Acto II: La verdad tras la verdad
Capítulo 4: ¿Y el anillo pa' cuándo?
Brigit quería gritar. Lo único que estaba en su cabeza desde el incidente con Htinnac, Nova y Gretta era encontrar una forma de comunicarse con su gallina. Por desgracia, entre el amplio repertorio de milagros místicos que su divinidad interior podía ofrecerle no estaba la habilidad de hablar con los animales. Y eso era muy, pero que muy frustrante. ¿Por qué le había hablado sobre Azrael? Se sentía traicionada y confusa, y lo único que quería era poder hablar con su mascota —su compañera de vida, desde que tiene uso de memoria—, para reconciliarse y encontrar juntas una solución.
Pero los libros de la Gran Biblioteca de Aundair solo hablaban de magia arcana, pociones y bisutería encantada. Ninguna indicación para clérigos, más allá de un «rézale al dios correcto, bla, bla, bla».
Molliver tampoco le había muchas más pistas. Al parecer, a ella le salía natural por tener la Marca de la Crianza y todo eso, así que no tenía claro qué había que estudiar o meditar para aprender esa habilidad.
Siempre tenía la opción de comprar el anillo mágico del mercader del Enladrillado, y tenía una piedra mágica para llamarlo cuando fuera el momento, pero los espolios del asalto a la tripulación de Mordak no eran suficientes para cubrir el coste. Kreelo les había asegurado, como recompensa, un paso subterráneo hasta el Palacio del Kraken, el enclave local de la Casa Lyrandar, y ahí esperaban encontrar bastantes más galifares, pero no dejaba de ser un gambito arriesgado, y prefería no lanzarse a un lugar tan peligroso sin estar concentrada en ello.
En fin, tendría que probar más opciones.
—¿Cómo puedo tener un capitán tan estúpido? —bramó Shamash.
—Yo también tengo curiosidad… —intervino Sjach.
El grupo estaba sentado en los bancos de un parque, cerca del Distrito del Inspector. Eran los mismos que habían asaltado los puertos la noche anterior: Finlark, Sham, Sjach, Brigit y Mitne. El dracónido se masajeaba la cabeza, tratando de contener el estrés, mientras miraba al khoravar y al hombre lagarto con desaprobación.
—Vale, digamos que yo no debería ir —respondió Fin—. Puedes ir tú, Sham, reunirte con la mariscal y preguntarle sutilmente qué deberíamos hacer para que aumenten nuestras recompensas.
—¡Es que no sé por qué quieres que aumenten!
—Fama —respondió Fin.
—Es guay —respondió Sjach.
—Hambre —dijo Mitne en dracónico.
Podía verse cómo los hombros del alquimista se desplomaban más y más con cada respuesta.
—Si vas, yo me apunto —dijo finalmente Brigit.
Y eso terminó de romperle.
—Está bien. Id a dar de comer a Mitne, o lo que sea, que Brigit y yo vamos al Gremio de Mercenarios.
—Una cara nueva —dijo Cassandra, mirando a Shamash—. ¿Supongo que habéis venido a registraros?
—Todavía no —se apresuró a responder Brigit—. Pero lo haremos.
La oficina temporal de la mariscal contaba con un escritorio simple de roble y una silla acolchada. Ella estaba recostada en la silla, con los pies sobre el escritorio, revisando lo que parecía ser algún tipo de documento confidencial. O igual solo eran un montón de carteles de «se busca», era difícil saberlo.
—Entonces, ¿qué puedo hacer por vosotros?
Sham se aclaró la garganta.
—Nos gustaría informarnos acerca de qué tendría que hacer un criminal hipotético para subir su recompensa hipotética… Hipotéticamente hablando, claro.
—Sí, muy sutil —susurró la aasimar.
—Ya veo… —respondió la Deneith, arqueando una ceja—. Bueno, uno podría pensar que, cuanto más grave sea el crimen o más bajas provoque, eso incrementaría el valor de la recompensa, y es cierto, pero lo que de verdad hace que suba de golpe, lo que pone a alguien en el punto de mira de los mandamases del Gremio, es cabrear a la gente equivocada en el momento menos oportuno.
—Comprendo —asintió Shamash, preparándose para irse.
—Por ejemplo —le interrumpió ella, con un tono que le invitaba a quedarse sentado—, hay un cierto pirata que encaja en ese perfil. El tipo es caza menor, no nos confundamos, pero me han convocado a Karrlakton junto a otros mariscales, y sé de buena tinta que el tema de conversación tiene que ver con él, así que supongo que «cabrear a la gente equivocada» es exactamente lo que ha hecho. Lo cual es una pena, porque no me gusta dedicarme a la caza menor, y no quisiera que las órdenes de arriba me obliguen a hacerlo, ¿cierto?
—No queremos eso, no —dijo Shamash—. En fin, si me disculpas, creo que será mejor que nos vaya…
—Hablar con los animales —soltó Brigit de golpe y porrazo, interrumpiendo el segundo intento de huida del dracónido.
Esta vez, no obstante, Sham no se sentó, sino que se quedó congelado a mitad del proceso de levantarse, con sus ojos llameantes clavados en la doctora. Cassandra también se había quedado en silencio, mirándola atónita.
—¿Qué? —dijeron ambos finalmente.
—Me gustaría aprender a hablar con los animales —«explicó» ella.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo…? —preguntó Cassandra, intentando seguir el hilo de pensamiento de la muchacha.
—Eres maga, ¿no? Algún método tendrás que conocer.
—Bueno, sí. Está muy lejos de mis… especialidades —explicó Cassandra, poniendo su mano sobre su libro negro de conjuros—, pero con estudio y entrenamiento, deberías ser capaz de aprender un conjuro que te permita hacerlo, sí.
—Ya, pero busco algo un poco más permanente.
—Entonces, supongo que necesitarás entrenar en Eldeen, con los druidas, o conseguir un objeto mágico. Algo como un amuleto o un ani…
—Vale, déjalo —interrumpió ella, suspirando—. No he dicho nada.
Cassandra soltó una breve risita.
—¿Se os ofrece algo más?
Entonces, Brigit tuvo una idea.
—De hecho, sí —dijo—. Bueno, más bien tenemos algo que ofrecer nosotros. ¿Qué nos darías a cambio de la ubicación del escondite de las Dagas Negras?
Casi como un resorte, la mariscal bajó los pies de su escritorio y, apoyando los codos, se quedó mirando fijamente a ambos piratas.
—Parece que no te estás tirando un farol… —dijo finalmente, para después dedicarles una sonrisa torcida—. En ese caso, ¿qué os parece esto? Como dije, no me gusta la caza menor, pero el deber es el deber. Contadme todo lo que sepáis, y el escenario hipotético que planteamos antes podrá permanecer hipotético.
Brigit chasqueó la lengua al tiempo que Cassandra afilaba la mirada.
—Tendremos que investigar un poco más —intervino Sham para salvar la situación—. ¿Podrás darnos algo de tiempo?
—Claro —dijo ella, relajando el gesto—. Hasta el próximo zol no cojo mi vuelo a Karrlakton, así que no tengo demasiada prisa.
—Quiero tatuarme —solicitó Sjach nada más entrar por la puerta.
—Tengo una curiosa sensación de déjà vu ahora mismo —mencionó Nesker a modo de respuesta—. ¿Sigues queriendo la cara de tu… criatura?
—Bueno, estoy dudando entre eso y la bandera de nuestro barco pirata.
—¿Tenéis un barco pirata?
—¡Mercante! —intervino Finlark—. Mi amigo quiso decir «barco mercante».
—Sí, estoy convencido de que así es… En fin, dejémonos de rodeos: ¿qué te parece un tatuaje que cambia de forma? Así no tienes que elegir.
—¡¿Puedes hacer eso?! —exclamó Sjach.
—Por supuesto —respondió Nesker, hinchando el pecho—. Cada vez viene más gente en busca de información, y menos en busca de arte corporal, así que estoy un pelín oxidado, pero creo que podré tener la aguja lista para… mañana, aproximadamente.
—Qué velocidad —comentó Fin.
—Es el poder del entusiasmo —contestó el tatuador, forzando una sonrisa débil en su rostro paliducho y ojeroso.
—Oye, ¿y cuánto cuesta? —preguntó Sjach.
—Nada del otro mundo, tan solo… trescientos noventa y seis galifares.
El cuarteto —quinteto, contando a Mitne— se reagrupó en una tienda del Distrito de Nealford. Brigit y Sham volvían con noticias de la reunión con Cassandra, y Fin acompañaba a un Sjach con ciento noventa y ocho galifares menos en su haber, pero ninguna preocupación al respecto. El nombre del establecimiento era Cosecha de Eberron, y se especializaba en la venta de esquejes de toda clase, tanto en bruto como pulidos.
Finlark, por supuesto, estaba entusiasmado. Brigit… no tanto.
—Necesito munición para esta pequeña —le dijo el capitán al dependiente, un gnomo de mediana edad, mientras desenfundaba su pistola.
El gnomo, en lugar de estudiar el arma, decidió ponerse a dar vueltas alrededor de él.
—Ya veo —murmuró—. Khoravar… Marca de la Tormenta… ¿Del norte o del este?
—Del este —contestó Fin, interpretando que le preguntaba si provenía de Ventormenta o de Lhazaar.
—Comprendo, sí… Creo que tengo algo perfecto para ti.
Ni corto ni perezoso, el dependiente se fue correteando a una estantería y, subiéndose a una escalerita, tomó una caja de trapa transparente. En su interior, hundidos en una cama de terciopelo, había cinco esquejes de Siberys cuidadosamente pulidos en forma de dardo.
—¡Oh! —exclamó el capitán, con sus ojos reluciendo casi tanto como el producto—. ¿Qué son, exactamente?
—Munición buscadora. Si te fijas, están unidos a un pequeño esqueje de Khyber en su centro. Ese núcleo se cargan mágicamente, y los proyectiles luego lo amplían para perseguir a su objetivo a la velocidad del rayo. Nunca fallan, duelen como relámpagos, y aunque pierden su magia después de un uso, puedes recargarlos usando tu Marca, así que no tienes nada que perder.
—¡Me has convencido! —dijo Fin ipso facto—. ¿Cuánto es?
—Cincuenta galifares cada uno, doscientos por el pack completo.
—Trato hecho.
Mientras Fin, entusiasmadísimo, buscaba las monedas en su bolsita, Brigit se acercó al tendero.
—Dime que tú sí tienes algo que pueda usar para hablar con los animales. Por favor.
—Bueno… Tenemos un anillo de influencia animal por ahí, sí.
—¿Y cuánto cuesta?
—Tres mil ochocientos ochenta y ocho galifares.
El grito que dio Brigit en ese momento pudo escucharse desde el pico más alto de las Montes Murogrís.
El tintineo de los pequeños esquejes en la bolsa de Shamash se había sumado al de su armadura, haciendo aún más difícil si cabía que el dracónido se moviese con sigilo. La desesperación de Brigit por costearse un método para tener una conversación con Gretta, sumada a la pasión del capitán por meterse en problemas con su familia biológica y el ímpetu de Sjach por probarse a sí mismo en combate, había arrastrado al pobre alquimista a una situación de la que no quería saber nada.
Cobrándose el favor que les debía Kreelo, se habían colado en el Palacio del Kraken, el enclave de la Casa Lyrandar en Puerto Claro, a través del Enladrillado, dispuestos a desvalijar todo lo que encontraran. Por supuesto, el dracónido se había vuelto invisible, como en el barco de Mordak, pero eso no era suficiente para cubrir todo el ruido que hacía.
Dicho de otro modo, no tardaron en ser descubiertos y perseguidos por los guardias.
Afortunadamente, eran gente más o menos ágil y sigilosa, y con una combinación de acrobacias, distracciones, rodamientos en el suelo y «sálveses quién pueda», se las apañaron para llegar a la puerta de uno de sus almacenes más grandes. Ahora solo tenían que forzar la cerradura, entrar y salir. Tres sencillos pasos.
No pasaron del primero.
El cerrojo era tan complejo que ni Fin ni Sham consiguieron hacer nada para abrirlo antes de que los guardias llegaran y los pusieran, literalmente, entre la espada y la pared. El cuarteto suspiró, se miraron los unos a los otros, y con un asentimiento resignado llegaron a una conclusión común: si querían huir, tocaba abrirse paso a golpes.
Sjach miró a sus compañeros. Mitne y él eran escurridizos, no había nadie más ágil que Fin, y Brigit seguramente podría apañárselas. El más lento era, sin duda, Shamash.
—¡Abuelo! —le llamó, haciendo que el dracónido volviese a hacerse visible—. Ten, sujeta esto —dijo, tendiéndole su jabalina mágica.
—De acuerdo… —contestó Shamash, sin mucha seguridad.
En cuanto el artífice puso sus manos en la lanza, Sjach se apresuró a decir:
—Agárrate fuerte. ¡Itpro!
Y soltó el arma.
Sujeto a lo que, literalmente, se había convertido en un relámpago, Shamash atravesó volando en línea recta las filas enemigas. Primero, soltó un grito de sorpresa, pero en cuanto se hubo acostumbrado a la velocidad y al leve mareo, decidió aprovechar la oportunidad. Tomando aire, liberó su aliento ígneo conforme avanzaba, transformando el avance en una destructiva senda de fuego y electricidad.
El resto se lo tomaron como la señal para empezar el combate.
Finlark saltó, haciendo uso de su agilidad natural y de la ayuda de su Marca del Dragón para luchar desde el aire. Sus enemigos también eran Lyrandar, por supuesto, pero la situación era la prueba de por qué a los marcados se les consideraba «superiores» a sus parientes menos afortunados. El khoravar saltaba de cabeza en cabeza con tal soltura y gracilidad que parecía volar, vaciando el cargador de su pistola incesantemente, apuntando a costados, piernas y articulaciones, y aprovechando cada ocasión posible para golpear nucas con la empuñadura de su estoque. Liberaba al viento frente a él para abrirse paso, y tras de sí para tomar impulso, y aunque no podía evitar ser golpeado y herido ante tanto enemigo, se deslizaba y escurría entre espadas, lanzas y manguales como si fuera de papel.
Sjach, por su parte, prefería mantener las patas en la tierra. Corría hacia adelante, sí, con sus armas en ambas manos y las fauces abiertas. Era casi como un toro bravo, embistiendo hacia adelante en un frenesí de cortes, dentelladas y coletazos. Mitne iba detrás de él, placando y mordiendo a los adversarios que su compañero se iba dejando, al tiempo que, con una atención que casi nunca demostraba estar prestando, imbuía con sus esputos eléctricos las armas de unos y de otros.
Brigit no se molestó ni en desenvainar su espada. Mientras sus compañeros, algunos por gusto, otros por desgracia, se llevaban el foco del encuentro, ella se iba escurriendo entre la muchedumbre, recogiendo la calderilla de los caídos y rematando con su magia, tan mortífera como sutil, a los pobres desafortunados que la pillaban in fraganti. Donde el resto corría, ella caminaba; donde el resto gritaba, ella pasaba en silencio. Por supuesto, en su cabeza era un plan espectacular, y casi consiguió que lo fuera, pero ni ella pudo evitar salir mal parada de entre tanto enemigo.
En conclusión, los oficiales del Portador de Tormentas lograron salvar la situación —más o menos— de la forma que mejor se les daba: con alboroto, violencia y muchísimo espectáculo. O, como lo llamaría su capitán, «con estilo».
Lo que careció completamente de estilo fueron sus desventuras del día siguiente. Tras escapar del Palacio del Kraken —por la puerta principal, por supuesto—, tuvieron que volver a refugiarse en el Enladrillado, rehuyendo de la guardia de la ciudad, que había sido puesta en alerta. Les estuvieron buscando toda la noche, y ellos tuvieron que esconderse durante toda ella, no pudiendo pegar ojo ni regresar a su aeronave de manera segura. Al amanecer, cuando las fuerzas de seguridad de los Lyrandar estuvieron demasiado agotadas para continuar con la búsqueda, y a la guardia de Puerto Claro le tocaba su cambio de turno reglamentario, fue cuando pudieron aprovechar para movilizarse.
Sjach tenía cuestiones personales que resolver, entre las que se incluía ir al estudio de Nesker a recibir el tatuaje que había comprado. Dada la urgencia, el khoravar le hizo entrega de la aguja mágica, para que la llevara consigo al Portador y se la pusiera él mismo.
Shamash se encargó de ir a buscar a la tripulación a la posada. Nova había estado pasando las noches allí, junto a Riaan y Thatani, y había unos cuantos más disfrutando de las cómodas camas que la hostelería aundarina tenía para ofrecer. El contramaestre entró como una exhalación, apremiando a todo el mundo a volver al barco con un humor aún peor de lo habitual. Arqueando la ceja en confusión al ver a Shamash volver a hacerse invisible, Nova se aseguró de guiar a la tripulación en su lugar.
Brigit, en un impulso revanchista, decidió enviarle un pájaro de papel a Cassandra, revelando toda la información que tenían de la ubicación de Kreelo. Si el gánster los había metido en lo que a todo efecto era una trampa, y podían sacar algún beneficio de venderle su paradero a los Deneith, ella estaba tomando la oportunidad con mucho gusto. No le dio demasiadas vueltas a la utilidad real de la información ni a las posibles consecuencias negativas de sus actos, pero así era Brigit y ese sería un problema para otro día. Además, estaba de mal humor porque, después de tanto esfuerzo, seguía sin haber conseguido su anillo.
Finalmente, Fin llegó al primero al Portador de Tormentas, y comenzó a dar instrucciones rápidas para que se prepararan para el escape. LEOG ayudó a organizar a la tripulación, encerrándose después en su pequeño santuario, y Fin tomó el timón. Cuando la gente iba llegando, él los iba enviando a sus posiciones.
—¡Preparaos! —ordenó—. Toca hacer una huida por todo lo alto.
