Su corazón latía tan fuerte y rápido que parecía a punto de salir de su pecho y escapar de ella, un sentimiento tan intenso que temía que la muerte le acechara de cerca, algo que sencillamente no podía permitir.

Escuchó pasos distantes y se metió más profundamente en el hueco de la tierra donde se había estado ocultando. Sintió la humedad y la suciedad pegándose a su piel bronceada, pero en ese momento nada de eso le importaba.

Los gruñidos resonaban a lo lejos, acercándose desde diferentes direcciones. Nunca había sido buena para discernir o comprender los movimientos de los demás solo por el sonido que producían, razón por la cual nunca destacó en la caza y se enfocó en aprender magia. Según las palabras de su abuela, ella poseía un talento que surgía cada cien años. Incluso le había prometido que podría conocer a la Reina Olga Discordia para ser aceptada como su discípula.

Pero eso nunca había sucedido.

Y probablemente nunca pasaría de ahora en adelante.

Escuchó los pasos acercándose, y ella temía incluso respirar. Colocó las manos sobre su boca y contuvo el aliento, su corazón palpitando con tal fuerza que parecía retumbar en sus oídos.

Los pasos se detuvieron y el silencio pesó sobre ella.

―Maldita perra―, resonó un grito cargado de odio y veneno por todo el bosque. Se sobresaltó ante esa voz amenazante, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a emerger de sus ojos, mezclándose con la humedad de la tierra donde se escondía. El terror la paralizaba mientras las palabras crueles resonaban en su mente. ―Si no sales ahora, sabes lo que les haremos a tu madre y hermana... ¿no es así?

Sus palabras fueron deliberadamente cargadas de malicia, una malicia reservada solo para los demonios.

El miedo la envolvía como una manta helada, haciéndola temblar mientras se aferraba desesperadamente a la esperanza de que pudiera pasar desapercibida.

Ella no respondió, pero sintió cómo las lágrimas comenzaban a trazar surcos en sus mejillas cubiertas de barro, mezclándose con la tierra que se adhería a su piel.

― Tienes 10 segundos para salir... 10... 9...

Él comenzó la cuenta regresiva. El corazón de la joven vaciló por un momento, pero las palabras de su abuela, de su madre y de su propia hermana resonaron con fuerza en su cabeza.

"Nunca confíes en las palabras de un humano."

Ella repitió esas palabras una y otra vez mientras la cuenta atrás continuaba. La presión del tiempo y el miedo la envolvían como un manto oscuro, pero algo dentro de ella se aferraba a la lección aprendida a lo largo de los años.

― 3... 2... 1.

Cuando terminó, el silencio se extendió como una manta pesada. Ni siquiera era capaz de escuchar el viento susurrando entre las hojas de los árboles o el trinar de los pájaros. Solo reinaba el silencio.

― ¡MALDITA PERRA! ¡SI TE ENCUENTRO, DEJARÉ QUE UNO DE ESOS OGROS DE MIERDA TE DESTROCE!

Ella se tapó los oídos, negando violentamente con la cabeza. El eco de las amenazas resonaba en su mente, mezclándose con el latido desbocado de su corazón. Cada palabra cargada de odio la golpeaba como un puñetazo, haciéndola temblar de miedo y desesperación.

Los gritos resonaron durante varios minutos, luego gradualmente se desvanecieron, aunque incluso horas después, ella no salió de su escondite. A medida que la noche cayó y el día amaneció, seguía ahí, como si deseara fundirse con la tierra y desaparecer, pero eso nunca sucedió.

Finalmente, movió sus entumecidos brazos y piernas, saliendo de su escondite arrastrándose como una de las criaturas más bajas que habitan sobre la tierra.

Ella comprendió más que nadie el significado de su existencia y finalmente se dio cuenta del valor de su propia vida.

Ella no valía nada. Su valor se reducía a ser mujer, porque para los demonios con armaduras negras, eso era lo único que importaba. Eso fue lo que ella comprendió cuando llegaron a aquel pequeño pueblo, oculto en las profundidades del bosque oscuro.

Lo supo cuando las mujeres mayores de 15 años fueron sometidas a atrocidades que eran peores que la muerte misma, frente a sus ojos incrédulos.

Ella había aprendido cuán poco valía cuando su padre fue brutalmente asesinado, cuando tuvo que presenciar el sufrimiento diario de su hermana y su madre.

Su corazón estaba destrozado, y ella se sentía completamente quebrada.

Pero había una única cosa que ella se negaba a dejar atrás: su odio.

Odiaba de una manera que nunca pensó que sería posible.

Odiaba a los demonios con armaduras negras, odiaba a aquellos que habían traicionado a la reina de los elfos oscuros y habían condenado a su pueblo a la esclavitud y la indignidad.

El odio echó raíces y floreció, creciendo con cada injusticia que presenciaba, porque sabía que cuando madurara, su destino estaría sellado.

Odiaba a todos y a todo lo que la rodeaba. Cada gesto, cada palabra, estaba impregnada de ese odio ardiente que consumía su corazón y alimentaba su determinación de resistir y luchar.

Odiaba la vida, pero le temía demasiado a la muerte como para poner fin a su patética existencia.

Así que esperaba, aferrándose en lo más profundo de su corazón a las palabras de su abuela.

"Hay un lugar en lo profundo del continente oscuro . . . donde nuestros ancestros surgieron y prosperaron. Pero eventualmente fuimos engañados por los hijos de los hombres y tuvimos que abandonar nuestras raíces. . . . En ese lugar está la última esperanza de nuestra especie. . . . Hija mía, tú eres la única que puede salvarnos. . . . Ve allí y salva a los pocos que quedan de los nuestros."

Esas palabras resonaban como un eco constante en su mente, recordándole su propósito y la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros. Cada noche, en la oscuridad opresiva de su escondite, soñaba con ese lugar lejano que representaba la salvación y la redención para su pueblo.

A pesar de su odio hacia la vida y el miedo a la muerte, encontraba una chispa de esperanza en las palabras de su abuela.

Ella conocía el lugar al que su abuela se refería; todos los elfos oscuros lo sabían. Era el sitio que dio origen a su raza, pero también el lugar del que fueron expulsados: Svartálfaheim.

Sin embargo, la razón por la que ninguno de ellos había intentado escapar hacia ese lugar era evidente. Cuando los expulsaron, el miasma se propagó por Svartálfaheim durante miles de años, envenenando todo lo que se acercaba. Era un veneno que arrancaba la vida, pudriendo la carne y manchando el alma.

Ella lo sabía. Su abuela también.

Dio un paso adelante y comenzó a caminar. Las piernas delgadas la sostenían, y su ropa eran meros harapos sucios. Pero ya no le importaba. Si debía morir en vida, si eso era el precio de obtener su venganza, estaba dispuesta a pagarlo.

La venganza ardía en su pecho.

Y así, con las piernas temblorosas , siguió adelante.


Tuvo que caminar a través de bosques oscuros, donde los árboles, altos y retorcidos, bloqueaban casi toda la luz del sol. La densa vegetación creaba un laberinto de sombras y susurros, mientras el viento agitaba las hojas como si estuvieran transmitiendo mensajes secretos. A cada paso, el suelo cubierto de hojarasca y raíces enredadas la hacía tropezar, pero ella seguía adelante, impulsada por una mezcla de miedo y determinación.

Atravesando kilómetros y kilómetros de tierra que se extendía por todos lados, el paisaje se transformaba de densos bosques a vastas llanuras desoladas.

En el camino, encontró un pueblo abandonado. Las casas, algunas apenas reconocibles, estaban reducidas a escombros ennegrecidos. La mayoría habían sido incendiadas, sus techos colapsados y las paredes cubiertas de hollín. La vista de un pueblo tan parecido al suyo hizo que su corazón se encogiera de dolor y rabia. Cada casa quemada le recordaba su propia pérdida, y el ardor de la ira en su pecho la impulsó a seguir caminando.

En una de las casas en ruinas, encontró ropa más eficiente para su viaje. La ropa, aunque polvorienta y deshilachada, ofrecía una protección mejor contra el frío de la noche y el calor del día. Se vistió con una mezcla de gratitud y tristeza, sabiendo que pertenecía a alguien que probablemente nunca regresaría.

Comió hierbas y raíces que encontraba por el camino, su sabor amargo y terroso le recordaba lo precario de su situación. A veces, su estómago no podía soportarlo y vomitaba, su cuerpo debilitado por la falta de nutrientes adecuados. Sin embargo, no podía permitirse acercarse a lugares poblados, donde el riesgo de ser capturada y convertida en esclava nuevamente era demasiado grande. La libertad tenía un precio alto, y ella estaba dispuesta a pagarlo.

Tuvo que atravesar caminando una cordillera de árboles que se extendía hacia el infinito. Los troncos eran altos y robustos, sus ramas entrelazadas formando un techo natural que oscurecía su camino. Ella esperaba estar tomando el camino correcto, siguiendo su instinto hacia el norte, siempre hacia el norte. Los días se mezclaban con las noches mientras avanzaba, y la fatiga se volvía su compañera constante.

Encontró algunos arroyos, donde el agua fresca era un alivio temporal para su sed. Cada arroyo era un pequeño milagro, un respiro en su arduo viaje. Guardaba un poco de agua en su bolsa de cuero, cuidando cada gota como si fuera oro líquido. Algunos días, solo tomaba un sorbo, racionando lo mejor que podía, pues en ocasiones pasaban días sin encontrar un solo arroyo o manantial. La sed era una sombra persistente, siempre presente en el fondo de su mente.

Eventualmente, sintió que sus pies dolían, cada paso era una punzada de dolor. Sus rodillas ardían por el esfuerzo constante, y cada movimiento se volvía una prueba de su voluntad. El cansancio físico era abrumador, pero su espíritu se mantenía firme. Cada dolor, cada sacrificio, era un recordatorio de su lucha por la libertad y la esperanza de un futuro mejor.

Mientras caminaba a través de los bosques oscuros, el crujido de las hojas secas bajo sus pies resonaba en el silencio, creando una sinfonía lúgubre que la acompañaba. Las sombras se cernían sobre ella, y a cada paso, la espesura del bosque parecía engullirla más, como si la naturaleza misma intentara detener su avance.

El dolor en sus pies y rodillas era constante, un recordatorio de la dureza del camino que había elegido. Cada paso era una batalla ganada, cada día una victoria sobre la adversidad. Ella seguía adelante, impulsada por una mezcla de determinación, desesperación y una chispa de esperanza que se negaba a extinguirse.

Finalmente, después de meses de viajar, llegó al lugar. No fue un cambio repentino, fue gradual. Mientras más se adentraba hacia el lugar que vio nacer a su especie, pudo ver cómo los colores desaparecieron del mundo. Todo era más gris, más oscuro, con nubes de color gris oscuro que cubrían el cielo en su totalidad.

En medio de este páramo desolado, los árboles se convirtieron en troncos secos y marchitos, la tierra infértil sin una sola planta o flor creciendo en ella.

Podía sentir el miasma en el aire, penetrando lentamente su piel, quemándola.

Se dice que el miasma es la sangre que la madre naturaleza derramó ese día, cuando los elfos oscuros traicionaron a su madre engañados por el hombre. Y esa sangre se convirtió en el veneno más potente del mundo.

Aunque llevaba ropa que cubría toda su piel para protegerse de la ceniza que era arrastrada por el viento, aún podía sentir el dolor que le ocasionaba estar en este lugar.

Su abuela le había dicho que una vez estuvieras aquí, estabas condenado, pues incluso si eras un elfo cuya vida es infinitamente más longeva que la de los humanos, aun así morirías relativamente rápido. "Diez años", le había dicho, "para un elfo cuya vida natural es de miles de años, es devastador".

Llegó a unas ruinas que se extendían más grandes que cualquier otra ciudad que existiera en el mundo. Ella caminó, sabiendo muy bien que tenía que llegar al centro.

Aunque fue lo más rápido que sus piernas le permitieron, se dio cuenta de que le tomaría medio día llegar al lugar.

Atravesó la desolada ciudad, sintiéndose cada vez más débil.

Eventualmente llegó al lugar que necesitaba, donde el miasma era espeso y se estrellaba contra su delgada figura con fuerza. Ella vio el templo.

Había escuchado historias de este lugar, pero nunca lo había visto en persona. Abandonado por más de mil años, ella sabía, de alguna manera, que este era el lugar. Tal vez era su sangre de elfo la que le hacía tener esta certeza.

Un lugar que fue abandonado.

Ella caminó lentamente, pero se detuvo un momento. Rápidamente levantó su mano y la llevó a sus labios. Un momento después tosió violentamente, y cuando miró su mano pudo ver un rastro de sangre.

No era una sorpresa; caminar entre el miasma, que era como la muerte misma, era como caminar hacia tu muerte.

Definitivamente estaba muriendo, pero no era una sorpresa. Su único miedo era morir antes de conseguir su venganza.

Entró, moviéndose entre el miasma. Entrecerró sus ojos cuando sintió que la neblina entraba en ellos, pero siguió caminando. Cuando pasó la entrada, continuó subiendo unas escaleras que se perdían en la oscuridad.

La chica movió su mano y se concentró por un momento. Una pequeña luz de color blanco apareció, y ella caminó lentamente, subiendo cuidadosamente los escalones.

Finalmente llegó hasta el final de los escalones, y comenzó a caminar hacia el altar.

Entonces lo vio.

Era un agujero circular de unos dos metros de ancho. En la antigüedad, se decía que de ese pozo había surgido el primer elfo, y eventualmente todos los demás.

Había sido agua bendita que podía curar cualquier dolencia, incluso permitiéndole a los humanos alcanzar una longevidad casi tan grande como la de los elfos.

Fue el mayor tesoro de todos, y también su condena.

Ahora no era agua limpia; era un pozo lleno de una sustancia negra, corrupta, que desataba constantemente el olor de la muerte.

La elfa oscura se movió hacia el pozo. Por un breve momento pensó en simplemente arrojarse en él y morir.

Pero su odio no le permitió eso. Levantó su mano y sacó un cuchillo de entre sus ropas. Lentamente extendió su mano por encima del pozo de oscuridad y movió el cuchillo con un movimiento limpio, la hoja afilada dibujando una línea de la que pronto comenzó a brotar sangre.

—Yo, Ness Loneli —ella pronunció su nombre, y luego dejó que las gotas de sangre cayeran hacia la oscuridad—, entrego todo lo que tengo y vengo humildemente a suplicar su ayuda... por favor, dame el poder de destruir a aquellos que han convertido a nuestra raza en esclavos, que se han regocijado en nuestro sufrimiento y nos han tratado como la mas baja de las criaturas que camina sobre la tierra, por favor.

No hay unas palabras específicas, puesto que cuando un elfo hacía esto tenía que decir lo que más anhelaba su corazón, siendo completamente sincero. De lo contrario, podría traer graves consecuencias para quien intentara mentir.

—No me importa el precio, pero por favor, acaba con aquellos que tanto dolor han producido a nuestra raza.

Ella se quedó en silencio, mientras las últimas gotas de su sangre caían en la oscuridad. Mantuvo la luz en su mano mientras esperaba, con el corazón encogido ante la posibilidad de que no funcionara..


La oscuridad siempre había sido su compañera. Desde el momento en que fue consciente de su entorno, desde el primer parpadeo que dio al abrir los ojos y comprender lo que era la oscuridad, esta lo había envuelto.

Siempre, había estado ahí.

En una cueva, separado del mundo exterior por fríos barrotes de hierro, un lugar que apenas dejaban pasar la luz.

En las guaridas de Lord Orochimaru, la mayoría de ellas escondidas en montañas olvidadas, en el rincón más remoto y desolado de las naciones elementales.

La oscuridad se convirtió en su refugio y su prisión, un lugar donde el tiempo parecía no tener sentido y los días se fundían en noches interminables. Sin embargo, a pesar de haber pasado gran parte de su vida sumergido en la penumbra, fusionándose con ella y dejándose envolver por su manto, Kimimaro se dio cuenta de una verdad amarga: nunca le había gustado.

No le temía, así como no le puedes temer a salir herido cuando peleas, no significa que te guste salir herido.

Y ahora.

Está muerto.

Esta certeza heló su corazón. Nunca había contemplado lo que le esperaría después de la muerte. Después de todo, siempre había creído que, de alguna manera, incluso si su cuerpo moría y se pudría, desintegrándose hasta volver a formar parte de la tierra, al menos una pequeña parte de él, su voluntad, su esencia, seguiría viviendo en el corazón de Lord Orochimaru.

Esa era su certeza.

Pero ahora, enfrentado a la verdadera oscuridad de la muerte, esa certeza se tambaleaba. La eternidad le parecía una vasta y vacía oscuridad, más profunda y temible que cualquier sombra que hubiera conocido en vida.

Negra como el alquitrán, extendiéndose en todas direcciones.

Y él estaba solo.

Una soledad tan inconmensurable e indescriptible que ningún idioma del mundo contenía las palabras adecuadas para describirla.

Al principio, no comprendía lo que estaba experimentando. No sabía si tenía los ojos cerrados o si había quedado ciego en algún momento de su pelea con Gaara del Desierto. Todo era confusión y desorientación. La oscuridad lo envolvía, silenciosa y opresiva.

Finalmente, la realidad se impuso. Aceptó que estaba muerto.

La sensación era extraña, una mezcla de resignación y desesperanza. No había dolor, solo un vacío interminable. Los recuerdos de su vida parecían desvanecerse en esa negrura, sus logros y fracasos, sus alegrías y tristezas, todo se diluía en la inmensidad de la nada.

Estaba solo en esa vasta oscuridad, enfrentándose a la eternidad.

No recordaba con exactitud sus últimos momentos, pero tenía la certeza de que el pelirrojo lo había enviado al fondo de la tierra. Sintió el dolor de la arena destrozando su piel, desgarrando su carne mientras su capa de hueso protegía sus órganos internos de ser aplastados por la técnica de Gaara. Luego, solo había oscuridad.

No podía sentir su cuerpo, la conexión con su kekkei genkai se había desvanecido por completo. Solo sabía que existía, de alguna manera.

Pero no podía moverse. La parálisis era absoluta, su conciencia flotaba en un vacío interminable. La desesperación y la impotencia lo envolvían, pero no había nada que pudiera hacer, salvo aceptar su destino en esa infinita oscuridad.

El tiempo no existía, o si lo hacía, él no tenía ninguna manera de saberlo. No podía sentir los latidos de su corazón en ese lugar, ni escuchar su propia respiración. Todo era un silencio absoluto, una quietud que lo envolvía todo.

Como si su conciencia flotara en un interminable vacío lleno de oscuridad. No había puntos de referencia, ni luz ni sombra, solo un abismo infinito que lo absorbía. En ese vacío, la noción de tiempo y espacio se desvanecía, dejando solo la sensación de existir sin propósito ni dirección.

Aunque el dolor producido por su enfermedad también se había ido, Kimimaro encontró que padecía un dolor mucho más grande. La ausencia de dolor físico era un alivio efímero comparado con la tortura de su alma.

El dolor de la soledad.

Era una soledad que penetraba hasta lo más profundo de su ser, una desolación que lo consumía lentamente. Sin nadie a su lado, sin una voz amiga ni un rostro conocido, la oscuridad se sentía más fría y opresiva. Cada pensamiento, cada recuerdo, se convertía en un eco distante, resonando en el vacío sin encontrar respuesta.

Kimimaro se daba cuenta de que, aunque su cuerpo ya no sufría, su alma estaba atrapado en una agonía interminable. La soledad se extendía ante él como un océano sin fin, y él estaba perdido en sus profundidades.

En ese abismo, comprendió que la verdadera tortura no era el dolor físico, sino la ausencia total de compañía, la certeza de que nadie más compartía su existencia en ese vacío eterno. La soledad se convirtió en su única compañera, aunque existía, estaba completamente solo.

No tenía boca para gritar, pero cada momento en ese lugar maldecía su propia existencia, maldecía su vida, a su clan.

La frustración y el odio burbujeaban en su interior, sin encontrar escape. Pero incluso esos sentimientos terminaron mermando y volviéndose irrelevantes.

Se preguntaba si esto era lo que les esperaba a todos los seres vivos que nacían en el mundo. La idea de que la muerte pudiera ser así de fría y solitaria le provocaba un terror indescriptible. En ese momento, entendió por qué Lord Orochimaru le tenía tanto miedo a la muerte y había buscado tan desesperadamente la inmortalidad.

El miedo a desaparecer en esa inmensa oscuridad, a perderse para siempre en un vacío sin sentido, era abrumador.

Esperaba que su mente se atrofiara con el paso del tiempo, que eventualmente perdiera la capacidad de razonar, que no fuera capaz de entender la enorme soledad que lo devoraba. Esperaba que el tiempo erosionara sus pensamientos, que su conciencia se desvaneciera y lo liberara de la tortura de la autoconciencia.

Pero eso nunca pasó.

Cada segundo era una eternidad de lucidez. La claridad de su mente era un castigo en sí misma, obligándolo a confrontar su soledad sin cesar. Cada recuerdo, cada pensamiento, se repetía en un ciclo interminable, sin esperanza de alivio. La desesperación y la impotencia se convertían en sus únicas compañeras, manteniéndolo atrapado en una agonía perpetua.

La oscuridad se volvía más pesada con cada instante, como si tratara de aplastarlo bajo su inmensidad. Mucho más fuerte que la arena de Gaara.

En esa negrura infinita, Kimimaro comprendió que su verdadera condena no era la muerte, sino la eternidad en esa soledad insoportable.

1 año, 4 años, 10 años, 20 años, 100 años.

Kimimaro no tenía idea de cuánto tiempo había pasado en la oscuridad. Podrían haber sido una eternidad y para él, eso carecía de importancia.

Su mente seguía afilada como siempre, registrando con precisión cada momento que pasaba. Había olvidado lentamente cómo se veían los colores; en sus pensamientos, todo era perpetuamente oscuro.

Había olvidado cómo era estar vivo, mover sus manos, sus pies, sentir el dolor físico.

Pero recordaba la soledad.

"tum tum"

Entonces, por primera vez en una eternidad, fue capaz de distinguir un color. No lo veía con los ojos, sino que lo sentía, un hermoso color blanco. En algún lugar de su mente, sabía que este era el nombre de ese color.

Sintió los latidos de su corazón. Golpeando contra su pecho.

"tum tum"

Su mente, envuelta en sombras, empezó a vislumbrar algo que creía haber perdido desde hacía mucho tiempo.

"tum tum"

Entonces se dio cuenta que ahora tenía brazos y piernas, tenía ojos para ver algo más allá de esta insoldable oscuridad.

"tum tum"

Comenzó a moverse, a arrastrarse hacia esa luz en medio de la oscuridad.

Extendió su mano. Y por fin pudo volver a probar algo que casi había olvidado por completo.

"tum tum"

La esperanza.

"tum tum"


La historia esta ubicada luego de la victoria de Kuroinu, así que adiós de la mayoría de las princesas esas. Usare otros personajes, y mezclaré con Kuroinu 2, sin que pasen los años entre la original y la secuela.

Y me invente mucho de lo que use, porque ni de mamada me voy a ver las novelas visuales de estar s#$%#.

Ya tengo otros 5 capítulos hechos XD, pero los iré publicando en un orden semanal, como he estado haciendo desde hace un tiempo. Hice esta historia porque no encontré ninguna que me gustara de este personaje, la mayoría de emparejamientos raros y traumáticos. nada nuevo en wattpad XD.

La historia será corta, de unos 20 capítulos, tal vez mas si me extiendo en algunas cosas.

Este capitulo no cuenta como el semanal, así que el fin de semana publicare el siguiente de Obito en Zero no Tsukaima.

MUCHAS GRACIAS POR LEER !