"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo final

(Primera parte)


La noche de estreno había quedado atrás y con ella se habían esfumado las preocupaciones que Candy y Terry sintieron en los días previos al evento. El debut de "Hamlet" en Broadway había sido un rotundo éxito, y eso los tenía caminando sobre las nubes. Más felices no podían estar.

En el fin de semana de estreno, la obra recaudó más dinero que cualquier otra representación que hubiese montado Robert Hathaway. Los productores y patrocinadores estaban más que felices, pues los boletos de las funciones que presentarían en ese año, estaban prácticamente agotados. Todo mundo deseaba ver "Hamlet". Los amantes del teatro estaban eufóricos por las críticas que recibieron las actuaciones de Terry y sus compañeros. Los críticos más afamados del medio calificaron el trabajo de los actores como: impecable y sobresaliente.

Después del ocupado fin de semana de Terry, Candy y él decidieron adentrarse de lleno en el tema de su boda. Ninguno de los dos deseaba seguir perdiendo tiempo; ellos querían estar juntos y no separarse más, así que, se pusieron de acuerdo, para comunicárselo a sus seres queridos. La idea de ambos fue organizar una cena en la residencia de los Andrew y reunir a las dos familias, para que de esa forma llegaran a un buen término.

Tanto Candy, como Terry, deseaban que el matrimonio se celebrara en un plazo no mayor a dos meses, y para fortuna de ellos, ambos jefes de familia estuvieron de acuerdo con esa petición. La fecha estipulada para el enlace fue el viernes 28 de noviembre, un día después de la celebración de Acción de Gracias. Ellos deseaban aprovechar las pequeñas vacaciones que Terry tendría a causa de la americana festividad y a Elroy le pareció la mejor de las ideas, pues, el clan Andrew siempre se reunía en esas fechas.

—Tenemos prácticamente un mes y medio... —expresó el duque de Grandchester—. Podemos organizar una gran ceremonia en ese tiempo, pienso que contamos con los recursos necesarios para eso, ¿no lo cree, señora Elroy?

—Sí, por supuesto. Podemos organizar algo digno de los muchachos —La mujer observó a su sobrino mayor—. Pero, tendríamos que viajar a Chicago en estos días y comenzar con los preparativos de inmediato.

—Eso no es ningún problema, tía. Si necesitamos viajar, lo haremos. Tendré todo listo, no se preocupe, estaremos de vuelta en Chicago cuando usted así lo disponga.

—¿La boda, sería en Chicago? —cuestionó Eleanor, mientras la tía le sonreía.

—No lo creo señora Baker, Chicago es muy conflictivo. Lo mejor será que la boda se celebre en Lakewood —La tía observó a Candy y ella sonriendo, les dijo a los padres de Terry:

—Lakewood, es el lugar perfecto para una boda. Me encantaría que la celebración fuese allí...

—Hija, si ese es el lugar que quieres, entonces, ahí será —sentenció el duque, correspondiendo a la sonrisa de su nuera.

—Yo también creo que es la mejor opción —apoyó Terry—. Allí estaremos lejos de la prensa y por otro lado, estaremos cerca de los amigos y de las madres de Candy.

—Bien. Ya que, estamos de acuerdo, comenzaremos por hacer las maletas, para viajar... —Elroy observó directamente a Candy y luego a Eleanor—. ¿Les parece que nos vayamos pasado mañana?

Candy se mostró sorprendida ante esa cuestión, al igual que Terry, quién de inmediato, preguntó:

—¿Candy tiene que ir con ustedes?

—¡Por supuesto, querido! —exclamó Elroy, esbozando una pequeña sonrisa burlona—. Candice, tiene que estar presente, para participar en cada una de las decisiones que se van a tomar.

Terry frunció el ceño y Eleanor, inmediatamente buscó tranquilizarlo.

—Terry, cariño, la señora Elroy tiene razón. Candy debe estar allí, para decidir y elegir las cosas a su gusto. Después de todo es su boda.

—Un mes y medio se pasa volando... —agregó Elroy con voz triunfante—. Terrence, ustedes tendrán toda una vida juntos, así que no le veo el problema al hecho de que se separen por un tiempo... Señora Baker, ¿puede acompañarme al estudio? Deseo que hablemos sobre el viaje y también quiero concretar una cita con su modista, necesitamos resolver lo del vestido, antes de irnos.

Eleanor y Elroy se levantaron de su asiento y se retiraron al estudio; mientras que Albert y el duque, continuaron charlando e ignorando la evidente inconformidad de la que Terry era víctima...

Candy, por su parte, tomó la mano del muchacho y lo invitó a salir de la estancia para ir hacia un lugar, en donde pudieran hablar.

—Un mes y medio separados... eso no suena nada bien —expresó Terry, en cuanto llegaron al vestíbulo.

—Lo sé, a mí tampoco me gusta la idea.

—Sin embargo, no te opusiste a ella... —reclamó el actor.

Candy lo miró sorprendida ya que no se esperaba ese reclamo, pero, a pesar de su sorpresa, no se mostró alterada sino todo lo contrario. Intentó comportarse de manera comprensiva con el «chiquillo caprichoso» que tenía frente a ella.

—Terry, mi amor, en el fondo tú y yo sabíamos que esto iba pasar —Terry no le respondió, se limitó a respirar hondo y a seguir guardando silencio—. Esta separación me duele tanto como te duele a ti, sin embargo, la ilusión de casarme contigo es más fuerte que cualquier otra cosa... Terry, yo te amo, y lo que más deseo es estar a tu lado para siempre.

Candy se acercó a su prometido para poder amarrarlo en un abrazo, al inicio Terry se resistió aceptar el contacto, pero, después, comprendió que él tenía que tranquilizarse y ver las cosas como Candy las veía. Es sería lo mejor para todos. No tenía que causar problemas... no cuando estaban tan cerca de lograr su objetivo. Esa meta a la que por tantos años desearon llegar.

—Voy a extrañarte mucho, Candy... —expresó él, apretando a la chica, quien ya tenía entre sus brazos—. Voy a sentirme muy solo sin ti.

—Yo no estaré en un lecho de rosas, mi amor —contestó la rubia—. También te extrañaré mucho... y además... ¿No te has puesto a pensar en que, tal vez quedaré entre el fuego cruzado? —Candy no pudo evitar sentirse preocupada y con espanto agregó—. Terry, Eleanor y la tía abuela, terminarán enfadadas con tanto estrés... ¡Y yo estaré allí, justo en medio de ellas!

Terry rio al notar la preocupación de la chica. Acepto que tenía razón en asustarse y buscó hacerla sentir mejor.

—Solo piensa en nosotros, ¿de acuerdo? Cada vez que, surja algún problema, piensa en mí y en ti... de esa forma, tu ánimo no decaerá y te darás cuenta de que, todo lo que está sucediendo, vale la pena.

—Tomaré en cuenta ese consejo... —Candy se abrazó nuevamente a su guapo prometido y a continuación le dijo—. Mañana me reuniré con Annie. Patty y Stear también vendrán... y...

—¿Y? ¿Yo quedo fuera de esa fiestecita? —preguntó un tanto sorprendido.

—¡Por supuesto que no!

—Entonces, ¿me estás invitando?

—Sí, pero tú, no me dejas decir nada... —Ella le dio un ligero pellizco y luego le miró con enojo.

—Lo lamento. No te preocupes, te acompañaré si así lo deseas... —Terry sonrió, sintiéndose avergonzado, pues se estaba comportando como un niño desesperado—. Oye... ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro... —contestó ella.

—Te gustaría que después de la reunión con Annie... ¿Nos reuniéramos, con Karen y Franz?

—¿Karen pidió esa reunión?

—No, de hecho, fue tu hermano quien lo hizo.

—Supongo que Franz piensa que, no puedo seguir postergando, un encuentro con ella... ¿Verdad? —El joven actor afirmó y Candy añadió —. Está bien. Me reuniré con ellos, como sea debo despedirme de él y claro, también quiero enterarlo sobre lo que acordamos el día de hoy.

—¿Por qué no vino Franz? ¿No pudiste convencerlo?

—No, ya sabes, él continúa pensando en que este asunto le pertenece exclusivamente a los Andrew.

—Bien, entonces... ¿Quieres que yo le llame y confirme nuestra asistencia?

—No. Yo misma lo haré, le llamaré...

Terry apretó a la chica contra su cuerpo y sintiéndose nostálgico, expresó:

—De haber sabido que solo tenía un día a tu lado, entonces habría organizado algo especial para nosotros.

—Oh no. No te preocupes por eso, yo me conformo con saber que estarás conmigo el día de mañana.

Terry posó un beso sobre la frente de Candy. Le dolía mucho darse cuenta de que ella no estaría junto a él, detestaba la idea de que no la vería por tanto tiempo.

La chica se sentía igual, pero, se reservó sus pensamientos y lo hizo así, porque no deseaba contrariar el ánimo de Terry. Se hizo la fuerte y no lloró aunque deseaba hacerlo. Se concentró en las cosas buenas que venían para ellos y se empeñó en sacar adelante el trabajo que tenía por delante.

Un mes y medio, no era una eternidad.

Un mes y medio era lo único que la separaba de convertirse en la esposa de Terry.

Un mes y medio, era el precio que tenía que pagar, para vivir toda una vida llena de felicidad.

«No voy a rendirme ahora», reflexionó Candy, mientras permitía que el actor la besara en los labios, «Lo amo tanto... quiero estar con él por siempre», agregó sintiendo la enorme satisfacción de imaginarse viviendo su vida, con Terry a su lado.

A pesar del optimismo que sentía, esa noche Candy no pudo conciliar el sueño. Ella no quería admitirlo, no obstante, se sentía muy agobiada por la cena y las decisiones que se tomaron. Hubiese preferido que la boda no fuera un impedimento para que ella y Terry se siguieran viendo.

Al día siguiente, enfocó todas sus energías a las reuniones que tendría con Annie y Karen, y lo hizo así, porque deseaba borrar a toda costa cualquier rastro de negatividad. Finalmente, ambos encuentros le ayudaron a crecer y superar el rencor que pudo haber sentido por aquellas dos chicas.

Annie, Patty y ella volvieron a ser las hermanas que habían sido años atrás, se perdonaron y olvidaron todo aquello que fracturó su relación. Las tres fueron enormemente felices por tener la oportunidad de convivir como en los tiempos del colegio. Se despidieron con la promesa de volver a verse en Lakewood, cuando se celebrara la boda de la rubia.

En cuanto a Karen Klyss, el pequeño malentendido que se suscitó entre Candy y ella, también había sido superado. La joven actriz pidió perdón tantas veces, que Candy no pudo seguir enojada. Franz habló con ambas y la rubia muchacha, pudo darse cuenta de cuán importante era Karen para él. Candy se sintió muy contenta de saber que su hermano estaba enamorado, y a los dos, les deseó toda la felicidad. Pasaron una velada muy agradable, hablando sobre el día del estreno de la obra, y de las fabulosas imágenes de Candy y Terry que salieron en los periódicos del día sábado. La rubia y el actor se habían convertido en una sensación y Karen estaba muy emocionada por eso, pues secretamente se sentía feliz por saber que Susana, en donde quiera que se encontrara, estaría hecha una furia.

Las despedidas son realmente dolorosas, sin embargo, no todas ellas son para siempre. Candy y Terry lo sabían y por ello afrontaron el adiós, con su mejor cara. Ellos sabían que no importaba cuánto tiempo dejaran de verse, porque los sentimientos de ambos jamás cambiarían. La distancia no era impedimento para que ellos dos se amaran.

El día en el que Candy y su familia partieron hacia Chicago, Terry se presentó en la estación y se despidió mostrando entera fortaleza, la misma clase de fuerza que ella le demostraba a él.

—Esta es la última vez que permitiré que te vayas de mi lado... —advirtió Terry, mientras la muchacha le miraba con atención.

—Terry, después de esto no volveré alejarme de ti, lo prometo —respondió Candy, sin dejar de observarlo.

—Júramelo... —pidió él, al tiempo que observaba fijamente los labios de la muchacha—. Júrame que jamás te irás de mi lado.

—Te lo juro, Terry. Te juro que nunca más, me separaré de ti...

Esa declaración llenó de alegría el corazón de Terry y así, sin siquiera pensarlo, unió sus labios a los de Candy. No le importaron las personas que pasaban junto a ellos, ni tampoco le interesó que los Andrew estuvieran cerca. Besó a la chica con tal pasión, que cuando despegó su boca de la de ella, sintió que el aire que poseía le resultaba insuficiente.

—¡Te voy a extrañar mucho! —exclamó la muchacha, sin poder retener por más tiempo sus lágrimas.

—Yo te voy a extrañar más —Terry sonrió y volvió a posar un suave beso sobre sus labios—. Te llamaré todos los días... —avisó, en tanto que ella subía al vagón del tren.

—Estaré esperando tu llamada... —contestó Candy antes de que el escandaloso silbato de la máquina, le anunciara que estaban a punto de partir—. ¡Te amo! —exclamó ella, llevándose una de sus manos a los labios y soplando un beso hacia el actor.

—¡Yo también te amo! —Terry gritó, y se quedó allí observando, mientras el tren comenzaba con su recorrido y se llevaba a la mujer a la que tanto amaba.

Richard Grandchester, quien todo el tiempo se mantuvo observándoles a la distancia, se acercó hasta su hijo y buscó reconfortarlo.

—Volverás a verla pronto... —expresó palmeando la espalda del joven—. Darse un tiempo es lo mejor para ustedes, créeme hijo, no querrás estar a su lado en esta etapa de preparación —Terry frunció el ceño, en cambio, Richard esbozó una divertida sonrisa.

—¿Por qué dices eso? —preguntó el joven actor.

—Terry, las mujeres se ponen muy locas cuando organizan su boda y escúchame bien, lo mejor será que estés lejos de eso... ¿Qué sabemos los hombres de arreglos con flores, telas y todas esas cosas? —cuestionó el duque, Terry no respondió, pero asintió dándole a entender que comprendía su punto—. Preocupémonos por lo que verdaderamente importa... ¿Ya sabes en dónde van a vivir?

—Por lo pronto, viviremos en mi departamento. Hay espacio suficiente allí. Ya lo hablamos y eso es lo que deseamos, nos gustaría estar en ese lugar.

—¿Y después?

—Eso aún no lo decidimos.

—Tendrás que trazar un plan. Anda, vamos al tomar el almuerzo y allí lo discutimos.

—¿Discutirlo? Papá, no quisiera hablar de eso ahora, no es tan importante.

—¿No es tan importante? —cuestionó el duque, sin poder ocultar su inconformidad—. Terrence, estamos hablando de tu futuro... y no sólo del tuyo, sino, también del de Candy y el de mis nietos... ¡Dios! ¡Tener una casa es algo básico!

—¿Dijiste nietos? —Terry fingió que la idea no le agradaba y haciendo un gesto, preguntó—. ¿Estás tan seguro de que te los voy a dar?

—Niño... ¡Me darás al menos media docena! Estoy plenamente seguro de eso.

Terry rio a carcajadas, luego le dijo a su padre:

—Anda pues, hablemos de la casa. Pero, primero vayamos almorzar, porque me muero de hambre...


«Organizar una boda, no es cosa fácil»

Esa era la frase que la tía abuela Elroy, repetía una y otra vez a lo largo de los días, logrando así que sus jóvenes sobrinos, desearan huir de todo ese ajetreo y dejar de lado aquella espantosa realidad.

Habían pasado tres semanas desde que se encontraban en Illinois, pero, a los chicos les parecía que hubiese sido toda una eternidad. Amaban a Candy y deseaban que tuviera la más bella de las bodas, no obstante, reconocían que la tía Elroy estaba vuelta loca y que les hacía la vida imposible a todos.

Albert se quedó a salvo en Chicago, atendiendo los negocios, sin embargo, Archie y Stear, tuvieron que seguir a la tía y a Candy, pues, sus respectivas parejas, también ayudaban en la planeación del evento. Ninguno de los dos, quiso renunciar a la compañía de las muchachas, así que, tuvieron que aguantarse. Archie trabajaba desde casa y Stear dedicaba su tiempo a estudiar.

—¿Sabes hermano? —preguntó Stear—. Creo que tomaré el ejemplo de Terry y cuando comiencen con los preparativos de mi boda, me quedaré muy lejos de las mujeres.

—Stear, Terry no se quedó en Manhattan por gusto, ten por seguro que, si pudiera venir, ya estaría aquí... —Archie le sonrió a su hermano y enseguida tomó asiento frente a la mesa del comedor—. Lo escucharíamos quejándose y también lo veríamos echando humo por las orejas, pero, como fuera, él estaría aquí junto a Candy. Está loco por ella.

—No es que yo no quiera estar cerca de Patty cuando todo comience, pero, pienso que realmente me ahorraré muchos problemas si me quedo en Chicago, estudiando.

—Eres una gallina...

—No. Solo soy un hombre normal, que quiere llegar vivo al matrimonio —respondió el joven inventor—. Además, mi examen de admisión a la universidad es a mediados de diciembre, debo estar allá aunque no quiera.

—Si tú lo dices... —expresó Archie, al tiempo que permitía que sus ojos se recrearan con la vista que le obsequiaba el enorme ventanal.

Stear, al notar que su hermano se quedaba callado, se mostró interesado y observó lo que el joven miraba con tanta atención.

—Si sigues mirando en esa dirección, te sangrarán los ojos... —se burló el inventor, y Archie en respuesta expresó:

—No seas tonto... ni tampoco inventes cuentos, yo solo estoy mirando el jardín —«El elegante» frunció el ceño y Stear soltó una carcajada.

—La verdad es que te entiendo. No puedo negar que la vista que ofrece el jardín es maravillosa... —El chico ajustó sus gafas y luego llenó sus ojos con la figura de una hermosa mujer rubia, quién parecía estar muy concentrada, observando uno de los adornos que habían sido ensamblados para su demostración.

—Alguna vez... ¿Pensaste en que esto podía ser posible? —preguntó Archie.

Stear negó y después, tanto él, como su hermano, continuaron viendo a través del ventanal.

—Ella es lo único bueno, de todo este infiernillo... —opinó Stear y Archie agregó:

—Por verla sonreírme y tenerla cerca, estaría dispuesto a que todo el circo de la organización de la boda durara más tiempo... esto es un sueño hecho realidad.

Ambos hermanos sonrieron con complicidad y siguieron mirando a Eleanor Baker, quien, con toda la gracia del mundo, se dispuso a mover el arreglo a otro sitio.

—Si Terry supiera que aún admiramos locamente a su madre... —murmuró Stear.

—Terry no tiene por qué enterarse de eso —respondió Archie—. Mejor preocúpate por las chicas, ese sí es un grave problema.

—Ellas ya saben que admiramos a Eleanor y no tienen problema con eso. La verdad es que Terry me da más miedo...

—Es solo un amor platónico...

—¿Crees que Terry entiende de cosas platónicas? —Stear soltó una carcajada—. No, hermanito. Él solamente ve en blanco y negro y créeme, Eleanor es un tema delicado para él...

—¿Quién te comprende? Hace poco, afirmabas que Candy había cambiado su forma de ser...

—Candy puede hacer que Terry vea colores, porque, claro, él está enamorado de ella. Pero, para Terrence Grandchester, los demás solo somos simples mortales —aclaró Stear.

—¿Qué es lo que miran con tanta atención? —preguntó la tía abuela, tomándolos por sorpresa.

—Miramos el jardín, pensamos que el otoño está siendo generoso y que quizás, tendremos buen clima para la boda... —contestó Archie, improvisando y esbozando una de las sonrisas que conquistaban a su tía—. ¿Cómo durmió tía abuela?

—Excelentemente, hijo. Gracias por preguntar... —Elroy, observó por el ventanal y al ver que Eleanor echaba un vistazo al arreglo que ella pidió de muestra, hizo un gesto de inconformidad—. Esa mujer cuestiona todo lo que hago... —murmuró para sí misma, pero, sus sobrinos pudieron escucharla.

Como la misma Candy predijo, antes de salir de Nueva York: Eleanor Baker y Elroy Andrew, habían terminado una contra la otra. Y a pesar de que la actriz era muy condescendiente, la tía abuela no la soportaba y se quejaba con sus sobrinos todo el tiempo.

—Venga y siéntese tía abuela, desayune con nosotros —pidió Stear, dispuesto a que la mujer, no iniciara el primer pleito del día.

—Sí tía, acompáñenos... —agregó Archie, ayudándole para llegar hasta la mesa.

Elroy tomó asiento y se olvidó de la organización del evento. Desayunó con toda la calma que le fue posible y se dispuso a pasar un rato agradable en compañía de sus «niños»

Mientras tanto, en el segundo piso de la mansión, una muy intranquila Candy respiraba hondo buscando relajarse y olvidarse de toda la presión de la que estaba siendo víctima.

Le dijeron que organizar un evento era difícil, mas, nunca le advirtieron que planear una boda, en realidad, era algo ridículamente agotador.

Sentía el peso del mundo sobre sus hombros y eso no la hacía feliz. Estaba harta de todo, lo único que deseaba era tener a Terry a su lado y pedirle que le diera un fuerte abrazo.

Esa mañana estaba especialmente sensible con el tema de la boda, era uno de esos días en los que quería regresar a Manhattan, y pedirle a Terry que se casaran en el registro civil. Además, todo su cuerpo le dolía, pues, estaba siendo objeto de los terribles síntomas que traía consigo el período menstrual...

Sí... finalmente aquel invitado incómodo de cada mes había llegado a ella, y eso, le tenía muy deprimida y preocupada. No podía negar que se puso muy triste al saber que no estaba embarazada. La llegada de su período representó una enorme desilusión para las esperanzas que ella guardaba.

«¿Qué tienes?»

Le preguntaron Patty y Tessa esa mañana.

«No tengo nada»

Les respondió, esbozando una sonrisa, sin embargo, la realidad era que no se sentía nada bien. Se sentía fatal, pero no quiso agobiarlas, pues, ellas estaban muy contentas. Patty y Tessa estaban más que emocionadas con la planificación de la fiesta.

—¿Puedo pasar, querida? — preguntó la voz de Eleanor, mientras Candy se levantaba de la cama y retiraba las lágrimas que había derramado.

—¡Claro! ¡Pasa, por favor!

Candy se sentó frente a su escritorio e hizo como si estuviera escribiendo algo, y cuando Eleanor entró, se reincorporó para mirarla.

—Disculpa que te moleste, cariño, pero, me interesaba saber tu opinión, acerca de las flores que se ocuparan para los arreglos... conseguir únicamente rosas en esta época del año, es algo muy complicado.

—Oh sí, lo sé. Creo que lo mejor será atender las sugerencias del florista. No te preocupes, yo hablaré con la tía, y se lo explicaré.

—Gracias hija, no sabes cuánto me alegra saber eso, no quiero regresar a Manhattan y dejarte con tantos pendientes.

—No te preocupes, lo resolveremos.

Eleanor pudo notar la intranquilidad de la chica y de inmediato quiso saber:

—¿Te sientes bien?

Candy no pudo negarle su realidad y entonces le dijo:

—No me siento muy bien. Mi período menstrual llegó esta mañana y... bueno, ya sabes cómo es...

La rubia actriz respiró verdaderamente aliviada, pues por un momento imaginó lo contrario a las palabras: «Período menstrual» No era que no deseara que su nuera y su hijo, le dieran un nieto, realmente, moría por que eso sucediera, pero, no podía negar que le daba gusto saber que los jóvenes, no serían estúpidamente juzgados por ser padres antes de tiempo. La prensa estaba tan al pendiente de ellos, que no dudaba en que hicieran un escándalo por eso.

—Lo siento, cariño. Sé cómo debes sentirte. Esos días son difíciles —contestó Eleanor, al tiempo que le sonreía.

La muchacha bajó la mirada y luego jugó con sus dedos. Estaba desilusionada y también estaba asustada... Terry y ella, habían estado juntos varias veces ¿Cómo era posible que no hubiese salido embarazada? ¿Había algo malo con ella?

Tenía tantas dudas... pero ¿cómo resolverlas? Le daba mucha pena preguntarle algo a Eleanor.

—Hija... ¿Quieres que hablemos de algo? —Candy, le miró sorprendida y con un rubor, adornando su rostro afirmó—. Bien, con toda confianza, puedes decirme lo que te preocupa.

—¿Sea lo que sea?

—Sí, por supuesto.

—Terry y yo... bueno... nosotros... —dijo con timidez y Eleanor le ayudó:

—Ustedes iniciaron su vida sexual... —completó Eleanor, para después animarla a continuar—. Dime... ¿Cuál es tu duda? Que no te dé pena.

—Él y yo estuvimos juntos varias veces y... no pasó nada. Es decir, no hubo ninguna consecuencia...

—Es completamente normal, hija. Yo no resulté embarazada, hasta medio año después de haber iniciado mi vida sexual, con el padre de Terry. Sé que tú no lo sabes, pero el duque y yo estuvimos viviendo juntos en la mansión de Long Island. Por un tiempo no tuvimos noticias sobre bebé alguno, hasta que me di cuenta de que esperaba a Terry...

—¿Habían decidido casarse? —preguntó Candy con curiosidad.

—En ese tiempo Richard había desafiado a su padre y nos mantuvimos viviendo como pareja, esperando a legalizar nuestra situación... —contestó Eleanor, esbozando una sonrisa para ocultar el dolor que aún sentía—. Estábamos muy enamorados y tontamente creíamos que las cosas se arreglarían...

—Lo siento tanto... —Candy tomó la mano de su suegra y la apretó con fuerza.

—El pasado no importa, cariño. Actualmente estamos en paz y eso es lo que cuenta —Eleanor la miró a los ojos y cuestionó—. Dime... ¿Qué es lo que te preocupa, hija?

—No puedo evitar pensar que hay algo malo conmigo. No haberme embarazado provocó una decepción en mí —dijo la muchacha con pena—. Sin embargo, también sé que el cuerpo sufre cambios sin previo aviso.

—Tú eres enfermera, debes saber más que yo, pero, mira, no tienes por qué preocuparte porque no hay nada malo contigo, quedar embarazada puede tomar tiempo, y bueno, Dios sabe que ustedes no necesitan un bebé ahora... —Eleanor sonrió conmovida y agregó—. Hija, tú y Terry deben disfrutar de este momento al máximo. Tú, tienes que vivir tus días de recién casada con energía y no con achaques. Ya tendrán todo el tiempo del mundo para volver a planear a mi futuro nieto... ¿No lo crees?

—Sí... ¡Tienes toda la razón! —Candy mostró una animada sonrisa—. Gracias por ayudarme a entender, Eleanor. No sé qué hubiera hecho, si tú no estás aquí.

—No hija, gracias a ti, por confiar en mí.

La actriz se acercó hasta la chica y posando un maternal beso sobre su frente se despidió de ella, para que pudiera descansar.

Candy se sintió más relajada y después de la charla con su suegra, tuvo el ánimo suficiente como para salir del cuarto y atender la invitación que Patty y Tessa, le habían hecho. Un paseo por el pueblo, sonaba muy bien... ¿Por qué no unirse a ellas?

Al bajar las escaleras se encontró con Albert, quién recién había llegado a Lakewood. Él también estaba sufriendo una pequeña crisis de separación, ya que, Dorothy había ido a Detroit para visitar a su hermana menor, la única de la familia con la que tenía contacto, pues, increíblemente y a pesar de sus esfuerzos por sacarlos adelante, ninguno de los otros hermanos tenía relación con ella, todos vivían su vida sin hacerla participe.

—Hola, extraño... —saludó Candy, al verlo que se acercaba.

—Hola... —Albert la miró sorprendido—. ¿Qué pasó? ¿Por qué no has ido con los chicos?

—¿Ya se fueron?

—Los acabo de ver e iban saliendo de la mansión.

Ella se sonrojó y luego sonrío con timidez.

—Al principio no tenía muchas ganas de pasear, pero, de pronto pensé que podría ser buena una idea.

—Sí quieres, podemos alcanzarlos, yo te llevo.

—No, no te preocupes, los esperaré aquí.

Albert la miró atentamente y después dejó libre un suspiro.

—¿Sabes? Hoy estuve recordando el día en el que nos conocimos.

Candy se llevó las manos al rostro y avergonzada cuestionó:

—Santo Dios... ¿Lo dices en serio? ¿Aún recuerdas ese día?

—Lo recordaré por el resto de mi vida. Fue uno de los momentos más surrealistas que he vivido —Albert rio y le recordó a Candy, las palabras dichas en aquel encuentro.

—Eras todo un príncipe para mí —aclaró ella y el rubio volvió a reír.

—El Príncipe de la Colina... —completó él, observando a la rubia—. Te juro que no puedo creer que hayan pasado tantos años... tú eras una niñita, cuando te vi sobre la colina y ahora, eres una mujer que está a punto de casarse. Cielos... estoy sonando como un verdadero abuelo... ¿Verdad?

Candy le sonrió melancólica y entonces se acercó a él para abrazarlo, estaba tan sensible que no pudo evitar conmoverse al recordar aquellos grandiosos días, al lado de Anthony, Archie y Stear. A Albert, le debía los mejores momentos de su vida. Él no sólo la había adoptado y dado una mejor vida, la había llevado a encontrarse con el amor. Gracias a Albert tuvo la fortuna de conocer a Terry.

—Lo siento... estoy algo sentimental... —dijo ella, mientras Albert posaba un beso sobre su frente.

—No te disculpes, yo estoy igual que tú —Albert le sonrió—. El ajetreo del trabajo no hizo que me olvidara de lo mucho que deseo ver a Dorothy.

—¿Y cuándo piensa regresar?

—Iré por ella el fin de semana... Dime... ¿No te gustaría venir conmigo a Michigan y conocer Detroit, tu ciudad natal?

La sola mención de las palabras «ciudad natal» le llenaban el estómago de mariposas, imaginaba mil escenarios en los cuales ella y Franz pudieron haberse encontrado. Le carcomía el alma, el hecho de no conocer Detroit y no tener algo verdadero sobre lo cual basar sus fantasías.

—Me encantaría ir. Gracias, Albert.

Ella se abrazó de nuevo a él y luego se sintió absolutamente contenta, esa noche, cuando Terry le llamara para saludarla, ella por fin, tendría algo lindo que contarle.


Terry no deseaba asistir a esa ridícula celebración, sin embargo, Robert Hathaway, insistió en que debía atender la invitación que le hacían sus compañeros de trabajo.

«Vamos, hijo, no seas apático, ellos lo hacen con cariño, para ti»

«¿Cariño?», se preguntaba Terry, mientras observaba a su alrededor y aceptaba que un buen compañero, jamás ofrecería una fiesta como esa. Al menos no lo haría un compañero que lo conociera y que le tuviera un poco de compasión. Sinceramente, detestaba estar entre un montón de borrachos y fumadores, porque él ya no bebía hasta perderse y tampoco fumaba para nada... no tenía mucho sentido estar junto a ellos. Quizás un rato solamente, pero, no por tanto tiempo.

Deseaba que todo eso terminara, añoraba salir de allí, llegar a su casa y hacer las maletas para viajar directamente hacia Lakewood. La fecha de su partida por fin había llegado y con toda honestidad, ya no deseaba seguir perdiendo el tiempo en Nueva York.

—¿Casarse o no casarse? He allí la cuestión... —expresó teatralmente Brandon Cornell, uno de sus compañeros, haciendo que todos rieran con aquella ocurrencia—. Grandchester... ha sido amarrado y sometido, pero, antes de que camine por ese horrible sendero sin retorno, nosotros sus queridos compañeros, le ofreceremos un regalo... ¡Un presente que esperamos, sea de su total agrado!

Aquella frase no le gustó a Terry, porque de inmediato captó la intención de las palabras de Brandon y en cuanto vio que tres despampanantes mujeres aparecían en escena danzando cadenciosamente, no pudo evitar sentirse incómodo.

—¡Maldita sea! Karen va matarme... —dijo Franz, sintiéndose tan inquieto como lo estaba Terry—. Yo le dije que esto, no sería la típica despedida de soltero...

—¿Y qué crees que me hará tu hermana si se entera? —contestó Terry entre dientes, mientras escuchaba a Robert Hathaway, gritar:

«Él es el novio y el otro chico uno de los padrinos, chicas, por favor... vayan animarlos»

Terry y su cuñado se miraron uno al otro, ambos pasaron saliva con dificultad, pues, ninguno de los dos estaba contento con la idea que había expresado el director. En el pasado ellos hubieran aceptado con agrado que tres bellas mujeres se les acercaran de semejante forma, pero, en ese momento, no tenían el ánimo para corresponderles.

Las jóvenes bailarinas, de inmediato se acercaron a los dos actores, ningún trabajo les costó, porque los dos muchachos eran tan atractivos y tan famosos, que ninguna quería perder la oportunidad de bailar para ellos.

Ni Franz, ni Terry se sentían contentos con eso, para su mala fortuna, los sensuales movimientos de las bailarinas, que danzaban al ritmo de la música tradicional del oriente medio, continuaron hasta que la melodía que bailaban concluyó y fueron requeridas por los otros invitados.

—Demonios... —murmuró Franz, esbozando una sonrisa de alivio, aceptando para sí mismo que el número de las bailarinas, lo había dejado algo intrigado—. Si no amara tanto a Karen... yo...

—Tú estarías detrás de ellas, ¿no? —preguntó Terry, observando a las bailarinas.

—Y si tú no amaras tanto a Candy, también buscarías llevarte a una de ellas, a la cama... seamos honestos.

—Tal vez este numerito, me hubiese excitado cuando tenía quince años y era un niño inexperto, pero, en este preciso momento, no puedo hacer nada que no sea pensar en tu bendita hermana, en lugar de disfrutar a estas mujeres, estoy sufriendo y deseando que ya se vayan... —Terry esbozó una sonrisa y después bebió del vaso con whisky, que aún tenía sobre la mesa—. Candy es todo lo que yo quiero, no tengo que buscar diversión en otro lado, ella me da lo que necesito.

—¡Terrence no pongas imágenes en mi mente, por favor! —exclamó Franz llevándose las manos a la cabeza.

—No es mi intención hacer tal cosa, solo quiero que te quede clara mi postura y deseo que te des cuenta de que tu hermana lo es todo para mí.

—No te preocupes, yo sé cuánto la amas y agradezco que no pongas en peligro su relación, por un momento de debilidad.

Franz no dijo nada más, solamente se quedó observando a las bailarinas, y tuvo que aceptar que le parecían mucho más atractivas, cuando estaban lejos de él.

—Voy al baño... —avisó el castaño mientras Franz asentía.

Terry salió del salón, y luego caminó por el corredor, hasta llegar al sanitario.

Estuvo dentro del privado más tiempo del necesario y después salió, esperando que las bailarinas estuvieran despidiéndose. Sin embargo, las jóvenes aquellas habían quedado atrás, pues, justo frente a sus ojos había un par de problemas obstaculizando su paso.

—Creí que nunca saldrías de ese lugar... —expresó una guapa joven castaña, acercándose hasta él, para tomarlo por el brazo.

—¿Cómo has estado, Terrence? —cuestionó otra chica, mientras imitaba a su amiga y tomaba a Terry del brazo que tenía libre.

—Hola... estoy bien...

El actor se deshizo de ambos amarres y a continuación retrocedió un par de pasos.

—Oye... tranquilízate —dijo la joven castaña, sonriendo y sintiéndose divertida ante la reacción del muchacho—. Somos amigos, ¿no? No tienes que preocuparte por nada, nosotras somos discretas y lo que pase aquí, se quedará aquí. Será justo como lo fue en el pasado.

Terry frunció el ceño y después observó a la chica, era muy bella, pero, no la recordaba en lo absoluto...

—¿Cómo fue en el pasado? —cuestionó él con incredulidad—. ¿Quiénes son ustedes?

La otra joven, una muchacha rubia, rio ante aquella pregunta y le respondió:

—Lo sabía, no nos recuerdas... —Ella le miró a los ojos y agregó—. Yo soy Anna y ella Leila...

—No necesita recordarnos, porque el pasado no tiene ninguna importancia. Lo que interesa es el presente... —Leila, le sonrió—. Vamos, Terrence... Ya te lo dije nada de lo que pase aquí será divulgado.

—¿Crees que me preocupa el «qué dirán»? —cuestionó Terry a la joven, cuya insistencia no parecía tener límites, ya que, se había acercado a él nuevamente, para ponerle la mano sobre su pecho, buscando aflojar su corbata—. Contesta, por favor...—pidió él, tomando la mano de la muchacha, para detener su avance—. ¿Crees que eso es lo único que me importa? ¿No se te ocurre que yo no deseo estar contigo?

Los ojos grises de la chica, lo miraron con sorpresa...

—Siempre has sido muy enojón...

—Niña, tú y yo, no nos conocemos.

—Sí nos conocemos... —insistió la rubia—. Pero, no nos recuerdas.

Terry se sintió sumamente confundido, no estaba muy seguro de cuando conoció a esas muchachas, mucho menos recordaba el momento en el que estuvo con ellas. Pensó que al ser amigas de Brandon, seguramente las conoció en una fiesta, cuando bebía tanto que olvidaba hasta su propio nombre.

—Nos conozcamos o no, agradecería que me dejaran pasar —añadió Terry con paciencia.

—Eres el primer hombre que no desea pasarla bien, en su despedida de soltero —indicó la castaña, de forma burlona.

—Sinceramente, no creo que conozcas a muchos hombres, querida. Conoces a muchos sujetos, sí, pero te aseguro que ninguno de ellos es un hombre de verdad.

—Él tiene razón, Leila... —admitió la rubia—. No conocemos a ninguno...

—Oh dios... ¿Puedes callarte, Anna?

Terry le sonrió a la chica que había apoyado su idea, y ella en respuesta lo observó con profunda admiración.

—Miren, lo lamento chicas, entiendo que este es su trabajo, pero, sinceramente, no tengo la necesidad de corresponder a sus favores. Como caballero que soy, les agradezco su invitación, sin embargo, quiero que respeten mi deseo de no atenderla.

—No somos prostitutas... —aclaró Anna, riendo—. Pero tú eres famoso y guapo... además somos tus fans.

Terry rio a carcajadas en su interior, pues el descaro de la joven le parecía increíble... no obstante, algo en esa chica llamó su atención, quizás era su forma de expresarse, o sus bonitos ojos verdes, no era que la deseara, pero, la muchacha le recordaba un poco a Candy y se sintió realmente alarmado al imaginar lo que las jóvenes mujeres eran capaces de hacer, por un poco atención...

—Niñas, váyanse a casa... —sugirió Terry—. No soy quién para darles consejos, lo sé perfectamente, pero, ninguna de ustedes dos debería estar aquí. Este lugar no es seguro.

Leila quiso contradecirlo, mas, Terry no se lo permitió.

—Ambas son muy bonitas y jóvenes, tienen una vida por delante, ¿por qué desperdiciar su belleza y su tiempo haciendo estas cosas? ¿Es que no desean conocer a un hombre de verdad? —Ninguna de las dos respondió, ambas bajaron la mirada y de pronto se sintieron avergonzadas—. Hay buenos hombres allí afuera —continuó diciendo Terry—. Alguno de ellos, les mostrará lo que significa la felicidad.

Anna elevó su mirada y sin pena le preguntó:

—Amas mucho a tu prometida, ¿verdad?

—Niña, esa mujer, es mi vida —contestó de forma tajante.

—Ya lo suponía... —aceptó Anna, mientras observaba a su furiosa amiga, marchándose del lugar—. Los vi el día del estreno de "Hamlet"... Parecían muy enamorados —La rubia muchacha se dio la media vuelta, pero, luego volteó nuevamente para ver a Terry y le dijo—. Por cierto, nos conocimos hace un par de años, pero, no pasó nada. Es decir, tú estabas muy borracho y nosotras solo te llevamos a casa. Leila te mintió, le gusta contar historias así...

—Gracias por tu honestidad y gracias también, por haberme ayudado —respondió Terry, al tiempo que estiraba su mano y se la ofrecía a la chica—. Me dio gusto conocerte, Anna.

—A mí también... —dijo ella, estrechando la mano del actor con evidente emoción.

La muchacha le dedicó una última sonrisa y después de soltar la mano de Terry, se marchó de allí. Franz, que había estado escuchando, salió de su escondite y dijo:

—Creí que no pensabas coquetear con nadie esta noche.

—No estoy coqueteando —respondió Terrence fijando sus enojados ojos azules en los del rubio actor—. Eran unas fanáticas, eso es todo.

Franz, levantó las manos, en señal de paz y contestó:

—¡Solo bromeo! Ya sé que amas a mi hermana y que estás obsesionado con ella, solo me gusta molestarte...

—Como sea, esas chicas están realmente chifladas y Brandon las trajo aquí... ¿Qué pretende con eso? Son muy jóvenes y aquí solo hay hombres adultos ebrios.

—No lo sé, pero, tú bien sabes que no se puede confiar en nadie. Anda con cuidado, por favor.

—De hecho, ya voy a despedirme... ¿Quieres que te lleve a casa?

—¿Todavía pretendes viajar a Illinois, en el tren de las diez?

—Sí, claro... ¿Por qué lo preguntas?

—Me iré contigo. Tengo ganas de ver a Candy.

—¿Y Klyss? ¿No pondrá el grito en el cielo?

—Ella ya lo sabe. Viajará hasta el miércoles, porque aún no ha hecho sus compras. Tú madre, le dijo que podría irse con ella y Rita.

Terry hizo un gesto de espanto y entonces dijo:

—Pobre Eleanor... ¿Karen y Rita juntas?

—Lo sé, tu madre es una santa, no cabe duda de eso, además, te tiene a ti por hijo, imagina eso.

Terry le miró, y encogiéndose de hombros, respondió:

—He sido un hijo terrible, así que no puedo contradecirte.

Ambos se despidieron de los hombres reunidos, después salieron de la casa de Robert Hathaway y se dirigieron a sus propiedades, para empacar y marcharse hacia Illinois. Lo único que ellos deseaban, era encontrarse con la joven a la que los dos tanto amaban.


El reencuentro con Terry, no había sido el encuentro que Candy esperaba.

Y es que... ¿Cómo iba serlo? Si su prometido había regresado a ella, acompañado con un horrible titular en un tabloide de Chicago:

«Terrence Grandchester vive sus últimos días de soltero»

Ese fue el título que acaparaba la primera plana del malintencionado tabloide de sociales que, había llegado hasta las puertas de la mansión. Candy apenas podía creer lo que leyó en ese artículo, estaba tan enfadada que poco le importó encontrarse con Terry aquella tarde, en la que él llegó, intentando sorprenderla con su presencia.

«Candy, no pasó nada en esa fiesta, te juro por mi vida, que no sucedió nada malo»

Eso dijo Terry una y otra vez, mas, la realidad era que Candy no podía dejar de imaginarse lo peor.

«Cariño, yo estuve allí y Terry se portó como todo un caballero, meto las manos al fuego por él»

Insistió Franz, intentando mediar entre ellos... aun así Candy no pudo contener la enorme incomodidad que sentía. Ella fingió que todo estaba bien, que comprendía la situación y que sabía que se trataba de un malintencionado chisme, sin embargo, en el fondo de su corazón, se encontraba muy herida.

—La nana, ya está cien por ciento recuperada —expresó Franz, sentándose al lado de Candy—. Podrás visitarla cuando quieras, ella ya se encuentra en su casa.

—Me alegra saber que ella está bien. Quizá la visite luego, cuando me instale en Manhattan.

Franz se sintió aliviado al escuchar aquellas palabras, Candy seguía pensando en un futuro con Terry y eso, era como música para sus oídos. Aún estaba enojada, pero, él estaba seguro de que pronto se le pasaría ese enojo.

—A ella le encantaría verte en persona, ¿sabes? Te vio en los diarios y me dijo que estaba gratamente sorprendida, por darse cuenta de que te pareces a mí...

Candy esbozó una sonrisa y acercó su mano, hasta el rostro de Franz, lo acarició cariñosamente y agregó:

—Tú eres muy guapo, ¡por supuesto que no me parezco a ti!

Franz se mostró contento ante aquella muestra afectuosa y luego contestó:

—Cariño, no seas modesta, eres preciosa y lo sabes. Seamos honestos, hay más belleza en tí, que en mí.

Ambos rieron y a continuación, hablaron sobre el viaje que llevó a Candy a Detroit, la ciudad en la que ella nació y en la que Franz debió haber vivido por algún periodo. Todavía se sentían extraños, al pensar en sus verdaderos padres, pero, a la vez, compartían el mismo interés por saber algo sobre ellos.

—El destino ha sido tan caprichoso... —declaró Candy, observando a su hermano—. Pero, siempre le estaré agradecida, porque me permitió encontrarte... ¿Qué habría hecho yo si no nos hubiésemos conocido? Ni siquiera quiero imaginarlo.

Franz se quedó sin palabras. La emoción lo rebasaba en esos momentos, así que se acercó a ella y la enredó en un abrazo, la amaba mucho y esa era la forma en la que él deseaba transmitirle su amor. Después de llorar juntos por una vez más, se relajaron y buscaron terminar el trabajo que tenían enfrente.

—Quiero que sepas que hablé con Albert —expresó el joven, mientras continuaba separando las invitaciones—. Oficialmente he declinado la invitación que me hizo... —Candy señaló que comprendía aquellas palabras y Franz prosiguió—. Te amo con toda mi alma, lo sabes. Sin embargo, estaré más cómodo si me mantengo al margen, tú eres una Andrew y Albert es el indicado para que camine contigo hasta el altar.

—Lo que ustedes decidan, eso es lo que haremos —dijo la muchacha—. Soy feliz con cualquier decisión.

—Te acompañaré en el auto y te llevaré hasta la iglesia, ¿te gusta la idea?

—¡Me encanta!

—Candy, Franz... —les llamó Stear, mientras ellos dejaban de lado el trabajo—. La tía abuela dice que el ensayo, es en media hora.

Franz, miró a Stear y de inmediato preguntó:

—¿Ensayo?

—Eso dijeron. La verdad es que, nunca antes he vivido una boda de cerca, y tampoco tengo idea de lo que eso significa. Pero supongo que un ensayo es algo importante.

Candy les observó divertida y para aclarar sus dudas, expresó:

—La tía abuela quiere ensayar lo que pasará en la ceremonia religiosa...

—Nunca imaginé que esas cosas se ensayaran —expresó Franz.

—Yo tampoco lo sabía y ahora que me lo dices, pienso que suena aterrador... —confesó Stear, haciendo reír a los hermanos—. Ensayar algo así, es de lo más extraño... —El joven Cornwell observó con atención y a continuación, preguntó —. Y, ¿qué es lo que están haciendo aquí?

—Separamos las invitaciones que fueron confirmadas y las colocamos en la lista definitiva —contestó Candy.

—Vaya, entonces, serán muchos los invitados que asistirán.

—Sí y la verdad no sé de dónde salieron tantos —confesó Candy—. No conozco a ninguno de ellos.

Stear hizo un gesto y aceptó:

—La tía abuela conoce a mucha gente y los Andrew, bueno, somos un clan numeroso.

—Tantos familiares. Eso suena a que sus fiestas son divertidas —dijo Franz y Stear soltó un carcajada.

—No precisamente. Estos escoceses-americanos, son tan ridículamente estirados, que ni siquiera conocen la palabra «diversión»

Franz y Stear continuaron charlando acerca de la fiesta y Candy, por otro lado, se dedicó a escucharlos.

Las palabras que estaban siendo expresadas, hicieron que su estómago se contrajera. Prácticamente faltaba un día para su enlace matrimonial, y las cosas entre ella y Terry, no estaban como deberían. Eso no era nada bueno... lo sabía... pero no tenía idea de cómo solucionar el problema que los envolvía. Se había justificado con el «estar muy ocupada» y evitaba quedarse a solas con Terry, obviamente, eso no era nada sano. Tenían que hablar y solucionarlo.

—Sé que estás muy ocupada y todo eso... —dijo Stear, sacándola de sus pensamientos—. No obstante, necesitas ir al salón, anda ve y no te preocupes, yo terminaré de ordenar las invitaciones.

Candy observó el reloj y contestó:

—Todavía faltan diez minutos.

—Lo sé, pero, sería bueno que llegaras antes.

—De acuerdo, aunque, ¿sabes algo querido Stear? Tú también tienes que venir conmigo y con Franz.

—¿Yo? —cuestionó el inventor, sin poder ocultar su espanto.

—No te preocupes, no harás nada más que estar al lado de Terry, recuerda que eres uno de los padrinos y escoltarás a mi dama de honor.

—¿Es en serio? ¿Ensayaremos la ceremonia?

Candy rio a carcajadas y Stear sonrió con timidez.

—Sí, es en serio, así que vamos niño... —dijo ella, ayudándolo con la silla de ruedas.

Stear no estaba usando su prótesis y la idea de ensayar, sentado en la silla no le agradaba mucho, a pesar de eso, no dijo nada, no deseaba arruinar las cosas, Candy se veía tan de buen humor que sería imperdonable hacerla sentir mal.

Mientras tanto en el salón, la tía abuela y el sacerdote, esperaban a que los novios y su comitiva, hicieran su aparición. Elroy estaba realmente contenta con la disposición que tenía el religioso hombre, pues sabía que no todos los sacerdotes eran accesibles. Todo estaba saliendo tal y como ella lo había planeado.

—Aquí viene el novio... —murmuró la tía al ver a Terry, entrando al salón.

El cura asintió, luego permitió que Elroy le presentara al recién llegado. Segundos después, Candy, los chicos y las damas de honor hicieron su aparición.

—De acuerdo, ya que estamos todos podemos iniciar con el ensayo —indicó Elroy, mientras observaba a Dorothy y esta, acataba su silenciosa orden. A la muchacha, le había confiado el organizar a las chicas—. A ver, niños... ustedes estarán aquí, a un lado de Terrence.

Terry respiró hondo, no sabía por qué razón se ponía tan nervioso, o quizás sí lo sabía, sin embargo se negaba aceptar la realidad.

Estaba muy nervioso, porque su actual relación con Candy, no estaba marchando como él quería...

Candy lo había evitado desde el día en que él llegó a Lakewood y eso lo tenía desesperado. Solo habían transcurrido un par de días desde que inició el conflicto, pero, le parecía que la situación estaba empeorando.

Escuchó las voces a su alrededor, pero no fue capaz de concentrarse en el ensayo. Solo siguió «el numerito» y contribuyó con las peticiones de Elroy y el sacerdote.

Observó a Candy y suspiró cuando ella lo miró directamente a los ojos. No pudo evitarlo, se sentía muy abrumado y tenía muchas ganas de tomar a esa mujer y llevársela lejos de allí.

Soportó cada segundo del ridículo ensayo y en cuanto la faramalla terminó, tomó la mano de Candy, y le dijo:

—¿Podemos hablar? —preguntó él y ella, aunque deseó lanzar un pretexto, no lo hizo y respondió:

—Sí... claro...

Él entrelazó sus dedos con los de ella y después, la dirigió hacia la salida de salón. Todos en casa, sabían que la pareja atravesaba por una pequeña crisis, así que, cada uno de ellos, se sintió aliviado al observar que salían juntos.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Candy y Terry en respuesta le dijo:

—A un lugar en donde podamos hablar... —caminaron por el corredor y luego salieron de la casa. Siguieron caminando hasta que Terry se dirigió al auto—. Sube, por favor.

Candy subió al auto y sin cuestionar a Terry, permitió que él la llevara a dónde pudieran charlar. No obstante, cuando salieron de la propiedad y Terry se internó dentro del bosque, no pudo seguir callada.

—¿A dónde nos dirigimos? —cuestionó, al no conocer el camino.

—Lo verás cuando lleguemos.

Media hora más tarde, cuando llegaron a su destino, Candy se mostró gratamente sorprendida.

—¿Y esto? —cuestionó ella al observar la hermosa cabaña que se mostraba ante sus ojos.

—Es un regalo de Albert... —expresó él—. Pero, no te emociones tanto, ahora mismo solo tenemos derecho a ver la fachada. Él nos dará las llaves el día de la boda.

Candy sonrió y después caminó hacia el pórtico.

—Es un bonito detalle, aunque, me hubiese gustado entrar para verla.

—Ni siquiera me está permitido traerte aquí, pese a ello, es el único lugar en el que podemos hablar a solas.

—Es muy cómodo... —aceptó ella, sentándose en la banca—. Y bien.. ¿De qué quieres hablar?

—Lamento lo que sucedió con la información del tabloide. Sé que estás harta de escuchar la misma frase, pero, de verdad, quiero que te quede claro que yo no hice nada de lo escribieron allí.

—Lo sé. Sé que no hiciste nada malo.

—Sin embargo, me evitas... Candy, llegué hace dos días y lo único que haces es ignorarme.

—No lo hice a propósito...

—A mí me pareció que sí.

Candy extendió su mano y se la ofreció a él, esperando que Terry la tomara y se acercara a ella. Él no dudó en aceptar la invitación y sin hacer esperar a su prometida, se acercó y tomó asiento a su lado.

—Soy humana y al igual que todos me equivoco... —aceptó Candy, mientras observaba a su prometido y se daba cuenta de que estaba más guapo que nunca, estuvo tan enojada con él, que no notó que él no se había afeitado y que lucía muy atractivo así—. ¿Qué hubieras hecho tú, en mi lugar? ¿Cómo te habrías sentido?

—Me hubiese sentido molesto —confesó el muchacho—. Y también habría estado celoso.

A Candy no le gustaba admitir que estaba celosa, mas, a pesar de sus esfuerzos, no pudo ocultar sus sentimientos.

—Sí... así me sentí... Las chicas de la imagen eran muy bonitas —dijo ella sonriendo sin muchas ganas.

—Esa imagen no era de la fiesta, solo es parte de la publicidad que usan para darse a conocer, esas chicas no son más bonitas que tú, además, no me involucré con ellas, apenas las miré... ¿Crees que cuando me quedo solo, voy detrás de otras mujeres?

—No, claro que no pienso eso. Oh Terry... Yo nunca quise que este malentendido llegara tan lejos, discúlpame... —pidió Candy, sin poder evitar que sus ojos se llenarán de lágrimas.

—No hay nada qué disculpar, yo contribuí a que el malentendido se extendiera —limpió sus lágrimas y luego la enredó entre sus brazos—. No debí permitir que huyeras de mí y que me evitaras, debimos platicarlo desde el día en el que llegué.

Candy lo apretó con fuerza, ya cuando se sintió más tranquila confesó:

—Han sido unos días horrendos. Me alegra saber que todo está aclarado.

Terry posó un beso sobre la cabeza rizada de ella, y después dijo:

—Olvidemos eso de una buena vez... dime... ¿Un chocolate, levantaría tu animo?

—¿Dijiste chocolate?

El dirigió su mano al bolsillo de su abrigo y sacó un chocolate, hermosamente envuelto en un elegante papel.

Los ojos de Candy, brillaron con emoción y como niña glotona, tomó el chocolate entre sus manos y lo desenvolvió.

—¿Te gustó? —preguntó Terry, y ella dijo:

—¡Absolutamente!

—Hay muchos más. Los traje especialmente para ti... —Terry sacó otro chocolate y se lo ofreció—. No creerás de dónde los he traído...

—¿De dónde lo trajiste?

—De una dulcería que se ha puesto a unos metros del edificio. Te aseguro que serás muy feliz cuando la visites.

Ella le sonrió emocionada y contenta, le besó con ternura sobre los labios.

—Indudablemente, seré muy feliz. Tú y una dulcería a mi disposición, ¡imagina eso!

Terry rio y ella también.

—Quiero que comas mucho... —dijo él y enseguida confesó —. Te veo más delgada... ¿Has estado comiendo bien?

—He tratado, pero, estos días apenas y tengo hambre. Ya sabes, estoy tan nerviosa con lo de la fiesta que en ocasiones el apetito se me va... —Ella bajó su mirada y después preguntó —. Creías que me encontrarías más gordita... ¿No? —cuestionó aludiendo al tema del embarazo.

—Sí, lo pensé. Aunque también pensé en que te encontraría con tu peso normal.

—No hay bebé aún... —dijo ella con algo de pena.

—Pero lo habrá... —Terry sonrió—. Para todo hay tiempo, mi amor... Y muy pronto podremos escribirle a la cigüeña, con toda la libertad del mundo. Nada de prisas, ni tampoco remordimientos.

Terry la acercó hasta él y la abrazó fuerte, Candy se dejó envolver por el abrazo y finalmente arrojó el peso que había cargado sobre sus hombros en esos días. Se sentía completa y feliz de estar con el amor de su vida.

—Mis padres, Rita y Karen, llegarán hoy —dijo Terry...

—Me alegra saber que estarán con nosotros, para el festejo de Acción de Gracias.

—¿Y tus madres? ¿Vendrán mañana?

—Ellas desean pasar el día con los niños. No te preocupes, estarán presentes pasado mañana en la boda. Albert ya se encargó de todo, los niños estarán bien cuidados, ellos la pasarán muy bien y no tendrán tiempo para extrañar a la hermana María y a la señorita Pony.

—¿Qué hay de la hermana Margaret? ¿Vendrá a la fiesta?

—Sí, ella vendrá —Candy sonrió emocionada—. Fue una de las primeras personas que confirmó su asistencia y ya tengo todo preparado para su llegada.

—Tienes todo bajo control... —Terry posó un beso sobre la frente de la chica y ella en respuesta le sonrió—. Estoy muy orgulloso de ti.

—Hago lo que puedo, me alegra saber que estás contento con mi trabajo.

Ambos jóvenes se pusieron de pie, caminaron hasta el lago y observaron el bello paisaje que les regalaba el atardecer... Después de algunos segundos de silencio, Terry dijo:

—El viernes, serás mi esposa... ¿Ya te diste cuenta de eso?

—Sí... Y estoy ansiosa por hacer mi sueño realidad.

Ella lo miró a los ojos y luego apretó la mano del muchacho.

—Candy...

—¿Qué sucede?

—Tengo muchas ganas de besarte... —confesó mientras ella se mordía los labios y hacía un gracioso gesto, dándole a entender que deseaba lo mismo.

—¿Me estás pidiendo permiso? —preguntó Candy.

—No... solo estoy advirtiéndote...

—¿Advirtiéndome? ¿Por qué?

—Porque... ¿Sabes qué va pasar cuando te bese? —Candy negó y entonces él agregó—. No seré tierno contigo, Candice...

—¿Ah no? —preguntó ella al tiempo que sentía como Terry la tomaba por la cintura y la pegaba a su cuerpo.

—No...

—Pues no quiero que seas tierno conmigo...

—¿No?

—No...

Terry sonrió engreído, e inmediatamente tomó los labios de la rubia, lo hizo exactamente cómo se lo advirtió. Estaba sediento de ella y besarla con tranquilidad no le era posible. Candy, respondió al ritmo que él le marcó, lo besó con furia y dejó atrás la ternura con la que siempre lo trataba, deseaba beber de sus labios hasta saciarse.

Cuando el delirante y apasionado beso concluyó, ambos sonrieron con emoción sintiéndose muy felices.

—Ni siquiera te imaginas lo que voy hacerte en la noche de bodas... —susurró él directamente en el oído de Candy, logrando que el cuerpo de ella se estremeciera—. No eres capaz de imaginarlo... —murmuró de nuevo, antes de morder levemente el lóbulo de la oreja de la rubia.

—Te ves tan guapo así... —dijo ella, acariciando el rostro de Terry.

—¿Así como? —cuestionó él con toda la intención de que Candy fuera honesta.

—Sin afeitarte...

Ella quiso agregar algo más, pero, las palabras no salieron de su boca, porque Terry volvió a besarla y a dejarla sin aliento.


—¿Crees que Candy y Terry se hayan arreglado? —preguntó Dorothy, antes de sentarse a un lado de Albert.

—Seguro que sí. Esos dos no pueden estar separados —Albert tomó la mano de su novia y la besó con devoción, después, la miró fijamente y le dijo—. Se aman y los chismes no van acabar con eso. La prensa y la gente nefasta, pueden irse al diablo.

—Y hablando de eso... ¿Qué dirán de nosotros esta vez? —preguntó Dorothy con preocupación, recordando todos los chismes que se suscitaron a raíz de su aparición en el estreno de "Hamlet" la prensa habló de ella como si fuese la secretaria personal de la señorita Andrew, estaban bastante equivocados, mas, dicho error le causó mucha risa «Me dieron un ascenso y yo ni cuenta me di», pensó divertida.

—No me importa lo que digan, ¿a ti si?

—No, claro, no han dicho más que la verdad. Estás de novio con una empleada de tu familia —Dorothy sonrió, y Albert dijo:

—Estoy de novio con la mujer que amo y punto.

Albert la besó con ternura y luego observó el reloj de su estudio.

—Los invitados llegarán pronto... —advirtió, mientras ayudaba a Dorothy a ponerse de pie—. ¿Te importaría acompañarme a recibirlos?

Dorothy sonrió con timidez, a pesar de la inseguridad que sentía, le dio una señal de afirmación y tomándolo de la mano se dejó llevar por él. Albert, se sentía muy contento por tener la compañía de la mujer a la que él amaba y la cuál había elegido como compañera para el resto de su vida.

Por fin la familia entera estaría reunida y lista, para la celebración del tan esperado enlace matrimonial.