La luz de la pantalla que mostraba los resultados del último escáner MRI del cerebro de Obito iluminaba los rostros de Kabuto y el Dr. Orochimaru. En la oscuridad de la sala, ambos tomaban notas del intrincado mapa de su actividad cerebral, comparando esos resultados con los de una prueba más antigua.
—Ya lo he dicho, pero lo repito —dijo Kabuto, con una sonrisa de suficiencia—. Es un milagro que no se haya dado cuenta. Su glándula pineal está alcanzando un nivel de sincronía bastante elevado. Me pregunto si ya han empezado a tener sueños conjuntos.
Orochimaru soltó un "mmm" de interés, mientras el cursor, guiado por el ratón, revoloteaba de dato en dato.
—Obito no es una persona emocional, pero Deidara sí lo es —comentó Orochimaru—. Si empieza a tener repentinos cambios de humor, debería empezar a sospechar.
En el asiento contiguo, Kabuto seguía sonriendo.
—En ese caso, te complacerá saber que Deidara ha ido a visitar a alguien que cree podría ser su alma gemela. Obviamente no lo va a ser, y cuando lo descubra, va a estar decepcionado. Obito podría sentirlo.
Orochimaru giró levemente la cabeza.
—Vigílalo de cerca. Debemos sacar todo lo que podamos de esos momentos. Karin no nos ha dejado mucho tiempo.
Kabuto ajustó sus gafas y asintió.
Nunca debió salir de Iwa. Es lo que pensaba Deidara mientras miraba por la ventana, viendo pasar con desinterés las calles de Konoha flanqueadas de enormes árboles y zonas ajardinadas. Kakashi, quizás por respeto a su estado de ánimo, no encendió la radio. Lo único que rompía silencio en el auto era el rumor del tráfico y el suave ronroneo del motor.
Pasó un buen trecho antes de que Kakashi se decidiera a hablar.
—No siempre encontramos las respuestas que buscamos inmediatamente —dijo con suavidad—. A veces, el camino es más largo y complicado de lo que esperábamos.
Deidara no contestó. Mantuvo la mirada fija en el exterior, su mente aún atrapada en un torbellino de emociones, negras y espesas como la brea.
—La frase no es mía, por cierto, la leí en el libro "Icha Icha Paradise" —agregó Kakashi y Deidara podría haber sonreído en otra ocasión—. Voy a seguir ayudándote. No estás solo en esto.
Deidara frunció el ceño.
—No sé si podré permitírmelo —respondió, con monotonía—. Además, sólo estoy perdiendo el tiempo. Mejor me vuelvo a Iwa.
Kakashi sacudió la cabeza.
—No me refiero a que contrates mis servicios. Quiero ayudarte y no quiero nada a cambio. Esto afecta a alguien que conozco también.
Una repentina chispa de ira calentó la sangre de Deidara. Se giró hacia él, con la mirada encendida.
—¿Has descubierto algo? — preguntó, su tono elevándose ligeramente—. ¿Te estás guardando algo?
Kakashi lo miró de reojo, manteniendo las manos firmes en el volante.
—Quiero ser muy cuidadoso con cómo proceder. Es un tema delicado.
La respuesta solo enfureció más a Deidara.
—¡Sabes algo y no me lo estás diciendo! — dijo, casi gritando.
Kakashi tomó una respiración profunda y, sin perder la calma, respondió.
—Cálmate, Deidara. Por «alguien que conozco» me refiero a un antiguo compañero de clase, al cual obviamente conozco, cosa que ya sabíamos ambos. Estoy aquí para ayudarlos a ambos. Te prometo que todo se arreglará cuando llegue el momento.
Deidara mordió su puño tembloroso, intentando controlar su rabia.
—No puedes dejarme así. ¡Dame algo más de información, hm!
Finalmente, llegaron al laboratorio. Kakashi se detuvo en la entrada principal y desbloqueó la puerta del copiloto. Varios segundos de silencio pasaron en los que Deidara no se movió.
—No me voy a bajar hasta que no me digas algo. ¡Kakashi, llevo esperando a aclarar este asunto toda mi vida! ¡No puedes dejarme así! ¡No-!
Kakashi soltó un suave «shhh», como los que la gente hace para calmar a sus perros. Deidara no estaba seguro de si indignarse, enojarse más o esperar. Entonces, Kakashi colocó una mano en su hombro.
—Lo haré. Pero jamás se debe despertar a un sonámbulo —dijo y Deidara lo miró sin saber qué contestar—. Esa frase tampoco es mía. La escuché en un videojuego. Te prometo que te llamaré y te contaré lo que he descubierto.
Deidara asintió, sin decir una palabra. Después abrió la puerta y salió del auto sin despedirse. No era lo más educado, no cuando Kakashi lo estaba ayudando tanto, pero parecía haberse quedado mudo.
Cuando el auto desapareció de su vista, Deidara se quedó ahí parado, mirando la entrada del laboratorio. Los pensamientos se arremolinaban en su mente, rabia, frustración, decepción. Su cuerpo temblaba, lleno de furia contenida.
En lugar de entrar, se dio la vuelta y corrió, sin rumbo fijo.
Cualquier lugar mejor que ese sitio.
Deidara corría por calles al azar hasta que su respiración se tornó errática y no fue capaz de dar ni un paso más. Se detuvo, con las piernas temblando, pulmones ardiendo con cada respiración desbocada. Miró a su alrededor y vio las puertas del centro comercial frente a él. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia la entrada. Tal vez encontrase un bar en el que olvidarse por un rato hasta de su propio nombre, comenzar una pelea con un desconocido, acabar arrestado.
El centro comercial estaba tan lleno como lo solía estar en fin de semana, el bullicio de familias, personas cargadas con bolsas de diferentes tiendas y grupos de adolescentes lo rodeaban, pero Deidara apenas los notaba. Caminó buscando ese bar que parecía estar ocultándose de él a propósito, deseando más que nunca estar en su casa, en su verdadera casa, no en esa ratonera a la que llamaban apartamento en el laboratorio. Cada vez que veía a alguien escribiendo en su mano o brazo, Deidara cambiaba de dirección, sintiendo cómo la furia crecía dentro de él.
La sensación de claustrofobia aumentaba segundo a segundo. Deidara quería gritar, romper escaparates a patadas, desahogar de alguna manera todos los sentimientos que lo oprimían por dentro.
Se apoyó contra una pared en un pasillo poco concurrido. Respiró hondo, luchando contra la sensación de asfixia que lo inundaba. Justo cuando pensó que estaba logrando calmarse, un chico se detuvo cerca de él, sacó un bolígrafo de su bolsillo y, con una sonrisa en la cara, comenzó a escribir en su brazo. Deidara lo miró fijamente, deseando gritarle si el universo lo había enviado para torturarlo a él en específico. Milagrosamente, logró aguantar.
El chico terminó de escribir y se guardó el bolígrafo en el bolsillo, pero en cuanto comenzó a caminar de nuevo se cayó al suelo, rodando hasta los pies de Deidara. Él se quedó quieto, mirándolo fijamente, como si esa pequeña cosa fuese la respuesta a su pregunta. Sí, el universo lo estaba torturando.
Entonces, una niña que pasa por ahí vio el bolígrafo en el suelo. Soltándose de la mano de su padre, lo tomó y se lo ofreció con una sonrisa.
—Se te ha caído esto —dijo, como orgullosa de sí misma.
Deidara la miró, y conjurando toda su fuerza de voluntad, tomó el bolígrafo de su pequeña manita, devolviéndole una sonrisa forzada.
—Gracias —dijo y ella se volvió con su padre.
Era uno de esos bolígrafos especiales para almas gemelas, cuya tinta se borraba de la piel a los diez minutos. Deidara se dirigió al baño de caballeros, se encerró en un cubículo y se arrancó la camisa. Con pulso tembloroso, trazó una línea en su brazo.
Sin saber que él mismo estaba siendo observado, Obito vigilaba atentamente a través de una webcam instalada en una gran jaula al aire libre. Varios monos jugueteaban en unos cuantos árboles, o descansaban en sus lechos. Entre ellos, el primer mono que había operado, cuya alma gemela había muerto, parecía tener más energía tras la intervención y el posoperatorio. Con la tableta en la mano, Obito tomaba nota todo lo que observaba, anotando cada bocado de comida, cada sorbo de agua, horarios de sueño y de necesidades fisiológicas. El stylus se movía rápidamente por la superficie de la tableta, alternando ente las fichas de los diferentes especímenes para comparar los datos del mono operado con los de otros monos sin vínculos de alma o con alma gemela. La actividad del primer mono operado, comprobaba, era bastante similar a la de los monos sin vínculos de alma. En la misma jaula, también había un par de monos que habían sido almas gemelas, pero cuyo vínculo él había eliminado días atrás. Uno de ellos aún se movía con lentitud, pero Obito tenía la esperanza de que su recuperación siguiese progresando.
Sobre uno de los lechos, otro mono cuya alma gemela había fallecido y que aún no había sido operado, permanecía inactivo, durmiendo la mayor parte del tiempo. La comparación con el primer espécimen operado era inevitable. Obito ahondó en sus observaciones y anotaciones, buscando patrones y respuestas. El progreso del proyecto era de su agrado, pero, siendo sincero consigo mismo, había ahí una especie de decepción, una vocecita que le decía que no estaba haciendo lo suficiente. Obito no quería dejarse llevar por la impaciencia, pero esa molesta sensación estaba ahí, cada vez más evidente, tentándolo a esforzarse más de lo que ya lo hacía.
El sonido y la repentina vibración de su teléfono en el bolsillo lo sacaron de sus pensamientos. Quizá esa fuera la señal para tomarse un descanso de todo. Miró la pantalla y vio el nombre de Kakashi.
—¿Kakashi? —murmuró Obito, para sí y presionó el botón de responder —. ¿Qué pasa?
—Tenemos que hablar —dijo Kakashi, sin preámbulos.
Obito alza una ceja ante la contundencia de la frase. Parece ser algo importante. Sin saber si quiera de qué se trata, una parte de él se pone en guardia.
—Está bien, habla.
—En persona —replicó Kakashi.
No era propio de Kakashi actuar así, con tanta urgencia.
—Estoy muy ocupado, Kakashi —dijo Obito, observando de reojo la jaula y sus ocupantes.
—Es importante. Necesitamos hablar cara a cara —insistió Kakashi.
Obito suspiró, sintiendo una mezcla de curiosidad y molestia. Algo en el tono de Kakashi le decía que esto no era una petición usual.
—¿Sobre qué?
—Te lo diré cuando nos veamos.
—Está bien —cedió finalmente—. ¿Cuándo?
—Mañana, a la hora que te venga a ti mejor—propuso Kakashi—. Pasaré a por ti en el auto.
—A medio día puedo hacer un hueco. Nos vemos entonces —concluyó Obito, colgando el teléfono.
Miró una vez más a los monos en la jaula, su mente todavía procesando la conversación con Kakashi. Algo importante estaba pasando, y Obito podía sentir la ansiedad creciendo en su interior.
Obito se quedó inmóvil frente a la pantalla, pero las cifras y gráficos ahora le parecían una maraña de datos sin sentido. La incomodidad en su pecho se intensificaba, una presión difícil de ignorar. Trató de concentrarse de nuevo, pero tras varios intentos se dio por vencido. Sus ojos se deslizaban sobre las imágenes en la pantalla, pero mentalmente estaba en otra parte. Quizá debería tomarse un descanso. Podría revisar las grabaciones más tarde.
Justo cuando estaba a punto de levantarse, algo captó su atención. Miró sus manos, ahora cubiertas de palabras de caligrafía tosca y apresurada. El mensaje en tinta negra atravesaba sus muñecas y se extendía hacia arriba. Se remangó lentamente, siguiendo la cadena de palabras que, conforme las descifraba, le retorcían el estómago.
La primera frase que logró leer le cortó la respiración: «Sé que estás leyendo esto.»
Las palabras parecían arder en su piel. Siguió el rastro de letras en su brazo, como si estuviera leyendo su propia condena.
«A PARTIR DE AHORA PARA MÍ NO EXISTES.»
Sus manos temblaron al descubrir la siguiente línea, la furia y el dolor marcados en cada garabato.
«No mereces la pena.»
Obito se desabotonó la bata con dedos temblorosos y se quitó el suéter de un tirón, buscando cualquier otro mensaje que pudiera estar oculto en su piel. Allí, en su pecho, las palabras eran claras, como si su alma gemela se hubiera obligado a calmarse para escribirlas lo más legiblemente posible.
«Ojalá nunca hubiera sabido que existes.»
Obito se sintió aturdido, como si el aire se hubiera vuelto denso de repente. Las lágrimas empezaron a resbalar, silenciosas pero incesantes, de su único ojo. Se dejó caer pesadamente en su silla, cubriendo su rostro con ambas manos mientras se inclinaba sobre el escritorio.
Ahí, frente a él, había un bolígrafo. El deseo de responder, de explicarse, de consolar a su alma gemela, lo llevó a tomarlo, observarlo durante un rato para luego meterlo apresuradamente en un cajón. Hacerlo sólo prolongaría el sufrimiento.
Se limpió la nariz y las lágrimas, repitiéndose en su mente una y otra vez lo que sabía que debía hacer. Seguir investigando. Era la única forma de liberarlos a ambos de ese dolor. Pronto, muy pronto, ambos serían libres.
Deidara pasó al edificio del laboratorio caminando tan rápido que a las puertas de cristal a penas le dieron tiempo de abrirse. Se miró la mano. La tinta se había borrado y el arañazo que se hizo por accidente con un pedazo de plástico afilado cuando partió el bolígrafo en dos ya no sangraba. No había a penas nadie en el edificio. Típico de un domingo. Sabía que no estaba engañando a nadie con ese intento de fachada de serenidad. Nunca había sido bueno en disimular lo que sentía, pero sería peor si no lo intentase si quiera. Deslizó la mirada rápidamente hacia el suelo, como si con eso pudiera esconder su rabia, y caminó directo hacia el ascensor.
"¡Deidara!"
El sonido de su nombre lo detuvo en seco, y al volverse, vio a Karin acercándose con el ceño fruncido. Ella lo alcanzó rápidamente, escaneando su rostro con una intensidad que lo hizo querer retroceder.
—¿El doctor Senju habló contigo? —le preguntó sin preámbulos, una actitud seca que no había visto antes en ella.
—No —respondió Deidara, con aspereza, sin ninguna intención de prolongar la conversación.
Karin chasqueó la lengua, visiblemente molesta, y murmuró para sí misma, "Ese Orochimaru, lo sabía".
—Sabe donde encontrarme. Si me necesita, me buscará —agregó Deidara.
Se giró para marcharse, con la esperanza de que ella no insistiera. Sólo había dado un par de pasos cuando la voz de Karin lo detuvo nuevamente.
—Sé que no es buen momento. Estás desprendiendo un aura muy hostil, pero hay algo importante que debes saber.
Deidara cerró los ojos un momento, intentando no perder la paciencia. Su mente estaba en un caos absoluto, y lo último que necesitaba era otra conversación que lo alterara aún más.
—Puede esperar hasta mañana —dijo, sonando más antipático de lo que le habría gustado.
Karin lo estudió por un instante, antes de asentir.
—Supongo que sí. Mañana vendrá de visita al laboratorio Tobirama Senju, va a ser un día ajetreado, pero puedo hacer un hueco a la hora del almuerzo.
—Hecho. Hasta mañana, hm —dijo Deidara y retomó su camino.
Se obligó a no darle vueltas a lo que quería decirle Karin. Tampoco es que importase en realidad. No si se volvía a su casa.
Frente a la puerta de su apartamento, se detuvo, su mano a pocos centímetros de la manija. Se quedó ahí, inmóvil, con la respiración acelerada. El silencio del pasillo le pesaba, como si las paredes estuvieran esperando a ver qué haría. El apartamento era pequeño, desprovisto de cualquier cosa que no fuera absolutamente necesaria, pero aun así, si perdía el control y lo destrozaba todo, sabía que no habría marcha atrás. Sería expulsado, obligado a pagar los desperfectos y, lo peor de todo, terminaría siendo señalado como un caso perdido de TPBR.
Por unos instantes, una vocecita en su interior le susurró que quizás valía la pena dejar salir todo lo que sentía y hacer añicos lo que lo rodeaba. Tal vez hubiera algo de alivio ahí.
Sacudió la cabeza, como si eso pudiera ahuyentar ese pensamiento. No confiaba en sí mismo, no en ese momento. No iba a arriesgarse a perder todo por lo que había trabajado solo porque no podía controlar su ira. Así que se quedó ahí, quieto, con la mano aún suspendida en el aire, intentando encontrar algo de paz dentro de sí antes de cruzar ese umbral.
El silencio fue roto por unos pasos irregulares que se acercaban por el pasillo. Deidara no tuvo que volverse para saber de quién se trataba. Esos pasos eran inconfundibles, con ese sonido arrítmico que indicaba una pierna ortopédica.
—¿Deidara? —la voz de Tobi era suave, casi vacilante.
Era poco probable que esperase encontrarlo ahí plantado.
Deidara apretó los dientes, cerrando los ojos un instante antes de girarse lentamente para enfrentar al recién llegado. A diferencia de Karin, parecía como si la presencia de Tobi encendiera una cálida llamita de consuelo en él. Se dio la vuelta hacia él. Su rostro estaba pálido, sus ojeras marcadas. El ojo no cubierto por el parche negro le dedicaba una mirada preocupada.
—Te ves fatal, hm —no pudo evitar decir Deidara.
—He estado durmiendo poco estos días —dijo Tobi—. Tú tampoco te ves bien. —Deidara miró al suelo—. ¿Ha pasado algo?
Pensándolo bien, Tobi iba a ser una de las pocas cosas que extrañase del País del Fuego. Pero Tobi tenía sus objetivos, sus proyectos. Últimamente ni siquiera lo veía tanto. A Deidara le estaba costando admitirse a sí mismo cuanto lo extrañaba. Al final del día, él era la única razón que tenía para quedarse allí y tampoco era una razón de tanto peso. No si él iba a pasar el día encerrado en el laboratorio. Tobi sólo se juntaba con él porque era conveniente para ambos.
—Me di cuenta que esto no es lo mío, hm —dijo Deidara con tanta naturalidad como pudo—. Voy a volverme a Iwa.
Lo que no esperó, fue que Tobi se viera aún más miserable tras escuchar eso.
—¿Pero por qué ahora? Queda poco para las pruebas finales. Podrías al menos esperar a terminar.
—Nah. Sólo estoy perdiendo el tiempo en este lugar, así que cuanto antes deje de hacerlo, mejor. En el fondo siempre supe que la ciencia no es para mí.
Tobi asintió.
—¿Qué dijo el doctor Senju?
— No le dije nada. Iba a empacar ahora y mirar vuelos.
—Así que te ibas a ir sin decirle nada a nadie — respondió Tobi.
«Sin decirme nada a mí», parecía decir el leve reproche y un deje de culpa lo carcomió por dentro.
— Por supuesto, iba a despedirme de ti, hm — dijo Deidara, aunque no había pensado en ello aún, seguro lo habría acabado haciendo.
Eso pareció contentar a Tobi, pues esbozó una leve sonrisa.
—Es todo tan repentino, no puedo creer que vayas a marcharte —dijo con la mirada perdida.
—¿Me extrañarás? —respondió Deidara, con repentino buen humor.
La sonrisa de Tobi se ensanchó.
—Tal vez. —Deidara rió—. Ya extraño verte a diario a la hora de la cena.
—Sí, ya nunca tienes tiempo para mí —bromeó, pero cuando terminó de hablar, notó que ahora era él quien parecía lanzarle un reproche encubierto.
Tobi se encoge ligeramente de hombros.
—Lo siento —dice y se frota el pelo—. Si ha ocurrido algo que te haya hecho querer irte tan de repente, puedes decírmelo. Estoy aquí para cualquier cosa que necesites.
Las conversaciones con Tobi no solían acabar bien cuando se ponían personales. Deidara sabía que si le contaba todo lo que pasó, la conversación podría acabar con Tobi diciéndole que ya le advirtió que sólo estaba perdiendo el tiempo, pero que pronto el proyecto Nezumi daría sus frutos y él sería feliz. Lo mismo de siempre.
Pero Deidara nunca fue bueno guardándose las cosas, y en ese momento necesitaba sacar todo lo que llevaba dentro más que cualquier otra cosa en el mundo. Le dio vueltas a la idea. Quizá podría ser capaz de dejar fuera todo lo que lo conduzca a llevarse un sermón.
—Sólo no me veo futuro en la ciencia. Además, mi madre me extraña, mis amigos me extrañan. ¡Odio que se vayan de fiesta sin mí, hm! Lo llevo pensando un tiempo pero ha llegado el momento de replantearme qué estoy haciendo con mi vida. —Deidara respiró hondo. No se sintió mejor—. Tal vez tenías tú razón. Sólo quería comprender mejor lo que me estaba pasando, pero esto no va a curarme. Venir aquí no sirvió para nada. ¡Sólo estoy perdiendo el tiempo en lugar de hacer algo que de verdad me gusta! ¡Cuanto antes me vaya-!
Deidara dejó de hablar cuando vio a Tobi abrir los brazos, invitándolo a acercarse, a ser envuelto en ellos. Por unos segundos, Deidara fue incapaz de reaccionar.
—Te veías como si necesitases un abrazo.
—Ah.
Deidara aún no sabía qué decir, así que tan sólo avanzó hacia Tobi y se dejó abrazar. Como por encanto, todos sus problemas parecieron esfumarse en esa calidez que lo envolvía. Sin prisa por separarse de él, lo abrazó de vuelta y apoyó la cabeza en su pecho.
—Das buenos abrazos —dijo Deidara y sintió el murmullo de una suave risa en el pecho de Tobi.
—Todo va a estar bien —susurró Tobi—. Y no es verdad que venir aquí no sirvió de nada. Tenías dudas sobre algo, investigaste y obtuviste conclusiones. No lo mires como un fracaso. Míralo como ciencia.
Deidara asintió. Sonaba razonable y no como una excusa barata para conformarlo. No supo cuanto tiempo se quedaron así en completo silencio, pero fueron bastantes minutos. Después una puerta se abrió y se cerró en la distancia y, sin soltarlo, Tobi habló.
—¿Película y comida basura en mi apartamento?
—Me gusta el plan, hm —respondió Deidara, separándose de él—. Tengo ramen instantáneo por ahí, déjame ir a por él.
—Entonces, te veo en un rato.
Cada uno se metió a su apartamento. Al menos ahora, con los ánimos altos de nuevo, Deidara estaba seguro de que no iba a destrozar nada.
A los que siguen leyendo, gracias por la espera. ¡Dos capítulos más para acabar!
Dani, ya queda poquito para el pollo jiji. Este ha sido el último capi de tranquilidad, ya solo queda hacer explotar todo e ir hacia la conclusión :3 Dei me está dando mucha pena en este fic.
Andrew Rengo, fue doloroso escribir ese. Y este más T_T. Al final Deidara obtiene un poco de consuelo, pero por cuánto tiempo?
Arekusa, qué de tiempo sin saber de ti! Me alegra mucho verte de nuevo. Espero que todo ande bien. Me identifico con lo de "se me pasó un año", está siendo una década extraña esta de los 20. Como ves, a mí también me pasa eso. Le pasaré otro abracito para Dei de tu parte.
Lybra, yo tampoco sé cómo me metí en esto, quise hacer como una rama de la ciencia alrededor de las almas gemelas y acabé así jajjaj. Seguro ese comic también era muy gay y la gente se decepcionó porque el prota no se fue con su Sasuke. Hay que dejar suelta a Karin para que arme el caos. También extrañé a Dei y Tobi interactuando :( pero ya están juntos de nuevo, al menos ^^ para bien o para mal.
Gracias de veras por el apoyo a pesar de las actualizaciones escasas.
¡Nos vemos en el siguiente!
