"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo final

(Segunda parte)


Finalmente, el clima dio muestras innegables de su poderío y la primera nevada de la temporada hizo su triunfal aparición, justo, en el tan esperado día de la boda.

Desde las primeras horas de aquel viernes 28 de noviembre, finos y pequeños copos de nieve comenzaron a caer, iluminando de blanco los paisajes de Lakewood y sus alrededores

—Santo Dios... debió haber nevado durante toda la noche... —murmuró Rita, mientras observaba la bella postal que se dibujaba frente a sus ojos.

—Así es. La nieve cayó casi toda la madrugada —afirmó George Johnson, tomando por sorpresa a la mujer, espantándola sin remedio—. Disculpe si la asusté, no era mi intención hacerlo.

—Si aparece de repente y habla, lo más lógico es que me lleve un susto, ¿no lo cree, George? —respondió Rita, llevando una de sus manos hacia su pecho, como deseando detener los latidos de su corazón.

George esbozó una sonrisa y Rita, no pudo evitar sonreír también. Ella adoraba ver sonreír a ese hombre...

—Tiene mucha razón, Rita. Disculpe mi torpeza —dijo él sin abandonar el amable tono con el que había comenzado a tratarla—. ¿Está lista para ir al pueblo?

—¿Usted me va llevar?

—Sí, espero que no le moleste...

—¿Molestarme? —Rita sonrió contenta—. ¡Oh no! Por supuesto que no me molesta.

—Bien, entonces, ¿nos vamos? —George hizo un movimiento con la mano, cediéndole el paso y ella atendió la invitación. Tomó su bolso y caminó a través del corredor. Él siguió sus pasos y así, uno detrás del otro salieron de la mansión y se dirigieron hacia el automóvil. Al llegar al estacionamiento, George se apresuró para abrir la puerta del copiloto, pero, para cuando llegó, Rita ya estaba subiendo al vehículo.

—No soy la clase de mujer que necesita ayuda para subir a un auto... —le hizo saber ella, al notar que George le observaba desconcertado, pues, él no conocía a ninguna mujer que abriera la puerta del auto con su propia mano—. Usted sabe, soy yo quien siempre abre las puertas de todos lados, ese es mi trabajo de tiempo completo... —agregó ella riéndose de sí misma.

—Lo imagino... —expresó George, sin poder ocultar una sonrisa. Él se acomodó sobre su asiento y después preguntó—. ¿A dónde nos dirigimos?

—Iremos a la estación de trenes, debo recibir un paquete.

—¿Un paquete?

—Sí... se trata del ajuar de la novia.

George abrió los ojos, se sorprendió al escuchar eso, porque, juraba que todo lo que la señorita Candy necesitaba, ya estaba cubierto y no imaginó que esperaran hasta el último momento para tener el ajuar en sus manos.

—La dama de honor, encargada de ese asunto, olvidó el ajuar en su casa... —aclaró Rita—. Así que, me di a la tarea de solucionar el problema y solicitar que me trajeran el paquete desde Nueva York.

—Ya entiendo.

—¡Dios nos libre de dejar a la novia sin ajuar! ¿No lo cree usted?

—Supongo que es una de las cosas más importantes.

Ambos rieron, luego George encendió el motor del automóvil y salieron de la propiedad hacia la estación de trenes del condado.

Franz observó la escena con atención desde el ventanal de la estancia; le parecía muy curiosa la manera en la que Rita y George se trataban, ambos demostraban demasiada formalidad ante todos, pero, cada vez que estaban solos, se mostraban alegres y risueños. A él le gustaba verlos juntos, Rita era una mujer muy hermosa y se sentía contento por saber que tenía un admirador digno de ella...

El joven Talbot abandonó la vista del ventanal y dirigió sus pasos hacia el vestíbulo de la mansión, allí se encontró con Karen, quién tan despreocupada como siempre, corrió para poder llegar hasta él.

—Rita ya se fue... ¿Verdad?

—Acaba de irse.

—Eso quiere decir que el ajuar estará aquí en cuestión de minutos.

—Santo Dios, Karen, aún no puedo creer que lo hayas dejado en Manhattan —murmuró Franz.

—Ya sabes que no pierdo la cabeza y eso es porque la tengo unida a mi cuerpo... —Karen se acercó hasta Franz, para abrazarlo—. Lo lamento, soy una pésima dama de honor...

—Eso nadie puede negarlo —contestó Franz, burlándose de ella. Él la abrazó por la cintura y después de darle un pequeño beso sobre los labios le preguntó—. ¿Ya despertó mi hermana?

—No tengo la menor idea...

—Pero, se supone que durmieron todas juntas, ¿no?

—No... y no me mires así, no soy una chica de pijamadas. Estuve con ellas hasta que pensaron en acostarse para dormir. Realmente odio la idea de poner mi colchón en el suelo...

—Está bien, linda. Entonces, supongo que sus amigas la despertarán.

—Eso creo...

—De acuerdo, ahora vamos a comer algo, muero de hambre, ¿tú no?

—Ya me conoces... ¡Por supuesto que tengo hambre!

La enamorada pareja de actores se dirigió al comedor para desayunar. Las cosas marchaban a la perfección y no tenían nada de qué preocuparse.


Los ojos de Richard Grandchester se mostraron sorprendidos al observar el panorama que se podía ver desde su ventana.

La nieve no era algo que a él le gustara, sin embargo, reconocía que estaba frente a una de las imágenes más hermosas que había visto en toda su vida. Los bosques americanos, siempre le habían agradado.

Después de algunos segundos dejó de mirar por la ventana y luego, salió de la habitación que le fue designada. Caminó por el pasillo y se detuvo frente a la puerta del cuarto en dónde se encontraba su hijo.

—Terry... —lo llamó al tiempo que daba un par de golpes sobre la puerta—. Hijo... ¿Estás despierto?

—Sí, lo estoy... —contestó Terry, abriendo la puerta.

—Ven a tomar el desayuno. Anda, necesitas comer algo.

—Sí, ahora voy.

—Te estaré esperando —advirtió Richard, antes de retirarse y dejar a su hijo a solas.

Terry cerró la puerta y de inmediato se acercó al pequeño escritorio, para guardar las fotografías que encontró en ese lugar. No tenía derecho a husmear entre las pertenencias de Albert, sin embargo, lo había hecho sin siquiera planearlo. La imagen del pequeño Anthony, fue la última que guardó, después, cerró el álbum y lo resguardó en el sitio en donde lo encontró.

La noche anterior, Archie y Stear, le habían contado acerca de la muerte del rubio muchacho y Terry no había dejado de pensar en eso. Reflexionó mucho en Candy y la forma en la que ella debió sufrir, por haber sido culpada de aquel infortunado accidente. De igual forma pensó en el fallecido jovencito y aceptó que le consternaba darse cuenta de que murió de una cruel forma, siendo prácticamente un niño. Al final, había hecho las paces con el joven Brower. Ya no había más celos, ni resentimientos hacia él. Su absurdo comportamiento quedaría en el pasado, no le haría más reclamos tontos a Candy.

Terry tomó su bata, se la colocó sobre el cuerpo, luego salió de la habitación para dirigirse al pequeño comedor y encontrarse con su padre.

—Es un lindo lugar... —confesó Richard, echando un vistazo a la cabaña, pues, la noche anterior, no tuvo oportunidad de apreciarla a detalle—. ¿Es ésta la cabaña donde traerás a Candy?

—No, la cabaña adonde iremos queda al otro extremo —Terry tomó un cuchillo, un tenedor y entonces comenzó a comer su omelette.

Richard respiró hondo, y después con toda naturalidad, le comunicó:

—Thomas me trajo un mensaje.

—¿Ah sí? ¿Por qué? ¿Pasó algo en la mansión?

—No. Todo está bien por allá... —El duque hizo una pausa—. El mensaje era de su majestad el Rey George V, hijo él te ha mandado sus felicitaciones.

—¿Tú le dijiste que voy a casarme? —preguntó el muchacho, mirándole tal y como le observaba cada vez que algo no le agradaba

—Tuve que hacerlo Terry, me he ausentado por mucho tiempo y él deseaba saber por qué razón no he regresado a Inglaterra —Richard se mostró emocionado y agregó—. La reina también mandó sus saludos.

Terry observó a su padre, como no creyendo lo que decía y a continuación le preguntó

—Entonces... ¿Los Andrew cumplen las expectativas de la corona?

—Es obvio hijo, además, ellos tienen que sentirse orgullosos de ti, eres el único que está haciendo algo con su vida

—¿Qué hay de los otros?

—Tus primos y todos los demás, solo saben dar problemas... ¿Crees que a su majestad le gusta tener que tapar todos los escándalos que se suscitan a diario? Créeme, las cosas que hacen todos esos muchachos son aberrantes.

—El rey piensa que yo soy tu sucesor, ¿verdad?

—Por supuesto que lo piensa, Terry tú eres mi primogénito, ya te lo he dicho con anterioridad, si deseas abdicar, tendrás que hacerlo de manera formal —Richard bebió de su taza de té y después, más relajado, añadió—. Yo te aconsejo que no te apresures a deshacerte de ese título. No te lo digo por molestarte. Solo deseo que lo tomes con calma. A pesar de mis canas, estoy muy lejos del retiro y tú hijo mío, tienes toda una vida por delante.

—Soy un hijo ilegítimo... no me corresponde el título.

—No eres ilegítimo, Terrence tú llevas mi apellido y eres el primero en la línea, gracias a tu abuelo has sido reconocido por la Corona. Te repito, espera un poco y piénsalo bien, Candy y tú van a formar una familia y tendrán una gran responsabilidad a cuestas. No tienes que decidir nada en este momento. Ahora solo vive tu vida como deseas y luego ya veremos.

Terry observó fijamente a su padre, pues, odiaba hablar sobre ese endemoniado tema, sin embargo, no deseaba iniciar una inútil pelea, así que se guardó sus palabras y fingió que no le molestaban las recomendaciones de su progenitor.

Thomas, el asistente de Richard, entró en el pequeño comedor y les saludó, después se dirigió al duque:

—Su excelencia, ya he mandado el telegrama que me ordenó mandar... ¿Necesita algo más?

—No necesito nada más. Gracias por todo Thomas, si gustas puedes retirarte.

—Sí, gracias. Por cierto, el valet estará esperando por usted.

—Nunca en mi vida, he necesitado un valet —le hizo ver Richard a su asistente—. Dale una buena propina a ese chico y luego deja que se vaya.

—Como usted diga, su excelencia...

Terry sonrió sin poder evitarlo y divertido preguntó:

—¿Esa fue idea de mi futura tía abuela?

—¿Y de quién más?

El actor soltó una carcajada, pues sabía que a pesar del título que ostentaba su padre, él nunca tuvo un valet. El duque siempre dijo que odiaba tener a una persona detrás de él, ayudándolo todo el tiempo, detestaba no poder tener privacidad.

—Ella solo quiere tenerte contento. Supongo que creyó que la ayuda de cámara, era algo que necesitabas desesperadamente.

—No lo dudo. La verdad es que Elroy fue muy amable. No te preocupes, le daré las gracias por haber tenido ese detalle conmigo.

Terry observó el reloj de péndulo que adornaba el corredor y entonces dijo:

—Voy a tomar un baño...

—¿Cómo? ¿Ese insignificante omelette, es todo lo que vas a comer?

Terry afirmó y Richard sonrió.

—Te juro que no tengo hambre.

—Deben ser los nervios del novio —dijo el burlón duque.

—Más bien, son las ganas de terminar con esto, tomar a mi mujer para llevármela lejos de aquí y perderme con ella por unos cuantos días.

El duque soltó una carcajada e hizo una señal con la mano para que Terry se marchara.

—Anda, ve a darte un buen baño frío, éste día será muy largo y tendrás que ser paciente...

—La paciencia no es una de las virtudes de los Grandchester —le recordó el muchacho a su progenitor—. No me pidas eso, padre.

Richard observó a su hijo marchándose y se sintió profundamente feliz. Terry por fin obtendría lo que por tanto tiempo había deseado y eso lo hacía sentirse el padre más afortunado.


Esa mañana Candy había despertado sin necesidad de que alguien le llamara, estaba tan emocionada que lo único que deseaba era comenzar con su día. Apenas se levantó de la cama, salió de la habitación para cerciorarse de que todo estuviera listo para la llegada de sus madres y de la hermana Margaret.

—Las señoritas, serán recibidas por tus damas de honor —indicó la tía abuela—. Candice, tú regresarás a la habitación ahora mismo y comenzarás con tu arreglo. No te preocupes, algunas personas te van ayudar, solo tienes que quedarte quieta y permitir que te auxilien.

La tía abuela la encaminó de vuelta hacia las escaleras y la rubia obedeció aquella petición. No le gustaba del todo tener que renunciar a darle la bienvenida, a las mujeres que pronto llegarían, sin embargo, no dijo nada y subió las escaleras con rapidez.

Mademoiselle Andrew —le llamó una mujer de mediana edad, mientras Candy le observaba a ella y a otras tres mujeres que le acompañaban—. Nosotras estamos aquí para ayudarle... ¿Le parece si comenzamos?

—Sí, claro... —respondió ella, dejando que las mujeres la guiaran a la habitación.

—Anda Candy, toma asiento —pidió Tessa.

—¿Te quedarás conmigo? —preguntó la rubia.

—Si así lo quieres, me quedaré aquí por un rato.

—Sí quiero, gracias Tessa...

—Por nada... ¡Ay Candy! Apenas puedo creer que este día haya llegado tan rápido —dijo Tessa, mirándola con emoción.

—A mí también me parece increíble... —La rubia sonrío, después, miró con atención hacia la puerta.

Eleanor Baker apareció de pronto y con una sonrisa dibujada en su rostro, saludó a su joven nuera, a Tessa y a las mujeres allí presentes. La actriz no deseaba perderse de nada, quería estar con Candy y acompañarla en ese proceso, al menos, hasta que las señoritas del hogar llegaran y tomaran el lugar que les correspondía. Cuando ellas arribaron a la mansión, Eleanor se hizo a un lado para que ambas mujeres también pudiesen disfrutar del momento de ver a su niña, convertirse en la novia perfecta. La hermana María y la señorita Pony estaban tan emocionadas que no dudaron en aceptar la oferta de permanecer junto a la rubia muchacha. Estuvieron con ella hasta que llegó el momento de vestirla y prepararla para la última etapa de su arreglo. Sumamente conmovidas, se unieron a Elroy, la abuela Martha y la hermana Margaret, quienes esperaban en el corredor.

Abajo, en la estancia, aguardaban los caballeros. Los tres jóvenes padrinos esperaban pacientemente a que la novia y las damas de honor aparecieran y descendieran las escaleras para poder marcharse.

—El duque de Grandchester recibió un mensaje esta mañana —dijo Stear, llamando la atención de los otros jóvenes, el chico volteó hacia la puerta para asegurarse de que Albert o George no vinieran y entonces agregó—. Era una carta con el sello de la corona británica. Pude verlo claramente.

Archie le miró sorprendido, al igual que Franz. A los dos ya se les había olvidado que Terry tenía un vínculo con la realeza.

—Solamente espero que no comiencen a molestar... —respondió Franz—. A esa gente no se le da gusto con nada.

—Terry renunció a su apellido... —aclaró Archie—. La corona británica nada tiene que reprochar. Debe haber sido un mensaje sin importancia.

Los tres guardaron silencio y después escucharon el llamado de la abuela Martha, ella les invitó a levantarse de sus asientos e ir al vestíbulo para que observaran a la novia y a sus acompañantes.

—Llegó la hora —dijo Stear, observando a los dos chicos—. ¿Por qué no se adelantan?

Franz de inmediato se levantó y se dirigió hasta el vestíbulo de la mansión, el joven Archie por su parte se quedó allí junto a su hermano mayor.

—No pienso llegar allá sin ti, así que no te hagas el tonto y déjame ayudarte —dijo Archie.

Stear odiaba que le auxiliaran, porque no se sentía cómodo con ello, sin embargo dejó su orgullo de lado y permitió que su hermano le ayudara.

—Gracias...

—No dudes en comunicarte conmigo si algo no anda bien —pidió Archie—. Ten confianza en mí.

—Así lo haré no te preocupes hermano, el bastón me ayuda mucho, creo que estaré bien... —el joven inventor palmeó la espalda de su hermano y caminando despacio dijo—. Anda vayamos a ver a nuestra Candy... no nos pongamos sentimentales antes de tiempo —agregó con voz entrecortada.

Archie asintió y enseguida caminó junto al joven inventor.

Franz, quien ya estaba en el vestíbulo, dirigió sus ojos hacia la escalera, las chicas estaban bajando: Karen, Patty y Tessa aparecieron ante sus ojos, luciendo tan bellas que no pudo evitar esbozar una satisfactoria sonrisa.

—Espera a ver a la novia —murmuró Karen, encontrándose de frente con él, tomándolo del brazo para darle un beso en la mejilla—. Bueno, es que, lo bello viene de familia... tú te ves muy guapo...

Franz sonrió y entonces acercó sus labios al oído de Karen.

—Luces maravillosa, ni por un segundo pienses que voy a permitir que te alejes de mí...

—Eres un controlador de lo peor —reclamó ella, haciéndolo reír.

Archie y Stear se quedaron con la boca abierta al ver a sus respectivas parejas, y emocionados las miraron con alegría.

—Se ven preciosas —afirmó Stear, tomando la mano de Patty—. Cariño estás bellísima.

—Oh Stear... no digas eso... ¡Me lo creeré! —contestó Patty, sonriéndole coquetamente.

Archie se acercó a Tessa y susurrando algo en su oído le hizo saber lo muy complacido que estaba. Tessa se puso colorada, y él en respuesta sonrió y con cuidado le dio un beso en la mejilla.

—Eres un atrevido... —susurró ella.

—Solo un poquito, querida... —contestó el muchacho, mientras Tessa, le sonreía.

Candy se encontraba en el corredor de la planta alta, permitiendo que la tía abuela coordinara los últimos detalles. Estaba más feliz que nunca, pero, también se encontraba realmente aterrada. Jamás en su vida tuvo tanta atención y eso le hacía sentirse un poco insegura.

—¡Llegaremos tarde! —gritó Stear y Candy no pudo evitar sonreír ante aquella exclamación.

—Estamos a tiempo, pero, será mejor que bajes —sugirió Elroy.

—Sí, hija más vale tiempo que sobre, a tiempo que falte. No querrás hacer esperar a Terrence, ni a los invitados...—recomendó la hermana María.

—Anda mi niña... baja ahora, todos están impacientes por verte —agregó la señorita Pony, apretando la mano de Candy para infundirle confianza.

—Candy querida, baja con mucho cuidado —pidió la hermana Margaret, quién no pudo evitar recordar el comportamiento atrevido y despreocupado de la rubia.

—Yo te ayudaré a sostener la cola del vestido, no te preocupes —agregó Dorothy, sonriéndole divertida y animándola a comenzar con el descenso—. Anda, no temas. Yo voy a cuidarte...

Candy descendió por la escalinata acompañada de los silbidos de Stear y de los aplausos de: Albert, George, Archie, Franz, las chicas y el personal que laboraba en la mansión. La muchacha apenas podía creer que ella hubiese causado tal revuelo, se sonrojó ligeramente, mas, luego esbozó una enorme sonrisa y contenta permitió que su hermano le ayudara a bajar los últimos escalones.

—Te ves hermosa, cariño —expresó Franz, acercándose a ella, para darle un beso en la mejilla.

—Gracias hermano... —respondió ella con voz entrecortada, pues, tenía muchas ganas de llorar.

—Hermosa es poco... te ves realmente magnifica.—admitió Archie, acercándose a la rubia, para ayudarla también.

—Lograrás que mis mejillas se pongan aún más coloradas —contestó Candy, mirando a su primo—. Gracias Archie.

—Espera allí Candy —le pidió Stear, mientras Patty lo ayudaba a sacar algo que guardaba en una caja que estaba sobre el suelo.

Candy le miró con curiosidad y Patty atinó acercarse a ella, para pedirle:

—Colócate justo así —indicó señalando la posición que tenía que adoptar—. Así es como las modelos lo hacen.

—¿Las modelos?

— ¡Sí! —exclamó la chica castaña—. Stear te va tomar una fotografía. Con una cámara que él mismo diseñó, sé que suena arriesgado, pero, te prometo que funciona muy bien, ya la probamos muchas veces.

Candy sonrió enternecida, mirando hacia Stear, quién le guiñaba un ojo y le pedía que mirara hacia al frente y no dejara de sonreír. La joven atendió la petición de su primo y contenta posó para la cámara... Aquella imagen capturada con la «Cámara Fotográfica Stear» en el futuro adornaría uno de los pasillos de la mansión de los Andrew en Chicago, lugar en donde colocaban las pinturas y retratos de las mujeres más ilustres del clan.

—Stear, después tomarás las otras fotografías, no podemos llegar tarde... —advirtió su hermano menor, invitando a Candy y a Franz a emprender su camino.

—Vamos chicos, los acompaño hasta el auto —anunció Albert, señalando hacia la puerta y mostrando el sendero que Candy y Franz tenían que seguir—. Te ves hermosa, pequeña... —expresó el patriarca, esbozando una gran sonrisa.

—Oh Albert. Todo esto es gracias a ti.

—Ah no... —dijo el rubio mostrando una divertida sonrisa—. Yo nada tengo que ver en esto, tú eres bella de nacimiento.

Candy sonrió e insistió:

—Gracias hoy y siempre... gracias por hacerme tan feliz...

Albert sintió que se le formaba un nudo en la garganta, pero aún así no se dejó vencer por la emoción y manteniéndose firme, observó los ojos verdes de Candy y luego de dedicarle una sonrisa, acercó sus labios a la frente de ella, para darle un tierno beso.

—Haría cualquier cosa por ti... te quiero mucho, pequeña...

—Yo también te quiero mucho...

Albert la ayudó a subir al auto, ya cuando ella estuvo acomodada, él cerró la puerta e hizo una señal para que George emprendiera el camino hacia el pueblo.

La tía abuela, observó la partida de Candy, sintiendo que una extraña sensación se apoderaba de su pecho.

¿Cómo podía ser posible que se sintiera así? Se preguntó, mientras veía como los demás abordaban los autos, para seguir la caravana que encabezaba la novia.

—¿Qué pasará el día en el que me vea a mí, partiendo hacia la iglesia? —preguntó Albert, al tiempo que se acercaba y le limpiaba una lágrima con su pañuelo.

Elroy lo miró con ojos llorosos y entonces le dijo:

—Mejor no me preguntes, porque ni yo misma lo sé —Ella lo tomó del brazo y caminó con él hacia el automóvil que los llevaría a la iglesia—. No planeaba encariñarme tanto con esa niña, sin embargo lo hice y ahora no puedo evitar ser víctima este ridículo sentimentalismo...

Albert sonrió y luego besó la mejilla de la tía abuela, indicándole que la comprendía. Subió al auto sintiéndose muy contento, finalmente, su tía había caído bajo el embrujo del que todos fueron víctimas. Candy la conquistó irremediablemente y eso lo hacía muy feliz. Por fin eran una familia.


—¿Qué es esto? —preguntó Terry a Eleanor, observando como ella se esmeraba en colocarle «algo» en la solapa de su saco.

—Esto es boutonnière, es un distintivo que el novio debe usar.

Terry observó el pequeño arreglo y pronto se dio cuenta de que la rosa blanca, no era una rosa cualquiera... era una Dulce Candy... Él esbozó una sonrisa y observó a su padre, quien también se acercó a él, para colocar sobre su saco un par de insignias de la Casa Grandchester.

—Esto no te compromete a nada... —murmuró Richard—. Solo es algo que deseo que uses, ¿de acuerdo?

El joven actor no dijo una sola palabra, se sentía raro aceptando algo que no esperaba, sin embargo no estaba molesto ni nada parecido. En realidad aceptó de buena gana lo que su padre le colocaba, eran distintivos de su familia y estaba orgulloso de portarlos.

—Gracias... —expresó, mientras el duque sonreía y le palmeaba la mejilla, Richard no le dijo nada más, solamente le miró a los ojos y le transmitió su amor, era un hombre de pocas palabras, pero, Terry entendía a la perfección lo que él trataba de decirle. El duque lo abrazó con cuidado y luego le besó la mejilla.

Eleanor no pudo evitar que las lágrimas se le escaparan de sus ojos, estaba tan feliz de ser testigo de aquel conmovedor momento. Los dos hombres de su vida, reunidos ante ella... era algo extraordinario.

Terry respiró profundamente y después caminó hasta la salida, del pequeño cuarto en el que estaban.

—Ya casi es hora. Será mejor que salga y ocupe mi lugar.

Eleanor y Richard estuvieron de acuerdo, de inmediato le observaron salir del cuarto que, el sacerdote de la capilla les había facilitado.

—No creí que viviría para presenciar este momento... —dijo Richard, sintiendo que sus lágrimas ya no podían seguirse ocultando por más tiempo.

—Yo tampoco estaba segura de que vería a mi Terry en esta situación...

Richard tomó la mano de la rubia actriz y luego se la llevó a los labios, para regalarle un beso sobre los nudillos.

—Gracias, Ellie... gracias por todo lo que me has dado. Te prometo que voy a recompensarte.

—¿Qué dices? ¿Recompensarme? ¿Por qué harías eso? —preguntó, con incredulidad.

—Porque te amo... siempre te he amado Eleanor y entérate de que, no voy a descansar hasta estar a tu lado y pasar el resto de mi vida contigo.

—Eso no puede ser Richard, ya lo sabes... —Eleanor le miró con ojos llorosos, muy pronto deshizo el contacto con Richard y finalmente, se alejó de él. No deseaba seguir escuchándolo—. Terry nos necesita... — murmuró tranquila—. Será mejor que salgamos y evitemos dejarle solo.

El duque sonrió nervioso, sintiéndose incómodo por no haber obtenido una respuesta a su declaración. Observó a Eleanor retirándose y luego respiró profundamente para poder serenarse y salir al encuentro con su hijo.

Afuera, Terry se había colocado frente al altar, esperando a que llegaran sus padrinos. El actor rio internamente, pues pensó que sus padrinos llegarían tan tarde como la novia.

Para su sorpresa, solo pasaron un par de minutos para que los padrinos aparecieran: Archie, Stear, al igual que Franz ingresaron a la capilla y de inmediato se dirigieron hacia donde él estaba.

—La ceremonia civil se llevará a cabo en la mansión, justo como usted lo pidió, el juez llegará en unas horas, milord... —dijo Thomas a Terry.

—Por dios... no me llames así, Thomas... —pidió el actor y el hombre, sonriendo le respondió:

—Milord, no puedo llamarle de otra manera, no cuando porta esas insignias. Si necesita ayuda, no dude en pedirla —Thomas hizo una venia y se alejó, para darle paso a los chicos que se acercaban.

—Luces como un miembro de la realeza —señaló el observador Stear—. ¡Vaya, te ves genial!

Terry le sonrió y entonces le dio una pequeña palmada en la mejilla.

—Puedo decir lo mismo de ti, te ves muy bien usando ese kilt.

—Mi prótesis no se nota. Solo espero no caerme en medio de la ceremonia.

—¿Qué dices? Tú eres todo un experto caminando con esa prótesis, por supuesto no te vas a caer.

Stear sonrió, luego le dio el paso a su hermano y a Franz, quienes sorprendidos, miraron al actor.

—Eres el complemento perfecto para la princesa que espera en el atrio... —dijo Franz, mirándolo con diversión.

—¿Esas insignias son lo que imagino que son? —cuestionó Archie.

—Tú imaginas cosas muy diferentes a la realidad, querido primo —respondió Terry—. No te asustes, solo es algo que mi padre quiere que use.

—Mientras ningún miembro de tu noble familia se oponga a la unión de ustedes, te prometo que estaré tranquilo.

—Nadie se opondrá. Tengo su permiso para casarme con Candy, no lo pedí, pero, ellos me lo han otorgado. Mi padre recibió un mensaje esta mañana y está claro que no se oponen a mi unión con su clan... sospecho que él lo arregló todo, para evitarme problemas.

—Pero, es que... ¿Tú sigues perteneciendo a la realeza? —quiso saber Stear.

—Para ellos, yo sigo siendo el sucesor de mi padre. No sé qué movimientos hizo mi abuelo antes de morir, solo sé que me reconocen como el primero en la línea de los herederos Grandchester.

Tanto Archie como Franz le miraron sorprendidos, pero, no supieron que responder a esa declaración. Sin embargo, se sintieron aliviados por enterarse de que Candy estaría bien.

—Dejemos esto por favor. Candy ya va entrar y por supuesto no querrá vernos a todos ocultando a la estrella del show —recomendó Stear.

—Terrence... te deseo toda la felicidad posible —mencionó Archie, observándole fijamente—. Cuida mucho a nuestra Candy, por favor.

—No tengas duda de que lo haré, gracias por todo Archie.

Franz miró a Terry y agregó:

—Ama siempre a mi hermana. Hazla muy feliz...

—Lo haré... —expresó Terry, antes de escuchar la melodía que le daba entrada a la marcha de las damas de honor—. Hacer feliz a tu hermana es algo que llevaré a cabo con mucho gusto.

Terry no dijo nada más, de inmediato se colocó en el lugar que le correspondía y observó directamente hacia la puerta de entrada. Karen Klyss, Patricia O'Brien y Tessa James, hicieron su aparición, una detrás de la otra, luciendo una gran sonrisa en el rostro. Caminaron al compás de la melodía que entonaba un pequeño coro de jovencitos y enseguida tomaron sus respectivos lugares.

El corazón del joven actor latió emocionado al escuchar que un grupo de gaiteros, comenzaba a tocar. Una mezcla de alegría y ansiedad invadieron su ser, pero finalmente una sonrisa iluminó su rostro cuando observó la figura de su amada, apareciendo justo en la entrada de la capilla.

Pasarían los años y Terry jamás se olvidaría ese momento en el que Candy ingresó a la iglesia y caminó hacia él, mirándolo a través del velo, mientras, le regalaba una linda sonrisa.

Ese instante también sería inolvidable para Candy, ella tampoco podría borrar de su mente a Terry, esperando por ella, mirándola con aquellos ojos azules llenos de alegría. Definitivamente jamás olvidaría el momento en el que Albert la entregó al hombre de su vida...

«Mía...»

Susurró Terry en su oído...

«Por fin serás toda mía»

Agregó tomándola de la mano al tiempo que le sonreía y la dirigía hacia la posición que ocuparían frente al altar.

La ceremonia de casamiento fue tradicional, pero, sumamente conmovedora. La pareja de enamorados irradiaba felicidad y esa energía era tan fuerte que no podía ser ignorada; familiares, amigos e invitados fueron testigos de cómo el sueño de ambos jóvenes se hacía realidad. Escucharlos jurando ante dios el mantener su amor, compromiso y lealtad, había sido muy gratificante para todos los que los amaban.

En aquellas esferas de la sociedad, el matrimonio por amor era un verdadero lujo, una meta casi imposible de lograr, pues, la mayoría de los enlaces eran arreglados. La feliz pareja no pudo evitar ser el blanco de envidias por parte de los miembros del clan Andrew. Varios de ellos se negaban aceptar a un simple actor en la familia, no importaba que Candy fuese adoptada, detestaban la idea de que la heredera más importante de William, tuviese que casarse con alguien a quien consideraban inferior a su clase; sin embargo sus bocas quedaron abiertas, cuando el duque de Grandchester apareció en la ceremonia, dejando claro que Terry seguía perteneciendo a su familia y que en la escala de importancia, los Grandchester eran mucho más importantes que su clan. Los inconformes tuvieron que aceptar la realidad y dejar el chismorreo. La unión entre Candice White Andrew y Terrence Graham Grandchester, quedó sellada al mediodía sin que existiera ningún tipo de objeción.

"Los declaro, marido y mujer. Señor Grandchester, puede usted besar a la novia..."

Candy escuchó aquella frase tan lejanamente que, ni siquiera estaba segura de si había escuchado bien o si solo se lo había imaginado. Esas palabras cumplían con su más grande sueño. Nerviosa, observó a Terry acercándose hacia ella para retirar el fino velo que, cubría su rostro y después de ese mágico instante, simplemente dejó de pensar... fue como si Terry apagara un botón dentro de ella. Él la besó y selló su pacto con dios ante la concurrencia, lo hizo tan cariñosa y tan delicadamente que no pudo evitar llorar.

Los minutos posteriores al término de la ceremonia, estaban realmente confusos en la mente de Candy, todo había sido maravilloso y por ello, apenas pudo asimilar lo que le sucedía. Tanta dicha y tanta felicidad eran demasiado para ella. Ver a todos esos rostros sonriéndole y también escuchar las palabras de cariño de la gente, le pareció algo irreal, fue consciente de lo que pasaba hasta que entró al automóvil, y se sentó junto a Terry... ¡Su sueño era una realidad! ¡Terry y ella estaban casados! Estarían juntos por fin, tal y como siempre lo desearon.

Terry la tomó de la mano y ella le miró con emoción.

—¿No podemos saltarnos la fiesta? —preguntó el joven recién casado, antes de que el chofer entrara en el auto y se acomodara en el asiento del piloto.

—No, no podemos... —Candy miró por la ventana y contenta agitó su mano hacia sus amigos y familiares, Terry imitó ese gesto, y en cuanto el automóvil arrancó le dijo a Candy en el oído:

—Está bien... jugaremos tu juego, pero, luego... —Él hizo una pausa—. Luego tendrás que jugar el mío.

Candy sabía que el chofer no podía escuchar lo que ellos hablaban, sin embargo la declaración de Terry sonó escandalosa, dentro de su oído. Ella sonrió con timidez, al tiempo que su mirada se encontraba con los ojos del muchacho.

—Suenas amenazador... —respondió la joven, sintiendo los dedos de Terry, entrelazándose con los suyos.

El joven actor rio con soltura e inmediatamente respondió:

—Más que amenaza, mis palabras son una simple advertencia... —aclaró sonriendo, haciendo sonreír a la chica.


La recepción del evento, fue por mucho, la celebración del año para los integrantes del clan Andrew, quienes al final, no perdieron la oportunidad de congraciarse con los líderes de la familia y por supuesto, con el nuevo matrimonio. El banquete, la bebida y la música, los mantuvieron más que contentos.

—Santo cielo... ¿De verdad ustedes dos, son Annie y Candy? —preguntó Tom, bromeando y acercándose a sus hermanas para darles un beso en la mejilla a cada una.

—Y... ¿Tú de verdad eres Tom? —cuestionó Annie con una divertida sonrisa dibujada en su rostro—. No te pareces nada a él.

—Eso es porque uso el disfraz de un pingüino... —El joven Stevenson miró a Candy y agregó—. Mira las cosas que hago por ti... y aun así dices que no te quiero.

—Me gusta mucho tu vestimenta de vaquero. No me habría enojado si te hubieses vestido así —susurró ella, dándole un ligero golpe al joven.

—Lo sé... pero... te casaste con una celebridad, un actor famoso que, además, es el hijo de un duque. Sería raro vestir informal... ¿No lo crees? Por si fuera poco, dudo que tu querida tía abuela, me hubiese dejado entrar.

—Pues, te ves muy bien Tom. Te felicito por usar tan bello atuendo —expresó Annie.

—Eso es verdad, te ves muy bien y estoy muy orgullosa de ti. Gracias, por hacer esto por mí... —Candy le miró enternecida y de inmediato volteó para ver a Jimmy Cartwright, quien se acercaba hacia ellos.

—Esta fiesta es grandiosa... —El adolescente se acercó a Candy y la tomó de la mano—. Gracias por invitarme, jefe...

—Después de todos estos años, ¿sigues llamándome así?

—Siempre serás mi jefe, no importa cuantos años pasen.

La rubia abrazó con fuerza al jovencito, ella estaba realmente feliz. Sus hermanos y sus madres estaban allí, apenas podía creer que estuviesen acompañándola en ese gran día. Terry se dio cuenta de la alegría que estaba experimentando la chica y se sintió dichoso por ella; aunque no deseaba permanecer alejado decidió darle su espacio, para que hablara cómodamente con los chicos. Mientras, él, se dedicó a hablar con algunos de sus compañeros de trabajo, su jefe y demás conocidos...

—Terry... hijo, ven aquí —le llamó Robert Hathaway, mientras el joven atendía el llamado y se unía al director, Richard y Franz—. Quiero que sepas que Franz y yo hablamos y decidimos que lo mejor será que tú te tomes un par de semanas como vacaciones. No debes preocuparte por el trabajo, Franz ocupará tu lugar en la obra.

Terry les miró sorprendido y de inmediato preguntó:

—¿Están seguros de eso?

—Robert hizo los arreglos pertinentes, todo está bajo control... Además, esto me servirá como preparación para la gira que haremos al inicio del año —contestó Franz—. No te preocupes, tus fans estarán bien conmigo. Ellas ni siquiera van a extrañarte... —agregó el engreído rubio.

—No sé qué decir... —expresó Terry—. Bueno sí lo sé... —se acercó a ellos y después los abrazó con entusiasmo—. ¡Gracias! ¡Muchas gracias por su apoyo!

—Hijo, yo quiero que Candy y tú disfruten de una verdadera luna de miel —expresó el director—. Sería muy injusto hacerte regresar al trabajo tan pronto. Este momento debes disfrutarlo. Sabes por qué la llaman «Luna de miel», ¿No?

—Ese tipo de información ya no me interesa, así que, con su permiso... —dijo Franz, cubriéndose los oídos y haciendo un gesto de asco.

—Santo dios... ¡Siempre olvido que él es tu cuñado!

—Solamente lo hace por molestar, en realidad no está enojado. No te preocupes.

Richard aclaró su garganta e intervino finalmente en la conversación, de la que sólo había sido espectador y dijo:

—Yo me uno al deseo de Robert —El duque agitó un sobre y luego se lo dio a su hijo—. Quiero que disfrutes mucho tu luna de miel.

—¿Qué es esto? —preguntó Terry con interés.

—Es un regalo de mi parte, pero no lo abras ahora. Espera a verlo con tu mujer. Déjalo para cuando estén a solas y que sea una sorpresa para ambos.

—Gracias, papá —Terry le sonrió al duque y después lo abrazó con emoción.

—De nada hijo... lo hago con mucho gusto.

Terry buscó de nuevo a Candy con su mirada, ella ya estaba sola y al verlo mirándola, la joven esposa no tardó en acercarse a él y a los caballeros que lo acompañaban.

Por cinco horas los invitados mantuvieron entretenidos a la pareja de recién casados. A pesar de la prisa que tenían por irse, ambos jóvenes estuvieron a gusto y se divirtieron mucho en su fiesta. Atesoraron cada uno de los momentos vividos, desde su primer baile como esposos, hasta la serie de bochornosos y divertidos discursos que los amigos y familiares expresaron a la hora de ofrecer el brindis.

Al encontrarse sentada junto a Terry, sin nada más por hacer, que observar a la gente, Candy analizó cada una de las escenas que se dibujaban frente a sus ojos... estaba muy segura de que nunca en su vida había visto bailar a la señorita Pony, mucho menos a la tía abuela Elroy. Tessa y Archie, Patty y Stear, Dorothy y Albert, todos parecían tan contentos... inclusive, George, parecía estarse divirtiendo.

—¿En qué piensas? —preguntó Terry, al notar que Candy se había quedado callada.

—En lo bien que se la están pasando nuestros familiares ... —reveló, esbozando una sonrisa.

Terry tomó la mano de la joven y se apropió de ella, no dijo nada, solamente la miró a los ojos y le dio un beso en la comisura de los labios.

—Me parece que la hora de que se vayan, ha llegado... —anunció Eleanor, tomando por sorpresa a la joven pareja de enamorados—. No es que los esté echando de su propia fiesta —se excusó ella con diversión—. Pero, me gustaría que emprendieran el camino hacia la cabaña con un poco de luz del día, ¿no creen que eso es lo mejor?

—Eleanor... no necesitas persuadirnos para que aceptemos esa oferta —respondió Terry, mientras apretaba la mano de su esposa—. ¡Nos iremos ahora mismo! ¿Verdad, Candy? —Ella inevitablemente se sonrojó, pero sin dejar que la pena la embargara, tomó el bouquet de rosas blancas entre sus manos y dijo:

—Es la hora de decirle adiós a este ramo, ¿puedes ayudarme a reunir a las chicas? —preguntó Candy a Eleanor y la actriz de inmediato respondió:

—Claro que sí cariño.

Candy y Terry observaron a la actriz alejándose y ambos se sonrieron emocionados.

—Así que, nos vamos —dijo Terry con alegría.

—Por fin, nos vamos... —agregó Candy, demostrándole a Terry que estaba tan ansiosa como él.

—Anda... ve y arroja ese ramo, entre más rápido lo hagas, más rápido nos iremos... —Terry la observó caminar y dirigirse hacia dónde estaban Eleanor y Rita, las miró ayudándola para subir la escalinata.

Respiró sintiéndose pleno. Candy y él estaban unidos para siempre, apenas podía esperar para despedirse de todos e irse de allí y comenzar con su nueva vida.

—El auto ya está listo —avisó Albert, mientras extendía un juego de llaves—. Sé que tienes prisa, pero, intenta conducir con cuidado —bromeó el rubio.

Terry tomó las llaves, luego miró fijamente a su amigo.

—Gracias por todo... —expresó el actor con una sonrisa nerviosa —. No te preocupes, conduciré con cuidado.

Ambos guardaron silencio y enseguida dirigieron sus miradas hacia el grupo de chicas que anhelaban obtener el ramo de Candy.

—Espero que Candy afine su puntería, no quisiera casarme, no aún... —dijo Franz, uniéndose a ellos.

—Nosotros ya estamos comprometidos, así que si la chicas lo ganan, no tendría nada de especial... —agregó Archie.

—Y ya tenemos fechas, eso lo hace menos emocionante —confesó Stear, encogiéndose de hombros.

—Es hora de que sientes cabeza, Talbot... —señaló Terry—. Acéptalo, Karen es la candidata ideal para quedarse con ese ramo.

Albert sonrió divertido y después observó a Candy, lanzando el ramo con energía. Su sonrisa se hizo más amplia cuando vio que la nueva dueña del bouquet de bellas rosas blancas, era la mismísima Karen Klyss...

—Si deseas una boda lejos de la prensa, Lakewood está a tu disposición... —ofreció Albert—. Felicidades, Franz —añadió al tiempo que los otros chicos soltaban una escandalosa carcajada.


—¿De verdad recuerdas el camino? —cuestionó Candy observando a Terry, quien parecía estar muy concentrado en el sendero por el cual transitaban.

—Claro que lo recuerdo... —expresó él—. ¿Puedes confiar en mí, por favor?

—Está muy nevado allí afuera —se excusó la rubia—. Yo no tengo idea de dónde nos encontramos, así que, perdón pero no puedo evitar tener dudas...

—Te entiendo, pero, yo recuerdo el camino perfectamente, no te asustes, pronto llegaremos a la cabaña. Tenemos que ir más lento de lo normal pero ya casi llegamos.

Candy dirigió su vista hacia el frente para observar el camino, respiró hondo y se permitió relajarse, confiaría en Terry y no se preocuparía más.

—¿Tienes frío? —interrogó el joven, mientras la muchacha le decía que sí—. Dejé una frazada en el asiento trasero, tómala y cúbrete —Ella hizo exactamente lo que Terry le sugirió, después se acercó a él y recargó su cabeza en el hombro del joven actor.

—Me quedaré cerca de ti. Para que no tengas frío... —dijo Candy, logrando que Terry le dedicara una sonrisa.

—Eres una esposa muy atenta... —admitió, sin dejar de mirar el camino, Candy sonrió y a continuación, se reacomodó sobre el asiento, para posar un beso sobre la mejilla del muchacho—. Atenta y cariñosa... vaya... eso me gusta.

Ella se mordió los labios, reprimiendo las ganas que tenía de besar la boca del apuesto joven, después volvió a recostarse sobre su hombro y cerró los ojos por un momento. Sentía cansancio, frío y mucho sueño... lo único que deseaba era llegar a la cabaña y descansar...

«¿Descansar, Candy?»

Le preguntó su yo interno, riéndose a carcajadas de ella...

«No... esta noche tú no vas a descansar... ¡Esta es tu noche de bodas!»

Agregó su conciencia, haciendo que ella abandonara el estado relajado en el que estaba, y se enderezara de golpe sobre el asiento.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Terry, al verla reincorporarse de forma tan abrupta.

—Es que... por un momento creí haber olvidado algo —mencionó tomando su bolso, para disimular que buscaba alguna cosa.

Terry no le preguntó nada más, pero, sabía que ella estaba mintiendo. Ese era el tono de voz que Candy usaba cuando se sentía nerviosa, la conocía muy bien.

—Ya hemos llegado... —anunció, Candy inmediatamente elevó su vista para mirar hacia el sendero y sonrió entre emocionada y nerviosa, al encontrarse con la imagen de la cabaña—. Abrígate bien, afuera hace frío —advirtió el protector joven mientras Candy tomaba la frazada para colocársela por encima de los hombros.

Terry condujo hasta el pequeño garaje de la propiedad, se estacionó y apagó el motor del automóvil. Candy a su vez, tomó su bolso y luego abrió la puerta para salir del coche.

—Oh dios... lo había olvidado... ¿Puedes ayudarme? —preguntó ella al recordar que necesitaba ser auxiliada con su vestido.

—Sí... eso creo... —Terry salió del auto y después rio con soltura al ver que Candy estaba hecha un lío—. Nunca pensé que un vestido de novia ocasionara tantos problemas.

—Créeme cuando te digo que ni siquiera yo me lo imaginaba...

Terry le ayudó a salir y con toda la naturalidad agregó:

—Te lo quitaré en cuanto entremos a la casa y acabaré de una vez, con todos esos problemas.

Candy soltó una risilla, apretando la mano de Terry, conforme él le ayudaba a ponerse de pie. Una vez que estuvo fuera del automóvil ella tomó la cola del vestido, la enredó en su brazo y caminó junto a Terry.

—No hay tanta nieve como yo creía... —expresó la rubia al salir del garaje.

—Eso es porque en la mañana mandé a unos hombres para despejar la zona.

—¿Unos hombres?

—No los conozco, solo sé que viven en el pueblo y que necesitaban trabajo.

—Oh... —murmuró Candy al tiempo que pensaba en aquellos pobres hombres.

—También limpiaron el frente de la cabaña de Albert. Pienso que fue un buen día para ellos, el pago que recibieron fue bastante generoso —aclaró, para que Candy no se preocupara.

—Me alegra saber que encontraron un trabajo...

—La verdad es que este evento fue de beneficio para todos, Albert cree que activamos la economía del pueblo... —Terry rio y Candy también—. No deseo escandalizarte, pero la diferencia entre una boda de la nobleza y nuestra boda es casi nula...

Candy y él se miraron, luego ambos sonrieron y ella le dijo:

—Gracias por haber accedido a tener una boda así...

—No tienes nada que agradecer. Casarme contigo, era lo que yo más deseaba... yo habría sido capaz de hacer una boda en la luna, con tal de tenerte contenta.

Terry besó los labios de Candy, y luego la invitó a subir las escaleras del pórtico.

—¿Tienes las llaves? —cuestionó ella, temblando por el frío.

—Sí, aquí están —respondió, abriendo la puerta, después se acercó a Candy y la miró fijamente—. Pero espera aquí... —sugirió, impidiendo el ingreso de la chica—. Está un poco obscuro, déjame encender las luces.

Candy asintió y espero pacientemente a que Terry hiciera lo pertinente, mientras él desempeñaba esa tarea, ella observó el interior con cautela y esbozó una sonrisa al ver lo bello que lucía el lugar.

—Ya está listo... podemos entrar, pero claro, antes debemos honrar las tradiciones —Candy sabía que las mujeres recién casadas ingresaban a la casa siendo cargadas por el esposo, le alegraba saber que Terry no lo había olvidado—. Asegúrate de sostener la cola de tu vestido, no quiero caerme a medio camino

—Sí, claro. No deseo que, por honrar las tradiciones, terminemos en el hospital —ella rio divertida, y luego besó la mejilla de Terry. Amaba sentir su piel en sus labios y también amaba aspirar el aroma de su colonia, lo besó de nuevo, sin importarle nada.

—Estás aprovechándote de mí... ¿No te parece? —reclamó en tono divertido, al sentir que Candy lo besaba cerca de la oreja.

—Tú harías lo mismo si estuvieses en mi lugar... —La risa de Terry resonó en los oídos de la rubia, ella amaba escucharlo reír, así que no lo dudó más y le dio un rápido beso sobre los labios. Terry caminó hasta la puerta de la habitación, atravesó el umbral y continuó caminando hasta llegar a la cama—. ¿Quién hizo todo esto? —preguntó Candy, al ver la decoración de la alcoba.

—Alguien llamada Rita... ¿La conoces? —Terry sonrió y colocó a la chica sobre el colchón.

—Con que Rita ehhh... ¡Vaya! ¡Le quedó hermoso!

—Ella y George vinieron aquí a revisar los últimos detalles. Y al parecer se tomó la libertad de hacer todo esto...

Candy sonrió ampliamente al observar los elementos que adornaban la habitación, había flores por todos lados y también había una mesa con algunas cajas de regalo sobre ella. La rubia dejó de mirar la habitación y se sentó sobre la cama, observó a Terry aflojando su corbata de moño y luego lo vio despojándose del saco del esmoquin.

—Aquí tenemos un baño a nuestra disposición —avisó él, mientras caminaba hasta el privado y abría la puerta—. Si deseas ponerte cómoda y cambiarte de ropa, puedes hacerlo. Mientras yo iré trayendo el equipaje...

Candy lo miró fijamente, después se levantó de la cama y le preguntó:

—¿Me puedes ayudar con los botones del vestido? ¿Por favor?

Terry afirmó y sin dejar de mirarla se acercó hacia ella. Había estudiado el bendito vestido toda la tarde y obviamente también había planeado como deshacerse de él. Candy se colocó de espaldas, para que Terry desabotonara la parte trasera del vestido y él atendió la petición de inmediato, los ansiosos y helados dedos de sus manos, retiraron uno a uno los pequeños botones del vestido.

—Ya está... —mencionó el joven, mientras apretaba sus dedos con fuerza, controlando el impulso que sentía por seguir avanzando.

Candy volteó para verlo y luego de acariciar su rostro le dijo:

—No me interesa ponerme cómoda... —Ella buscó tomar su mano y agregó—. ¿A ti te interesa que me cambie de ropa?

—Candice, tu ropa es lo que menos me interesa en este momento... yo te quiero desnuda... —Candy cerró los ojos al sentir las manos de Terry, acercándola hacia él y después los abrió lentamente, para mirarlo—. ¡Quiero tenerte ya! —expresó desesperado—. Por dios... me estoy muriendo por hacerte mía...

—Entonces... quítame la ropa... —pidió ella, deseosa por comenzar.

Terry esbozó una sonrisa y acercó su boca a la de Candy, para regalarle un beso, ese beso que él había deseado darle desde el preciso momento en el que el sacerdote los declaró marido y mujer.

El castaño actor abandonó la boca de la joven y enseguida pegó su nariz a la de ella, para frotarla con ternura.

—Estoy ansioso por hacerlo... pero no te preocupes, no voy a comportarme como un animal —aclaró para tranquilizarla, pues él podía percibir el nerviosismo de la muchacha—. No temas, por favor...

—No temo... yo confío en ti y sé que te portarás bien conmigo.

—Pero estás temblando...

—Lo sé, mas... no creo que sea por nerviosismo...

—¿Ah no?

—No...

Él sonrió satisfecho, y a continuación, dirigió sus manos hacia el vestido de Candy. Retiró la parte de arriba con cuidado, ayudándole a ella a deshacerse de las mangas. Al verla libre de aquella estorbosa tela del atuendo de novia, él se sintió realmente sorprendido, pues no recordaba haberla visto usando una prenda como esa.

Mostrándose complacido, comenzó a bajar el resto de la vestimenta, dejando al descubierto el cuerpo de su esposa.

—Me gusta... —declaró Terry, observando a la muchacha de arriba hacia abajo—. Me gusta todo lo que veo... ¿Tu misión era volverme loco? —cuestionó, haciéndola reír.

—Elegí esta ropa pensando en ti... ¿Eso cuenta?

—Sí. Eso cuenta mucho... —Terry aflojó las horquillas del peinado de Candy y con delicadeza liberó la cabellera rubia y rizada que él tanto amaba, luego tomó las manos de ella y las dirigió hacia los botones de su camisa—. ¿Puedes ayudarme?

Candy sacó uno a uno los botones de aquella prenda y después de terminar con esa tarea, retiró la camisa del cuerpo de Terry para arrojarla hacia un lado. La rubia joven no tuvo reparo en acariciar la piel desnuda del muchacho, por algunos segundos recorrió con sus manos el torso de Terry, después, observándolo con atención, dirigió sus dedos hasta la hebilla del cinturón y la abrió con rapidez. Terry la miró sorprendido, pues ella no se detuvo en ningún momento y continuó hasta dejarlo en ropa interior.

Una vez que se vio libre del molesto pantalón. Él la besó profundamente y mientras lo hacía desabrochó los corchetes del delicado y sensual bustier que cubría los senos de ella. Dejó de besarle los labios para mirarla y luego recostarla sobre la cama.

—Te ves hermosa... —susurró en su oído, antes de posicionarse por encima de ella y besar su boca una vez más... fue un beso corto, porque él abandonó los labios, para luego descender poco a poco hasta encontrarse con los senos de la ella.

Sin que Candy se percatara él la liberó del liguero y luego de retirar los broches bajó su pantaleta, de pronto Terry dejó de besarla... ella le miró sorprendida, al sentir que él se acomodaba detrás de ella para abrazarla.

—Esta vez no tenemos prisa... —agregó antes de besar el cuello de la chica—. Esta vez voy a tomarme mi tiempo... —avisó, posando su mano sobre la parte íntima de Candy.

A partir de ese momento Terry hizo lo que deseó con ella y para Candy fue imposible no dejarse llevar, por aquellos juegos previos que a él le gustaba llevar a cabo.

—No voy a poder ser tierno contigo... —advirtió, antes de comenzar—. Perdóname, Candy...

—No quiero que seas tierno... —respondió la rubia, entre jadeos, tomando el miembro con su suave mano, acariciándolo, para dirigirlo hacia ella.

Terry inició con lentitud, lo hizo así a pesar de su necesidad, sin embargo, al ver la sonrisa que Candy le regalaba, supo que él ya no la lastimaba y entonces comenzó a moverse. Justo como lo advirtió, sus movimientos no fueron tan tiernos y lentos como lo acostumbraba. Había estado sin ella por mucho tiempo, en un mes y medio no pudo tocarla y eso lo tenía como loco, Candy estaba en la misma situación, así que no dudó en dejarse llevar por el ímpetu de él.

—¿Me amas Candy? —preguntó jadeando.

—Sí...

—¿Cuánto? —cuestionó, observando cómo ella se mordía los labios y lo miraba excitada—. ¿Cuánto me amas?

—Más que a mi vida... —confesó con esfuerzo, antes de liberar un prolongado gemido.

Él sonrió al escucharla gimiendo, acercó su boca al oído de la chica y mientras le susurraba cuánto la amaba y lo bien que se sentía al estarle haciendo el amor, experimentó un inmenso placer que lo llevó directamente hacía el cielo.

La respiración de ambos estaba tan agitada que, por largos minutos, nos dijeron nada, solo se abrazaron y permanecieron así, disfrutando del silencio. Una vez que se repusieron de tremendo encuentro, Candy preguntó:

—¿Estás bien?

—Sí... ¿Y tú?

—Hace rato creí que iba morir... —admitió ella.

—Yo me sentí igual... —dijo él, antes de darle un beso sobre la frente—. Fue tan intenso...

Candy sonrío y pintando de rojo sus mejillas contestó:

—Cada vez es más intenso... —sin agregar nada más, ella se levantó de la cama y tomó una de las sábanas para envolverse en ella.

—¿Por qué te cubres? —cuestionó Terry.

—Porque quiero. Además, ¡Tengo frío! —ella tomó su bolso y luego se dirigió al baño—. Ahora vengo, ¿de acuerdo?

—Sí, claro... tómate tu tiempo...

«Es atrevida la mayoría parte del tiempo y es realmente buena en la cama...», reflexionó Terry, mostrando una lujuriosa sonrisa, pues mientras estaba en entre sus brazos, la rubia olvidaba hasta su propio nombre... «Pero su desnudez aún le avergüenza? Algo estoy haciendo mal...», se recriminó mientras se levantaba y se dirigía hacia la pequeña mesa en la que Rita había dejado varias cajas con regalos, acompañadas de una charola con chocolates y otros dulces. Tomó un chocolate, se lo llevó a la boca y enseguida se dirigió a la chimenea, hacía mucho frío y lo mejor era encenderla.

—Has encendido el fuego... —dijo Candy, apareciendo detrás de él, sintiéndose divertida al verlo tan deshinbido, mostrándose bellamente desnudo.

—Hay que hacer uso de mis habilidades —respondió él—. ¿Por qué estás vestida? —cuestionó confundido, mirando a la joven.

—No estoy vestida... Digo... Esto es solo un camisón, uno muy corto... —Ella frunció el ceño e inmediatamente agregó—. Pensé que te gustaría...

—Me gusta, pero, me gustas más cuando estás desnuda... —Terry le sonrió y después le pidió—. Anda, no seas injusta y muéstrame tu bello cuerpo pecoso.

—Pero, hace frío...

—El fuego y yo te abrigaremos. Hazlo, preciosa... quítate ese camisón —Ella obedeció y se quitó el camisón que la cubría, quedando desnuda nuevamente—. Así está mejor... —aclaró él, al tiempo que tomaba la charola con chocolates y sorprendía a Candy, ofreciéndosela a ella.

—Se ven deliciosos...

—Lo están, pero ven, sentémonos aquí —sugirió Terry, dirigiéndose a sofá, al tiempo que tomaba un cobertor e invitaba a Candy acurrucarse a su lado.

—¿Y los obsequios? ¿No vamos abrirlos? —preguntó la rubia, mostrando aquella inocencia que le hacía tan especial.

—Sí, claro... ¡Abramos esas cajas! —Terry las tomó y una por una las llevó hacia una mesita de centro que tenían cerca del sofá.

Los presentes habían sido otorgados por los miembros de la familia: la tía abuela Elroy, la abuela Martha, Archie y Stear, Patty y Tessa, Franz y Karen, además de Eleanor, Rita y las señoritas del hogar de Pony. Eran regalos muy personales, acompañados de felicitaciones escritas que les hicieron reír por un largo rato.

—¿Qué es eso? —quiso saber Terry, al ver que Candy observaba fijamente una fotografía.

—Esto venía con el regalo de Franz... —Candy sonrió, mas, luego suspiró profundamente. Miró la imagen una vez más y dirigió su mirada hacia Terry—. Ellos... son mis papás... —dijo con voz entrecortada, extendiendo la fotografía para pasársela a su esposo.

Terry apenas podía creerlo. La imagen llenó sus ojos por completo y sintió la emoción de esposa como suya, miró una y otra vez a la pareja que lo observaba desde la fotografía y luego abrazó fuertemente a Candy.

—Así que ellos son los Bauer... —expresó Terry.

—Veronika y Erich —murmuró Candy, paseando sus dedos por la imagen, acariciando los rostros de los jóvenes que sonrientes le miraban—. Mi mamá y mi papá...

—¿Cómo es posible? ¿Cómo consiguió esto, Franz?

La rubia tomó el mensaje de su hermano y se lo prestó a Terry, él lo leyó y se enteró de que gracias a la ex nana de los Talbot, el rubio muchacho había contactado a sus parientes en Alemania y que ellos, al enterarse de la existencia de Candy y de su próxima boda, habían mandado ese presente para ella.

—También me mandaron una carta... —dijo ella—. Pero, necesitaré ayuda para traducirla, todo está en alemán...

—Pues ya que tu hermanito nos mandó un diccionario, será muy fácil traducirla, no te preocupes, yo te ayudaré hacerlo.

Candy esbozó una brillante sonrisa, después con mucho cuidado, guardó la extensa carta que alguien llamado: Saskia Müller le había mandado, ella aún no se enteraba pero aquella mujer era la tía abuela de su madre y gracias a ella, Candy y Franz podrían saber todo sobre su desaparecida familia.

La rubia observó a su esposo y le dijo:

—Ha sido un día maravilloso. Todas estas muestras de cariño... ¡Somos muy afortunados! —Candy emitió un largo suspiro, Terry tomó el saco del esmoquin que había usado y enseguida sustrajo el sobre que había guardado en una de las bolsas internas.

—Hay una sorpresa más... —indicó el castaño, ofreciéndole el sobre a Candy.

—¿Qué es esto?

—Un regalo de tu suegro. Me pidió que lo abriéramos cuando estuviéramos a solas.

Candy abrió el sobre con cuidado y leyó el mensaje de Richard, cuando terminó de leerlo, observó los boletos de tren y también un papel que develaba los datos precisos que les llevarían a su destino vacacional. Ella abrió los ojos con sorpresa, pero luego se mostró confundida, pues Terry y ella habían planeado viajar a Manhattan a primera hora del lunes. Ella sabía que Terry tenía que presentarse en el grupo teatral a media semana.

—¿Qué dice el mensaje? —cuestionó Terry.

—Tu papá nos ha regalado un viaje de bodas...

—Eso ya lo imaginaba, pero ¿Cuál es el destino? —Candy le extendió los boletos y Terry sonrió al ver las palabras Miami, Florida escritas en aquel papel impreso.

—No podremos ir... —murmuró la chica.

—Claro que podemos... —Él tomó el rostro de Candy entre sus manos y la besó en la punta de la nariz—. Robert me dio un par de semanas como vacaciones.

—¿Bromeas?

—¡No! Jamás bromearía con eso...

—Entonces... ¡Tendremos nuestro viaje de bodas!

—Lo tendremos... No tan extenso como quisiera, pero esto es algo mejor que lo que ya teníamos planeado, ¿verdad?

—¡Lo es! ¡Oh Terry! ¡Será tan divertido! —exclamó emocionada.

—Nuestro primer viaje... ¡Sin ninguno de tus chaperones!

Ambos rieron alegremente y luego se miraron con detenimiento... Por primera vez en sus vidas, eran libres de disfrutar de su amor, eran tan libres que apenas podían creer que su realidad, no fuera un alocado sueño.

—Te amo tanto Terry... —dijo Candy, antes de abrazarse con fuerza a su marido.

—Y yo te amo más... —declaró él, haciéndola reír, pues después de todo él siempre deseaba ganarle.

—No todo será fácil. No siempre habrá miel entre nosotros.

—Tienes razón. Habrá risas y habrá lágrimas, justo como sucede en una buena obra de teatro —explicó él—. Pero dime, ¿qué matrimonio no discute por algo y más tarde ríe por esa tontería?

—Todo buen matrimonio tiene discusiones y reconciliaciones —dijo ella, mientras recordaba la plática que sostuvo con Eleanor y la tía abuela.

—Y conociéndonos, la reconciliación será escandalosa... —Terry le miró a los ojos y luego agregó—. No puedo esperar a tener nuestra primera discusión.

—Eres un tonto... —El actor sonrió al ver que ella fruncía el ceño, y después se acercó más a ella para besarla en los labios.

—No tenemos más regalos que abrir, ni más chocolates o dulces que comer, ¿qué hacemos ahora? —preguntó ella, dejando su lado inocente y permitiendo que una traviesa sonrisa iluminara su rostro.

—Haremos la que los recién casados, hacen en su noche de bodas —contestó Terry, observándola con deseo, mientras se levantaba del sofá y extendía su mano para ayudarla a levantarse—. Haremos el amor una y otra vez, hasta cansarnos —Le dijo a la rubia, elevándola y llevándola de nuevo hasta la cama, aquel lugar de dónde difícilmente saldrían, para despedirse de la familia y emprender su viaje de bodas.

FIN