"Inesperado"

Lady Supernova


Epílogo


Cinco años después

Grandchester Castle, Long Island.

Candy ya había organizado todas las habitaciones del segundo y tercer piso, se había cerciorado de que todo estuviese listo para la celebración del día de Acción de Gracias y también para su festejo de aniversario de bodas.

Cinco años habían transcurrido desde que ella se casó con Terry, y toda su familia, había decidido viajar desde Illinois para festejar junto a ellos. Las fechas de celebración habían coincido por completo en ese año y eso la hacía tan especial que ella y Terry no dudaron en celebrar por lo alto.

Estaba realmente exhausta, pero, al percatarse de que ya todo estaba listo, se sintió satisfecha por resolver las tareas sin el auxilio de la gente del servicio, pues, ella era perfectamente capaz de ordenarlo todo.

—Mamá... —murmuró una vocecita, mientras Candy abandonaba sus pensamientos y volteaba para encontrarse de frente con el dueño de esa tierna voz, su hijo mayor, un pequeño al que ella y Terry habían llamado, Ronan.

—Oh, por dios... ¿Qué fue lo que hiciste? —cuestionó ella con preocupación, al ver que el niñito le mostraba un barco de madera, hecho trizas—. Este barco es de tu abuelo, Ronan, querido mío, ¡te dije que no tomaras nada de esa habitación!

—No quería romperlo... ¡Se rompió solo! —explicó él, sin ser capaz de entender cómo fue que el barco terminó por hacerse pedazos.

El pequeño rubio la miró con ojos llorosos y acongojado dejó que su llanto se desbordara. Ronan tenía sólo cuatro años y era curioso por naturaleza, no quería regañarlo, sin embargo, ella tenía el deber de llamarle la atención.

—Hijo, cuando te pido algo, yo espero que me obedezcas. Esta casa es de tu abuelo y sus cosas tienen que ser respetadas —Los azules ojos de Ronan no paraban de llorar, y sin poder contenerse por más tiempo se abrazó a Candy, buscando ser perdonado—. No llores más, cariño... —pidió, apretando su abrazo—. Ya nada se puede hacer para repararlo, pero, mañana cuando llegue el abuelo, tú tendrás que pedirle una disculpa, ¿de acuerdo?

—Sí, mami... —El chiquillo comenzó a tranquilizarse, después Candy le limpió las lágrimas y lo besó en ambas mejillas. Lo amaba tanto y aunque fuera tan travieso, no podía estar enojada con él.

—Ven y ayúdame acomodar tu cama para que puedas dormir.

Terry observó la escena desde el umbral de la puerta, él se percató de que Candy tenía todo bajo control y por ello decidió no intervenir. Se alejó en silencio, luego caminó hacia su habitación para ver cómo estaban sus otros dos hijos.

—¡Papá! —exclamó Cedric, un pequeño de dos años y medio, quien corrió hasta los brazos de Terry, sujetándose con fuerza de él, demostrando alivio por verlo.

—¿Qué pasa campeón? —cuestionó Terry, besando la perfecta y suave mejilla de su hijito.

—Mira papi... —murmuró el niño, señalando hacia el suelo, para que observara lo que su hermana menor hacía.

Adaline tenía ocho meses, sin embargo, su edad no era impedimento para que no le diera rienda suelta a la curiosidad y a las travesuras.

—Por dios... —expresó el actor, esbozando una sonrisa al tiempo que observaba el desastre que estaba haciendo la bebé. Adaline abrió parte del equipaje de Candy y había sacado ropa, zapatos y cuánto accesorio que estaba resguardado allí—. Cariño, ve con Ronan y con tu mamá — pidió Terry a Cedric y este de inmediato obedeció—. Tú y yo, vamos a poner esto en orden —le dijo a Adaline, mientras ella lo observaba y se reía—. No es gracioso señorita traviesa, así que no se ría por favor —agregó, conforme Adaline balbuceaba algo y se echa a a reír nuevamente.

Ella era igual a Candy y aunque sus otros dos hijos también eran rubios, Adaline era la única que se parecía en todo a su esposa, los ojos, el cabello rizado, era Candy en una versión pequeña y estaba seguro que era una versión mucho más traviesa.

—Sabes que te adoro y por eso me tratas como tu esclavo particular, ¿verdad?

Terry tomó cada una de los objetos y prendas que Adaline había arrojado afuera de la maleta y luego las acomodó con cuidado. La chiquita lo miró con atención y cuando él acabó de poner todo en su lugar, ella se alejó gateando sobre la alfombra yendo directamente hasta la otra maleta que tenía a su disposición.

Él no la dejó llegar tan lejos, la tomó entre sus brazos y la elevó para llevarla junto a sus hermanos.

—¡No más travesuras por hoy! —advirtió, mientras Adaline le daba un beso y se acurrucaba en su pecho, dando a entender que ya desea a dormirse.

En la habitación de los niños, Ronan y Cedric estaban siendo preparados para dormir, Candy les había colocado sus pijamas y les estaba ayudando a meterse en la cama.

—Te falta una... —indicó Terry, señalando a la chiquita que llevaba en brazos.

Candy tomó a la bebé y le ofreció un biberón. Adaline de inmediato lo tomó y sonriente, se dejó arrullar por su mamá.

Terry se quedó en el umbral de la puerta, observando en silencio, mirando como su mujer atendía a cada uno de los niños. Adoraba ese momento del día y siempre trataba de estar presente en ese tierno ritual. Le sanaba el alma darse cuenta de que sus hijos eran niños amados y absolutamente felices.

—Les contaré un cuento y cuando se duerman voy contigo —murmuró Candy, mientras él se acercaba a ella y le hablaba en secreto:

—Espero que sea un cuento corto —expresó mirándola fijamente, al tiempo que ella sonreía y se sonrojada, anticipando lo que él le diría a continuación—. Me muero por hacerte el amor... —Terry la besó fugazmente en los labios y después se marchó a la habitación, mientras, Candy permaneció al lado de sus hijos hasta que los tres se durmieron.

Cuando la rubia llegó a sus aposentos, Terry ya la estaba esperando. En cuanto ella atravesó el umbral de la puerta, la tomó en sus brazos y la llevó directamente a la cama.

—Aprovechemos el tiempo... —pidió antes de comenzar a desnudarla, estaba ansioso por iniciar, pues, sus hijos siempre despertaban de madrugada y buscaban dormirse junto a ellos, imposibilitando cualquier encuentro íntimo entre él y su esposa.

—Los niños están muy cansados, no creo que se levanten de la cama esta noche... hoy jugaron todo el día.

—Tienen tu energía, Pecosa ¡Así que permíteme dudar de tu suposición!

—Eres un odioso...

—Pero... así me amas, ¿no? —preguntó Terry apretando a Candy contra él, haciendo que ella sintiera su impaciente virilidad.

—Sí... así te amo... —contestó con la voz cargada de deseo.

Candy ya no se hizo de rogar y permitió que su esposo dispusiera de ella, lo amaba y definitivamente adoraba estar entre sus brazos. A sabiendas de que era un «día seguro» permitió que sus instintos se desataran.

Esa noche ella y Terry disfrutaron de su tiempo sin interrupciones, por primera vez en meses, pasaron un bello y largo momento a solas. Durmieron solo un par de horas antes de regresar a su rutina diaria, rutina que se vería ligeramente cambiada por la llegada de los visitantes.


Un nuevo día había llegado y lo había hecho acompañado de una nueva aventura, ya que, era el primer día de Acción de Gracias que pasaban en Nueva York y eso le daba el toque perfecto, para hacer de su celebración una cosa muy especial.

—Terrence... por favor... —le rogó Candy, haciendo que su esposo esbozara una descarada sonrisa y respondiera:

—Ayer en la noche era Terry... dime... ¿Por qué ahora me llamas Terrence?

Ella le dio un ligero empujón y Terry rió a carcajadas.

—Sigues siendo un atrevido —reclamó Candy, reajustando su vestido.

—Eso te pasa por provocarme... —Él se acercó hasta Candy y enseguida buscó sus labios, para devorar su boca una vez más. Para él no había sido suficiente, la noche que pasaron juntos, y se lo dejó muy claro a la muchacha.

—Terry, mi amor... por favor deja esto... anda, no querrás que los empleados nos vean así...

—Todos están en la cocina y la cocina está lejos...

—Pero, me preguntan cosas a cada segundo, y no tardan en aparecer por aquí...

—Es por eso que no me gusta tener gente a mi servicio.

—Tampoco a mí me gusta, sin embargo, esta es la casa de tu padre y ellos son sus empleados. Además, ¿cómo podemos prescindir de su ayuda? Los necesitamos más que nunca.

Terry dejó de jugar y tomó la mano de Candy, ella le dio un apretón y juntos caminaron hacia la estancia para ver qué estaban haciendo sus pequeños hijos.

Ronan y Cedric corrían de un lado a otro, chocando sus pequeños autos contra los muebles, mientras que Adaline jugaba cerca de una mesa y jalaba el cable de una de las lámparas nuevas.

—Santo Dios... creo que llegará el día en el que los vamos a encontrar, colgados de un candelabro u algo así... —dijo Terry, preparándose para regañarlos, Candy le permitió ingresar primero, y le dio el visto bueno a que él ejerciera su autoridad. Los chiquillos le hacían caso de inmediato, cuando lo veían molesto—. ¡Quiero que dejen de hacer lo que están haciendo, ahora mismo! —gritó enojado—. Ronan y Cedric, dejen de maltratar los muebles y siéntense —Terry caminó hasta Adaline y la miró con molestia, ella de inmediato dejó el cable de la lámpara y extendió sus brazos para que la cargara.

—Chicos, les hemos dicho que los muebles no se golpean... —les recordó Candy, observando a los dos niños mayores. Mientras Terry llevaba Adaline al corral de juegos—. Jueguen cuánto quieran, pero, no dañen las cosas del abuelo, si siguen haciendo eso, él nos echará.

—Así es y pasaremos el día de Acción de Gracias en la calle —agregó Terry.

—¡Mi abuelo no es malo! ¡Él es muy bueno! —aclaró Ronan.

—Y precisamente por eso, tienes que dejar de maltratar sus cosas, obedece por favor... —le dijo Candy, mostrándose molesta.

—No lo haré más... —prometió Ronan, mostrándose apenado.

—¿Y tú Cedric? —preguntó Terry, mirando al bebé—. ¿Vas a portarte bien?

—Sí, papi...

—Está bien, vayan a jugar.

Ronan y Cedric siguieron jugando, pero dejaron la rudeza a un lado. Adaline por su parte los miró desde su corral, ella era la perdición de ambos así que no tardaron en sacarla y llevarla junto a ellos. Los tres se sentaron sobre el sofá, Terry abrió su libreto para estudiar y Candy y Adaline, jugaron entre ellas.


Dos horas más tarde. Terry observó a través del ventanal y se dio cuenta de que los invitados comenzaban a llegar.

«Cumplieron con su amenaza ¡Han llegado!», pensó con diversión al ver que los Andrew, los Cornwell y los Talbot arribaban a la mansión.

Cerró el libreto que había estado leyendo y respiró con alivio. La historia era grandiosa y el papel ofrecido le representaba todo un reto. Estaba dispuesto aceptarlo, se sentía sumamente orgulloso del novato escritor, cuya carrera estaba a punto de despegar. Apenas podía creer que su joven ex asistente tuviera tanto talento como escritor.

—Ronald Harris... —murmuró de buen agrado—. Ahora eres tú quién me da trabajo a mí...

La algarabía de los recién llegados, se escuchaba hasta la estancia y tanta fue la emoción de Ronan, que abandonó el salón y corrió a través del pasillo, estaba ansioso por encontrarse con la familia de su madre.

Terry caminó detrás de su hijo, segundos después llegó al vestíbulo y se encontró con los visitantes. Contento, les dio la bienvenida: Albert, Archie y Stear, de nuevo estaban allí y eso, lo llenaba de alegría. Les saludó con gusto y les dio un abrazo a cada uno.

—Grandchester, tú y yo siempre nos vemos, así que no necesito un saludo tan efusivo —dijo Franz, mientras todos los hombres reían.

—También tengo un abrazo para ti, cuñado. No te pongas celoso, por favor... —Terry jugó con Franz, sabiendo lo mucho que el rubio odiaba sus bromas—. ¿Alguien gusta un trago? —preguntó el actor y todos dieron una respuesta positiva.

Minutos más tarde los cinco hombres se encontraban en el salón, poniéndose cómodos y listos para beber una reconfortante bebida.

—Este es el mejor whisky que he probado —dijo Albert, saboreándolo y mostrándose sorprendido por su calidad.

—Es de la reserva especial de mi padre...

—El whisky de un duque... ¡Imaginen eso! —expresó Franz—. No se molestará porque lo tomamos, ¿o sí?

—No Franz, claro que no lo hará...

—Y... tus padres, ¿nos acompañarán en los festejos? —preguntó Archie con cautela.

—Sí, por supuesto. Han planeado pasar las fiestas en Estados Unidos, pasando navidad ellos y mis hermanos se irán de vacaciones al Caribe... —dijo Terry con toda la naturalidad del mundo, aún y cuando él mismo, no terminaba de acostumbrarse a la nueva relación que compartían sus padres.

—¿Tus hermanos están aquí en Nueva York? —preguntó Franz.

—No. Ellos aún están en el colegio y no pudieron viajar, llegarán para las fiestas de diciembre.

Esos cinco años habían cambiado a todos. La duquesa de Grandchester había muerto dos años después de la boda de Candy y Terry, y dos años más tarde, fue cuando Richard y Eleanor unieron sus vidas en matrimonio.

—Me dará gusto ver a Eleanor... —apuntó Stear, haciendo que su hermano le mirara con espanto, el inventor era muy insolente, y Archie temía que dijera algo tonto.

—Y a ella le gustará verlos a ustedes, créeme, siempre me pregunta por sus tres fanáticos locos...

—¿Tres? —preguntó Archie, mientras fruncía el ceño.

—Franz, comparte el mismo fanatismo enfermo que ustedes... —declaró Terry.

El rubio hermano de Candy sonrió pícaramente, mientras que Albert los miraba y no podía evitar reprimir una carcajada.

—Vaya... pues deberían iniciar su propio club de fans, ¿no les parece? —preguntó el patriarca del clan, haciéndolos reír nerviosamente.

Terry soltó una carcajada y luego los miró a todos, aceptando para sí mismo que los había extrañado mucho y que estaba muy contento por volver a reunirse con ellos. Ese día era para dar gracias y él agradecía profundamente el tener amigos como esos.

—Santa madre... ¡Apenas puedo creer que ya somos cinco años más viejas! —expresó Karen, observando a su alrededor—. Hace exactamente cinco años estábamos celebrando y además esperando tu boda —le dijo a Candy—. Y ahora todas somos unas señoras con esposos demandantes e hijos traviesos.

Candy observó a su sobrino Erich y sonrió divertida, Erich el primer hijo que tuvieron Karen y Franz, era de la edad de Cedric, pero era mucho más inquieto.

—El tiempo vuela, tienes razón... Pero no creo que nos haya ido tan mal, ¿o sí? —Candy volvió a mirar a los niños, todo ese pelotón de pequeños la tenía encantada, adoraba que sus hijos se divirtieran al lado de sus primos. Miró hacia otro extremo del salón y se dirigió hasta Patty y Tessa, para ofrecerles una taza de té.

Patty observó al pequeño Erich y a Cedric jugando con su hija, Audrey, ella compartía edad con ellos, y se le veía muy emocionada por tener compañeros de juego.

—Me alegra ver a mi Audrey jugando —le hizo ver Patty a las chicas—. Dios sabe que ella necesita compañía en estos momentos, mi pequeña lo ha pasado mal en este último mes...

Candy asintió, conteniendo las ganas de llorar, pues el fallecimiento de la abuela Martha era tan reciente que no podía evitar sentirse triste.

—Estos días le servirán para alegrarse un poco —indicó Candy—. Ella estará muy contenta aquí, ya verás.

—Gracias Candy —Patty la miró con ojos llorosos, pero luego le sonrió y más serena agregó—. A Stear y a mí también nos ayudará pasar unos días aquí. De verdad, gracias por estar con nosotros.

—No hay de qué, amiga... Yo siempre estaré con ustedes.

Tessa arrulló al pequeño que tenía entre sus brazos, y suspirando reacomodó su cobija, Aaron estaba muy cansado para estar junto a sus primos y había preferido dormir. Caso contrario de su hermano mayor: Malcolm que no dudó en ir al lado de Ronan y Charles, el hijo de Albert.

—Gracias Candy —dijo Tessa, tomando la taza de té que Candy le ofrecía—. Huele delicioso, vas a tener que compartir tu secreto conmigo...

—Lo haré con mucho gusto.

Candy se dirigió hasta Dorothy y la tía abuela.

—Y... café para ustedes... —ofreció mientras Dorothy le ayudaba con la charola.

—Gracias querida, y por favor que esto quede entre nosotras... No se lo digan a William —recomendó Elroy—. Está insoportablemente quisquilloso con mi dieta.

Dorothy sonrió y Candy también.

—No le diremos nada, pero, no debe abusar del café, ¿de acuerdo? —advirtió Dorothy.

—No lo haré niña, no lo haré. Anda deja que yo disfrute de esto, ahora, que no está ese esposo tuyo por aquí —La tía abuela suspiró con alivio y bebió de su taza de café—. ¿Dónde están tus suegros, Candice? —preguntó con interés, mientras Candy miraba el reloj de la estancia.

—Deben estar por llegar... Rita y George los traerán desde Manhattan.

Elroy se mostró satisfecha, y entonces confesó:

—Me dará gusto verlos.

—Estoy segura de que ellos también estarán gustosos de encontrarse con usted tía.

Minutos más tarde, Richard Grandchester llegó junto a Eleanor, Rita y George, completando el cuadro, para dar inicio a la celebración.

En cuanto los niños Grandchester se dieron cuenta de la llegada de sus abuelos, corrieron para recibirlos y Richard y Eleanor, no dudaron en cargarlos y llenarlos de mimos.

—Abuelo rompí el barco de tu habitación —anunció Ronan de inmediato, deseando quitarse ese peso de encima—. Perdóname por favor.

—Era un viejo barco, se rompería en cualquier momento, no te preocupes cariño. No estoy enojado contigo.

Eleanor intentó no reírse, y mirando a Rita y a George susurró:

—Ese era su juguete favorito, cuando era niño...

—Es que, los niños pueden quemar este castillo y Richard seguirá diciendo que no interesa —murmuró Rita, esbozando una burlona sonrisa.

—Querida... esperemos que eso no suceda jamás —agregó George, tomando la mano de Rita, para que no entrará en controversia con Richard. Ella entendió esa silenciosa petición y fingiendo inocencia, sonrío.

—¿Cómo estás cariño? —preguntó el consentidor Richard cargando a Cedric para darle un beso.

—Bien... ¿Me trajiste un regalo?

—Claro que sí... ¡Te traje muchos! —exclamó el duque, mirando al emocionado niño—. ¿Dónde está esa hermana tuya? ¿La has cuidado como te pedí? —Cedric afirmó y luego apuntó hacia Candy, quien llevaba a la traviesa Adaline en brazos.

—¡Bienvenidos! —dijo la rubia, seguida por Terry. Saludando efusivamente a los recién llegados.

Eleanor y Richard no pudieron ocultar su emoción al verlos y víctimas del sentimentalismo que les invadía no reprimieron las ganas de abrazarlos con fuerza y dar gracias por encontrarse con ellos una vez más.

—Madre... padre... —expresó Terry con voz entrecortada por la felicidad de tenerlos cerca—. ¿Qué les parece si pasamos al comedor?

—Claro, cariño nos parece perfecto —contestó Eleanor, mientras tomaba en brazos a su nieta y la llenaba de besos.

—Anda, nosotros te seguimos —agregó Richard—. Tú eres nuestro anfitrión.

—Pero, esta es tu casa...

—No, nada de eso. Esta casa también es tuya... ¿O crees que es de broma cuando te digo que puedes usarla cuando tú quieras? —Richard palmeó cariñosamente la espalda de su hijo—. Anda, no hagas esperar a los invitados, ni tampoco a mi estómago.

Eleanor le miró emocionada y Terry, entonces se dirigió al comedor, para esperar a que todos los invitados se ubicarán en sus asientos y dar paso a la celebración, en dónde él sería el encargado de dar las gracias.


Después de la cena y del bello, pero agotador día que vivieron, los niños Grandchester, habían hecho planes para quedarse muy cerca de sus padres. Contrario a lo que Candy y Terry pensaban, la presencia de otros niños en la casa, no modificó aquel comportamiento de querer quedarse junto a ellos...

—Ronan escuchó muchos cuentos de terror, Malcolm y Charlie debieron asustarlo... —expresó Candy, mientras Terry se lavaba los dientes y la veía a través del espejo—. Pero, no te preocupes, mañana todo será diferente... —Terry la miró con curiosidad y Candy explicó—. Eleanor y Richard se han ofrecido para cuidarlos, y después de la fiesta tú y yo podremos estar a solas...

Terry terminó de lavarse de los dientes y luego contestó:

—No te comprendo...

—No creo que necesites mayor explicación, querido... —Ella sonrió y se acercó para darle un beso en la mejilla—. Ya lo descubrirás mañana.

—¿Es una sorpresa que has preparado para mí?

—Algo así...

—Pues estoy ansioso... —declaró, tomándola por la cintura, para poder besarla en los labios—. Aunque claro, no sé cómo es que mis padres lograrán mantener entretenidos a los niños —mencionó con toda la intención de que Candy le hablara con claridad, pero, ella no fue tan honesta como le hubiese gustado ser en esos momentos.

—Les trajeron muchos regalos, los niños no nos van extrañar, créeme.

—Estoy sospechando que tus suegros tienen un obsequio muy particular en mente, uno que ni siquiera saben si yo quiero aceptar.

Candy ya sabía de dicho presente, ella estaba tan deseosa de verlo, tal y como lo estarían sus hijos si supieran de lo que se trataba. Desvió su mirada para no reírse y enseguida tomó un cepillo para peinar su rizado e imposible cabello.

—No sé de qué hablas...

—¡Eres increíble Candice! ¡No hay diferencia entre los niños y tú! —exclamó Terry, retándola con la mirada—. Más te vale que la noche que pasemos a solas, valga la pena.

—Pues mañana lo descubrirás —dijo ella, sonriendo—. Te darás cuenta de lo mucho que valdrá la pena.

—No me digas... ¿Qué harás para convencerme de aceptar a una inestable y ridícula mascota? —cuestionó él, esperando a que ella entrará en su juego y le propusiera algo tentador.

—Haremos lo que desees... ya lo verás mañana... —insistió ella, sin soltar prenda.

—¿Lo que sea? —preguntó nuevamente, pegando su cuerpo al de ella.

—Lo que tú quieras —contestó nerviosa, pues, Terry la miraba con deseo, al tiempo que le pasaba su mano por encima de los senos...

—¡Mami! ¡Queremos un cuento! —gritó Ronan,

Los esposos sonrieron y pronto, dejaron su juego de seducción a un lado, después el castaño dijo:

—Iré yo... mientras tú prepara la cama...

—Entonces, ¿sí pueden quedarse con nosotros?

—Sí, hoy es un día especial y nos vendrá bien estar juntos... además... mañana nos escaparemos, ¿no?

Candy sonrió y besó nuevamente a su esposo.

—Sí, así lo haremos —contestó con alegría.

—Bien, preciosa... entonces arregla la cama.

Mientras Candy acomodaba la cama y escuchaba a Terry narrando la introducción de "Un cuento de navidad" a sus niños, tuvo un pequeño flashback y recordó cómo se veían las cosas años atrás, cuando ella y Terry se separaron y renunciaron a su amor a causa de Susana Marlowe. Suspiró con pesadez ante esos dolorosos recuerdos, luego volteó para observar a su familia... ladeó levemente su cabeza y entonces, sonrió al ver a los tres pequeños rubios cerca de Terry, mirándolo con atención, riendo a carcajadas por su actuación como el viejo y gruñón señor Scrooge.

Los malos recuerdos de aquellos años se desvanecieron y cuando se recuperó de aquel trance, se unió a sus tres niños, para escuchar el cuento que Terry estaba narrando.

Adaline y Cedric se durmieron después de un rato y Ronan, contagiado por el profundo sueño en el que sus hermanos habían caído, también se les unió.

Terry los llevó a la cama, y uno por uno los acomodó sobre el colchón Candy se acomodó a un lado de Adaline y Terry a lado de Ronan, Cedric había quedado enmedio, profundamente dormido, pero, con una enorme sonrisa en el rostro. Afortunadamente era una cama enorme y los pies de Candy y Terry no llegaban a colgar con incomodidad, tal cual les sucedía en su casa de Manhattan.

—Soy un hombre muy afortunado... —expresó él, mirando a los tres pequeños y a su esposa.

—¿Nos quieres a pesar de que te damos lata todos los días? —cuestionó ella acariciando la quebrada y rubia cabellera de su pequeño Cedric.

—Aun así... ustedes cuatro, son y siempre serán lo mejor que me ha sucedido.

—Te amo, Terry... —susurró ella.

—Y yo te amo aún más, Señora Pecas... —dijo él, observando cómo su esposa sonreía y cerraba sus soñolientos ojos.

Terry respiró hondo y entonces sonrió satisfecho, esos cinco años habían sido el lustro más feliz de su existencia. Miró de nuevo a su esposa, a sus niños y entonces dio gracias a Dios por haberlo bendecido con todos ellos.

Entró en comunión con aquella fuerza tan poderosa y mentalmente le prometió cuidar siempre de Candy, de sus pequeños y de los hijos que él le quisiera mandar.

Terry hizo un gesto, pues, recordó que la familia crecería por la mañana, aun y cuando él no lo deseara...

«Sí, sí... también cuidaré de esa... cosa. Gracias por eso también», pensó, cerrando los ojos para poder descansar ¡Estaba terriblemente exhausto!

Él ni siquiera lo imaginaba, mas, en ese preciso momento a su casa y a su pequeña familia, ya se había colado una adorable cachorrita de Cocker Spaniel, misma que sería su completa perdición, a partir del momento en el que la conociera y la sostuviera entre sus manos.