Acto II: La verdad tras la verdad

Capítulo 2: La Sentina

—Flavia. Me llamo Flavia.

Fin había salido de El Becerro y el Perro de un portazo y, tras un intercambio de miradas con Riaan y Thatani, Nova había ido detrás de él. El resto de la tripulación se había quedado pasmada, en un silencio incómodo, ante la aparición repentina de la canción de Nova y la reacción de su capitán. Tratando de obtener más información al respecto, Shamash se había acercado a la chica, con los sensores auditivos de LEOG bien atentos a la situación… desde una distancia prudencial.

—Yo soy Shamash. ¿Cómo es que conoces esa canción?

—Espera… —ella se detuvo un momento—. ¡¿Conoces esa canción?! Gracias a los Progenitores, por fin encuentro a alguien. ¿Sabes qué canción es? ¿Qué dice?

Shamash suspiró pesadamente.

—Yo pregunté primero —dijo.

—Ah, sí, disculpa —se corrigió ella—. Hace unos meses tuve un sueño. Soñé que tocaba esa canción, con un banjo y en este mismo escenario. Lo llevo soñando varias veces desde entonces.

—Comprendo… —reflexionó el dracónido—. En fin, gracias por la ayuda. Ya nos veremos.

—¡Eh! —exclamó ella—. Yo te he respondido, ahora te toca.

—Así que te has dado cuenta…

—¿De verdad pensaste que colaría?

Sham volvió a suspirar.

—Sí, conozco la canción. Mi compañero, el que tocó contigo, también la había soñado.

—¿Y no sabéis nada más de ella?

Ese fue el momento en que LEOG creyó conveniente intervenir. Se acercó a ambos y, poniendo su brazo alrededor de los hombros del contramaestre, se unió forzosamente a la conversación.

—¡Sham, viejo amigo! ¿Qué haces aquí?

—Entonces, ¿conocéis a la persona que tocó conmigo antes?

—Sí, somos viejos amigos —respondió Shamash, forzando una sonrisa.

—Exactamente —«corroboró» LEOG.

—Entonces, ¿Finlark también es uno de vuestros «viejos amigos»?

—¿Conoces a Finlark? —preguntó Shamash.

—¿Conoces a Fin? —preguntó LEOG.

Ella les dedicó la más dulce de las sonrisas.

—De acuerdo con lo que me dijiste antes —dijo, mirando a Shamash—. Yo pregunté primero, así que me tenéis que responder primero.

Esta vez fue el turno de LEOG de suspirar.

—Joder, Sham…

—Sí, somos viejos amigos —respondió el dracónido forzadamente—. ¿Contenta?

Flavia se unió al pesado coro de suspiros y, clavándoles la mirada, dijo con un tono bastante más tajante:

—Mirad, me gustaría saber qué relación hay entre los piratas de Fin «la Galerna» y la canción que lleva no-sé-cuánto-tiempo rondándome los sueños. Así que, por favor, dejad de intentar engañarme u ocultarme información —tras eso, miró directamente a Sham—. Cosa que, por cierto, se te da de pena. Se te ve todo en la cara.

Viéndose entre la espada y la pared, sin mucha más salida, Sham decidió jugarse esa información a una partida de Conquista. Había logrado ganar a Albert, así que se sentía en racha. Flavia, a pesar de reconocer que nunca antes había jugado y apenas saberse las reglas básicas, aceptó el trato.

La partida estuvo muy igualada, pero el dracónido acabó ganando. Y, más importante, le dio a LEOG algo de margen para hacerle una consulta acerca de Flavia al miembro más veterano de la tripulación.

—Entonces, ¿crees que deberíamos llevárnosla con nosotros?

—Bueno, desde luego parece ser una pieza en todo este rompecabezas… —reflexionó Albert—. Y, si le soy sincero, don LEOG, es innegable que alguna vez he pensado que a nuestro capitán le haría bien enfrentarse cara a cara a ciertos elementos conflictivos de su pasado.

—Ya veo…

LEOG no pudo terminar su frase, que fue interrumpida por el orgulloso grito de «¡Jaque mate!» de Shamash.

—Bueno, para ser la primera vez que juego, ni tan mal… —musitó Flavia para sí—. En fin, lo prometido es deuda. ¿Qué más queréis saber?

LEOG y Sham cruzaron sus miradas y, asintiéndose mutuamente, llevaron a Flavia a un lugar un poco más apartado mientras Albert y el resto de la tripulación se retiraban del local.

—Vaya… El asunto parece mucho más secreto de lo que imaginaba —comentó Flavia—. ¿Cómo de grave es el asunto?

—Bastante —respondió ambiguamente el dracónido—. ¿Nos has dicho todo lo que sabes?

Ella se encogió de hombros.

—Sí. Soñé que tocaba esta canción con un banjo en este establecimiento. Ni más, ni menos.

—¿Sabes lo que dice la letra?

—No entiendo ni una palabra —respondió ella.

Sham entrecerró los ojos, tratando de fijarse en el lenguaje corporal de la barda mientras ella contestaba a sus preguntas. Ni una pausa en la voz, ni un movimiento extraño, ni una mirada fortuita que delatase duda, ni un movimiento de la comisura de sus labios más allá de la absoluta seriedad. En sus ojos tan solo parecía haber clara y honesta determinación.

—Bien. ¿Qué opinas, LEOG?

—Deberíamos llevárnosla con nosotros.

Sham la miró a ella desde arriba.

—¿Y tú?

Ella pareció pensárselo dos veces antes de responder con otra pregunta.

—En una escala del uno al diez, en la que el uno es «puedo seguir con mi vida» y el diez es el fin del mundo, ¿cómo de grave es esto?

—No lo sabemos —dijo LEOG.

—Diez —declaró Shamash sin dudas.

Tanto Flavia como el forjado se quedaron mirando al contramaestre, atónitos.

—En ese caso… Si puedo ayudar a quitarnos este problema de en medio, contad conmigo a bordo.

—¿El capitán estará de acuerdo? —planteó LEOG.

—Bueno… —reflexionó ella—. Bien podría no estar de acuerdo, o estar demasiado entusiasmado con ello… Y no sé qué opción me hace menos gracia.

Ambos piratas guardaron silencio unos segundos.

—Bueno, habrá que preguntarle a él, ¿no? —sugirió LEOG, entre preocupado y divertido por la idea.

—Estoy de acuerdo —dijo Sham, con su morro torciéndose a lo más parecido a una sonrisa que había puesto en años—. Danos el encuentro mañana a primera hora, en El Robledal.


—Así que es ella, ¿eh? La chica de la que me hablaste.

Nova había alcanzado a Fin después de que él saliera corriendo de El Becerro y el Perro. Tras esprintar hasta la extenuación, se había detenido en mitad de una calle del Distrito de Rordan, solo para proferir un grito ansioso a los cuatro vientos.

—Flavia, sí. Sí que es ella.

—¿Estás bien?

—Lo estaré.

—Escucha… —comenzó a decir Nova, mientras sacaba del interior de su bandolera el tricornio que le había prestado el khoravar—. Soy un profesional en reencuentros desagradables con exparejas. Si quieres hablar y sacártelo del pecho, estoy aquí.

Fin sonrió, levantando su puño en dirección a Nova. El cambiante no tardó en chocar el suyo con él.

—¿Sabes lo que me apetece? Ir al Portador a hacer un poco de ejercicio. ¿Me acompañas?

Nova arqueó una ceja, suspicaz, pero aceptó.

El «ejercicio», tal y como el bardo había imaginado, consistió más en Finlark ensañándose con el muñeco de entrenamiento para liberar su tensión que en un entrenamiento de verdad. Cogió una espada de madera, y comenzó a darle estocadas, y estocadas, y estocadas, y más estocadas hasta que astilló el arma. Cuando esta quedó inutilizable, la arrojó al suelo y empezó a darle puñetazos. Con cada golpe, la Marca de la Tormenta en el gemelo del khoravar brillaba con más y más intensidad, y Nova imbuía los acordes de su banjo con magia sanadora cada vez más y más poderosa, para suplir el daño que su capitán se estaba haciendo a sí mismo.

Tras varios minutos, cuando la cadencia de los puñetazos de Fin empezó a superar la de los acordes, y la Marca del Dragón en su gemelo empezó a iluminarse, Nova suspiró, dejó su banjo a un lado y, dirigiéndose a su capitán, le tomó el antebrazo, deteniéndole.

—Creo que será mejor que vayamos a dormir —sugirió, usando su consejo para darle su última palabra de curación.

—Sí… —musitó Fin—. Lo siento.

El cambiante negó con la cabeza.

—No te preocupes. La próxima vez, intenta desahogarte con palabras o con lágrimas en vez de con puñetazos, eso sí.

El khoravar rio.

—Entendido.

Ambos compañeros se fueron de la armería y, tras cerrar ellos la puerta, en el silencio de la noche, podía escucharse en la estancia un leve sonido de estática. Segundos tras el cierre, una sacudida eléctrica, hizo estallar en astillas el punto del muñeco de entrenamiento al que Fin había estado golpeando.

Y el zumbido cesó.


La tarea de Sjach era vigilar el Portador, por si algo pasase. No lo hizo. Para ser precisos, en un momento dado, decidió echarse una cabezadita, y no despertó hasta el día siguiente. Y soñó… con un sitio, un sitio que le era familiar, en el que había estado muchas veces, aunque solo mientras dormía.

Estaba en una arboleda envuelta en un mar de niebla plateada. Instintivamente, sabía que, si avanzaba hacia el norte, llegaría a una colina en cuya cima había una cabaña vacía. Sabía que si avanzaba hacia el sur, llegarías a un templo antiguo, en ruinas, pero habitualmente ocupado.

Estaba en el Sueño Compartido. El lugar al que la Llama Vinculante traía a su gente en sus sueños.

Con curiosidad y añoranza, Sjach empezó a correr hacia el sur. Recorrió un bosque hasta llegar a un claro, claro en el que encontró exactamente lo que buscaba.

Sus hermanos, sus maestros, entrenando en las ruinas del templo onírico, con el mismo rigor y disciplina marciales con los que los recordaba. Sjach dio un paso adelante, haciendo que todos ellos se detuviesen en seco.

—Hola… —les saludó él con la mano.

Sin mediar palabra, todas las personas lagarto le «saludaron» con una misma posición: erguidos, con el shotel de su mano derecha apuntando hacia él y el de la izquierda cruzado en perpendicular, con el centro de su sección curva apoyada en el centro de la sección recta del otro.

Era la postura ceremonial de los Sables de la Noche.

Sjach entendió el mensaje, y se dispuso a replicar la pose. Tenía los movimientos grabados en su memoria, tanto en la mental como en la muscular. Con perfección milimétrica, les devolvió el saludo.

—Eres tú, sombra sin nombre —le reconoció finalmente uno de los Sables—. Disculpa el silencio, dudábamos si se trataba de algún tipo de hechicería jugándonos una mala pasada incluso en el Sueño.

—¿Por qué iba a pasar eso? —preguntó Sjach.

—Como bien sabes —intervino otro—, no deberías ser capaz de acceder al Sueño sin estar cerca de un ascua de la Llama Vinculante.

—Lo cual significa que, o bien estabas lo suficientemente cerca de una por primera vez en cinco largos años —concluyó el primero—, o bien otra anomalía estaba pasando.

—¿Otra? —cuestionó Sjach con el gesto torcido—. ¿Ha habido más?

—Las huestes del Altar cesaron en sus oscuros empeños tras tu purificación, tiempo ha. Creemos que están encontrando medios más sutiles para alcanzar sus objetivos.

—Le hemos pedido a un hechicero errante, Raelgil, que nos instruya al respecto, pero nos queda tanto por aprender…

«Raelgil», aunque la estuvieran usando como nombre propio, era una palabra dracónica que significaba «cristal», de igual forma que «sjach» significaba «sombra». El intendente del Portador dedujo que era más un apelativo que le debían de haber dado sus maestros que un nombre real, como en su caso.

—Comprendo…

—Pero háblanos de ti, Sombra. ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tus viajes?

Sjach sonrió inseguro, y comenzó a contarles todo acerca de sus aventuras a bordo del Portador de Tormentas. Tanto las partes más emocionantes, como las más peligrosas.

—Un fragmento de la tierra con poder demoníaco dentro… Podría tratarse de uno de los hermanos del Sol Frío. Has de tener cuidado.

—Podría ser parte de tu destino —dijo otro de los Sables—. Si en las palabras de los Progenitores hay algo que os ata a ti y a tus compañeros con ese fragmento, por algo debe ser.

—¿Qué debería hacer? —preguntó Sjach.

—Sigue labrando tu senda —contestó otro—. Investiga ese destino que se te presenta delante.

—Si hay un ascua de la Llama cerca de ti, igual podrías empezar por ahí. Fuiste tocado por ella, después de todo.

—¿Tienes alguna pista de dónde pueda estar?

Sjach intentó hacer memoria. Sabía que había una catedral de la Iglesia de la Llama de Plata en Puerto Claro, pero estaba abandonada, y no había brillado fuego alguno en ella desde el fin de la Última Guerra.

—Supongo que tengo un primer paso…

—Todo primer paso lleva a un segundo. No desesperes.

Sjach guardó silencio unos segundos que se le hicieron eternos. No sabía si hacer la pregunta o no, pero acabó decidiéndose a hablar.

—Si sigo esta senda, si me enfrento a este mal… ¿Podré ser uno de vosotros? ¿Podré tener un nombre?

Sus maestros sonrieron con ternura, y el más cercano a él, el primero que había hablado, le puso una garra en el hombro.

—Ya eres uno de los nuestros. Pero sí, podrás labrarte un nombre, y mucho más. Ahora bien, sería un desperdicio que tuvieras una noche aquí y no la aprovecháramos. ¿Quieres entrenar?

Sjach asintió sin dudarlo y, sin mediar palabra más, se unió a sus hermanos en sus rutinas.


La sonora risotada de Shamash se escuchó por todo el interior del El Robledal.

—Ups —dijo LEOG.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Nova con una sonrisa tensa.

—Ellos me dijeron que estuviese aquí a primera hora… —respondió Flavia, señalando al dracónido y al forjado.

Nova los miró con una ferocidad animal casi, casi impropia de él.

—¿Y por qué no dijisteis nada?

—Porque… ¿no os encontramos al volver al barco? —dijo LEOG a modo de excusa, mientras Shamash seguía riendo.

—Sombra, creo que es la primera vez que escucho reírse al abuelo —dijo Mitne.

—Creo que yo también, Luz —contestó Sjach, para luego cambiar del dracónico a la lengua común—. Entonces, ¿qué está pasando? ¿Quién es esta chica?

—Mi ex —contestó Finlark secamente.

—Bueno, en realidad… —iba a decir ella, pero la mirada de Nova la estaba invitando a no continuar, así que no lo hizo—. Estoy aquí por una canción rara, la que canté con… —explicó señalando al cambiante.

—Ah, ¿te sabes esa canción? —preguntó Sjach, inocentemente—. Espera, ¿eso significa que sabes hablar infernal?

—¿Eh? —se extrañó ella—. Espera, ¡¿la canción está en infernal?! —exclamó confusa.

Shamash dejó de reír. De hecho, todo pareció sumirse en un absoluto silencio. No se oían el ruido blanco del gentío, el arrullo de las hojas de los robles o la brisa invernal. Era como si el mundo mismo estuviera conteniendo la respiración.

Un pesado suspiro de Finlark rompió con la tensión.

—Sí. Está relacionada con un esqueje, creemos que contiene algo con muchísimo poder. Algo demoníaco.

Ella tragó saliva pesadamente.

—A ver, si esto va de enfrentarse a las fuerzas del mal y todo eso, no creo poder ayudar mucho. Combatir no es lo mío, después de todo…

—¿Y qué es lo tuyo? —inquirió Nova.

—Bueno, se me da bien tocar música…

—Eso está cubierto —la cortó el cambiante.

—También soy buena recopilando información. La gente suele irse de la lengua cuando está conmigo…

—¿Eres buena con las espadas? —preguntó Sjach.

—Sí —respondió ella.

—¿En serio? —preguntó Fin, sorprendido.

—O sea, soy buena bailando con espadas —clarificó ella.

Sjach se encogió de hombros.

—Un estilo diferente; para entrenar me sirve. Me cae bien.

—Y, bueno, no soy una experta, pero puedo ayudar en casi cualquier tarea así cotidiana…

—¿Sabes carpintería o mecánica? —preguntó Shamash.

—¿A nivel amateur? —respondió ella, dubitativa.

—Valdrá —concluyó el dracónido—. Si nos la quedamos, tengo trabajo para ella.

Fin parecía pensativo.

—Está claro que algún lugar en todo esto tienes… —reflexionó en voz alta—. Está bien, bienvenida a bordo.

—¿En serio? —dijo ella, sorprendida—. O sea, ¡genial! Será solo temporal. Os prometo que cuando este asunto esté resuelto, desapareceré de vuestra vista.

—Nah, sin problema —dijo Fin, haciendo un gesto con la mano, como despejando la tensión—. Ah, y lo siento. Te dijeron que vinieras a primera hora y ya es media tarde, habrás estado esperando un buen rato.

Ella sonrió con dulzura y le respondió.

—No te preocupes. Soy muy consciente de que eres de despertarte tarde, así que contaba con ello.


—¡Entrad, está abierto! —contestó una voz al otro lado de la puerta.

Fin, Nova, Mitne y Sjach estaban ante un pequeño estudio de tatuajes en el Distrito Este. Era el establecimiento de uno de los socios de Durnan, así querían aprovechar la tarde en hacerle una visita. Por el camino, habían parado a comprar un laúd para Nova —treinta y cinco galifares, nada menos—, pero ya estaban allí, y con negocios importantes entre manos.

—Quiero tatuarme esto —solicitó Sjach nada más entrar por la puerta, mientras sostenía entre sus manos un trozo de tablón de madera con un grabado que quería representar la cara de Mitne.

—¡Sombra, Sombra, ese soy yo! —dijo el pequeño dragón, dando saltitos.

Nesken ir'Laitne, el khoravar a cargo de la tienda, era un hombre de cabello rubio, ondulado y descolorido. Sus ojos marrones estaban decorados por densas ojeras, que se veían aún más en contraste con su tez paliducha. Sus orejas puntiagudas se extendían casi con decaimiento, dándole un aspecto aún más melancólico, si cabía. Vestía más o menos bien, pero con ropa vieja, como un aristócrata sin dinero para respaldar su estatus social.

—Me temo que tu piel es demasiado dura para tatuajes comunes —respondió tras dedica unos segundos a evaluar a Sjach—. Pero puedo fabricarte algo con una aguja mágica, si quisieras.

—¿Cuánto dinero costaría eso? —preguntó Nova con un suspiro.

—Bastante. Aunque dependa de qué queráis exactamente.

—Oh… —se lamentó Sjach—. Bueno, después de La Sentina podemos venir.

—¿Vais a participar en La Sentina?

—No —respondió Fin—. Vamos a ganar.

—Comprendo —respondió el tatuador con una sonrisa de medio lado—. Supongo que puede merecer la pena apostar por vosotros, y todo. ¿Necesitáis algo más?

—Sí —continuó el capitán—. Venimos de parte de Durnan. Estamos rastreando a una de sus fuentes, la más reciente. La información acabó en nuestras manos, y necesitamos saber más.

—Ya veo… —musitó Nesken—. Parecéis de fiar, pero no hay mucho que pueda deciros. Las fuentes de Durnan ya no pasan por mí, les di línea directa con él. En general, son gente peligrosa, normalmente de las bandas locales.

—¿Puedes darnos algo más concreto? —insistió Nova.

—Solo suposiciones —reconoció él—. La tripulación de Mordak está llena de estafadores de medio pelo, y Durnan es un tipo que sabe contrastar bien la información que recibe; por otro lado, la gente del Kech Motrai no suele meterse en esa clase de negocios… Así que eso reduce las posibilidades a dos.

—Que son…

—Los Norteños y las Dagas Negras.


—Y… listo —dijo Shamash para sí, mientras terminaba de colocar el amuleto en el timón del Portador.

Estaba tratando de reactivar el guardián escudo que habían obtenido de su pequeña escaramuza con el Dodecanato. Nova había decidido llamarlo «Mate», por las severas capas de óxido que cubrían su chasis, borrándole el brillo metálico que, supuestamente, debería haber tenido. Ese tipo de autómatas estaban conectados a un medallón mágico; su propietario se sintonizaba con el medallón, y gracias a eso podía darle órdenes al robot. Fácil, sencillo y para toda la familia. La tripulación había decidido vincular el medallón al motor elemental del barco, así tendrían a Mate sirviendo más o menos como un compañero más… solo que demasiado grande para acceder a las cubiertas interiores, y demasiado automático para entender indicaciones abstractas.

Pero bueno, menos era nada.

En cuanto Sham engarzó de vuelta el esqueje de Siberys del timón en su lugar, un ruido eléctrico se escuchó a su espalda, en la sala del motor, y una especie de eco de ese ruido, idéntico pero más moderado, surgió del cuerpo de Mate. La electricidad empezó a fluir por los huecos rotos de su estructura, y se levantó forzosamente, irguiéndose en un equilibrio precario, como si fuera la energía la que lo mantuviese en pie, en vez de ser él el que la canalizaba.

—Bueno, y con eso ya está.

—Shamash, ¿y yo qué hago? —preguntó educadamente Flavia, que había estado todo el rato de pie a su lado, mirándole trabajar sin recibir ninguna instrucción.

—Ah, sí, tú. Cierto —se dio cuenta él—. Aquí ya no me sirves para nada, pero tengo un encargo especial para ti. Cuando vayamos a La Sentina esta noche, quiero que vayas con nosotros. Mézclate entre el público, habla con la gente, escucha conversaciones ajenas, o haz lo que quieras, pero necesitamos cualquier información que puedas proveernos de cualquier persona peligrosa que pueda ir detrás de nosotros. ¿Entendido?

—Entendido —respondió ella.

—Bien, pues ya puedes irte. ¿A qué esperas? ¡Estorbas!


—¡Delicioso! —exclamó Allan—. ¡Absolutamente delicioso! Te daré un descuento del cuarenta, no, ¡del sesenta por ciento!, si me traes cantidades suficientes de este cóctel para tres meses.

—Dejémoslo en un mes —respondió LEOG entre risas—. Sabía que te gustaría.

—¡Gustarme es poco, me encanta! Mientras tenga de esto para beber, créeme, mi amigo metálico, ¡que siempre podréis contar con las mejores ofertas en el Fantástico Laboratorio de Alan ir'Mosse. ¡Estaré más que encantado de hacer negocios contigo!

LEOG le extendió la mano al excéntrico alquimista.

—Dejémoslo en un mes, y si los negocios van bien, ya veremos. ¿Te parece?

—¡Sí, sí, y mil veces sí! —respondió el humano, estrechándosela profusamente.

Una pequeña victoria para LEOG, y para la tripulación. Ahora solo quedaba ganar un dinerillo extra en La Sentina.


—¡Aquí, en el distrito que nunca duerme! —exclamó Andrajo ante la exaltada audiencia.

—¡En el paraíso del vicio y el pecado, del dolor y el placer! —completó Chatarra.

— En el lugar donde cualquier deseo puede hacerse realidad por el precio adecuado: ¡el Enladrillado!

— Queridos amantes de la locura y la violencia… ¡Os damos la bienvenida!

—¿Estáis cómodos? Esta noche seréis testigos del espectáculo más sangriento de Puerto Claro… qué digo, ¡de toda Aundair! Aquí, ¡en La Sentina!

Con un breve efecto mágico, chispas mágicas brotaron del suelo cuan géiseres. Todo el público comenzó a aclamar, aplaudir y vitorear efusivamente, atrapados en el ambiente del espectáculo.

—¡El premio de esta noche, como todas las noches, es nada más y nada menos que un único deseo concedido por uno de los estimados huéspedes de nuestro palco VIP! —continuó Chatarra.

—Además, esta noche contamos con una invitada de lo más especial. Recién llegada desde Sharn, nada más y nada menos que… ¡Lady Rhea Tarkanan!

—Qué emoción, un nuevo mecenas. Y solo hay una forma de conseguir su favor: ¡masacrando al rival!

—¡Dándole una somanta de palos!

—¡Con saña!

—¡Sin miramientos!

—¡Hasta que escupa sangre!

—Solo los luchadores más despiadados…

—Los sanguinarios que aguanten hasta el final…

—¡Se harán con el premio y la gloria!

—¡Ha llegado el momento que tanto ansiabais! ¡Bestias sedientas de sangre lucharán para vuestro disfrute!

—¡Combatientes de lo más variopinto lucharán hasta la extenuación por vosotros! ¡Aquí y hoy, en La Sentina!

Las géiseres de chispas se transformaron repentinamente en pirotecnia, cerrando la presentación de la noche con las ovaciones del público y un azafato conduciendo a los oficiales del Portador de Tormentas —o, mejor dicho, a «los Tormentosos»— a su sala de espera designada, mientras Flavia, siguiendo las indicaciones de Shamash, se alejaba de ellos.


—Entonces, ¿al final qué vamos a hacer? —quiso asegurarse Nova.

—Apostar por nosotros, ganar, y pedir como premio una audiencia con el líder de las Dagas Negras, o de los Norteños.

—Entonces, ¿no vamos a pedir dinero? —preguntó LEOG.

—No. Nos reunimos con uno de los socios de Durnan esta mañana. Aún nos queda el otro, pero al menos tenemos una pista —explicó Fin.

—Quien informase a Durnan acerca del esqueje debía de pertenecer una de esas dos bandas, por descarte. No tiene tantos clientes potenciales.

—¿Y si se equivoca? —inquirió Sham.

—Habremos descartado una opción —concluyó el capitán.

—¡Aviso para Luff, Ness y Elna de «Los Tormentosos»! —los llamó una voz desde el exterior de la estancia —. Su combate está a punto de empezar.


Mientras Fin, LEOG y Sjach se dirigían hacia el cuadrilátero donde tendría lugar su combate, Shamash y Nova se acercaron a la pizarra de las apuestas. En la columna de «los Tormentosos» había solo dos nombres: Nesken ir'Laitne y Rhea Tarkanan.

—Parece que la VIP misteriosa ha apostado por nosotros —mencionó Nova.

—Esto se está poniendo cada vez más raro —concluyó Sham.

Pero, antes de que pudieran elaborar más el tema, fueron interrumpidos por la presentación de Chatarra y Andrajo.

—Para el siguiente encuentro, demos la bienvenida a tres luchadores: ¡un grupo de aventureros llegados de muy lejos! —introdujo el segundo.

—¡Vaya lugar para unas vacaciones! —comentó el primero.

—¡Es su primer torneo!

—¡Quizá su primer combate!

—Y será el último si no tienen experiencia, ¿o sí la tienen? ¡Un aplauso para Luff Straw, Ness Presso y Elna Vajas: «Los Tormentosos»!

El público comienza a aplaudir sin mucho entusiasmo, mientras Fin y LEOG accedían al campo de batalla con un vistoso baile.

—Luz, quédate con Sham y Nova y anímame desde las gradas, ¿vale? —le pidió Sjach a Mitne en la lengua dracónica antes de subir él también las escaleras.

El pequeño dragón asintió, y fue trotando hasta el dracónido y el cambiante.

—¡Su contrincante es una de los mejores domadores de bestias de Puerto Claro! —continuó Chatarra—. ¿Acabarán los novatos en la panza de sus mascotas?

—¡Ya les han dado un aperitivo!

—¡Pero su voracidad es insaciable! Contemplad a estos felinos de pesadilla: ¡«las Bestias Trémulas»!

Subiendo las escaleras apareció una muchacha de tez oscura y pelo negro, engarzada en una armadura de cuero y armada con nada más que dagas. La Marca de la Crianza refulgía en el dorso de su mano derecha, y dos gigantescas panteras de pelo negro, tres pares de patas y prolongados tentáculos emergiendo de sus lomos la acompañaron al cuadrilátero, envueltas en auras oscuras.

—¡Eh, sois los amigos de Brigit! —exclamó Molliver al reconocerlos, con una sonrisa en la cara.

—Sí… —respondió un sorprendido Fin—. Y, hablando de eso, no sabrás dónde está, ¿no?

—Cuando salí a trabajar esta mañana, seguía durmiendo en mi casa. Parecía cansada, así que no quise despertarla —explicó.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó LEOG.

—Ah, vengo de vez en cuando —respondió ella—. A los michis les gusta participar para estirar las patas.

Las bestias trémulas, casi como respondiera, emitieron el ronroneo más siniestro que el trío había escuchado nunca.

—Me vale —respondió Fin.

—A mí también —añadió el forjado.

Sjach se encogió de hombros.

—¡Esto está que arde, señoras y señores! —escucharon continuar a Andrajo— ¿Quién se alzará con la victoria en este duelo de hombres y bestias?

—¡Esto podría acabarse en un abrir y cerrar de ojos, así que nada de pestañear! —añadió Chatarra.

—Sin más dilación, ¡que comience el cuarto combate de la primera ronda!

Casi como si la intervención de los comentaristas fuese una orden para entrar en acción, ni corto ni perezoso, el grupo se puso manos a la obra. Fin reaccionó rápido, lanzando una daga a una de las bestias. Esta la desvió con un tentáculo, pero fue suficiente para distraerla el evento principal. Con sus ojos resplandeciendo en un tono verde esmeralda, LEOG realizó un rapidísimo ritual para pedir la ayuda de sus espíritus. Pequeñas chispas de luz se concentraron y arremolinaron frente a él, generando la imagen traslúcida de un parasaurólopo, interponiéndose entre su equipo y las bestias trémulas de Molliver.

—¡Parece que Ness Presso ha llamado una criatura al campo de batalla! —comentó Andrajo—. ¿No va eso contra las normas?

—¡No se preocupen, damas y caballeros! —dijo Chatarra a modo de respuesta, con sus gafas de sol bajadas y sus ojos resplandeciendo con un brillo rojo—. ¡Solo se trata de un efecto mágico, no de una invocación! El espectáculo puede continuar.

Como si quisiera decirles «aún no habéis visto nada», LEOG puso una de sus manos en el suelo, conjurando alrededor suyo y de sus compañeros un domo que parecía imitar el cielo nocturno. Con las sombras ocultando su presencia, y las estrellas refulgiendo hacia el interior.

—¡Hemos perdido toda visibilidad, señoras y señores! ¿Con qué pretende sorprendernos el trío de novatos?

Con impaciencia, y sin esperar instrucciones de Molliver, ambas panteras se abalanzaron hacia la esfera oscura, tratando de dar caza a sus escurridizos oponentes. No obstante, tan pronto como pusieron un pie dentro del área, las pequeñas estrellas empezaron a brillar con el triple, no, el cuádruple de fuerza, deslumbrándolas al instante. Una de ellas consiguió cerrar los ojos a tiempo, pero la otra, más desafortunada, quedó completamente cegada por el destello.

Y parte del público también.

—¡Vaya juego de luces y sombras! —comentó Andrajo—. Está claro que «los Tormentosos» han venido con la intención de montar una buena.

—¡Ya te digo! —respondió Chatarra—. Menos mal que llevamos gafas oscuras, compañero.

Amparados por las sombras, Sjach y Fin coordinaron sus movimientos para enfocarse en un único oponente. Ignorando a la bestia cegada, atacaron a la otra con todo lo que tenían. Mitne dejó caer un leve esputo eléctrico en el shotel de Sjach que, imbuido de chispas azules, iluminó la escena lo suficiente para que el público viera lo que estaba pasando. Corte, mordisco, corte. La poderosa criatura se las arreglo para evitar la mayor parte del daño, pero no pudo ver el estoque de Fin dirigiéndose a su costado desde detrás del hombre lagarto. Dolorida, la criatura contraatacó con uno de sus tentáculos, pero el capitán activó la magia innata de su Marca del Dragón para conjurar un contraviento, restándole inercia al golpe y aminorando el daño.

Las bestias trémulas eran enemigos complicados, pues cuando más seguro estabas de haber logrado encajar un ataque, resultaba que tus ojos te engañaban y no estaban exactamente donde habías golpeado. Incluso dando lo mejor que tenían y jugando con ventaja, el combate se había convertido en un intercambio tan parejo como impresionante, que mantenía al público al borde del asiento. Al menos, a la mayor parte del público.

Shamash había estado jugueteando con su herramienta multiusos y, girando un par de bovinas y ajustando tres o cuatro engranajes, le había dado la forma de una especie de proyector. En cuanto estuvo listo, apuntó con él al cuadrilátero, generando un foco de luz que, atravesando la pared de vidrio transparente que lo cubría, generó una pequeña imagen ilusoria justo detrás de la bestia trémula.

Un perro intermitente.

Al ver a su enemigo natural, la enajenada bestia se dio la vuelta y, alejándose de Fin y Sjach, se lanzó contra la ilusión con furia, permitiendo al khoravar y al hombre lagarto atacarle por la espalda.

Entre tanto, la otra criatura ya se había recuperado del destello y, con instrucciones concretas de su domadora, estaba atacando a LEOG con todo lo que tenía. El forjado permaneció inmóvil ante el frenesí de golpes que, ya fuera por falta de precisión de la bestia, o porque esta aún no había recuperado plenamente los sentidos, no dejaban de impactar en su dura carcasa sin atinar en las zonas más blandas donde sí podía hacer daño.

Mientras distraía a la criatura, LEOG hizo resonar la magia del tótem del parasaurólopo, regenerando poco a poco las heridas que Fin y Sjach iban sufriendo en su lado del combate. El problema era que las criaturas tenían más aguante que ellos, y tampoco podían llegar hasta Molliver, que seguía dándoles instrucciones y asistiéndoles con sus dagas.

Ahí fue cuando intervino Nova.

Levantándose de su asiento, pandereta en mano, empezó a dar golpecitos rítmicos con ella, al grito de «¡Dame una ele!». Tal parecía que estaba animando a su equipo, pero los vítores iban acompañados por una magia muy sutil.

Con el pequeño soplo de fuerza que la música de su primer oficial le estaba dando, Finlark consiguió rasgar la piel de la bestia trémula, haciéndola sangrar. En ese momento, Molliver guardó sus dagas en sus fundas y, levantando la mano, exclamó:

—¡Me rindo! ¡Ha sido suficiente!

Y, con esas palabras, consiguió que toda la grada guardara silencio. Tras unos segundos que se hicieron eternos, la sala entera explotó en aplausos, vítores y lamentos por el dinero perdido.

—¡Y «los Tormentosos» se convierten en los primeros novatos en hacer rendirse a Molliver, señoras y señores! —exclamó Chatarra.

—¡Parece que este trío misterioso promete, después de todo! —añadió Andrajo—. ¡Por favor, denles un fuerte aplauso! Esperamos que en la siguiente ronda den un espectáculo igual de bueno, ¡o mejor!


—Hemos ganado setecientos cincuenta galifares —informó Nova—. ¿Alguien quiere subir la apuesta, o algo?

—Devolvedme el dinero que os di al principio, y apostad con las ganancias —decidió LEOG.

—En mi caso, jugad con todo —dijo Finlark.

Antes de que Sjach también respondiera, se escuchó el sonido de la puerta. Se abrió, y una cabellera escarlata, acompañada de los brillantes ojos esmeraldas y el hermoso rostro de Flavia.

—¿Qué quieres? —preguntó Nova con un tono seco en su voz.

—He estado haciendo el encargo que Shamash me pidió… —informó ella.

Todos dirigieron su mirada al dracónido, que se limitó a encogerse de hombros.

—¿Qué has descubierto?

—Dónde están las guaridas de todas las bandas criminales de la ciudad.

Sham arqueó una ceja.

—No es exactamente lo que te pedí, pero supongo que está bien.

—¿Querías información sobre gente peligrosa, no?

—Sí, pero me refería más bien a gente del Dodecanato, mariscales del Gremio de Mercenarios, y cosas así.

—Ah, claro. Tiene sentido, sí, que sois piratas… No vi a nadie de ese perfil, ni escuché nada, pero puedo indagar un poco más…

—Haz eso —ordenó Shamash.

—Entendido. ¿Queréis saber lo de las guaridas igual o…?

—¡Sí! —exclamaron los demás, en casi perfecta sincronización.

—Bueno, pues… Parece ser que el Kech Motrai tiene una guarida oculta en el Distrito Rural, en un almacén que solía pertenecer a Daask, hasta que los expulsaron de la ciudad. La tripulación de Mordak tiene una pequeña flota, pero el edificio al que podríamos llamar su «cuartel general» es un establecimiento llamado El Bajo Puerto, en este mismo distrito; al parecer, es teóricamente una rula…

—Continúa —dijo Nova con tono serio, recordando ese antro en el que casi se había colado el día anterior.

Flavia asintió.

—Los Norteños no tienen una guarida fija: se organizan en células a las que llaman «manadas», y cada una gestiona su propia base, aunque la mayoría están en los distritos orientales. Finalmente, las Dagas Negras se esconden en la catacumba de la catedral abandonada de la Llama de Plata… dato que, al parecer, es de dominio público, pero nadie ha conseguido encontrarlos allí nunca.

Esa última información hizo que Sjach se pusiera de pie.

—¡Tenemos que ir allí! —exclamó.

El grupo se le quedó mirando.

—Bueno, ahí o a una de las bases de los Norteños… ¿no? —dijo Fin.

—¡No! O sea, ¡sí! Pero, además, tengo que ir a esa catedral…

Sjach les explicó a sus compañeros su estancia en el Sueño Compartido y el misterio en torno a la Llama Vinculante.

—Vale, eso es curioso… ¿Y dices que la Llama puede ayudarnos? —preguntó Fin.

—No lo sé —comentó Sjach—. Pero podríamos probar.

Antes de que pudieran discutirlo más, el pregonero llamó al campo de batalla a «Los Tormentosos».


En este caso, el equipo rival se llamaba «La Pandilla del Chungo», y la práctica totalidad de las apuestas estaba puesta a favor de Fin y los demás. Tan solo había un voto a favor de los otros, el de un tal El Notas.

—Supongo que es mejor que nada… —comentó Shamash.

—Eh, mira ahí —dijo Nova, señalando a un nombre en particular en la pizarra.

Entre los muchos votantes a favor de «Los Tormentosos», había uno que reconocían muy bien: «Durnan». Nova, no obstante, señalaba al que estaba justo debajo, «Jovan».

—¿No es el nombre de su otro socio? —dijo Sham.

Nova dirigió su mirada a las gradas, buscando entre la muchedumbre. Sus sentidos vulpinos no tardaron en divisar al dúo: un hombre humano de mediana edad, con densas patillas unidas a un más denso bigote, y un gnomo de apariencia anciana y barriga abultada, vestido con demasiada elegancia para esos ambientes tan sórdidos. Sham asintió y, buscando también entre el gentío, divisó rápidamente la melena pelirroja de Flavia. Buscando su mirada, no tardaron en hacer contacto visual, y con el gesto más disimulado que pudo, le hizo un gesto en dirección al dúo de informantes. Ella asintió con entendimiento, y empezó a buscar un asiento cerca de ellos.

Ni Shamash ni Nova pudieron estar más tiempo pendientes de la situación, pues las voces de los comentaristas les indicaron que era el momento de acercarse al cuadrilátero.

—Continuamos con el segundo encuentro de la semifinal… Recién salidos de una aventura silvestre, os presento… ¡a «Los Tormentosos»! —comenzó Andrajo.

—¡Qué tempestad de emociones nos dieron en la ronda anterior! —continuó Chatarra.

—¡Otro aplauso para Luff, Ness y Elna!

—¡Sus contrincantes son una panda de ladrones, buitres de vertedero, los asesinos más viles del Distrito de los Tejados Blancos! —declaró Chatarra, mientras trataba de contenerse la risa —. Sabandijas profesionales, ¡lo peor de lo peor!

—¡Señoras y señores, cuidado con las carteras, que estos tienen las manos muy largas!

—Os presento a la escoria de Puerto Claro: ¡«La Pandilla del Chungo»!

Cuando ambos equipos llegaron al lugar del encuentro, la jaula de vidrio descendió sobre ellos y, sosteniendo el amuleto que colgaba de su pecho, Chatarra conjuró una gran masa de agua en su interior. Fin, LEOG y Sjach se situaron rápidamente en las superficies de madera que estaban desplegadas por la zona, y sus oponentes hicieron lo mismo, pero con más torpeza y menos pensamiento rápido. Dos de ellos, el que parecía ser el líder y el más robusto, llevaban máscaras ridículas que ocultaban sus rostros, y el tercero parecía el tipo más normal y corriente del mundo, tanto que ni siquiera parecía seguro de qué estaba haciendo allí.

—¿De dónde han salido estos amigotes tan impresentables?

—¡Los aventureros van a necesitar más que suerte para sobrevivir a este encuentro!

—¡Esto va a ser una carnicería! Querido público, no miréis para otro lado, ¡no vaya a ser que os perdáis lo mejor!

—¡Que comience el segundo combate de las semifinales de La Sentina!

Y, casi tan poco como comenzó, terminó. Shamash y Nova habían urdido el plan definitivo para distraer a los rivales de sus compañeros: combinarían sus trucos de ilusionismo para crear una sirena. Sham se ocuparía de la imagen, y Nova de la voz. Por supuesto, el resultado final no quedó especialmente creíble, pero los miembros de «La Pandilla del Chungo» no eran especialmente brillantes.

El truco, por supuesto, funcionó y, distraídos por la falsa ninfa, no pudieron reaccionar a tiempo antes de que Fin saltase ágilmente a sus tablones de madera e incapacitase a dos de ellos con rápidos golpes en la parte de atrás del cuello, usando el mango de su estoque.

—¡Broncas! ¡Pardi! —exclamó el que, por descarte, debía ser El Chungo al ver caer a sus compañeros—. ¡Me las pagarás por esto, tío!

—¿Cómo superasteis la primera ronda? —preguntó un sorprendido Fin.

—¡Con mucho estilo! —contestó el bandido, blandiendo su cimitarra contra él.

Cuando El Chungo se preparaba para arremeter contra el capitán, algo bloqueó su paso. LEOG había cogido su caña de pescar y, tirando el garfio, estaba tratando de apresarle con él. Consiguió liberarse con facilidad, pero Sjach ya estaba a su lado, shoteles en mano, propinando dos cortes laterales contra él. Demostrando mejores reflejos de los que parecía, El Chungo consiguió desviar uno de los golpes con su propia arma, aunque el otro logró herirle superficialmente.

Volvió a girarse hacia Fin.

—¡Si creéis que con eso podéis detener mi furia, estáis muy equivocados!

Pero dejó de hablar al ver que el khoravar, que ya había envainado su estoque, estaba señalando algo con el dedo. Algo detrás de él.

El Chungo se giró, preocupado y, para su horror, donde antes había una atractiva sirena, ahora había un enorme y traslúcido tiburón nadando a máxima velocidad hacia él. Espantado, salió corriendo hasta el extremo de la pecera, golpeando las paredes con desesperación.

—¡Me rindo! ¡Me rindo! ¡Sacadme de aquí, por favor! ¡Esa cosa me va a devorar!

Como respuesta a sus plegarias, el nivel del agua en la cabina empezó a descender, y la ilusión del tiburón desapareció por completo. Cuando la jaula fue completamente retirada, era difícil distinguir qué porcentaje del ruido del público se debía a los aplausos, y cuál era causado por las carcajadas.


Finlark se dejó caer sobre el sillón, satisfecho con su victoria. Nova y Sjach no estaban tan contentos.

—Un solo galifar… —se quejó el cambiante.

—Espero que el siguiente combate sea contra un enemigo más digno… —musitó con tristeza el hombre lagarto.

—Venga, animaos —dijo el capitán, despreocupado—. Ha sido divertido.

—Sí, pero seguimos pobres como ratas —dijo LEOG.

—¿No habíamos venido a por información? —preguntó Flavia.

—Ah, cierto, eso también —recordó Fin—. ¿Encontraste algo?

—Bueno, Shamash me dijo que había dos conocidos vuestros en el público, así que fui a hablar con ellos. Un gnomo y un humano con patillas muy largas.

—Durnan.

—Eso, sí. Tuve que decirles que era una de los vuestros, espero que no os moleste, pero pensé que así sería más fácil que confiaran en mí…

—Eres una de los nuestros —le cortó Fin—. Así que no te preocupes.

Ella, sonriendo levemente, se subió una de las mangas del vestido, revelando lo que parecía una pulsera de cuerda, pero completamente blanca y brillante.

—Me dio esto —explicó—; es un recuerdo de Durnan. Al parecer, el gnomo le guarda en hilos como estos los recuerdos que prefiere no tener consigo… o algo así.

Shamash se masajeó la mandíbula inferior con los dedos mientras lo analizaba.

—Es una magia muy simple —declaró—. Puedo construir un aparato para descifrarlo fácilmente, pero me faltan materiales, así que tendrá que esperar a mañana.

Flavia le ató la pulsera a Sham.

—Toda tuya, entonces. ¿Necesitáis algo más?

—Sí —intervino Fin—. Antes dijisteis que la tipa misteriosa del palco VIP había apostado por nosotros, ¿no? —preguntó mirando a Sham y a Nova, que asintieron con la cabeza—. ¿Podrías ver lo que puedes descubrir sobre ella?

Flavia pareció dudar.

—Puede ser un poco más complicado, pero lo intentaré —dijo ella.

—Ve con cuidado —dijo el capitán—. No te arriesgues demasiado.

Ella asintió y, sin mediar más palabra, se marchó para cumplir con su deber.

—Qué obediente es esta chica —comentó LEOG—. Es una buena incorporación.

Fin sonrió.

—Sí, sí que lo es.

Antes de que pudiera decir nada más, el llamamiento para la final les hizo ponerse en marcha.


—Señoras y señores, ¡el espectáculo está llegando a su fin! —anunció Chatarra.

—Esta noche en La Sentina ha estado repleta de giros inesperados y mucho tomate, ¡y ahora está a un combate del desenlace! —añadió Andrajo, mientras el público se desvivía en aplausos y vítores.

—Je, je, je… ¡Nosotros tampoco queremos que acabe! ¡Pero ya se dice que lo bueno, si breve, dos veces bueno! ¡Por eso, vamos a despedirnos por todo lo alto y a voz en grito! ¡Que nos oigan hasta en el palaciooo!

—¡Arriba, arriba! ¡Tenemos aquí a los novatos que nos han dejado con la boca abierta combate tras combate! ¡El super trío unido por su insaciable sed de sangre! «Los Tormentosos»: ¡Luff, Ness y Elna!

—¡Vamos! ¡Más alto! ¡No os oigo animar! ¡Desgañitaos! —animó Chatarra, entusiasmando más y más al público—. ¡Se enfrentarán a los ganadores por quinta vez consecutiva de La Sentina! ¡Dos máquinas de matar que han descuartizado a cientos de contrincantes!

—¡Y desmembrado a otros cuantos!

—Un dúo duro de pelar que corta por lo sano, ¡y por lo menos sano!

—Los verdugos mecánicos… Los campeones de Mordak… ¡Potingue y Pedrusco!

El cuadrilátero tenía obstáculos en esa ocasión: dos grandes pilares fracturados, a los que se podía uno subir si saltaba lo suficientemente alto. Caminando lentamente desde el lado opuesto al de Fin, LEOG y Sjach, entraron dos autómatas: uno de ellos, que parecía estar hecho de bronce, tenía una forma humanoide y llevaba en los brazos dos enormes losas de piedra a modo de escudos; el otro, de lo que parecía ser hierro, tenía la forma de una larguísima cobra. Viendo el panorama, Fin cogió impulso y saltó a uno de los pilares: tomar altura da ventaja, o eso le habían enseñado.

—¡Aquí llegan!

—¿Quién se llevará el premio de esta noche? ¿Qué les pedirán a nuestros patrocinadores?

—¡Preparaos para un combate que hará historia!

—¡Que empiece el combate final de La Sentina! —dijeron ambos al unísono.

Pedrusco se abalanzó sobre LEOG y Sjach como sus escudos frente a él, tratando de arrollarlos. Sjach giró sobre sí mismo para esquivar el envite y situarse detrás del autómata, mientras que LEOG optó por una respuesta más central. En lugar de llevarse al forjado por delante, Pedrusco se vio detenido en seco por las portentosas mandíbulas de un sarcosuco mecánico de proporciones inabarcables. La cobra trató de lanzarse al ataque tras Sjach, aprovechando que estaba de espaldas, pero Fin saltó rápidamente sobre ella y la apuñaló desde arriba con su estoque, clavándola al suelo blando.

Tanto el defensor de piedra como la sierpe de hierro estaban atrapados. La victoria de «Los Tormentosos» era solo cuestión. El trío fue debilitando paulatinamente a los dos autómatas, sin permitirles moverse lo suficiente como para causarles ningún daño significativo. Shamash y Nova les apoyaban desde las gradas, sanando rápidamente las heridas superficiales que les iban causando.

Como espectáculo para el público, no era animado en el sentido estricto de la palabra, pero todo el mundo contenía la respiración, tenso y expectante. La victoria de los tres novatos dependía de que sus oponentes no se libraran de su cautiverio: un solo mordisco de Potingue era suficiente para dejar paralizado a un gigante en segundos, y las defensas de Pedrusco eran casi infranqueables. El combate podía dar un giro de ciento ochenta grados en un solo parpadeo.

Pero no sucedió. Sjach arrancó la cabeza de Pedrusco de un bocado, mientras el metamorfoseado LEOG aplastaba el cuerpo con sus fauces. Fin consiguió cortar verticalmente el cuerpo de Potingue, partiéndolo por la mitad. La audiencia estaba atónita: nadie había vencido al dúo de verdugos electrónicos de Mordak en muchísimo tiempo. Y, sin embargo, esos tres individuos salidos de la absoluta nada lo habían conseguido.

¡Lo habían conseguido!

Todo el público estalló en vítores, la pirotecnia mágica estalló por toda la estancia y, conforme los muros del cuadrilátero comenzaban a retirarse, Chatarra no se hizo esperar ni medio segundo antes de teletransportarse al lado de Finlark y, cogiéndole del antebrazo, lo levantó en señal de victoria,

—¡Estos han sido Luff Straw, Elna Vajas y Ness Presso, damas y caballeros! ¡Dadles un aplauso a nuestros nuevos campeones: «Los Tormentosos»!

La reacción fue aún más arrolladora, todo el mundo estaba entusiasmado. De un ágil salto, Andrajo descendió también al cuadrilátero y, colocando frente a la boca de Fin un extraño cachivache redondeado, que ellos habían estado usando para amplificar sus voces, le preguntó:

—¿Cuál va a ser vuestra primera solicitud para los espectadores de nuestro palco VIP?

En el momento en que la cuestión fue pronunciada, el subidón del momento desapareció, dando lugar a la duda. ¿Qué debía pedir, exactamente? ¿Una reunión con los Norteños? ¿Con las Dagas Negras? ¿Con la misteriosa lady Rhea esa? Casi como respondiendo a sus dudas, notó un cierto cosquilleo en el fondo de su mente: una petición de permiso para entrar en ella.

Sin dudar demasiado, permitió que se abriera el vínculo telepático.

«¿Flavia? ¿Eres tú?», preguntó en su mente.

«Sí. He estado investigando por aquí… Creo que deberíamos pedir audiencia con las Dagas Negras.», respondió la voz de ella a través del canal mental.

«Puede ser. Además, Sjach tenía que ir a la catedral esa de todos modos. ¿De la Tarkanan descubriste algo?»

«No. Nadie aquí parece haberla visto nunca, ni saber nada de ella.»

«En ese caso, no tenemos más opciones», concluyó el khoravar.

—Queremos una audiencia con el líder de las Dagas Negras —declaró finalmente.

Toda La Sentina se sumió en el más absoluto silencio durante unos pocos segundos, segundos que a Finlark se le hicieron eternos. Finalmente, algo estableció otro vínculo telepático con él, esta vez sin pedir permiso alguno. En cuanto ese algo empezó a hablar, el khoravar sintió que la cabeza podía explotarle: era como si cada palabra la pronunciase una voz distinta, pero todas fuesen la misma al mismo tiempo.

«Id a la catedral abandonada mañana al anochecer. Allí nos encontraremos», dijo finalmente, antes de cortar el vínculo.

Fin asintió, con gesto serio, pero sintiéndose agradecido de que la interacción fuese corta. Aún así, decidió tomar el aparato que le había tendido Andrajo y hablar una vez más.

—Por otro lado… ¡Eh, lady Rhea! ¿Hay algo que quieras decirnos? Es lo mínimo, después del dineral que te hemos hecho ganar.

Pasaron varios segundos. Más de un minuto, incluso. Y, saliendo de entre la muchedumbre, apareció una persona. Tenía el pelo color castaño oscuro, atado en una coleta baja, y los ojos oscuros, casi negros. Su rostro era severo, de facciones duras y afiladas, aunque completamente andrógino. Vestía una armadura de cuero tachonado, y llevaba dos espadas cortas colgadas del cinturón, una a cada lado. En su mano derecha, portaba una nota. La misiva estaba sellada con el símbolo de un círculo con un punto en su centro, y muchos círculos idénticos de menor tamaño a su alrededor.

El símbolo del contemplador, la bestia heráldica de la Casa Tarkanan.

Sin hacer contacto físico con Fin, le entregó la carta. El contenido era simple y claro.

«Si quieres que hablemos de negocios, ven a verme a Sharn cuando tengas tiempo, Galerna. Y tráete esa nueva adquisición tuya tan interesante. Firmado: Rhea.»

En cuanto alzó la vista después de leerla, vio una figura borrosa levantarse de su asiento en el palco y marcharse. Acto seguido, con un chasquido de sus dedos, la misma persona que entregó la nota la hizo arder mágicamente.

Después de todo, el mensaje había sido entregado.