Interludio: Crónica 9

Era el decimonoveno día de olarune, apenas tres días después de la confrontación con la Casa Tarkanan en Arcánix. Sjach, Nova y Fin entrenaban en la cubierta del Portador de Tormentas, mientras Sham y Mitne los observaban. Era la última hora de la mañana, así que LEOG y el resto de la tripulación estaban ocupados con sus deberes asignados. Brigit estaba encerrada en la enfermería con la nueva huésped del grupo, la alumna de las Torres Flotantes que había resultado herida durante la confrontación. La muchacha no terminaba de recuperar la consciencia, y aunque las quemaduras sufridas se habían quedado en meras cicatrices feas, su estado era ciertamente preocupante.

Volviendo a la cubierta, el entrenamiento era en realidad un juego sencillo: los tres se turnaban para entrenar en parejas, y uno debía perseguir a otro. Ambos contrincantes podían usar cualquier tipo de conjuro o truco para alcanzar su objetivo, siempre y cuando no hirieran directamente al otro. En el momento en que el perseguidor conseguía tocar con la mano al perseguido, o en el momento en que el perseguido aguantaba cinco minutos sin ser atrapado, el juego terminaba y las parejas cambiaban.

Sjach era el claro ganador en todas las rondas en las que participaba. Shamash no se había detenido a pensar en la capacidad física pura del hombre lagarto. Era más rápido que nadie, tan fuerte como él, y casi tan ágil como el capitán y el primer oficial. A todos los efectos, era el luchador más completo de la tripulación. Con todo, el viejo dracónido tenía una conclusión aún más clara que esa:

—¿Cómo pueden ser tan soberanamente estúpidos? —dijo en su lengua materna, contemplando al trío.

—¿Está mal que estén jugando? —preguntó el inocente dragón.

—¡Sí! ¡Quiero decir, no! —Sham tuvo que pararse a suspirar pesadamente tras contradecirse a sí mismo—. Lo primero: están entrenando, no jugando.

—¡Atrápame si puedes, pringado! —provocó Fin a Nova, interrumpiendo la conversación de los otros dos.

—Al menos, eso creo —continuó el artífice—. En segundo lugar, no es de su juego de lo que me quejo. ¡Es de esto!

Sham señaló el cúmulo de papeles plegados que descansaba en la cubierta frente a él. Un letrero arriba del todo rezaba: «El Cronista: si ha pasado en las Cinco Naciones, lo has leído aquí». El contramaestre hojeaba el periódico zil de mal humor, aunque por mucho que pasara, acababa volviendo instintivamente al mismo artículo.

Su título era «Piratas del aire, sospechosos de conspiración», y su autor un tal Aehion Hianus ir'Hayttear. Decía lo siguiente:

«fantasma vuelve a recorrer Khorvaire: el fantasma de la Última Guerra. Informan a la población de que un grupo de piratas, con una aeronave robada a la Casa del Kraken, abordó un convoy de transporte de máxima seguridad, propiedad del Dodecanato. Los rumores dicen que la mercancía robada era un arma muy peligrosa, un legado del infernal conflicto de más de cien años del que acabamos de salir. Fue un ataque violento, una masacre que resultó en incontables muertes. Con el firme propósito de llegar al fondo del asunto, la Casa Deneith ha estado investigando a varios de los oficiales de la banda. Lejos de ser bucaneros de medio pelo, como hasta ahora pensábamos, la tripulación del Portador de Tormentas parece estar compuesta, al menos en parte, por individuos que, por su historial previo o conducta recientemente demostrada, demuestra ser una amenaza activa para la seguridad de nuestra buena ciudadanía; criminales destacados que deben ser encontrados y apresados en Alcatroz a la mayor brevedad posible. Cruzando expedientes con varias oficinas de inteligencia de las Cinco Naciones, la Casa de la Quimera ha logrado trazar los perfiles de tres de ellos. Sus retratos robot serán publicados en todas las oficinas del Gremio de Mercenarios, así como en las sedes de todas las compañías de aventureros.»

Mientras Sham releía el contenido del periódico, vio a Sjach caer de morros contra el suelo mientras trataba de agarrar la cola de Nova.

«Un hombre lagarto de las remotas junglas de Q'barra, y perteneciente al cruel y salvaje clan conocido como los Escamas Negras, considerado ya enemigo de la nación en Nuevo Galifar por sus incontables actos de terrorismo. Se le acusa de pillaje, demostraciones de violencia extrema y, leen ustedes bien, la terrible práctica de la antropofagia. Sjach Ominakna ha sido visto consumiendo la carne y la sangre de numerosas víctimas, desde humanos hasta bestias trémulas. Su mayor crimen, no obstante, es el más terrible acto de blasfemia de la última década, pues hay fuentes fidedignas que afirman haberle visto hurtar y deglutir, ¡nada más y nada menos que un ascua de la Llama de Plata! Con el apropiado epíteto de Sjach «el Omnívoro», se ofrece por él una recompensa de seiscientos galifares.»

En la siguiente ronda, Nova intentaba atrapar a Fin. El cambiante estaba en clara desventaja contra sus compañeros en términos físicos, así que era el que tenía una puntuación más baja.

«El segundo al mando de la tripulación es un cambiante de origen incierto. No sabemos mucho sobre él que vaya más allá de los rumores. Algunos dicen que entrenó bajo la tutela de los druidas Lunitas en el Gran Bosque. Otros, que es miembro de la Jauría y trabaja en secreto para el aquelarre que gobierna Droaam. Otros dicen que es un prófugo de la Fiducia, la única mancha en el formidable expediente del servicio secreto zil. Todas esas declaraciones son, sin embargo, mera especulación sin fundamento. Con todo, hay un único crimen del que sí hay evidencias, y que se ha dado en reiteradas ocasiones en el pasado de este pirata: allanamiento y robo de información confidencial en edificios administrativos de varias de las Cinco Naciones. Si algo está claro es que cuenta con una gran capacidad para infiltrarse en cualquier lugar sin ser detectado, lo que, teniendo en cuenta las pilas de cadáveres que esta tripulación ha dejado a sus espaldas, lo convierte en una fuerza a temer. El Gremio de Mercenarios lo ha bautizado con el título de Nova «El Nocturno», y ofrece por él una recompensa de 790 galifares.»

Una potente ráfaga de viento hizo volar las páginas del hebdomadario. Sham miró hacia arriba, y vio a su capitán salir disparado hacia el cielo, Marca de la Tormenta refulgiendo con fuerza. Tuvo que volver a encontrar el artículo para seguir leyendo.

«El capitán de la tripulación ya era un individuo más o menos conocido… ¿O quizá no? Hemos descubierto que el nombre completo de Fin «la Galerna» es Finlark d'Lyrandar. O, al menos, solía serlo. Sobra decir que en esta redacción no sentimos más que admiración y respeto hacia quienes demuestran dedicación a su familia y seres queridos, pero no podemos evitar preguntarnos qué podía tener la Casa de la Tormenta que ganar de ocultar la identidad de un criminal. Por muy vástago suyo que sea, ¡el punto de origen de sus actividades delictivas fue robar a su propia sangre! Se ve que, no concento con traicionar a su familia por los Susurravientos y con abandonar a estos últimos al término de la Última Guerra, cuando abandonaron la piratería y limpiaron su nombre, ahora se dedica al hurto de armas de destrucción masiva, el contrabando con las mafias aundarinas y el secuestro a mano armada de catedráticos de Arcánix. Sobra decir que, con tal historial reciente, Ventormenta se ha pronunciado al respecto, excoriando definitivamente a esta oveja negra, y elevando su recompensa a la friolera de 100 dragones.»

Shamash terminó de leer el artículo en alto, traduciéndoselo a su lengua al pequeño dragón.

—¿Entiendes ahora por qué estoy enfadado? —le preguntó.

—¿Porque han hecho que la gente mala pague muchas monedas a otra gente para matarnos?

—Más o menos, sí.

—¿Y la gente mala que da monedas es la misma gente mala que quiere el tesoro secreto?

—Podrían estar relacionados, sí.

—Entonces, ¿la gente mala que sale en mis sueños es esa gente mala?

—Podría ser… Espera, ¿qué? ¿Puedes repetir eso?

—Pregunté que si…

—Sí, sí, entendí la pregunta —le interrumpió Sham—. Me refería a la parte de tus sueños.

—Ah. Desde que me comí el fuego blanco, a veces sueño con gente que parece mala hablando entre ella. Aunque no entiendo lo que dicen.

—¿Por qué te parecen malos? —inquirió el dracónido.

—Una de las voces es la del tigre del otro día. No lo sabía hasta hace poco, claro. Creo que su silueta también se parece.

—¿Su silueta? ¿Solo ves siluetas?

—Sí. Algunas son más grandes, otras más pequeñas… Son como diez u once, y hay una que da mucho más miedo que las demás.

—¿Es mucho más grande?

—No, es más bien mediana. Pero parece que manda sobre las demás, y de alguna manera creo que brilla…

Sham tardó varios segundos en procesar la información que Mitne acababa de presentarle. Después de una breve pausa, solo pudo hacer una cosa:

—¡Sjach! ¡Ven aquí ahora mismo!


Cayó la noche, y no había un solo miembro de la tripulación que pudiera conciliar el sueño.

Fin sentía que las sábanas de la cama lo agobiaban. El peso de la tela alrededor de su cuerpo le recordaba de algún modo a la magia de la bruja Tarkanan. La sensación de estar atrapado, de no poder moverse libremente era algo que le provocaba un rechazo que iba más allá de lo físico. Pese a que ni a él ni a su familia le gustase ese hecho, era un Lyrandar, un hijo del viento y de las mareas. Había nacido para el viento y la tormenta, no para estar anclado a una superficie. Era en momentos como ese en el que necesitaba tomar el aire fresco, así que salió a la cubierta a tumbarse, disfrutar de la brisa y contemplar la luna.


Olarune era un mes especial para los cambiantes. La luna roja hacía que su sangre fluyera caliente y feroz. En Eldeen, algunos se retiraban en soledad a espesuras más profundas del Gran Bosque, pero Nova tenía otras formas de lidiar con su animal interior. Se incorporó en su cama, deteniéndose a contemplar a sus durmientes acompañantes. La espalda de Thatani estaba llena de arañazos, y el cuello de Riaan de marcas de mordiscos. Normalmente, sus actividades juntos eran más que suficientes para saciar su feralidad y hacerle caer rendido, pero esa noche era incapaz de conciliar el sueño. No tenía claro si era la frustración de tener una recompensa sobre su cabeza por crímenes que no había cometido —solamente había ayudado a cometer—, o era el sabor amargo de la casi derrota ante el tigre aquel, pero algo no estaba bien.


Shamash leía en su escritorio. Las declaraciones de Mitne sobre sus sueños lo habían puesto aún más de los nervios. Normalmente, él era el primero en quedarse dormido, y el primero en despertarse, pero esa noche, no importaba las veces que releyera los mismos libros que ya se sabía de memoria, las veces que consultara viejos planos y tratados, las veces que repasara los últimos acontecimientos en su bitácora, nada hacía que sus ojos terminaran por cerrarse. Ya de mal humor, decidió apuntar lo que había descubierto ese día en su cuaderno y meterse en la cama a contar ovejas, o algo. Sin embargo, tan pronto como escribió la fecha de esa noche, se detuvo en seco.


Sjach estaba sentado, con las piernas cruzadas, sobre el punto en que el mascarón de proa y el casco del barco se unían. Mitne dormía en el hueco generado por su postura, como si se tratase de un nido. El viento acariciaba sus escamas y zarandeaba levemente su cresta. Había dejado sus shoteles en el camarote. Llevaban días alerta en todo momento, casi paranoicos, y no les había servido para nada. El demonio había jugado con ellos como si fueran muñecos de barro y, aunque debería sentirse frustrado y enfadado por haber fracasado en su misión ancestral, las emociones que se arremolinaban en su estómago eran más bien una extraña mezcla de alivio e intranquilidad. Acarició la cabeza del cachorro de dragón suavemente. Las palabras de Fdasyr resonaban en su mente como puñetazos: «continúa protegiendo al pequeño dragón». Era bueno verle dormir tan tranquilamente, pero una pequeña parte de él vivía con el terror familiar de que un día no despertara.


Brigit cerró el cofre de adamantita de la tesorería. Cerró los ojos, concentrándose en resistir la magia oscura del dragoesqueje, con éxito. En sus intentos casi diarios de encontrar a la desaparecida Greta, aún no había entrado a comprobar la sala secreta. Por supuesto, la gallina tampoco se encontraba ahí, pero la visión del cofre sellado le hizo recordar los constantes intentos de Azrael porque lo abriera y explorara su poder. Entonces, una idea se había cruzado por su mente. ¿Y si, cuando les abordaron en Puerto Claro, también robaron el esqueje? Nunca le había interesado obedecer al avatar de su divinidad interior en ese asunto hasta ahora, pero una comprobación rápida no podía hacerle daño. Apenas hicieron falta dos segundos para que notara la influencia del cristal tratando de abrirse paso en su mente. Era sutil, pero poderoso; aterrador, pero tentador. La luz púrpura del dragoesqueje de Khyber le resultaba hipnótica al tiempo que… familiar. ¿Dónde la había visto antes?


LEOG descansaba de la forma que solo los forjados saben descansar: montando guardia. Su cuerpo estaba completamente inmóvil, regenerando aún parte del daño y el cansancio infligidos en la terraza del Observatorio. Su mente, no obstante, estaba completamente despierta, contemplando la infinita oscuridad de su camarote. Pensaba en lo que Fdasyr había dicho acerca de «encontrar su otra mitad». Las constantes desactivaciones que llevaba años sufriendo habían provocado en LEOG un cierto sentido de urgencia, de haber perdido demasiado tiempo; una sensación curiosa para un ser a todas luces eterno, como era él. En su mente, maldijo mil veces al momento en que empezó a malfuncionar. Y luego, se dio cuenta. «Es cierto», pensó, «esta noche es…».


Corría el 20 de olarune del año 994. LEOG y Brigit apenas llevaban un par de meses en la tripulación, Nando y Jiangqwoc aún eran desconocidos, y la vida de la tripulación del Portador de Tormentas era mucho más sencilla, pese a hallarse en un mundo mucho más complejo. La Última Guerra estaba en su clímax, y parecía que las Cinco Naciones se encontraban al borde de destruirse las unas a las otras. La Casa Cannith se había hecho de oro con su más reciente creación, las fronteras de Karrnath eran custodiadas por legiones de muertos vivientes, y las Hijas de Sora Kell habían hecho huir a todos los breleses de los oscuros pastos de Droaam. El continente entero se encontraba hundido en la tragedia y el medio, pero tal clima era uno lleno de oportunidades para gente de mala vida como los contrabandistas y los piratas. Lo que se robaba en Thrane se vendía en Aundair, lo que se robaba a los Lyrandar se le vendía a los Orien, y la recién fundada Darguun pagaba auténticas fortunas por cualquier artefacto inútil sacado de cualquier ruina antigua.

En resumen, eran tiempos de bonanza económica, vagabundeo constante, y peleas de taberna que no ponían a las lanzas de la guardia en tu cuello en cuestión de minutos.

Era precisamente una pelea de taberna la que había hecho a la tripulación despegar de Metrol pasada la medianoche. La capital de Cyre era una urbe bulliciosa, y un buen puerto para el comercio, legal e ilegal. Sus tabernas no estaban mal, pero los locales no se tomaban con demasiado decoro a la gente que hacía trampas a los dados y ligaba descaradamente con las camareras de servicio. Su siguiente destino era Thaliost, la Ciudad Fronteriza no era un mal sitio para abastecerse, y con la inestabilidad que había, nadie prestaría atención a un par de objetos desaparecidos. Con todo, había sido una noche larga, y si querían navegar, tendrían que dormir. Cogiendo un poco de altura en una zona cerca de una frontera natural no transitada, habían escondido el barco entre las nubes, y se habían recogido para una buena noche de descanso.

Al menos, hasta que ese sonido los despertó.

Lo que escucharon fue algo que sus corazones jamás podrían olvidar: el alarido doliente de centenas de miles de voces al unísono. Se encontraba a medio camino entre un grito y un llanto, pero el sentimiento que comunicaban era evidente. Dolor. Puro, genuino e inadulterado dolor. Dolor físico, dolor psíquico, y dolor del que se clavaba en la misma esencia vital.

Fin se despertó sobresaltado. Saltó de la cama con una voltereta y tomó su pistola de debajo de la cama. Apuntó en dirección a la puerta de su camarote, convencido de que había intrusos. Tras unos segundos de nada más que lúgubre silencio, bajó el arma.

«Tengo un mal presentimiento», pensó. Rápidamente, cambió su ropa de dormir —o, mejor dicho, la ausencia de ella—, por algo más adecuado para un posible conflicto. Cogió sus fieles armas, y partió veloz hacia la cubierta. Allí, lo único que podía verse eran los inmensos latifundios cyranos ante él, la Gran Sima extendiéndose en la lejanía, y el nublado cielo nocturno sobre su cabeza.

Un momento. ¿Las nubes sobre su cabeza? ¿Solo sobre su cabeza?

Estaban perdiendo altura.

Alarmado, Fin se conectó con su marca, agudizando sus otros sentidos además de su vista. Podía escuchar a través del viento, saborear la humedad del ambiente y palpar la fría brisa invernal. Entonces, escuchó algo a lo lejos. Pasos. Pasos muy grandes y pesados.

Algo se acercaba.


—Riaan, ¿tú también has oído eso? —preguntó Nova a su compañera.

Sin embargo, esta no se despertaba. El cambiante probó a insistir, a zarandearla levemente, e incluso a darle un golpe suave. Nada funcionó. Cuando ya estaba al borde del ataque de nervios, escuchó otra voz desesperada en el camarote de al lado.

—¡¿Peque?! ¡Mitne, ¿estás bien?! ¿Por qué no despiertas?

Entendiendo que Sjach estaba pasando por algo parecido, Nova se dirigió a la habitación que el intendente compartía con su compañero dracónico. Entró sin preocuparse por picar; la situación no estaba para guardar cortesías.

—¿Todo bien? —preguntó—. Riaan no se despierta.

—Mitne tampoco —contestó Sjach, alterado al borde del llanto—. Normalmente se despierta antes que yo, pero no reacciona… ¿Y si… y si está…?

—No está muerto —trató de reafirmar el bardo, mientras se acercaba a la criatura y le ponía un dedo en el cuello para ver si tenía pulso o respiración—. Todo parece en orden. ¿Qué te parece si le hacemos una visita a Brigit y le pedimos que le eche un vistazo, por si acaso?

Sjach asintió e hizo un ruido lastimero, casi como el de un perrito abandonado. Se levantó, y tomó a Mitne en sus brazos para seguir a Nova al camarote de la pelirroja.

—No, espera —le detuvo—. Mejor déjalo aquí, y coge tus espadas. Algo raro está pasando, y es mejor que vayamos protegidos.

—Son shoteles… —musitó Sjach.

—Lo que sean.

Haciendo caso a sus propios consejos, Nova regresó a su propio camarote, se vistió con algo de la seda soberbia que Riaan tan bien confeccionaba para él, tomó su arco, carcaj y pandereta y salió al pasillo a esperar al hombre lagarto.


—Cuida de ella, ¿vale?

Brigit le entregó a la dormida Greta a Lulu. El esqueleto asintió lentamente con su cabeza y castañeteó los dientes a modo de respuesta. La clérigo se había puesto su armadura y amuleto, siguiendo las instrucciones del «fantasma de su espejo». Salió de la enfermería y, una vez hubo subido las escaleras, dirigió su mirada al dracónido agachado al final de estas.

—¿Está muerto?

Shamash estaba examinando a LEOG con un intrincado aparato, similar a una lupa con engranajes. El forjado estaba sentado en el pasillo que separaba su camarote del de la clériga. Sus ojos, habitualmente dos luceros dorados, estaban completamente apagados, y su cuerpo no reaccionaba a ningún estímulo.

—No, solo está apagado —respondió Shamash.

El dracónido extrajo una perla de una muesca que tenía su máquina, y esta rápidamente se replegó en una esfera de bronce flotante.

—Pensaba que los forjados no se apagaban.

—Y no lo hacen. Como mucho, entran en un estado de inacción para reducir el consumo energético, pero de ahí a un apagado total hay mucha diferencia. No me gusta esto, tengo un mal presentimiento.

—Capitán, algo huele muy mal aquí…

El grupo se había reunido en la cubierta. Cuando llegaron, Fin tenía los ojos cerrados, como si se estuviera concentrando en algo. Sjach no sabía qué estaba haciendo, pero lo que sus propios sentidos le indicaban era lo suficientemente preocupante. Un fuerte hedor a sangre y a hierro inundaba el ambiente, un hedor que le recordaba a sus tiempos en las ciénagas de Q'barra, u hedor que le recordaba a…

—¡Demonios! —bramó Shamash de repente, como si le estuviera leyendo la mente—. ¿Qué es esa cosa?

El hombre lagarto dirigió la vista al artífice, que miraba hacia abajo, apoyado en la baranda de la aeronave. Mientras él retrocedía, Sjach decidió acercarse a mirar. Conforme lo hacía, el nauseabundo olor que percibía se hacía más fuerte, y cuando se asomó, pudo ver de dónde salía.

Los ojos de un gigantesco forjado para la guerra, alto como la torre de un mago y ancho como un arma de asedio, los observaban desde el suelo. Y estaban cada vez más cerca.

—Chicos, ¿estamos perdiendo altura? —preguntó Nova.

—Desenvainad —indicó el capitán—. Podríamos perder mucho más que altura si no tenemos cuidado.

En ese momento, casi como si respondiera a la advertencia de Fin, la gigantesca mano del titán metálico apareció sobre la cubierta, agarrando el casco del barco y haciéndolo descender violentamente hasta la altura de su cintura. El monstruo se hizo eco en la noche con un sonido metálico y aterrador. De sus hombros emergieron lo que parecían ser torretas, y glifos mágicos brillaban en añil por todo su torso. Sea lo que fuera que había hecho enloquecer al coloso, había que derribarlo antes de que él los derribara a ellos.


Las explosiones a sus costados ensordecieron a Shamash. Con toda la fuerza que pudo, dio un salto hacia atrás para evitarlas, pero recibió algo del impacto. El calor era abrasador hasta para él, y sentía que, si se descuidaba, un golpe mal encajado podría matarle. Entre la humareda, vio una enorme sombra a su derecha: la gigantesca mano del coloso barriendo la cubierta.

Le dio de lleno.

Sham salió volando varios metros, chocando con el muro del castillo de proa. Miró a su alrededor: Nova y Brigit estaban en el suelo, levantándose a duras penas; y Fin no se encontraba en mejor estado. El único que aguantaba el tipo era Sjach, pero no lo haría por mucho tiempo.

Presa del pánico, clavó la vista en el metálico titán, buscando desesperadamente algo que pudiera servirles para derrotarle. Una debilidad, un punto más blando en su cuerpo, una junta de la que dependiera para estar de pie… Cualquier cosa. Tras varios segundos que se le hicieron eternos, acabó encontrándolo: tres dragoesquejes de Siberys engarzados en su pecho, que brillaban con una trémula luz amarilla. Si los destruían, la magia de la Casa Cannith que lo hacía funcionar desaparecería, con suerte, haciéndolo colapsar.

Shamash corrió hacia la barandilla y, asegurándose de apuntar bien, liberó su aliento de fuego, concentrado en una bola, contra uno de los tres núcleos. Al impactar, el esqueje se fracturó, liberando una violenta explosión de energía que haría retroceder a la gargantuesca criatura.


—¡Los núcleos! ¡Atacad a los núcleos! —gritó Shamash.

Brigit chasqueó la lengua. La mayoría de sus poderes se centraban en drenar la vida. ¿Cómo iba a drenarle nada a algo que no estaba vivo? El sonido de una torreta la sacó de sus pensamientos y, antes de que pudiera reaccionar, una lluvia de fuego y metralla cayó sobre ella. Se hizo a un lado, tratando de esquivarla, pero aún así le rozó la pierna, haciéndola caer al suelo.

Lo siguiente que escuchó fue una canción.

Como si una brisa refrescante la acariciara, sintió el dolor en su pierna menguar en respuesta a la voz de Nova. Las heridas seguían ahí, pero eran mucho más asumibles.

—Gracias —dijo.

Alzó de nuevo la vista, y se fijó en que el forjado había adoptado una posición defensiva. Sus brazos cubrían su pecho, y se limitaba a usar las torretas y explosiones mágicas para atacarles. Era una mejora, pero ni el barco ni ellos mismos aguantarían mucho más.

—¡Chicos! ¿Estáis bien? —dijo el capitán, mientras se acercaba esquivando los ataques del monstruo.

—¡Podríamos estar mejor, la verdad! —protestó Nova.

—No pasa nada, tengo un plan. Brigit, ¿puedes cegarle?

Ella asintió con la cabeza, no del todo convencida.

—Bien —respondió él al gesto—. Necesito que sueltes en su cara el mayor fogonazo de luz que puedas. Nova, prepara el arco, porque entonces destruiremos los dos núcleos que le quedan. Tenemos una oportunidad, no podemos fallar.

Brigit estaba sorprendida. Apenas llevaba un poco de tiempo en la tripulación, pero su capitán era mucho más competente de lo que parecía.

Eso, o había sido un arranque de inspiración momentáneo, vete tú a saber.

Ambos tripulantes pelirrojos asintieron con la cabeza, en señal de comprensión.

Entonces, el plan se puso en marcha.


—¡Eh, tú, feo! —exclamó Fin—. ¡Estoy aquí, ¿no me ves?!

Los ojos del enorme forjado se clavaron en él. Justo lo que quería, pues Nova y Brigit estaban en su límite, y a él se le daba mejor eso de esquivar ataques.

O, ese habría sido el caso, de no estar Brigit justo detrás de él.

Lo cual sería un problema, si no fuese parte de su plan.

En el momento en que la criatura giró la cabeza en su dirección, Brigit liberó su magia. Tras decir unas palabras en un idioma que Fin no reconocía, un enorme fogonazo de luz se manifestó justo en frente de la cara del autómata. Instintivamente —o por programación, quizá—, la criatura se llevó las manos a la cara, intentando taparse la luz. Ese era su momento.

Desenfundó hábilmente su pistola, cerró un ojo para apuntar bien y, dando gracias al Soberano por darle a los khoravar visión nocturna, disparó su bala. En cuanto abrió el ojo, pudo ver que Nova había hecho lo mismo con su arco con su visión periférica.

Ese era el momento de la verdad. Todo o nada.

Los dos proyectiles volaron en perfecta sincronía hacia el pecho del acorazado ser, y los dos impactaron con perfecta precisión en el centro de los dragoesquejes.

Pum. Pam. Catapún.

Las explosiones se sucedieron una tras otra, haciendo que la mole de metal trastabillara hacia atrás.

Fin dio un suspiro de alivio. Quizá demasiado pronto.

El coloso había perdido sus núcleos mágicos, pero aún le quedaba algo de energía. Fin escuchó el sonido de un portentoso pisotón y le vio levantar los brazos por encima de la cabeza y unir sus manos, casi tapando la luz de las lunas.


—¡Sjach! ¡Remátalo!

El intendente escuchó la orden de su capitán y se preparó para saltar. No obstante, en su estado de concentración, no se fijó en el ataque que estaba, literalmente, por caer sobre él.

—¡Cuidado, idiota!

Lo siguiente que sintió fue un placaje de Shamash. Sjach cayó al suelo, rodando varios metros hacia atrás. Los puños del forjado descendieron sobre el dracónido, hundiéndolo contra la cubierta del barco.

—¡Sham! —gritó él.

—Estoy bien —dijo él con un hilo de voz—. ¡Pero termina con esto!

Sjach asintió mientras se incorporaba y, cogiendo carrerilla, dio un salto sobre las manos de la criatura, esprintando brazo arriba. Corrió y corrió, hasta que estuvo a la altura del hombro. Dobló las rodillas y, haciendo uso de toda su fuerza, dio un brinco, blandió sus shoteles y, con un fuerte corte descendente, los clavó en los ojos del monumental autómata.

Escuchó dos clics. Las torretas se habían girado en su dirección.

Sjach contuvo la respiración durante un instante. Si le disparaban en ese momento, no tendría tiempo para reaccionar.

Entonces sus ojos se apagaron.

Impulsándose con el gigantesco rostro, Sjach dio un salto hacia atrás y aterrizó en la cubierta, mientras el forjado se desplomaba de espaldas, inactivo.

—Uf, ha estado cerca.


El suspiro de alivio de Fin no fue suficiente para tranquilizar a Nova.

El Portador de Tormentas estaba recuperando la energía, y el resto de la tripulación comenzaba a despertarse.

Todos, menos LEOG.

Shamash había bajado a atender al cocinero, acompañado de Brigit, y Sjach había salido corriendo a ver cómo estaba Mitne. En la cubierta solo estaban el capitán del navío y su primer oficial.

—Nova, ¿pasa algo? —preguntó el khoravar—. Te estás transformando.

El cambiante miró a sus manos, y se fijó en que el vello estaba, no solo emergiendo, sino erizándose.

Algo iba mal.

—Coge el timón y vámonos aquí. Tengo un mal presentimiento.

El mal presentimiento en cuestión no tardó en hacer acto de presencia. Venía desde el sur. Era… niebla. Una densa niebla gris que se extendía hacia ellos como una onda expansiva. Y en la niebla había caras. Un sinnúmero de rostros de diferentes tamaños, retorcidos y contraídos en muecas de agonía, que conformaban esa extraña humareda.

Finlark corrió hacia el timón, lo sostuvo con ambas manos y, presto como el relámpago, activó el anillo elemental a máxima potencia. Volaron a toda velocidad hacia el oeste, sin permitirse pensar en cansancios o reparaciones. La única razón por la que no les pilló fue porque se detuvo en la frontera entre Cyre y Thrane justo después de que la atravesaran.

Aquel día se convirtió en el Día del Luto, y aquella niebla se convertiría en una cicatriz que atravesaría la faz de todo el continente.


Sham se levantó sobresaltado de la cama. Abrió su cofre y extrajo su piedra mensajera.

—Majestad —dijo—. Creo que conozco la ubicación de otro de los esquejes.