Acto III: Demonología aplicada

Capítulo 4: La Garra de Espino

—Me congratula que hayáis llegado tan lejos. Por un instante pensé que todos mis esfuerzos por invitaros a este pequeño juego habían sido en vano.

La figura que aplaudía y felicitaba a la tripulación era un hombre humano de mediana edad. Su pelo castaño estaba recogido en una coleta alta, su piel olivácea contrastaba contra sus profundos negros, y su atuendo de color azul marino venía rematado por una placa pectoral y un fajín rojo con dos espadas cortas enfundadas.

—Tú debes ser Fdasyr —dijo Fin.

—Ese es mi nombre, sí —reconoció él, haciendo una pomposa reverencia, digna de un actor de teatro—. Y vos sois el capitán Fin. No es la primera vez que nos encontramos.

Sjach no podía sentirse más asqueado por su presencia. La mezcolanza de olores que invadían sus fosas nasales le hacían ponerse en guardia de forma instintiva. Azufre. Metal. Sangre. Mirra.

El olor de un rakshasa; el peor tipo de demonio.

Sin ser consciente de ello, el hombre lagarto apretaba sus dos shoteles con fuerza, y apretaba con tanta intensidad las mandíbulas que parecía a punto de hacerse sangrar. Fue el capitán el que alzó una mano para calmarle.

—Eras el mensajero de la líder de los Tarkanan, ¿no?

—Me enorgullezco de ser la mano derecha de lady… —se detuvo un momento, mirando al cadáver del pistolero y al lugar donde descansaba el megaterio—; bueno, supongo que puedo llamarla Rhea a secas, no parece que esté obligado a guardar las formas.

—¿Sabe lo que eres?

—¿Lo sabéis vosotros?

—No me provoques, demonio —amenazó Fin.

Casi como para ratificar su advertencia, dio un fuerte pisotón en el suelo, invocando una leve ráfaga de viento ascendente. Sjach conocía a su capitán, y sabía que solo lo hacía por dramatismo, pero tuvo un efecto inesperado. El sombrero cónico que descansaba en la cabeza de Fdasyr, hasta ahora invisible, se desprendió de ella por la sacudida y cayó a la espalda de su propietario, destruyendo la ilusión que le hacía parecer humano.

El rakshasa tenía, como los libros bien indicaban, la apariencia de un tigre antropomórfico con el orden de los dedos de las manos invertido. Donde tenía que haber un pulgar, había un meñique y viceversa. Su pelaje era naranja con rayas negras, con la sola excepción de su blanca cola, e iba revestido con una sencilla chaqueta de seda marrón, y pantalones de similar diseño. Llevaba refuerzos en las rodillas, brazaletes dorados y un cinturón decorativo con hebilla también de oro. Sus ojos refulgían con un tono aguamarina completamente antinatural.

—Jamás osaría, buen capitán. Tan solo he venido a presentarme. Mi nombre es Fdasyr, la Garra de Espino, orgulloso vasallo de mi señor Mordakhesh, la Espada Oscura.

—Vaya, sí que os gustan los títulos a los demonios —replicó Fin—. Supongo que tendré que memorizarlos todos, para cuando le diga a Rhea que en realidad no trabajas para ella.

—Haced lo que consideréis, mas, si la conozco bien, creo que pondrá su ambición por delante de mis lealtades en su lista de prioridades.

—¿Ambición? —preguntó Shamash—. ¿Qué pretende?

—Lo mismo que tantos otros y, empero, lo mismo que vosotros también. Hacerse con los fragmentos del Supremo Rak Tulkhesh. Tal sino es, pues, el que marca la Profecía Dracónica.

—¿Por qué iba nadie a querer hacer eso? —intervino Nova—. Quiero decir, ¿soltar en el continente a un demonio súper poderoso? Suena a fin del mundo.

Fdasyr se masajeó la barbilla con los dedos.

—No creo que se halle en los planes de ninguno de nuestros pequeños juguetes el arrasar con Dragón Intermedio… Eso es tan solo una inevitabilidad, producto de sus acciones. Pero habéis de perdonarles; después de todo, ¿quién no querría el poder del mismísimo avatar de la guerra cuando esta falsa paz en la que vivís termine?

—¿Qué clase de insensatez es esa? —bramó Shamash, con un leve temblor en su voz—. Maldita sea Khyber y todos sus engendros, ¿qué habéis estado planeando?

—«Planear» es un término muy impreciso —respondió el rakshasa—. Hace parecer que hemos estado dejándonos la piel reuniendo las condiciones para la liberación del Supremo, cuando la realidad es mucho más sencilla: son los propios engranajes del destino los que ponen las piezas sobre el tablero. Nosotros nos limitamos a escoger los movimientos que nos son más convenientes. Aunque entiendo la confusión, después de todo, os habéis vuelto conscientes de la partida con el jaque mate a la vuelta de la esquina. No le deis demasiadas vueltas, no hay nada que podáis hacer al respecto.

—Estoy perdiendo la paciencia, demonio —le interrumpió LEOG.

Con un movimiento de su mano, el druida ordenó al megaterio conjurado que atacara a Fdasyr. La criatura se abalanzó sobra su enemigo con todo su peso y fuerza, pero fue detenido de pronto.

Por una sola mano.

La peor parte era que la mano en cuestión ni siquiera era la zarpa de Fdasyr. El tigre permanecía con los brazos cruzados, levitando a escasos palmos del suelo. Sin necesitar él moverse, había conjurado una gigantesca garra, similar en forma a la de una especie de títere de madera, y compuesta por una energía traslúcida del mismo color azul que sus ojos. Los dedos del brazo de guiñol terminaban en garras, y su orden estaba invertido, igual que sucedía con sus garras más… físicas.

Por supuesto, no es que la que sostenía al gigantesco animal fuera precisamente intangible. De hecho, parecía bastante fuerte. A no más tardar, Fdasyr hizo aparecer otros tres brazos, esta vez tamaño humano, que desenvainaron sus dos cimitarras y, tomando también la espada del Tarkanan derrotado, hizo desvanecerse a la invocación con tres cortes limpios.

Tras esa demostración de poder, clavó su mirada en LEOG.

—Ah, sí, el caballo —dijo, refiriéndose a él—. Tan útil como impredecible, con la capacidad de pasar por encima de cualquier obstáculo y, paradójicamente, el riesgo de verse tan a menudo atrapado en callejones sin salida; sobre todo, cuando hablamos de una pieza incompleta como tú. De momento, solo puedes moverte hacia los lados, sin avanzar: necesitas encontrar a tu otra mitad para empezar a cabalgar hacia adelante.

—¿De qué estás hablando?

—Ya que vais a Sharn, pásate por la Universidad de Morgrave y pregunta por el profesor Colmillo. Quizá él pueda arrojar algo de luz sobre tu… problema de memoria.

Las palabras del infernal parecieron calar en LEOG, que replegó su garfio. Sin bajar la guardia, empezó a escrutar al monstruo con la mirada, pero reduciendo considerablemente el grado de hostilidad.


«Finlark. En cuanto conté vuestra situación, la aeronave comenzó a moverse sola, no sé cómo. Creo que vamos para allá. ¡Ganadnos tiempo!»

El mensaje telepático del profesor Doldarun se solapó con las palabras del rakshasa. El capitán se debatió por un momento entre la ansiedad y el alivio. Por un lado, si la tripulación entera se dirigía hacia allá, estarían expuestos al rakshasa. Por otro, si estaban bien preparados, podían abrirles un camino para escapar.

Tras meditarlo unos instantes, optó por confiar en su gente. Parecía que tocaba provocar a un demonio.

—¡Eh, tigretón! Veo que te gusta mucho hablar. Si vienes a matarnos, lo estás alargando mucho. ¿Tienes miedo, o algo?

—Oh, creo que me habéis malinterpretado —respondió Fdasyr con un gesto de sorpresa claramente fingido—. Yo solo estaba observando el duelo. Fuesen los Tarkanan o vosotros quienes se hicieran con el mapa y el esqueje, me es indiferente. Ser los ganadores os convierte en piezas más o menos valiosas, así que preferiría manteneros con vida.

—¿Qué quieres decir con «más o menos»? —preguntó Nova.

—Es sencillo. Pensad en vuestro capitán, él sería un rey: la pieza clave del juego, no porque juegue un rol especialmente útil durante la partida, sino porque perderlo supone la derrota. Por supuesto, sería una insensatez jugárselo todo a una sola apuesta, así que él es más bien… un rey de repuesto. La segunda opción.

Vale, eso último le había pinchado en el orgullo.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es vuestra primera opción? —preguntó, forzando un poco el tono burlón.

—Alguien mucho más proclive a colaborar. Alguien que comparte tu misma ambición y sueño, pero es mucho menos selectivo con los pasos a dar para alcanzarlo.

A Fin solo se le ocurría un nombre, y no le gustaba nada.

—¿Alguien pelirrojo, con una marca de nacimiento muy grande en el pecho y el ego más inflado que un globo aerostático?

—Podría ser… o podría ser que no —respondió el rakshasa con una sonrisa—. Vuestra amiga inconsciente de ahí, por ejemplo, podríamos considerarla nuestra dama: una llave que se abre paso justo a donde necesitamos, que destruirá lo que necesitamos ver destruido y protegerá lo que necesitamos ver protegido… incluso si para ello debe sacrificarse.

—¡Me he cansado de adivinanzas! —bramó Sjach de repente.

Su tono era mucho más grave, mucho más feral de lo habitual. Fin no sabía si eso se debía a la presencia del rakshasa, pero cuando se lanzó de frente contra él, temió lo peor por un momento. El hombre lagarto hizo descender sus shoteles con ferocidad. Sin moverse del sitio, Fdasyr bloqueó el ataque con una de sus espadas.

—Te tengo —sonrió Sjach.

Entonces, como si saliera de su sombra, Mitne apareció de detrás de su guardián y se lanzó sobre una pierna del tigre para darle un mordisco. Otra de las espadas voló contra el dragón, golpeándole en la nuca para impedir el ataque.

Golpeándole con la empuñadura del arma.

—Aún es pronto para que mueras, pequeño cordero —sentenció, para después hacer poner más fuerza en su bloqueo, obligando a Sjach a retroceder—. Y aquí está la torre: el escudo del débil que solo sabe avanzar en línea recta, hacia adelante. Has cumplido con tu rol de proteger al dragón entre tus muros a las mil maravillas hasta ahora. Te lo agradezco, y espero que sigas…

No pudo ni terminar su frase sin tener que desviar su atención a otra parte. En concreto, a la flecha que volaba hacia él. Con la espada que tenía desocupada, cortó el proyectil por la mitad.

—Maldita sea —se quejó Nova, chasqueando la lengua.

—Y ahí está el alfil, siempre yendo por la diagonal. A veces, llamando la atención. A veces, escondiéndose entre las sombras. Una pieza difícil de usar, perfectamente sustituible, a menudo sacrificada y casi siempre necesitando otra a su lado para poder brillar… pero que también tiene su nicho.

Si el comentario de antes había herido el ego de Fin, ese último pareció hacer estragos con el temperamento de Nova. Con sus ojos brillando con el dorado del sol, transformó su cuerpo, adoptando su forma más animal una vez más. Fin no sabía si había sido a propósito, o era una reacción emocional, pero lo siguiente que le vio hacer fue golpear su pandereta con furia, provocando una explosión de sonido en el lugar en el que el tigre levitaba.

Él no se inmutó. No lo esquivó, contrarrestó ni bloqueó de ningún modo. Simplemente no le afectaba.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer? Me temo que os queda un largo camino por delante.

Fue entonces cuando Fin llegó a la conclusión más evidente: no tenían nada que hacer contra él. Daba igual el agotamiento o las heridas que tuvieran, ni en su mejor día habrían podido derrotarlo.

«Necesitamos salir de aquí ya», pensó. «Vamos, daos prisa…»

Suspirando con pesadez, y viendo que necesitaba aún más tiempo, decidió recurrir a medidas desesperadas. Entonces, dio la orden.

—Chicos, ¡atacad con todo! ¡No le deis tregua!


Toda la tripulación se lanzó sobre Fdasyr. Shamash los contemplaba desde atrás, protegiendo a Brigit y a la otra chica. Si no las ponían a salvo pronto, podrían no despertar nunca. En su lugar, el estúpido de su capitán había decidido ordenar un ataque suicida. No se podía creer que fuera tan zoquete.

De hecho, no lo era. Nunca había guiado a su tripulación a un escenario suicida. Al menos, no sabiendo que lo era. Sí, sus decisiones los ponían en peligro casi cada día, pero nunca en un peligro mortal tan evidente. El ataque parecía desesperado, casi como si estuviera… ganando tiempo.

Fin y Sjach se batían en duelo contra los tres brazos espadachines. Sjach atacaba sin descanso; no conseguía hacer retroceder a las fantasmales extremidades, pero sí mantenerlas alejadas del cuerpo principal. Fin hacía lo propio con la tercera, hilando desvíos de su arma con estocadas precisas, como si pretendiera pasar a través del brazo y alcanzar el costado del demonio, obligando al brazo a girar sobre sí mismo para continuar bloqueándolo.

LEOG, por su lado, estaba enfocado en el brazo más grande. Había adoptado su forma de cocodrilo gigante, y luchaba por mantener la mano entre sus fauces.

Nova, entre tanto, buscaba oportunidades para clavarle una flecha entre ceja y ceja. Sin embargo, por muy quieto que estuviera Fdasyr, el bardo no podía detenerse a tensar la cuerda de su arco si tenía que estar cerrando las heridas de sus compañeros constantemente. Porque, sí, los otros tres estaban entreteniendo a los brazos de Fdasyr, pero eso no significaba que estuvieran empatando con ellos.

«Espero que tengas un plan», pensó Sham y, no sin antes insultar al khoravar en su mente una vez más, decidió confiar en él y unirse a la refriega.

Concentrando toda su energía en su boca, sintió el calor que su cuerpo producía naturalmente subir por su pecho y su garganta. En cuanto estuvo listo, liberó una bocanada de fuego contra el demonio, aprovechando que estaba con la guardia baja. La llamarada impactó contra él, y cuando se dispersó, podía verse algo de humo saliendo de su pelaje.

No parecía haber hecho mucho efecto, pero algo era algo. Y pareció molestarle.

—Vaya… parece que el peón ha decidido unirse a la partida —dijo. Su tono de voz permanecía sereno, pero Sham pudo ver la rabia que se escondía en su tono condescendiente—. Que consiga tocarme la pieza más prescindible es un tanto ofensivo, lo reconozco, pero supongo que eso demuestra el peligro que supones. Supongo que si te mato ahora mismo servirá para hacer un ejemplo de ti, y así nos ahorramos el riesgo de que llegues al final del tablero y te corones…

Tras pronunciar esas palabras, Fdasyr hizo algo que no había hecho hasta el momento.

Se movió.


Nova estaba sin energía. Sus manos dolían, y sentía cómo la sangre de Siberys se empezaba a resistir a su música. Pronto no podría hacer más magia. Impotente, solo pudo observar cómo, con un gesto de la garra derecha de Fdasyr, los brazos espectrales desaparecieron, haciendo trastabillar y caer a sus agotados compañeros. En unos instantes, los tres brazos que blandían espadas reaparecieron a su lado derecho. El rakshasa levantó la garra, como un general dando la orden de fusilamiento, y los tres brazos apuntaron a Shamash con las puntas de sus armas en ristre. En el momento en que diera la orden, las tres extremidades saldrían disparadas hacia Shamash, ensartándolo allí mismo.

Y nadie era lo bastante rápido o tenía las fuerzas suficientes como para impedirlo.

El cambiante clavó su mirada en su capitán, desesperado. Él era el más ágil de los seis, pero tenía la rodilla hincada en el suelo y respiraba con dificultad. Tenía numerosos cortes y rasguños, algunos de los cuales sangraban profusamente. Y, sin embargo, estaba sonriendo. Sonreía con la mirada clavada en el cielo. Casi por instinto, Nova siguió su mirada hacia arriba. Y entonces lo vio.

Había llegado la caballería.

Los enormes virotes de las balistas del Portador de Tormentas impactaron a ambos lados de Fdasyr, levantando polvo y gravilla.

—¡Ahora! —escuchó vociferar a la voz de Albert—. ¡Lanzadle todo!

Lo que se sobrevino en ese momento fue una descarga incesante de ataques. Jiangqwoc apuntaba cuidadosamente con la balista, con Sumak y Drazhomir ayudándole a recargar. Flavia había conjurado a su alrededor lo que parecía ser un sinnúmero de dagas de energía roja, que caían sobre el demonio como si de granizo se tratase. Riaan manejaba con habilidad encomiable una ballesta de mano, que recargaba a los pocos segundos de disparar, mientras Thatani hacía aparecer en sus manos lo que parecían dagas de cristal, que lanzaba tan rápido como le era humanamente posible. Nando disparaba con su mosquete bala tras bala tras bala, mientras que Kralath cogía virotes de ballesta con su tatuaje mágico y las lanzaba él mismo con ferocidad. Desde un poco más atrás, Nathair y Lulu lanzaban pequeñas esferas de lo que parecía magia ácida, y hasta el profesor Doldarun colaboraba como podía, trazando glifos en el aire que se transformaban en proyectiles de energía. Los ataques caían uno tras otro alrededor de Fdasyr que, aunque permanecía impertérrito ante ellos, no tenía apenas margen para actuar.

—¡No le hacemos nada! —se quejó Nando.

—¡Ni falta que hace! —respondió Riaan—. ¡Solo necesitamos retenerlo un poco más!

—¡Mate preparado! —anunció Albert—. ¡Descansad dos segundos!

En ese momento, Mate se colocó al borde del barco y, disparando el arpón que Sham le había instalado en el pecho, lo clavó con fuerza en el suelo de la azotea, creando una cuerda por la que trepar hacia el barco.

—¡Tenemos puente! —anunció Kralath.

—¡Perfecto! —respondió el aguerrido anciano—. ¡Rápido, segunda oleada!

Y volvieron a empezar con la sucesión de ataques. En medio de la confusión, Ratief pegó un salto desde la cubierta, cayendo al lado de Shamash. Sin esperar más instrucciones, tomó a la inconsciente Brigit y se la subió al hombro. El dracónido hizo lo propio con la becaria. Fin, que estaba atento a los acontecimientos, dio la orden final:

—¡Chicos, nos largamos de aquí!

Ratief fue el primero en subir a la cuerda. Era un monje, así que atravesar el improvisado puente sin inconveniente, incluso transportando a Brigit. Sham fue el siguiente. No era precisamente el más ágil, pero sí era fuerte, y pudo alegrárselas. Una vez el artífice ya estuvo a medio camino, Fdasyr pareció desistir en su intento de acabar con él y desconvocó sus extraños brazos de marioneta.

—Supongo, entonces, que nos reencontraremos en Sharn —dijo, esbozando una sonrisa.

Sjach era buen escalador, así que ni siquiera necesitó la cuerda, y subió directamente por el casco del portador. LEOG, que era más lento y pesado que Fin y Nova, fue el siguiente. Cuando ya estuvo a bordo, llegó el turno de los dos faltantes.

—Ve tú. Alguien tiene que cortar la cuerda —dijo Fin.

—Sí. Yo —respondió Nova—. ¿O esperas que maneje el timón?

Touché —dijo el capitán y, con esa agilidad que solo él tenía, subió la cuerda de una carrera.

Nova deshizo su transformación y desenvainó su daga. Pocos segundos después, sintió cómo se le erizaba el cabello por un segundo, sensación que siempre tenía cuando Fin se conectaba con la aeronave. Poco después, el chisporroteo de la electricidad del aro elemental inundaba el ambiente.

Con una amplia sonrisa, en parte cortés y en parte desafiante, y un brillante tono amarillo en sus ojos que denotaba que no tenía ganas de ser ni cortés ni desafiante, Nova hizo una última reverencia para despedirse.

—Como has dicho, nos volveremos a ver en Sharn. La próxima vez, no tendrás tanta suerte, tigre.

Y, agarrándose bien a la cuerda, Nova la cortó por donde iba unida al arpón, y se dejó arrastrar por el vuelo del Portador de Tormentas, tan lejos de Arcánix y de Aundair como les fuera posible.