignada—. Pero si seguimos por este camino, no seremos mejores que ellos.

Genma volvió a recostarse en el respaldo de su silla, con los brazos cruzados y un senbon atrapado entre sus dientes.

—Tal vez nunca lo fuimos—puntualizó.

Maito miró fijamente a su alumno, Neji, cuyos orbes argénteos eran duros, decididos.

—Ahora mismo no estás pensando con la cabeza, muchacho—dijo, decepcionado—.Es la venganza hablando por ti.

Neji le sostuvo la mirada, el mutismo entre ellos se extendía incomodo. A su alrededor, el consejo se agitaba inquieto, con los murmullos alzándose entre las paredes.

Maito alzó la voz, más severo en esta ocasión.

—No estamos hablando de soldados en el campo de batalla. Hablamos de civiles. Hombres, mujeres, niños. ¿Están listos para soportar el peso de ese pecado? ¿La carga del genocidio?

La pregunta quedó suspendida en el aire, una nube pesada y opresiva que nadie quería respirar.

Desde la cabecera de la mesa, Kakashi le lanzó una mirada aguda a Sakura. Sintió su ojo clavado en ella, cargado de juicio, y tragó saliva. Había temido ese momento, pero ahora, ante la dura luz de la realidad, sabía que tenía que hablar.

—No tenemos recursos—interrumpió Genma, señalando las obviedades que sus compañeros pasaban por alto con tal de conservar el poco honor que les restaba—. No para una campaña prolongada. Llevamos meses perdiendo suministros. Este ataque, por extremo que parezca… podría ser la única forma de cambiar las tornas antes de que sea demasiado tarde.

El sonido de la apropiación se extendió por la sala, hombres y mujeres desesperados por tener esperanza, por poner fin al sufrimiento, aunque fuera envuelto en llamas y destrucción.

Kurenai se volvió bruscamente hacia Kakashi, con expresión de incredulidad.

—Tiene que haber otra opción—dijo, suplicante—No podemos hacer esto. Así no.

—Esto es increíble—murmuró Naruto a su lado, con la cabeza gacha. Sus nudillos se blanquearon mientras se aferraba al borde de la mesa—. Si seguimos adelante con ese ataque, ¿en qué nos diferenciaremos de los Uchiha? Nos convertiremos en la misma cosa contra la que luchamos.

Los ojos de Sakura se desviaron hacia él, y el dolor se reflejó en su rostro. Quiso replicar, decir algo que le hiciera comprender, pero las palabras murieron en su garganta. ¿Cómo hacerle entender a qué se enfrentaban, las decisiones imposibles que debían tomar?

Genma se inclinó nuevamente hacia delante, con las manos apoyadas en la mesa, su demenor era frio y práctico.

—Porque ahora mismo, si no morimos en batalla, moriremos de hambre. Ya no se trata sólo de honor.

Kurenai negó con la cabeza, enmudecida. La desesperación en la sala era sofocante. Habían llegado demasiado lejos, su gente estaba demasiado destrozada. La guerra los había agotado, convirtiéndolos en algo que apenas reconocían. El camino era escarpado, pero algunos les parecía el único posible.

La voz de Kakashi cortó la creciente algarabía, calmada pero autoritaria.

—Todo mundo guarde silencio—ordenó. Los murmullos se apagaron de inmediato y la atención recayó en él. Su rostro era inescrutable, pero sus palabras transmitían el peso del dilema al que se enfrentaban.—. Me gustaría poder decirles que tenemos más opciones—continuó, la mirada recorriendo la habitación—. Pero no puedo. Estamos muriendo. Nuestra gente está muriendo, y si no actuamos ahora… esto podría ser lo único que puede ayudarnos.

Maito se levantó de su asiento.

—Kakashi, eres un hombre sensato. Reconsideralo—imploró, aun cuando sabía que empezaba a sonar hueco ante su desesperación.

El aludido tragó grueso, la nuez de Adán balanceándose en su garganta. Guardó silencio durante un largo momento, sopesando lo que estaba a punto de suceder.

—Lo siento—susurró y, sin más preámbulos, añadió—: Lo someteré a votación.

El tiempo pareció congelarse.

—Quien no esté de acuerdo con el ataque—dijo Kakashi—, levante la mano, por favor.

Hubo una pausa. Entonces, sin vacilar, la mano de Maito se alzó, seguida inmediatamente por la de Kurenai. Los dos se mantuvieron firmes en su oposición. Otros tres capitanes se les unieron.

Kakashi asintió.

—Quien este a favor del ataque…—su voz era más suave ahora, resignada—, por favor, levante la mano.

Uno a uno, los miembros restantes del Consejo alzaron la mano. Sus expresiones eran sombrías, como si cada uno sintiera la enormidad de la decisión pesando sobre sus hombros, pero aun así sus manos permanecieron levantadas. En la sala reinaba la tensión, como un campo de batalla en el que la moral y la supervivencia se enfrentaban en silencio.

La voz de Maito se abrió paso, cruda y suplicante.

—Por favor, chicos…

Pero Kakashi se limitó a contemplar la escena, su ojo escrutando las manos alzadas.

—Es un empate—dijo finalmente, sin que su tono revelara emoción alguna.

Echó un vistazo en dirección hacia Shikamaru, que había permanecido callado durante la mayor parte de la reunión, apoyado contra la pared.

El heredero del Clan Nara suspiró, cruzándose de brazos, claramente reacio a hablar.o nuevo jefe del clan Hyūga, tiene el voto decisivo.

Todos los ojos se volvieron hacia él.

Miró a sus compañeros -Rock Lee y Tenten-, quienes, sin dudarlo, apoyaban ciegamente el reclamo de su profesor. Por un breve instante, el peso de la camaradería, de las batallas compartidas, parpadeó en su rostro.

Y, sin mediar palabra, Neji levantó la mano.

Los hombros de Maito se desplomaron, la derrota lo golpeó como un fuerte puñetazo en el pecho.

Kakashi, con una máscara que no revelaba nada de su conflicto interior, pronunció el veredicto que nadie quería oír.

—La decisión está hecha.

La oleada de murmullos recorría la sala, algunos apagados, otros exasperados. La voz de Naruto se elevó por encima del resto, incrédula y furiosa.

—¡Esto es una locura! No podemos hacerlo.

Apretó los puños con frustración.

—Naruto…—lo llamó ella, temerosa.

No esperaba que todos estuvieran de acuerdo con el plan que ella había elaborado, sin embargo, lo que más le atormentaba era la opinión que tendrían sus amigos respecto a su persona una vez que la identidad del artífice del ataque saliera a la luz.

Se volvió hacia ella, con una expresión de traición e incredulidad. Antes de que pudiera decir nada, Maito volvió a hablar.

—Hemos tomado una decisión—dijo recorriendo la sala con la mirada—. Pero, ¿Quién va a ejecutarla? ¿Quién estará dispuesto a llevar a cabo un acto así? Alguien tendría que perder completamente la cabeza para hacerlo.

La sala volvió a quedarse en silencio. La pregunta persistía como una espada suspendida sobre todos ellos, afilada y peligrosa.

—Yo lo hare—dijo una voz que provenía desde una de las esquinas más alejadas de la habitación.

Los miembros del consejo giraron la cabeza hacia el sitio donde provenía el sonido, con los ojos desorbitados cuando Itachi se puso de pie. Su figura alta y esbelta proyectaba una larga sombra en la penumbra y, pese a llevar los ojos cubiertos con una venda, nada era capaz de disipar el aura de autoridad que emanaba de él.

A Sakura se le cortó la respiración. Había estado en la reunión con Itachi la noche anterior, en el cuarto del hospital, donde habían discutido esa posibilidad en privado.

Su decisión no era repentina ni precipitada; era deliberada, bien meditada. Itachi lo había analizado largo y tendido, y Sakura sabía que sus razones iban mucho más allá de la estrategia.

—Conozco la aldea—dijo en voz baja—. Conozco sus debilidades, sus puntos ciegos. Puedo entrar sin ser detectado, y puedo ejecutar el ataque.

Sus palabras eran simples, casi clínicas, pero Sakura sabia de buena cuenta que llevaba consigo un trasfondo mucho más profundo. Conocía la verdad. Esto no era sólo acerca de la misión para él. Se trataba de redención. Itachi cargaba con el peso de sus acciones pasadas desde que tenía trece años: la traición a su clan, la destrucción de su pueblo. Todo lo había hecho para proteger a Sasuke, para salvar a su hermano de un destino más oscuro. Y ahora, estaba dispuesto a arriesgarlo todo nuevamente.

Sakura tragó saliva, con un nudo apretándole la garganta. Miró a Itachi, apreciando más allá de su tranquilo actuar al hombre que había sacrificado tanto, que ahora estaba dispuesto a sacrificarse a sí mismo. Estaba dispuesto a morir, no sólo para cumplir la misión, sino para expiar sus culpas. Para Itachi, esa era la única forma de enmendar los pecados de su pasado, de proteger a Sasuke una última vez.

—Cuando haya instalado los sellos, lo activaré yo mismo—anunció.

La sala, ya de por sí tensa, pareció estrecharse más en torno a sus palabras. El peso de su compromiso se asentó sobre los hombros de todos. Por un momento, nadie habló. Era como si la enormidad de lo que se avecinaba les hubiera privado de la capacidad de responder.

Lejos de darse por vencido, Maito Gai agolpeó la superficie de la mesa.

—No podemos llegar a esto. Tiene que haber otra manera. Una forma que no implique…—hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—esto.

—No hay otro camino—respondió Itachi, cerrando la última esperanza de si quiera encontrar un camino diferente.

Pero antes que Maito pudiera seguir protestando, Kakashi se adelantó. Su voz era firme, cortando la discusión de tajo.

—Lo haremos—dijo—. Porque hay que hacerlo.—Miró alrededor de la habitación, el único ojo visible ardiendo en convicción—. Lo haremos porque nadie más puede hacerlo.

El consejo permaneció congelado, con los ojos clavados en su general mientras continuaba.

—Si no lo hacemos, millones morirán. Si me dicen que no es suficiente, no les creeré. No puedo creerles. Eso es lo que siempre nos ha distinguido ,¿no? Mil años de sacrificio corriendo por nuestras venas—su tono se endureció—. Cada generación ha pasado por su propio sufrimiento, se ha enfrentado a sus propias elecciones imposibles.

Se acercó un paso más a la mesa y su voz se convirtió en un gruñido grave.

—Escupo en todos los que nos pusieron en este lugar. Maldigo el precio que debo pagar. Pero hice las paces con ello.—Avizoró a todos los presentes en la sala, deteniéndose en cada uno de ellos: en la angustia de Maito, en la tranquila determinación e Kurenai, en el estoico silencio de Neji—. Ahora, todos tenemos que reconciliarnos con ello.

Por un momento, nadie se movió. El discurso de Kakashi quedo suspendido en el aire, como niebla sobre la habitación. No estaba dando una orden, sino vociferando una simple verdad. Una que ninguno de ellos podía negar.

Sakura tragó grueso, con el pecho apretado. Podía sentir el peso de la decisión presionándola, asfixiándola en su inevitabilidad. A su alrededor, los propios pensamientos, preparándose para lo peor. Preparándose para lo que había que hacer.

La sala, antaño animada por el calor del debate, estaba sumida en un mutismo espectral.

Continuará