Interludio: Un paso adelante

Todo el mundo estaba en posición. LEOG y Brigit estaban en sus respectivos santuarios, preparados para obrar sus respectivos milagros. Nova se había encaramado al carajo, con su recientemente comprado laúd, y apoyado en el asta de la bandera. Finlark y Sjach estaban al timón, el primero con las manos bien agarradas a él, y el segundo listo para tomar el control cuando llegase el momento.

Shamash, por su parte, había estado gritando a diestra y siniestra, colocando a los diferentes tripulantes en unos sitios u otros. Mandó a la mayoría a las cubiertas inferiores, cada uno con un pequeño barril lleno de residuo de dragoesqueje. Se situaron frente a los nodos elementales, los esquejes que conectaban las arterias por las que fluye la energía del navío, preparados para ir reparándolos sobre la marcha. Sham tomó consigo a Nando y a Ratief, y se dirigieron a la cámara del motor, donde se produciría la mayoría del desgaste.

Y es que la maniobra que tenían que hacer en ese momento era extremadamente exigente tanto para ellos, como para el propio Portador.

Fin apretó con fuerza el timón y, canalizando toda su fuerza de voluntad, hizo arder la Marca de la Tormenta en su gemelo. El glifo brillaba con un resplandor azul eléctrico, y los ojos del khoravar se iluminaron con el mismo color, desprendiendo chispas como si estuvieran sobrecargadas de energía. Los esquejes de Eberron en las asas del timón se iluminaron con un tono escarlata, y el gran esqueje de Siberys en su centro empezó a refulgir en dorado. Mate, que estaba pendiente de los pocos nodos exteriores, comenzó a brillar y zumbar, como si también reaccionara a la sobrecarga de energía. Los guardavientos del Portador empezaron también a iluminarse, como si de antiguas runas formando una especie de escudo protector se trataran.

Entonces, llegó el momento de Nova. Con el ágil movimiento de sus dedos, comenzó a tocar. Su frenético rasgueo flamenco empezó a hacer reaccionar a la bandera del barco, encantada por él como estaba. Por un instante, la capa de magia ilusoria que solía rodearla, ocultando su blasón piratesco, pareció desvanecerse, solo para empezar a extenderse por la cúpula ambiental, dotándola de una nueva propiedad.

El Portador de Tormentas era invisible.

La caballería aundarina que, montada en grifos, les perseguía por los cielos de Khorvaire, acababa de perderlos completamente de vista.

Fin escuchó la voz de Aukarak en su mente, gritando. No era exactamente un alarido de dolor, sino un quejido, producto del esfuerzo desmesurado que estaba llevando a cabo para mover el barco a máxima velocidad.

«Aguanta un poco, compañero», le dijo el khoravar al elemental telepáticamente, usando esa lengua primordial que tan pocos conocían. E, inmediatamente después, sosteniendo el timón con una sola mano para continuar canalizando su energía, le dio el mando a su intendente. El barco era imperceptible y la magia que lo mantenía así delicada: si una sola aeronave, una sola escoba voladora o un solo pájaro chocaba contra ellos, se rompería el efecto del sortilegio. Era necesario maniobrar rápida, eficaz y fríamente, aun bajo presión, y ese era una tarea que solamente el navegante estrella del Portador podía asumir. El hombre lagarto afiló sus pupilas, fenómeno que solamente sucedía en combate y, con su concentración al máximo, se preparó.

Por otro lado, en el área del motor, la tensión y el estrés pesaban tanto que podrían haber aplastado a alguien si se descuidaba. Cada segundo que pasaba, una sección del esqueje de Khyber que contenía a Aukarak, un nodo elemental, o incluso una arteria, se fracturaban y había que repararla. El dracónido gritaba instrucciones precisas, con su esférica herramienta multiusos transformada en una suerte de megáfono y, cuando sus subordinados no estaban lo suficiente rápidos para ir reparando el daño, tomaba las riendas él mismo.

—¿Qué están haciendo Brigit y LEOG? —refunfuñó—. ¡A este paso nos vamos a quedar sin residuo en menos de diez minutos!

En sus santuarios, los susodichos estaban a punto de completar sus rituales. LEOG ya estaba sentado en el centro del suyo, con las piernas cruzadas, en un estado de ligera levitación. De pronto, ambos braseros se encendieron con llamas esmeralda, liberando a los antiguos espíritus que con él conviven en esa sala sacra por todo el navío. Tomaron la forma de velociraptores y, sabiendo perfectamente qué tenían que hacer, comenzaron a transportar los barriles de residuo del almacén a la ubicación de los distintos tripulantes, para agilizar la constante reparación. Brigit, por su lado, terminadas sus oraciones y mirándose al espejo, tomó el cuchillo ritual y, haciéndose un corte en la mano, dejó su sangre verterse sobre un cuenco de madera. Al cabo, sintió un leve peso a su espalda, y la presión de unos finos pero fuertes brazos abrazándola desde atrás. De reojo, veía alguna que otra pluma de color negro descender a su alrededor. Cerró los ojos, concentró la magia de Azrael —su magia— a su alrededor y, siguiendo las vías que Finlark estaba abriendo, la dejó fluir por la estructura del barco.

Con los dinosaurios transportando los barriles y la magia de Brigit reduciendo la velocidad de desgaste de los nodos, la tarea que estaban llevando a cabo pasó de ser imposible a ser solo muy, muy difícil.

Pero, como todas las veces anteriores que habían intentado hacerlo, lo lograron. Habían escapado.

Cuando por fin estuvieron bien lejos de Puerto Claro y bien ocultos entre las nubes, Finlark soltó el timón, dejando de canalizar la energía de la Marca. Tenía el cuerpo entumecido, como si le hubiesen dado millones de calambres simultáneos, y sentía que el gemelo le quemaba y sus ojos estaban secos. Le faltaba el aliento, como si sus pulmones no pudiesen procesar más aire, y un leve hormigueo, similar a una náusea, le hacía llevarse las manos al estómago. Sjach estaba agotado, más mental que físicamente, pero aun así, pero pudo arreglárselas para ayudar a su capitán a ponerse en pie. En el carajo, Nova se desplomó, viendo desaparecer la magia de la bandera y abrirse un poco las heridas en sus dedos. La de Brigit, no obstante, se había cerrado inmediatamente al terminar el ritual, dejando solo la pesada atmósfera que la presencia del ángel negro solía traer al camarote. Sham buscó un sillón en el que sentarse; le dolía la garganta y sudaba como no había sudado en muchísimo tiempo. Desde su lugar de reposo, vio salir a LEOG, con sus ojos completamente apagados y vacíos.

—¿Se ha vuelto a apagar? —preguntó Fin, que estaba siendo llevado por Sjach a su camarote.

—Eso parece —respondió Sham.

—Vaya… Encontraremos la solución.

—En algún momento —respondió el alquimista, encogiéndose de hombros.

—¡¿Qué habéis hecho?! —se escuchó una voz proveniente de la cubierta principal.

Era Nova, que bajaba las escaleras para hacer frente al capitán.

—La magia de la bandera va a tardar al menos tres días en recargarse, así que ya me estáis explicando por qué hemos tenido que hacer un escape de emergencia.

—¡Buah, Nova, lo que te has perdido! —exclamó Finlark—. Nos metimos en la casa de los Lyrandar a robar, y nos pillaron, ¡y los derrotamos! Pero luego empezó a perseguirnos la guardia… Así que hubo que huir. Estuvo muy chulo.

Nova se quedó mirando a su capitán, ojiplático. Estaba a punto de saltar, de echarle la regaña de su vida. Sham estaba expectante, Sjach temeroso, y Fin demasiado drenado para sentir nada, pero era obvio lo que iba a pasar:

—¡¿Y no me invitasteis?!


—¡Buenos días, tropa! —exclamó un muy renovado Fin a la mañana siguiente—. Muchas gracias por vuestro arduo trabajo de la semana pesada, y disculpad que hayamos tenido que hacer una huida tan apresurada. Pero, ¡ha valido la pena! Hemos encontrado información bastante valiosa, y algo de tesoro, así que no ha estado tan mal. Dicho esto, voy a distribuir las…

—Espera un momento.

Shamash interrumpió el discurso de su capitán, bajando del castillo de popa desde el que daban el discurso, y situándose en el centro de la cubierta, entre la muchedumbre. Llevaba en sus manos un aparato similar a un radar o detector de algún tipo. Se quedó quieto unos segundos, estudiando lo que aparecía en su pequeña pantalla. Después, lo guardó y dijo:

—Ya está. Sigue.

Extrañado, pero no demasiado, Finlark anunció el reparto de tareas. Poco después de terminar, se giró a sus oficiales para despedirlos con un simple «vosotros haced lo vuestro», pero el dracónido lo volvió a interrumpir.

—Convoca una reunión.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó el khoravar.

—Tú hazlo.

—Vale, vale. ¡Chicos, reunión de oficiales!


Estaban todos sentados a la mesa, frente a un mapa desplegado de Khorvaire. Shamash comprobaba obsesivamente su nuevo aparato, con un cierto brillo paranoico en su mirada. Finlark, notando esto, le dijo.

—Sham, ¿hay algo que quieras decirnos? ¿Por qué nos pediste que nos reuniéramos?

El dracónido alzó la mirada y, posando los ojos en todos sus compañeros, uno a uno, durante segundos que parecían horas, meditó cómo era más cauto abrir ese melón.

—Nuestro enemigo es más peligroso de lo que habíamos imaginado —dijo finalmente—. He tardado en explicaros todo esto, pero aún lo estaba investigando, y no había llegado a ninguna conclusión real… Hasta que, anoche, dándole vueltas antes de dormir, tuve una revelación.

Nova arqueó una ceja.

—Nos tienes en ascuas.

—Tenía la sospecha de que el esqueje que transportamos con nosotros era un fragmento de un demonio de poder inconmensurable: el Señor de los Ejércitos, Rak Tulkhesh.

—«El Señor de los Ejércitos despierta»… —citó Fin el fragmento de la Profecía.

—Correcto. De acuerdo con mi entendimiento de la Profecía Dracónica, había varias anomalías en la forma en que se nos presentó. Normalmente, aunque pueda aparecer en sueños, se manifiesta de manera abstracta, e interpretarla para convertirla a texto suele requerir un trabajo hermenéutico que solo un especialista podría hacer.

—Pero la letra de una canción ya es un texto —concluyó Nova.

—Correcto —confirmó Sham—. No solo eso, sino que la soñaste en la lengua infernal, la que prácticamente solo hablan los demonios.

—¿Piensas que puede estar manipulada? —preguntó Fin.

—No lo sé. Los caminos de la Profecía son inescrutables, pero aún así me estaba dejando mal sabor de boca… Así que, en Puerto Claro, fui a investigar a la Gran Biblioteca. Busqué libros sobre Rak Tulkhesh, sobre los Supremos, sobre la Era de los Demonios…

—¿Y encontraste algo? —le cortó Brigit, queriendo ir directa al grano.

—Creo que podemos estar enfrentándonos a unos rakshasa.

En ese momento, Sjach, que había permanecido en silencio durante toda la conversación mientras acariciaba a Mitne, dio un respingo repentino, haciendo que todos clavasen sus miradas en él.

—Los rakshasa son los enemigos de mi clan desde hace milenios —se explicó—. Uno de sus Supremos… —pareció dudar un momento antes de seguir hablando—, bueno, esclavizó a mi especie. Estoy entrenado para detectar su presencia, debería saber si andan cerca.

—O no —respondió el dracónido—. Los rakshasa son hechiceros expertos, que llevan milenios estudiando su magia oscura. Practican el ilusionismo y la metamorfosis, no sería raro que pudieran ocultar su presencia hasta de ti.

—Entonces, es como luchar contra un enemigo invisible —dijo Nova.

—Hay un rasgo que los delata —explicó Shamash—. En su forma natural, parecen tigres antropomórficos con el orden de los dedos de la mano invertido. Tienen el pulgar donde nosotros el meñique, y viceversa.

—¿Y ese rasgo lo mantienen cuando se transforman? —preguntó el capitán.

—A la vista, no; pero, si se trata de una ilusión, al tacto sí.

—Genial, ahora tenemos que dedicarnos a estrecharle la mano a toda la gente con la que nos crucemos.

—No será necesario —dijo Sham, enseñándoles su zahorí—. Con este artilugio, puedo detectar cualquier emanación o aura mágica. Si alguien está bajo el efecto de un conjuro de ilusionismo o transmutación, lo sabré.

—Joder, qué listo eres —comentó Nova.

—Ya lo sé. Bueno, eso es todo. Id con cuidado, y eso.

Fin empezó a ojear unos papeles que tenía sobre la mesa.

—Parece que todas nuestras pistas apuntan al mismo sitio.

—¿Eso qué es? —preguntó Sjach.

—El informe de Drazhomir. Le pedí que investigara sobre la biblioteca oculta en los Páramos Demoníacos. Según lo que encontró, dicha biblioteca es parte de una estructura mucho más grande: la Ciudadela de Ashtákala.

—La capital de los Supremos… —murmuró Shamash.

—Correcto. De acuerdo con esto, fue el último bastión de los hijos de Khyber durante la Demonomaquia, cuando los Soberanos casi les habían vencido. Y sus ruinas deberían estar… aquí —dijo, señalando un punto en el mapa, en el centro de los Páramos.

—¿Deberíamos ir? —preguntó Sjach.

—Me parece arriesgado —respondió el capitán—. Los Páramos son un lugar peligrosísimo. Si fuéramos solo nosotros seis, vale, pero no podemos poner al Portador o al resto de la tripulación en un riesgo innecesario. Si vamos, deberíamos prepararnos mucho.

—¿Y qué hacemos? —intervino el contramaestre—. ¿Vamos a Sharn a encontrarnos con la Rhea Tarkanan esa?

—Yo solo lo había hablado con Fin, pero… Igual era buena idea ir a Droaam —comentó Nova.

—¿A Droaam por qué?

—Una de las tres brujas que gobiernan Droaam, Sora Teraza, es conocida como la mejor oráculo viva de Eberron. Si la cosa va de profecías, pues puede merecer la pena…

—Además, en Droaam seríamos más o menos bienvenidos. Podemos ir a ver al grupo de Ayo, y que ellos nos guíen.

—No es mala opción —reconoció Shamash—, pero… Sjach, ¿hacia dónde tenemos fijado el rumbo?

—Hacia Arcánix —respondió el intendente.

—Bien. No es mucho rodeo ir de Arcánix a Murogrís, y luego ya decidir si vamos a Sharn o a buscar Ashtákala —sugirió el dracónido—. Lo digo porque, ya que vamos a la universidad mágica más importante del continente, podemos aprovechar para buscar a un demonólogo o a un experto en la Profecía…

—¡Y lo secuestramos! —terminó su frase Fin.

—…y le consultamos al respecto —dijo Sham—. Pero sí, lo que sea, igual hace falta secuestrarlo, eso me da igual.

—¿Vamos a secuestrar a alguien? —preguntó Sjach.

—No veo por qué no —dijo Nova.

—Y, además, en Arcánix tiene que haber un montón de objetos mágicos chulos —añadió el capitán—. Imagináoslo: pociones, varitas, libros de conjuros, ani…

—Me apunto —le cortó Brigit.

Él sonrió.

—Bien, ¿estamos todos en la misma página, entonces?


La huida apresurada de Puerto Claro, había dejado a todo el mundo exhausto, incluida a la propia Brigit. Además, los recientes sucesos con Gretta y su incapacidad para resolverlos la traían por la calle de la amargura, así que muy centrada no estaba. Medio ausente, iba realizando chequeos médicos a toda la tripulación, sin prestar mucha atención…

Hasta que apareció Nova.

—Buenas.

—Juraría que no es tu turno —respondió la aasimar, subiendo inmediatamente la guardia.

—Es el de Jiangqwoc. Está de camino.

La pelirroja suspiró.

—Supongo que me da tiempo atenderte, entonces. Ven.

Nova se sentó en la camilla, ofreciéndole las manos a su cirujano de abordo. Estaban heridas y con callo.

—Lulu, acércame el tarro blanco.

La muerta viviente, seguida de cerca por Gretta, cogió un bote lleno de un ungüento blanco. Brigit lo abrió, lo olisqueó para comprobar que estuviera bien y, tomándolo con dos dedos, lo aplicó a las manos del cambiante.

—Solo venía a hablar, pero gracias.

—No hay nada que hablar.

—Venga, Brigit. Gretta me dijo cosas bastante extrañas, y estoy preocupado por ti. Somos amigos.

—Compañeros de trabajo —le corrigió, mientras la gallina empezaba a ponerse nerviosa.

—Brigit —dijo Nova, poniéndose serio—. Tu gallina, la que siempre está contigo, me ha dicho que hay una entidad oscura intentando controlarte. Es muy preocupante, y es algo de lo que hay que hablar.

Conforme Nova iba dándole explicaciones, Gretta comenzó a cacarear con más y más nerviosismo.

—Cállate —ordenó Brigit, silenciando al animal, mientras le secaba el ungüento a Nova con una gasa—. Hemos terminado.

Nova, resignado, se levantó y se fue, cruzándose con Jiangqwoc en el pasillo, de la que regresaba. Lo que Brigit no sabía era que, lo que había convencido a su primer oficial de desistir, no habían sido sus evasivas ni sus cortes. Mientras la tripulación trataba con Kreelo, Cassandra, Mordak y los Lyrandar, el cambiante había estado estudiando en secreto. En la biblioteca del Conservatorio de la Memoria, en el Distrito del Inspector, había encontrado una antigua partitura de magia bárdica. Contenía un conjuro que la Casa Phiarlan y sus aprendices más dedicados a la transmisión de las historias estudiaban para comunicarse con el, digamos, sector más salvaje de la población. Nova había tocado la canción, lanzando sobre sí mismo un conjuro que le permitía comunicarse con animales de todo tipo, similar al efecto del anillo que Brigit tanto anhelaba.

Incluida Gretta.

«Si Brigit lo sabe, Azrael también lo sabrá.»

Ese era el significado tras los incesantes cacareos del ave de corral; unas palabras que inquietaban a Nova profundamente.


Cuando a Drazhomir le tocaba turno de biblioteca, solía trabajar en soledad, sin prisa, pero sin pausa. No obstante, por las negligencias de Nando como vigía la semana anterior, esta vez le tocaba a él, así que la estancia estaba llena de gente casi todo el tiempo. Uno podría pensar que los oficiales andaban asegurándose de que el muchacho cumpliese con su tarea, pero la realidad era que, por pura coincidencia, muchos de ellos tenían algo que querían investigar.

En concreto, tanto Sjach, como Nova, como Brigit pasaban el rato de cuando en cuando entre libros.

Brigit seguía insistiendo en aprender a hablar con las bestias. Leía sobre el tema, y leía, pero no había nada que le diese una respuesta definitiva. A Nova no le iba mucho mejor con sus investigaciones. Sjach, por su parte, había tomado interés en la relación entre los dragones y la Llama de Plata, dados los recientes eventos, y aunque de esa cuestión solo había encontrado narraciones antiquísimas sobre la Demonomaquia y registros históricos con datos ambiguos, sí que estaba aprendiendo bastante sobre la fisionomía, conducta y μθος de los dragones.

En resumen, que la biblioteca estaba súper poblada, y el pobre Nando, al que Fin le había encargado investigar acerca de la Casa Tarkanan, tenía imposible procrastinar su tarea con todo el mundo mirando.


Si Nando estaba en la biblioteca, ¿quién estaba en el carajo? Flavia, aunque en ese momento tenía compañía.

El capitán y la barda contemplaban juntos el horizonte. Ella tocaba unos leves acordes en su laúd mientras realizaba sus deberes de vigilancia. Más allá de eso, tan solo había un silencio incómodo. Silencio que Fin no tardó en romper.

—¿Por qué desapareciste aquel día? —preguntó.

Flavia suspiró pesadamente. Era un suspiro de los que salen de lo más profundo del pecho, como si esa bocanada de aire hubiese estado atascada por muchísimo tiempo, y no hubiera podido liberarla hasta ahora.

—Éramos niños, Fin. Yo era una niña. Había estado estudiando toda mi vida. Me gradué de los cinco conservatorios solo porque me dijeron que tenía talento y tenía que usarlo. Fui de una escuela a otra, y luego de una mansión noble a otra. Tocaba, cantaba, bailaba y escuchaba como me decían que hiciera. Era una muñeca, una marioneta en manos de mis maestros… y a veces, en manos de los aristócratas que contrataban nuestros servicios.

—¿Perdón? —inquirió Fin, arqueando una ceja.

—En ese sentido, mi instrumento y yo éramos lo mismo: un objeto que sirve para satisfacer el gusto estético de otros. Algo que, el que pueda permitírselo, puede usar como le plazca. Y luego… apareciste tú.

—¿A qué te refieres?

—Tus historias me contagiaron esa chispa de rebeldía. Por primera vez en mi vida, hice algo porque yo quería, no porque alguien más me dijo que tenía que hacerlo. Luego, pasó lo que pasó entre nosotros, y… se sintió tan sincero, tan auténtico, tan lejano a la concepción que tenía de mí misma, que acabé entrando en pánico. Nadie me había hecho sentir como una persona antes, y fue aterrador.

—Flavia, yo…

Fin quiso decir algo, pero ella dejó de tocar su música, interrumpiéndole.

—Escapé de ti, de mis maestros, de mis obligaciones, de todo. No sabía ni quién era ni qué me merecía o no tener —dijo, mientras se sentaba en el carajo, con las rodillas dobladas y abrazándose las piernas—. Fui egoísta al irme así, y te hice daño. Solo espero que algún día puedas perdonarme.

Fin suspiró y, sonriendo de medio lado como solo él sabía hacer, puso la mano sobre el hombro de la muchacha.

—Te perdono. Decidí perdonarte en el momento en que pusiste un pie en mi barco, pero ahora ya no me quedan dudas.

Ella ladeó un poco la cabeza, apoyándola en el antebrazo de Fin.

—Gracias… —dijo, casi pareciendo que iba a empezar a sollozar.

Y, en un silencio mucho más cómodo que antes. Fin se asió a la cuerda del carajo, y descendió a la cubierta… donde Nova estaba esperándole.

—¿Qué tal estás? —preguntó.

—No es tan mala —respondió él con sencillez.

Nova hizo un gesto de no estar muy convencido.

—Eso ya lo veremos —dijo—. En fin…

—Dime —bromeó el khoravar.

—Ja, ja —se no-rio el cambiante—. Llámala, tenemos un dueto que tocar.


Sjach terminó de redactar la traducción de la nueva versión de la canción.

—Listo. Os turnáis para las estrofas, y los coros cambian el significado de algunas frases, así que es igual, pero… distinta.

En lo más profundo de la tierra,

en las entrañas de un rencor vencido,

el Señor de los Ejércitos despertará

por el holocausto del antiguo enemigo.

Vástago del cielo:

cuando piséis el suelo donde no hay tiempo,

cuando unáis los retazos de vuestro anhelo,

el oro impío se librará de su cautiverio.

Cuando lo que está roto sea reconstruido,

lo que está muerto podrá ser revivido.

Cuando lo que está roto sea reconstruido,

lo que está muerto no podrá ser revivido.

Un alma imbuida por el odiado argento,

sangre divina vertida en un acto de maldad

y el cristalizado corazón del enemigo ancestral:

tres tributos en un último baile de eterno sueño.

—Me acabas de romper la mente —declaró Fin.

—A ver, es mucho más explícito —comentó Nova.

—Dice algo de unos sacrificios… —musitó Flavia—. Sjach, ¿no se había comido Mitne una parte de la Llama de Plata, o algo así?

—Ajá. ¿A dónde quieres llegar?

—Pues que aquí pone que es algún tipo de sacrificio…

Instintivamente, el intendente tomó a su dracónico compañero entre sus brazos, en un abrazo protector. Nova le dedicó una mirada de reproche a Flavia, aunque eso llevaba haciéndolo desde que se conocieron.

—No, o sea, no sugiero que lo sacrifiquemos, solo digo que para que se cumpla la profecía, van a tener que hacerlo…

—O sea, que la diana en nuestro culo se hace más grande —concluyó Finlark.

El silencio que se formó en la cubierta fue sepulcral.

—Bueno, necesitamos un demonólogo, o las investigaciones de uno, más que nunca.


El resto del viaje transcurrió con relativa normalidad. Investigaron, entrenaron y trabajaron. Shamash se hizo unas botas que cancelaban el ruido que hacía con su armadura. Fin hizo prácticas de tiro, y estuvo trabajando en el manejo de su Marca del Dragón. Sjach estuvo leyendo, y leyendo, y leyendo hasta agotar todos los libros sobre dragones que tenían a su disposición.

Y Brigit… tuvo un encuentro con Azrael.

Era la noche antes de llegar a Arcánix. Todo el mundo estaba ya dormido, así que la aasimar se dirigió al pequeño santuario que tenía conectado a su habitación y, siguiendo un pequeño ritual, llamó a su misterioso ángel de la guarda. El aire se enrareció, y la clériga sintió un peso adicional en sus hombros, junto a la imagen de plumas negras flotando en el borde de su visión periférica.

—Tu desempeño últimamente ha sido… cuestionable —dijo la oscura figura nada más aparecer, saltándose cortesías innecesarias.

—No ha ido tan mal —contestó Brigit—. Hemos conseguido oro.

—No es oro lo que necesitamos, niña. Es poder, es magia. No has investigado el esqueje.

—Hemos tenido otros problemas.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, que mi gallina le diga a mi compañero de tripulación que estás tratando de manipularme.

El rostro de Azrael, habitualmente impertérrito, se torció en algo levemente similar a una mueca de confusión.

—¿Tu gallina has dicho? ¿Qué gallina?

—¿Gretta? —respondió Brigit, arqueando una ceja—. ¿La que lleva conmigo desde que nací?

—¿Desde que… naciste? —el tono de Azrael pasó de la confusión a una especie de curiosidad inquietante—. No tengo constancia de esa criatura.

—Pues espera aquí.

Brigit salió del santuario y se dirigió a su camarote. Levantó las sábanas que cubrían los bajos de la cama y ahí, refugiada en una esquina, encontró a Gretta. Ni corta ni perezosa, tomó al ave de corral entre sus manos y, aunque esta intentó evadirse y patalear para soltarse, la fuerza de un pollo no era suficiente para huir de las manos de una experta ladrona como era ella. Pese a la resistencia de Gretta, consiguió llevarla al santuario y mostrársela a Azrael.

—No puede ser… —musitó el ángel.

—Aquí la tienes.

Y, entonces, la levísima mueca de confusión se tornó en una amplia sonrisa, de oreja a oreja. Era la sonrisa de quien acababa de hacer el descubrimiento más importante de su vida, la sonrisa del que confía en poder cambiar el mundo.

La sonrisa de quien está a punto de ganar una guerra.

—Oh, mi pobre hermana… —dijo—. ¿Así que ahí es donde habías estado escondida todo este tiempo? Es una verdadera lástima… —le susurró, acercándose a ella—. Una lástima que Brigit sea mía.

Y con un solo movimiento de su mano, hizo que el ave se volatilizara por completo.