"Inesperado"

Lady Supernova


Escena extra #1


«Mami»

Susurró una lejana vocecita, en el oído derecho de Candy.

«Despierta mami»

Ordenó otra vocecilla, llamándola en el lado izquierdo.

Los ojos de Candy comenzaron abrirse y aquellas lejanas voces en sus oídos, se transformaron en escandalosas risitas.

— ¡Ya se despertó! —gritó Ronan, al tiempo que agitaba un pequeño bouquet de rosas, sobre la cara de Candy—. Mira mami, tengo un regalo para ti.

—Y yo también... —expresó el pequeño Cedric, mostrándole una caja delgada y rectangular.

Candy sonrió conmovida e inmediatamente se reincorporó para atender a sus hijos, quienes muy contentos, le ofrecían los regalos que Terry había comprado para ella. Ronan le dio un besito apresurado sobre la frente, mientras que el cariñoso y dulce Cedric la besó en ambas mejillas y se abrazó a ella con ternura.

—La pequeña princesa, también tiene algo para ti... —dijo Terry, colocando a la bella Adaline cerca de Candy, la bebé le entregó una pequeña caja y enseguida se le acomodó sobre el regazo, justo a un lado de su hermanito Cedric.

—¡Esta ha sido una maravillosa sorpresa! ¡Gracias mis niños! —exclamó Candy mientras extendía sus brazos para que Ronan también se acercara hacia ella... amaba tanto a sus hijos. Se sentía tan conmovida, que apenas podía contenerse para no romper en llanto. No quería asustarlos con sus lágrimas, así que, optó por ser valiente y aguantarse las ganas de llorar.

—¿Mami, me das de tus chocolates? —pidió Ronan.

—Así que... ¿Estos son chocolates? —cuestionó Candy, riendo.

—¡Sí mami! ¡Son muchos! —exclamó Cedric con su vocecita cargada de alegría.

—Entonces, hay que abrirlos —Candy quitó la envoltura de la caja y rápidamente la abrió para dejar que sus niños tomaran un par de chocolates.

—Definitivo, con estos niños no se pueden guardar secretos.. —mencionó Terry cruzándose de brazos, ocultando lo gracioso que le parecía, la indiscreción de esos dos diablillos.

Candy rio sonoramente, luego tomó la caja que Adaline le entregó, y preguntó:

—¿Alguien sabe qué es esto?

Ronan y Cedric negaron.

—Adaline es la única que sabe... Pero afortunadamente ella no dirá nada, así que te toca descubrirlo por ti misma —apuntó Terry sintiéndose aliviado por haber sido mucho más cuidadoso con ese regalo.

Candy emocionada abrió el presente, muy pronto sacó una fina cajita de terciopelo y la abrió para ver su contenido.

—¡Oh Dios! ¡Es hermoso! —exclamó al observar un delicado colgante en forma de corazón, mismo que Terry había mando hacer especialmente para ella—. Gracias, Terry... —añadió mientras lo miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—Feliz quinto aniversario... —mencionó él, acortando la distancia que había entre ambos, pues, precisaba estrechar a Candy entre sus brazos—. Te amo, preciosa... —susurró en su oído, haciéndola reír.

—Feliz aniversario, también te amo mi amor...

Olvidándose de los niños por un momento, Candy y Terry unieron sus labios en un beso, fue un intercambio muy breve, pero, resultó lo suficientemente íntimo como para provocarle incomodidad a Ronan, el hijo mayor, quien como de costumbre les obligó a separarse.

—El abuelo tiene regalos para nosotros —les recordó, observándolos con impaciencia—. Dijo que cuando despertáramos nos los daría —El chiquillo saltó de la cama, y enseguida le ayudó a su hermano menor hacer lo mismo, después se acercó de nuevo para cargar a su hermana Adaline, mas, Terry lo detuvo.

—Ronan... ¿Qué haces?

—Llevaré a los bebés con mis abuelos.

—Hijo... Todavía es muy temprano —le recordó Terry—. Además, ¿cuántas veces te he dicho que no debes cargar a tus hermanos? Vas a lastimarte si continúas haciéndolo —Él eligió muy bien sus palabras, pues sabía que Ronan se ofendía con facilidad.

—Tengo así de años... —afirmó Ronan, mostrando cuatro de sus dedos.

—No, no es verdad, aún faltan seis días para que cumplas cuatro... —respondió Terry, pidiendo el apoyo de su mujer.

—¡Pero papi! Ellos son más chiquitos, ¿no lo ves?

—Jovencito de casi cuatro años —le llamó Candy con seriedad—. Antes de salir de aquí, todos tienen que asearse y vestirse adecuadamente.

—Siempre usamos pijama en el desayuno —replicó el pequeño—. Y nunca nos aseamos temprano.

—Esta no es nuestra casa, por lo tanto debes estar limpio y vestirte con ropa adecuada antes de salir del cuarto —Terry sonó autoritario, pero, ya sabía que Ronan no cedería, así que agregó—. Si no obedeces ahora mismo, entonces rechazaré los regalos del abuelo y le pediré que se los dé a otros niños... —Terry hizo como si estuviera pensando a quiénes cederle los presentes, luego dijo—. ¡Ya sé! ¿Qué tal si se los damos a tus primos? Todos están aquí, sería buena idea que compartieras tus regalos con ellos.

Ronan le miró enojado, sin embargo, ya no dijo nada más, solo tomó la mano del pequeño Cedric y lo condujo hacia el cuarto de baño, pues sabía que obedecer a su padre era el único camino que le quedaba.

—Oh Dios, Terrence... ¡Eres malo! —le dijo Candy, riendo.

Terry se encogió de hombros.

—Ese niño está decidido a sacarme canas verdes. Debo mantenerlo bajo control.

Candy volvió a reír, después tomó a Adaline entre sus brazos y se dirigió al baño para comenzar con el aseo. Terry por su parte buscó la ropa de los niños, ya que, él sería el encargado de vestirlos. Finalmente, los tres pequeños estuvieron listos en tiempo récord, y también en un tiempo récord abandonaron la alcoba de sus padres para irse con los abuelos, quienes ya los esperaban en el corredor.

De un momento a otro, aquella enorme habitación del castillo se quedó en total silencio. Candy y Terry se miraron, y al instante esbozaron una sonrisa de alivio. No dijeron nada, mas, ambos agradecían tener un momento de tranquilidad. Amaban a sus hijos y adoraban tenerlos cerca, pero, ellos sabían que también era sano dejarlos irse con los abuelos de vez en cuando.

Terry observó a Candy mientras ella regresaba a la cama y recogía los presentes, para colocarlos sobre una pequeña mesa. La miró acomodando el bouquet de rosas en un jarrón con agua, después la vio abrir la caja de chocolates y devorar uno, dos y hasta tres de ellos... Inevitablemente sonrió, su mujer era una golosa sin remedio, estaba seguro de que esos chocolates no verían el día de mañana, porque entre ella y los niños se los acabarían muy pronto.

—¿Te ayudo? —cuestionó él, señalando la joya que le había obsequiado, misma que Candy sostenía entre sus dedos.

—¡Oh sí! Por favor —Ella le entregó el colgante, luego se colocó de espaldas y se hizo a un lado el cabello, para facilitarle a Terry la tarea de abrocharlo.

—¿Te gustó? —preguntó Terry una vez que terminó de abrochar la delicada cadenita.

—Me encantó, tiene el color de tus ojos y también el de nuestro Ronan, es hermoso... —mencionó ella, observando el corazón que estaba adornado con un luminoso, pero discreto zafiro—. Lo llevaré conmigo siempre —Candy volteó para encontrarse con Terry y le aclaró—. Los niños te entregarán tus obsequios más tarde.

—Me parece perfecto... ¿Y qué hay del regalo que me prometiste ayer? —cuestionó él, murmurando aquella pregunta en el oído de Candy.

—Ese regalo te lo daré en la tarde, cuando nos escapemos de la fiesta... —aseguró ella, esbozando una sonrisa nerviosa, pues, imaginaba que Terry no se conformaría con esa respuesta.

—Y... ¿Qué tal un pequeño adelanto? —propuso el joven esposo pegando sus labios al cuello de Candy.

—Terry, mi amor... tus papás nos esperan... y los niños también —replicó ella con dificultad, porque él había comenzado a besarla sobre la piel desnuda de uno de sus hombros—. Además tenemos invitados que atender —agregó como último recurso.

—Ya le puse llave a la puerta. Vamos Candy, al menos hay que intentarlo —Terry la invitó acomodarse sobre su regazo—. Te pido que por un rato olvidemos a los niños, a mis padres y a nuestros invitados. Anda, preciosa... ninguno de ellos nos necesita ahora. Los niños tienen muchos regalos que abrir y tu familia duerme plácidamente... —Él bajó uno de los tirantes del camisón de Candy y agregó—. Son las siete y media de la mañana, solo a nuestros y hijos y a mis padres se les ocurre levantarse a esta hora.

—¡Dios! Siempre haces lo mismo... —reclamó Candy, sin ser capaz de negarse aceptar la invitación que le hacía su insistente marido.

—¿Qué dices? ¿Qué se supone que hago? —preguntó Terry fingiendo ignorancia.

—¡Siempre te sales con la tuya!

Terry esbozó una pícara sonrisa y sin dejar de observar a Candy, la recostó sobre el colchón.

¿Era imprudente de su parte, reclamar el «regalo especial» en ese preciso momento?

«Por supuesto», le respondió su consciencia, «Grandchester, eres un auténtico impertinente», agregó su voz interna, mientras él la ignoraba y seguía con la tarea de retirar la ropa de dormir, del cuerpo de su mujer. La quería desnuda, él realmente, tenía mucha urgencia por sentirla vibrar bajo su cuerpo y escucharla pronunciar su nombre.

—Terry... si los niños regresan... —susurró ella y el actor enseguida respondió:

—Me detendré, te lo juro.

Terry estaba muy seguro de que sus hijos no los interrumpirían, pues, se había encargado de pedirle al duque que los entretuviera. No hubo palabras entre ellos, pero una sola mirada de él, bastó para que Richard comprendiera el mensaje, el duque fue consciente de que los pequeños quedaban a su cargo, hasta que la joven pareja de enamorados se les uniera.

Candy no dijo nada más, los labios de Terry sobre su piel y las expertas manos de él adueñándose de ella, ya no le permitieron seguir poniendo pretextos... también lo deseaba. Anhelaba tenerlo de esa forma, lo amaba tanto que le resultaba imposible negarse a estar con él.

—Se suponía... Que este era mi regalo... —murmuró Candy, acariciando el rostro de su impaciente esposo, quien ágil y presuroso se despojaba del pantalón de su pijama.

—Bueno... tómalo como otro presente de mi parte, después me das el tuyo.

—¡Eres tan odioso!

—Pero así me amas... ¿No? —preguntó deshaciéndose de la ropa interior de la joven.

—Sí... Así te amo... —respondió Candy antes de posar sus labios sobre los de él y besarlo como quiso hacerlo minutos antes, cuando sus hijos le entregaron los obsequios de aniversario, aquel preciso instante en el que se enamoró aún más de su Terry Grandchester.

No importaba cuántas veces hicieron el amor a lo largo de esos cinco años, pues cada vez que sus cuerpos se unían se convertía en una ocasión especial. Cada encuentro estaba lleno de emociones renovadas, que les mostraban que su amor era infinito.

No solo eran cuerpos dándose placer, eran dos almas fundiéndose entre sí, haciéndose cada vez más poderosas. Nada ni nadie los podría separar jamás. Se pertenecían y nunca se cansaban de corroborarlo.

«Te amo...»

Murmuró Terry, mientras Candy esbozaba una sonrisa de satisfacción.

«Y yo a ti... Te amo con toda mi alma»

Susurró Candy, cerrando los ojos, entregándose por completo a las sensaciones, que le provocaba tener a su esposo así, venerándola, haciéndola sentir la mujer más afortunada del mundo.

Cinco años quizás eran muy pocos. Era un aniversario que para algunas personas tal vez no era tan importante, pero, para ellos significaba mucho, ya que, cinco años atrás, finalmente, alcanzaron la gloria y la atraparon para nunca más soltarla.

—No quiero renunciar a esto... —declaró Candy, cuando culminó el encuentro y recuperó la respiración—. Pero, es preciso que nos levantemos, tus papás y los niños nos esperan.

Terry hizo un gesto de inconformidad y no se movió, él se quedó tendido sobre la cama, sin mostrar señales de preocupación.

—Terry, ¿sí me escuchaste? ¡Levántate ya!

Exigió Candy desde el cuarto de baño, obligándolo a levantarse de la cama.

—¿En serio es necesario salir de aquí? —cuestionó él con enfado.

—Oh Terrence, por favor... no juegues.

Suplicó al verlo desnudo frente a ella, decidida se posó detrás de él y lo empujó para que de una vez entrara en el cuarto de baño, se aseara y se pusiera presentable.

Sí... Claro que él ya sabía que necesitaban apurarse y reunirse con la familia. Pero, también, deseaba con todas sus ganas, ceder ante la tentación de tardarse cuanto quisieran, después de todo Eleanor y Richard estaban por cometer una locura, ¡tenía que cobrarles su impertinencia!

Regalarles una mascota...

Apenas podía creerlo.

Los niños eran muy pequeños aún... ¿Quién se suponía que atendería a ese perro? ¿Él? No... ¡Él no lo haría!

Entonces... ¿Sería Candy?

Terry sonrió divertido, aceptando que ella era la que tenía todas las de perder en ese asunto.

«Lo tiene bien merecido, ella es la orquestadora de este absurdo plan»

Terry se aseó, peinó y vistió tan rápido como pudo, en cuanto estuvo listo salió del cuarto de baño, para buscar una corbata y darle punto final a su arreglo.

—Sigues debiéndome ese regalo tan especial, del que hablaste anoche —expresó Terry, observando la corbata que usaría—. Me pregunto... ¿Qué será? —cuestionó inocentemente, mientras Candy se acercaba hacia él para ayudarle anudar la prenda.

—Obvio ya lo sabes... —contestó ella concentrándose en acomodar la corbata en el cuello de la camisa, ignorando la bella y perversa mirada que Terry le estaba dirigiendo.

—No, no tengo idea —Candy no dijo nada, por lo que, él agregó—. Pero, según recuerdo, dijiste algo así como que haríamos lo que yo quisiera... —Ella terminó de anudar la corbata y contestó:

—Bien... ya estamos listos.

—Pecas... ¿Estás evadiéndome?

—¡Para nada! Pero es que ya es hora de irnos.

— Cielo santo, ¿te das cuenta? Aún no conoces a ese perro y ya te volviste loca por él —recriminó Terry sin poder evitarlo.

—En realidad no es un «él» sino «ella» —aclaró la rubia esbozando una enorme sonrisa—. Anda Terry, compláceme... ¿No tienes ganas de conocerla?

—De hecho no. No tengo nada de ganas —expresó Terry, mostrándose apático.

—No me interesa si deseas ir o no —respondió Candy—. Te obligaré a salir de esta habitación, te arrastraré hacia abajo si es preciso.

—No te atreverías... —Terry comenzaba a sentirse divertido con la actitud de su mujer, así que agregó—. Es más, creo que ni siquiera podrías moverme un solo milímetro.

—¿Quieres apostar?

—¡Por supuesto! —aceptó Terry—. Seguro que yo voy a ganar.

—¡No estés tan seguro de eso!

Candy lo empujó hacia la salida de la habitación, Terry se resistió al inicio, sin embargo, los empujones de su mujer eran cada vez más fuertes. Él se rio internamente de la fuerza desmedida, de la que hacía uso su Tarzán Pecosa, era toda una guerrera y eso lo hacía sentirse orgulloso de ella. La mujer no se rendía, ella siempre fue así... Ella siempre le ganaba.

Una vez que los empujones lo llevaron a la puerta, Terry la abrió y salió de la habitación por voluntad propia.

—Está bien, me has vencido.

Candy sonrió y se acercó a él para besarlo dulcemente en los labios, el tipo de beso que enamoraba más a Terry.

—Sé que te dejaste ganar, pero, aun así, gracias... —dijo ella, mientras Terry le sonreía.

—Como sea, cobraré tu impertinencia más tarde, cuando podamos irnos de aquí... —señaló él acercándose hasta el oído de Candy, para susurrarle—. Pecosa mía, tendré toda la noche para hacerte pagar... vamos hacer lo que yo quiera ¿No?

—Sí, lo que tú quieras... —contestó la joven esposa, sintiendo que el corazón le latía más a prisa.

Terry no dijo más, tomó la mano de Candy y la condujo por el pasillo. Bajaron las escaleras en silencio, intentando no hacer ruido, porque no había movimiento que indicara que los invitados estuviesen despiertos.

Rita, quien impacientemente los había estado esperando, se apresuró para recibirlos al pie de la escalinata.

—¡Por fin aparecieron! ¡Bendito sea el señor! —exclamó ella, observando a la pareja—. No sabía cuánto tiempo más podría contener la ansiedad de esos niños...

—Rita, lo sentimos mucho... —se excusó Candy.

—Oh no, cariño. No los estoy regañando —aclaró la mujer—. Es su aniversario y merecen tardarse cuanto quieran... —agregó esbozando una pícara sonrisa.

—Aquí tenemos algo para ustedes, ¿no es así, querida?... —preguntó George, señalando a una pequeña bola de pelos, que él sostenía.

—¡Sí, querido! —contestó Rita enternecida por ver a George con aquella dulce criatura en sus brazos—. Una bella sorpresa... ¿No lo creen, mis niños? —cuestionó ella, dándole paso a George para que hiciera entrega de tan lindo presente.

Candy y Terry se miraron por algunos segundos y después dirigieron su mirada a la cachorra que les entregaba George.

—Terry, cariño. Richard desea que seas tú, quien la presente con la familia... —mencionó Rita, mientras el joven actor observaba al animalito.

«¿Por qué yo?», se quejó Terry en sus adentros, sintiendo que su corazón latía extrañamente. ¿Qué era eso que estaba sintiendo? ¿Emoción? ¡Pero, si a él no le gustaban los perros! No... él prefería los caballos, o quizás un gato...

—Oh Terry, mira cómo nos observa... —susurró Candy mientras la cachorra los veía con ojos de ternura infinita—. Cárgala antes de que lo haga yo y te quite ese privilegio —exigió, haciendo reír a Rita y a George.

Terry finalmente atendió la orden de su esposa y tomó a la pequeña. La analizó cuidadosamente: ojos marrones grandes y expresivos, orejas largas y esponjosas, además de un pelaje tan bello y brillante como el color del oro. Era hermosa. Desde ese instante ya nada fue lo mismo, en ese preciso momento, la vida de todos cambió, pues un pequeño ángel con cuatro patas se adueñó de sus corazones para siempre.

George tomó la mano de Rita y la invitó a caminar hacia la estancia, la mujer asintió y gustosa camino junto a él, pues su misión había sido completada.

—No fue tan malo, ¿verdad? —preguntó Candy, viendo cómo Terry comenzaba a dejarse conquistar por su nueva mascota.

—No... —Él se encontró con los ojos verdes de Candy y entonces agregó—. Lo malo es que me voy encariñar con ella.

—Eso no es malo, Terry —indicó Candy, comprendiendo la razón por la que su esposo se negaba a tener una mascota, era evidente que él no quería sufrir a causa de una pérdida—. No sabes el bien que le haces a esta pequeña al darle un hogar y una familia que la ame...

—Lo sé... pero, ya me conoces...

—Sí, ya te conozco. Eres un paranoico —expresó ella, dándole un besito en los labios—. Anda ya... no te tardes, que los niños esperan... ¡Quiero estar con ellos cuando entres! Ya sabes lo impulsivos que son... —advirtió adelantándose para llegar a la estancia, luego regresó sus pasos y preguntó—. ¿Cómo le vas a llamar? Deberías elegir un nombre ¿No lo crees?

Terry estuvo de acuerdo.

—Mira el color de su pelo... ¿Te parece bien llamarle Goldie?

Candy asintió contenta, y dándole el visto bueno intentó marcharse, mas, Terry la detuvo.

—Mejor entra conmigo, anda, no me dejes solo con esta ridícula emoción que estoy sintiendo. No te preocupes por los diablillos, sabré manejarlo.

—Sí eso es lo que quieres...

Candy se acercó, tomó el brazo de Terry con firmeza y entonces él respondió:

—Siempre, Candy... te quiero siempre conmigo.

—Y yo estaré a tu lado siempre que tú me quieras ahí... —afirmó esbozando una sonrisa—. De hecho, aunque no me quieras también estaré.

Terry rio divertido.

—Sí, bueno, eres una entrometida, eso no lo podremos evitar.

—Pero... así me amas... ¿Verdad? —cuestionó Candy con aquella inocencia que aún no perdía y por la cual Terry estaría eternamente enamorado de ella.

—Así te amo Candice Grandchester y así te voy amar por siempre —confesó antes de abrir la puerta de la estancia y escuchar los gritos de sus hijos, que como era de esperarse se abalanzaron contra él, para conocer a la bella Goldie, uno de los más hermosos tesoros que la familia Grandchester-Andrew llegó a poseer.