Acto III: Demonología aplicada
Capítulo 3: Duelo en la azotea
El viento soplaba con fuerza en la azotea del Observatorio. Las copas de los árboles en los jardines de alrededor se movían con fiereza, marcando un claro contraste con la absoluta quietud en la que se encontraba el campo de batalla.
¿La razón? Había rehenes.
Ante la señal del pistolero de la casa Tarkanan, cuatro individuos más, que esperaban ocultos por un conjuro de invisibilidad, se habían abalanzado contra la tripulación. Sjach forcejeaba contra uno, Sham contra otro y Vordell contra otro; pero el más perjudicado había sido el profesor Doldarun. Con el asta de lo que parecía ser una escoba voladora presionándole la garganta, se le veía con serias dificultades para respirar. La estudiante en la silla de ruedas permanecía dormida, pero lo más sorprendente era la persona que le tenía atrapado.
—Yo a ti te conozco —dijo Sjach.
Quien tenía preso al enano era una mujer joven de largos cabellos rubios, piel clara y ojos verdes, revestida con la túnica y el sombrero propios del uniforme de Arcánix. Mitne empezó a gruñirle, enfadado, nada más verla.
—Es la mujer que se encontraba en la sala del espejo mágico —tradujo Shamash—. Parece que el responsable de la seguridad no era el único Tarkanan infiltrado.
—Y os lo debemos todo a vosotros —matizó el pistolero—. Si vuestros pequeños disturbios no hubiesen alertado a la reina, lord Adal no habría tenido que buscar personal de emergencia, salir corriendo y dejar esto a su suerte. Así que… gracias. Ahora, dadnos el esqueje y nos iremos por donde vinimos.
—¿Tanta preparación solo para quitarnos un dragoesqueje? —respondió Fin con una sonrisa torcida—. Me parece demasiada cautela.
El asesino torció el gesto antes de desenfundar su arma. Era un trabuco recortado, sin espacio de almacenaje para las balas y un glifo grabado, idéntico a la marca aberrante de su propietario.
—Os superamos en número —dijo él, apuntando el cañón hacia Fin.
—No lo suficiente —respondió el khoravar, desenfundando su pistola con un ágil gesto.
A modo de respuesta, el agente de la Casa Tarkanan giró su cabeza en dirección a su compañera, que comenzó a presionar con más fuerza la garganta del profesor.
—Si nos dais el esqueje y el mapa, el viejo vive. Si no…
El profesor Doldarun se había llevado la mano a una poción que colgaba de su cinturón. El líquido era de un azul blanquecino, y tenía una textura vaporosa. Sus ojos se movían nerviosamente entre el brebaje y la joven becaria en la silla de ruedas que él empujaba. Fin chasqueó la lengua; no era una situación fácil. El primer movimiento marcaría la dirección del encuentro.
Ese auspicioso primer movimiento fue dado por Brigit.
Con la agilidad manual de un rey de los ladrones, la clériga sacó una carta de su recién adquirida baraja. No tenía forma de mirar qué era, así que optó por pensar menos y actuar más. La lanzó sutilmente detrás de la bruja de los Tarkanan y, al momento, la imagen de una pandilla de ajados y rudos bandidos se manifestó detrás de ella, gritando y amenazándola ruidosamente. La asesina no gritó ni se sobresaltó, pero aunque consiguiera ocultarlo, alguien perspicaz podía ver que se había sorprendido y que había aflojado el amarre de su escoba.
Alguien perspicaz, como el capitán y el chef del Portador de Tormentas.
Con un rápido movimiento de manos, LEOG terminó el embrujo que llevaba un rato conjurando. Un enorme haz de luz, que deslumbró a todos los asaltantes, se formó en el centro de la sala, y de él surgieron cuatro enormes libélulas hechas de madera, piedra, metal y cristal. Las criaturas invocadas se abalanzaron contra los Tarkanan de menor rango, apresando a cuatro de ellos y elevándolos en el cielo a gran velocidad.
Tres de esos cuatro eran los que estaban trabados en combate con los piratas. El cuarto fue uno al que su líder interpuso entre la libélula y él, a modo de escudo humano.
Libre de otra ocupación y entendiendo instintivamente las intenciones de su señora, el zombi de Vordell se lanzó hacia la silla de ruedas, alejándola del fuego cruzado y refugiándose con ella en una esquina de la azotea. Entendiéndolo como una señal, Doldarun aprovechó la libertad en su garganta para engullir de un trago el brebaje, que en escasos instantes lo transformó en una nube de vapor, permitiéndole escapar de la escena a vuelo.
Casi como si la liberación del erudito fuera una señal para el resto de la tripulación, lo siguiente que escuchó Brigit fue el retumbar de una pandereta magnificada y el sonido sordo de una bocanada de pura fuerza mágica. En un abrir y cerrar de ojos, Nova y Shamash habían despeñado a los matones que quedaban.
—¿Decías algo de superarnos en número? —provocó Fin a su oponente antes de presionar el gatillo.
Una ráfaga de viento pasó rápidamente al lado de Sjach. Antes de que ninguno de ellos se diera cuenta, la joven Tarkanan se había subido a su escoba voladora y, con una velocidad tal que parecía que la escoba iba vacía, se apresuró a recoger a su compañero antes de que la bala le alcanzara. El hombre lagarto hizo el amago de cortar su paso, pero era demasiado rápida. Además, percibió un sonido muy peculiar, que le daba a entender que todo estaba bajo control.
El sonido de la electricidad estática, proveniente de la pistola de su capitán.
Finlark era extremadamente hábil a la hora de recargar su pistola. Sus movimientos eran tan rápidos, fluidos y silenciosos que hacía falta un ojo muy experto para percatarse de ellos. Quizá por eso, ni el pistolero ni la bruja se habían percatado de que la bala que había puesto no era una normal. Cuando Fin accionó el arma, el esqueje de Siberys tallado en forma de dardo salió disparado, envuelto en relámpago. Pero no voló hacia el pistolero. La trayectoria de esas balas especiales no estaba vinculada al arma, sino a la marca; dicho de otro modo, a la voluntad del khoravar. Así pues, trazando un arco en el cielo en el último momento, la bala viró e impactó contra el costado de la hechicera.
Lamentablemente, ella reaccionó a tiempo, agarrándose a la escoba con las corvas para mantenerse a flote. Incluso si estaba haciendo una mueca de dolor, agarró la mano del pistolero con las suyas y lo llevó hasta el centro de la terraza, sobre unas claraboyas decoradas con vidrieras.
El resto del grupo se había desplazado poco a poco para rodear esa estructura central, con lo que, incluso si sus enemigos estaban a mayor altura —y tenían medios para volar—, tenían cubiertos todos los flancos. Todos estaban listos: Fin tenía el estoque desenfundado en su mano derecha y la pistola en su izquierda, Nova tenía la cuerda de su arco tensada, Shamash esgrimía su lanza con una sola mano mientras mantenía la otra cuidadosamente cerca de su alforja, LEOG había desplegado el garfio de su antebrazo, y Brigit había desenvainado su cimitarra mientras sostenía su amuleto con fuerza.
Sjach, que también tenía ambos shoteles desenfundados y a Mitne a su vera, listo para la acción, decidió darles una última oportunidad.
—Oye, ¿y si os rendís? —preguntó cándidamente.
Sus oponentes, que también estaban ya en guardia —él de pie con su arma lista y ella sentada en su escoba con la marca aberrante refulgiendo en las plantas de sus pies—, se rieron ante su propuesta.
—No sabéis a qué os enfrentáis, cariño —dijo ella.
«Vosotros tampoco», pensó él en silencio.
Y dejó que ese instinto primordial, improntado en él desde su concepción como uno de los escamas negras y que solo podía describir como «la emoción de la caza», se apoderase de él.
En cuanto vio los ojos de Sjach afilarse, Nova supo que la batalla era inevitable. Conocer bien a su tripulación era su trabajo: sabía que Nando solo se esforzaba cuando se le daba una tarea que le interesase de verdad; que Jiangqwoc era lento, no por ser mitad tortuga, sino porque le gustaba tomarse las cosas con calma; que Albert siempre buscaba cumplir a la perfección con las expectativas de Fin, y eso a veces le llevaba a rebasar sus límites físicos; o que a Nathair le gustaba comer en soledad, para poder quitarse la máscara a gusto. Conocía las peculiaridades y excentricidades de cada persona a bordo del Portador de Tormentas, pues era su trabajo que estuvieran a gusto, motivados y disciplinados.
Con todo, la medalla a los tripulantes más excéntricos se la llevaban los seis oficiales, él mismo inclusive. Casi siempre cumplían con su deber, sí, pero había tantas capas de misterio y elementos convulsos en su interior que al cambiante le costaba abarcarlos todos. Uno de ellos era ese estado feral en el que parecía entrar Sjach cuando el combate se ponía más duro. Sus pupilas se afilaban, volviéndose líneas verticales como las de las serpientes, su postura se encorvaba y tendía a separar los labios, enseñando las mandíbulas. El que normalmente era el más dócil y gentil de entre los seis, se volvía un depredador nato, sediento de sangre y hambriento de carne. Por suerte, eso también lo hacía fácil de predecir, así que, en cuanto lo vio tomar postura, Nova supo lo que estaba a punto de hacer: lanzarse a por el enemigo de cabeza.
Mitne también era muy consciente de ello.
En casi perfecta sincronía, tan pronto como el hombre lagarto saltó en dirección al pistolero con sus shoteles en alza, Nova destensó el arco y le dio un golpe rápido a su pandereta, musitando unas palabras de ánimo para él:
—Buena caza, compañero.
Mientras tanto, el pequeño dragón se echó para atrás y, asegurándose de apuntar bien, escupió uno de sus esputos eléctricos en dirección a la hoja de su compañero. Nova le dio precisión, y Mitne poder destructivo.
Una asistencia perfecta.
Tan pronto como Shamash vio las marcas aberrantes de los Tarkanan iluminarse, sabía que algo malo estaba a punto de ocurrir. Algo muy malo.
La de él brillaba en un tono anaranjado. La de ella, en un púrpura intenso.
Entonces, el dracónido sintió dos cosas a la vez. La primera, frío, como si alguien estuviera concentrando todo el calor del ambiente en un solo punto. La segunda, ligereza, como si su propio peso estuviera disminuyendo a la fuerza.
Apretó el puño de la mano derecha: la que llevaba puesto el anillo de lord Adal. Tenía que tomar una decisión rápida. El tiempo pareció detenerse mientras pensaba a toda velocidad.
Rojo. Evocación. Fuego, probablemente. Iba a ser doloroso.
Púrpura. ¿Una ilusión? No, no tenía sentido para con lo que estaba sintiendo. Si el frío que sentía era causado por el conjuro de él, la ligereza tenía que ser el de ella. ¿Estaba engañando su mente, haciéndole pensar que flotaba? No, o Finlark o él deberían haber visto a través del espejismo. Era otra cosa. Algo físico.
Dunamancia.
Identificar los poderes de sus marcas le ayudó a tomar su decisión con convicción. Apuntó el anillo en dirección a la bruja y, pasando su pulgar por una de sus runas, liberó uno de los conjuros almacenados en él: un contrahechizo.
Con un resplandor de energía, contrarrestó la marca aberrante, apagando su luz y deteniendo lo que sea que ella fuese a hacer.
Lástima que solo pudiese hacerlo una vez.
El pistolero había condensado una pequeña ascua de fuego en la punta de su pulgar y, como quien lanzaba una bolita de papel, la empujó con la uña de su índice en dirección al grupo.
¿La parte buena? Sin la asistencia de la magia de su compañera, recibió los dos tajos de Sjach inmediatamente después.
¿La mala? No era una simple ascua.
Tan pronto como la llamita hizo contacto con el suelo, estalló en una gigantesca explosión de fuego que engulló a Fin, Nova, Shamash y Brigit. Para colmo, tan pronto como las crepitantes llamas empezaron a bailar a su alrededor, quemándoles la piel, su oponente hizo que su marca cambiase de color a un azul resplandeciente, cosa que hizo que el fuego aumentase su intensidad aún más.
El dracónido respiraba fuego, así que era, en términos generales, bastante resistente a este y, aun así, estaba herido. No quería ni imaginar cómo estaban sus compañeros. Sham cogió un frasco con una poción curativa, lo descorchó rápidamente con sus fauces y lo engulló de un trago. Empezó a sentir su piel regenerarse y sus pulmones vaciarse de humo. Se dirigió ipso facto a hacer lo propio con sus compañeros. Por suerte, Nova y Brigit también se habían ocupado de sí mismos, así que solo necesitaba un frasco más. Cogió uno más pequeño y redondo —contenía menos cantidad de líquido, pero tendría que servir para ir tirando— y, con una precisión y dulzura digna solo de los mejores artesanos, lo lanzó con toda su fuerza contra Finlark, estampándosela en la cara.
— Irisv —dijo, justo en el momento del impacto.
Era una palabra dracónica. Significaba «curar». Con esa palabra de poder, la pócima activó sus funciones, no solo evitando perjudicar al khoravar con los restos de cristales rotos, sino extendiéndose por su organismo y acelerando su regeneración.
Estaban listos para el segundo asalto.
Sjach había obligado al pistolero a desenvainar su arma secundaria: una espada corta, similar en forma y filo a un machete gigante. El hombre lagarto se movía con velocidad y precisión, enlazando tajos casi como si se tratase de algún tipo de danza tribal. El pistolero podía percibir los patrones, pues el ataque era una especie de secuencia que repetía una y otra vez cada vez que la terminaba, pero eran tres armas de las que cuidarse: los dos shoteles y las afiladas fauces de su oponente. Blandía su espada con la mano con la que era menos diestro, y apenas tenía margen para tomar distancia y apuntar con su trabuco.
Sjach tenía las de ganar en un duelo uno contra uno. Por desgracia, no era un duelo uno contra uno.
En un momento dado, percibió un resplandor violáceo con su visión periférica. Instantes después, su contrincante se había vuelto mucho más ágil: esquivaba todos sus ataques con facilidad, y cada vez era más rápido para contraatacar.
—¡Cuidado! —oyó gritar a Shamash—. ¡Ella manipula la gravedad! ¡Y él…!
No alcanzó a escuchar el final de la frase de Sham, pues un ruido estridente taponó sus oídos. Dirigió su vista a Nova, pensando que había sido él, mas el cambiante estaba demasiado ocupado tratando de acertar un flechazo en la bruja, que no cesaba de moverse en círculos con su escoba. Devolvió la vista al frente, y entonces se percató. La marca del pistolero brillaba con un tono blanquecino, y el aire se condensaba en el cañón de su arma, casi como si formara una pequeña esfera.
Sjach dudó. No fue lo bastante rápido.
Una segunda explosión, esta vez de aire, se extendió desde el punto en que Nova luchaba contra la bruja. El bardo voló varios metros por los aires, siendo recogido por una de las libélulas de LEOG antes de precipitarse al vacío. Los otros tres insectos gigantes rodearon a la rubia, tratando de morderla sin mucho éxito.
Entonces, notó a algo saltar por encima de su espalda. Algo pequeño y ligero.
El capitán.
Usándole como trampolín, Fin se abalanzó contra el pistolero, estoque en ristre, tratando de atravesarlo con él. Pero su oponente seguía de algún modo potenciado por la magia de su compañera, y esquivaba todo con gracilidad.
El olfato de Sjach percibía toda clase de olores. Olor a sangre, proveniente de los oídos del inconsciente Nova; olor a fuego, proveniente de un Shamash que trataba de alcanzar a su adversaria voladora con su aliento pírico; olor a sudor, por un Finlark que atacaba con cada vez más velocidad para poder seguirle el ritmo a su contrincante.
Y, entonces, llegó un último par de olores: la fresca fragancia de la vida, y el pavoroso hedor de la muerte.
LEOG era un forjado paciente. Mientras sus compañeros avasallaban a sus oponentes con ataques, él había dejado a sus meganeuras hacer el trabajo duro mientras esperaba al momento idóneo para actuar.
El momento en que todos, aliados y enemigos estuvieran concentrados en un punto lo bastante pequeño como para poder alcanzarlos a todos con su ritual.
Bueno, con sus rituales, en plural, en realidad.
El primer ingrediente que su receta para el éxito necesitaba era un potenciador del sabor. Era algo contraintuitivo empezar por las especias, pero, en esa situación concreta, parecía ser lo idóneo.
Como chamán de un clan de las Llanuras, LEOG se había consagrado a tres tótems. Los tótems eran espíritus antiguos, ya sean animales, humanoides o feéricos, que servían de nexo entre los vivos y la naturaleza. A los sacerdotes talentinos se les suele llamar «tejedores de máscaras», pues practican un ritual a través del cual imbuyen una tela tejida por ellos con un patrón único con las bendiciones de un espíritu concreto, como medio de protección para los guerreros. El propio LEOG había comulgado con tres espíritus, todos ellos animales, que le habían otorgado sus bendiciones.
Uno de ellos era el pterodáctilo, un pequeño depredador volador que le daba la visión para localizar a sus enemigos y la precisión para atacar a sus puntos débiles. Otro era el carnotauro, una formidable y poderosa criatura que le daba una fuerza sobrehumana y la resistencia para aguantar cualquier castigo.
El último era al que estaba a punto de llamar.
El forjado movió la mano izquierda en un gesto ritual y, con una brevísima plegaria, conjuró el espíritu de su compañero. La figura traslúcida de un parasaurólopo surgió de golpe entre los luchadores, sorprendiendo a sus enemigos. Sus aliados, por otro lado, supieron al instante lo que estaba a punto de suceder. El que pudo permitírselo dirigió su mirada hacia LEOG en un gesto de agradecimiento; el que no, era porque estaba demasiado ocupado acorralando a sus rivales en el centro de las claraboyas.
Eso, o acercando a los heridos.
En el momento en el que todos los ingredientes estuvieron bien dispuestos dentro de la olla, llegó el momento de la cocción. Extendió su herramienta predilecta: el garfio que tenía instalado en la mano derecha desde que tenía uso de memoria, que además le servía como foco para canalizar la magia de los espíritus. Recorrió la superficie de este con un dedo, como si escribiera pequeños glifos o palabras.
— Borf vida-ekk, vida vidun.
La lengua de Talenta era compleja. La misma palabra podía significar cosas muy complejas según el lugar, la persona y el tono en que se dijese. Lo que había dicho LEOG era una breve oración, una conjura para los espíritus.
Significaba «es de la muerte que la vida florece».
Una cúpula mágica, completamente invisible pero perceptible para cualquiera que estuviera dentro, envolvió a todos los presentes, con la sola excepción del druida. Para los tejedores de máscaras, cada alma individual no era más que una porción de algo más grande, ese ente metafísico que llamaban «los espíritus». Como todas las almas eran una, estaban conectadas, y como estaban conectadas, parte de su energía vital podía ser transferida de unas a otras, si se tenía el suficiente adiestramiento.
Y LEOG lo tenía.
Su conjuro comenzó a drenar la fuerza de la pareja de asesinos y usándola para sanar las heridas de los oficiales pirata. No era mucho lo que podía extraer, pero con la suficiente preparación, él podía amplificar su capacidad sanadora.
En primer lugar, tenía su herramienta: el garfio lunar. Sí, ese era el nombre de su arma, y LEOG lo conocía, aun sin saber dónde o cuándo lo había aprendido. Tenía la propiedad de fortalecer los efectos curativos de sus conjuros.
En segundo lugar, estaba su tótem. El parasaurólopo comenzó a concentrar en su antena la energía vital absorbida por la magia del druida, para luego liberarla sobre sus aliados, multiplicada su potencia. LEOG no tenía muy clara la relación entre los cuernos de los parasaurólopos y la medicina, pero alguna tenía que haber.
Con eso, sus amigos estaban casi plenamente recuperados, y sus enemigos habían sufrido un duro golpe. No ya por la energía que les pudiese quitar, que no era mucha, sino porque fue suficiente para desconcentrar a la bruja y romper su conexión su marca aberrante por un instante. El suficiente para que se deshiciera el conjuro que tenía puesto sobre su camarada.
Ahora, Nova volvía a estar en pie, y Fin y Sjach volvían a ser los más veloces del campo de batalla.
Brigit debía reconocer que el conjuro de LEOG le vino como agua de dravago. Su «compañera involuntaria», la muchacha dormida en su silla de ruedas, se había visto envuelta en el ataque inicial del pistolero. Sin medios para moverse o esquivar, había recibido severas quemaduras, quemaduras que exigían a la clériga pedirle más a su divinidad interior de lo que solía concederle en un día. Por suerte, el forjado, observador como era, había esperado a que la acercara de forma segura al centro de la azotea para, al menos, curarla al punto de la estabilidad.
No obstante, si quería sobrevivir a largo plazo, tendría que recibir tratamiento médico de verdad.
El zombi que hacía unas horas era Vordell había sido carbonizado por las llamas, así que ya no había ningún refuerzo que la mantuviera fuera de peligro. Los asesinos estaban distraídos dándoles batalla a sus compañeros, así que no habían puesto su atención en la becaria. No obstante, una explosión más, y era probable que tanto ella como la mitad de la tripulación quedase fuera de combate.
En resumidas cuentas, solo había una solución: matarlos antes de que los mataran. Algo conveniente, teniendo en cuenta que Brigit estaba de un humor de perros por el día que había tenido, y ese par le estaba cayendo muy, pero que muy mal. Apostaría todo a un movimiento.
Oró pronunciando su propio nombre. Pronunciando el nombre de Azrael. Un pálpito en su corazón le decía ahora que algo en ese proceso no era del todo correcto, pero no era el momento de pensar en eso. Hizo hervir su sangre con divinidad. La hizo hervir para arrebatar la vida. La hizo hervir para herir.
Extendió sus alas azabache con ferocidad, al tiempo que la esclerótica de sus ojos se volvía negra y todos sus vasos sanguíneos se oscurecían visiblemente. Hizo fluir su sangre ponzoñosa hacia su mano derecha, de la que empezó a emanar una siniestra energía mágica. Armada solo con su toque, se lanzó contra sus enemigos.
Fin esquivó por los pelos un lariat del pistolero. Quiso aprovechar la disquisición para pincharlo con su estoque, pero al ver encendida la marca en el rostro de su oponente, prefirió no descubrir qué pasaba si algo tocaba ese brazo. En su lugar, se escurrió ágilmente por debajo de él, apoyándose contra su espalda. Su nueva posición le daba una panorámica privilegiada de la bruja, que esquivaba las flechas de Nova y las bocanadas de fuego de Sham como si no fueran nada.
«Espera un momento», pensó el khoravar.
Echó la vista atrás. Brigit, Sjach y Mitne atacaban a bocajarro al tirador. Él se defendía hábilmente con su espada-machete, pero no podía permitirse prestarle atención a él. Lo cual significaba que Fin podía prestársela a ella.
Concentró sus sentidos en la Marca de la Tormenta, agudizó la mirada y el oído, cargó su pistola con una bala normal, y disparó. Ella esquivó la pistola con la misma facilidad con la que venía evitando todos los ataques. Pero no fue en vano.
Él lo había entendido.
Había algo en el desplazamiento del aire que era irregular. La ralentización progresiva de la bala conforme avanzaba daba un salto brusco a partir de cierto punto. La resistencia del viento no funcionaba así.
Es decir, tenía que haber otra fuerza imperceptible, hasta para Finlark, que actuara contra la bala.
—¡Sham! Tiene algo que hace más lentos los ataques a su alrededor —avisó al dracónido.
—Maldita sea, ¿un campo de gravedad? ¿Cuánto pueden hacer esas condenadas marcas? ¡Nova, LEOG, cubridme!
—¡No te metas donde no te llaman, semielfo! —se quejó la asesina—. Kiel.
Al pronunciar la bruja esas palabras, su marca aberrante se iluminó con fuerza, y Fin comenzó a sentir su cuerpo mucho, mucho más pesado de lo normal. Los músculos le empezaron a doler, y se vio forzado a hincar una rodilla, costándole moverse. En ese momento, notó algo apoyándose en él, y lo siguiente que vio fue al pistolero agachándose frente a él, usándolo como escudo humano contra los ataques de sus compañeros. Sjach, que era quien protagonizaba el ataque en ese momento, se vio obligado a detenerse en el último segundo para no herir a su capitán.
—Cobarde… —le dijo al pistolero.
—No es culpa mía que seáis demasiado débiles. Así es como se trabaja en equipo.
Tras decir eso, el pistolero apuntó a Sjach con su arma, pero en lugar de activar su marca aberrante, la runa que se iluminó fue la que estaba en el otro lado de su arma: una runa igual a la marca de su socia. Disparó una bala de energía casi imperceptible, pero que, tan pronto como hizo contacto con el hombre lagarto, lo hizo caer a plomo contra el suelo, de espaldas y con los brazos extendidos. Mitne se puso sobre el pecho de su compañero, como interponiéndose entre el tirador y él, mientras chisporroteaba a modo de amenaza.
—No puedo moverme… —gimió Sjach.
—Se acabó —dijo el otro, mientras accionaba el gatillo.
—No lo creo —respondió Brigit, que debía haber estado esperando una oportunidad para darle la vuelta a las tornas.
Con su mano envuelta en energía oscura, agarró al pistolero de la muñeca. Él dio un alarido de dolor, soltando el arma en el proceso. Con su otra mano, trató de darle un espadazo a la pelirroja, pero ella lo interceptó con su propia cimitarra. Tras unos instantes de forcejeo, se separaron.
Entonces, comenzó el duelo de espadas.
Brigit se trabó en combate cuerpo a cuerpo con el marcado. El esgrima no parecía ser la especialidad de ninguno de los dos, pero al menos así podía alejarlo de Finlark, de Sjach y, sobre todo, de su nueva paciente. Sus alas amenazaban con desvanecerse, pero el conjuro de drenaje que había infundido en su mano aún seguía activo. Lo único que necesitaba era encajar un solo golpe.
El problema era que él también, y ambos lo sabían. Envainaron sus espadas: llegados a ese punto, era todo o nada. Una partida que se decidía a una única carta.
— Chath —dijo él, liberando una vez más el poder de su marca.
Su brazo derecho se envolvió en fuego. Era una capa fina, pero crepitante, como esperando al primer contacto para estallar y expandirse.
— Sle fleem hwolflu —pronunció ella en la lengua celestial, reafirmando el poder necrótico que ya rebosaba de su mano.
Pasó un segundo. Pasaron dos segundos. Al tercero, se lanzaron el uno contra el otro, y sus fuerzas hicieron colisión. El puño de él, envuelto en llamas, impactaba contra el de ella, cuyo sortilegio parecía absorber la vida y el calor de todo cuanto tocaba. El choque apenas duró unos instantes, pero en el fragor de la batalla, un momento puede convertirse en una eternidad. Es por eso por lo que, en una fracción de segundo, ella vio cómo a él se le debilitaban ante la absorción de la energía. Es por eso por lo que, incluso un pensamiento fugaz de confianza en la propia victoria como el que tuvo ella en ese momento fue una apertura lo suficientemente grande como para ser aprovechada por el enemigo.
Así pues, cuando el amago de una sonrisa apareció en las comisuras de los labios de Brigit, el pistolero vio la oportunidad para derribarla. Repitiendo el truco de cambiar el color de su marca, las llamas de su puño pasaron de rojo a azul, multiplicando su intensidad.
Eso fue demasiado para la aasimar.
En ese choque de puños, fue él el que prevaleció, terminando de conectar la explosión que la mandaría volando varios metros hacia atrás, dejando poco más que una nube de polvo, humo y chamusquina en el lugar del impacto.
—Sois más duros de lo que pensaba —reconoció él, mirando a su brazo, chamuscado por su propio fuego.
Pero, tan concentrado estaba en sus propias heridas, que no vio el destello de luz que refulgía desde dentro de la humareda.
Si los proyectiles no funcionaban, tendrían que luchar cuerpo a cuerpo. Subido a su meganeura, LEOG se enfrentaba a la bruja en lo más parecido a una justa que podía darse entre dos lanzadores de conjuros. El campo de repulsión que la cubría a ella le impedía acercarse demasiado, pero la dura coraza del forjado era demasiado sólida para que ella la atravesara.
De todas formas, su intención nunca había sido derrotada, sino distraerla. Las libélulas gigantes de Talenta tenían una peculiaridad muy interesante: el movimiento de sus alas hacía un ruido ensordecedor para los que estaban cerca.
Dicho de otro modo, ni LEOG ni su contrincante en el cielo podían oír lo que Shamash y Nova planeaban desde el suelo.
—¿Lo tienes? —preguntó Nova con nerviosismo—. Me estoy quedando sin fuerzas.
Había devuelto su arco a su espalda, y estaba centrando sus esfuerzos mágicos en apoyar y restablecer a LEOG. Su tarea actual era ganar tiempo para Shamash, pero la sangre de Siberys era un recurso limitado, y Nova estaba a punto de tocar el límite de cuánta podía utilizar en una temporada.
—¡Lo tengo! —exclamó el dracónido.
—¿La terminaste?
—Sí —respondió, al tiempo que agitaba una poción de color rosado en un frasco—. Los ingredientes son carísimos, así que espero que valga la pena.
La bebió de un trago, y luego sonrió. Era extraño que algo le sacara una sonrisa a Shamash, y tan herido y magullado como estaba, era una visión casi escalofriante, hasta para Nova.
—¿Ahora qué? —preguntó.
—Ahora es cuando seguís mis instrucciones al pie de la letra.
Nadie era capaz de concentrarse en tantos conjuros a la vez, con o sin marca del dragón. Eso era algo de lo que Shamash era muy consciente. Por tanto, era inviable que la falsa becaria estuviese manteniendo a Sjach y Fin en el suelo y el escudo de gravedad activos a la vez. Tenía que haber algún tipo de trampa, algún tipo de truco.
Por suerte, Sham tenía la respuesta. Si no podía deducir el truco, tendría que buscarlo. Tan rápido como pudo, preparó un mejunje especial: una poción que le permitía escuchar los pensamientos ajenos durante un corto período de tiempo. Había gastado un manojo de hierba marina fresca que le había conseguido Kreelo, así que ya podía merecer la pena.
Pasaron cuatro, cinco, seis segundos. Y, entonces, empezó a oír.
Rápidamente, transformó su herramienta multiusos en un aparato de comunicación de forma alargada. Extendió la antena, apuntando con ella en dirección a LEOG.
—¡LEOG, un ataque más! —bramó con muchísima fuerza.
—Entendido.
El forjado se abalanzó, cabalgando su libélula, contra la bruja.
«Qué pesados», se quejó ella en su mente. «No puedo contraatacar y alternar conjuros a la vez. Tengo que inmovilizarlos de alguna manera.»
Shamash sonrió, aunque no terminaba de creérselo. Que alguien cambiara de conjuro de forma tan rápida y sutil se le hacía difícil de imaginar. Pero tenía lo que necesitaba.
Cambiaba entre uno y otro cuando atacaba.
—La tengo. ¡LEOG, aléjate! ¡Nova, la varita!
El forjado asintió con la cabeza, retrocediendo rápidamente. Nova blandió la varita estropeada que había robado del Observatorio.
—No sé si funcionará…
—¡Lo hará! No sabemos qué hará, pero hará algo. ¡Rápido!
Nova hizo una floritura con la varita, y en ese momento, una mota de fuego, similar a las que el pistolero conjuraba en sus dedos, pero de color verde, salió disparada en dirección a la asesina.
«¡No!», exclamó ella en su mente. «¡Defiéndete, defiéndete, defiéndete!»
—¡Finlark, ahora! ¡Dispara!
Fin torció la cabeza hacia Shamash, con gesto confuso. En cuanto se percató de que podía torcer la cabeza hacia Shamash, su gesto cambió por completo. En un gesto rapidísimo, cogió la pistola del tirador Tarkanan del suelo, le colocó dentro uno de sus esquejes y, apuntando a la hechicera con ambas armas, disparó a la vez. Una bala voló con el impulso del rayo, y otra con la de la pólvora…
Y con el del rayo también.
Como si estuviera esperando su momento, Mitne proyectó su aliento hacia la pistola de mecha del khoravar según disparaba, imbuyendo también la bala normal de electricidad. Ambos relámpagos volaron a la velocidad de la luz hacia la desprevenida bruja, golpeándole el costado y haciéndola perder el equilibrio. Se las arregló para sujetarse a la escoba con la mano para no caer al suelo, pero entonces, la chispa verde de la varia de Nova hizo contacto, explotando en una gran esfera de fuego esmeralda.
En cuanto la magia se disipó, vieron a la bruja precipitarse contra el suelo, envuelta en humo.
Cuando la columna oscura que la envolvía se disipó, la Brigit que se presentó ante su contrincante no parecía la misma. Las alas se habían disipado, volviendo a unirse en su clásica capa negra con capucha. Lo que ya no era negro eran los ojos y los vasos sanguíneos de la aasimar, que resplandecían con una cegadora luz dorada. Estaba furiosa, cansada y jadeante, pero las quemaduras en su piel, producto del fuego del pistolero, se regeneraban paulatinamente.
—¿Pero qué…? —dijo él sorprendido.
No pudo terminar su frase. A medio camino de esta, un carraspeo le hizo toser sangre. Dirigió su mirada hacia abajo, solo para ver una espada de pura luz y fuego atravesándole el pecho desde atrás.
Sin decir media palabra, cayó de frente, y la sangre comenzó a formar un charco a su alrededor. El cielo nocturno parecía brillar de un tono algo más azul conforme comenzaba a amanecer, pero la clériga solo podía prestarle atención a la criatura que había rematado a su adversario. Era una figura angelical y femenina, formada a partir de pura luz. En su silueta borrosa parecían atisbarse elementos de lo que parecía una armadura. Sus alas eran enormes y majestuosas, y su espada radiante crepitaba con el sonido de una hoguera encendida.
Conforme el brillo dorado que inundaba toda la visión de la aasimar iba desapareciendo, una pregunta se iba a formando en su mente.
«¿Yo he hecho eso?»
Tras eso, todo lo que quedó fue el dulce silencio de la inconsciencia.
—¡Brigit! —exclamó Fin, preocupado por su compañera.
Tanto él como Sjach se pusieron en pie para ir a socorrerla, pero algo los detuvo. Una voz. Un alarido.
—¡Noooooooooooooooooo!
La bruja Tarkanan, aun viva, salía del lugar de su impacto y, al ver el cuerpo inerte de su compañero, comenzó a gritar… y a brillar. Sus ojos se volvieron completamente púrpuras, el brillo bajo sus pies aumentó drásticamente, y comenzó a levitar, sin necesidad ninguna de escoba voladora.
—Hija de Khyber —maldijo Shamash—, su marca se está desestabilizando.
—¡Ella se está desestabilizando! —replicó Nova, nervioso.
—¡¿Qué habéis hecho?! —bramó ella.
Tras una onda expansiva que salió de todo su cuerpo, el grupo empezó a sentirse muy, muy ligero. Pero no eran solo ellos. Los cuerpos de los caídos, los escombros, los proyectiles desperdigados; todo empezó a flotar en el aire.
—Yo me encargo —dijo LEOG fríamente.
Y, antes de que nadie pudiera hacer nada, replegó su garfio, devolviéndolo a la forma de una mano normal. No obstante, los glifos normalmente presentes en el arma aún seguían en el costado de su mano. Pasando los dedos por encima de ellos en orden, recitó una oración en una lengua que Shamash no comprendía. Acto seguido, las cuatro meganeuras se vieron envueltas en una luz blanca y, como estrellas fugaces, se fusionaron en un único haz de luz más grande.
Mucho, mucho más grande.
Cuando la luz desapareció, una criatura gargantuesca, más alta que muchos árboles y tres veces más ancha, similar a una especie de perezoso, apareció en el aire e, incapaz de volar, cayó a plomo. Sobre la bruja.
Para cuando los pies de todos volvieron a tocar el suelo, el megaterio estaba sentado en el suelo, lamiéndose las patas, y la bruja había quedado aplastada por el enorme animal.
—¿Por qué no hiciste eso antes? —preguntó Fin.
—Es difícil si no se está quieta —respondió el forjado.
—Entonces… ¿Ya está? —preguntó Sjach.
—Casi. Hay que atender a Brigit, vamos —dijo Nova.
Pero, cuando estaban a punto de ir al rescate de su compañera, un sonido los alertó de repente.
El sonido de unos aplausos.
