Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.
Advertencia: Este capítulo contiene descripciones gráficas de tortura física y sufrimiento.
Heredera de la Voluntad de Fuego
XXXVII
Campamento de la Insurgencia
Valle del Juicio
Yacía sentada en la penumbra de la tienda, con el aire cargado de olor a lona y tierra húmeda. Le temblaban los dedos al trazar los bordes deshilachados del catre que tenía debajo, en un intento inútil por estabilizarse. Fuera, el campamento zumbaba con una tensión que podía sentir asentada en sus huesos, en cada articulación. Cerró los ojos, bloqueando el lejano ruido de las armas y el murmullo de las voces de los soldados. Pero incluso en la afonía de su propia mente, el peso de la inminente batalla la presionaba.
Con la respiración lenta y pausada, abrió los ojos. Su mirada se posó en la desgastada chaqueta que colgaba de la silla, un vestigio de su vida como sanadora y protectora, no como guerrera. Sin embargo, allí estaba, en el precipicio de algo que nunca imagino que volvería. Todas sus decisiones le oprimían el pecho y la dificultaba la respiración. Por un momento, no se movió, congelada en el espacio entre el miedo y la determinación.
Tragó saliva, con un movimiento espeso y doloroso. Se puso de en pie y alcanzó la chaqueta con un movimiento rápido, como si actuar deprisa le impidiera dudar de sí misma. El fresco tejido se deslizó entre sus dedos, haciéndola consciente de lo que se avecinaba. Se la echó sobre los hombros, percatándose cómo el peso se asentaba sobre su cuerpo. Luego, echó un último vistazo a la escasa tienda, apartó la solapa y salió al campamento.
El cielo era de un gris pálido y acerado, el amanecer despuntaba por el este pero aún no calentaba el aire frío que corría entre ellos. Los shinobis se movían como sombras a través de la niebla. El tintineo de las armas acentuaba las conversaciones en voz baja. La mayoría de ellos eran jóvenes, chicos que, en otros tiempos, habrían conseguido ascender a chunin y que, ahora, no eran nada más que carne de cañón.
Sus ojos iban de un rostro a otro mientras caminaba, su mente daba vueltas a la conversación de la noche anterior.
Aceleró el paso a medida que sus botas se hundían en la tierra húmeda. Cada fibra de su ser quería volver atrás, encontrar consuelo en su papel de médico, en la vida que había construido desde la última vez que estuvo en batalla. Pero no había tiempo para pensarlo dos veces, ni espacio para la retirada. La oferta de Itachi de ejecutar el ataque no fue rechazada, su resolución tranquila e inquebrantable la impresionó de un modo que la dejó desconcertada. Cargaba con el peso de demasiadas cosas y, sin embargo, allí estaba, ofreciendo más de sí mismo, como si le quedara algo que dar. Ella sabía por qué. Todos lo sabían. Y sin desearlo, la sombra de Sasuke se cernía sobre ellos dos.
A medida que avanzaba por las hileras de tiendas, los sonidos del campamento de hicieron más fuertes, más urgentes. Los soldados probaban sus katanas, ajustaban sus armaduras, susurraban plegarias a dioses que hacía tiempo que habían dejado de escuchar. Cada rostro contaba una historia que ella no tenía tiempo de escuchar. Cada paso que daba la acercaba más a la realidad de lo que se avecinaba, más cerca del momento en que ya no habría planificación ni estrategia, sólo acción, violencia y sangre.
Se detuvo al borde del campamento, con los ojos fijos en el horizonte, donde la niebla empezaba a disiparse. A lo lejos, el contorno del campo de batalla era apenas visible, un borrón oscuro contra la noche que se desvanecía. La expectación le atenazaba la garganta. Se preguntaba si alguna vez había abandonado de verdad el campo o si siempre había estado ahí, acechando justo bajo la superficie, esperando ese momento para arrastrarla de nuevo.
Durante años había vivido con la ilusión de la paz, pero en su corazón sabía que momentos como ese volverían. Instantes en los que las líneas entre el bien y el mal se difuminaban, en los que la supervivencia no dependía de la esperanza, sino de la acción. Temblaban, no de frío, sino de saber que, en cuestión de horas, todo volvería a cambiar.
Tomó una enorme bocanada aire y se volvió hacia los soldados, hacia lo inevitable. Ahora no dudaría. No cuando el destino de tantas personas pendía de un hilo, no cuando las vidas de sus seres queridos dependían de ella.
La batalla aguardaba, y esta vez no apartaría la mirada.
Se movió con rapidez, zigzagueando entre el caos organizado hasta que la tienda de Kakashi quedó a la vista. Dos guardias flanqueaban la entrada, con la postura erguida, los rostros severos a pesar del cansancio que se reflejaba en la comisura de sus ojos. Al acercarse, llamó su atención y les dedicó una breve inclinación de cabeza. La reconocieron de inmediato, sus miradas se suavizaron en silencioso reconocimiento antes de apartarse para dejarla ingresar.
Cuando la cortina cayó tras ella, se encontró con una escena que la obligó a detenerse. Kakashi estaba de pie junto a la mesa, con la postura rígida y la máscara ligeramente torcida por lo que ella sólo podía suponer que había sido una noche larga y agitada. A su lado, Itachi. El mayor de los Uchiha estaba tranquilo, tan sereno como siempre, pero había algo en su presencia que le resultaba extraño, inquietante, y que le formó un nudo en la boca del estómago. Frunció el ceño al verlo, y su desconfianza instintiva aumentó antes de que pudiera contenerla. Ahora no era el momento.
Se acercó en silencio y echó un vistazo al mapa que tenían delante. Era detallado y preciso: las líneas marcaban el terreno, los puntos de entrada y los posibles puestos de control débiles.
Itachi se inclinó hacia el frente, y con un dedo pálido trazó una trayectoria a lo largo de las líneas de tinta:
—Estos tres puntos—dijo, mesurado—, son los menos vigilados. Ha sido así durante años. Shisui y yo solíamos usarlos cuando necesitábamos salir de la aldea sin ser detectados.
Kakashi frunció el ceño, su ojo visible se entrecerró pensativo mientras estudiaba las áreas que Itachi le había indicado. No habló durante un momento. La mirada de Sakura pasó del mapa a los dos hombres, con la tensión hirviendo a fuego lento bajo la superficie. No pudo evitar fulminar a Itachi, y su preocupación se encendió a pesar suyo. Todavía no estaba en condiciones para luchar, mucho menos para merodear entre las tiendas hilvanando planes de ataque.
Finalmente, Kakashi habló.
—No estoy seguro de que esos lugares vayan a estar poco vigilados, no con Obito en el poder. El equilibrio ha cambiado, y tu clan tiene más influencia que nunca. No me sorprende que haya reforzado la seguridad donde más importa.
Sakura percibió el sutil endurecimiento de la postura de Itachi, la tensión en sus hombros. A pesar de su calma, sabía que no era inmune a la duda.
Sin embargo, su presencia en el lugar no estaba del todo ligada a las estrategias militares, sino a un asunto perverso y retorcido.
Su paciencia se rompió.
—Itachi—comenzó ella, con un tono más agudo de lo que pretendía—. ¿Estás seguro de esto? Porque yo no lo estoy.
Itachi la miró, con sus ojos oscuros ilegibles.
Kakashi suspiró, con los hombros ligeramente caídos. En los últimos días, Sakura había sido testigo de la vulnerabilidad de su general y se preguntaba si los demás eran capaces de ver que, bajo la fachada estoica, se ocultaba un hombre que al igual que todos los demás estaba muerto de miedo.
—Para ser sincero, no he estado seguro de muchas cosas estos últimos años. No desde que inició la guerra—confesó.
Había un cansancio en su voz que jamás había escuchado, una vulnerabilidad que hizo que se le oprimiera el pecho. Él siempre fue su líder, un guia en cualquier situación imposible. Oírle dudar, ver las grietas en su confianza, la ponía más nerviosa de lo que quería admitir.
Aun así, se obligó a tragar grueso, con la garganta seca mientras las palabras se le atascaban en la boca.
—El sello está listo—dijo finalmente, apenas más alta que un susurro.
La realidad de lo que había creado la presionó cuando dio un paso adelante y colocó el pergamino sobre la mesa. Se sentía más pesado de lo que debería, como si la destrucción que contenía estuviese materializándose en la tienda.
Kakashi e Itachi contemplaron el pergamino. El ambiente, ya de por si tenso, se sentía ahora sofocante. Los ojos de Kakashi pasaron del papiro a ella, con una pregunta formándose en sus labios.
Estaba segura de lo que se avecinaba, podía sentirlo en la forma que vacilaba.
—¿Cómo lo conseguiste?—indagó.
Quería creer que seguía siendo la persona que conocían, la que curaba, la que protegía. Pero la verdad yacía en el sello, en el caos que ella había provocado con sus propias manos.
Cerró los ojos, recomponiéndose antes de responder. Cuando los abrió, sintió la fría certeza que había mantenido en secreto durante tanto tiempo.
—Empecé con los principios de los sellos explosivos existentes—explicó con detenimiento—. Pero me tome la libertad de ampliar su complejidad. Y su poder.
El silencio que siguió a sus palabras era como un ser vivo, que la apretada por todas partes.
—Combiné la manipulación de chakra—continuó, firme pero hueca—. Y creé un sello que no sólo explota. Desintegra la materia a nivel molecular.
Cuando las palabras salieron de su boca, observó sus rostros, buscando señales de juicio o incluso asombro. Mas no le dieron ninguna. Se dieron cuenta de que esperaban eso de ella, con un retorcimiento amargo en sus entrañas. La versión de sí misma que había querido ser -compasiva, sanadora- hacía tiempo que se había marchitado ante sus ojos.
Señaló el kanji del centro del sello.
—Es el núcleo, donde se concentra la mayor parte del chakra. A su alrededor hay círculos concéntricos que representan distintos elementos: fuego, viento, tierra. Destrucción y expansión.
Podía percibir el distanciamiento en su propia voz mientras lo explicaba, como si estuviera describiendo el trabajo de otra persona. Pero eso era suyo. Sólo suyo.
»Los círculos distribuyen la energía uniformemente y controlan la magnitud de la expansión. Hay puntos focales: aquí, aquí y aquí—señaló las líneas de pergamino con un dedo, sin levantar la vista.—. Actúan como conductos, canalizando el chakra con eficiencia, asegurándose de que se libere en el momento exacto y con la intensidad deseada.
Era imposible y absurdo ocultar la enormidad del sello. No era sólo un arma, era devastación, algo diseñado no sólo para destruir al enemigo, sino para borrarlo de la existencia, para desgarrar el tejido mismo de su ser. Y lo peor, la parte que apenas podía afrontar, era la falta de remordimiento en ella.
Apretó los puños, notando cómo se clavaba las uñas en las palmas. Debería sentir algo. Culpa. Vergüenza. Arrepentimiento. Sin embargo, lo único que podía identificar era la aceptación. Una fría y vacía aceptación de lo que estaba a punto de hacer, en lo que se había convertido. En el fondo, siempre supo que ese momento llegaría. Que un día cruzaría esa línea.
Fue sencillo decirse a sí misma que lo hacía por su pueblo, por sus camaradas. Que aquello era un mal necesario para proteger a la gente que amaba. Pero la verdad era más insidiosa, más complicada de admitir.
Porque en el fondo, lo único que quería era venganza.
Quería venganza. Contra aquellos que le había arrebatado todo, que la habían destrozado al punto de convertirla en un patético remanente de lo que era. Contra quienes la habían obligado a ser participe del ciclo de la violencia. Y ese sello era la culminación de tal deseo.
Itachi frunció el ceño. Su escrutinio era palpable, pero Sakura mantuvo los ojos fijos en la mesa, reacia a encontrarse con su mirada. Podía adivinar la pregunta formándose en su mente incluso antes de que hablara.
—¿Cómo se activa?—preguntó.
Ahora fue su turno para arrugar la frente al mismo tiempo que los músculos de su mandíbula se tensaban. Conocía la respuesta a la perfección, decirla en voz alta la haría real de una forma para la que estaba segura de estar preparada. El corazón le latía con fuerza en el pecho, pero forzó las palabras, con una voz más fría de lo que pretendía.
—Empieza con la acumulación de chakra—comenzó—. Una vez reunido el suficiente, debe inyectarse directamente en el núcleo del sello.
Extendió los dedos sobre el kanji en el centro del pergamino.
—A partir de ahí, la energía fluye hacia el exterior: del núcleo a los círculos y luego a los puntos focales. Cada círculo controla un aspecto diferente de la explosión: la magnitud, la velocidad de la desintegración, la expansión. El chakra se mueve como una corriente, construyéndose, extendiéndose, hasta que todo el sello está listo.
Era un proceso en el cual había pasado noches enteras trabajando, perfeccionando, una serie de pasos precisos que los llevarían a una destrucción inimaginable. Sin embargo, cuando lo describía, las palabras parecían huecas, mecánicas. Estaba explicando la destrucción, la desintegración de la materia, pero no temblaba, no vacilaba. Acabo por aceptarlo, quizá mucho antes de lo que pensaba.
—El detonador—continuó—se basa en una combinación de sellos manuales. Una vez formado el vínculo de chakra, puede activarse a distancia.
Volvió a tragar grueso. Había omitido algunos puntos del funcionamiento la noche anterior, cuando se lo explicó a Shikamaru.
»No importa la distancia. Mientras la conexión de chakra permanezca intacta, el sello puede activarse desde cualquier lugar.
Por fin levantó la vista, y sus ojos se encontraron con los de Itachi por primera vez desde que había entrado a la tienda. Asintió levemente con la cabeza, como si estuviera dándole vueltas a lo que ella acababa de decir, sopesando el costo de lo que había descrito. Sin embargo, no habló. No lo necesitaba. El silencio entre ellos era suficiente.
Kakashi, un poco apartado, exhaló lentamente a la par que intercalaba la mirada entre ellos.
Debería sentirse horrorizada por lo que había creado, por lo que, sus manos acostumbradas a salvar vidas consiguieron hacer. Pero la verdad, la oscura e ineludible verdad, era que no.
En realidad no.
Una parte de ella, enterrada en lo más profundo pero innegable, estaba contenta. Extasiada por el poder, por el caos que yacía en sus manos. Feliz de poder devolver el golpe a aquellos que les habían hecho daño.
—Como ambos entenderán, la combinación de la manipulación de chakra y la estructura del sello permite que la explosión no sólo destruya a nivel físico, sino que desintegre la materia a nivel molecular. Lo que queda… es la devastación total—concluyó, dejando escapar todo el aire contenido en sus pulmones, como si eso fuese a quitarle el peso que reposaba sobre sus hombros.
La mirada de Kakashi se centró en ella por un segundo o dos, y luego volvió a depositar la atención en el pergamino que los separaba. Su ojo brillaba con algo que ella no era capaz de identificar: comprensión, tal vez, o algo más oscuro, una proyección de la certeza de que todos estaban cruzando una línea de la que no había vuelta atrás. Sus labios, ocultos tras la máscara, se fruncieron brevemente antes de hablar.
—Supongo que el ninjutsu médico es lo suficientemente tedioso en tiempos de guerra—dijo, con una sequedad que la pilló desprevenida—. Debes haberte aburrido para inventar todo un nuevo campo de sellos sólo para mantenerte ocupada.
El golpe fue leve, pero dolía más de lo que esperaba. Notó como sus mejillas se encendían y el rubor de vergüenza subía por su cuello, indetenible. Había pasado años perfeccionando sus técnicas médicas, dominando el arte de la curación en un mundo lleno de muerte. Y, sin embargo, ahora estaba allí, creando algo que encarnaba lo contrario de todo lo que había creído una vez. Quería defenderse, explicar que no se trataba de aburrimiento o distracción, sino de necesidad. Supervivencia.
Pero la verdad era más complicada que eso.
—Sólo pensé…—dudó—. Es una forma de combinar las ramas. El ninjutsu médico y los sellos. Para hacer algo que pudiera… cambiar la situación.
Cambiar la situación. La frase flotaba a su alrededor, vaga y hueca. Incluso, mientras la decía, sabía que esa no era la verdadera razón. Quería acabar con la situación, no cambiarla. En los últimos meses anhelaba el poder que puede detener la guerra, no mediante la curación, sino mediante la fuerza. A través de la destrucción dura e implacable.
Kakashi suspiró; el sonido colmado del peso familiar del cansancio y la aceptación a regañadientes.
—Si eso explota antes de tiempo—dijo, señalando con la cabeza el pergamino—, espero que al menos recuerdes todas las veces que he respondido a tus preguntas, diciéndote que sólo porque puedas imaginar algo… no significa que debas intentarlo.
Notó que algo se agitaba en su pecho, un calor distante en medio del frío desapego que se había instalado en ella. Miró a Kakashi, con su postura y actuar engañosos, como si nada fuera demasiado pesado o complicado para él, aunque sabía que no era así. Su comentario era tanto una advertencia como un intento de broma.
Se permitió esbozar una pequeña sonrisa, aunque mantuvo la cabeza inclinada, con el cabello cayéndole como una cortina sobre los ojos.
—Soy consciente de que siempre fui una alumna insoportable de enseñar—admitió con una risita silenciosa y autocritica.
—Precisamente por eso—añadió Kakashi, señalando el sello con un gesto poco entusiasta.
Aquello era un testimonio de esa parte implacable en ella, la que nunca dejaba de empujar, la que nunca se conformaba con lo seguro o lo predecible.
Kakashi guardó silencio, pero pudo sentir su atención en ella, la paciencia familiar que había definido su dinámica durante tanto tiempo. Él la conocía, había visto su impulso de todas formas: la sanadora, la estratega, la guerrera. Y ahora, la creadora de algo que podía acabar con todo.
Sin agregar algo más, los tres procedieron a discutir los últimos detalles de la batalla, la tensa atmósfera de la tienda se disolvió en una breve calma.
Al cabo de una hora, Kakashi se quedó atrás, reflexionando sobre la estrategia, mientras Sakura e Itachi salían al aire fresco de la mañana. El campamento que los rodeaba bullía de actividad: shinobis que iban de un lado para otro, gritos, conversaciones animadas y canticos de batalla. Entre ellos había una extraña quietud, un entendimiento tácito de que ese podría ser uno de los últimos momentos de calma antes de la tormenta..
Caminaron uno al lado del otro, sus pasos suaves sobre la tierra compactada. Los orbes esmeraldas de Sakura se desviaron hacia Itachi cuando rompió el silencio, con la preocupación que no podía reprimir en su voz.
—No deberías estar fuera de cama tan pronto. Deberías estar descansado, no aquel fuera trazando estrategias o repasando planes de ataque.
Itachi continuó con la vista al frente.
—Estoy bien—dijo en voz baja, pero con un deje de finalidad que dejaba claro que no iba a debatir la cuestión—. Las dosis de células de Hashirama han hecho maravillas.
Sakura no pudo evitar escrutarlo por el rabillo del ojo. Su rostro, aunque pálido y marcado por los estragos de años de enfermedad y batalla, resguardaba una calma casi antinatural. Era como si hubiera hecho las paces con todo, incluso con el caos que le esperaba. Frunció ligeramente el ceño, cruzando los brazos sobre el pecho mientras trataba de encontrarle sentido.
—Pareces increíblemente tranquilo—comentó, inquisitiva mas no acusadora—. Teniendo en cuenta que vamos a la guerra en pocas horas.
Itachi no vaciló.
—Me siento… optimista al respecto.
Sakura se detuvo, enarcando una ceja mientras se giraba para mirarlo de frente.
—¿Optimista?—repitió, con evidente incredulidad.—. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Itachi también se detuvo, contemplándola de forma significativa.
—Tú.
Sakura parpadeó, conmocionada, momentáneamente desconcertada por la confesión. Era inesperado y extraño, como si acabara de revelar algo que no debía. Abrió la boca para responder, pero no supo qué decir.
Él se tomó la libertad de llenar el silencio.
—Tenías razón. Sobre las segundas oportunidades—aclaró.—. He estado pensando en ella y ahora creo que la mayoría de la gente, sin importar su pasado, merece otra oportunidad para hacer algo bien.
Lo miró fijamente, con los brazos cruzados a la altura del pecho, tratando de procesar lo que decía. No era propio de él expresarse tanto, especialmente sobre algo tan personal. Pero bajo la calma superficial, había una seriedad que no podía dejar pasar por alto.
Cambió el peso de su cuerpo a la pierna izquierda, entrecerrando los ojos ligeramente.
—¿Significa que piensas lo mismo de Obito?—cuestionó.
Los labios de Itachi se curvaron ligeramente, una sombra de una sonrisa que o alcanzó sus ojos.
—No todos—respondió en un murmullo—. Obito es diferente. Hay algunos que no pueden ser salvados.
Se permitió esbozar una pequeña sonrisa, un gesto irónico, casi amargo. Era una respuesta que podía aceptar. Ya ni siquiera estaba segura de creer en la redención, después de todo lo que había presenciado, después de todo lo que había hecho. Pero oírlo decir eso, la tranquilizada de un modo extraño.
Una joven kunoichi se acercó a ellos, con pasos ligeros. Se inclinó respetuosamente ante los dos a manera de saludo antes de hablar.
—Sakura-san—la saludó—. Shizune-san te está buscando. Requiere tu presencia en la carpa médica.
Sakura dejó escapar un suave suspiro. Se volvió hacia Itachi, y su expresión se suavizo al ofrecer una disculpa en voz baja.
—Lo siento. Parece que tengo trabajo que hacer.
Itachi asintió débilmente con la cabeza.
—Ve—dijo simplemente.
Sin decir nada más, Sakura dio media vuelta y se dirigió hacia su destino, dejando atrás el entendimiento compartido y el inminente peso de lo que estaba por venir.
República del Fuego
El frío mordía su piel, más afilado que cualquier katana. Las muñecas le palpitaban bajo el peso de los grilletes de hierro, magulladas y en carne vida por donde se clavaban. Las cadenas vibraban con cada movimiento, cada respiración, burlándose de él con su certeza. No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba allí. ¿Minutos? ¿horas? ¿días? El tiempo se estiraba y quebraba, una espiral interminable que estrangulaba sus pensamientos. No había ni día ni noche, sólo oscuridad, espesa y sofocante, que lo envolvía como las húmedas paredes de ese pozo.
La visera que le cubría los ojos le apretaba demasiado, presionándole las sienes. Su mundo se había reducido al tamaño de la celda, no más ancha que un ataúd. Era incapaz de estirarse, no encontraba alivio a los calambres que se habían instalado en sus miembros, retorciendo músculos y huesos hasta la agonía. La piedra que tenía debajo era gélida, como si absorbiera el calor de su cuerpo con deliberada crueldad. Se movió ligeramente, pero incluso, el mínimo esfuerzo era monumental, como si su cuerpo se rebelaría, se resistiera.
Respiraba entrecortada y superficialmente, recordándose que seguía allí, vivo. Mas no significaba nada. El sepulcral silencio le roía la cordura, llenando los vacíos donde antes residían la memoria y un patético remanente de esperanza. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que habló? ¿Desde la última vez que vio algo más que el interior de sus propios parpados? La pregunta revoloteaba dentro y fuera de su mente, como una polilla que busca la luz en un lugar donde no la hay.
Apretó los puños, notando el hierro oxidado morderle las palmas. La ira era ahora una frágil brasa, demasiado débil para incitarle a la acción, pero aún ardía. Era lo único que le quedaba. Podían quitarle la vista, el movimiento, la noción del tiempo, pero no la llama que llevaba dentro. O eso se decía a sí mismo. En el mutismo, la duda se coló, un susurró frío y resbaladizo que se deslizó por su juicio sin proponérselo. ¿Y si nunca abandonaba ese lugar? ¿Y si su destino era pudrirse ahí, olvidado, incluso hasta que su nombre se convirtiera en polvo?
Un nudo se le formó en la garganta, un dolor seco donde antes había palabras. No había gritado. Se negaba a gritar. Incluso ahora, encadenado y sin vista, se negaba a darles esa satisfacción. No obstante, cada vez le costaba recordar más por qué. Su orgullo, su venganza, Sakura… ahora eran cosas abstractas, destellos en el borde de su conciencia, embotados por el fardo de la nada.
Las cadenas tintinearon cuando se movió, intentando aliviar el dolor instalado en su columna. Un esfuerzo inútil. Estaba inmovilizado, atrapado en un espacio demasiado pequeño. Las paredes de piedra le apretaban, el aire se enrareció al mismo tiempo que su corazón latía con más fuerza
La puerta crujió al abrirse, rompiendo el opresivo silencio. No fue el sonido lo que lo sobresaltó, sino las pisadas, pesadas y deliberadas. Dos series, firmes y pausadas, golpeando el suelo de piedra como una marcha funeraria. La atmosfera cambio. Algo en la forma en que se movían le dijo que no estaban ahí para hablar. No hubo advertencia ni intercambio de palabras. Sólo unas manos ásperas, callosas y descarnadas que lo tomaban por los brazos.
Lo levantaron de un tirón y sus rodillas se doblaron al ser arrancado del suelo helado. El dolor se agudizó en sus muñecas cuando las cadenas se clavaron en él y le impidieron moverse. Su cuerpo chilló, liberándose de la posición en la que se había visto forzado durante demasiado tiempo. Un gemido involuntario escapó de su garganta antes de que pudiera detenerlo, sus músculos agarrotados eran como una maquina obligada a funcionar tras años de oxido y abandono. Se odio a sí mismo por el quejido, por la debilidad que dejaba al descubierto.
Lo arrastraron hacia delante, sin molestarse en aminorar la marcha o aliviar el peso sobre sus piernas. Sus pies tropezaban con el suelo, intentando encontrar apoyo, pero los grilletes que le rodeaban los tobillos repiqueteaban con cada paso inseguro a la par que los gritos ahogados y los lamentos lejanos resonaban en el pasillo.
Los lamentos eran incorpóreos, más propios de los fantasmas que de prisioneros vivos. Algunos eran agudos, llenos de desesperación. Otros eran graves, guturales, como si quien los emitiera hubiera perdido la esperanza hace tiempo. Sasuke tragó saliva contra la bilis que subía por su garganta, intentando bloquear el sonido, procurando separarse de la sofocante tristeza que se respiraba en el aire. Pero era imposible. El propio pasillo parecía zumbar con la agonía de los que estaban atrapados en él, las paredes absorbían la angustia y la amplificaban hasta que latía agónicamente en sus oídos, bajo sus pies, en su pecho.
No podía ver, pero no lo necesitaba. Sentía el frio. Podía oler la humedad. Y podía ori… dios, podía oír. El traqueteo de las cadenas, el chirrido del metal, las pisadas que iban y venían, como vidas que empezaban y terminaban en ese abismo. Su cuerpo temblaba, no de miedo -dijo para sus adentros., sino de agotamiento. Cada paso lo arrastraba más hacia las entrañas de aquel lugar, un descenso que parecía interminable.
Por fin escuchó otra puerta abrirse. Las bisagras rechinaron, esta vez más fuerte, anunciando algo definitivo. Las manos lo obligaron a sentarse y le empujaron contra la silla con tanta fuerza que su cabeza se echó hacia atrás. Le dolía la columna, la gélida superficie de la silla le mordía la espalda, recordándole que la comodidad era algo a lo que ya no tenía derecho.
La visera fue arrancada de un tirón y pronto vio luces. Luces tan brillantes que eran como cuchillos atravesándole los ojos. Intentó apartarse de la fuente de luminosidad, pero no lo consiguió, se removió en vano. Parpadeó rápidamente, agitado por la repentina impresión. Por un momento, el mundo no fue más que una bruma blanca, una niebla de claridad que lo desorientó más de lo que había hecho la oscuridad.
Apenas tuvo tiempo de echar un vistazo rápido de lo que lo rodeaba cuando volvieron a atarle las muñecas, esta vez con las correas de la silla. El cuero, grueso y apretado, sustituía las cadenas, pero no eran menos liberadoras. En todo caso, eran peores. La silla parecía amoldarse a su cuerpo, encerrándolo en su sitio que una precisión que hacía que escapar pareciera ridículo, irrisorio.
Los guardias trabajaban en silencio, con movimientos metódicos, como si ya hubieran hecho eso miles de veces. A Sasuke se le apretó el pecho y respiro rápidamente. Quería luchar, atacar, pero sentía sus brazos y piernas demasiado pesados, el cuerpo destrozados. Su mente seguía ardiendo. La ira, aguda y consumidora, lamía los bordes de su conciencia. Se encendía con cada grito que resonaba en la distancia, cada suplica desesperada que le recordaba dónde estaba, lo que le estaban arrebatando, pedazo a pedazo.
La puerta se abrió con un chasquido. Los ojos de Sasuke, que todavía se estaban adaptando a la luz dura y estéril de la habitación, se dirigieron hacia la entrada. Obito ingreso, flanqueado por una kunoichi de ojos afilados y depredadores y el pelo del color de la sangre. Se movía con una quietud espeluznante, una sombra con forma humana, como si su sola presencia se tragara el aire y toda la energía de la habitación. Detrás de ellos, los guardias se movieron y sus botas resonaron contra la piedra antes de salir, con el pesado ruido de la puerta cerrándose con una sorda finalidad.
Un zumbido mecánico llenó el cuarto, bajo y amenazador, al activarse el mecanismo de seguridad. Sasuke reconoció el tintineo: era una prisión dentro de otra prisión. Los muros se habían cerrado, y él era el animal enjaulado en el centro.
Obito se adelantó y se inclinó lo suficiente como para que su voz descendiera a un tono casi íntimo.
—Podemos hacer que esto sea sencillo, Sasuke—dijo, suave, deliberado, con una paciencia que le erizó la piel—. Coopera y me asegurare de que te envíen a una celda donde puedas estirar las piernas. Quedate callado, y… bueno, las cosas se pondrán feas.
Sasuke no respondió, tenía la mandíbula tan apretada que le dolía. Su corazón latía con fuerza entre los confines de su pecho, un pulso sordo y ritmo que resonaba con más fuerza en la opresiva quietud. No iba a caer en el juego de Obito. Todavía no. Nunca.
—Ella es Naori—dijo Obito despreocupadamente, como si estuviera presentando a alguien en una cena—. Me ayudara con tu interrogatorio—aclaró.
Ni siquiera se inmutó en mirarla, estaba demasiado concentrando escrutando a Obito, negándose a darle la satisfacción de reaccionar.
Obito retrocedió, cruzando los brazos sobre su pecho, y la habitación se encogió de nuevo, la tensión enroscándose con más fuerza, como una serpiente lista para atacar.
—Empecemos con algo sencillo, ¿vale?—continuo, aburrido—. ¿Por qué te aliaste con la insurgencia ¿Qué esperabas conseguir?
La boca de Sasuke se crispó, las comisuras amenazando con formar una mueca. Conocía la táctica: Obito trataba de desorientarlo, de adormecerlo con una falsa sensación de seguridad antes de comenzar con las verdaderas preguntas, el verdadero dolor. Empezar simple, aflojando los hilos, pensó amargamente. Pero él no era un tonto. No se lo iba a poner fácil.
Su afonía duró una eternidad. La mirada de Obito nunca vaciló, sin embargo, había un destello en ella: curiosidad, diversión. Esperaba que Sasuke rompiera el estancamiento, que ofreciera algo, cualquier cosa. Pero continuaba sentado, con el cuerpo rígido en la silla y la mente como una fortaleza de hierro.
No les daría lo que querían. Todavía no. No hasta que no tuviera otra opción. No era ajeno a los interrogatorios, a la presión calculada del silencio y la sugestión. Podrían intentar doblegarle, pero no llegarían al núcleo. No a menos que él se lo permitiera.
La sonrisa de Obito era tan vacía como el espacio entre las estrellas, una fría franja de nada disfrazada de calidez. Hizo una señal a la kunoichi. El cuerpo de Sasuke se tensó, el instinto gritando antes de que empezara el dolor. La descarga eléctrica lo desgarró, repentina y violenta, como un rayo que le atravesara la médula de los huesos. No pudo evitar reprimir el grito que salió de su garganta, crudo y desgarrado, resonando contra las paredes de piedra de la sala. Sus músculos convulsionaron, agarrotados bajo la implacable corriente, y por un momento, el mundo se redujo a un único e insoportable punto de agonía.
—Te hice una pregunta—le recordó Obito con una risita.
Respiraba entrecortadamente, con el sabor metálico de la sangre en la lengua. Su mente era una tormenta arremolinada, pero a través de ella, la rabia parpadeaba, pequeña y desafiante, como la llama de una vela parpadeando en un huracán. Escupió las palabras, cada sílaba cargada con una dosis de veneno.
—Para liberar a Konohagakure del yugo de la tiranía de mi padre.
Obito no se movió, pero pudo sentir el peso de su escrutinio, la forma en que sus ojos se entrecerraban, como si estuviera considerando, diseccionando. Entonces, lenta y deliberadamente, se inclinó hacia adelante, listo para indagar en el siguiente punto.
—Hablame de Haruno Sakura.
Los latidos de su corazón tartamudearon tan pronto como el nombre de la kunoichi reverbero en sus oídos. La había enterrado, encerrado en el rincón más profundo e impenetrable de su mente. Se había asegurado de que nadie pudiera alcanzarla allí, ni siquiera él mismo. Era su única defensa, la única manera de mantenerla a salvo de ellos, de todo eso.
Pero ahora, Obito escarbaba, hurgaba en ese secreto con la precisión de un bisturí. Sasuke frunció el ceño, la ira hirviendo a fuego lento bajo la superficie, tensándole los músculos. No tenía derecho. No tenía derecho siquiera a pronunciar su nombre.
—No la menciones—sentenció, en voz baja y oscura, amenazante.
Obito ladeó ligeramente la cabeza, con la burla en los ojos, y soltó una carcajada silenciosa y burlona.
—Lo yo entiendo—dijo lentamente—es que lo arriesgaste todo por una mujer. ¿Qué clase de comandante hace eso?
Las palabras lo atravesaron, pero se negó a dejar que se asentaran. Apretó los puños contra las ataduras, negándose a mostrar debilidad. Incluso, cuando el aguijón de la verdad parpadeó en la acusación. Así era como trabajaban: cortando vulnerabilidades, convirtiendo verdades en armas. Pero Obito no lo entendía. No era capaz. Lo que él había hecho por Sakura no era un fracaso de liderazgo. No se trataba de un acto ciego e imprudente de desesperación. Era protección. La había salvado.
Obito volvió a levantar la mano, y Sasuke se preparó, pero la anticipación no suavizó el golpe. La siguiente sacudida lo rasgó con la fuerza de mil cuchillos, cada uno de ellos penetrante, cortándole los nervios con una precisión insoportable. Su visión se nubló, el mundo se redujo a una luz blanca y ardiente, y su cuerpo convulsionó, sacudiéndose contra las correas. Gruñó y sus dientes rechinaron para detener el grito que le atenazaba la garganta. Sentía como si lo desollaran, como si su piel fuera arrancada centímetro a centímetro, dejando tras de sí nervios en carne viva.
El dolor lo consumía. Era todo lo que había: ningún pensamiento, ninguna estrategia, sólo el ardor abrumador que abrazaba cada centímetro de su cuerpo. Sus músculos temblaban, a punto de ceder, y por un instante fugaz y aterrador, se preguntó si había llegado el momento. Si esa sería la hora en que su cuerpo le fallaría y en el que Obito, finalmente, lo quebraría.
No les daría eso. No podía.
Cerró los ojos, encerrando la agonía en el mismo rincón donde había escondido la memoria de Sakura. El lugar al que nunca podrían llegar, por mucho que lo intentaran. Incluso cuando su cuerpo gritaba, incluso cuando su mente amenazaba con fracturarse, se aferró a eso, a lo único que no podían arrebatarle.
Obito se levantó lentamente. La luz brilló contra la cicatriz de su rostro mientras lo observaba como un científico diseccionando a una criatura rota.
—Es una verdadera lástima—murmuró con despreció, casi divertido—.Todo ese potencial, desperdiciado. Solo por una chica—se burló—. Patético.
Con fuerza calculada, pateó la silla. El impactó resonó a través del metal, y Sasuke sintió un latigazo de dolor recorrer su columna. No fue tan intenso como la descarga, pero si lo suficiente como para encender nuevamente los nervios que seguían ardiendo. Una espina de suplicio que se propagaba desde su espalda baja hasta el cráneo.
Obito presionó dos dedos contra su cuello para tomarle el pulso. Sasuke tragó con fuerza para bajar la bilis que le había subido con ese contacto.
—¿Sabes? Sé lo de la explosión de la granja de Magdalenas—pausó un momento, dándole tiempo suficiente para comprender lo que venía a continuación—. Fue tu culpa.
Aquello le generó un poco de gracia. Sin lugar a dudas, le había tomado tiempo llegar a la verdad y sacar sus propias conclusiones.
—¿Cuántos de tus compañeros murieron por tus decisiones?—Obito parecía un maestro decepcionado—.¿Cuantos sacrificaste por esa chica? Los condenaste a todos, ¿cierto?
Su pecho se agitó, cada respiración era un jadeo entrecortado y superficial, como si sus pulmones estuvieran llenos de cristales rotos. El dolor palpitaba en su cuerpo, implacable y devorador, pero a través de la bruma de agonía, un tipo diferente de fuego se encendió en sus venas.
Sin previo aviso, su voz rompió el silencio, ronca pero firme:
—Yashiro. Kagen. Rai. Inabi.—Pronuncio los nombres como una lista.—. Los maté a todos—sonrió débilmente, con dificultad—y lo volvería a hacer.
No era una admisión de culpa, sino una declaración de intenciones. Había matado a sus superiores y no se arrepentía de ello. Ni por un segundo. Lo que Obito veía como una debilidad, el efecto imaginación de su determinación, era precisamente lo que lo mantenía anclado. Mataría a mil más si eso significaba que el futuro que buscaba podía ser alcanzado, si significaba que Konoha podía liberarse de sus grilletes.
Obito no reaccionó al principio. Se limitó a estudiar a Sasuke, sopesando el valor de sus palabras, evaluando el filo de la espada que con tanto cuidado había intentado desafilar. Y entonces, sin mediar palabra, se volvió hacia la kunoichi. El movimiento fue fluido, indiferente, como si estuviera dando una orden en medio de una misión rutinaria, algo mundano.
Los ojos de la chica brillaron, sus labios se curvaron ligeramente, y entonces se movió, los dedos danzando en el aire con una gracia que parecía grotescamente fuera de lugar.
Una fracción de segundo después, el jutsu especial golpeó su cuerpo como un maremoto de pura aonia.
El mundo se hizo añicos.
Sus nervios gritaron como si los estuvieran arrancando hilo a hilo. Su cuerpo se convulsionaba contra las ataduras, la espalda se arqueaba, los dedos arañaban los reposabrazos, pero no había escapatoria. Sentía como si cada fibra de su ser estuviera ardiendo, cada terminación encendida con un calor abrasador. Su visión se nubló, su mente se derrumbó bajo el peso insoportable del dolor. No podía respirar. No podía pensar. Cada segundo se alargaba toda una eternidad, un tormento que no tenía fin.
La descarga era diferente, peor, porque no solo atacaba el cuerpo. Roía los bordes de su mente, deshilachando la línea que separaba sus pensamientos de la agonía física. ¿Cuánto tiempo había pasado? Ya era irrelevante, distorsionado, como si las horas pasaran en un solo segundo y los días en un minuto. El suplicio lo abarcaba todo, devoraba su sentido del yo, haciendo casi imposible recordar quien era o por qué estaba ahí.
Por un breve y horrible momento, pensó que podría perder el conocimiento. Eso sería misericordioso. Pero el jutsu era demasiado preciso, demasiado controlado, manteniéndolo al borde de la consciencia sin dejarle caer. Era como si hubiera dominado el arte del sufrimiento, manteniéndolo en su sitió como una mosca atrapada en una telaraña, con las alas desgarradas, incapaz de hacer otra cosa que sentir.
Le ardía la garganta por los gruñidos y jadeos que ni siquiera se había percatado de que había estado profiriendo. El sonido de su propio dolor resonaba en sus oídos, distante y distorsionado, como si otra persona estuviera sufriendo. Su visión se oscureció, con manchas negras, pero luchó contra ello.
Cuando el jutsu finalmente cesó, su cuerpo permaneció tenso, temblando involuntariamente. Los músculos sufrían espasmos bajo la piel, como si aún no se hubieran dado cuenta de que el ataque había terminado. Inclinó la cabeza hacia delante y sintió el humillante goteo de la salvia que se deslizaba desde la comisura de sus labios, bajando por su barbilla.
Se obligó a concentrarse en el sonido de su respiración entrecortada, en la forma en que el aire Cualquier cosa menos el dolor.
Obito se adelantó, sus movimientos lánguidos, como si toda esa prueba no hubiera sido más que un ejercicio casual. Colocó un dedo bajo su barbilla, levantándole la cabeza, como si evaluara una cosa rota, algo menos que humano. Sus ojos se abrieron con un parpadeo, apenas capaz de enfocar al hombre que tenía delante.
—Debes saber que todos los miembros de la Resistencia están muertos—Obito parecía divertirse.
Se le cortó la respiración, mas no se movió, no reaccionó. Su mente, sin embargo, se agitaba violentamente, buscando, negando. No podía creerlo. Todavía no. No así.
De la voz de Obito goteaba crueldad, cada palabra cuidadosamente elegida para cortar más profundo.
—El cuerpo de la capitana Tsuyoshi decora el muro, al igual que los de tus camaradas.
Imaginó a la mujer sin vida, colgada como un trofeo en aquel muro donde cada semana desfilaban un centenar de cuerpos hasta que su carne putrefacta era devorada por aves de carroña.
—Me temo que no va a gustarte lo que estoy a punto de decir pero, si piensas que pronto te unirás a ellos, estas muy equivocado—dijo Obito con aires de suficiencia—. Cuanto más tardes en darme la información que necesito, más tiempo continuara tu tortura—prometió—. Se que eres un hombre sensato, Sasuke.
Sensato. La palabra se retorció en su mente, burlándose de él. Los hombres sensatos no habrían luchado por la libertad. No habrían sacrificado todo por algo más grande que ellos mismos. Pero Obito quería hacerle creer que la lucha había terminado, que todo había sido en vano. Sasuke no estaba seguro de cuánto tiempo más podría continuar. Cada parte de su ser deseaba detenerse, dejarse llevar, pero sabía que si lo hacía, lo perdería todo. Perdería a Sakura.
Obito llamó a la puerta, el sonido reverberó por la cámara como un último peaje. Los guardias respondieron de inmediato, desactivando el mecanismo de seguridad con una serie de chasquidos y silbidos. En segundos, la puerta se abrió con un chirrido e ingresaron con expresión inexpresiva, casi aburrida.
—Lleven al capitán al ala medica—ordenó—. Asegúrense de que esté como nuevo. Continuaremos con el interrogatorio más tarde.
No se resistió cuando los hombres lo desataron, sus manos ásperas e indiferentes lo obligaron a ponerse de pie. Las piernas se le doblaron, pero a ellos no les importó. Lo arrastraron por el frio suelo de piedra, con el cuerpo flácido y agotado, el peso de todo presionándole como una mortaja asfixiante.
Campamento de la Insurgencia
Valle del Juicio
Corrió la cortina de la tienda al mismo tiempo que sus manos amasaban lentamente los músculos de su cuello con la intención de disipar un poco la tensión y el cansancio acumulados en ellos.
Estaba más que acostumbrada a vivir trabajar de pie; solo alguna oleada excepcional de heridos le provocaba dolores óseos y musculares a los que parecía después de activar el Byakugō.
Había pasado todo el día instruyendo a los ninjas médicos más jóvenes sobre cómo actuar en los protocolos que se activarían a medida que la batalla se desarrollara en los próximos días. A esas alturas, la mayoría de la planilla contaba con una suerte de persiana psicológica que bajaban con firmeza sobre el recuerdo de las agonías cotidianas cada vez que se disponían de algo de tiempo para pensar.
Aun así, su cuerpo, por muy entrenado y resistente que estuviera, comenzaba a protestar. El suave dolor se extendía desde las sienes hasta la punta de los dedos mientras estiraba metódicamente los brazos por encima de la cabeza, escuchando el crujido de las articulaciones y soltando un suspiro de genuino alivio ante el tirón de los ligamentos tensos.
Por un instante, dirigió sus pensamientos hacia el vacìo de la sensación física, su meten se apartó de las responsabilidades que se cernían como ella. Pero con la misma rapidez, la voz de Shizune volvió a ella, resonando en los silenciosos rincones de su conciencia:
«Si sigues usando tu chakra así, sin descanso, acabaras sufriendo otro infarto. Estas corriendo un riesgo que no puedes permitirte, Sakura».
Sus dedos se congelaron en el nudo situado en la parte maja de su espalda.
«No querrás lo que no puedes tener».
Cerró los ojos instintivamente, deseando que aquellos recordatorios desaparecieran para siempre. Resonaban como un lento goteo de agua en una cueva hueca. Tal vez había sido imprudente al forzarse en los últimos días. Pero, ¿podía permitirse ser precavida ahora? El plan de ataque tenía que ser perfecto, sin fisuras. Demasiadas vidas dependían de ello. Demasiada gente que le importaba.
El aire del atardecer era fresco, rozando suavemente su piel como un fino velo de niebla, llevando consigo el tenue aroma de la tierra y los rastros persistentes del humo de la hoguera. Caminó por el sendero principal, con paso enérgico y decidido, a la par que su mente repasaba los planes discutidos en la carpa médica.
Al acercarse a la tienda de Ino, sus pasos vacilaron.
Allí, justo delante, una figura emergió del interior: Naruto. Su cabello dorado, despeinado e inconfundible, captaba los últimos atisbos de la luz del día, brillando suavemente bajo el fulgor anaranjado del crepúsculo. Sakura se detuvo instintivamente, buscando refugio tras un tabique de lona, insegura sobre lo que estaba atestiguando. Entrecerró los ojos. Hasta donde sabía, sus dos mejores amigos compartían un lazo de camaradería y nada más. Pocas veces habían interactuado y, por ende, el hecho de que Naruto estuviera en la tienda de Ino avivaba la curiosidad a niveles exorbitantes.
Y, hablando del demonio, pocos segundos después Ino apareció en la entrada de la tienda. Lucía tranquila, serena, de una manera totalmente diferente a la persona ruidosa y coqueta que conocía durante tanto tiempo. Su mano fue gentil al extenderla y tomar la de Naruto. Fue un gesto tan simple, tan delicado, que congeló momentáneamente a Sakura.
Naruto se volvió hacia Ino, su expresión se suavizó, casi vulnerable de una forma que nunca antes había vislumbrado. Y entonces, en un gesto que Sakura sabía que no tenía derecho a presenciar, su mejor amiga se inclinó, presionando sus labios contra los de él en un beso tierno y casto a la vez. Por un par de segundos, el tiempo parecido suspenderse, el peso de la intimidad entre la pareja empujó al resto del campamento en silencio. No era el beso apasionado de los amantes, sino más bien de despedida que acarreaba consigo la promesa de regresar.
El corazón le dio un vuelco entre los apretados confines de su pecho. Había visto a Naruto herido, lo había visto sangrar, perder y luchar con todo lo que tenía, pero jamás lo había visto besar así. Era una suavidad que contrastaba violentamente con la brutalidad del exterior, y sin embargo, era totalmente innegable. Sintió que se le aceleraba el pulso, como si se estuviera entrometiendo en algo sagrado. Instintivamente, apartó la mirada.
No obstante, la imagen de Ino -brillante, segura de sí misma, a menudo temeraria-, ahora tan tierna con Naruto, la desorientaba. Nunca había imaginado que el afecto de su amiga se inclinaría en esa dirección, hacia el chico del que alguna vez se burló y reprendió cuando eran niños. Un chico que se había convertido en mucho más que eso.
Cuando Naruto finalmente se separó, fue con una gracia lenta y fácil, sus ojos se detuvieron en Ino un momento más, como si él también estuviera sorprendido por su conexión. Una vez más se le cortó la respiración al ver la pequeña sonrisa danzar en sus labios, un gesto de calidez y algo más, algo privado que no podía descifrar, pero que también había visto en Sasuke un par de ocasiones. Ino soltó su mano, y entonces Naruto dio media vuelta y su forma se disolvió en las sombras del crepúsculo a la par que sus pasos lo dirigían por otro sendero, lejos de su escondite.
Sakura exhaló, como si hubiera estado aguantando la respiración demasiado tiempo. Dio un paso atrás, sintiendo la fría tela de la tienda rozar su brazo, regresándola a la realidad. Ino permaneció de pie un momento más, con la mano siguiendo brevemente el rastro de la de Naruto, antes de retirarse también al interior del santuario familiar compuesto por paredes de lona. La luz parpadeó y se atenuó, y la silueta de su amiga pronto fue engullida por el apagado resplandor.
Notó una extraña sensación de desplazamiento, como si estuviera caminando por el sueño de otra persona. Había olvidado por completo los motivos por los cuales se dirigía a la tienda se Ino, los cuales le parecían imposiblemente lejanos. No estaba segura de por qué la escena, aquel beso, la había inquietado tanto. Tal vez por el silencioso recordatorio de que, incluso en la guerra, la gente encontraba formas de conectarse, de encontrar consuelo el uno el otro. Tal como lo habían hecho ella y Sasuke o Itachi e Izumi. O tal vez era que nunca se había permitido imaginar a Naruto bajo esa luz: vulnerable, amado, apreciado.
Se quedó fuera de la tienda, con los pensamientos enredados en una maraña de incertidumbre e incomodidad. El olor a tierra del campamento se mezclaba con el frío húmedo del aire nocturno, pero no conseguía apaciguarla. Su mirada se desvió hacia el suelo, recorriendo con los ojos la suciedad bajo sus botas: rasposa y desigual, huellas de innumerables pies marcando la mezcla de tierra y nieve con el rastro de la guerra. Lo contempló durante un largo instante, notando cómo la quietud se introducía en sus huesos. Luego, tragó grueso y se obligó a pensar en otra cosa.
Su respiración se calmó y enderezó la columna. Cualquier malestar que sintiera no tenía cabida en ella, no con Ino. Era su amiga, la persona que la conocía mejor que nadie. Con un movimiento fluido, levantó la pesada tela que servía de entrada a la tienda y la dejó caer detrás de ella mientras entraba.
—¿Ino?—la llamó suavemente, sin embargo, ella ya se habría percatado de su presencia—. ¿Puedo entrar?
Ella respondió de inmediato, como si la estuviera esperando.
—Por supuesto, adelante.
La atmosfera cambio de la oscuridad del campamento a algo más íntimo, más contenido. Ino yacía sentada con las piernas cruzadas sobre una estera, y el suave resplandor de una linterna proyectaba una luz cálida y parpadeante sobre su rostro. Tenía un pergamino desplegado delante de ella, cuya delicada escritura captaba la luz ámbar, confiriéndole una textura antigua y precisa a la vez. Cuando levantó la vista de su lectura, una sonrisa de tranquilidad y familiaridad se dibujó en su rostro, suavizando las líneas de concentración que había mostrado momentos antes.
—¿Largo día?—preguntó ella, su mirada revelaba que no sólo se refería a la logística de la batalla
Se adentró más en la tienda, permitiendo que el calor de la compañía de Ino se filtrara en ella. Se encogió de hombros, cansada, tratando de alejar la incomodidad que la perseguía.
—Más tedioso que largo—dijo, cansada—. Planes. Ajustes. Más planes. Ya sabes cómo es.
La sonrisa de Ino persistió mientras doblaba el pergamino y lo dejaba a un lado. Había algo tranquilizador en sus movimientos, deliberados pero pausados, como si el tiempo dentro de la tienda transcurriera a un ritmo distinto al del mundo exterior.
—Parece que necesitas un descanso—señaló—. ¿Quieres un poco de té?
Sakura dudó un momento antes de asentir, agradecida por la comodidad ordinaria de la oferta.
—Por supuesto.
Ino se levantó con gracia fluida. Se acercó a la pequeña tetera que descansaba en el suelo, ya colocada cerca del hornillo portátil que utilizaban cuando era necesario. Sakura la observó, la simple domesticidad de la escena en contraste con el caos que reinaba al otro lado de la frontera. Se sintió como si estuviera de vuelta en casa, en los días anteriores a que sus vidas se complicaran tanto.
A medida que el agua comenzó a hervir, la tenue fragancia de hierbas y hojas llenó el air. Ino miró a Sakura por encima del hombro, buscando algo en la expresión de su amiga, pero no insistió. En lugar de eso, le entregó una pequeña taza de arcilla.
—Toma—masculló mientras volvía a situarse en la colchoneta—. Bebe. Te sentara bien.
Sakura tomó la taza y sintió el calor penetrarle en los dedos. Inhaló profundamente, dejando que el aroma calmara sus nervios antes de dar un sorbo cuidadoso. El té estaba caliente pero era relajante, un pequeño lujo que rara vez podían permitirse.
Sus manos descansaban ociosas sobre la taza, mientras Ino se echaba hacia atrás, con la postura relajada pero la expresión pensativa. Durante un largo rato, permanecieron sentadas en un cómodo silencio, el que sólo compartían las personas que se conocían desde hace muchos años para llenar el espacio con palabras.
—Así que… Naruto, ¿eh?—preguntó Sakura, rompiendo la calma como un guijarro rozando el agua.
El efecto fue inmediato. Ino se atragantó con el té y balbuceó a la par que sus ojos se abrían desmesuradamente por la sorpresa. Se dobló un poco, tosiendo en la manga. Sakura, por su parte, la observó pacientemente, conteniendo las ganas de reír, con la comisa de los labios crispadas por una carcajada contenida.
—Lo siento, no quise…—comenzó, pero su tono sugería que toda la situación le parecía más divertida que otra cosa. Esperó a que su amiga lograra recomponerse, aun frotándose la garganta, con las mejillas sonrojadas tanto por la tos como por la repentina revelación de su secreto.
Ino carraspeó y parpadeó para disipar los últimos rastros de sorpresa.
—¿Cómo… cómo lo sabes?—inquirió. Entrecerró los ojos ligeramente, suspicaz—. ¿Te lo dijo Shikamaru?
Sakura negó con la cabeza, con una expresión neutra, aunque el leve arqueo de sus cejas sugería que seguía disfrutando la incomodidad de Ino.
—No—dijo, arrastrando la palabra con indiferencia—. Los vi. Pasaba por aquí cuando atestigüe su despedida.
Ino se sonrojó aún más y sus labios se separaron en un silencioso "oh" mientras se huida en su asiento. Miró brevemente el suelo antes de volver a contemplarla, con una mezcla de vergüenza y frustración evidente.
—No fue intencional—agregó Sakura—. No estaba… tratando de espiarte ni nada por el estilo—aclaró—.Pero, espera, ¿Shikamaru lo sabe?
Ino tragó grueso.
—Es increíble, ¿cierto?
—Es una palabra para describirlo. Pero sí, yo diría que es… demasiado—susurró—. ¿Cómo sucedió?
Los dedos de Ino juguetearon distraídamente con la tela de la manga mientras soltaba un suspiro.
—Ni siquiera yo lo sé exactamente—dijo, más reflexiva—. Él sólo… se convirtió en una fuente de apoyo, ¿sabes? Quiero decir, después de todo, de lo que pasó, fue Naruto quien realmente ayudó a que los demás me aceptaran en la base. Él… me hizo sentir que valía la pena estar aquí.
Sakura escuchó en silencio, observando la forma en que el rostro de Ino cambiaba, la manera en que sus ojos se suavizaban cuando hablaba de Naruto. Había cierta ternura allí, una vulnerabilidad que parecía fuera de lugar en sus bromas habituales. Nunca había visto a Ino así, y eso la inquietaba un poco.
—Y entonces—continuó Ino, adquiriendo un tono más divertido—un día estábamos hablando… y al siguiente estábamos juntos en la cama—se encogió de hombros, como si el salto ente la conversación y la intimidad fuera tan simple e inevitable como el cambio de las estaciones.
Sakura, sin embargó, arrugó la nariz en una señal de leve disgusto fingido.
—Puedes ahorrarme los detalles—dijo rápidamente, juguetona.
La risa de Ino fue inmediata.
—¡Fuiste tú la que preguntó!—replicó, levantando las manos en señal de protesta.
—Sí, pregunté cómo sucedió—dijo, poniendo los ojos en blanco—. No pedía una vivida imagen mental de ello, gracias.
Afuera, la noche zumbaba con los sonidos apagados del campamento. Pero allí, bajo el tenue resplandor de la linterna, había una burbuja de calma en medio de la tormenta. Resultaba extraño, casi surrealista, hablar del amor en un entorno así, incluso considerarlo cuando la muerte se cernía tan cerca de todos ellos, una sombre siempre presente que apagaba la vitalidad de la vida.
La sonrisa de Ino se desvaneció en un parpadeó, transformándose en un gesto pensativo.
—¿Sabes?—comenzó en voz baja—, siempre pensé que tendría tiempo para cosas como ésta. Para el amor.—Se encogió de hombros, un pequeño atisbo de impotencia—. Pero la guerra… te roba eso. Te hace olvidar lo que es sentirse seguro, incluso querer algo tan simple como un romance.
Sakura asintió con la cabeza, y sus propios pensamientos vagaron hacia el pasado, hacia momentos que no se había permitido volver a visitar en mucho tiempo. Las palabras de Ino tenían una profunda resonancia. La guerra, con toda su violencia e incertidumbre, les había robado tanto: no sólo la inocencia, sino el tiempo para soñar con una vida más allá del campo de batalla, con algo más que la supervivencia. Les había quitado el lujo de amar sin miedo, de formar vínculos que no parecieran frágiles, efímeros, como si pudieran disolverse en cualquier instante.
Recordó al chico con el que Ino había salido brevemente: un pequeño destello de felicidad en medio de la oscuridad. Salieron un par de veces, nada serio, pero lo suficiente para que Ino tuviera la impresión de lo que podría haber sido. Y entonces, como tantos otros, el joven murió, arrebatado por la crueldad implacable de la batalla. Aun podía rememorar con exactitud la mirada vacía de su amiga cuando la noticia llegó a ella, la silenciosa devastación que siguió. Después de eso, se había dicho a sí misma que el amor era algo peligroso, una cosa que debía evitarse, como la peste, en un intento desesperado por protegerse del dolor de la pérdida.
En cambio, ella, nunca se había enfrentado. Una pérdida así, no de la misma manera. Su historia era diferente, pero no menos trágica. Nunca conoció el amor hasta que su camino se cruzó con el de Sasuke, e incluso entonces, era una idea inalcanzable, plagado de complicaciones y desengaños. No era el tipo de amor que traía consuelo o estabilidad. En cambio, era un amor marcado por la ausencia, por el anhelo, por el dolor constante de la esperanza de algo que nunca podría llegar a ser.
Amaba a Sasuke profundamente, sin reservas. Aun así, desde el inicio, su relación había estado llena de sombras, de traiciones y distanciamientos, de decisiones que los separaron. Incluso ahora, a pesar de todo lo que habían atravesado, Sakura no podía evitar pensar que ellos estaban destinados al fracaso. Era como si su conexión hubiera sido escrita en las estrellas, solo para ser destrozada por el peso del mundo que los rodeaba: un amor que siempre iba a terminar en tragedia.
Era extraña la facilidad con la que se deslizaban, dos kunoichis, las más fuertes y brillantes de su generación, sobrevivientes, ahora reducidas a poco más que chicas compartiendo la intimidad de una conversación trivial, sobre chicos, de todas las cosas.
Ino se echó hacia atrás con un exagerado suspiro, enarcó una ceja y sonrió satisfecha.
—No actúes como una mojigata, Sakura. Sé que hay más entre tu y Sasuke de lo que aparentas—dijo, juguetona.
Sakura abrió los ojos con fingida indignación.
—No estamos hablando de m—replicó ella, luchado contra una sonrisa—. Se trata de ti y Naruto.
Ambas estallaron en carcajadas, de esas que salían de lo más profundo del vientre, catárticas y liberadoras.
Cuando la risa se desvaneció, Sakura miró de reojo a Ino.
—¿Lo amas?—quiso saber.
—¿A quién?—preguntó Ino, pretendiendo no entender a la par que parpadeaba inocentemente.
Sakura puso los ojos en blanco.
—Sabes exactamente de lo que estoy hablando.
El rostro de Ino se suavizo y sus labios se curvaron en una sonrisa contemplativa. Se indicó hacia adelante, abrazando sus rodillas contra el pecho, como si estuviera considerando la pregunta más profundamente de lo que Sakura había previsto. Después de un minuto o dos, se encogió ligeramente de hombros.
—Amar a alguien… es algo grande ¿sabes? Más grande que esto—agitó una mano vagamente, señalando al mundo exterior: la guerra, el caos—. Pero si, supongo que de cierta forma lo quiero. A mi manera.
Sakura sabía que Ino hablaba en serio, aunque aparentara despreocupación. El amor, en tiempos de guerra, era diferente. No era el tipo de amor de los cuentos de hadas o ensoñaciones: era crudo, incierto, marcado por la certeza de que cualquier momento podía ser el último.
Los ojos azules de Ino pasaron a encontrarse con los de Sakura.
—¿Qué hay de ti? ¿Amas a Sasuke?
—Sí—respondió. No necesitaba decir más; esa palabra encerraba toda la complejidad de lo que sentía por él: el dolor, el anhelo, la esperanza que nunca se desvanecía del todo.
Ino le sonrió suavemente, leyendo la profundidad de su réplica.
—Bueno, parece que las dos no tenemos remedio.
Sakura rió, resignada.
—Si, eso parece.
De nuevo, el silencio se instaló entre las dos. La mirada de Ino se desvió hacia Sakura, con los labios apretados como si buscara las palabras adecuadas.
—¿Estás… molesta conmigo?—preguntó, vacilante.
No estaba habituada a escucharla hablar de esa forma. Ino solía ser audaz, poco temerosa a la confrontación. Pero ahora, había una nota de incertidumbre, casi de culpabilidad.
Sorprendida, la miró.
—¿Por qué debería estarlo?—preguntó, genuinamente impresionada.
Ino suspiró, sus hombros se relajaron ligeramente, esperando una respuesta diferente.
—Porque no te lo dije antes. Sobre Naruto.
Sakura negó con la cabeza, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora.
—No estoy enojada. Entiendo por qué no lo hiciste.
Los labios de Ino se torcieron en una sonrisa cohibida.
—Es que… con todo lo que estabas pasando, no me pareció adecuado. No pensé que fuera… prudente.
Sakura asintió despacio. Sabía a qué ser refería. La guerra tenía una forma de hacer que todo pareciera menos importante, de convertir los asuntos personales en temas casi triviales frente a las grandes luchas que todos soportaban. El amor, las relaciones, incluso los momentos de felicidad, se sentía frívolos, fácilmente eclipsados por el peligro.
—Me alegro por ambos—masculló—. Lo digo en serio.
Sin pensarlo, se inclinaron una hacia la otra, estrechándose en un apretado y cálido abrazo.
La frágil paz se esfumó al escuchar una voz fuera de la tienda.
Ambas se apartaron instintivamente. Sakura volvió la atención hacia la entrada con el ceño ligeramente fruncido, sintiendo un hueco en el estómago cuando se puso de pie y se dirigió hacia la entrada con paso apresurado.
Corrió la lona, conteniendo el aliento y observó al soldado frente a ella.
—Haruno-san—la saludó, haciendo una torpe reverencia en señal de respeto—. Shikamaru-san la busca—dijo, con un tono rápido, casi urgente.
Ino enarcó una ceja.
—Shikamaru, ¿eh? ¿Hay algo entre ustedes dos?—preguntó detrás de ella.
Sakura puso los ojos en blanco.
—No seas tonta. Claro que no.
La sonrisa de Ino se ensanchó.
—Claro, claro. Los dos pasan mucho tiempo juntos.
—Insufrible—murmuró al mismo tiempo que se sacudía el polvo imaginario de la ropa antes de volverse hacia su amiga—. Nos vemos luego—se despidió.
—Sí, sí, ve a hacerte la importante y misteriosa con Shikamaru—se burló Ino, haciéndole señas para que se marchara mientras se recostaba en la cama improvisada.—. Buena suerte.
Sakura sonrió con cariño y salió de la tienda, donde el aire fresco de la noche la recibió. El chico que había ido a buscarla se encontraba a unos metros de distancia, moviendo su peso con nerviosismo, como si no pudiese adaptarse a la tarea que tenía entre manos.
—Lo siento—dijo rápidamente—, pero Shikamaru-san dijo que era de vital importancia.
Ella arrugó el entrecejo, podía avistar el mal presentimiento que las palabras del muchacho traían consigo.
—¿Qué sucede?—se aventuró a cuestionar.
El chico dudó, como si no estuviera seguro de cómo transmitir el mensaje, pero finalmente habló.
—Shikamaru-san mencionó que… se trata de Uchiha Sasuke.
Algo en su pecho se redujo a un punto asfixiante, obligándose a buscar un poco de sostenibilidad en los extremos de sus mangas a medida que el suelo bajo sus pies parecía perder su firmeza.
Su joven escolta la miró, mas no dijo nada, pero no había necesidad de hacerlo, porque su silencio era la respuesta que ella no quería escuchar.
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Campamento de la Insurgencia
Valle del Juicio
Empujó la solapa de la tienda de Shikamaru, lista para hablar, las palabras formándose en sus labios:
—Uno de los soldados dijo que querías…
Pero se detuvo a mitad de la oración, y su mirada se clavó en el hombre que estaba frente a Shikamaru. Lo reconoció de inmediato. Iba vestido formalmente y, sin mucho que decir, la saludó con la cabeza. Fue la forma en que lo hizo -demasiado lenta, demasiada ensayada- lo que le produjo un escalofrió que nada tenía que ver con el clima invernal. Lucía incómodo, fuera de lugar en aquel campamento, y eso sólo hacia saltar las alarmas. Incluso Shikamaru, el maestro de la calma y el distanciamiento, se veía inseguro de sí mismo, despojado de su habitual confianza.
La mirada del hombre se desvió hacia su compañero, buscando algún tipo de señal, pero Shikamaru se limitó a moverse, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Fue entonces cuando Sakura lo sintió, un mal presentimiento recorriéndole la piel, apretándole el pecho. Algo iba mal, muy mal. Contuvo el aliento, preparándose para el impacto que todavía no se producía.
Finalmente, Shikamaru se aclaró la garganta, un sonido raro que sólo empeoró el ambiente.
—Sakura—dijo con cuidado—. El agregado diplomático se tomó la molestia de venir aquí para decirnos algo.
El hombre asintió rígidamente.
—Lo que quiero abordar con ustedes es mejor hacerlo frente a frente—espetó.
Las palabras cayeron como piedras en profundo pozo, de esos que resonaban mucho después de tocar el fondo. Sakura notó que se le aceleraba el pulso y su garganta se apretaba por una presión invisible. Sus instintos le gritaban, cada terminación nerviosa lívida ante la advertencia.
—¿Ocurre algo malo?—preguntó, procurando sonar firme, aunque por dentro sentía que la tormenta arreciaba, que el pánico se acercaba sigilosamente.
El hombre vaciló, su mirada se endureció, calculando la manera de dar la noticia que acarreaba.
—Tal vez debería sentarse…
—Estoy bien—lo interrumpió. Sus pies permanecían firmes en el suelo, como si moverse fuera a hacer más real lo que estaba a punto de ocurrir.
La mano de Shikamaru salió disparada antes de que ella pudiera reaccionar, y sus dedos rodearon su antebrazo con delicadeza. No fue contundente, Shikamaru nunca lo era. Pero tenía peso, una orden tacita que decía todo lo que él no podía decir. Su tacto era cálido, pero irradiaba urgencia.
—¿Qué es esto?—profirió, temblorosa, su paciencia mermada por segundos.
El agregado los miró a ambos y sus labios formaron una fina y sombría línea. Estaba claro que era un hombre acostumbrado a dar malas noticias, pero aquello parecía costarle más de lo habitual. Por fin, se enderezó.
—Uchiha Sasuke ha sido capturado—anunció.
La noticia la golpeó como un mazo, haciendo añicos el frágil equilibrio que había logrado mantener. El mundo se detuvo. Sintió como si su alma hubiera abandonado su cuerpo, alejándose hacia el vacío. Su corazón dio un doloroso vuelco, arrancándole el aire contenido en sus pulmones.
Tenía la impresión de que el espacio a su alrededor se hacía más pequeño, las paredes de la tienda se cerraban, el aire era denso, viciado y sofocante. Su mente se agitó, aferrándose desesperadamente a la idea de que eso fuera una broma de mal gusto. ¿Sasuke capturado? Era inconcebible, un cruel giro del destino que ni siquiera era capaz de empezar a procesar.
Se quedó paralizada, con las palabras arremolinándose a su alrededor en un bruma de incredulidad. Abrió la boca, mas no emitió ningún sonido. Darse cuenta de que talvez no volvería a ver a Sasuke era demasiado grande.
—¿Por qué?—la pregunta escapó de sus labios, apenas más que un susurro.
La faz del agregado diplomático era impenetrable, pero había un destello de algo -quizá arrepentimiento o frustración- en sus ojos. Mantuvo las manos ocultas en los bolsillos del pantalón.
—Al parecer uno de los miembros de la resistencia los traicionó. No tenemos muchos detalles. Perdimos toda comunicación con él.
Traición: una idea amarga y aguda. Era insoportable pensar que alguien de sus filas pudiera haber sido responsable del catastrófico giro de acontecimientos. No solo se trataba de un golpe persona, sino de un fallo para toda la operación.
Sin embargo, algo no estaba bien. Había un detalle que se le escapaba de las manos y no podía atrapar.
—¿Cómo lo averiguó?—quiso saber
El agregado se movió incómodo, posó la mirada en el suelo antes de volver a encontrarse con la de ella.
—Su esposa fue quien me lo dijo—replicó.
Takako. Una conexión personal, un vínculo íntimo.
—¿Sólo dijo eso?—presionó.
Necesitaba estar al tanto de la situación para actuar.
El agregado diplomático dirigió una mirada fugaz, casi imperceptible, hacia Shikamaru, antes volverla a mirar. El intercambio fue sutil, mas no pasó desapercibido para Sakura.
—Uchiha Takako solicitó reunirse contigo. No está lejos del campamento. Ahora mismo se encuentra en la Tierra de Nadie.
Antes de que Sakura pudiera procesar completamente las implicaciones de lo que el hombre acamaba de decir, la respuesta de Shikamaru fue rápida, casi mecánica en su precisión.
—La respuesta es clara—dijo en un tono que no admitía discusión—. No puedes ir.
Los orbes esmeralda de Sakura brillaron de frustración.
—¿Y quién lo dice?—desafió.
—¿Acaso lo estás considerando?—preguntó Shikamaru, incrédulo—. No puedes estar hablando en serio.
Sakura guardó silencio.
—Debes haber perdido la cabeza—acusó—. Esa no es una misión que puedas emprender por capricho. Es demasiado peligrosa. El área fuera del campamento es un campo de batalla plagado de enemigos. Ir allí sin el apoyo adecuado sería un suicidio.
—Ella es el único enlace que nos queda. Tal vez pueda decir algo más al respecto. ¿Por qué no darle la oportunidad?
Shikamaru frunció el ceño, su rostro se endureció a medida que sopesaba las implicaciones.
—Podría ser una trampa.
—No seas condescendiente conmigo—espetó—. No en este momento. No podemos frenar el plan a mitad de la ejecución—dijo Sakura, en pánico—.¿Qué haremos ahora? ¿Esperar a que Obito tome el poder? Con un nuevo mando, las cosas dentro de Konoha cambiaran drásticamente.
La urgencia de la coyuntura era demasiado grande como para permitir cualquier tipo de inacción.
Shikamaru pasó una mano por su rostro, procurando disipar la zozobra.
—¿Estas sugiriendo infiltrarte en la aldea tu misma?—articuló con un dejo acusatorio, aprensivo incluso.
Una vez más, no respondió inmediatamente. Su silencio era una declaración por sí mismo, un grito mudo de que estaba completamente consciente de lo que proponía. Shikamaru, incapaz de contener su desesperación, se inclinó hacia adelante, la desesperanza en sus ojos mientras continuaba.
—¿Eres consciente de lo que estás diciendo?—insistió con vehemencia.
—Sí, lo estoy. Si no lo estuviera, no lo estaría sugiriendo—dijo al colmo de la originalidad.
Shikamaru cerró los ojos un momento, su rostro contorsionado por la lucha interna.
—Es un suicidio. Si los Uchihas te capturan…
—Sé muy bien lo que sucederá si eso pasa, lo sé desde el momento en el que salí de la aldea—replicó, tajante.
Desalentado, el Nara se volvió hacia el agregado diplomático que estaba presente en la tienda.
—¿Podría darnos un momento a solas?—le solicitó.
—Por supuesto, iré a fumar un cigarrillo—se excusó.
Una vez la cortina se corrió detrás del agregado, Shikamaru se permitió relajar los hombros.
—No estás haciendo esto por la Insurgencia—la acusó—, sino por Sasuke.
Sakura tragó grueso.
Ante la realización, Shikamaru parecía profundamente decepcionado, traicionado.
—Estás siendo imprudente, egoísta. Ni siquiera él lo aprobaría.
Furiosa, torció los dedos a los costados de su cuerpo.
—Puedes seguir llamándome como te venga en gana. Sin embargo, no voy a permitir que ejecuten a Sasuke.
Dio un paso decidido hacia el frente, moviéndose en dirección a la salida de la tienda.
—Si decides marcharte—comenzó a decir, amenazante—, considerare esto como destierro y te tacharemos como traidora.
Sakura se detuvo un segundo, girándose lo suficiente para que Shikamaru pudiera vislumbrar su perfil.
—Honestamente—dijo, serena y desafiantemente indiferente—, me importa un carajo lo que hagan.
Giró por completo y avanzó hacia la salida.
…
Mientras avanzaba por el bosque, la noche se extendía como un velo mortecino por el firmamento. El aire era denso, casi húmedo, cargado de una bruma que envolvía cada rama y tronco retorcido. Sus pasos eran precisos, pero su mente estaba lejos de la quietud. La noticia de la captura de Sasuke se había clavado en su pecho como un kunai, afilado y profundo; la herida invisible supuraba más dolor y desesperación.
El bosque era un laberinto. Las ramas se entrelazaban en una maraña impenetrable, como si quisieran detenerla, como si supieran el peligro que acechaba más allá. No solo era el riesgo de los enemigos, sino también de perderse a sí misma, de ahogarse en la sombra de lo que podría encontrar al otro lado.
De repente, su acompañante se detuvo. El silencio que lo siguió fue ensordecedor, daba la impresión de que el mismo bosque contuviera el aliento. Sakura frenó el paso, el corazón latiéndole en los oídos, y lo contempló con el ceño fruncido.
—¿Sucede algo malo?—preguntó, su voz a duras penas un susurro entre las sombras.
El hombre bajó la mirada hacia el suelo antes de responder.
—No puedo seguir más allá de la frontera—dijo finalmente—. Si nos atrapan a ambos, estaremos en graves problemas.
Sakura lo vislumbró por un momento, su mente calculando las posibilidades y los riesgos. Una sensación de soledad comenzó a envolverla como una niebla fría. Sabía que en ese viaje estaba sola, que cada paso que diera de allí en adelante dependería únicamente de ella. Pero a había tomado una decisión, y nada ni nadie la detendrían.
—Entiendo—masculló.
El agregado asintió en silencio y, acto seguido, sacó de entre sus ropas un mapa desgastado. Se lo entregó con los dedos tensos, marcados por años de trabajo duro.
—Está marcado el punto de reunión. Desde allí, no te resultara difícil llegar si tienes suerte—agregó—. Si consigues cruzar los matorrales todo será pan comido. Marque el mejor sendero para evitar las patrullas, tanto de ida como de regreso.
Asió el mapa, notando el peso en su mano. Contempló las líneas dibujadas con precisión, pero eran simples trazos. No le mostraban el verdadero peligro que acechaba en las sombras, ni la magnitud de lo que había en juego. Sin apartar la vista del pergamino, asintió levemente.
—Gracias por todo—murmuró.
El hombre no dijo nada más. Apenas un movimiento de cabeza en señal de reconocimiento antes de desaparecer entre la espesura, como si el mismo bosque lo hubiera engullido. Sakura lo observó un momento, luego guardó el mapa con manos tensa. No quedaba tiempo para más despedidas.
Comenzó a moverse entre los árboles, el crujido de las hojas secas amortiguado por la suavidad de sus pisadas. La noche la envolvía en una oscuridad profunda, interrumpida por la pálida luz de la luna que se filtraba entre las copas de los árboles. El aire estaba viciado, y cada sonido -el crujir de una rama, el susurro del viento- le hacía dar un pequeño sobresalto. Su corazón latía con fuerza, acelerado, mientras sus nervios permanecían en un estado de alerta constante.
A cada paso, las sombras del pasado se alzaban en su mente, como espectros que no podía apartar. Las imágenes del día de su captura pasaban ante ella con una claridad que le resultaba insoportable. Recordó sus gritos, la desesperación que la embargó mientras era arrastrada a un destino desconocido. Ese dolor era como una garra clavaba den su pecho, arrastrándola al abismo de la frustración.
Y entonces, las imágenes de Hinata comenzaron a entremezclarse con las suyas. El día que murió, la explosión que se llevó su luz.
Cerró los ojos un momento. Trató de contener la oleada de emociones. Procuró respirar, de encontrar su centro, pero cada recuerdo la golpeaba con más fuerza. Tragó grueso, su garganta seca por el esfuerzo de contener el llanto.
Soltó el aire en un largo suspiro, uno que cargaba con sus miedos y desesperación. Inhaló profundamente. Necesitaba calmarse, pensar con claridad. Eso no era solo una misión; era su última oportunidad de salvar a Sasuke. Y no podía darse el lujo de fallar.
Al abrir los ojos el bosque seguía allí, denso, frio.
Poco a poco, tal como se lo había indicado el agregado, las ramas se tornaron escasas y, con un salto de fe, salió al claro despejado que marcaba la frontera natural entre Udon no Kuni y el País del Fuego.
Tomó una enorme bocada de aire y, sin pensarlo, corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron.
Sin mirar atrás se obligó a recorrer los últimos metros de campo abierto hasta adentrarse en las profundidades del bosque de la Tierra de Nadie.
Agitada, subió a un árbol y extrajo el mapa que había resguardado en una de las bolsas de su chaqueta para localizar el punto de encuentro.
Confundida frunció el ceño. La cartografiá nunca fue su fuerte y, al no ser necesaria dentro de la carpa médica, jamás se inmutó en aprenderla. La interpretación y lectura de los mapas siempre se delegaba al líder del equipo o su subordinado, por lo que, en momentos como ese, se maldijo internamente.
Aun así, se las apaño para localizar el sendero señalado en el pergamino.
Los árboles se adelgazaron, dando paso al claro donde se alzaba la casa. Estaba en ruinas, un esqueleto de lo que alguna vez pudo ser un hogar, ahora abonado al tiempo, la destrucción y la naturaleza. Las paredes se estaban desmoronando y las ventanas eran oscuras y huecas, como ojos sin luz desde hacía muchos años. Una hiedra crecida se aferraba desesperadamente a la piedra, intentando recuperar lo que la humanidad había dejado atrás.
Ralentizó sus pasos, agachándose a medida que se acercaba a la entrada. Sus sentidos se agudizaron, el aire frío le erizó la piel en señal de advertencia. En un acto reflejo, sus dedos se cerraron en torno a la empuñadura del kunai, con la única certeza de un paisaje pintando de sospechas. Entró en la casa, con la respiración apenas audible por el susurro de las hojas muertas bajo sus pies.
Cuando cruzó el umbral, algo se retorció en el ambiente, imperceptible pero innegable. Lo sintió en sus huesos, una fuerza invisible que envolvía su mente como enredaderas. Genjutsu. Notó el pánico, sin embargo, lo aplastó y cerró los ojos brevemente. Se centró en sí misma y, de un golpe seco, disipó la ilusión con facilidad.
El aire volvió a la normalidad y la bruma desorientadora desapareció. Yacía en el centro de la habitación, con el kunai en alto y los ojos entrecerrados ante la figura que surgía de la esquina.
—Impresionante—dijo, su voz era suave y lánguida—. Cualquier otra persona habría caído inmediatamente.
La mujer dio un paso adelante, abandonado la penumbra. Sakura se quedó sin aliento. La desconocida era sorprendente, poseedora de una belleza etérea, irreal. Su cabello oscuro enmarcaba su rostro, y sus ojos brillaban con una agudeza que reflejaba el filo de la hoja de su kunai.
Sakura bajó el arma, pero no del todo. Sus músculos permanecían tensos, preparados.
—¿Quién eres?—demandó saber, aunque conocía a la perfección la identidad de la desconocida, tan solo buscaba confirmación.
La mujer no perdió el tiempo en cumplidos ni presentaciones. Se acercó, con la mirada fija, como un halcón estudiando a su presa.
—¿Estás sola?
Sakura dudó.
—Sí—respondió, la voz tensa por la cautela.
—Capturaron a Sasuke. Te necesita—espetó sin desvelar más detalles de la coyuntura.
Ya lo sabía, pero oírlo en voz alta, de boca de aquella mujer, lo hacía más real. Más factible de lo que había sido en su mente.
—Como sabrás, era imposible venir—continuó, esbozando una sonrisa irónica—. Así que me envió a mí.
Sin embargo, le sorprendió lo tranquila que se sentía ante todo aquello: la excitación, el terror apenas contenido que burbujeaba bajo su piel. Esperaba ser consumida por el miedo. En cambio, lo que se instaló en su pecho fue una extraña e inquietante tranquilidad, una especie de resignación que le resultaba extraña y familiar a la vez. Esa visita, aunque no estaba planeada, era inevitable, como la última pieza de un rompecabezas que había estado evitando.
La presencia de Takako se sentía como la culminación natural de todo.
—Sabes que ninguna de las dos estaría aquí si Sasuke no estuviera en problemas—dijo.
Él la necesitaba. Siempre lo había hecho, de un modo u otro, y nuca podía negarse. No entones. No ahora.
—¿Qué quieres que haga?—cuestionó, cautelosa.
—Voy a infiltrarte en Konoha.
República del Fuego
Cuartel del Ministro de Guerra
Se agitó y recuperó la consciencia a través de las capas de dolor que cubrían todo su cuerpo. Su mente era una niebla, lenta y pesada, cada pensamiento era distante, irreconocible, como si perteneciera a otra persona. Lo último que recordaba -apenas- era el rostro borroso de la kunoichi que se cernía sobre él y luego… nada. Oscuridad.
Intentó moverse, pero sus miembros protestaron con una agonía punzante, como si le hubieran destrozados los huesos y los hubieran vuelto a fusionar de la forma equivocada. Un gemido salió de lo más profundo de su garganta, involuntario, gutural y crudo. Sus parpados se abrieron lentamente y el mundo que lo rodeaba se desenfocó y se acercó, un amasijo distorsionado de sombras y luz tenue.
Parpadeó una vez. Dos. Tres veces. Las formas eran borrosas, nadando como aceite en el agua. Precisaba de todas sus fuerzas para mantener los ojos abiertos. Era capaz de distinguir una silueta frente a él, una figura inmóvil pero indistinta. Su visión se negaba a asentarse, a dejarle ver quien -o qué- estaba frente a él.
Su respiración era entrecortada. Aquello debía ser obra de un maldito genjutsu, tenía que serlo. Apretó los dientes, implorando a los dioses que su mente se despejara, luchando contra la bruma que se le pegaba como una segunda piel. Pero entonces, una voz atravesó la confusión, grave y familiar.
—Bienvenido, Sasuke.
El sonido le produjo un escalofrió, más profundo de lo que podría haberlo hecho cualquier encuentro cercano con la muerte. Se quedó helado, inmóvil, asustado.
Conocía esa voz.
El palpitar de su corazón era desbocado, mientras la comprensión se filtraba en él como el veneno. Lenta y dolorosamente, su juicio fue reconstruyendo las cosas. Parpadeó de nuevo, esta vez con más fuerza, obligándose a enfocar los ojos, haciendo un esfuerzo sobrehumano para ver.
Allí, sentado ante él, estaba una figura que no había visto en semanas. Una presencia que lo atormentaba al igual que el fantasma de su madre. Su padre.
Recuperó lentamente la noción de la realidad, el dolor fluctuaba por su sistema en oleadas a medida que sus sentidos se agudizaban, una pieza agonizante a la vez. Su cuerpo gritó en señal de protesta cuando intentó desplazarse por el gélido suelo de piedra. Lo primero que notó fue el peso sordo de los grilletes inhibidores de chakra que le rodaban las muñecas y los tobillos. La última vez, Obito lo había arrojado a una especie de jaula, un burdo confinamiento. Ahora, estaba tirando en una nueva celda, aunque el aire seguía siendo húmedo y sofocante.
—Por fin despiertas.
Apenas percibió la voz, grave y familiar.
No respondió. Sentía como si lo hubieran pasado por una trituradora. Su mente estaba aletargada, intentando comprender dónde estaba y por qué seguía vivo. Lentamente, con un gemido que más bien parecía un gruñido, lucho por incorporarse, con los brazos temblorosos por el esfuerzo mientras se arrastraba hacia la pared. La fría superficie a su espalda fue un pequeño consuelo mientras se apoyaba en ella, intentado estabilizar su respiración.
Fugaku lo observaba con algo entre la indiferencia y leve curiosidad, como si esperara a que Sasuke hablara primero.
—Estuviste inconsciente durante dos días—dijo, sin inmutarse por la sangre y la suciedad embadurnadas en el rostro de su hijo—. Por un momento creí que habías muerto.
Tenía la garganta seca y sentía el aire espeso en los pulmones mientras traga grueso. No se molestó en volver a abrir los ojos, cerrándolos contra la luz dura que le punzaba en las sienes, dejando que el peso del cansancio lo invadiera. Cada inhalación le quemaba. Su cuerpo temblaba incontrolablemente.
—Sin duda alguna fue una verdadera sorpresa verte aquí—comentó su padre, con un dejo retorcidamente divertido.
Dirigió una mano instintivamente a su abdomen, rozando con los dedos la piel magullada, esforzándose por mantener la compostura. Su pulso era errático y latía inestablemente contra su pecho, sentía que iba a ceder en cualquier momento. Apretó los dientes, pero el suplicio se aferraba a él, negándose a soltarlo.
—Cuando Obito me contó de tu captura, me reí—continuó, indolente—. Me reí como un loco. No podía creerlo: Sasuke, el gran traidor de su propio clan, cayendo en manos del mismo enemigo del que intentaba escapar.—La voz de su padre sonaba tenue, lejana.
Apretó con más fuerza los puños, como si pudiera detener el temblor por pura voluntad.
—¿Quién lo habría imaginado—dijo Fugaku—, que ambos acabaríamos así?—rió.
Estrujó la mandíbula, luchando contra el impulso de atacar, pero estaba demasiado débil, demasiado roto. Había traicionado a su padre, a su clan, y ahora estaba ahí, encadenado, magullado y a merced de las mismas personas a las que una vez creyó poder controlar. Volvió a cerrar los ojos, tragando la bilis que le subía por la garganta, aferrándose a la última pizca de compostura que le quedaba.
—Tu e Itachi me llevaron a la ruina. Los dos. Todo esto, mi caída, la muerte de tu madre, está sobre sus cabezas—escupió con todo el desdén posible.
La voz de su padre, cargada de odio y resentimiento, resonó en la celda, tornando el pequeño espacio en un lugar más asfixiante. Cada respiración se sentía como una lucha, cada palabra era como un latigazo contra su piel.
—No…—dijo en un susurro desgarrado, apenas audible, pero suficiente para que Fugaku se detuviera.
La fría e implacable mirada de su padre se volvió hacia él, estrechándose con desprecio.
—¿Qué?—demandó, peligroso.
Tragó saliva, reuniendo los últimos restos de sus fuerzas.
—No—repitió, forzando la firmeza en su tono—. Tu eres el único responsable.
Hubo un instante de silencio, y eventualmente la risa de Fugaku llenó la celda: áspera, chirriante y totalmente carente de gracia y calidez. Era un sonido escalofriante, grotesco.
—Tú… tu eres el que ocasiono todo esto y no pudiste controlarlo—lo acusó; sentía la lengua pesada y entumecida, ni siquiera estaba seguro de articular las palabras y oraciones de manera correcta y coherente—. Estoy seguro que ni siquiera eres capaz de recordar el motivo por el cual iniciaste el Golpe de Estado.
Los labios de su padre se tensaron al responder:
—Por supuesto que lo recuerdo—su voz era acerada, llena de una convicción que hacía tiempo se había torcido por la amargura—. Eran ellos o nosotros. La aldea o el clan. No me arrepiento de nada. Hice lo que había que hacer, todo fue por proteger a nuestra familia.
Sasuke sacudió la cabeza, con el cuerpo aun tembloroso por el dolor y el agotamiento.
—No intentes concilialo con una mentira mayor y más perversa. No protegías a nadie más que a ti mismo. Lo hiciste por tus propios intereses—lo acusó.
Durante años había creído las mentiras que se trasmitían a manera de propaganda respecto a los motivos del Clan para derrocar al Hokage y sus hombres. No puso en duda ninguna palabra, ningún relato. Ellos eran las victimas transformadas en vencedores, los oprimidos que consiguieron evitar un mal mayor.
Fugaku chasqueó la lengua, irritado, su presencia se agotaba.
—Eras demasiado joven para entenderlo—espetó—. Demasiado joven para saber lo que ocurría a tu alrededor. Apenas tenías idea del mundo en el que vivías. Todavía no la tienes.
Sasuke exhaló, un sonido a medio camino entre la risa y el alarido.
—Y por eso usaste a Itachi como arma, ¿verdad?—Observó a su padre con atención, esperando atisba la más mínima grieta en aquel endurecido exterior.
Su padre no dijo nada. El silencio era ensordecedor, oprimiendo las paredes de la pequeña celda. La tensión entre ellos flotaba en el aire como un hilo a punto de romperse. El rostro de Fugaku permanecía rígido, sus ojos fríos; la quietud hablaba más alto que las palabras.
El corazón le latía con fuerza, su pulso era inestable, pero siguió adelante, con la voz teñida de una crudeza que rozaba en la desesperación.
—Puede que no lo recuerdes—murmuro—. Pero Itachi… mi hermano… lo recuerda todo. ¿Qué clase de padre utiliza así a su propio hijo? ¿Qué clase de padre hace que su hijo elija entre la lealtad a su familia y la lealtad a su aldea?
La expresión de su padre se endureció mientras fruncia las cejas y las comisuras de sus labios.
—Quería lo mejor para ti. Para Itachi. Para el clan. Todo lo que hice fue por ustedes—profirió, aferrándose a una convicción que empezaba a desmoronarse.
—Deja de mentir—replicó, ronco.
La declaración lo golpeó como una bofetada, reverberando en la pequeña e iluminada celda. El rostro de Fugaku se crispó y, por primera vez, Sasuke lo vio vacilar. Fugaku se levantó lentamente, con el cuerpo tembloroso y los puños apretados a los lados, como si apenas pudiera contener la oleada de emociones que bullían bajo la superficie.
—Tu eres el culpable—decretó con absoluta seguridad—. Tu—continuó su padre—nos traicionaste a todos. Lo destruite todo. Itachi, tu madre… ¿Crees que habrían sufrido de no ser por ti?
Se le apretó el pecho.
—Todo esto es por tu culpa—gruñó Fugaku—. Tu nos llevaste a la ruina, Sasuke. Tu madre se quitó la vida porque no podía soportar la idea de lo que hiciste… en lo que te convertiste.
Las manos le temblaban a medida que su mente se agitaba. Quería defenderse, gritar que no era cierto, que sus propias ambiciones habían destrozados a su familia mucho antes de que él hubiera tomado ninguna decisión. Pero la réplica quedó atascada en su garganta, enredada en el revoltijo de culpa, dolor y confusión que colmaban su pecho.
—Por favor, para—suplicó.
Los ojos de su padre brillaron de ira.
—¿Por qué? ¿Por qué debería parar?—cuestionó, irónico, cruel—. ¡Sacrificaste todo por esa maldita puta!—exclamó, refiriéndose claramente a Sakura—. Tú, joven e ingenuo, creíste que entendías el mundo. Ganaste una batalla y consideraste que ser cuidadoso y siguiendo órdenes encontrarías el camino al éxito. Pero no sabes ni una mierda de sacrificio.
Sasuke tragó grueso, con la garganta seca y contraída. Nunca había visto a su padre así, tan crudo, sin filtrar su rabia y arrepentimiento.
»Serví en dos guerras.—continuó—. Vi morir a camaradas, sentí el aguijón de la derrota y la emoción de la victoria. Pero ese sentimiento puede arrebatarse en un abrir y cerrar de ojos. El triunfo puede convertirse en cenizas en un instante. Un error y todo se esfuma.
El dolor le recorrió como un latigazo… y, de repente, la celda giraba.
»Hacía tiempo que sabía que había un espiá entre nosotros. Tenía mis sospechas sobre Shisui y tu hermano, pero ambos se mantuvieron terriblemente callados. Los últimos ataques fueron saboteados, y luego vino la explosión en la Granja de Magdalenas.
Y por fin, Fugaku guardó silencio, percatándose que durante todo ese rato había estado gritando.
Derrotado, su padre respiró hondo, trémulo. La ira de sus ojos se atenuó, sustituida por una fría y cansada resignación. Lentamente, se recostó contra la pared, con los hombros caídos, cabizbajo.
—Supongo—dijo en voz baja, casi para sí mismo—que todo termina así. Los dos, colgados en el muro. Un final apropiado, ¿no?
Sasuke lo miró, con un nudo en la garganta y la mente aturdida por el caos de su intercambio. La finalidad de su declaración se materializo en la sala y tragó saliva, mientras la celda daba vueltas a su alrededor.
Con un último y estremecedor suspiro, su visión se volvió oscura y su cuerpo se rindió ante la abrumadora lobreguez que se había apoderado de él.
Continuará
N/A: ¡Y con eso llegamos al final del capítulo y comenzamos la cuenta regresiva hacia la conclusión!
Espero que las actualizaciones hayan sido de su agrado. Debo advertirles que estos últimos capítulos son bastante extensos, pero no quiero dejar cabos sueltos ni tramas inconclusas.
Como siempre, agradezco profundamente el apoyo y cariño que me brindan, ya sea a manera de un bonito review, siguiendo la historia o añadiéndola a sus favoritos. Gracias infinitas, les debo el mundo entero.
Sin nada más que añadir, yo me despido. ¡Cuídense mucho! ¡Les envió un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren!
¡Bye, bye!
